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SI CONOCIERAS EL DON DE DIOS

LA PERSEVERANCIA EN LA ORACIÓN

 

Leamos las preciosas palabras de Jesús en el evangelio de Lucas:

«Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá; porque todo el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre de entre vosotros, si un hijo suyo le pide un pez, en  lugar de un pez le da una ser-  piente? ¿O si le pide un huevo, le da un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Es- píritu Santo a los que se lo pidan?» (Lc 11, 9-13).

La primera condición para recibir el Espíritu Santo es pedirlo en la oración, sencillamente. Por supuesto, es necesario que esta oración esté animada por un gran deseo y que sea perseverante… Pero nos permitirá obtener lo que necesitamos para vivir nuestra vocación cristiana. Me parece que estas palabras de Jesús: «Pedid y se os dará…» son quizá las más consoladoras de toda la Escritura. Ante nuestras necesidades, nuestras dificultades, Jesús nos invita a no inquietarnos, a pedir sencillamente al Padre lo que necesitamos y él nos lo concederá. Dios oye la oración del pobre. Sobre todo si pide este bien esencial que es la gracia del Espíritu Santo.

 

Además de esta oración de petición, debemos también practicar la oración silenciosa, que es esencialmente una oración de receptividad. Cuando dedicamos unos tiempos a la oración personal, a la adoración —algo absolutamente indispensable, sobre todo hoy—, no se trata de hablar mucho, de hacer mucho, de pensar mucho, sino sobre todo de acoger en la fe y el amor la presencia de Dios. La oración más profunda y más fecunda es la oración de pura receptividad.

Aparte de los tiempos particulares que dedicamos a la oración personal o comunitaria, conviene hacer de toda nuestra existencia una conversación con Dios, según la invitación de san Pablo: «Orando en todo tiempo movidos por el Espíritu» (Ef 6, 18). San Juan de la Cruz da este consejo:

«Toma a Dios por esposo y amigo con quien te andes de continuo, y no pecarás, y sabrás amar, y haránse las cosas necesarias prósperamente para ti4».

Todos los aspectos de nuestra vida pueden alimentar esta conversación con Dios: lo que nos parece bueno para darle gracias, las dificultades para invocarlo, e incluso nuestras faltas para pedirle perdón. Hay que hacer fuego de toda leña; todo puede alimentar y profundizar nuestra relación con Dios, el bien y el mal.

LA CONFIANZA

 

 

La confianza es claramente una actitud de apertura. Se es acogedor, receptivo, con quien se tiene confianza. Por el contrario, la incredulidad, la duda, la sospecha, la desconfianza son actitudes de cerrazón. Lo primero que Dios nos pide no es que seamos perfectos, es que confiemos en él. Lo que más le desagrada no son nuestras caídas, sino nuestras faltas de confianza. Cuanto más confiamos en él, más recibimos el Espíritu. Veamos unas palabras de Jesús a santa Faustina:

«Las gracias de mi misericordia se obtienen con la ayuda de un único medio que es la confianza. Cuanto mayor es su confianza, más recibe el alma. Las almas de una confianza ilimitada me dan una gran alegría, pues vierto en ellas el tesoro entero de mis gracias. Me gozo en que esperan mucho, pues mi deseo es darles mucho, darles abundantemente. Por el contrario, me entristece que las almas esperen poco, que encojan su corazón5».

La confianza y la fe tienen un poder inmenso para atraer la gracia de Dios. Como lo ha comprendido bien Teresa de Lisieux, Dios tiene un corazón de Padre y no resiste ante la confianza filial de sus hijos. En particular para concederles el per- dón que tantas veces necesitan. En una carta al sacerdote Bellière, lo explica con esta parábola:

«Quisiera intentar haceros comprender, mediante una comparación muy sen- cilla, cuánto ama Jesús a la almas, incluso imperfectas, que tienen confianza en Él: supongamos que un padre tiene dos hijos traviesos y desobedientes, y que cuando va a castigarlos ve a uno que tiembla y huye con miedo, aunque tiene en el fondo del corazón el sentimiento de que merece ser castigado; y que su hermano, por el contrario, se arroja a los brazos de su padre diciéndole que lamenta haberle causado esa pena, que le quiere y que, para probarlo, se portará bien en adelante; y luego este hijo le pide al padre que le castigue dán- dole un beso. No creo que el corazón de ese padre pueda resistir a la con- fianza filial de su hijo, de quien conoce la sinceridad y el amor. No ignora que más de una vez su hijo volverá a caer en las mismas faltas, pero está dispuesto a perdonarle siempre, si siempre su hijo acude a su corazón… No os digo nada del primer hijo, querido hermanito, tenéis que pensar si su padre puede quererle tanto y tratarle con la misma indulgencia que al otro…» (Carta
258).

Una cuestión decisiva, a propósito de la confianza en Dios, es la siguiente: ¿en qué se funda nuestra confianza? ¿En nosotros mismos (en nuestras obras, nuestros logros, nuestros éxitos…), cosa que no es más que confianza en sí mismo? ¿O bien se funda exclusivamente en Dios y en su infinita misericordia? Lo que quiere decir que incluso en la pobreza, el fracaso, las caídas, esta confianza se mantiene firme. La verdadera confianza, la que está fundada en Dios cuyo amor no cambia jamás, es la que practicamos no solo cuando todo va bien, cuando esta- mos satisfechos de nosotros mismos, sino igualmente cuando nos enfrentamos a nuestras limitaciones y miserias. «Aunque yo hubiese cometido todos los crí- menes posibles —dice Teresa— tendría siempre la misma confianza6».

LA HUMILDAD

También la humildad tiene una gran influencia para atraer la gracia del Espíritu Santo. Veamos lo que dice san Pedro en su primera epístola:

«Revestíos todos de humildad en el trato mutuo, porque Dios resiste a los soberbios y a los humildes da la gracia. Humillaos, por eso, bajo la mano poderosa de Dios, para que a su tiempo os exalte» (1P 5, 5).

La humildad es condición esencial para recibir la plenitud de los dones del Espíritu. «El que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado», dice el Evangelio (Lc 14, 11). Hay muchas facetas en la humildad. Consiste ante todo en reconocer nues- tras faltas. El arrepentimiento tiene una gran fuerza para atraer al Espíritu Santo. Consiste luego en reconocer que no tenemos nada por nosotros mismos, que todo nos es dado. Todo lo que somos y todo lo que realizamos es un don gratuito de la misericordia de Dios. Oigamos a Teresa de Lisieux:

«Ser pequeño, eso es no atribuirse a uno mismo las virtudes que se practican, creyéndose capaz de cualquier cosa, sino reconocer que el buen Dios pone ese tesoro en la mano de su hijito para que lo use cuando lo necesite; pero es siempre el tesoro del buen Dios7».

