Permítanme darles algo más de Aquino, y sé que es desconcertante, y sé que es un poquito problemático, pero es justo para este punto, y es bastante interesante. Tomás dice, “Algunas veces Dios permite incluso hasta el pecado para permitir que afloren ciertas virtudes”. Su ejemplo, “sin la crueldad del tirano, no existiría el temple del mártir”.

Piensen en todos los mártires que fueron asesinados por tiranos terribles. Bueno, sé que suena raro de decir, pero sin la maldad de los tiranos, no hubieran visto esa virtud. Les daré un ejemplo particular real. Maximiliano Colbert, piensen en el gran santo de Auschwitz. En todo su poder y gloria espiritual, el simple hecho de que sin la opresión de Hitler, no hubiera habido un Maximiliano Colbert. ¿Permite Dios algunas veces —sé que es espantoso decirlo, y no siempre lo vemos, les estoy dando ese único ejemplo, pero típicamente no lo vemos claramente— pero permite Dios algunas veces que la cizaña se envuelva sobre el trigo para sus propósitos? Ahora, nada de esto tiene el designio de dar una respuesta clara. Este es el problema del mal, y aquí está cómo lidiar con él con los pasos 1, 2 y 3. No, es una historia que echa luz sobre diferentes aspectos de este problema tan espinoso. Así que denle una mirada esta semana. Saquen tal vez sus Biblias, vayan a Mateo capítulo 13 y encuentren esta parábola, y piensen en sus propias batallas contra la maldad y contra el pecado a la luz de lo que nos está diciendo aquí el Señor.

Matthew 13:24-43

Amigos, el Evangelio de hoy nos presenta una de las parábolas de Jesús más amadas: la referida a la semilla de mostaza. “El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas”.

¿Cómo es que Dios trabaja? ¿Cómo es la construcción del Reino? De lo muy pequeño a lo muy grande, y por medio de un proceso lento y gradual. Dios tiende a trabajar bajo el radar, al margen de las cosas, en silencio, clandestinamente, sin llamar la atención.

En la Ciudad de Dios, San Agustín escribió que la Iglesia es como el Arca de Noé, un barco que va a los saltos en los mares agitados de la historia. A medida que los grandes imperios van y vienen, a medida que las olas de la historia chocan ruidosamente contra la orilla, el reino de Dios avanza silenciosamente, desapercibido, pero inevitablemente.

En una de mis imágenes favoritas C.S. Lewis habla de este principio. ¿Cómo, se pregunta, entró Dios en la historia? En silencio, en un rincón olvidado del Imperio Romano —a escondidas, por así decirlo, detrás de las líneas enemigas. 

El signo que Jesús promete es su misericordia, la que ya pedía Dios desde hace tiempo: misericordia quiero, y no sacrificios». Así que «el verdadero signo de Jonás es aquél que nos da la confianza de estar salvados por la sangre de Cristo. Hay muchos cristianos que piensan que están salvados sólo por lo que hacen, por sus obras. Las obras son necesarias, pero son una consecuencia, una respuesta a ese amor misericordioso que nos salva». Las obras solas, sin este amor misericordioso, no son suficientes. Por lo tanto «el síndrome de Jonás afecta a quienes tienen confianza sólo en su justicia personal, en sus obras». Pero hay más: «El síndrome de Jonás nos lleva a la hipocresía, a esa suficiencia que creemos alcanzar porque somos cristianos limpios, perfectos, porque realizamos estas obras, observamos los mandamientos, todo. Una grave enfermedad, el síndrome de Jonás». Mientras que «el signo de Jonás» es «la misericordia de Dios en Jesucristo muerto y resucitado por nosotros, por nuestra salvación».

(Homilía Santa Marta, 14 octubre 2013)

Chárbel Makhluf, Santo

Memoria Litúrgica, 24 de julio

Gran amante de la Eucaristía y de la Virgen Santísima

Martirologio Romano: San Sarbelio (José, Charbel) Makhluf, presbítero de la Orden de los Maronitas Libaneses, que, por amor a la soledad y para alcanzar la más alta perfección, dejó el cenobio de Annaya, en el Líbano, y se retiró al desierto, en el que sirvió a Dios día y noche, viviendo con gran austeridad, ayunando y orando (1898).

Breve Biografía

Youssef (José) nació el 8 de mayo de 1828 en un pequeño poblado del Líbano llamado Biqa-Kafra. Era el quinto hijo de Antonio Makhlouf y Brígida Choudiac, sencillos campesinos llenos de fe. Dos de sus tíos maternos eran monjes en el monasterio de Quzhaya que distaba una hora de camino desde Biqa-Kafra. José los visitaba con frecuencia y se quedaba con ellos ayudando en los oficios divinos, participando en sus oraciones y cantos y escuchando sus sabios consejos.

