Mark 4:35-41

Amigos, la historia central de nuestro Evangelio de hoy es una tormenta en el mar. Karl Barth dijo que las aguas tormentosas en todos estos casos representan das Nichtige, “la nada”, lo que se opone a las intenciones creativas de Dios, las dificultades tanto interiores como exteriores, las dificultades físicas, psicológicas y espirituales.

Los discípulos en la barca son, como se ha dicho a menudo, evocadores de la Iglesia, abriéndose paso a través del tiempo y el espacio. Y esas aguas son un símbolo de todo lo que acosa a los miembros de la Iglesia. Para permanecer dentro del espacio emocional de la historia, esta debe haber sido una tormenta terrible, para haber aterrorizado a estos marineros experimentados. Este no fue un problema pequeño, ni ninguna dificultad menor.

¿Conoces la oración de profundis? Proviene del Salmo 130: “Desde lo más profundo te invoco, Señor, ¡Señor, oye mi voz!” Es la oración que debemos ofrecer en los momentos más oscuros de nuestras vidas, cuando nos encontramos perdidos y en la sombra de la muerte, cuando, en nuestra desesperación, nos sentimos totalmente incapaces de ayudarnos a nosotros mismos.

Hoy podemos preguntarnos: ¿cuáles son los vientos que se abaten sobre mi vida, cuáles son las olas que obstaculizan mi navegación y ponen en peligro mi vida espiritual, mi vida de familia, mi vida psíquica también? Digamos todo esto a Jesús, contémosle todo. Él lo desea, quiere que nos aferremos a Él para encontrar refugio de las olas anómalas de vida. El Evangelio cuenta que los discípulos se acercan a Jesús, le despiertan y le hablan (cfr. v. 38). Este es el inicio de nuestra fe: reconocer que solos no somos capaces de mantenernos a flote, que necesitamos a Jesús como los marineros a las estrellas para encontrar la ruta. La fe comienza por el creer que no bastamos nosotros mismos, con el sentir que necesitamos a Dios. Cuando vencemos la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, cuando superamos la falsa religiosidad que no quiere incomodar a Dios, cuando le gritamos a Él, Él puede obrar maravillas en nosotros. Es la fuerza mansa y extraordinaria de la oración, que realiza milagros. Jesús, implorado por los discípulos, calma el viento y las olas. Y les plantea una pregunta, una pregunta que nos concierne también a nosotros: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?» (v. 40). Los discípulos se habían dejado llevar por el miedo, porque se habían quedado mirando las olas más que mirar a Jesús. Y el miedo nos lleva a mirar las dificultades, los problemas difíciles y no a mirar al Señor, que muchas veces duerme. También para nosotros es así: ¡cuántas veces nos quedamos mirando los problemas en vez de ir al Señor y dejarle a Él nuestras preocupaciones! ¡Cuántas veces dejamos al Señor en un rincón, en el fondo de la barca de la vida, para despertarlo solo en el momento de la necesidad! Pidamos hoy la gracia de una fe que no se canse de buscar al Señor, de llamar a la puerta de su Corazón.

(Ángelus, 20 de junio de 2021)