Ser humilde es también conformarse con nuestra debilidad, reconocer y acep- tar nuestras limitaciones. Recordemos las palabras de Teresa de Lisieux:

«Lo que agrada a Dios de mi alma es verme amar mi pequeñez y mi pobreza… Huyamos lejos de todo lo que brilla, amemos nuestra pequeñez, amemos no sentir nada, entonces seremos pobres de espíritu y Jesús vendrá a buscarnos, por muy lejos que estemos, nos transformará en llama de amor8».

 

La humildad es, en fin, rebajarse por amor, como Jesús, que lavó los pies de sus discípulos y que decía: «Yo estoy en medio de vosotros como quien sirve» (Lc 22, 27). En el plano humano, se puede ya comprobar: la humildad es una actitud de apertura. Si soy humilde, acepto los consejos, los reproches, acepto recibir algo de los demás. El orgullo es por el contrario una actitud de cerrazón: soy autosu- ficiente, siempre tengo razón, no necesito a nadie. Eso es aún más cierto en la rela- ción con Dios: cuanto más reconocemos que no somos nada por nosotros mis- mos y que dependemos totalmente de la bondad de Dios, más estamos en condi- ciones de recibir su gracia. Con frecuencia, son nuestras faltas de humildad las que impiden que Dios nos colme tanto como quisiera. Veamos lo que escribe a sus hermanas una monja francesa del siglo XVII, Catherine Mectilde de Bar:

«Dios no desea otra cosa que llenarnos de él mismo y de sus gracias, pero nos ve tan llenos de orgullo y de estima de nosotros mismos que eso es lo que le impide comunicarse. Pues si un alma no está fundada en la verdadera humildad, es incapaz de recibir los dones de Dios. Su amor propio los devo- raría y Dios se ve obligado a dejarla en sus pobrezas, en su oscuridad y esteri- lidad, para convencerla de su nada, tan necesaria es esta disposición de humildad».

Alegrémonos pues de todo lo que nos rebaja y nos humilla, exterior o interior- mente, pues todo progreso en humildad nos abre más a los dones del Espíritu y nos hace más capaces de recibirlos.

LA OBEDIENCIA

«Dios ha dado su Espíritu a todos los que le obedecen», dicen los Hechos de los Apóstoles (5, 32). Un Padre del desierto, Abba Mios de Bélos, no duda en afirmar: «La obediencia responde a laobediencia.Cuandoalguien obedece a Dios, Dios también le obedece».

 

Es claro que cuanto más deseemos hacer la voluntad de Dios, tanto más recibiremos la gracia necesaria para cumplirla. Dios concede su Espíritu a quienes están decididos a obedecerle. Dios no niega nada a los que no le niegan nada. Esta obediencia que, por supuesto, no debe proceder del miedo, sino ser inspirada por la confianza y el amor, es también una forma importante de «recep- tividad espiritual». Puede presentar formas muy diferentes: obediencia a la Palabra, a la autoridad de la Iglesia, a tal o cual autoridad humana legítima. Se expresa también al someternos unos a otros por amor, sobre lo que insiste tanto san Pablo: «Estad sujetos unos a otros en el temor de Cristo» (Ef 5, 21). Cada vez que renunciamos a nuestra propia voluntad, de manera libre y por amor de al- guien, eso nos abre a la gracia del Espíritu.

Otro aspecto de la obediencia filial del cristiano es la obediencia interior a las mociones e inspiraciones del Espíritu. La fidelidad a una gracia atrae otras gracias. Cada vez que obedecemos a una inspiración divina, nuestro corazón se dilata y se hace capaz de recibir más gracias. Quiero insistir además en lo que se podría llamar «obediencia a los aconteci- mientos de la vida». No consiste en caer en la pasividad o el fatalismo, sino en acoger con confianza las situaciones que atravesemos, en la certeza de que la Providencia del Padre lo dispone todo para nuestro bien. Esta última forma de obediencia tiene una importancia fundamental. Cuanto más acepto con confianza los sucesos de mi existencia, incluso los que me contra- rían, más recibo la gracia del Espíritu Santo. Dios no permite que me suceda algo sin concederme al mismo tiempo la gracia para vivirlo de manera positiva. Aceptando ese suceso, acojo la gracia que esconde. El consentimiento a todos los aspectos de la existencia es una forma fundamental de receptividad al Espíritu. La vida muestra su coherencia y su belleza cuando se la acepta toda entera.

«Es una experiencia cada vez más fuerte en mí estos últimos tiempos: en mis acciones y sensaciones cotidianas más ínfimas se desliza un atisbo de eter- nidad. No soy la única que está cansada, enferma, triste o angustiada. Lo estoy al unísono con millones de otros a través de los siglos. Todo eso es la vida. La vida es bella y plena de sentido en su absurdo, por poco que se sepa encontrar un lugar para todo y cargar con todo en su unidad. Entonces la vida, de una manera u otra, forma un conjunto perfecto. Cuando se rechazan o se quieren eliminar algunos aspectos, cuando se sigue lo que agrada o el capricho para admitir tal aspecto de la vida y rechazar tal otro, entonces la vida se convierte en algo absurdo. Al perder el conjunto, todo es arbitrario» (Etty Hillesum11).

Esta forma de obediencia nos recuerda las palabras de Jesús a Pedro, cuando se apareció en la ribera del lago de Tiberiades después de la Resurrección:

«En verdad, en verdad te digo: cuando eras más joven te ceñías tú mismo y te ibas adonde querías; pero cuando envejezcas extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras» (Jn 21, 18).

Estas palabras se aplican al martirio de Pedro, pero se las puede entender de manera mucho más general. La vida nos conduce a veces por caminos que no hemos elegido, pero a los que tenemos que conformarnos por amor. Ese consentimiento se convierte entonces en fuente de gracia, de unión con Dios, de experiencia de la presencia del Espíritu Santo que viene en socorro de nuestra debilidad. En su primera epístola, san Pedro se expresa así:

«Alegraos, porque así como participáis en los padecimientos de Cristo, así también os llenaréis de gozo en la revelación de su gloria. Bienaventurados si os insultan por el nombre de Cristo, porque el Espíritu de la gloria, que es el Espíritu de Dios, re- posa sobre vosotros» (1P 4, 13-14).

