Faustina Kowalska, Santa
Apóstol de la Divina Misericordia, 5 de octubre
Martirologio Romano: En Cracovia, en Polonia, santa María Faustina (Elena) Kowalska, virgen de las Hermanas de la Bienaventurada Virgen María de la Misericordia, solícita de anunciar el misterio de la divina misericordia (1938).
Fecha de beatificación: 18 de abril de 1993 por S.S. Juan Pablo II
Fecha de canonización: 30 de abril de 2000 también por el Papa Juan Pablo II.
Breve Biografía
Sor Faustina nació en el año 1905 en la aldea de Glogowiec, cerca de Lodz, como la tercera de diez hermanos en la familia de Kowalski. Desde pequeña se destacó por el amor a la oración, laboriosidad, obediencia y sensibilidad ante la pobreza humana. Su educación escolar duró apenas tres años. Al cumplir 16 años abandonó la casa familiar para trabajar de empleada doméstica en casas de familias acomodadas. A los 20 años entró en la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, donde ¬ como Sor María Faustina ¬ vivió 13 años cumpliendo los deberes de cocinera, jardinera y portera. Su vida, aparentemente ordinaria, monótona y gris, se caracterizó por la extraordinaria profundidad de su unión con Dios. Desde niña había deseado ser una gran santa y, en consecuencia, caminó hacia este fin colaborando con Jesús en la obra de salvar a las almas perdidas, hasta ofrecerse como sacrificio por los pecadores. Los años de su vida conventual estuvieron marcados, pues, por el estigma del sufrimiento y las extraordinarias gracias místicas.
La misión de sor Faustina consiste en 3 tareas:
• Acercar y proclamar al mundo la verdad revelada en la Sagrada Escritura sobre el amor misericordioso de Dios a cada persona.
• Alcanzar la misericordia de Dios para el mundo entero, y especialmente para los pecadores, por ejemplo a través de la práctica de las nuevas formas de culto a la Divina Misericordia, presentadas por el Señor Jesús: la imagen de la Divina Misericordia con la inscripción: Jesús, en ti confío, la fiesta de la Divina Misericordia, el primer domingo después de la Pascua de Resurrección, la coronilla a la Divina Misericordia y la oración a la hora de la Misericordia (las tres de la tarde). A estas formas de la devoción y a la propagación del culto a la Divina Misericordia el Señor Jesús vinculó grandes promesas bajo la condición de confiar en Dios y practicar el amor activo hacia el prójimo.
• La tercera tarea es inspirar un movimiento apostólico de la Divina Misericordia que ha de proclamar y alcanzar la misericordia de Dios para el mundo y aspirar a la perfección cristiana siguiendo el camino trazado por la beata sor María Faustina. Este camino es la actitud de confianza de niño hacia Dios que se expresa en cumplir su voluntad y la postura de caridad hacia el prójimo. Actualmente este movimiento dentro de la Iglesia abarca a millones de personas en el mundo entero: congregaciones religiosas, institutos laicos, sacerdotes, hermandades, asociaciones, distintas comunidades de apóstoles de la Divina Misericordia y personas no congregadas que se comprometen a cumplir las tareas que el Señor Jesús transmitió por sor María Faustina.
• Sor María Faustina manifestó su misión en el Diario que escribió por mandato del Señor Jesús y de los confesores. Registró en él con fidelidad todo lo que Jesús le pidió y describió todos los encuentros de su alma con Él. Secretaria de mi más profundo misterio ‹dijo el Señor Jesús a sor María Faustina‹ tu misión es la de escribir todo lo que te hago conocer sobre mi misericordia para el provecho de aquellos que leyendo estos escritos, encontrarán en sus almas consuelo y adquirirán valor para acercarse a mí (Diario 1693). Esta obra acerca de modo extraordinario el misterio de la misericordia Divina. Atrae no solamente a la gente sencilla sino también a científicos que descubren en ella un frente más para sus investigaciones. El Diario ha sido traducido a muchos idiomas,por citar algunos: inglés, alemán, italiano, español, francés, portugués, árabe, ruso, húngaro, checo y eslovaco.