La paz esté con ustedes, durante este ciclo B de las lecturas litúrgicas, estamos leyendo del Evangelio de Marcos, y hay algo en Marcos que es, no lo sé, como tonificante. Es el primero de los Evangelios. Fue escrito de esta manera como simple, dinámica. No hablaba griego nativamente. Puede decirse eso por el modo en que escribe. Pero le da a lo que escribe un cierto tono como el de Hemingway. Y lo verán en su estrategia narrativa, siempre hay algo, yo diría, rápido y enérgico en él. Bueno. La historia de hoy es una que, obviamente, los primeros Cristianos adoraron, porque aflora de formas diferentes en los cuatro Evangelios. La historia de la calma de la tempestad. Lo que voy a hacer es darles tres interpretaciones separadas, todas las cuales han surgido de la Iglesia primitiva, y todas han arrojado luz sobre la vida espiritual. Conocemos entonces la historia elemental de Jesús en la barca con sus discípulos. Se desata la tormenta. Jesús está dormido en la popa de la barca. Los discípulos entran en pánico. Lo despiertan. Una vez que se despierta, él calma a la tormenta y les dice, tienen poca fe. Allí está entonces la estructura básica de la historia. Permítanme darles entonces un par, mejor dicho, tres interpretaciones de esto. Cada vez que hablamos de Jesús y los discípulos en una barca, estamos hablando de la Iglesia, la barca de Pedro. Y es la Iglesia haciendo su camino a través del espacio y el tiempo. Piensen esto, no es solo algo que sucedió largo tiempo atrás, claramente lo es porque lo recordaron vívidamente, pero la Iglesia nos lo aplica a nosotros ahora y a nuestras vidas espirituales. Es la Iglesia haciendo su camino a través del espacio y el tiempo. Lo que se desata inevitablemente, escúchenme, son tormentas, y todos sabemos eso, cualquiera que haya vivido más de ocho años en el planeta Tierra sabe que en la vida te enfrentas con tormentas. Oposición, dificultad, crítica, fracaso,temor, lo que sea. Y entonces la Iglesia —lean hasta el relato más breve de la historia de la Iglesia. ¿Qué verán? Borrascas y tormentas que estallan y amenazan la barca de Pedro. ¿Los discípulos están asustados? Bueno, comprensiblemente, lo he dicho muchas veces, el antiguo Israel temía al agua. No tenían muy buenos barcos para navegarla. Efectivamente el mar abierto era un símbolo del caos. Bueno, aquí, el Mar de Galilea, que es relativamente pequeño, pero se transforma como en mar abierto. Porque la borrasca aparece —y dicen, ya que estamos, que esto sucede en el mar de Galilea, y dado el patrón del clima y lo demás y el modo en que se conforman, estas tormentas pueden ser extremadamente violentas. Agua tormentosa. Regresamos a la página uno del Libro del Génesis, el tohu wabohu, el caos acuoso primigenio. Siempre representa a lo que se opone a las intenciones de Dios.

Así que aquí estamos, la Iglesia haciendo su camino a través del espacio y el tiempo, enfrentando tormentas. Los discípulos en pánico. En la parte trasera del bote, Jesús profundamente dormido. De acuerdo, ¿está sucediendo aquí? Primero que nada, ¿cómo podría el hombre estar profundamente dormido en la popa de un bote pequeño, mientras se desarrolla esta tormenta? Esta es una interpretación. El Cristo dormido representa,escuchen, el lugar de seguridad y paz, Cristo viviendo en nosotros, como lo expresaría Pablo, que nos da tranquilidad incluso en medio de las peores tormentas. Ellos entran en pánico, pero Cristo está dormido, serenamente dormido. Hay un lugar en ti, en mí, en el centro del alma, si se quiere, el lugar en el que estoy siendo creado, aquí y ahora, por Dios, ese castillo interior, para usar el lenguaje de Teresa de Ávila, la bodega interior, para usar el lenguaje de San Juan de la Cruz, este lugar de serenidad y paz en donde estoy conectado con el poder infinito y eterno de Dios. Los santos no son aquellos que nunca confrontan problemas. Quiero decir, todos los santos sobre los que he leído, enfrentaron borrascas, pero todos tenían en ellos este sitio de calma y seguridad y paz, que les permitía, una vez que él se despierta, calma la tormenta. Así sucede en nuestra vida espiritual. Si podemos acceder a ese lugar, y se da a través de la oración, se da a través de la meditación. He conocido a gente así en mi vida. Gente santa, que aun cuando están en medio de una frustración terrible y oposición y temor, tienen sin embargo esta serenidad interior. Esa es una forma de interpretar al Cristo que duerme, y él se convierte en el sitio en el que las tormentas se calman. No quiere decir necesariamente que desaparezcan, sino que puedo superar y hallar paz incluso en medio de una tormenta. De acuerdo, esa es la interpretación número uno. Esta es una segunda que también surge a partir de los padres de la Iglesia. De cierto modo es la opuesta, pero tal como ocurre a menudo en la vida espiritual los polos opuestos son más como tensiones creativas. Aquí va entonces otra forma de mirarlo. Los discípulos en la barca con Jesús, esa es la Iglesia, que hace su camino a través de las aguas tormentosas del espacio y el tiempo. De acuerdo, lo mismo. ¿Por qué tienen tanto miedo? Bueno, en esta interpretación, la segunda, es porque han permitido que Cristo dentro de ellos se duerma. Así que estamos observando esto desde otro ángulo, otro modo de interpretarlo. Han permitido que el poder espiritual que está en ellos que se vaya a dormir. No están más atentos, no están alertas espiritualmente. Si se quiere, este es el peligro en nuestro secularismo contemporáneo. De acuerdo, estamos haciendo nuestro camino, sí, en un mundo tormentosamente difícil. ¿Y qué hemos hecho? Nos hemos olvidado de la oración.