Podemos comprender estas palabras de manera muy amplia: cada vez que aceptamos, en la fe en Cristo y por su amor, las luchas y dificultades de la vida, el Espíritu Santo reposa sobre nosotros.

LA PRÁCTICA DE LA PAZ INTERIOR

Si queremos estar abiertos a la gracia del Espíritu Santo, tenemos que esforzarnos, en cuanto dependa de nosotros, por conservar la paz interior.

«Procure conservar el corazón en paz; no le desa­sosiegue ningún suceso de este mundo; mire que todo se ha de acabar. No pare mucho ni poco en quien es contra ella o con ella, y siempre procure agradar a su Dios. Pídale se haga en ella su voluntad. Ámele mucho, que se lo debe» (San Juan de la Cruz12).

«He moderado y acallado mi alma», dice el Salmo 130.

Cuanto más tranquilo y abandonado está el corazón, mejor puede recibir la moción, la luz y la ayuda del Espíritu Santo. Por el contrario, turbarse, agitarse, inquietarse nos cierra a la gracia. «Vuestra salvación está en convertiros y en tener calma, vuestra fuerza está en con- fiar y estar tranquilos», dice el profeta Isaías (Is 30, 15). Estemos atentos a este punto importante: solo cuando estamos en paz tene- mos buen discernimiento, vemos claro en las diferentes situaciones a que nos en- frentamos y encontramos buenos remedios a nuestros problemas. Es inevitable pasar por momentos de tempestad, de turbación e inquietud, pero debemos ser bien conscientes de que nuestra percepción de la realidad está entonces condi- cionada por nuestras emociones negativas; hay que esperar que la paz vuelva antes de cambiar cualquier cosa en nuestras resoluciones fundamentales. Mectilde de Bar da este consejo a una de sus hermanas: «Sea fiel en con-servar la paz interior, pues, cuando se la pierde, no se ve ni gota, no se sabe adonde se va13».

VIVIR EL INSTANTE PRESENTE

 

Otra condición importante de receptividad al Espíritu Santo es vivir el momento presente. Cuanto más estamos en el instante presente (evitando volver atrás al pasado y las proyecciones en el porvenir), más en contacto estamos con la realidad, con Dios, con los recursos interiores que nos permiten asumir nuestra vida, más receptivos somos a la acción de la gracia. Los lamentos estériles, rumiar el pasado, las inquietudes por el porvenir nos separan por el contrario de la gracia divina. Si sometemos nuestro pasado a la misericordia de Dios, confiamos nuestro porvenir a su Providencia y hacemos hoy sencillamente lo que se requiere de nosotros, dispondremos de la gracia necesaria un día tras otro.

EL DESPRENDIMIENTO

Para dejar al Espíritu Santo actuar en nosotros, se necesita ir ligero de equipaje y desprendimiento. Tener nuestro corazón libre y desprendido de todo. Si estamos apegados a nuestros planes, nuestros modos de ver, nuestro saber, no dejamos sitio al Espíritu. He oído a sor Elvira, fundadora del Cénacle (una piadosa obra que acoje a jóvenes drogadictos), decir en el curso de una conferencia para sacerdotes: «Estoy siempre dispuesta para hacer en los próximos cinco minutos lo contrario de lo que había previsto». Claro que es necesario tener proyectos, emprender trabajos, pero con un total desprendimiento.

«Que vuestro corazón no sea esclavo de nada. Al formular cualquier deseo, que sea de modo que no sintáis pena en caso de fracaso, mas permanezca vuestro espíritu tan tranquilo como si no hubieseis deseado nada» (Juan de Bonilla, franciscano del s. XVII).

Este desprendimiento nos abre grandemente a la acción del Espíritu.

LA GRATITUD

Esta es otra actitud muy poderosa para atraer la gracia del Espíritu Santo. Así lo asegura santa Teresa de Lisieux:

«Lo que más atrae las gracias del buen Dios, es el reconocimiento, pues si le agradecemos un beneficio, queda tocado y se afana en hacernos otros diez, y si se lo agradecemos con mayor efusión aún, ¡qué multiplicación incalculable de gracias! Lo tengo experimentado: probadlo y veréis. Mi gratitud no tiene límites por todo lo que me da y se lo demuestro de mil maneras14».

Bajo esas frases ligeras y humorísticas, este texto esconde una verdad muy profunda: la gratitud nos abre a los dones de la gracia. No es que haga a Dios más generoso (ya lo es plenamente), sino que nos vuelve más abiertos y receptivos a su amor, nos despega de nosotros mismos para volvernos enteramente hacia él. La gratitud es muy fecunda, porque es la señal de que hemos comprendido y aco- gido realmente el amor de Dios, y nos dispone a recibir más: «Al que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene (que no reconoce lo que ya ha reci- bido) incluso lo que tiene se le quitará», dice Jesús (Mt 13, 12). El amor atrae al amor. La gratitud es una actitud muy eficaz de receptividad, mientras que la ingratitud, la queja, la envidia, la reivindicación nos cierran el cora- zón y nos privan de los dones de Dios. San Bernardo se expresa de manera aná- loga en un comentario del episodio evangélico de los diez leprosos, todos curados por Jesús, pero uno solo, un samaritano, viene a darle gracias:

«Bienaventurado quien, ante cada don de la gracia, se vuelve hacia aquel en quien se encuentra la plenitud de todas las gracias. Si nos mostramos sin ingratitud por los bienes recibidos, preparamos en nosotros un espacio para la gracia, a fin de obtener dones mayores aún. Es la ingratitud, y solo ella, lo que nos impide progresar en nuestro compromiso cristiano, pues el dador, considerando como perdido lo que hemos recibido de él sin reconocimiento, se pone en guardia: sabe que cuanto más diese a un ingrato, más echaría a pura pérdida. Bienaventurado pues quien se considera como un extranjero y que, por los menores beneficios, da gracias largamente15».

 

 

Escuchemos el mismo lenguaje en sor Mectilde de Bar:

«Te conjuro, hija mía, para que ocupes toda tu vida en el amor de humilde reconocimiento, en dar gracias a Dios, en alabarle y bendecirle por todos sus beneficios. Es una santa práctica donde encontré maravillas y aumentos de gracias muy particulares. Dando gracias a nuestro Señor, atraes nuevas bendiciones16».

