Nuestra Señora del Carmen

Advocación Mariana, 16 de julio

Patrona de los marineros

Nuestra Señora del CarmenMemoria de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, monte en el que Elías consiguió que el pueblo de Israel volviese a dar culto al Dios vivo y en el que, más tarde, algunos, buscando la soledad, se retiraron para hacer vida eremítica, dando origen con el correr del tiempo a una orden religiosa de vida contemplativa, que tiene como patrona y protectora a la Madre de Dios.

Desde los antiguos ermitaños que se establecieron en el Monte Carmelo, Los Carmelitas han sido conocidos por su profunda devoción a la Santísima Virgen. Ellos interpretaron la nube de la visión de Elías (1 Reyes 18, 44) como un símbolo de la Virgen María Inmaculada. Ya en el siglo XIII, cinco siglos antes de la proclamación del dogma, el misal Carmelita contenía una Misa para la Inmaculada Concepción.

En las palabras de Benedicto XVI, 15,VII,06:
«El Carmelo, alto promontorio que se yergue en la costa oriental del Mar Mediterráneo, a la altura de Galilea, tiene en sus faldas numerosas grutas naturales, predilectas de los eremitas.

Nuestra Señora del CarmenEl más célebre de estos hombres de Dios fue el gran profeta Elías, quien en el siglo IX antes de Cristo defendió valientemente de la contaminación de los cultos idolátricos la pureza de la fe en el Dios único y verdadero. Inspirándose en la figura de Elías, surgió al Orden contemplativa de los «Carmelitas», familia religiosa que cuenta entre sus miembros con grandes santos, como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús y Teresa Benedicta de la Cruz (en el siglo, Edith Stein). Los Carmelitas han difundido en el pueblo cristiano la devoción a la Santísima Virgen del Monte Carmelo, señalándola como modelo de oración, de contemplación y de dedicación a Dios. María, en efecto, antes y de modo insuperable, creyó y experimentó que Jesús, Verbo encarnado, es el culmen, la cumbre del encuentro del hombre con Dios. Acogiendo plenamente la Palabra, «llegó felizmente a la santa montaña» (Oración de la colecta de la Memoria), y vive para siempre, en alma y cuerpo, con el Señor. A la Reina del Monte Carmelo deseo hoy confiar todas las comunidades de vida contemplativa esparcidas por el mundo, de manera especial las de la Orden Carmelitana, entre las que recuerdo el monasterio de Quart, no muy lejano de aquí [Valle de Aosta]. Que María ayude a cada cristiano a encontrar a Dios en el silencio de la oración.

La estrella del Mar y los Carmelitas

Los marineros, antes de la edad de la electrónica, dependían de las estrellas para marcar su rumbo en el inmenso océano. De aquí la analogía con La Virgen María quien como, estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles de la vida hacia el puerto seguro que es Cristo.

Por la invasión de los sarracenos, los Carmelitas se vieron obligados a abandonar el Monte Carmelo. Una antigua tradición nos dice que antes de partir se les apareció la Virgen mientras cantaban el Salve Regina y ella prometió ser para ellos su Estrella del Mar. Por ese bello nombre conocían también a la Virgen porque el Monte Carmelo se alza como una estrella junto al mar.

Nuestra Señora del CarmenLos Carmelitas y la devoción a la Virgen del Carmen se difunden por el mundo
La Virgen Inmaculada, Estrella del Mar, es la Virgen del Carmen, es decir a la que desde tiempos remotos se venera en el Carmelo. Ella acompañó a los Carmelitas a medida que la orden se propagó por el mundo. A los Carmelitas se les conoce por su devoción a la Madre de Dios, ya que en ella ven el cumplimiento del ideal de Elías. Incluso se le llamó: «Los hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo». En su profesión religiosa se consagraban a Dios y a María, y tomaban el hábito en honor ella, como un recordatorio de que sus vidas le pertenecían a ella, y por ella, a Cristo.
La devoción a la Virgen del Carmen se propagó particularmente en los lugares donde los carmelitas se establecieron.

España
Entre los lugares en que se venera en España la Virgen de España como patrona está Beniaján, Murcia. Vea ahí mas imágenes.

América
Es patrona de Chile; en el Ecuador es reina de la región de Cuenca y del Azuay, recibiendo la coronación pontificia el 16 de Julio del 2002. En la iglesia del monasterio de la Asunción en Cuenca se venera hace más de 300 años. Es además venerada por muchos en todo el continente.

Misericordia quiero y no sacrificios

Santo Evangelio según san Mateo 12, 1-8. Viernes XV del Tiempo Ordinario

evangelioEn el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, haz que tu Espíritu ilumine mis acciones y me comunique la fuerza para seguir lo que tu Palabra me revela. Señor Jesús, ayúdame a ser misericordioso, como Tú.

evangelioQue dé testimonio con obras y no con palabras ni ademanes. Que me mueva el amor, antes que el prestigio, la fama y o la gratitud. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 12, 1-8

Un sábado, atravesaba Jesús por los sembrados. Los discípulos, que iban con él, tenían hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerse los granos. Cuando los fariseos los vieron, le dijeron a Jesús: «Tus discípulos están haciendo algo que no está permitido hacer en sábado».

Él les contestó: «¿No han leído ustedes lo que hizo David una vez que sintieron hambre él y sus compañeros? ¿No recuerdan cómo entraron en la casa de Dios y comieron los panes consagrados, de los cuales ni él ni sus compañeros podían comer, sino tan sólo los sacerdotes?

¿Tampoco han leído en la ley que los sacerdotes violan el sábado porque ofician en el templo y no por eso comente pecado? Pues yo digo que aquí hay alguien más grande que el templo.

evangelioSi ustedes comprendieran el sentid de las palabras: Misericordia quiero y no sacrificios, no condenarían a quienes no tienen ninguna culpa. Por lo demás, el Hijo del hombre también es dueño del sábado».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Misericordia quiero y no sacrificio» es la clave del mensaje de hoy. ¿Qué quiere decirme el Señor? Pues quizá que no esté tan apegado a las leyes y al cumplimiento externo de las normas; que por encima de ellas está el bien del hombre. No puedo hacer el bien porque estoy esclavizado a un mandato, a una costumbre, a una ley o una norma. Menos aún puedo relegar a mis hermanos en nombre de Dios; Él mismo me lo dice. Antes que nada ha de estar el consuelo, el alivio y la atención al necesitado: se trata de practicar la compasión, la solidaridad.

Qué sutiles pueden ser estas palabras, si me pongo a analizar en profundidad. Incluso puedo llegar al extremo de afirmar que el Señor prefiere que me conmueva y actúe, antes de estar abocado todo el tiempo a la oración, a la reflexión o a la meditación, sobre todo si éstas me llevan al aislamiento. Todo esto es seguramente importante, pero no tiene sentido si no ordeno mi vida de tal modo que esté dedicada al servicio y al amor de mis hermanos. La oración, la piedad no puede llevarme a la exclusión… Todo lo contrario. Si quiero el bien para mis hermanos, no puedo menos que ponerme a trabajar por él, sin importar el tiempo y lugar. No hay mejor hora ni mejor lugar cuando se quiere hacer el bien.

caridadPrestando atención a la cita del antiguo testamento que dice el Señor, caigo en la cuenta de que no sólo pone un orden, sino que va más allá. No quiere los sacrificios. No están en segundo lugar, no; simplemente no los quiere. Lo que quiere es MISERICORDIA. He ahí el tema en el que debo reflexionar el día de hoy. ¿Soy misericordioso con mi hermano? ¿En qué consiste la misericordia? ¿Qué es la misericordia? La misericordia es el amor en acción, en movimiento. Es mi disposición a compadecerme de los trabajos y miserias ajenas. Y puedo hacerla presente en mi vida a través de la amabilidad, la asistencia al necesitado y especialmente en el perdón y la reconciliación. Es más que un sentido de simpatía, es una práctica. Que mayor sacrificio que el ser misericordioso en todo momento y circunstancia con todo el mundo.

«Roguemos al Señor que nos ayude a entender cómo es su corazón, lo que significa ‘misericordia’, qué quiere decir cuando Él dice: ‘¡Misericordia quiero, y no sacrificio!’ Y por eso, en la oración Colecta de la Misa hemos rezado mucho con esa frase tan hermosa: ‘Derrama sobre nosotros tu misericordia’, porque solo se comprende la misericordia de Dios cuando se ha vertido sobre nosotros, sobre nuestros pecados, sobre nuestras miserias…”».

(Homilía de S.S. Francisco, 6 de octubre  de 2015).

Diálogo con Cristo

orarÉsta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy me esforzaré por encontrar la disposición interna para ser misericordioso con las personas que me encuentre, ya sea en casa, en el trabajo, en la calle, a través de la amabilidad, y procuraré en algún momento del día experimentar el perdón del Señor, su misericordia, a través de una buena confesión.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Qué es la ley natural?