Tenía veintitrés años cuando dejó casa y familia para entrar al monasterio de Nuestra Señora de Mayfouk de la orden maronita libanesa. Al recibir el hábito de novicio cambió su nombre por el de Chárbel, nombre de un mártir de la iglesia de Antioquía que murió en el año 107 bajo el imperio de Trajano. Cuando su madre y su tío se enteraron de su decisión, se dirigieron inmediatamente a buscarlo al monasterio tratando de convencerlo de que regresara.

Finalmente, Brígida, también convencida de la vocación de su hijo, le dijo: Si no fueras a ser buen religioso te diría: ¡Regresa a casa! Pero ahora sé que el Señor te quiere a su servicio. Y en mi dolor al estar separada de tí, le digo resignada: ¡Que Dios te bendiga, hijo mío, y que haga de ti un santo…!

Desde joven había desarrollado una intensa vida interior y de oración que durante sus años de monje había madurado. Pronto se despertó en él la vocación por la vida eremítica que, de acuerdo con la tradición cristiana, se debe hacer viviendo en soledad. Se retiró a la ermita de San Pedro y San Pablo en Gebel an Nour (Montaña de la Luz) que tenía sólo dos habitaciones pequeñísimas y un oratorio también estrechísimo. Comenzó esta vida más austera en el año 1875 y la llevó durante veintitrés años. Se ejercitaba en diversas mortificaciones y en la oración continua; dormía sobre el suelo y comía una sola vez al día. Ordinariamente oficiaba la misa hacia el mediodía de tal forma que pasaba la mañana preparándose para el Santo Sacrificio y la tarde dando gracias a Dios. Vivía en el más absoluto retiro, del que sólo salía para atender alguna necesidad pastoral.

El 16 de diciembre de 1898 estaba celebrando la misa hacia las once de la mañana, cuando le sobrevino un ataque de parálisis en el momento de la consagración. Murió el 24 de diciembre y sus restos reposan en el monasterio de San Maron, actual meta de peregrinaciones y milagros incesantes. Fue canonizado el 9 de octubre de 1977 por el papa Pablo VI.

Te pido una señal…

Santo Evangelio según san Mateo 12, 38-42. Lunes XVI del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, ¿cómo puedo interesarme más por ti en un mundo que poco me habla de Ti? Tengo deseos, pero no encuentro muchos caminos para saciarlos. ¿Qué me queda hacer? Pedirte la gracia simplemente y ofrecerte nuevamente mi corazón. Llévame hacia ti.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 12, 38-42

En aquel tiempo, le dijeron a Jesús algunos escribas y fariseos: “Maestro, queremos verte hacer una señal prodigiosa”. Él les respondió: “Esta gente malvada e infiel está reclamando una señal, pero la única señal que se le dará, será la del profeta Jonás. Pues de la misma manera que Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre de la ballena, así también el Hijo del hombre estará tres días y tres noches en el seno de la tierra. Los habitantes de Nínive se levantarán el día del juicio contra esta gente y la condenarán, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay alguien más grande que Jonás. La reina del sur se levantará el día del juicio contra esta gente y la condenará, porque ella vino de los últimos rincones de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien más grande que Salomón”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Te pido una señal, Señor, pero en realidad no sé qué es lo que pido. Cuando te pido felicidad, me olvido del camino que me podría llevar a ella. Cuando te pido gozo, me olvido que quizá tendré que andar por el crisol. Cuando te pido paz, me olvido que quizá tendré que renunciar a lo que me la quita. Es extraño el camino de la cruz, pero aquellos que lo han recorrido, testimonian su plenitud.

Dame una señal. Muéstrame un prodigio. Estaré dispuesto a recibir con corazón abierto lo que Tú me quieras dar. No te pido que se haga mi voluntad, sino la tuya. Yo confío en ti, seguiré el camino que me muestres. ¿Será doloroso? Señor, si Tú me lo muestras, lo andaré con confianza. ¿Me cuesta aún confiar? Te pido la confianza y te pido la gracia de atreverme a dar siquiera el primer paso, en la dirección que me señales.

Señor, los fariseos te pedían una señal. Jamás se imaginaron que les sería dada la más grande: tu resurrección. Yo estaré abierto a las señales que me quieras regalar. Sean sencillas, sean difíciles de acoger, las buscaré, las recibiré y con todo lo que soy y tu gracia, las sabré agradecer.

