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Seguir a Cristo no es un “capricho” para algunos escogidos. Es un llamamiento universal para toda la humanidad. Decía san Agustín: «Dios, que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti».

 

 

Las palabras del Evangelio de hoy nos interesan a todos porque todos hemos recibido una vocación, es decir, una llamada a conocer a Dios, a reconocerle como fuente de vida; una invitación a entrar en la intimidad divina, en el trato personal, en la oración; una llamada a hacer de Cristo el centro de la propia existencia, a seguirle, a tomar decisiones teniendo siempre presente su querer; una llamada a conocer a los demás hombres como personas e hijos de Dios, y, por tanto, una llamada a superar de manera radical el egoísmo para vivir la fraternidad, para llevar a cabo un apostolado fecundo y hacer que conozcan a Dios; un llamamiento para entender que esto debe hacerse en la propia vida, según las condiciones en que Dios ha colocado a cada uno y según la misión que personalmente le corresponde desarrollar.

La fidelidad a la propia vocación conlleva responder a las llamadas que Dios hace a lo largo de su vida. Habitualmente se trata de una fidelidad en lo pequeño de cada jornada, de amar a Dios en el trabajo, en las alegrías y penas que comporta toda existencia, de rechazar con firmeza lo que de alguna manera signifique mirar dónde no podemos encontrar a Cristo.

El Señor no es intolerante, pero sí exigente. Él conoce muy bien el corazón de los hombres y sabe lo que puede pedirnos. Él quiere generosidad, decisión, totalidad en el amor. Por eso, en el evangelio, el Señor advierte claramente a quienes llama, y les da a conocer las exigencias de su seguimiento. Quien renuncia a todo, incluso a sí mismo, para seguir a Jesús, entra en una nueva dimensión de la libertad, que san Pablo define como «caminar según el Espíritu». Estas exigencias pueden parecer demasiado radicales, pero en realidad expresan la novedad y prioridad absoluta del reino de Dios, que se hace presente en la Persona misma de Jesucristo. El Señor quiere que nos demos cuenta de la cantidad de Gracia que derrama sobre nosotros cada día para que vivamos como hijos suyos. Que Dios no nos acusa, quiere salvarnos, si nos dejamos. Pero a Dios no le gusta que le pongamos excusas para no abandonar nuestra antigua vida, como si Cristo no se hubiera encarnado.

 

 

Miremos a la Virgen; que ella, que correspondió sin reserva alguna a la llamada divina, ruega por nosotros.

 

 

MEMORIA DE SAN IRENEO, OBISPO Y MÁRTIR

MATEO 8:23-27

Amigos, en esta maravillosa historia donde Jesús calma la tormenta del mar somos testigos de ciertas dinámicas espirituales acerca del miedo y la confianza. Los discípulos representan simbólicamente a todos nosotros que viajamos por la vida dentro de los estrechos límites de un ego temeroso.

Cuando se enfrentan con tormentas y olas poderosas inmediatamente se llenan de terror. De manera similar, cuando las pruebas y ansiedades de la vida afectan al ego, la primera reacción es miedo, cuando no hay poder más allá del cual se pueda confiar. En medio de esta terrible tormenta, esta tensión interna y externa, Jesús simboliza la energía divina que no se ve afectada por las tormentas de miedo que genera el ego afectado.

Continuando la lectura de esta historia, a un nivel espiritual, vemos que no hay otro poder que el divino para calmar con éxito las olas: “increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma”. Esta hermosa narrativa parece sugerir que si nos despertamos a la presencia de Dios dentro de nosotros, si aprendemos a vivir y ver en un nivel más profundo, si vivimos con una confianza básica en lugar del miedo, entonces podemos resistir incluso las más aterradoras tormentas.

Pánico en medio de la tempestad

Los momentos de pánico pueden ser pocos o pueden por el contrario manifestarse con frecuencia en la vida de los hombres. Hay situaciones humanas donde predominan los vientos fuertes y las mareas y las tempestades se alzan impetuosas sobre la barca de nuestra vida. En el Evangelio encontramos algunos episodios en donde los discípulos de Jesús son presa del pánico en medio a la tempestad. San Mateo nos narra una tempestad que de modo imprevisto se alzó en medio del lago de Galilea, normalmente tranquilo. “De pronto se levantó en el mar una tempestad” (Mt 8, 24). También en la vida humana se levantan tempestades sin previo aviso. Nadie las espera, pero aparecen como resultado de varias causas que se entrecruzan por permisión divina. Cuando todo parece sereno, se levanta una tempestad, un problema, una dificultad, una situación que nos hace perder el equilibrio. “La barca quedaba tapada por las olas” (Mt 8, 24). Y esas olas no dejan ver el horizonte, llenan el corazón de aprensión, no se ven con facilidad las soluciones, la mente se oscurece, la lógica que había funcionado bien hasta entonces, deja de ser luz en la conciencia. Y todo aparece como un caminar en medio de un túnel negro sin salida.