Hay una ley natural y esta ¡nos hace libres!

leyNo sería de extrañar que muchas veces hayas escuchado la palabra ley y la palabra libertad. Tengo suficientes elementos para temer que no te hayan presentado ni de una ni de otra el verdadero concepto.

Hoy en día se exalta mucho la libertad, sin hacer las aclaraciones que corresponden; y no se habla de la ley sino en un sentido empobrecido; y probablemente la mayoría de nuestros contemporáneos se formen una idea de estos dos conceptos como el de dos pugilistas que se dan tortazos sobre el ring de nuestra conciencia. Si yo quiero ser libre, la ley me frena; si intento imponer la ley, confino mi libertad o la de mis semejantes. Con una idea así no tendrán mucho futuro los que quieran hablarme de los mandamientos de Dios. ¡Y qué pensarás de mí si te vengo a decir que los mandamientos de Dios te liberan y te abren horizontes desconocidos! ¿Me creerás o pensarás que hablo como un cura que viene a imponerte mojigaterías?

Y sin embargo, quisiera llamar tu atención sobre este punto, porque si no comprendes la potencia liberadora de los mandamientos y de la ley (natural y divina) te aseguro que no te están desatando ninguna cadena sino que te están robando las piernas con las que camina tu verdadera libertad. 12:

mandamientosAntes de proseguir, quiero aclarar un punto para que no nos confundamos. Hablaré indistintamente (para simplificar las cosas) de los mandamientos de Dios (o decálogo, o sea diez palabras o leyes) y de la ley natural, como si fueran la misma cosa. No lo son, pero coinciden sustancialmente. La ley natural es la ley que está grabada en nuestro corazón, desde el momento en que hemos sido creados (todo ser la lleva grabada en su naturaleza). El decálogo ha sido revelado por Dios en varias oportunidades; la más solemne fue la revelación de Dios a Moisés sobre el monte Sinaí; pero más veces aún lo repite nuestro Señor en los Evangelios. En realidad el decálogo es una expresión privilegiada de la “ley natural”. Como la sustancia de los mandamientos pertenece a la ley natural, se puede decir que, si bien han sido revelados, son realmente cognoscibles por nuestra razón, y, al revelarlos, Dios no hizo otra cosa que recordarlos (añadiendo indudablemente algunas precisiones o aplicaciones estrictamente reveladas). San Ireneo de Lyon decía: “Desde el comienzo, Dios había puesto en el corazón de los hombres los preceptos de la ley natural. Primeramente se contentó con recordárselos. Esto fue el Decálogo”[1]. La humanidad pecadora necesitaba esta revelación; lo dice San Buenaventura: “En el estado de pecado, una explicación plena de los mandamientos del Decálogo resultó necesaria a causa del oscurecimiento de la luz de la razón y de la desviación de la voluntad”[2]. Por esto, conocemos los mandamientos de la ley de Dios por la revelación divina que nos es propuesta en la Iglesia, y por la voz de la conciencia moral.

Si comparamos los Diez Mandamientos de la Ley Antigua, los de la Ley de Cristo y la ley natural veríamos esta correlación:

Deuteronomio 5, 6-21 Ley de Cristo Ley Natural
Yo soy el Señor, tu Dios, que te ha sacado de Egipto, de la servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mi… Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente (Mt 22,7).

Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a Él darás culto (Mt 4,10).

Amarás a Dios  sobre todas las cosas.
No tomarás en falso el nombre del Señor tu Dios Se dijo a los antiguos: ‘No perjurarás’… Pues yo os digo que no juréis en modo alguno (Mt 5.33-34). No tomarás el nombre de Dios en vano.
Guardarás el día del sábado para santificarlo. El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es Señor del sábado (Mc 2,27-28). Santificarás las fiestas.
Honra a tu padre y a tu madre. Moisés ha dicho: Honra a tu padre y a tu madre, y el que maldiga a su padre o a su madre es reo de muerte (Mc 7,10). Honrarás a tu padre y a tu madre.
No matarás. Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás’; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal (Mt 5,21-22). No matarás.
No cometerás adulterio. Habéis oído que se dijo: ‘No cometerás adulterio’. Pues yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt 5,27-28). No cometerás actos impuros.
No robarás.

No dirás testimonio falso contra tu Prójimo 

No robarás (Mt 19,18).

Se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos (Mt 5,33)

No robarás.

No dirás falso testimonio ni mentirás

No desearás la mujer de tu prójimo.

 

El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt 5,28).

 

No consentirás pensamientos

ni deseos impuros.

 

No codiciarás… nada que sea de tu Prójimo. Donde está tu tesoro allí estará tu corazón (Mt 6,21). No codiciarás los bienes ajenos.

Como vemos, los preceptos contenidos en la ley natural, que todo hombre puede descubrir con su inteligencia, han sido también revelados por Dios en el Antiguo Testamento y en el Nuevo. Y, como explicaremos a continuación, la ley natural proviene de Dios y es en tal sentido “divina”, por eso hablaremos indistintamente de los mandamientos divinos refiriéndonos a ambas cosas.

  1. ¿Qué es eso de una ley natural?

San Juan Pablo IIEn su discurso a la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 6 de febrero de 2004, el Papa Juan Pablo II señaló de modo muy claro lo siguiente: “Otro argumento importante y urgente que quisiera someter a vuestra atención es el de la ley moral natural. Esta ley pertenece al gran patrimonio de la sabiduría humana, que la Revelación, con su luz, ha contribuido a purificar y desarrollar ulteriormente. La ley natural, accesible de por sí a toda criatura racional, indica las normas primeras y esenciales que regulan la vida moral. Basándose en esta ley, se puede construir una plataforma de valores compartidos, sobre los que se puede desarrollar un diálogo constructivo con todos los hombres y mujeres de buena voluntad y, más en general, con la sociedad secular. Como consecuencia de la crisis de la metafísica, en muchos ambientes ya no se reconoce el que haya una verdad grabada en el corazón de todo ser humano. Asistimos por una parte a la difusión entre los creyentes de una moral de carácter fideísta, y por otra parte, falta una referencia objetiva para las legislaciones que a menudo se basan solamente en el consenso social, haciendo cada vez más difícil el que se pueda llegar a un fundamento ético común a toda la humanidad”[3].

  1. a) Existe una ley llamada “natural”

La existencia de una ley natural es postulada por la misma razón. Si aceptamos la existencia de Dios y la creación de todo cuanto existe por parte de Dios, debemos aceptar la existencia de un plan eterno de Dios sobre la creación; como consecuencia se sigue la existencia de cierta correlación en las creaturas mismas, pues toda regla y medida se encuentra de un modo en el que regula y de otro en el que es regulado. Esto se ve reforzado por la convicción universal (incluidos los pueblos paganos) de un deber moral y de la posibilidad del conocimiento y discernimiento del bien y del mal; también lo vemos considerando el absurdo a que llevaría la negación de una ley de la naturaleza: todas las opiniones morales sería admisibles, por tanto, los vicios podrían ser virtudes y las virtudes vicios, según las diversas concepciones arbitrarias de los hombres. Para un creyente, a estos argumentos se suma el testimonio de la Revelación.

Por eso se dice que la ley natural es la misma ley eterna participada en los seres dotados de razón[4], o, como suele definírsela: una participación de la ley eterna en la creatura racional[5]. Con gran acierto se ha hablado de una “teonomía participada”, decir, el ordenamiento divino de la crea­tu­ra racional hacia su fin último, grabado en la naturaleza humana y percibido por la luz de la razón[6].

Esta ley está presente en todos los seres. Sin embargo, en el hombre tiene algo particular. Las creaturas irracionales se manejan por instintos ciegos; buscan los bienes que los perfeccionan, pero sin entender que son bienes ni que los están buscando; simplemente buscan. No tienen conciencia de buscar; son arrastrados. Se defienden cuando los atacan porque aman instintivamente su vida y no la quieren perder; pero no entienden lo que es la vida. Se aparean y procrean y luego alimentan y defienden a sus crías porque aman ciegamente el bien de la especie, aunque no entiendan lo que es el amor sensible que sienten ni lo que es la especie (por eso, cuando sus cachorros ya no los necesitan más, se olvidan de ellos). Viven en manada porque se deleitan en convivir con los de su propia especie, pero no entienden lo que eso significa. Gozan de estar juntos, pero no hacen amistad. Los instintos son los hilos invisibles que los hacen moverse en el escenario del mundo como las marionetas de un infantil teatro de juguete.