CONCLUSIÓN

Si tratamos de practicar día tras día las actitudes que acabo de mencionar, estaremos abiertos al Espíritu Santo y él podrá actuar en nosotros. Eso no quiere decir que sentiremos siempre su presencia y su acción, pues con frecuencia son secretas, como ya he dicho, pero los frutos llegarán poco a poco. No se trata por cierto de practicar perfectamente todo lo que he dicho, sino de perseverar, con buena voluntad y sin desanimarse nunca, en esta dirección. Quisiera hacer dos comentarios para terminar.

El primero es este: las actitudes que acabo de describir son características del alma de María; se puede ver con facilidad. La Virgen no ha cesado de practicar, de manera perfecta, cada uno de estos puntos: oración, confianza, humildad, obediencia, paz, desprendimiento, instante presente y gratitud. El último secreto para recibir la abundancia del Espíritu es confiarnos totalmente a la Virgen santa, para que ella nos enseñe sus disposiciones interiores, nos guarde fieles cada día de nuestra vida y supla lo que nos falte. Cuanto más cerca estemos de María, mejor recibiremos al Espíritu Santo. Mi segundo comentario es evidentemente un acto de fe: la confianza también deriva de la fe. La humildad (aceptación de mi pequeñez) es un acto de fe: puedo aceptarme pobre porque pongo toda mi fe en Dios y lo espero todo de Dios y su fidelidad.

La paz se fundamenta en la fe: ¿cómo estar en paz en un mundo incierto, sino porque apoyamos nuestra fe en la victoria de Cristo? Vivir el instante presente es también un acto de fe: pongo en manos de Dios mi pasado y mi porvenir, y creo que Él está hoy conmigo. El desprendimiento es del mismo modo un acto de fe: puedo ser libre y desprendido de todo lo de este mundo, porque sé que el amor de Dios es el bien esencial que nunca me faltará. En cuanto a la gratitud, es también una expresión de nuestra fe en la bondad y fidelidad del Señor. Estos dos comentarios se resumen en uno: la grandeza de María es la gran- deza de su fe. Está llena del Espíritu a causa de su fe, y lo que más desea comuni- carnos es precisamente la fuerza de su fe. Por la fe, se nos comunica toda gracia, todo don del Espíritu, toda bendición divina, como no cesa de afirmar san Pablo. La fe es la esencia de nuestra capacidad de recibir los dones gratuitos de Dios. Se comprende por qué Jesús in- siste tanto en este punto en el Evangelio: «¿Dónde está vuestra fe?» (Lc 8, 25).J. Philippe.

En el Evangelio de hoy Jesús nos da la seguridad de una oración que es contestada: «Les aseguro que todo lo que pidan al Padre, Él se lo concederá en mi Nombre».

Ahora, si Dios no cambia, ¿de qué sirve pedirle algo? Y si Dios es omnisciente, ¿de qué sirve decirle lo que necesitas? El mismo Jesús que nos dijo que pidamos y nuevamente pidamos, también nos dijo que Dios «sabe lo que necesitas antes de preguntarle».

Una forma de aclarar este problema es recordar aquella metáfora bíblica maestra que se refiere a Dios como un padre. Los padres escuchan constantemente las peticiones de sus hijos, solicitudes persistentes, algunas buenas y otras bastante malas; y padres decentes saben lo que sus hijos necesitan mucho antes que les pidan.

Dios realmente sabe todo acerca de todo y, obviamente, es consciente de lo que necesitamos antes que le pedimos; sin embargo, como buen padre, se deleita en escuchar nuestras solicitudes y, como buen padre, no siempre responde de la manera que nos gustaría que lo haga.

Tú, ve y predica. La lectura nos habla del tercer viaje de Pablo, que pasa por las comunidades “animando a los discípulos”. El pasaje se centra en la figura de Apolo, un judío experto en la Escritura y que hablaba muy bien. Aunque no conocía más que el bautismo de Juan, predicaba en las sinagogas sobre Jesús”. Evangelizado por un matrimonio cristiano (Áquila y Prisca) amigos de Pablo, llegó a ser un colaborador muy válido en la evangelización, reconocido también por Pablo.

¿Qué hubiéramos hecho nosotros si se presenta en nuestra comunidad un laico que predica sobre Jesús por libre, tal vez con un lenguaje no del todo ajustado? En Éfeso se encontró con personas colaboradoras de Pablo que le ayudaron a formarse mejor. Y lograron de él un buen catequista.

Los laicos, afortunadamente cada vez más, tienen un papel importante en la tarea de la evangelización encomendada a toda la Iglesia. Es una de las consignas más comprometedora del Vaticano II. Tanto a nivel eclesial como en el más doméstico de nuestro entorno deberíamos saber aprovechar los valores que hay en las personas. El deseo de todo cristiano es que el Reino de Dios progrese en nuestro mundo, sea quien sea el que evangelice y haga el bien, con tal que lo hagan desde la unidad con la Iglesia.

El Padre mismo os quiere

 

El Padre os quiere, porque vosotros me queréis y habéis creído. Y, por eso, está dispuesto a darnos todo lo que tiene. Como todo buen padre. Pero a veces los hijos piden cosas que no son las mejores, incluso cosas que les pueden perjudicar. ¿Cómo pedir al Padre del cielo lo mejor que tiene, que será lo mejor para nosotros? Jesús nos indica cómo tenemos que hacerlo: Si pedís algo al padre en mi nombre, os lo dará.Así lo hace la Liturgia cristiana: Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo…

Pero esto que nos indica Jesús va mucho más allá de una simple fórmula. El nombre de Jesús (Dios salva) se lo puso el Padre e indica no sólo la misión que le fue confiada sino su misma personalidad. Pedir en nombre de Jesús es pedir identificándonos con su persona, con sus sentimientos, con sus palabras, con su manera de actuar para salvarnos. Obviamente, hay cosas que no se pueden pedir en nombre de Jesús.Al orar, podríamos preguntarnos: ¿Esto lo pidió Jesús al Padre alguna vez? ¿Esto lo pediría Jesús? Si pedimos de verdad en nombre de Jesús, seguro que el Padre nos lo concederá, porque será para nuestro bien.

Aunque no sepamos en qué dirección se va a notar la eficacia de nuestra oración, se nos ha asegurado que ya es eficaz. Nos lo ha dicho Jesús: “Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido.