El 18 de abril de 1993 el Papa Juan Pablo II beatificó a nuestra Sor Faustina Kowalska en la Basílica de San Pedro en Roma. Fue en el primer domingo de Pascua, en el cual, según el pedido expreso de Jesús a Sor Faustina, debía celebrarse la Fiesta de la Misericordia. Y la beatificó precisamente Juan Pablo II, quien siendo aún arzobispo de Cracovia, llevó adelante el proceso arquidiocesano como paso previo a los procesos romanos.
El 30 de abril de 2000, el Santo Padre Juan Pablo II, canonizó a Sor Faustina, en la Basílica de San Pedro, frente a 200.000 devotos de la Divina Misericordia.
Oración para alcanzar gracias por medio de la beata Sor Faustina
Oh Jesús, que hiciste de la beata Faustina una gran devota de tu infinita misericordia,
concédeme por su intercesión, si fuere esto conforme a tu santísima voluntad, la gracia de …………………………, que
te pido. Yo, pecador/a, no soy digno/a de tu misericordia, pero dígnate mirar el espíritu de entrega y sacrificio de Sor Faustina
y recompensa sus virtudes atendiendo las súplicas que a través de ella te presento confiando en tí.
Padre nuestro…
Ave María…
Gloria…
Santa Faustina, ruega por nosotros.
Marta o María
Santo Evangelio según san Lucas 10, 38-42. Martes XXVII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Ven, Señor, a mi corazón, te invito a quedarte conmigo todo este día para que pueda conocerte y amarte cada día más.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 10, 38-42
En aquel tiempo, entró Jesús en un poblado, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Ella tenía una hermana llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su palabra. Marta, entre tanto, se afanaba en diversos quehaceres, hasta que, acercándose a Jesús, le dijo: «Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude».
El Señor le respondió: «Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte, y nadie se la quitará».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
La vida cotidiana puede ser como un tren de alta velocidad; no nos paramos a ver los pequeños detalles, las pequeñas estaciones. Al final del día terminamos con un cansancio tan grande que, en nuestra estación final, en la noche, sólo queremos dormir porque sabemos que tenemos que volver a correr el día siguiente.
Todos llevamos una Marta y una María en el interior. A veces Marta, la inquieta, puede dominar más en los atareos, en las prisas, pero hay que sacar a María también. María escuchaba y contemplaba al Señor. Ésa es la mejor parte que no le será quitada. Hagamos en este día de nuestro corazón como la casa de Betania. Acojamos a Jesús a pesar de la prisa y el ruido, detengamos nuestra mirada en la belleza del paisaje que nos ofrecen las estaciones de nuestro tren. Servir y contemplar es uno de los binomios que deben motivar nuestra vida como cristianos y apóstoles.
Nuestra parte contemplativa alimenta nuestra parte evangelizadora. Mientras María ora, Marta labora. No podemos desligar la oración de la evangelización porque la primera constituye la fuerza y el alimento de toda obra. Después de haber estado estos minutos en contacto con la Palabra, nuestra actitud, de cara a la vida, debe contener el entusiasmo de quien ama y se siente amado por Cristo. La caridad con nuestros hermanos más cercanos, aunque nos cueste el trato con alguno que otro, es el fruto de esta experiencia. Pidamos a Dios la gracia para poder ser coherentes y consecuentes con esta forma de vivir nuestra vocación cristiana.
«Cuánto bien nos hace, como Simeón, tener al Señor “en brazos”. No sólo en la cabeza y en el corazón, sino en las manos, en todo lo que hacemos: en la oración, en el trabajo, en la comida, al teléfono, en la escuela, con los pobres, en todas partes. Tener al Señor en las manos es el antídoto contra el misticismo aislado y el activismo desenfrenado, porque el encuentro real con Jesús endereza tanto al devoto sentimental como al frenético factótum. Vivir el encuentro con Jesús es también el remedio para la parálisis de la normalidad, es abrirse a la cotidiana agitación de la gracia. Dejarse encontrar por Jesús, ayudar a encontrar a Jesús: este es el secreto para mantener viva la llama de la vida espiritual. Es la manera de escapar a una vida asfixiada, dominada por los lamentos, la amargura y las inevitables decepciones». (Homilía de S.S. Francisco, 2 de febrero de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Trataré de evitar toda prisa y reparar en la caridad que puedo obrar con mis más cercanos.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Sequedad en la oración: Nuestra parte en la lucha II Parte
El P. John Bartunek, LC nos da algunos consejos para evitar o lograr salir de la sequedad en la oración.