Hay con el hombre una distancia abismal. También él lleva grabado en su ser el Plan de Dios. Pero los suyos no son instintos ciegos. Recibe también de Dios la luz de la razón que le permite descubrir y leer ese Plan, y la libertad para ejecutarlo. En esto consiste su prerrogativa. Dios lo manda al gran teatro del mundo con un libreto lleno de sabiduría y con ojos espirituales para leer y comprender, para amar ese plan y para ejecutarlo. Esa es la ley natural: “En lo profundo de su conciencia –afirma el Concilio Vaticano II–, el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándolo siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia está la dignidad humana y según la cual será juzgado (cf. Rom 2, 14-16)”[7].  Este “código está inscrito en la conciencia moral de la humanidad, de tal manera que quienes no conocen los mandamientos, esto es, la ley revelada por Dios, son para sí mismos Ley (Rom 2,14) Así lo escribe San Pablo en la carta a los Romanos; y añade a continuación: Con esto muestran que los preceptos de la Ley están inscritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia (Rom 2,15)”[8].

Se trata, por tanto, de una ley divina, porque ha sido querida y promulgada directamente por Dios; se llama natural no en contraposición a la ley sobrenatural, sino por oposición a la ley positiva (divina o humana). Su nombre propio es “ley divina natural”.

¿Por qué se la llama natural? Ante todo, porque no impone sino cosas que están al alcance de la naturaleza humana razonable, mandadas porque son buenas en sí mismas (la veracidad, el amor de Dios), o prohibidas porque son malas en sí mismas (como la blasfemia, la mentira). Además, porque es conocida por la luz interior de nuestra razón, indepen­dientemente de toda ciencia adquirida, de toda ley positiva e incluso de toda revelación (aunque Dios, en su misericordia también nos la revele). Tal luz nos permite distin­guir entre el bien y el mal por comparación de nuestras in­clina­ciones hacia sus fines propios. Es por eso que, a través de ella puede establecerse el fundamento para determinar la moralidad objetiva universal de las acciones humanas.

Que tenemos esta ley grabada en el corazón significa que nuestra razón es capaz de leer en su propia naturaleza el fin para el que existe (fin que es su verdadera perfección y felicidad) y puede descubrir que, en relación con este fin, todos los demás seres no son sino medios por los que se llega al fin. En el momento en que cada ser humano, llegan­do al uso de su razón, reconoce que tiene un fin último y una causa eficiente de la que siempre depen­de, se da como la promulgación individual o subjetiva que aplica a cada uno dicha ley[9].

  1. b) ¿Cuál es el contenido de esa ley (es decir, qué es lo que manda)?[10]

Analizando nuestra naturaleza y las inclinaciones naturales o espontáneas que descubrimos en nuestro interior, podemos llegar a formular las cosas que la ley natural nos manda o nos prohíbe. Se trata más bien de una especie de “lectura” que hacemos en nuestra naturaleza.

Ante todo, descubrimos un mandamiento fundamental. La primera cosa que captamos en el orden práctico es la noción de “bien”: el bien se presenta como aquello que todos los seres apetecen. De aquí nuestra razón capta un primer precepto: se debe obrar el bien y hay que evitar el  mal. A veces reviste otras formulaciones (por ejemplo, “observa el orden del ser”, “cumple siempre tu deber”, etc.), pero éstas no son más que formulaciones derivadas o equivalentes de aquel primer principio, sobre el cual se fundan todos los demás. No debemos reducir esta percepción de que hay que hacer el bien y hay que evitar el mal en el sentido que le daba Kant (para él esto tiene sólo el sentido de una simple obligación de la que no podemos escaparnos); en realidad es infinitamente más rico que esto; lo que nuestra inteligencia capta al percibir el bien es la atracción que éste ejerce sobre todo ser; entendamos, pues, esto en el sentido de que el bien es lo que realmente nos atrae –con fuerza irresistible, como el amor– y el mal nos causa auténtica y raigal repulsa.

Las conclusiones inmediatas. Al decir que nuestra naturaleza se inclina hacia bien y huye del mal, estamos todavía diciendo cosas muy generales; ¿cuál bien, qué mal? Nuestra razón, analizando las inclinaciones propias de nuestra naturaleza podrá a continuación concretar cuál es ese bien (o esos bienes) que nos atraen con su fuerza irresistible (porque en ellos está nuestra perfección) y de aquí podrá expresar en forma de preceptos o mandamientos, los primeros preceptos de la ley natural, llamados también conclusiones inmediatas por ser las conclusiones a las que llega a partir del primer precepto. Ya Santo Tomás descubría en nuestra naturaleza tres tendencias fundamentales del hombre: la que nos corresponde como sustancias (género remoto del ser humano), la que nos corresponde como animales (género próximo) y la que nos corresponde como seres racionales (que es nuestra diferencia específica con el resto del género animal); y esta última, a su vez revela dos facetas complementarias, pues vemos que hay bienes que nos perfeccionarán en el espíritu, mientras que otros nos perfeccionan socialmente[11]. Veamos cada una de ellas:

La primera inclinación es la inclinación a conservarnos en el ser (el ser, el existir, es el primer bien que nos perfecciona y por eso lo apetecemos). Esta inclinación la tenemos en común con todos los seres y produce en nosotros el deseo de vivir. Esta inclinación natural funda, por ejemplo, el derecho de legítima defensa y, correlativamente la prohibición del asesinato del inocente (el ser es mi perfección, por tanto tengo derecho a que no me lo quiten injustamente; y estoy obligado a hacer yo lo mismo con mis semejantes). Esta inclinación es también la fuente del amor espontáneo y natural de sí mismo; forma en nosotros el amor hacia los bienes naturales, como la vida y la salud; nos inclina a buscar todo lo que es útil para nuestra subsistencia: el alimento, el vestido, la habitación; nos inclina a la acción y también al necesario reposo. Esta inclinación se desarrolla y fortifica por medio de algunas virtudes naturales, de modo particular la esperanza y la fortaleza.

La segunda inclinación es la inclinación sexual y familiar. Se trata de la inclinación propia de nuestra dimensión animal, y por esta inclinación tendemos a perpetuar nuestra especie. No se trata de una simple inclinación al sexo sino más exactamente es una tendencia al amor entre el hombre y la mujer y a la afección entre los padres y los hijos. Funda el derecho al matrimonio así como el deber de asumir responsablemente las obligaciones conexas y complementarias: el don de la transmisión de la vida, el mutuo sostén, la educación de los hijos que son fruto de esta inclinación, el deber de respetar el matrimonio ajeno. Del análisis de esta inclinación pueden colegirse las falsas formas de sexualidad: la homosexualidad, el autoerotismo (masturbación), la heterosexualidad deliberadamente infecunda (anticoncepción), la heterosexualidad inestable (concubinato y fornicación, incluidas las relaciones prematrimoniales). Esta inclinación es perfeccionada naturalmente por la virtud de la castidad que asegura el señorío sobre la propia sexualidad en vista del crecimiento natural, espiritual y familiar.

La tercera inclinación es la inclinación al conocimiento de la verdad. Nace de nuestra naturaleza espiritual, y se traduce en una espontáneo instinto de búsqueda de la verdad. Es tan natural al hombre que es como constitutiva de su inteligencia; por eso nadie le enseña a un niño a preguntar el porqué de las cosas, y sin embargo, todos los niños, ni bien empiezan a usar su inteligencia quieren conocer todo y quieren que se les explique todo; a veces los vemos como máquinas de preguntar; más exactamente son devoradores de la verdad. El amor de la verdad es el deseo más propiamente humano y está en el origen de toda ciencia. Esta inclinación funda el derecho natural de cada hombre a recibir lo que le es necesario para desarrollar su inteligencia, es decir, el derecho a la instrucción. Pero, por otro lado, también impone el deber fundamental de buscar la verdad y de cultivar la inteligencia, especialmente en el dominio de la moral y de la verdad fundamental que es la verdad sobre Dios[12].

genteEsta misma tercera inclinación espiritual tiene otra meta, que es la inclinación a vivir en sociedad. Ya Aristóteles calificaba al hombre como animal social y político. Esta inclinación se basa tanto en motivos de orden material (la imposibilidad del individuo para subsistir por sí solo) cuanto en razones espirituales (la inclinación y necesidad de la amistad, del afecto y del amor humano). Esta inclinación fundamenta todos los derechos sociales y pone límites a una libertad concebida arbitrariamente; así por ejemplo, de esta inclinación puede establecerse la antinaturalidad de la mentira, del robo, de la injusta distribución de los bienes naturales, etc. La virtud de la justicia perfecciona y salvaguarda correctamente esta natural inclinación del hombre.

Los preceptos segundos de la ley natural. Junto al precepto fundamental de la ley natural y a los primeros preceptos de la ley natural, nuestra razón, trabajando ya de modo más fino, descubre otros fines que nos perfeccionan pero que no tienen ya la evidencia inmediata de los anteriores, sino que son fruto de un razonamiento generalmente científico[13]. Estos constituyen lo que algunos llaman con diversos nombres: derecho natural aplicado, o especial, o segundo, o derivado. Por ejemplo, pertenece a este nivel de principios la ilicitud de la venganza privada, la indisolubilidad del matrimonio[14], etc.