Él reza por nosotros ante el Padre. Siempre me ha gustado esto. Jesús, en su resurrección, tenía un cuerpo hermoso: las heridas de la flagelación, de las espinas, han desaparecido, todas. Los moretones de los golpes, ya no están. Pero Él siempre quiso tener las llagas, y las llagas son precisamente su oración de intercesión al Padre: «Pero… mira… esto te lo pide en mi nombre, ¡mira!». Esta es la novedad que nos cuenta Jesús. Nos dice esta novedad: confiar en su pasión, confiar en su victoria sobre la muerte, confiar en sus llagas. Él es el sacerdote y éste es el sacrificio: sus heridas. Y esto nos da confianza. Nos da el valor de rezar». (Santa Marta, 11 de mayo de 2013)

 

 

Germán de París, Santo

Obispo, 28 de mayo

 

Martirologio Romano: En París, en la Galia, san Germán, obispo, que habiendo sido antes abad de San Sinforiano de Autún, fue llamado a la sede de esta ciudad, donde, conservando el estilo de vida monástico, ejerció una fructuosa cura de almas († 576).

Breve Biografía

Gran parte de su vida la conocemos por el testimonio de su colega el obispo Fortunato que asegura estuvo adornado del don de milagros.

Nació Germán en la Borgoña, en Autun, del matrimonio que formaban Eleuterio y Eusebia en el último tercio del siglo V. No tuvo buena suerte en los primeros años de su vida carente del cariño de los suyos y hasta estuvo con el peligro de morir primero por el intento de aborto por parte de su madre y luego por las manipulaciones de su tía, la madre del primo Estratidio con quien estudiaba en Avalon, que intentó envenenarle por celos.

Su pariente de Lazy con quien vive durante 15 años es el que compensa los mimos que no tuvo Germán en la niñez. Allí sí que encuentra amor y un ambiente de trabajo lleno de buen humor y de piedad propicio para el desarrollo integral del muchacho que ya despunta en cualidades por encima de lo común para su edad.

Con los obispos tuvo suerte. Agripin, el de Autun, lo ordena sacerdote solucionándole las dificultades y venciendo la resistencia de Germán para recibir tan alto ministerio en la Iglesia; luego, Nectario, su sucesor, lo nombra abad del monasterio de san Sinforiano, en los arrabales de la ciudad. Modelo de abad que marca el tono sobrenatural de la casa caminando por delante con el ejemplo en la vida de oración, la observancia de la disciplina, el espíritu penitente y la caridad.

Es allí donde comienza a manifestarse en Germán el don de milagros, según el relato de Fortunato. Por lo que cuenta su biógrafo, se había propuesto el santo abad que ningún pobre que se acercara al convento a pedir se fuera sin comida; un día reparte el pan reservado para los monjes porque ya no había más; cuando brota la murmuración y la queja entre los frailes que veían peligrar su pitanza, llegan al convento dos cargas de pan y, al día siguiente, dos carros llenos de comida para las necesidades del monasterio. También se narra el milagro de haber apagado con un roción de agua bendita el fuego del pajar lleno de heno que amenazaba con arruinar el monasterio. Otro más y curioso es cuando el obispo, celoso que de todo hay por las cosas buenas que se hablan de Germán, lo manda poner en la cárcel por no se sabe qué motivo (quizá hoy se le llamaría «incompatibilidad»); las puertas se le abrieron al estilo de lo que pasó al principio de la cristiandad con el apóstol, pero Germán no se marchó antes de que el mismo obispo fuera a darle la libertad; con este episodio cambió el obispo sus celos por admiración.

 

El rey Childeberto usa su autoridad en el 554 para que sea nombrado obispo de París a la muerte de Eusebio y, además, lo nombra limosnero mayor. También curó al rey cuando estaba enfermo en el castillo de Celles, cerca de Melun, donde se juntan el Yona y el Sena, con la sola imposición de las manos.

Como su vida fue larga, hubo ocasión de intervenir varias veces en los acontecimientos de la familia real. Alguno fue doloroso porque un hombre de bien no puede transigir con la verdad; a Cariberto, rey de París el hijo de Clotario y, por tanto, nieto de Childeberto, tuvo que excomulgarlo por sus devaneos con mujeres a las que va uniendo su vida, después de repudiar a la legítima Ingoberta.

El buen obispo parisino murió octogenario, el 28 de mayo del 576. Se enterró en la tumba que se había mandado preparar en san Sinfroniano. El abad Lanfrido traslada más tarde sus restos, estando presentes el rey Pipino y su hijo Carlos, a san Vicente que después de la invasión de los normandos se llamó ya san Germán. Hoy reposan allí mismo y se veneran en una urna de plata que mandó hacer a los orfebres el abad Guillermo, en el año 1408.

 

 

Te tengo algo mejor, algo que ni siquiera puedes imaginar

Santo Evangelio según san Juan 16, 23-28. Sábado VI de Pascua

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Padre nuestro que estás en el cielo… Padre nuestro… Padre… mi Padre.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Juan 16, 23-28

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo les aseguro: cuanto pidan al Padre en mi nombre, se lo concederá. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa.

Les he dicho estas cosas en parábolas; pero se acerca la hora en que ya no les hablaré en parábolas, sino que les hablaré del Padre abiertamente. En aquel día pedirán en mi nombre, y no les digo que rogaré por ustedes al Padre, pues el Padre mismo los ama, porque ustedes me han amado y han creído que salí del Padre. Yo salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre”. Palabra de Dios.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

He pedido, Señor. He pedido y Tú lo sabes, mas, ¿puedo decir que no he recibido? No lo sé, a veces pienso que sí y otras veces no. Aunque siempre que pasa el tiempo me doy cuenta que no sólo me has dado, sino que has derrochado.

Tantas veces se me olvida que eres Padre y yo soy hijo. Siempre das, pero siendo víctima del tiempo a veces es necesario esperar. No es que no respondas o que no escuches… se necesita paciencia; se necesita fe. Se necesita recordar que soy hijo y que Tú eres Padre… un Padre que me ama de verdad.

Pide y se te dará. Cuando me preguntas qué es lo que quiero pedir me siento poseedor de una oportunidad que no quiero desaprovechar. Tú sabes mis necesidades; sabes mis inquietudes, pues siempre estás pendiente. Pide y se te dará…, ¿qué te pido, Señor? ¿Qué te pido que no hayas percibido?

Te he pedido y en ocasiones has contestado inmediatamente… Te he pedido y en ocasiones me has recomendado esperar. Te he pedido y casi siempre me dices: «te tengo algo mejor… algo que ni siquiera puedes imaginar».

Hoy te pido la gracia de saberme hijo, tu hijo. Creo que sabiendo de verdad esto lo demás… puede esperar.