Nos hemos olvidado de la Misa. Nos hemos olvidado de los santos. Nos hemos olvidado de los sacramentos. Y luego nos preguntamos, “de acuerdo, ¿por qué estoy tan asustado? ¿Por qué mi vida es tan caótica?”. Bueno, mira, es porque has permitido que el Cristo en ti se quede dormido. Así que en esta interpretación, despiértenlo. En otras palabras, recobren la vida espiritual en toda su riqueza. Saben, he escuchado esto a través de mis años de ofrecer dirección espiritual y lo demás. “Padre, no lo sé, mi vida está como en ruinas. Es un desorden. Tengo miedo todo el tiempo. Tengo ansiedad y depresión. Mi vida no está yendo a ningún lado”. “De acuerdo, ¿estás asistiendo a Misa?”. “No, no he asistido a Misa en 25 años”. “¿Rezas a diario?”. “No en verdad. No he orado por años”. “¿Qué tal el Rosario?”. “Sí, cuando era niño, lo rezaba, pero ni siquiera ya tengo uno”. “¿Lees algún libro espiritual?”. “No.Simplemente hago en la práctica lo que me surge hacer en el momento”. Y te preguntas por qué estás sufriendo depresión y ansiedad y no encuentras sentido. Te preguntas por qué estás atrapado en las tormentas de la vida y no tienes lugar al que volverte. Has permitido al Cristo en ti que se quede dormido. Noten ahora, en esta interpretación de la historia, cuando lo despiertan, inmediatamente él calma la tormenta. De acuerdo, así sucede también en el orden espiritual. Cuando nos reconectamos con Cristo, cuando le prestamos atención al Cristo interior, las tormentas se calman. En la primera interpretación, él representa ese lugar de serenidad y paz. Del otro lado, podemos interpretar que dormir es un problema que tenemos, y necesitamos levantar y despertar al Cristo que tenemos dentro. ¿De acuerdo? Esta es la tercera interpretación. Esta es como menos moralista, es más mística, diría. Las aguas tormentosas, como digo, el tohu wabohu. Es todo lo que nos asusta. Es todo lo que se opone a Dios. Es el poder de la muerte. ¿Adónde va Jesús cuando entra en nuestra condición humana? Va hasta lo más bajo. Así que en esta interpretación, Jesús en las aguas tormentosas, no nos pontifica desde lo alto, sino que en la encarnación, recorre todo el camino descendente para unirse a nosotros. Sí, él está junto a nosotros en el tohu wabohu del pecado y la enemistad y la soledad, y sí, la muerte misma. Piensen aquí, Jesús dormido en la popa de la barca. Es como si hubiera ido debajo del agua. Es como si hubiera permitido que el tohu wabohu lo abrume. Y eso es exactamente lo que sucede en la cruz, es Jesús que toma sobre sí todas las tormentas de la disfunción humana, pero toma sobre sí también ese temor espantoso a la muerte y luego la muerte misma. Se permite él mismo abrumarse. Pueden ver en esta interpretación mística, Cristo dormido en la popa de la barca, bueno, ese es el Cristo muerto que está dormido en las profundidades de la tierra. Ese es Cristo luego de su muerte en la cruz. ¿Qué significa este Cristo que se despierta?, “Despiértate, tú que duermes”, despiértate. Este es Cristo resucitado ahora de la muerte, que habiendo ido, como si fuera, bajo las olas, permitiendo a las olas que lo pasaran por encima, ahora resucita y dirige las olas, dirige los mares y los calma. ¿Acaso la resurrección no representa la victoria de Dios sobre el tohu wabohu? Sí, éste existe por toda clase de razones. Somos responsables de él en cierto punto, y lo entiendo, el tohu wabohu existe. Pero nuestro Dios ha descendido todo el recorrido, permitiendo incluso que lo abrumara. Pero luego resucitando del tohu wabohu, Él ahora… regresen directo al Génesis. Recuerdan que dice, “el espíritu del Señor sobrevolaba la superficie de las aguas”. Bueno, aquí está Jesús resucitado, sobrevolando la superficie del tohu wabohu. Victoria. Es Cristo el victorioso. De acuerdo. He ofrecido tres interpretaciones de esta gran historia, y eso es parte de la sabiduría de la Iglesia, que ha extraído estas tres ideas diferentes de esta representación icónica de la vida Cristiana. La primera, encuentren ese lugar de paz en ustedes, donde Cristo, está dormido incluso en la tormenta. La segunda, si han dejado que Cristo se duerma, pues despiértenlo. Reconéctense a la vida espiritual. Luego, por fin, y más importante, encuentren consuelo y alegría y vindicación en el Cristo que ha descendido todo el recorrido, pero que luego resucita para convertirse en el comandante de las olas. Él es el Señor por sobre el pecado y la muerte. Y encuentren su paz en él. Y Dios los bendiga.