  1. c) ¿Cómo es esa ley natural?

         Esta ley natural tiene varias características, las más importantes de las cuales son tres: es universal, inmutable e indis­pen­sable.

Universalidad. La ley natural es válida para todos los hombres[15]. Niegan esta verdad todos los que defienden algún modo de relativismo cultural o geográfico (o sea, los que sostienen que los principios morales o éticos dependen exclusivamente de cada cultura o cada región; así los que dicen que no tiene el mismo valor moral en homicidio o el adulterio en nuestra cultura occidental que entre los hotentotes). En el fondo estos relativismos confunden el valor objetivo de la ley natural con su posible desconocimiento por parte de algunos hombres. La ley natural es válida para todo ser humano porque se deduce, como ya hemos indicado, a partir de las inclinaciones naturales del hombre. Habiendo unidad esencial en el género humano, los preceptos han de ser necesariamente universales. El hombre, con las estructuras fundamentales de su naturaleza, es la medida, condición y base de toda cultura[16]. Sin embargo, otra cosa es que todos los hombres conozcan todos estos preceptos. En este sentido los filósofos y teólogos distinguen entre los distintos niveles de la ley diciendo que: sobre el precepto universalísimo no cabe ignorancia alguna por su intrínseca evidencia; sobre los primeros preceptos cabe la posibilidad de ignorar algunos, aunque no durante mucho tiempo; esto se agrava en la situación real del hombre caído (pero dicen que es imposible ignorarlos todos en conjunto); finalmente, sobre las conclusiones remotas caben mayores probabilidades de ignorancia inculpable, de oscurecimiento de la razón debido al pecado y de error en el procedimiento del razonamiento práctico. Digamos de paso que esto postula la necesidad moral de la gracia y la revelación para que las verdades religiosas y morales sean conocidas de todos y sin dificultad, con una firme certeza y sin mezcla de error[17].

ley de DiosInmutabilidad. La ley natural es también inmutable, es decir, que permanece a través de las variaciones de la historia; subsiste bajo el flujo de ideas y costumbres y sostiene su progreso[18]. Se opone a esta verdad el relativismo histórico o evolucionismo ético que sostiene que la moralidad está sujeta a un cambio constante (o sea, que una cosa es la moral en nuestro tiempo y otra la moral de los tiempos de Cristo; y otra será la moral del próximo siglo). Nuevamente estamos ante una confusión de planos. Podemos distinguir una inmutabilidad objetiva y una inmutabili­dad subjetiva. Objetivamente hablando la ley natural admite un cierto cambio cuantitativo en el sentido de que puede lograrse con el tiempo una mayor declaración de los preceptos contenidos en ella; pero esto no significa que verdadera cambie sino que los mandatos se van explicitando, concretando y conociendo más. Desde el punto de vista de los sujetos la ley natural es inmutable en cuanto no puede borrarse del corazón del hombre, del mismo modo que no puede éste perder su naturaleza.

Indispensabilidad. La ley natural no admite excepciones. Santo Tomás aceptaba sólo la posibilidad de la dispensa realizada por el mismo Dios, en cuanto autor de la naturaleza, de algún precepto del derecho natural secundario cuando lo exige un bien mayor, ya que éste salvaguarda sólo los fines secundarios de la naturaleza. Tal es el caso, por ejemplo, de la permisión en el Antiguo Testamento de la poligamia y del divorcio[19]. Pero nunca hay excepción ni dispensa de ningún precepto primario[20]; por eso, las aparentes excepciones que admite la moral en los casos de hurto y homicidio no son verdaderas excepciones de la ley natural, sino auténticas interpretaciones que responden a la verdadera idea de la ley[21].

  1. Nuestra idea equivocada de los mandamientos

Dichosos los que guardan sus leyes…
¡Ojalá mis caminos se aseguren
para observar tus preceptos!
…Enséñame tus mandamientos…

Éstas son palabras de la Biblia, tomadas del Salmo 119, titulado “Elogio de la Ley divina”. No dejará de sorprender la lectura atenta de este Salmo a quien tenga de la ley una idea más bien gris. De hecho, ¿cuál es el concepto vulgar que tenemos de los mandamientos divinos? Podemos decir que la mayoría de los cristianos tienen de ellos el concepto de un “alambrado”. Es decir, pensamos que los mandamientos nos pondrían el “límite” de nuestro obrar; indicarían algo así como el mínimo tolerable: quien los traspasa “peca”. Son pues como un alambrado: “más allá no se puede ir”.

Incluso muchas personas buenas piensan así; o así trabaja su subconsciente.

Basta prestar atención a muchas preguntas que corrientemente debe escuchar el sacerdote. Los hombres de negocios preguntan: ¿cuál es el mínimo que uno tiene que declarar al pagar sus impuestos? Otros preguntan: ¿hasta qué hora se puede llegar tarde a Misa sin perder el precepto? ¿Vale si llegamos después de la predicación? ¿Y si llegamos después del Credo? A algunos novios se les escucha: ¿qué es lícito hacer a los novios durante el noviazgo? ¿cuáles tratos son pecado? ¿hasta dónde se puede llegar sin pecar?… ¡Y podríamos hacer una lista interminable!

En el fondo, ¿qué pedimos? ¡Que nos indiquen el mínimo de la moral! O sea, regateamos con Dios; le pedimos un “descuento” en los mandamientos.

Quienes piensan así, también suelen decir con el mayor desparpajo: “Yo no soy una persona mala. No digo que cumplo todos los mandamientos; pero cumplo la mayoría...”.

¿Qué idea se nos ha formado de la ley natural y de los mandamientos de Dios? Es como un alambrado de ocho hilos de púa que nos prohíbe pasarnos al campo del vecino… ¡el cual, por otra parte, siempre parece más verde que el nuestro! Pero ¿qué es lo que sucede cuando la vemos de esta manera? Lo mismo que les sucede a las vacas que están encerradas en un campo de pastos mustios, separadas por un alambrado de otro campo de atrayente verdura y olorosa fragancia: se pasan el día pegaditas al alambre, mordisqueando las matitas de alfalfa que se cuelan entre los hilos y mirando con lánguida ilusión la pradera vecina.

Algo semejante ocurre con los cristianos que ven así los mandamientos: se pasan la vida coqueteando con el pecado y envidiando a los que sin escrúpulos viven libertinamente. A estos Pemán les recuerda:

¡Qué mal equilibrio es
este andar pies tras pies
por la orilla de un volcán!

Este modo de entender la ley y los mandamientos es ajeno a nuestra fe; o mejor dicho, es opuesto. Empezó con la idea que difundió un mal fraile llamado Guillermo de Ockam, quien pensaba que Dios nos manda cosas con cierta arbitrariedad. Ockam reconocía que para salvarnos tenemos que cumplir lo que Dios nos manda; pero también decía que Dios podría perfectamente cambiar de opinión y mandarnos lo contrario de lo que nos manda ahora, y hacer que lo que ahora es vicio pase a ser virtud, y lo que ahora es virtud se califique como vicioso. Llegó a decir que si Dios en lugar de mandar que lo amemos sobre todas las cosas preceptuase que le tengamos odio, ¡el odio a Dios sería virtuoso y obligatorio![22]. Ockam fundó el voluntarismo puro que afirma que es la voluntad la que determina el bien y el mal, independientemente de la inteligencia. Hace ya varios siglos que venimos pagando el pato de su equívoco: todos los que creen que una mala acción (como la anticoncepción, la esterilización o el aborto) es lícita porque la ley lo permite, son hijos legítimos de Ockam, como son retoños suyos los que en la Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro en 1997, dijeron: “Hay que elaborar una nueva ética para un mundo nuevo, un nuevo código universal de conducta: reemplazar los diez mandamientos por los dieciocho principios de esta carta”. Y los dieciocho principios de esa carta no hacían otra cosa que afirmar la licitud de la anticoncepción y el aborto, el derecho a la esterilización, el derecho de los homosexuales y lesbianas a casarse y adoptar niños, el derecho a repartir anticonceptivos a los menores de edad, etc.[23].

Las cosas son muy distintas, y debemos tenerlo muy claro en nuestra cabeza (y ésta hay que conservarla fría). Los mandamientos divinos, así como la ley natural en la que están contenidos, no sólo emanan de la Voluntad divina, sino fundamentalmente de su Inteligencia. Como enseña la Escritura, la Tradición, el Magisterio, la Teología y el sentido común que Ockam se olvidó de consultar: la ley divina es el plan de la Sabiduría de Dios. Por eso el Salmo 107, mencionando la actitud de los pecadores dice: Se rebelaron contra los mandamientos, despreciando el Plan del Altísimo (Sal 107,6). Éste es el Plan según el cual ha creado todo el universo y lo dirige y cuida. Plan según el cual ha hecho todas las cosas de una manera determinada. Como dice la Escritura: Tú todo lo dispusiste con medida, número y peso (Sb 11,20).