«La oración auténtica es un salir de nosotros mismos hacia el Padre en nombre de Jesús, es un éxodo de nosotros mismos que se realiza precisamente con la intercesión de Jesús, que ante el Padre le muestra sus llagas. Todo esto nos da confianza, nos da la valentía de rezar, porque sus heridas nos han curado. Éste es el nuevo modo de rezar: con la confianza, con la valentía que nos da la certeza de que Jesús está ante el Padre y le muestra sus llagas; pero también con la humildad para reconocer y encontrar las llagas de Jesús en sus hermanos necesitados. Ésta es nuestra oración en la caridad». (Homilía de S.S. Francisco, 11 de mayo de 2013, en santa Marta).

 

 

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Rezar un misterio del rosario pidiéndole a María que nos conceda la gracia de sabernos hijos de Dios y pidamos todo al Padre en el nombre de Jesús.

 

 

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

Exigencia y cariño, una receta segura

Sólo cuando se ama verdaderamente a los hijos se llega a conocer la imperiosa necesidad de ser exigentes con ellos

 

 

Sólo cuando se ama verdaderamente a los hijos se llega a conocer la imperiosa necesidad de ser exigentes con ellos, para que aprendan a querer, a adquirir virtudes y a discernir principios y valores.

Estas dos actitudes: exigencia y cariño son dos elementos difíciles de resolver en toda familia, pero son esenciales para la formación de los hijos.

Debo exigir, pero siempre con cariño.

¿Cuando debo exigir? ¿En que cosas? Si exijo, ¿disminuirá el cariño y el afecto de mi hijo? ¿Sabrá comprenderme, entenderme?

Estas y otras preguntas pueden asaltarnos y llenarnos de dudas a la hora de exigir. Esto es lógico que ocurra, por lo que se hace necesario que nuestro exigir esté asentado en actitudes justas.

 

 

Actitudes y razones que debo estar siempre dispuesto a explicar, a exponer el porqué de la exigencia.

Jamás de los jamases debe haber tras la exigencia una postura caprichosa, una postura que no tenga una razón de ser.

Como padres debemos recordar que ambos elementos, exigencia y cariño, se encuadran dentro del proceso de ser padres educadores, y que estamos obligados a ello por ser responsables de haberles dado la vida. Vida que debe ser formada para lograr que sean personas con capacidad para desempeñarse en la vida, para desempeñarse en el mundo.

Entre las reglas que según Bill Gates hay que enseñarle a los chicos de hoy hay una en la que les dice que antes de que ellos nacieran, los padres no eran tan aburridos.

Los padres se volvieron aburridos cuando empezaron a ser menos exigentes, cuando empezaron a pagar los gastos caprichosos de los chicos, cuando se los complacía comprando ropa de marca y lo peor es cuando tuvieron que escuchar, hablar y aguantar de las nuevas ondas cuando ya era adolescente.

 

 

Ondas que defendían la ecología, lo natural, la libertad sin límite, la limpieza, vaya a saber uno de que limpieza.

Eran adolescentes que antes de empeñarse con sus ideas ecologicas y querer limpiar lo que está contaminado, había que haber empezado a enseñarle por limpiar las cosas de su propia vida. Empezando por su propia habitación.

Educar significa “acompañar en el camino”.

Ahí está resumida la misión de ser padres: facilitar todos los medios para que aprendan como deben comportarse en ese arduo y duro diario vivir.

Educar también significa “sacar de adentro”.

Los padres deben facilitar que sus hijos hagan florecer desde su interior todas las posibilidades que están en su ser, tanto en lo intelectual como en lo espiritual, en lo social, en lo afectivo, en lo físico, etc.

No puede haber cariño sin exigencias……ni exigencias sin cariño. Porque en los hechos, si verdaderamente amamos a nuestros hijos, sabemos que necesitamos exigir para que el proceso formador pueda desarrollarse y dar frutos.

¿Cuando obtendremos la mejor respuesta de nuestros hijos?

 

 

Cuando perciban que la primera exigencia para el logro de estos objetivos la tenemos con nosotros mismos.

Nada podemos exigirles que no vean que sus padres son los primeros en hacerlo. No pretendáis que no fumen, si ven que el padre o la madre fuman.

No pretendáis que sean ordenados si lo que ven a su alrededor es desorden.

Uno puede exigir, si primero se es exigente con uno mismo.

Cada día es más frecuente la cantidad de familias que se rompen.

Los hijos que ven trocear su familia es el mayor daño que unos padres pueden hacerles a sus hijos.

Una familia que se trocea, que se destruye, es el peor ejemplo para hablar de exigencia y cariño. Una familia que se destruye es el ejemplo en vivo y en directo de la falta de amor y de exigencia.

Muchos son los padres que ignoran el daño formativo que clavan en la vida de sus hijos, cuando ven que su padre y su madre, no se exigen a sí mismos, el seguir siendo padre y madre que se aman, es decir que prescinden de actuar como hombre y como mujer. Aquellos que ponen por delante el seguir siendo padres, se exigen a si mismos ser testimonio del amor de seguir siendo padres para el bien de sus hijos.

 

 

Si no lo hacen, no nos quejemos después de los modelos de familia que por ahí se irán creando.

El autentico modelo de familia, el modelo de familia que lleva a la felicidad, es aquella asentada en un hombre que es hombre y en una mujer que es mujer que asumen amándose la responsabilidad de ser padres.

Así será como nacerán familias sólidas, armónicas en las cuales su miembros se amaran, se respetarán y se honrarán.

Y podrán seguir desparramando cariño, exigiendo.

 

 

Una pandereta como símbolo de la alegría de Bahía y del Evangelio

El Papa Francisco recibió en audiencia a los prelados de la Región Nordeste 3 de Brasil.

 

¡Una pandereta como símbolo de la alegría de Bahía y del Evangelio! Este fue el regalo «original» que los prelados de la Región Nordeste 3 de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil ofrecieron al Papa Francisco al final de su visita ad limina Apostolorum, es decir a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo. El Pontífice no sólo sonrió al recibir el instrumento, sino que se arriesgó a hacer algunos movimientos.

La Región Nordeste 3 está formada por los Estados de Bahía y Sergipe, que suman 17 millones de habitantes. Alrededor del 65% de los bahianos se declaran católicos, mientras los de Sergipe alcanzan el que el 77%.