Sequedad en la oración – Nuestra parte en la lucha Segunda Parte
En la parte I, hablamos sobre lo que sucede con la sequedad o la aridez en la oración. Hoy, veremos nuestra parte en la lucha*.
Un lector pregunta: Estimado Padre John, desde hace mucho tiempo he utilizado la meditación para orar, pero últimamente estoy experimentando sequedad. Siento que no saco mucho fruto de ella, como antes. ¿Será que estoy en la «noche oscura del alma»? Si no, ¿qué es lo que me está pasando y qué debo hacer?
La sequedad en la oración es lo contrario al consuelo (la sensación de satisfacción que Dios da a nuestras emociones, imaginación, intelecto y voluntad cuando encontramos su verdad, bondad y belleza). La sequedad es la ausencia o disminución de esos consuelos, ya sea de vez en cuando o durante largos períodos de tiempo. El Catecismo identifica la sequedad como uno de los principales obstáculos en la oración. Pero no seremos capaces de comprender cómo lidiar con este obstáculo a menos que entendamos, al menos un poco, lo que lo causa.
La sequedad en la oración surge por una de dos razones: debido a nosotros, o debido a Dios. Comencemos con la primera razón.
Cuando las cosas se complican
Cuando no estamos haciendo un esfuerzo razonable de nuestra parte en la búsqueda de la oración, la sequedad viene por causa nuestra. A veces, en la vida espiritual, especialmente al principio (pero no únicamente), Dios manda consuelos frecuentes e intensos a nuestra alma. Es como un noviazgo y Él nos está cortejando, nos manda flores, nos da dulces, nos lleva a citas hermosas (en el sentido espiritual). Está tratando de convencernos de su bondad, sabiduría y poder; está tratando de ganarnos para Él. A medida que nuestra relación se profundiza, nos damos cuenta que seguir a Dios implica no sólo recibir buenos regalos de su parte, sino darle también el regalo de nosotros mismos.
Esto lo hacemos obedeciendo sus mandamientos y su voluntad, siguiendo su ejemplo, creciendo en virtud, edificando la Iglesia, amando a nuestro prójimo…Todas estas cosas, que se basan en nuestro deseo de crecer en amistad con el Único que nos está llamando, requieren esfuerzo de nuestra parte. Tenemos que escoger libremente, responder a la acción de Dios en nuestras vidas; no es algo automático (si fuera automático, no sería una relación de amor o de amistad).
A medida que este camino continúa, algunas veces nos sentimos cansados. Comenzamos a ansiar las «cebollas de Egipto», como los israelitas lo hicieron durante su travesía por el desierto, en camino hacia la Tierra Prometida. Anhelamos una vida más fácil, los placeres de la propia gratificación, las comodidades seductoras y las gratificaciones pasajeras que treinta monedas de plata puedan comprar para nosotros. Momentos como éstos son cruciales para el crecimiento espiritual. Nos dan una oportunidad para madurar nuestro amor a Dios, para crecer un poquito más, pero el jalón de nuestra naturaleza caída, azuzada por el brillo de la cultura popular y los cantos del demonio en nuestro interior, es fuerte.
Volviéndonos descuidados
Una reacción que podemos tener durante estos tiempos es simplemente repasar los momentos de nuestra vida de oración. En la superficie, pareciera que continuamos con los mismos compromisos de oración que siempre hemos guardado, compromisos que cuentan con la bendición de nuestro director espiritual; y sin embargo, comenzamos a cumplir con ellos de manera rutinaria, no haciendo un esfuerzo concreto para concentrarnos en nuestra oración vocal, por ejemplo, o no siguiendo cuidadosamente el método de nuestra oración mental. Nos volvemos tibios. No preparamos con tiempo el material para nuestra meditación, no guardamos silencio interior durante el día; de cuando en cuando quitamos algunos minutos de nuestra meditación o jugamos con distracciones involuntarias en lugar de poner el esfuerzo necesario para evitarlas…
Algunas veces esta disminución es extremadamente sutil, inclusive subconsciente; pero otras salta a la vista: evitamos ver a Dios a los ojos por algún pecado del cual no nos arrepentimos y no hemos confesado (deshonestidad, infidelidad, impureza, ambición desordenada, consentimiento voluntario a sentir coraje o envidia en un ataque de auto justificación…). Ya sea de manera sutil o flagrante, aflojarle al esfuerzo razonable por poner atención a Dios cuando oramos, frecuentemente nos inhibirá para escuchar su voz. No siempre, porque Dios puede hacerse oír aun cuando no estemos escuchando, pero casi siempre.