Cada naturaleza determinada sólo puede ser perfeccionada por bienes determinados, como en cada cerradura sólo entra una llave; si meto la llave equivocada rompo la cerradura. Por esta razón en cada ser del universo, incluido el hombre, encontramos inclinaciones naturales hacia los bienes que las perfeccionan. Buscar esos bienes, por tanto, no es sólo una obligación, es un “deseo”, una “tendencia” de la naturaleza y una “vocación”. Porque el bien atrae aquello para lo cual es bien.

Ya dijimos que esa ley se condensa en lo expresado por los Diez Mandamientos; por tanto, los mandamientos no hacen sino indicarnos los “bienes” que nos perfeccionan y nos ayudan a precavernos de los males que nos degradan y rebajan arruinando nuestra naturaleza. También dijimos que esos mandamientos están grabados en nuestra naturaleza y también han sido revelados; ¿por qué? Porque con el pecado, el hombre perdió su norte moral y religioso y trajo sobre su conciencia el embotamiento. Se quedó con el libreto, pero se tornó miope para leerlo; parece un corto de vista intentando leer a media luz. Por este motivo, cuando Moisés bajó del Monte Sinaí donde Dios le reveló su ley, traía en realidad la misericordia de Dios esculpida en dos tablas de piedra. Dios repitió para el hombre sordo y ciego los mandamientos divinos. A su vez, Jesucristo, al fundar la Nueva Ley, interiorizó y elevó por la gracia esa misma ley repitiendo varias veces la necesidad de observar los mandamientos de Dios. En el Sermón de la Montaña, Jesús reveló o develó el sentido originario de los Diez Mandamientos, mostrando todas sus exigencias y dándoles pleno cumplimiento. De este modo, Jesucristo develó el designio primordial de Dios sobre el hombre. Se cumple así lo que dice el Salmo: Todos tus mandamientos son verdad (Sal 119,86). La verdad sobre el hombre.

La Ley divina es, pues, un faro, una luz espléndida que va iluminando nuestro camino.

¿Cómo el joven guardará puro su camino?
Observando tu palabra
 (Sal 119,9).

Guardar “puro” el camino es guardarlo seguro… ¿Qué mejor educación puede haber que hacer “entender” la sabiduría escondida en los mandamientos de Dios? No basta con saberlos: hay que entenderlos.

En tus ordenanzas quiero meditar

y mirar tus caminos (Sal 119,15).

Abre mis ojos para que contemple… (119,18).

Tus mandamientos no me ocultes (119,19).

Hazme entender, para guardar tu Ley

y observarla de todo corazón (119,34).

¿Qué significa “conocer” los mandamientos? Tres cosas: primero, saberlos; segundo, conocerlos interiormente; tercero, entender su íntima e indisoluble conexión.

Lo primero es lo más fácil. La mayoría de los cristianos han aprendido en su catecismo, o en su familia, cuáles son los diez mandamientos de la ley de Dios (aunque no todos, para vergüenza de los cristianos y de los sacerdotes que los deben enseñar). Pero para conocerlos bien hay que meditarlos en el corazón:

Con mis labios he contado
todos las sentencias de tu boca.

En el camino de tus dictámenes me regocijo
más que en toda riqueza.

En tus ordenanzas quiero meditar
y mirar a tus caminos.

En tus preceptos tengo mis delicias,
no olvido tu palabra
 (Sal 119,13-16).

¡Oh, cuánto amo tu ley!

Todo el día la estoy meditando (Sal 119,97).

Lo segundo significa comprender el valor de cada mandamiento, es decir, todo su contenido. Hay que reconocer que no todos saben todo lo que cada mandamiento implica. Por ejemplo, no todos saben que cada mandamiento incluye un aspecto positivo (un bien que hay que procurar o defender) y un aspecto negativo (prohíben los actos que ponen en peligro esos bienes). Los mandamientos tutelan, es decir, protegen, defienden y promueven los bienes fundamentales de la persona. Los bienes sin los cuales, una persona no puede ni madurar, ni perfeccionarse, ni ser feliz. Así, por ejemplo:

El primer mandamiento (Amarás al Señor sobre todas las cosas) abarca todas nuestras relaciones teologales con Dios, ordena nuestros actos de fe, esperanza y caridad; y también nos ejercita en la virtud de la religión con los actos de adoración, oración, sacrificios, etc. Nos preserva de todas las perversiones religiosas que amenazan al hombre: la superstición, la idolatría, la irreligión, el ateísmo, el agnosticismo.

El segundo mandamiento (No tomar el Nombre de Dios en vano) engendra en nosotros el respeto por Dios y por todo lo sagrado, nos da un auténtico sentido de la religión, y suscita la alabanza de Dios en nuestros labios.

El tercer mandamiento (Santificar las fiestas) nos hace aprender a dedicar nuestra vida a Dios, y también nos enseña a saber descansar y cultivar la vida familiar, cultural, social y religiosa.

El cuarto mandamiento (Honrar a los padres) nos conquista las virtudes familiares y sociales: el respeto entre padres, hijos y hermanos, hace de toda familia una “iglesia doméstica”, y humaniza y cristianiza toda la sociedad.

El quinto mandamiento (No matarás) nos enseña a respetar y valorar el don de la vida y la dignidad de toda persona humana, garantiza la paz en la sociedad y en el mundo.

El sexto mandamiento (No cometer actos impuros) educa en la virtud de la castidad y en el dominio de las emociones, y por tanto, garantiza la verdadera libertad humana liberándonos de la esclavitud de las pasiones desordenadas. Hace brillar la castidad en todos sus regímenes: en la virginidad consagrada, en el noviazgo, en el matrimonio. Garantiza la fidelidad entre los esposos.

El séptimo mandamiento (No robarás) ordena nuestras relaciones con los bienes materiales. Nos ayuda a ser respetuosos de los bienes, a despegarnos de ellos, a ser generosos con lo que tenemos, a ser justos en nuestra vida laboral y económica, nos enseña a amar y ayudar a los más pobres.

El octavo mandamiento (No dar falso testimonio ni mentir) nos hace amar la verdad y vivir en la verdad. Garantiza la honradez y la franqueza entre los hombres. Es prenda de verdadera amistad.

El noveno mandamiento (No desear la mujer ajena) lleva la castidad y la pureza al campo de los pensamientos y deseos, nos hace puros de corazón y verdaderamente libres.

El décimo  mandamiento (No codiciar los bienes del prójimo) ordena nuestro corazón hacia los bienes terrenos y nos libra de la tiranía de la codicia y de la avaricia y nos quita la tristeza que todo apego produce.

Se comprende así que el libro de los Hechos de los Apóstoles, llame a los mandamientos Palabras de vida (Hch 7,38).

Educar según los mandamientos significa, según mi punto de vista, hacer entender cuáles son los bienes a los que nos conducen los mandamientos, hacerlos valorar como bienes, es decir, presentarlos como “amables”, y hacer comprender por qué es necesario amarlos y practicarlos. También significa hacer entender que no sólo “hay que hacerlos porque Dios los manda”, sino que “Dios los manda porque en ellos está nuestro bien y nuestra felicidad”. Antes que mostrar su Autoridad, Dios muestra su infinita Bondad al iluminar de esta manera nuestro camino hacia la felicidad.

Debemos convencernos que jamás seremos felices si no vivimos estos bienes en nuestra vida. No solamente porque si no cumplimos los mandamientos no podremos salvarnos, sino también porque seremos unos infelices incluso en esta vida terrena; es decir, no pasaremos de ser mediocres.

Los mandamientos, pues, no son un alambrado que nos limita y castiga, prohibiéndonos cruzar al campo feliz. Por el contrario, son un Faro Sobrenatural que nos conduce por el camino seguro en medio de las tormentas de la vida. Son guías luminosas en nuestro itinerario de perfección. Recordemos lo que dice el Salmo:

La ley de Yahveh es perfecta,
consuelo del alma,
el dictamen de Yahveh, veraz,
sabiduría del sencillo.

Los preceptos de Yahveh son rectos,
gozo del corazón;
el mandamiento de Yahveh es claro,
luz de los ojos…

Los juicios de Yahveh son verdad
justos todos ellos,
apetecibles más que el oro,
más que el oro más fino;
sus palabras más dulces que la miel,
más que el jugo de panales
 (Sal 19,8-9. 10b-11).

Tu palabra es una antorcha para mis pies,
una luz en mi sendero
 (Sal 119,105).