Oración para pedir alegría en el sufrimiento, de santo Tomás Moro

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Una hermosa oración que el santo escribió en la cárcel a su hija Margarita antes de morir

Una bellísima oración y un bello escrito que el santo escribió en la cárcel, cuando supo que le iban a matar, a su ser más querido, su hija Margarita.

Dame, Señor, un poco de sol,
algo de trabajo y un poco de alegría.
Dame el pan de cada día, un poco de mantequilla, una buena
digestión y algo para digerir.

Dame una manera de ser que ignore el aburrimiento,
los lamentos y los suspiros.
No permitas que me preocupe demasiado
por esta cosa embarazosa que soy yo.

Dame, Señor, la dosis de humor suficiente como para encontrar
la felicidad en esta vida y ser provechoso para los demás.
Que siempre haya en mis labios una canción,
una poesía o una historia para distraerme.

Enséñame a comprender los sufrimientos
y a no ver en ellos una maldición.
Concédeme tener buen sentido,
pues tengo mucha necesidad de él.

Señor, concédeme la gracia,
en este momento supremo de miedo y angustia, de recurrir al gran miedo
y a la asombrosa angustia que tú experimentaste
en el Monte de los Olivos antes de tu pasión.

Haz que a fuerza de meditar tu agonía,
reciba el consuelo espiritual necesario
para provecho de mi alma.

Concédeme, Señor, un espíritu abandonado, sosegado, apacible,
caritativo, benévolo, dulce y compasivo.
Que en todas mis acciones, palabras y pensamientos experimente
el gusto de tu Espíritu santo y bendito.

Dame, Señor, una fe plena, una esperanza firme y una ardiente caridad.
Que yo no ame a nadie contra tu voluntad,
sino a todas las cosas en función de tu querer.

Rodéame de tu amor y de tu favor.