Lo peor de todo no es tanto que aparezcan estos signos negativos que no sabemos dominar; lo peor es que puede ocurrir que Jesús no se halle en el corazón, no se le encuentre, aparezca lejano, duerma cuando más falta nos hacía: “Él estaba dormido” (ibid.). Entonces Jesús parece insensible a nuestra necesidad; parece que no le importamos: él duerme mientras nosotros sentimos que estamos a punto de perecer.

Sálvanos, Señor, que perecemos

Nuestra oración en estas circunstancias puede que no sea muy diferente de la de los discípulos que acompañaban a Jesús en la barca: “¡Sálvanos, Señor, que perecemos!” (Mt 8, 25). Esta oración sencilla y dramática podrá ser la nuestra en las ocasiones en las que también nosotros nos vemos abandonados por las fuerzas contrarias a Dios, cuando las pasiones se levantan como olas que amenazan con hundir la barca. Y esa ausencia de Dios puede asumir proporciones desgarradoras para el alma, como fue la experiencia de la Madre Teresa de Calcuta en su noche oscura: “Padre, le decía a su director espiritual, quiero contarle cuánto deseo –cuánto mi alma desea a Dios– lo desea solamente a Él y lo doloroso que es estar sin Él”. Madre Teresa por un período largo de su vida se sintió sin Dios, como abandonada y desolada. ¿Cómo fue su oración en estos momentos? Seguramente también que en ella su oración habrá asumido tonos llenos de dramatismo como la oración de los discípulos, pero también es probable que esta prueba de la fe haya llenado su alma de fortaleza y haya dado a su vida esa luminosidad que se desprendía en su rostro.

 

 

La oración es posible, aún en medio de las dificultades

Es posible orar en medio de las tempestades de la vida. Es posible perseverar en la oración aunque el miedo invada nuestro espíritu y lo llene de angustia. Es posible vivir con la convicción de que Dios no nos deja aunque en apariencia parezca como dormido.

En el contacto con el mar comprendemos mejor la majestuosidad de la creación divina y cómo somos pequeños en medio de las aguas. Allí también, en medio de las tempestades que puedan surgir mientras navegamos en el mar de la vida, podremos comprender cómo, aunque Jesús duerma en apariencia, Él nunca nos abandona y ante la oración que nace del corazón en medio de la dificultad para pedirle ayuda, también podemos oír su voz que manda con autoridad calmarse a los vientos y sobrevenir una gran bonanza.

 

 

“¡Hombres de poca fe!”, dirá Jesús a sus discípulos, nerviosos y asustados en medio de la tempestad. Entonces el Señor nos invita a creer más y con mayor profundidad. Toda prueba permitida por Dios es una ocasión para que nuestra oración crezca en una fe más intensa, más luminosa, más confiada, más concreta.

 

 

Incluso en la tormenta

Santo Evangelio según san Mateo 8, 23-27. Martes XIII del Tiempo Ordinario

Por: Javier Castellanos, LC | Fuente: somosrc.mx

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

«El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?
Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no temerá;
Aunque estalle una guerra contra mí, no perderé la confianza.
¡Escucha, Señor, yo te invoco en alta voz, apiádate de mí y respóndeme!». (Salmo 27)

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Mateo 8, 23-27

En aquel tiempo, Jesús subió a una barca junto con sus discípulos. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan fuerte, que las olas cubrían la barca; pero él estaba dormido. Los discípulos lo despertaron, diciéndole: “Señor, ¡sálvanos, que perecemos!”.

Él les respondió: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?”. Entonces se levantó, dio una orden terminante a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma. Y aquellos hombres, maravillados, decían: “¿Quién es éste, a quien hasta los vientos y el mar obedecen?”.

Palabra del Señor.