Para el presidente de esta Región Nordeste 3, monseñor João Cardoso, obispo de la diócesis de Bom Jesus da Lapa, la audiencia con el Santo Padre fue «el punto más alto de esta visita» que comenzó el pasado lunes 23 de mayo. Y afirmó:

“Nos sentimos confirmados en la fe y en nuestra misión apostólica con el magisterio del Santo Padre. Y así se lo expresamos”.

Y los motivos de gratitud son múltiples: la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, las encíclicas Laudato si’ y Fratelli tutti, y el Sínodo sobre la Amazonía.

“Subrayamos al Papa la importancia de la doctrina y, sobre todo, su protagonismo a favor de la paz en el mundo. El acto solemne de consagración de la humanidad, en particular de Rusia y Ucrania, al Corazón Inmaculado de María ha tenido un eco muy positivo en nuestras iglesias”.

Asimismo los obispos compartieron con Francisco los retos que afronta su región, marcados por la crisis económica como consecuencia de la pandemia y el avance de las sectas pentecostales. También hablaron del medio ambiente y de las inundaciones que afectaron a Bahía y de la solidaridad mostrada incluso a nivel internacional.

Por otra parte se mencionaron los fenómenos posmodernos que afectan a la Iglesia, como el secularismo, el fundamentalismo, el extremismo y el relativismo, así como el reto de anunciar el Evangelio en la cultura digital. El obispo João destacó la situación que se da en las redes sociales en cuanto a cierta predicación por internet. Y se mencionaron la crisis antropológica, el desprecio por la vida humana, la corrupción y la permanente inestabilidad política.

“El Papa nos recibió con gran fraternidad, con gran alegría, mostrando gran simpatía por el camino de la Iglesia en Brasil y, de manera especial, en la Región Nordeste 3. Que esta visita ad Limina nos ayude a crecer en la comunión y en la unidad, en el espíritu de la sinodalidad, deseado por el Papa y ya recomendado por el Concilio Vaticano II y por el Papa Pablo VI”.

Al final de la visita, el obispo de Juazeiro, monseñor Carlos Alberto Breis Pereira y el obispo de Feira de Santana, monseñor Zanoni Demettino, ofrecieron al Papa una pandereta como «signo de la alegría de Bahía y del Evangelio», además de una imagen de San Francisco durmiendo, que «representa los sueños de la Iglesia de Francisco».

 

 

El don de la Piedad

Los dones del Espíritu Santo y la oración. El Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y los demás.

 

 

Para una buena oración ayudan mucho las actitudes del corazón. Una de estas actitudes es la del hijo, y es la que vamos a reflexionar ahora a la luz del don de la piedad.

¿Qué es un corazón filial? A veces uno encuentra almas de verdad «filiales». En la vida, significa una persona muy a gusto con sus papás, atenta, agradecida, considerada, «que se siente como en casa» junto a ellos. Por el contrario, entendemos lo triste que es carecer del buen corazón filial, el hijo malagradecido o sencillamente egoísta.

¿Cómo tener un corazón filial con Dios?

 

En la vida espiritual, la persona con corazón filial tiene una relación muy «fresca» con Dios, muy abierta a Él, confiada en Él. Esta persona también disfruta acudir con la Santísima Virgen María. Se siente hijo de la Iglesia, del Papa. Si pertenece a una congregación religiosa, vive una relación confiada con los superiores. Normalmente un alma así tiene una vida de oración fervorosa, y se palpa la presencia del don de la piedad.

Y en relación a nosotros, ¿cómo puede ser nuestro corazón filial delante de Dios? Ya somos hijos de Dios por el bautismo. Al designar a Dios con el nombre de «Padre», la revelación acoge la experiencia de la paternidad y maternidad humanas para revelar quién es Dios Padre. Más aún, Dios transciende también la paternidad y la maternidad humanas, con sus valores y fallos. Nadie es padre como lo es Dios. Y nadie es huérfano de Dios.

¿Qué es el don de piedad?

El don de la piedad perfecciona esta experiencia de la fe. El Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos. La ternura como actitud sinceramente filial para con Dios se expresa en la oración. La experiencia de la propia pobreza existencial, del vacío que las cosas terrenas dejan en el alma, suscita en el hombre la necesidad de recurrir a Dios para obtener gracia, ayuda, perdón. El don de la piedad orienta y alimenta dicha exigencia, enriqueciéndola con sentimientos de profunda confianza para con Dios, experimentado como Padre providente y bueno. (Cfr. Juan Pablo II, 28 de mayo de 1989). Santo Tomás lo explica así: «los dones del Espíritu Santo son ciertas disposiciones habituales del alma que la hacen ser dócil a la acción del Espíritu Santo. Ahora bien: entre otras mociones del Espíritu Santo, hay una que nos impulsa a tener un afecto filial para con Dios, según expresión de Rom 8,15: Habéis recibido el Espíritu de adopción filial por el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre!» (ST II II 121 1).

 

 

Frutos de la piedad

Esta moción nos permite «sentir» a Dios como Padre buenísimo y amoroso casi de modo inmediato, se podría decir con «una primariedad sobrenatural». El corazón se dilata de amor y de confianza para con Dios. La oración ya no es la búsqueda penosa de un ausente, sino el despertarnos a la mirada amorosa del Presente: un Dios que ya está esperándonos en la oración, escudriñando nuestro corazón, el padre que «ve en lo secreto y recompensará». Es cierto que muchas veces entrar en la presencia de Dios necesita un trabajo nuestro, y debemos hacerlo. Con el ejercicio de la virtud, se hace más fácil, pronto. Pero cuando el Espíritu Santo nos dona la piedad podemos espontáneamente aclamar «Abba». Los ejercicios de piedad dejan de ser una carga pesada y se hacen una verdadera necesidad del alma, un suspiro del corazón hacia Dios. Incluso cuando la sequedad turba la facilidad sensible de la comunicación con Dios, el don de la piedad es capaz de recibir esta privación penosa con paciencia, y aun con alegría, porque viene de un Padre que no se oculta sino para que el alma le busque. Y, como no desea sino darle gusto, goza en padecer por Él. Así Cristo en medio de oración sufrida en Getsemaní no dejó de decir «Abba. Padre»

Pidamos este don al Padre, pidiéndole que escuche la oración de Jesucristo mismo: «Rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito» (Jn 14, 16).

 

 

Ven Espíritu Creador

Los dones del Espíritu Santo y la oración. Antes de pedir sus dones, suplicamos que venga Él mismo.