«Ten, pues, buen ánimo, hija mia, y no te preocupes por mí,
sea lo que sea que me pase en este mundo.

Nada puede pasarme que Dios no quiera.
Y todo lo que él quiere, por muy malo que nos parezca,
es en realidad lo mejor».

*****

«Aunque estoy convencido, mi querida Margarita,
de que la maldad de mi vida pasada es tal que merecería que Dios me abandonase del todo,
ni por un momento dejaré de confiar en su inmensa bondad.

Hasta ahora, su gracia santísima me ha dado fuerzas para postergarlo todo: las riquezas, las ganancias y la misma vida,
antes de prestar juramento en contra de mi conciencia».

La oración de Tomás Moro que el Papa reza desde hace 40

Antoine Mekary | ALETEIA

En un encuentro con más de cien comediantes, el Papa Francisco confesó que lleva 40 años recitando esta oración de santo Tomás Moro día tras día

La oración del buen humor de santo Tomás Moro muestra la simpatía e inteligencia de este gran mártir inglés. Durante un encuentro con 107 comediantes, el Papa Francisco compartió que lleva «cuarenta años» recitando la célebre oración. «Es una gracia que pido todos los días», insistió, instando a los humoristas a aprender esta oración.

Sin embargo, esta no es la primera vez que el Papa Francisco confiesa rezar esta oración con regularidad. En diciembre de 2014 compartió con la curia romana que todos los días reza esta oración de Tomás Moro que te compartimos a continuación:

Oración del buen humor

Concédeme, Señor, una buena digestión, y también algo que digerir. Concédeme la salud del cuerpo, con el buen humor necesario para mantenerla. Dame, Señor, un alma santa que sepa aprovechar lo que es bueno y puro, para que no se asuste ante el pecado, sino que encuentre el modo de poner las cosas de nuevo en orden. Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento, las murmuraciones, los suspiros y los lamentos y no permitas que sufra excesivamente por ese ser tan dominante que se llama: YO. Dame, Señor, el sentido del humor. Concédeme la gracia de comprender las bromas, para que conozca en la vida un poco de alegría y pueda comunicársela a los demás. Amén

José Cafasso, Santo

Presbítero, 23 de junio

Por: Redacción | Fuente: EWTN.com

Martirologio Romano: En Turín, en el Piamonte, Italia, san José Cafasso, presbítero, que se dedicó a la formación espiritual y cultural de los futuros clérigos, y a reconciliar con Dios a los presos encarcelados y a los condenados a muerte. († 1860)

Fecha de beatificación: 3 de mayo de 1925 por el Papa Pío XI
Fecha de canonización: 22 de junio de 1947 por el Papa Pío XII

Breve Biografía

Este humilde sacerdote fue quizás el más grande amigo y benefactor de San Juan Bosco y, de muchos seminaristas pobres más, uno de los mejores formadores de sacerdotes del siglo XIX.

Nació en 1811 en el mismo pueblo donde nació San Juan Bosco. En Castelnuovo (Italia). Una hermana suya fue la mamá del Beato José Alamano, fundador de la comunidad de los Padres de la Consolata.

Desde niño sobresalió por su gran inclinación a la piedad y a repartir ayudas a los pobres.