Esquivando el camino
Cuando nuestra bandeja de entrada está abarrotada de más, perdemos la motivación para levantarnos las mangas y ponernos a trabajar, así que lo dejamos para después o buscamos trabajo para distraernos manteniéndonos ocupados. Esto inhibe que experimentemos la satisfacción que viene de un trabajo bien hecho, del cumplimiento de las metas y de seguir prioridades objetivas. Lo mismo sucede en la vida espiritual.
Cuando siguiendo a Cristo llegamos a una parte escarpada del camino, podemos esquivarla, tomar un descanso o inclusive buscar un atajo, aunque sabemos muy bien que nuestro Señor está parado en la subida llamándonos a seguir adelante. Hasta que volvamos al camino no seremos capaces de experimentar el consuelo que Dios tiene para nosotros, porque no encontraremos a Dios (fuente de consuelo) donde Él nos está esperando.
Piensa en un gimnasta que llega a estancarse en su entrenamiento. Su entrenador sabe que necesita mantener el mismo esfuerzo que estaba poniendo cuando conseguía un progreso visible y rápido, pero ella empieza a desanimarse precisamente porque su progreso no es tan rápido y visible en este momento. Si confía en el entrenador y persevera, pronto estará más allá del nivel en que estaba estancada y conseguirá otros más elevados, experimentando la satisfacción que esto conlleva. El entrenador puede animar, pero al final, somos nosotros quienes decidimos si ponemos de nuestra parte y continuamos adelante esforzándonos..
La primera pregunta
Ésta es la primera pregunta que necesitamos hacernos a nosotros mismos si estamos experimentando sequedad en la oración: ¿Estoy poniendo de mi parte? ¿O algún pecado no confesado, una autocompasión sutil o simplemente la flojera (sé humilde), han provocado que se diluyan mis esfuerzos?
Para encontrar una respuesta objetiva a esta pregunta, a menudo es útil revisar nuestros compromisos de oración con nuestro director espiritual, para describirle cómo estamos rezando el rosario, la meditación, el ofrecimiento de la mañana y participando en la Misa. También puede ser útil repasar de nuevo las guías básicas de la oración, por ejemplo leer Los fundamentos de la meditación cristiana en la primera sección del libro La mejor parte. (Para tu conveniencia, he incluido una lista de comprobación más abajo que puede ayudarte a recordar lo que conlleva hacer tu parte en la meditación diaria).
Si descubres que realmente has estado flojeando un poquito, ¡no tengas miedo! Llévalo a la confesión y luego haz algunos pequeños ajustes en tus compromisos que ayuden a motivarte para retomar el ritmo. Por ejemplo, cambiar el libro que estás usando para apoyar tu meditación o el lugar de tu oración matutina, o el tiempo del día, o comprar un rosario nuevo… un nuevo comienzo puede detonarse sin esta clase de trucos externos, pero algunas veces pueden ayudar.
Por otra parte, si después de una calmada y objetiva autoevaluación, estás convencido que sí estás haciendo un esfuerzo razonable por poner de tu parte, entonces la sequedad que estás experimentando probablemente no se deba a ti, sino a Dios. La próxima vez vamos a hablar de por qué Dios a veces retiene sus consuelos. (Por cierto, sigo diciendo «esfuerzo razonable» porque eso es todo lo que Dios nos pide. Algunas personas tienden a pensar que si su esfuerzo no es perfecto en todos los sentidos, no es razonable. Eso no es verdad. Dios sabe que no somos ángeles).