 

 

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Parece que el Señor duerme cuando más lo necesitamos. Buscamos hacer el bien que podemos cada día, dar testimonio de nuestra fe, realizar alguna actividad de apostolado o servicio a los necesitados. Pero muchas veces nos encontramos en el camino sólo con vientos contrarios. Y en más de alguna ocasión la tormenta se ha levantado en torno a nuestra barca…

Pero Él está ahí. Aunque todo esté oscuro, Cristo nunca abandona. Aunque todo se agite y parezca que no hay ningún punto seguro, Él permanece para siempre. Incluso en la tormenta. Él no ha dejado al paralítico por el suelo. Él no abandonó a los leprosos fuera de la ciudad. Él mismo no permitirá que nos ahoguemos en este mar. Cristo es nuestro apoyo y nuestra seguridad.

Es normal tener miedo en la tormenta. Cristo no nos pide ser insensibles, pero sí pide que nuestra fe sea más grande que el temor. Nos pide confiar en Él, pues su presencia nos basta en la dificultad. Confiar en Él significa luchar incluso en las tormentas… Confiar en Él significa mantener viva la esperanza: seguir remando, sujetar bien fuerte el timón hacia la otra orilla. Porque Él, tarde o temprano, despertará; y entonces llegará una gran calma.

«Sabemos quién es Jesús, pero quizá no lo hemos encontrado personalmente, hablando con Él, y no lo hemos reconocido todavía como nuestro Salvador. Este tiempo es una buena ocasión para acercarse a Él, encontrarlo en la oración en un diálogo de corazón a corazón, hablar con Él, escucharle; es una buena ocasión para ver su rostro también en el rostro de un hermano y de una hermana que sufre». (Cfr S.S. Francisco, 19 de marzo de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy mantendré una actitud de optimismo y esperanza, sobre todo ante las situaciones difíciles que se me presenten.

 

 

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

 

 

27 de junio de 2022

Llevar siempre el Evangelio al mundo

Francisco recibe en audiencia en el Aula Pablo VI a los miembros del Camino Neocatecumenal.

 

“Vayan adelante con la fuerza del Espíritu, llevando el Evangelio en sus corazones y manos. El Evangelio de Jesucristo – no el mío – que se adapta a las diferentes culturas, pero es el mismo». Cantos a la Virgen y llantos de recién nacidos en brazos de sus padres se alternaron a lo largo de la audiencia que el Papa concedió hoy en el Aula Pablo VI a los miembros del Camino Neocatecumenal, durante la cual envió a unas 430 familias a las «zonas más secularizadas y pobres» de Europa y del mundo «para anunciar el amor de Cristo resucitado», como dijo el iniciador Kiko Argüello: «Dejan sus casas, sus familias, sus amigos y salen a evangelizar».

De todas partes del mundo para dar testimonio de la fe

El Papa, que entró poco después de las 12 horas, de pie, apoyado en un bastón, por la entrada lateral, se detuvo unos instantes para saludar a la multitud de personas presentes. Principalmente familias, como testimoniaba la larga fila de cochecitos «aparcados» en el atrio del Aula Pablo VI. Llegaron de todo el mundo: de Rusia a Turquía, de los países bálticos a Túnez, de Laos y Camboya a Uganda y Kenia. Muchos han participado en estos días en el Encuentro Mundial de las Familias, donde han podido dar testimonio de la experiencia de fe madurada en este itinerario, que comenzó en los años 60 entre los más pobres de Madrid y se ha extendido a más de 110 países.

 

 

Familias en misión y un pensamiento para Ucrania

Al inicio de la audiencia, Kiko Argüello tomó la palabra para saludar y agradecer al Papa Francisco y también para anunciar la noticia de que la Diócesis de Madrid le ha comunicado la apertura oficial de la causa de beatificación y canonización de Carmen Hernández, iniciadora junto a Kiko del Camino Neocatecumenal, fallecida en julio de 2016. En medio de un aplauso generalizado y del ondeo de banderas de los cinco continentes (los australianos levantaron en su lugar una marioneta de goma de un canguro), se presentaron algunas de las familias en misión, empezando por la missio ad gentes de Ucrania.

«Desde el comienzo de la guerra, han tenido que salir del país, pero desean volver… Nos dijeron: hemos dejado a tanta gente, a tantos hermanos que nos necesitan», explicó Argüello. También se pensó en las familias en misión en China que «han sufrido a causa de la pandemia» y que «no han podido volver durante dos años debido a los controles y están a la espera de regresar».