En el año 1827, siendo Caffaso seminarista se encontró por primera vez con Juan Bosco. Cafasso era de familia acomodada del pueblo y Bosco era de una vereda y absolutamente pobre. Don Bosco narra así su primer encuentro con el que iba a ser después su Benefactor, su defensor y el que mejor lo comprendiera cuando los demás lo despreciaran: «Yo era un niño de doce años y una víspera de grandes fiestas en mi pueblo, vi junto a la puerta del templo a un joven seminarista que por su amabilidad me pareció muy simpático. Me acerqué y le pregunté: ´¿Reverendo: no quiere ir a gozar un poco de nuestras fiestas?´. Él con una agradable sonrisa me respondió: ´Mira, amiguito: para los que nos dedicamos al servicio de Dios, las mejores fiestas son las que se celebran en el templo´. Yo, animado por su bondadoso modo de responder le añadí: ´Sí, pero también en nuestras fiestas de plaza hay mucho que alegra y hace pasar ratos felices´. Él añadió: ´Al buen amigo de Dios lo que más feliz lo hace es el participar muy devotamente de las celebraciones religiosas del templo´. Luego me preguntó qué estudios había hecho y si ya había recibido la sagrada comunión, y si me confesaba con frecuencia. Enseguida abrieron el templo, y él antes de despedirse me dijo: ´No se te olvide que para el que quiere seguir el sacerdocio nada hay más agradable ni que más le atraiga, que aquello que sirve para darle gloria a Dios y para salvar las almas´. Y de manera muy amable se despidió de mí. Yo me quedé admirado de la bondad de este joven seminarista. Averigüé cómo se llamaba y me dijeron: ´Es José Cafasso, un muchacho tan piadoso, que ya desde muy pequeño en el pueblo lo llamaban -el santito».

Cafasso que era un excelente estudiante tuvo que pedir dispensa para que lo ordenaran de sacerdote de sólo 21 años, y en vez de irse de una vez a ejercer su sacerdocio a alguna parroquia, dispuso irse a la capital, Turín, a perfeccionarse en sus estudios. Allá había un instituto llamado El Convictorio para los que querían hacer estudios de postgrado, y allí se matriculó. Y con tan buen resultado, que al terminar sus tres años de estudio fue nombrado profesor de ese mismo instituto, y al morir el rector fue aclamado para reemplazarlo, y estuvo de magnífico rector por doce años hasta su muerte.

San José Cafasso formó más de cien sacerdotes en Turín, y entre sus alumnos tuvo varios santos. Se propuso como modelos para imitar a San Francisco de Sales y a San Felipe Neri, y sus discípulos se alegraban al contestar que su comportamiento se asemejaba grandemente al de estos dos simpáticos santos.

En aquel entonces habían llegado a Italia unas tendencias muy negativas que prohibían recibir sacramentos si la persona no era muy santa (Jansenismo) y que insistían más en la justicia de Dios que en su misericordia (rigorismo).

El Padre Cafasso, en cambio, formaba a sus sacerdotes en las doctrinas de San Alfonso que insiste mucho en la misericordia de Dios, y en las enseñanzas de San Francisco de Sales, el santo más comprensivo con los pecadores. Y además a sus alumnos sacerdotes los llevaba a visitar cárceles y barrios supremamente pobres, para despertar en ellos una gran sensibilidad hacia los pobres y desdichados.

Cuando el niño campesino Juan Bosco quiso entrar al seminario, no tenía ni un centavo para costearse los estudios. Entonces el Padre Cafasso le costeó media beca, y obtuvo que los superiores del seminario le dieran otra media beca con tal de que hiciera de sacristán, de remendón y de peluquero. Luego cuando Bosco llegó al sacerdocio, Cafasso se lo llevó a Turín y allá le costeó los tres años de postgrado en el Convictorio. El fue el que lo llevó a las cárceles a presenciar los horrores que sufren los que en su juventud no tuvieron quién los educara bien. Y cuando Don Bosco empezó a recoger muchachos abandonados en la calle, y todos lo criticaban y lo expulsaban por esto, el que siempre lo comprendió y ayudó fue este superior. Y al ver la pobreza tan terrible con la que empezaba la comunidad salesiana, el Padre Cafasso obtenía ayudas de los ricos y se las llevaba al buen Don Bosco. Por eso la Comunidad Salesiana ha considerado siempre a este santo como su amigo y protector.

En Turín, que era la capital del reino de Saboya, las cárceles estaban llenas de terribles criminales, abandonados por todos. Y allá se fue Don Cafasso a hacer apostolado. Con infinita paciencia y amabilidad se fue ganando los presos uno por uno y los hacía confesarse y empezar una vida santa. Les llevaba ropa, comida, útiles de aseo y muchas otras ayudas, y su llegada a la cárcel cada semana era una verdadera fiesta para ellos.