El Papa envía su bendición al nuevo ministro general de la Orden Franciscana

Encomienda al nuevo Ministro de la Orden Franciscana a San Francisco.

Fray Massimo Giovanni Fusarelli Fray Massimo Giovanni Fusarelli es el nuevo Ministro General de la Orden Franciscana de los Frailes Menores para el sexenio 2021-2027.

A él, el Papa Francisco le hizo llegar un mensaje de felicitación: “Al tener noticia de su elección, me congratulo con usted y le aseguro mis oraciones y mi bendición, par que el Señor le asista y le proteja en el desarrollo de su servicio. Que el seráfico padre San Francisco le sea de aliento en la guía de sus hermanos”, escribe el Pontífice.

El anuncio del nombramiento fue realizado en la mañana de ayer, 13 de julio, en el Colegio Internacional de San Lorenzo de Brindis, en Roma, por el Cardenal João Braz de Aviz, Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, designado por el Papa como Cardenal delegado para presidir el Capítulo General de la Orden de los Frailes Menores (OFM) 

Nacido en Roma el 30 de marzo de 1963, Fusarelli creció en la misma ciudad con su familia. Conoció a los frailes menores en la parroquia de San Francisco de Tívoli, madurando la elección de la vida religiosa franciscana, haciendo su primera profesión el 30 de julio de 1983. Tras el noviciado, cursó filosofía y teología en la Pontificia Universidad Antonianum, obteniendo la licenciatura en Teología en 1988, y posteriormente la licencia y el diploma de doctorado en Teología Patrística en el Instituto Patrístico Augustinianum, obteniendo los relativos títulos en 1992. Enseñó Teología Patrística en el Instituto de Ciencias Religiosas del entonces Pontificio Ateneo Antonianum (1991-1996).

De 1990 a 1999 fue animador de la pastoral vocacional y juvenil y desde 1996 coordinador nacional; en este cargo, fue llamado a formar parte del Consejo nacional del Centro nacional para las Vocaciones de la Conferencia Episcopal Italiana. De 1999 a 2003 fue formador de los frailes de profesión temporal, consejero provincial y moderador provincial y nacional de la formación permanente. De 2003 a 2009, Fusarelli fue llamado a la Curia General como Secretario General para la Formación y los Estudios de la Orden de los Frailes Menores. De 2009 a 2013 vivió en la periferia este de Roma, en Torre Ángela, en una nueva y pequeña fraternidad empeñada en la caridad, el primer anuncio y la pastoral familiar. En junio de 2012, fue nombrado por el Ministro general de los Frailes Menores, el Padre Michael Anthony Perry, Visitador General para la Provincia Ofm de Nápoles. El 20 de diciembre de 2013 fue nombrado, por el mismo Ministro General, delegado y Visitador general para seguir el proceso de unificación de las seis provincias Ofm del norte de Italia. De octubre de 2016 a agosto de 2017 vivió con otros hermanos entre las víctimas del terremoto de Amatrice y Accumoli, en la provincia de Rieti. Desde septiembre de 2017 ha sido Guardián y párroco en San Francesco a Ripa, en Roma, y responsable del proyecto de acogida de personas en dificultad «Ripa dei Settesoli». El 2 de julio de 2020 fue elegido ministro provincial del Lacio.

La aceptación personal

La aceptación personal es fundamental para avanzar en el proceso de desarrollo integral y en el crecimiento espiritual

Es muy difícil y frustrante convivir con un sentido negativo de la propia identidad o recurrir a compensaciones ilusorias para “recuperar” tal positividad. No es extraño que se recurra a distintos procesos de evasión y compensación de la realidad, debido a que el ser humano no se acepta ni se valora tal y como es. Y no es raro que viva huyendo de sí mismo debido a que no se conoce y, en última instancia, porque no acepta lo que conoce de sí mismo, evita esto con el uso de máscaras, que lo único que hacen es hundirlo y ahogarlo en su propia mentira existencial.

Ante la pregunta por el quién soy no es raro que haya confusión y se responda desde el “quién no soy”, es decir desde los problemas, pecados, heridas, desde el pesimismo y negativismo. De esta manera, la pregunta por la propia identidad es una pregunta honda y existencial que es necesario responder desde la mismidad, desde el ser llamado a participar de la naturaleza divina.

Sólo respondiendo auténticamente sobre el propio yo se hace posible una serena y adecuada aceptación de sí mismo y de los propios límites. Philippe (2011) afirma que el acto más elevado y fecundo de la libertad humana reside antes en la aceptación de sí mismo que en el dominio de sí. Cuando falta aquella, la persona está continuamente afligida por un sentido profundo de insatisfacción personal.

aceptaciónLa aceptación personal conduce al ser humano a la valoración integral de sí mismo como persona, cristiano, llamado a una vocación particular. El proceso de aceptación y valoración personal puede tener distintas miradas; una de ellas parte de la propia historia, el recorrido en las distintas etapas de la vida en el que se incluye la revisión de temas importantes, tales como los padres, el desarrollo psicosexual, el colegio, los amigos, entre otros. La auto-aceptación consiste en admitir y reconocer todas las partes de sí mismo como un hecho, como la forma de ser, pensar, sentir y actuar de sí, aunque en un principio no resulten agradables. Philippe (2011) menciona que la libertad no consiste solamente en elegir, sino aceptar lo que no hemos elegido. Se trata entonces de aceptar las propias habilidades, capacidades y reconocer las fallas o debilidades sin sentirse menos o devaluado. Este es un paso fundamental en la reconstrucción de la valoración de sí mismo, porque precisamente las situaciones o hechos que hacen crecer a la persona son aquellos que no domina, sino que acepta (Sagne, 1998). De este modo, si el ser humano se acepta, valora y ama, va a aceptar, valorar y amar a los demás y, lo más importante, va a aceptar, valorar y amar a Dios, el Padre que le ha valorado cuando ha carecido interiormente de esa aceptación personal. La aceptación personal es fundamental para avanzar en el proceso de desarrollo integral y en el crecimiento espiritual. En su libro La libertad interior, Philippe dice que lo que impide la acción de la gracia divina en la vida no son tanto los pecados y errores, sino esa falta de aceptación de la debilidad, todos esos rechazos más o menos conscientes de lo que es o de la situación concreta. Y es que en el fondo muchas veces la persona vive peleando contra sí misma, contra hechos de la historia personal que ocurrieron hace mucho tiempo o incluso, se lucha contra algunas partes del cuerpo. Si no se acepta a sí misma, no se acepta a Dios en la vida, la acción de la gracia y del Espíritu Santo.

Philippe (2011) habla de tres actitudes posibles frente a aquello de la vida, de la propia persona o de las circunstancias que le desagrada o que considera negativo:

La primera es la rebelión: es el caso de quien no se acepta a sí mismo y se rebela: contra Dios que lo ha hecho así; contra la vida que permite tal o cual acontecimiento; contra la sociedad; etc. Cabe aclarar aquí que la rebelión no es vista aquí como forma negativa, debido a que puede tratarse de una primera e inevitable reacción psicológica ante circunstancias dolorosas y desgarradoras. El problema de ésta es que con esta actitud no se resuelve nada, más bien se convierte en fuente de desesperación, de violencia y de resentimiento.

La segunda, es la resignación: como la persona se da cuenta de que es incapaz de cambiarse a sí misma o de cambiar tal situación, termina por resignarse y carecer de esperanza. Aunque esta etapa puede ser necesaria, resulta estéril si se permanece en ella.

La tercera actitud (a la que conviene aspirar) es la aceptación: con respecto a la resignación, la aceptación implica una disposición muy diferente, pues lleva a decir “sí” a una realidad percibida como negativa, porque dentro de sí se alza la esperanza de que algo positivo saldrá de ella. Es una actitud, por tanto, esperanzadora. Cabe decir que cuando hay algo de fe, esperanza y caridad, automáticamente, hay también disponibilidad a la gracia divina, hay acogida a esta gracia y más pronto o más tarde, hay efectos positivos.

En síntesis, se puede decir que la aceptación no es resignación, no es estar de acuerdo necesariamente con hechos dolorosos o traumáticos. Más bien la aceptación es asumir, reconciliar en la propia vida, valorar rectamente lo vivido y lo que ha dolido; integrar en la existencia lo acontecido como parte de la historia y parte de un plan mayor, que es el Plan de Dios.

Astucia de la serpiente: Virtud evangélica.

Él no le negará al apóstol verdaderamente humilde y desprendido, si es necesario, hasta luces carismáticas y sobrenaturales para discernir los verdaderos y los falsos amigos de la Iglesia.

astuciaSon innumerables los temas en que Nuestro Señor recomienda insistentemente la prudencia, inculcando así a los fieles que no sean de una candidez ciega y peligrosa, sino que hagan que su cordura coexista con un amor vivaz y diligente de los dones de Dios; tan vivaz y tan diligente que el fiel pueda discernir, entre mil falsos ropajes, a los enemigos que los quieren robar.