 

 

Ven Espíritu Creador

«Ustedes. recibieron un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza porque no sabemos orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.» (Rom 8, 15. 26)

«Nosotros no sabemos orar»: Las palabras de San Pablo a los fieles de la primitiva comunidad cristiana de Roma todavía consuelan a todos los que quisiéramos entrar en una profunda comunicación y comunión con el Señor y topamos con nuestra impotencia. «El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza», asegura el Apóstol. ¿Cómo podemos alcanzar, descubrir y colaborar con esta acción del Espíritu en favor de nuestra oración?

¡Ven Espíritu Santo!

Primero de todo, imploremos al Espíritu Santo. Antes de pedir sus dones, suplicamos que venga Él mismo. Él en persona es el Don más valioso, el «don de Dios altísimo». Cada mañana en mi comunidad, como en tantas otras comunidades religiosas de la Iglesia, iniciamos la oración personal invocando juntos al Espíritu Santo. Con el canto del «Veni Creator Spiritus», pedimos al Espíritu Creador que venga a las almas «de los tuyos». Bajo el ritmo de las notas musicales gregorianas, gozamos de saber que Él nos tiene como los suyos pues nos ha creado y nos conoce profundamente. Le pedimos que venga a elevar nuestras almas – las suyas – a un nivel superior.

Somos templo de Dios

El siervo de Dios Pablo VI en una homilía memorable, el 25 de mayo de 1969, dentro del contexto del despertar carismático del posconcilio, convocó a los estudiantes eclesiásticos de Roma para hablar de esta venida del Espíritu Santo:

«El primer campo de la efusión vivificadora del Espíritu Santo es el de cada una de las almas,… de nuestro yo: en esa profunda celda de la propia existencia, misteriosa incluso para nosotros mismos, entra el soplo del Espíritu Santo. Se difunde en el alma con el primer y gran carisma que llamamos gracia, que es como una nueva vida, y rápidamente la habilita para realizar actos que superan su nivel natural, por las virtudes sobrenaturales; se expande en la red de la psicología humana con impulsos de acciones fáciles y fuertes, que llamamos dones; y la llena de efectos espirituales estupendos, que llamamos frutos del Espíritu… Así nuestro ser humano, incluido el cuerpo, llega a ser morada y templo de Dios… No digo más. Lo que sobretodo les recomiendo, hermanos queridísimos, es esto: que den una importancia suma a este misterio del Espíritu Santo que en nosotros habita, inspira, vivifica, santifica…. El valor místico efectivo depende de la posesión personal de este misterio.»

 

 

Lo primero en la oración es pedir el don del Espíritu Santo

Entonces, lo primero en nuestra oración es pedir el don del Espíritu Santo mismo que «inspira, vivifica, santifica…» Luego, volviendo a las ideas de nuestro canto matutino, roguémosle que nos encienda un fuego interior, que por su acción las luces y mociones fluyan como agua de una fuente viva, que su presencia en nuestras almas anhelantes de oración sea un «santo ungüento espiritual». Que con sus siete dones enriquezca las palabras que dirigimos a Dios, ilumine nuestros sentidos con luz celestial para penetrar los misterios divinos, inunde de amor lo más íntimo de nuestros corazones y fortalezca nuestra voluntad débil para adherirnos a la suya. Que en la paz de un corazón que reposa en su Señor, salvo de todo peligro, Él nos revele al Padre y al Hijo.

 

 

A partir de este Don primero, podemos considerar el papel de cada uno de los sietes dones. Esto lo haremos a lo largo de toda esta semana, en preparación para Pentecostés.

 

 

Flor del 28 de mayo: María, Reina de los apóstoles

 

 

Meditación: “Pondré enemistad entre ti (satanás) y la Mujer (María), entre tu linaje y el suyo; y Ella te aplastará la cabeza” (Génesis 13,15). El apostolado ha de hacerse en lucha contra el diablo y los suyos, lo que origina persecuciones a toda la Iglesia, tanto en su cuerpo como en cada familia o individualmente. Somos los apóstoles que San Luis de Montfort señaló para este tiempo, que sólo dispone el Eterno. Sin embargo, la Reina y Capitana del pueblo de Dios dará la victoria a sus seguidores leales que la obedezcan y perseveren en el combate.

 

 

Oración: ¡Oh María Reina de los apóstoles!. Tú que haz enseñado, protegido y alentado a los apóstoles de todos los siglos, haz que seamos soldados leales y valientes de tu ejército, siendo apóstoles de tu Divino Hijo y propagando los mensajes del Reino, para que todos lleguemos al Cielo, con el Triunfo de tu Corazón Inmaculado y la vuelta de Cristo Resucitado. Amén.

Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día: Comprometerse a ser un fiel soldado de María, Capitana del ejercito de Jesús. Colocar los deseos de Dios por encima de las necesidades propias, con María como puente seguro y firme frente a las preocupaciones de cada día.

 

 

San Germán, el patrono de París

Su madre intentó abortarlo, su tía lo quiso envenenar pero Dios tenía previsto que san Germán de París hiciera muchos milagros en vida

 

 

San Germán de París nació en el año 496. Su madre había intentado abortar y su infancia no fue fácil. Una tía suya lo intentó envenenar dos veces para favorecer a un primo.

Destacó por su amor por los pobres y su piedad. Fue ordenado sacerdote y luego abad. Era tan generoso que los monjes de su monasterio se rebelaron por temor a que lo donara todo y ellos se quedaran sin nada.

En el año 555 fue consagrado obispo de París. Trabajó en favor de la paz, para que los nobles no causaran guerras, y convenció al rey para que erradicara prácticas paganas. Contuvo los excesos que se producían en las fiestas cristianas.

Pronto fue famoso por los muchos milagros que obraba.

Murió el 28 de mayo en el año 576. Sus restos se veneran en la abadía de Saint Germain-des-Prés en París.

Santo patrón

San Germán de París es patrono de París.

Oración

¿Quién no se llenará la admiración ante ti?
Tú eres firme protección, refugio seguro,
intercesión vigilante, salvación perenne, auxilio eficaz,
socorro inmutable, sólida muralla, tesoro de delicias,
paraíso irreprensible, fortaleza inexpugnable, trinchera protegida,
fuerte torre de defensa, puerto de refugio en la tempestad,
sosiego para los que están agitados, garantía de perdón para los pecadores,
confianza de los desesperados, acogida de los exiliados,
retorno de los desterrados, reconciliación de los enemistados,
ayuda para los que han sido condenados,
bendición de quienes han sufrido una maldición, rocío para la aridez del alma,
gota de agua para la hierba marchita, pues, según está escrito,
por medio de ti nuestros huesos florecerán como un prado.
Amén.