 

 

Ve, predica, bautiza

Tomando el Evangelio como punto de partida, el Papa Francisco, en un discurso, instó a las comunidades neocatecumenales a seguir la invitación de Jesucristo a partir y dar testimonio, predicando el Evangelio, con la «fuerza -dijo- que viene del Espíritu Santo». Ve, predica, bautiza. Pero sabemos que una vez que hemos bautizado, la comunidad que nace es libre, es una Iglesia nueva, y debemos dejarla crecer, ayudarla a crecer, con sus propias formas, su propia cultura. Esta es la historia de la evangelización.

El servicio dócil y obediente

Todos iguales ante la fe», dijo el Pontífice. «La misma fe, pero todos con la modalidad de su propia cultura, la cultura del lugar donde se predicó la fe. Esta riqueza multicultural del Evangelio se hace cultura, es un poco la historia de la Iglesia: muchas culturas, pero el mismo Evangelio, muchos pueblos, pero el mismo Jesucristo». «La fe crece, se inculturiza, pero es siempre la misma», recordó el Pontífice, expresando su gratitud a los neocatecúmenos por su servicio a la Iglesia con «generosidad».

 

 

«Les agradezco y les pido docilidad y obediencia a Jesucristo en su Iglesia, todo en la Iglesia, nada fuera de la Iglesia. Esta es la espiritualidad que debe acompañarnos siempre». «Predicar a Cristo con la fuerza del Espíritu, en la Iglesia, con la Iglesia», es el mandato del Papa. Quien también reiteró que «la cabeza de las diferentes iglesias es el obispo»: «Vayan siempre adelante con el obispo, él es la cabeza de la Iglesia».

«No olviden la mirada de Jesús, que ha enviado a cada uno de vosotros a predicar y obedecer a la Iglesia».

El saludo del Papa a un pueblo de fiesta

 

 

Al final de la audiencia, todas las familias que esperaban la bendición del Papa antes de la partida se arrodillaron y levantaron la Cruz, símbolo de la misión. «Señor, bendice estas cruces y haz que quienes las lleven ante los hombres se esfuercen por renovarse a imagen de tu Hijo», recitó el Papa. A su vez, Francisco saludó a las distintas familias, deteniéndose especialmente a saludar y bromear con los niños. A continuación, el Papa saludó a los formadores y seminaristas del Seminario Redemptoris Mater de Macao, con los que ya se reunió en septiembre de 2019 y a los que animó por su importante misión en Asia. Entre coros de «W el Papa», Francisco se despidió de la multitud de los presentes, que le acompañaron dando palmas y tocando instrumentos de diversa índole. Dos veces se giró Francisco para saludar a este pueblo de fiesta.

 

 

Día del Padre: 6 papás que alcanzaron la santidad

Una breve reseña de algunos papás que alcanzaron la santidad.

 

 

Dentro de la Iglesia Católica hubo hombres que en diferentes épocas dieron testimonio de una verdadera y santa paternidad. A pocos días de celebrarse el Dia del Padre, presentamos una breve reseña de algunos papás que alcanzaron la santidad.

 

1.- San José

 

Dios le encomendó a San José una gran responsabilidad y privilegio: ser el padre adoptivo de Jesucristo y casto esposo de la Virgen María.

San José era carpintero y descendiente del rey David. Cuando fue a Belén con María para registrarse en el censo, ella dio a luz a Jesús en un establo y luego tuvieron que huir a Egipto para evitar que el Niño fuera asesinado por orden del rey Herodes.

San José educó a Cristo y le enseñó el oficio de carpintero. Se le conoce como el “Patrono de la Buena Muerte” porque, según la tradición, murió acompañado y consolado por Jesús y María.

En un discurso, el Papa Francisco destacó que San José supo descansar en Dios en la oración, levantarse con Jesús y María y ser una voz profética en medio del mundo.

 

2.- San Luis Martin

 

San Luis Martin fue esposo de Santa Celia Guérin y padre de cinco hijas. Entre ellas se destacan Santa Teresa de Lisieux, Doctora de la Iglesia; y Leonia, cuya causa de beatificación se abrió en 2015.

Cuando era joven, Luis quiso ser religioso de la Congregación Hospitalaria del Gran San Bernardo, pero no fue admitido porque no sabía latín. Aprendió el oficio de relojero y se estableció en Alençon (Francia), donde conoció a su futura esposa.

Luis y Celia se casaron el 13 de julio de 1858 y tuvieron nueve hijos, de los cuales sobrevivieron cinco mujeres. El matrimonio tenía una intensa vida espiritual y formó a las niñas para que fueran buenas católicas y ciudadanas respetables.