«Cuándo y cuál… Siempre nos mueve la curiosidad: se quiere saber cuándo y recibir señales. Pero esta curiosidad a Jesús no le gusta. Por el contrario, él nos insta a no dejarnos engañar por los predicadores apocalípticos. El que sigue a Jesús no hace caso a los profetas de desgracias, a la frivolidad de los horóscopos, a las predicaciones y a las predicciones que generan temores, distrayendo la atención de lo que sí importa. Entre las muchas voces que se oyen, el Señor nos invita a distinguir lo que viene de Él y lo que viene del falso espíritu. Es importante distinguir la llamada llena de sabiduría que Dios nos dirige cada día del clamor de los que utilizan el nombre de Dios para asustar, alimentar divisiones y temores».

(Homilía de S.S. Francisco, 13 de noviembre de 2016).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy aceptaré la voluntad de Dios, aunque no concuerde con lo que yo quiero.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

El juicio erróneo

La persona humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia. Si obrase deliberadamente contra este último, se condenaría a sí mismo.

Pero sucede que la conciencia moral puede estar afectada por la ignorancia y puede formar juicios erróneos sobre actos proyectados o ya cometidos.

Esta ignorancia puede con frecuencia ser imputada a la responsabilidad personal. Así sucede ‘cuando el hombre no se preocupa de buscar la verdad y el bien y, poco a poco, por el hábito del pecado, la conciencia se queda casi ciega’ (GS 16). En estos casos, la persona es culpable del mal que comete.

El desconocimiento de Cristo y de su Evangelio, los malos ejemplos recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la pretensión de una mal entendida autonomía de la conciencia, el rechazo de la autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta de conversión y de caridad pueden conducir a desviaciones del juicio en la conducta moral.

Si por el contrario, la ignorancia es invencible, o el juicio erróneo sin responsabilidad del sujeto moral, el mal cometido por la persona no puede serle imputado. Pero no deja de ser un mal, una privación, un desorden. Por tanto, es preciso trabajar por corregir la conciencia moral de sus errores.
La conciencia buena y pura es iluminada por la fe verdadera. Porque la caridad procede al mismo tiempo ‘de un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera’ (Hch 24, 16).
Cuanto mayor es el predominio de la conciencia recta, tanto más las personas y los grupos se apartan del arbitrio ciego y se esfuerzan por adaptarse a las normas objetivas de moralidad.

El valor de ser mujer

Publicamos las palabras de SS Benedicto XVI y el artículo escrito por monseñor Rodrigo Aguilar Martínez sobre el Día Internacional de la Mujer.

Benedicto XVI abogó por una mayor valoración de la mujer para conmemorar el Día Internacional de la Mujer

Tras rezar el Ángelus con miles de fieles congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano, el Santo Padre invitó «a reflexionar sobre la condición de la mujer y a renovar el compromiso para que siempre y en todo lugar cada persona pueda vivir y manifestar en plenitud sus propias capacidades, obteniendo pleno respeto por su dignidad».

El pontífice recordó que ésta es la enseñanza del Concilio Vaticano II y del magisterio de los papas, en particular la carta apostólica Mulieris dignitatem < de siervo de Dios Juan Pablo II (15 de agosto de 1988).

«Ahora bien –reconoció–, los testimonios de los santos tienen más valor que los documentos; y nuestra época ha tenido el de la Madre Teresa de Calcuta: humilde hija de Albania, convertida, por la gracia de Dios, en ejemplo para todo el mundo en el ejercicio de la caridad y en el servicio de la promoción humana».

Al mismo tiempo, exclamó, «¡Otras muchas mujeres trabajan cada día, en lo escondido, por el bien de la humanidad y por el Reino de Dios!».

Por este motivo, concluyó asegurando su oración «por todas las mujeres para que sean cada vez más respetadas en su dignidad y valoradas en sus positivas potencialidades».

Artículo de Mons Rodrigo Aguilar

El 8 de marzo, desde hace casi un siglo, se celebra el Día internacional de la mujer. Dios ha creado al ser humano como varón y mujer: iguales en dignidad y diferentes no para pelearse, sino para complementarse.

Cristo Jesús -Camino, Verdad y Vida- nos enseña actitudes concretas en la relación con la mujer: «En una época de marcado machismo, la práctica de Jesús fue decisiva para significar la dignidad de la mujer y su valor indiscutible.» (Documento de Aparecida, 451). «La figura de María, discípula por excelencia entre discípulos, es fundamental en la recuperación de la identidad de la mujer y de su valor en la Iglesia.» (Id).