…[Tomado de La mejor parte: Un método cristocéntrico para la oración personal] Entonces, medir si cada día tu meditación estuvo bien o mal no es fácil. Tu meditación bien pudo ser agradable para Dios y llena de gracia para tu alma, incluso si para ti fue desagradable y difícil desde la perspectiva emocional. Un atleta debe entrenar mucho incluso si le es doloroso o frustrante y, del mismo modo, pasa en la meditación diaria.
Lo más importante es simplemente seguir esforzándonos para orar mejor. En la dirección espiritual y en la confesión habla sobre tu vida de oración y confía que, si sinceramente estás haciendo tu mejor esfuerzo, el Espíritu Santo hará el resto.
Encontrarás más adelante algunos indicadores que te pueden ayudar. Lo más importante es mantenerse en pie de lucha para orar mejor. Habla sobre tu vida de oración en tu dirección espiritual o en la confesión, y confía en que si eres sincero, dando lo mejor de ti, el Espíritu Santo hará lo demás.
Mi meditación salió mal cuando yo…..
*No planeé lo suficiente sobre el material que iba a utilizar, cuándo y dónde iba a meditar, teniendo la delicadeza de apagar mi celular, etc.
*Simplemente cedí a las muchas distracciones que se me presentaron.
*Me dormí.
*Me salté el primer paso, concéntrate o lo hice de manera descuidada. ¿Cómo puede ir bien mi oración si no fui muy consciente de la presencia de Dios?
*No le pedí humildemente a Dios que me ayudara y me diera aquellas gracias que necesito para continuar creciendo en mi vida espiritual.
*Dediqué todo el tiempo a leer, pensar, soñar despierto, y no me detuve para preguntarle a Dios qué me quería decir y luego responderle desde mi corazón.
*Traté de despertar sentimientos intensos y emociones, en lugar de conversar de corazón a corazón al nivel de la fe.
*No renové mi compromiso con Cristo y su Reino al final de la meditación.
*Acorté el tiempo que me comprometí a rezar sin tener una razón importante para hacerlo.
Mi meditación salió bien cuando…
*Cumplí bien mi compromiso de dedicar un período de tiempo concreto a la meditación cada día.
*Seguí fielmente la metodología a pesar del cansancio, las distracciones, la sequedad o cualquier otra dificultad o, si fue imposible seguir el método de los cuatro pasos, hice lo mejor que pude para alabar a Dios de la manera que pude en el tiempo de meditación.
*Me quedé en los puntos de reflexión que más me llamaron la atención mientras hallaba más material para la reflexión y conversación.
*Busqué conocer y amar más a Cristo, para poder seguirlo mejor.
*Me aseguré de hablar con Cristo desde mi corazón acerca de lo que estaba meditando (o de lo que más había en mi corazón), aun cuando era difícil hallar palabras para ello.
*Fui completamente honesto en mi conversación. No dije cosas a Dios de manera mecánica o queriendo impresionar con mi elocuencia y, más bien, le dije lo que había en mi corazón.
*Hice un sincero esfuerzo por escuchar lo que Dios quería decir durante el tiempo de la oración, buscando aplicaciones para mi propia vida, circunstancias, necesidades y retos.
*Concluí la meditación mas firmemente convencido de la bondad de Dios y firmemente comprometido a dar lo mejor de mí para seguirlo fielmente.
Tuyo en Cristo,
La COP 26 está llamada a ofrecer respuestas eficaces
El Papa Francisco ha reunido en el Vaticano a expertos y líderes religiosos en el encuentro «Fe y Ciencia».
Fuente: Vatican News
El Papa Francisco, en su discurso entregado a los participantes, ofrece a los asistentes “tres conceptos para reflexionar sobre esta colaboración: la mirada de la interdependencia y del compartir, el motor del amor y la vocación al respeto”.
El mundo está íntimamente unido
En el día del primer aniversario de la encíclica Fratelli tutti dedicada a la fraternidad humana, el Papa Francisco reúne en la Sala de las Bendiciones a científicos, expertos y líderes religiosos (entre ellos, el gran imán de al-Azhar, Ahmad al-Tayyeb, y el Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I) para el encuentro «Fe y Ciencia. Hacia el policía 26». Un evento que -como dice el título- se anticipa a la conferencia anual de la ONU sobre el clima que se celebrará en Glasgow (Escocia) del 31 de octubre al 12 de noviembre.