Veamos un texto.

“Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis” (Mt 7, 15-20).

Este texto es un pequeño tratado de argucia. (virtud evangélica de la astucia serpentina). Comienza por afirmar que tendremos enfrente no sólo adversarios de visera erguida, sino a falsos amigos, y que por lo tanto nuestros ojos se deben volver vigilantes no sólo contra los lobos que se aproximan a nosotros con la piel a la vista, sino también contra las ovejas, a fin de ver si en alguna no descubriremos, bajo la blanca lana, el pelaje pelirrojo y mal disimulado de algún lobo astuto. Esto quiere decir, en otros términos, que el católico debe tener un espíritu ágil y penetrante, siempre atento contra las apariencias, que sólo entrega su confianza a quien demuestre, después de un examen meticuloso y sagaz, que es oveja auténtica.
Los fieles deben ser sagaces, máxime los dirigentes católicos

¿Pero cómo discernir la falsa oveja de la verdadera? “Por sus frutos se conocerán los falsos profetas”. Nuestro Señor afirma con ello que debemos tener el hábito de analizar atentamente las doctrinas y acciones del prójimo, a fin de que conozcamos esos frutos según su verdadero valor y precavernos contra ellos cuando sean malos.

Para todos los fieles esta obligación es importante, pues el rechazo a las falsas doctrinas y a las seducciones de los amigos que nos arrastran al mal o que nos retienen en la mediocridad es un deber. Pero para los dirigentes, a los que incumbe a título mucho más grave vigilar por sí y vigilar por los demás e impedir, por su argucia y vigilancia, que permanezcan entre los fieles o suban a cargos de gran responsabilidad hombres eventualmente afiliados a doctrinas o sectas hostiles a la Iglesia, este deber es mucho mayor.

¡Ay de los dirigentes en que un sentido falso de candidez haga amortecer el ejercicio continuo de la vigilancia a su alrededor! Por su desidia, perderán a un mayor número de almas de lo que hacen muchos adversarios declarados del catolicismo. Incumbidos de hacer multiplicar los talentos, bajo la dirección de la Jerarquía, ellos no se limitarían sin embargo a enterrar el tesoro, sino permitirían por su “buena fe” que él cayera en manos de los ladrones. Si Nuestro Señor fue tan severo con el siervo que no hizo rendir el talento, ¿qué le haría a quien estuviera durmiendo mientras entraba el ladrón?
«Vendrán muchos en mi nombre… y engañarán a muchos»

Pero pasemos a otro texto.

Jesús“Mirad que yo os envío como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas. Pero ¡cuidado con la gente!, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles” (Mt 10, 16-18).

En general, se tiene la impresión de que este texto es una advertencia exclusivamente aplicable a los tiempos de persecución religiosa declarada, ya que sólo se refiere a la citación ante tribunales, gobernadores y reyes, y a la flagelación en sinagogas. En vista de lo que ocurre en el mundo, sería el caso de preguntar si existe un sólo país, hoy en día, en que se pueda tener la seguridad que, de un momento a otro, no se estará en tal situación.

JesúsDe cualquier manera, también sería errado suponer que Nuestro Señor sólo recomienda tan gran prudencia frente a peligros ostensiblemente graves, y que de modo habitual un dirigente puede renunciar cómodamente a la astucia de la serpiente y cultivar apenas la candidez de la paloma. En efecto, siempre que está en juego la salvación de un alma, está en juego un valor infinito, porque por la salvación de cada alma fue derramada la sangre de Jesucristo. Un alma es un tesoro mayor que el sol, y su pérdida es un mal mucho más grave que los dolores físicos o morales que podamos sufrir, atados a la columna de la flagelación o en el banquillo de los reos.

Así, el dirigente tiene la obligación absoluta de tener los ojos atentos y penetrantes como los de la serpiente, al discernir todas las posibles tentativas de infiltración en las filas católicas, así como cualquier riesgo en que la salvación de las almas pueda estar expuesta en el sector a él confiado.

A este propósito es muy oportuna la citación de este texto.

Jesús“Jesús les respondió y dijo: Estad atentos a que nadie os engañe, porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: «Yo soy el Mesías», y engañarán a muchos” (Mt 24, 4-5).

Es un error suponer que el único riesgo al que puedan estar expuestos los ambientes católicos consiste en la infiltración de ideas nítidamente erróneas. Así como el Anticristo intentará mostrarse como el Cristo verdadero, las doctrinas erróneas querrán disfrazar sus principios con apariencias de verdad, revistiéndolos dolosamente de un supuesto aval de la Iglesia, y así preconizar una complacencia, una transigencia, una tolerancia que constituye una rampa resbaladiza por donde fácilmente se desliza, poco a poco y casi sin percibirlo, hasta el pecado.

Existen almas tibias que tienen una verdadera pasión de situarse en los confines de la ortodoxia, a caballo sobre el muro que las separa de la herejía, y ahí sonreírle al mal sin abandonar el bien —o, más bien, sonreírle al bien sin abandonar el mal. Lamentablemente se crea con todo ello, muchas veces, un ambiente en que el sensus Christi desaparece por completo, y en que apenas los rótulos conservan apariencia católica. Contra ello el dirigente debe ser vigilante, perspicaz, sagaz, previsor, infatigablemente minucioso en sus observaciones, siempre acordándose de que no todo lo que ciertos libros o ciertos consejeros pregonan como católico lo es en realidad. “Estad atentos para que nadie os engañe. Vendrán muchos en mi nombre diciendo: «Yo soy», y engañarán a muchos” (Mc 13, 5-6).
«Se meterán entre vosotros lobos rapaces»

Otro texto digno de nota es éste:

Jesús“Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre” (Jn 2, 23-25).

Aquí se muestra claramente que, entre las manifestaciones a veces entusiasta que la Santa Iglesia pueda suscitar, debemos aprovechar todos nuestros recursos para discernir lo que puede haber de inconsistente o de fallido. Ése fue el ejemplo del Maestro. Él no le negará al apóstol verdaderamente humilde y desprendido, si es necesario, hasta luces carismáticas y sobrenaturales para discernir los verdaderos y los falsos amigos de la Iglesia. En efecto, Jesucristo, que nos dio la expresa recomendación de ser vigilantes, no nos negará las gracias necesarias para ello.

“Tened cuidado de vosotros y de todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo os ha puesto como guardianes para pastorear la Iglesia de Dios, que Él adquirió con la sangre de su propio Hijo. Yo sé que, cuando os deje, se meterán entre vosotros lobos rapaces, que no tendrán piedad del rebaño” (Hch 20, 28-29).

A fin de no prolongar demasiado esta exposición, citamos sólo algunos textos más:

El propio San Pedro dio este otro consejo:

“Así pues, queridos míos, ya que estáis prevenidos, estad en guardia para que no os arrastre el error de esa gente sin principios ni decaiga vuestra firmeza. Por el contrario, creced en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. A él [sea dada] la gloria ahora y hasta el día eterno. Amén” (2 Pe 3, 17-18).

Y no se juzgue que sólo un espíritu naturalmente inclinado a la desconfianza puede practicar siempre tal vigilancia. En San Marcos leemos:

“Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!” (13, 37). San Juan aconseja con solicitud amorosa: “Hijos míos, que nadie os engañe” (1 Jn 3, 7).

¿Qué significa el escapulario? ¿Es sólo una moda?

escapulario

Mucha gente lo usa como amuleto o como una moda, pero ese no es su verdadero sentido

Muchas personas usan el escapulario u otros objetos de devoción sin saber su verdadero significado, o incluso como un amuleto, algo mágico que “da suerte”, que libra del “mal de ojo” o algo parecido.

Como si el verdadero sentido no viniese del corazón de quien usa tal o cual objeto, pues su verdadero significado es el de señalar algo que está en su interior, en su fe, en sus propósitos y en su conversión.

Muchos usan cruces, medallitas, rosarios y escapularios de Nuestra Señora del Carmen como una moda, porque lo usa tal artista o tal telenovela.

Pero ¿cuál es el verdadero significado del escapulario?

Origen como parte de un hábito de monje

El escapulario era un delantal usado por los monjes durante el trabajo, para no ensuciar la túnica.

Virgen del CarmenColocado sobre las escápulas (hombros), el escapulario es una pieza del hábito que aún hoy usan los carmelitas.

Con el tiempo, se estableció un escapulario reducido para ser dado a los fieles laicos.

De esa forma, quien lo usase podría participar de la espiritualidad del Carmelo y de las grandes gracias que están ligados a él; entre otras el privilegio sabatino.