Sin embargo mucho falta en nuestra cultura para que la valoración de la mujer no quede sólo en el discurso y en la celebración de un día, sino que sea parte de la realidad de todos los días. Nuestra cultura sigue siendo machista, con muy variadas manifestaciones de violencia y marginación contra la mujer; por otra parte, con frecuencia se descargan en ella muchos deberes que han de ser compartidos.

Invito a usted a renovar actitudes y acciones concretas, en los diferentes ámbitos en que nos movamos, para reconocer y valorar la dignidad y la participación de la mujer en la familia, en la sociedad, en la Iglesia. En breves pero sustanciosos números, el Documento de Aparecida (451-458) nos ofrece aportaciones en este sentido: «La sabiduría del plan de Dios nos exige favorecer el desarrollo de la identidad femenina en reciprocidad y complementariedad con la identidad del varón.

Por eso, la Iglesia está llamada a compartir, orientar y acompañar proyectos de promoción de la mujer con organismos sociales ya existentes, reconociendo el ministerio esencial y espiritual que la mujer lleva en sus entrañas: recibir la vida, acogerla, alimentarla, darla a luz, sostenerla, acompañarla y desplegar su ser de mujer, creando espacios habitables de comunidad y de comunión.» (Aparecida, 457).
De hecho en nuestra historia familiar, personal y social, la mujer ha ocupado un lugar valioso e insustituible. El «genio femenino», al que se refería el Papa Juan Pablo II, se ha desplegado con gracia, delicadeza y eficacia: que los varones sepamos agradecerlo, acogerlo y promoverlo; que las mujeres sepan reconocerlo, defenderlo y cultivarlo.

Con respetuoso afecto envío la bendición sobre usted, mujer; y también sobre usted, varón, para revalorar los beneficios de la mujer en su vida.

Monseñor Rodrigo Aguilar Martínez, obispo de Tehuacán

San Chárbel, primer santo del Líbano y popular por su bálsamo milagroso

Chárbel Makhlouf fue un monje y sacerdote católico de rito maronita, al que Dios dio el don de sanar enfermos

Chárbel (Sarbelio) Makhlouf nació en Begakafra (Líbano) el 8 de mayo de 1828. Su nombre oficial era Youssef Antoun (José Antonio).

Su padre murió cuando él tenía 3 años y su madre se casó de nuevo con un hombre que después sería monje maronita (en el rito maronita los varones pueden ser sacerdotes estando casados).

En 1851 ingresó como novicio en el monasterio maronita de Mayfouq y se impuso el nombre de Chárbel. Pasó al monasterio de Kfifane y tuvo como confesor a san Nimatullah Al-Hardini.

Posteriormente fue al monasterio de Annaya, donde hizo los votos solemnes y luego fue ordenado sacerdote en 1859. Allí vivió hasta su muerte, como ermitaño, el 24 de diciembre (Nochebuena) de 1898.

San Chárbel destacó por su intensa vida de oración y sacrificio, por su amor a Cristo, por su predicación y por su don de sanar enfermos. Una vez fallecido, son miles las personas en todo el mundo que atribuyen una curación a este santo taumaturgo.

Sus restos yacen incorruptos, con la particularidad de que de la tumba sale un líquido. Se trata de una licuefacción de sangre, como ocurre con san Jenaro en Nápoles, san Nicolás en Tolentino y san Pantaleón en el Monasterio de la Encarnación de Madrid. En su caso, el bálsamo está perfumado.

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Fue canonizado en 1977, por lo que es el primer santo católico del Líbano.

Oración

Santo venerado,
Tú, que pasaste tu vida en la soledad, en una ermita humilde y retirada,
que no pensaste en el mundo ni en sus goces,
que ahora estás sentado a la derecha de Dios Padre:

Te pedimos que intercedas por nosotros,
para que Él nos extienda su bendita mano y nos socorra,
que ilumine nuestra mente, aumente nuestra fe,
fortifique nuestra voluntad para proseguir nuestras oraciones y súplicas
ante ti y todos los santos.

¡Oh, santo Chárbel! que por tu poderosa intercesión,
Dios Padre hace milagros y realiza prodigios sobrenaturales.
Que cura a los enfermos y devuelve la razón a los perturbados.
Que devuelve la vista a los ciegos y el movimiento a los paralíticos.

Dios Padre Todopoderoso, míranos con piedad,
danos las gracias que te imploramos,
por la poderosa intercesión de san Chárbel, (hacer la petición)
y ayúdanos para hacer el bien y evitar el mal.

Pedimos tu intercesión en todo momento, sobre todo en la hora de nuestra muerte. Amén.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

San Charbel, ruega por nosotros.