Celia murió de cáncer en 1877. Luis se hizo cargo de sus hijas y se mudaron a Lisieux. Con el pasar de los años todas abrazaron la vida religiosa. El santo padecía una enfermedad que lo fue mermando hasta que perdió sus facultades mentales. Murió en 1894.

En octubre de 2015, Luis y su esposa Celia fueron el primer matrimonio en ser canonizado. Su fiesta se celebra el 12 de julio, día de su aniversario de bodas.

 

3.- Santo Tomás Moro

 

Santo Tomás Moro nació en Londres en 1477 y en 1505 se casó con Jane Colt, con quien tuvo un hijo y tres hijas. Sin embargo, su esposa murió joven y él volvió a contraer nupcias con Alice Middleton.

San Juan Pablo II dijo que Santo Tomás Moro fue “un marido y un padre cariñoso y fiel, profundamente comprometido en la educación religiosa, moral e intelectual de sus hijos. Su casa acogía yernos, nueras y nietos”.

Su excelente carrera como abogado lo llevó al parlamento inglés y años más tarde llegó a ocupar puestos importantes del gobierno, luego de que su libro “Utopía” llamara la atención del rey Enrique VIII.

Fue encarcelado por oponerse a los deseos del monarca de repudiar a su esposa para casarse con otra mujer y separarse de la Iglesia Católica para formar la Iglesia Anglicana.

Su hija Margarita lo visitaba en la prisión con frecuencia y rezaban juntos. Por mantenerse firme en sus convicciones fue declarado traidor y decapitado el 6 de julio de 1535.

 

4.- San Isidro Labrador

 

Desde pequeño, San Isidro trabajó labrando, cultivando y cosechando campos en España.

Se casó con una campesina que también llegó a ser santa: María de la Cabeza. Tuvieron un hijo que, según la tradición, cayó a un pozo con una canasta. Rezaron con fervor y entonces las aguas empezaron a subir hasta que apareció el pequeño ileso.

Los domingos por la tarde solía pasear con su familia por los campos. Después de haber criado a su hijo, San Isidro y Santa María de la Cabeza decidieron separarse para tener una vida entregada totalmente a Dios. Él se quedó en Madrid y ella partió a una ermita.

San Isidro pasó el resto de su vida labrando los campos y rezando. Murió el 30 de noviembre de 1172.

 

5.- San Luis de Francia

 

Luis IX nació en 1214 y fue coronado rey de los franceses a los doce años, bajo la regencia de su madre quien le solía decir: “Hijo, prefiero verte muerto que en desgracia de Dios por el pecado mortal”.

En 1234 es declarado mayor de edad y asume sus funciones de monarca. Se casó con la virtuosa Margarita de Provenza, quien le ayudaría a alcanzar la santidad. Tuvieron 11 hijos.

El rey se distinguió por su bondad, justicia, caridad y piedad. Educó a sus hijos tal como lo hizo su madre con él.

Participó en dos cruzadas para recuperar los lugares santos y frenar las invasiones musulmanas. En la segunda cruzada enfermó de disentería cerca de Cartago (norte de África). Murió en agosto de 1270.

Dejó un “testamento espiritual” al hijo que le sucedería, el futuro Felipe III, donde le da instrucciones para ser un gobernante sabio, justo y santo.

 

6.- San Esteban de Hungría

 

San Esteban fue rey de Hungría, esposo de la Beata Gisela de Baviera y padre de San Emerico.

Tuvo un gran cariño por la Iglesia y procuraba ser un ejemplo de piedad para sus súbditos. Solía disfrazarse para salir de noche a repartir ayudas.

Educó a su hijo con esmero y le dejó escritos varios consejos sobre las virtudes que debe cultivar un monarca.

Juntos defendieron al reino del ataque de Conrado II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Sin embargo, el joven falleció durante una cacería. Cuando se enteró de la noticia, Esteban exclamó: “El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Bendito sea Dios».

El rey nombró como sucesor a su sobrino Pedro Orseolo. El santo murió el 15 de agosto de 1038, día de la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María, de quien fue un gran devoto.

 

 

Nardo del 28 de Junio

¡Oh Sagrado Corazón!