San José Cafasso acompañó hasta la horca a más de 68 condenados a muerte, y aunque habían sido terribles criminales, ni uno sólo murió sin confesarse y arrepentirse. Por eso lo llamaban de otras ciudades para que asistiera a los condenados a muerte. Cuando a un reo le leían la sentencia a muerte, lo primero que pedía era: «Que a mi lado esté el Padre Cafasso, cuando me lleven a ahorcar» (Un día se llevó a su discípulo Juan Bosco, pero éste al ver la horca cayó desmayado. No era capaz de soportar un espectáculo tan tremendo. Y a Cafasso le tocaba soportarlo mes por mes. Pero allí salvaba almas y convertía pecadores).

La primera cualidad que las gentes notaban en este santo era «el don de consejo». Una cualidad que el Espíritu Santo le había dado para saber aconsejar lo que más le convenía a cada uno. Por eso a su despacho llegaban continuamente obispos, comerciantes, sacerdotes, obreros, militares, y toda clase de personas necesitadas de un buen consejo. Y volvían a su casa con el alma en paz y llena de buenas ideas para santificarse. Otra gran cualidad que lo hizo muy popular fue su calma y su serenidad. Algo encorvado (desde joven) y pequeño de estatura, pero en el rostro siempre una sonrisa amable. Su voz sonora, y encantadora. De su conversación irradiaba una alegría contagiosa (que San Juan Bosco admiraba e imitaba grandemente). Todos elogiaban la tranquilidad inmutable del Padre José. La gente decía: «Es pequeño de cuerpo, pero gigante de espíritu». A sus sacerdotes les repetía: «Nuestro Señor quiere que lo imitemos en su mansedumbre».

Desde pequeñito fue devotísimo de la Sma. Virgen y a sus alumnos sacerdotes los entusiasmaba grandemente por esta devoción. Cuando hablaba de la Madre de Dios se notaba en él un entusiasmo extraordinario. Los sábados y en las fiestas de la Virgen no negaba favores a quienes se los pedían. En honor de la Madre Santísima era más generoso que nunca estos días. Por eso los que necesitaban de él alguna limosna especial o algún favor extraordinario iban a pedírselo un sábado o en una fiesta de Nuestra Señora, con la seguridad de que en honor de la Madre de Jesús, les concedería su petición.

Un día en un sermón exclamó: «qué bello morir un día sábado, día de la Virgen, para ser llevados por Ella al cielo». Y así le sucedió: murió el sábado 23 de junio de 1860, a la edad de sólo 49 años.
Su oración fúnebre la hizo su discípulo preferido: San Juan Bosco.

El Papa Pío XII canonizó a José Cafasso en 1947, y nosotros le suplicamos a tan bondadoso protector que logremos imitarlo en su simpática santidad.

Antes de morir escribió esta estrofa: «No será muerte sino un dulce sueño para ti, alma mía, si al morir te asiste Jesús, y te recibe la Virgen María». Y seguramente así le sucedió en realidad.

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Tomás Moro, un hombre de conciencia

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El autor de la oración del buen humor, santo Tomás Moro, era toda una personalidad en la Inglaterra del siglo XVI. Estaba casado, con cuatro hijos, y era Canciller del reino de Enrique VIII.

La razón, integridad y la fe fueron grandes aliados de santo Tomás Moro para mantenerse fiel a su conciencia. Y, como él mismo reconocía, también la Eucaristía fue una fuente de fuerza a lo largo de su vida:

«Si me distraigo, la Eucaristía me ayuda a recogerme. Si se presentan cada día oportunidades para ofender a mi Dios, me fortalezco cada día para el combate con la recepción de la Eucaristía. Si necesito una luz especial y prudencia para ejercer mis pesadas obligaciones, me acerco a mi Señor y busco su consejo y su luz».