Un gran regalo a quien lo lleva

En su bula llamada Sabatina, el papa Juan XXII afirma que quienes usan el escapulario serán rápidamente librados de las penas del purgatorio el sábado que sigue a su muerte.

Las ventajas del privilegio sabatino fueron confirmadas por la Sagrada Congregación de las Indulgencias, el 14 de julio de 1908.

2006: Les filles de la charité, à la chapelle de la médaille miraculeuse, à Paris.

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El escapulario actual está hecho de dos cuadraditos de tejido marrón unidos por cordones, que tienen a un lado la imagen de Nuestra Señora del Carmen, y en la otra el Corazón de Jesús, o el escudo de la Orden del Carmen.

Es una miniatura del hábito carmelita, por eso es de tela. Quien se reviste del escapulario pasa a formar parte de la familia carmelita y se consagra a Nuestra Señora. Así, el escapulario es un signo visible de la alianza con María.

¿Para qué sirve?

El escapulario es un signo exterior de devoción mariana, que consiste en la consagración a la Santísima Virgen María, por medio de la inscripción en la Orden Carmelita.

El escapulario del Carmen es un sacramental. Según el Vaticano II, es “un signo sagrado, según el modelo de los sacramentos, por medio del cual se obtienen efectos, sobre todo espirituales, que se obtienen por la intercesión de la Iglesia” (SC 60).

“La devoción del escapulario del Carmen hizo descender sobre el mundo una copiosa lluvia de gracias espirituales y temporales” (Pío XII, 6/8/50).

Todo empezó con una visión

La devoción al escapulario de Nuestra Señora del Carmen comenzó con la visión de san Simón Stock. Según la tradición, la Orden del Carmen atravesaba una fase difícil entre los años 1230-1250.

Recién llegada a Europa como nómada, expulsada por los musulmanes del Monte Carmelo, la Orden atravesaba un período crítico.

Los frailes carmelitas encontraban fuerte resistencia por parte de otras órdenes religiosas. Eran hostilizados e incluso satirizados por su manera de vestir. El futuro de los carmelitas lo dirigió Simón Stock, hombre de fe y gran devoto de Nuestra Señora.

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Además de llevarlo…

Es importante destacar algunas actitudes que deben ser asumidas por quien se reviste de este signo mariano:

  • Colocar a Dios en primer lugar en su vida y buscar siempre realizar Su voluntad.
  • Escuchar la Palabra de Dios en la Biblia y practicarla en la vida.
  • Buscar la comunión con Dios por medio de la oración.
  • Abrirse al sufrimiento del prójimo, solidarizándose con él en sus necesidades, procurando solucionarlas.
  • Participar con frecuencia de los sacramentos de la Iglesia, de la Eucaristía y de la confesión.

Por qué exigimos demasiado

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La respuesta está escondida en nuestro corazón y el problema se soluciona viviendo la gratuidad del amor

Me gusta la sinceridad. Decir lo que siento, lo que pienso y no guardarme las cosas por miedo a equivocarme y herir. Aunque hiera con palabras y ofenda con silencios.

Un ejemplo de sinceridad en el Evangelio, cuando Pedro le dice a Jesús todo lo que piensa:

«En aquel tiempo, dijo Pedro a Jesús: -Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos va a tocar?».

La sinceridad es el arma de los honestos. Decir lo que pienso sin miedo al rechazo. Expresar mis opiniones y sentimientos.

¿Y si estoy equivocado en mi juicio? Puede ser falsa la interpretación que hago de lo que siento. Pero lo que siento es verdadero porque soy yo el que lo siente en el alma, muy dentro.

Decir lo que estoy pasando por dentro es verdadero. Aunque el que ha provocado en mí el sentimiento no tenga la intención de hacerme daño.

Por eso no descalifico nunca lo que mi hermano siente. Si se siente ofendido, abusado, herido, eso es verdadero. Tal vez no quise ofender, ni herir, pero es verdadero el sentimiento.

Expresarse, por salud

Decir lo que pienso es sano. Decir lo que siento, lo que hay en mi corazón. Mi rabia y mi paz, mi incomodidad y mi alegría.

Mis sentimientos de envidia que anidan en el corazón. Mis pretensiones ocultas. Mis deseos íntimos. Todo lo que hay en mí, todo lo que observo y juzgo.

Ser asertivo es un valor. Decir lo que pienso y siento. A menudo me guardo todo y con ello no consigo nada. Aumenta mi ansiedad y me siento incapaz de avanzar.

Me guardo mis opiniones, mis deseos, mis proyectos. Escondo lo que deseo hacer y me amoldo a lo que los demás esperan de mí.

Pero esa actitud sumisa acaba pasándome factura.

Me guardo tanto mis preguntas incómodas, mis opiniones y deseos verdaderos pretendiendo una falsa humildad, que sufro y me duele el alma por dentro.

Tampoco vivir hiriendo

Es cierto que no tengo derecho a decir todo lo que pienso si con ello ofendo, hago daño, o hiero. No tengo razón al gritar mis verdades por mucho que sean verdad en mi alma.

La sinceridad es valiosa. Siempre que la practique desde la caridad. No quiero herir con mis opiniones y juicios.

No quiero que por querer ser sincero pase por la vida haciendo daño. Esa tampoco es la intención.

No pretendo vivir hiriendo. Pero sí siendo sincero como lo es Pedro. Él quiere preguntarle a Jesús lo que va a recibir a cambio de haberlo entregado todo.

¿Siempre esperar algo a cambio?

En la vida es así. Doy mucho, digo que lo hago por amor, porque quiero, pero luego paso factura.

Exijo que me quieran lo mismo, que me den como contrapartida una parte equivalente a lo que yo he dado.

Y entonces el alma vive exigiendo lo mismo que da. Si soy generoso que también lo sean conmigo.

¿Cuál es el pago que recibo por entregarle la vida a Jesús? Quizás pienso en bienes materiales, en prestigio.

¿Qué no es un regalo?

Dejarlo todo por amor es un don de Dios, no es mérito mío. La generosidad hasta el extremo es un regalo de Dios en mi vida.

¿Estoy dispuesto a dejarlo todo? ¿Qué he dejado por amor a otros? ¿Y por amor a Dios? ¿Me he entregado por entero, le he dado todo lo que tengo?

¿Me he abandonado en sus manos como una barca mecida a su antojo por el viento en el mar?

No lo sé. En ocasiones pienso que sí, que lo he dejado todo por Él. Pero luego mi corazón guarda tesoros escondidos. Retengo bolas de oro que no estoy dispuesto a entregar.

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Guardo lo que no quiero entregarle a nadie. Es mío, pienso en mi corazón. Y no deseo que nadie lo posea.

No me doy por entero en ese deseo de dárselo todo a Dios. Algo reservo para mí.

¿Hasta dónde llega mi generosidad?

En la pregunta de Pedro habita el deseo de un premio. Quiere una compensación por tanta renuncia.

Él se supo amado por Jesús y lo dejó todo, no preguntó entonces qué recibiría a cambio. Pero ahora quiere saber más.

Cuando yo lo dejo todo por seguir los pasos de Dios es porque lo que me ofrece es más grande y valioso que lo que dejo atrás.

Entonces, ¿por qué siento que tienen que pagarme algo o compensar mi generosidad?

Me he encontrado con personas muy generosas. Lo dan todo, no se guardan nada. Siempre están dispuestas a amar, a dar la vida, su tiempo por los demás.

Preguntan lo que los demás desean y se ofrecen a ayudar allí donde la necesidad requiera su presencia.

Parece que no hay otras intenciones detrás de esa entrega altruista. Pero súbitamente surgen deseos inconfesables escondidos en sus palabras o en sus quejas.

Preguntas no pronunciadas en sus silencios. Y tristezas provocadas por no recibir lo que nunca han pedido.

Así es el corazón humano que siempre espera algo. Ama y quiere ser amado. Da y desea recibir.

Dios, fuente de generosidad

Sólo Jesús tiene esa mirada, esa forma de vivir que no oculta nada. No hay preguntas esperando un pago por lo que me ha dado.

Esa generosidad de Jesús es la que yo quiero para mí. Para no pasar factura por todo lo que entrego. Para no echar en cara lo que he regalado.

¿Acaso he vendido mi vida? La he regalado sin esperar nada a cambio.

Pero mi corazón mezquino tiene esas cosas, esos sentimientos ocultos, esos egoísmos y lleva cuenta del bien realizado y del bien no recibido o el mal sufrido.

Lo hago como donación pero casi parece una compraventa. Digo que no quiero nada a cambio mientras tiendo mi mano al cielo esperando una contrapartida.

¡Qué pena aquellos que destruyen con su mano izquierda lo que construyeron con su derecha!

¡Cuánto bien hacen al ser generosos y cuánto mal despiertan al exigir aquello a lo que no tienen derecho!