 

 

Meditación: Oh Señor, que no sólo nos mostraste los secretos de Tu Corazón, sino que nos regalaste el Corazón de Tu Madre, la Mujer Perfecta, la Llena de Gracia, la Virgen Purísima que regaría la tierra a través de su llanto, para limpiarla de todo pecado. En la aridez flores de pureza crecerían, cultivadas por Tu Madre Bendita. María, que iluminas las tinieblas de ésta tierra yerra, con la pura nieve que cae de Tu Inmaculado Corazón, con una promesa de misericordia y perdón, haz que se abra nuestro corazón para la conversión, para esperar con alegría, en medio de toda tribulación, el Triunfo de Tu Inmaculado Corazón, por Ti profetizado .

Jaculatoria:¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!

 

 

¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.

Florecilla: Hagamos en este día las consagraciones al Inmaculado Corazón de María y al Sagrado Corazón de Jesús.

Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.

 

 

San Ireneo de Lyon, el obispo que salvó del gnosticismo a la Iglesia

Este obispo del siglo II y Padre de la Iglesia buscó siempre la paz y luchó con vigor contra la herejía de los gnósticos. El papa Francisco lo proclamó Doctor de la Iglesia el 21 de enero de 2022

 

 

San Ireneo recibió amplia educación en Smirna (en la actual Turquía). Conocía la literatura y la filosofía griega. Fue discípulo de san Policarpo, obispo de aquella ciudad quien a su vez había sido discípulo del apóstol san Juan.

Hay constancia de que en el año 177 era presbítero en Lyon (en la actual Francia) y más tarde fue ordenado obispo del lugar.

En aquel tiempo Lyon era la ciudad romana más importante de las Galias puesto que los comerciantes orientales transportaban sus mercancías por el Mediterráneo y empleaban el río Ródano como acceso fluvial hasta Lyon.

Ese era un nudo comercial para toda Europa y sirvió para expandir el cristianismo.

 

Durante la persecución desatada por el emperador Marco Aurelio, se mostró confesor de la fe en territorio galo.

Esto hizo que fuera enviado a Roma para una delicada misión, que consistía en pedir al papa Eleuterio el perdón para los herejes montanistas de Frigia (también en la actual Turquía).

Mientras él estaba en Roma, fueron martirizados el obispo de Lyon san Potino y otros cristianos.

De ahí que, a su regreso, Ireneo ocupara la sede vacante.

Preocupado por evangelizar y llevar la paz a todos, hablaba en celta en vez de su lengua madre, el griego, para que le comprendieran más rápidamente. También se le encargaron otras delicadas misiones.

 

Este santo es Padre de la Iglesia. Su obra teológica es muy importante.

 

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Un tratado que desmenuza el gnosticismo

Fue crucial su refutación del gnosticismo, que en el siglo II era uno de los grandes peligros de la fe cristiana.

El gnosticismo era (y sigue siendo) una doctrina esotérica y herética que afirma que la persona es capaz de llegar con sus solas fuerzas a conocimientos secretos que le llevan a la salvación: esto se produce sin necesidad de la gracia de Dios ni de la Iglesia. Tiene el atractivo de lo misterioso pero deriva en el orgullo intelectual y una vida sin Dios.

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San Ireneo vio que el gnosticismo era el gran enemigo de la fe, estudió a fondo todas las escuelas gnósticas y escribió un tratado en cinco libros.

En él presenta los dogmas gnósticos y luego los rebate con las enseñanzas de los Apóstoles y los textos de las Sagradas Escrituras.

Su objetivo, como él mismo afirmaba, era “desenmascarar a la zorra” y evitar que los cristianos se contaminaran de este error.

San Ireneo de Lyon escribió en griego, pero muy pronto fue traducido al latín y su obra se divulgó de modo que se atajó el gnosticismo como peligro grave para la fe de los cristianos. El tratado ha llegado completo hasta nosotros en su versión latina.

También se conserva la Prueba de la predicación apostólica, que se descubrió en 1904 en una versión en armenio.

En ella aparecen ideas fundamentales sobre el Antiguo Testamento en relación con el Nuevo. Se habla, por ejemplo, del paralelismo entre Adán y Jesucristo y entre Eva y María.

No hay certeza de que fuera martirizado y de su muerte solo sabemos que ocurrió en torno al año 202.

En la Iglesia católica la fiesta de san Ireneo de Lyon se celebra el 28 de junio. El papa Francisco lo proclamó Doctor de la Iglesia el 21 de enero de 2022.

Oración

Señor, Dios nuestro, que hiciste que tu obispo san Ireneo mantuviera incólume la doctrina y la paz de la Iglesia, concédenos, por su intercesión, renovarnos en fe y en caridad y trabajar sin descanso por la concordia y la unidad entre los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.