El Papa insiste en un primer concepto expuesto en su discurso: «Todo está conectado, todo en el mundo está íntimamente conectado»: la ciencia y la fe, el hombre y la creación. “Reconocer que el mundo está interconectado significa no sólo comprender las consecuencias dañinas de nuestras acciones, sino también individuar comportamientos y soluciones que deben adoptarse con una mirada abierta a la interdependencia y al compartir”, subraya Francisco.
Interdependencia y corresponsabilidad
“El encuentro de hoy, añade el Papa, que une muchas culturas y espiritualidades en un espíritu de fraternidad, no hace más que reforzar la conciencia de que somos miembros de una única familia humana (…) Para iluminar esta mirada queremos comprometernos con un futuro modelado por la interdependencia y por la corresponsabilidad”, insistió.
Francisco subraya en su mensaje que “Este desafío a favor de una cultura del cuidado de nuestra casa común y también de nosotros mismos tiene el sabor de la esperanza, porque no hay duda que la humanidad no ha contado con tantos medios para alcanzar este objetivo como los que tiene hoy”.
Desafíos a la esperanza
El Pontífice pone en evidencia que la dinámica de la interdependencia y de la corresponsabilidad se enfrenta a “semillas de conflicto”, que “causan las graves heridas que provocamos en el ambiente como los cambios climáticos, la desertización, la contaminación, la pérdida de biodiversidad, llevando a la rotura de «esa alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos”.
Para enfrenar estos desafíos, Francisco subraya la importancia del “ejemplo y la acción, y el de la educación”. Desde estos dos ámbitos, indica, “se ilustran también varios recorridos educativos y formativos que podemos desarrollar a favor del cuidado de nuestra casa común”.
La vocación al respeto
“Respeto por la creación, respeto por el prójimo, respeto por sí mismos y respeto hacia al Creador. Pero también respeto reciproco entre fe y ciencia, para «entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y de fraternidad” insiste el Papa.
«No podemos actuar solos», dijo el Papa, quien subrayó que «es fundamental el compromiso de cada persona en el cuidado de los demás y del medio ambiente»: un compromiso «que lleva a un cambio de rumbo tan urgente y que debe ser alimentado también por la propia fe y la espiritualidad»; un compromiso que debe ser impulsado continuamente por el motor del amor.
El Llamamiento conjunto
El Pontífice, que no leyó su discurso, entregó el documento al presidente de la Cop26, Alok Sharma, y al ministro de Asuntos Exteriores italiano, Luigi Di Maio. «Ustedes -dijo Francisco- tienen la transcripción de lo que tengo que decir ahora y para no salirme del tiempo, que es necesario que todos hablen, les dejo la transcripción en sus manos, pueden leerla y así podemos seguir adelante en esta celebración».
Todos los presentes firmaron un Llamamiento conjunto en el que ilustraron, entre otras cosas, diversas vías de educación y formación que deben desarrollarse en favor del cuidado de la casa común.
Esperar respuestas efectivas de la COP 26
El respeto, subrayó el Pontífice, «no es un mero reconocimiento abstracto y pasivo del otro», sino una acción «empática y activa» encaminada a «querer conocer al otro y entrar en diálogo con él para caminar juntos en este camino común». Un viaje que desembocará en la Cop 26 de Glasgow que, concluye el Papa, «está llamada a ofrecer urgentemente respuestas eficaces a la crisis ecológica sin precedentes y a la crisis de valores en la que vivimos, y ofrecer así una esperanza concreta a las generaciones futuras».
El evento finalizó con la siembra de un árbol de olivo en la que participaron todos los asistentes. Cada uno depositó en la maceta un poco de tierra, simbolizando el compromiso firmado momentos antes.
Octubre mes de las Misiones
La Iglesia Católica vive el mes de octubre dedicado a despertar el Espíritu Misionero en los fieles
La Iglesia Católica vive el mes de octubre dedicado mundialmente a despertar el Espíritu Misionero en los fieles, con gestos de solidaridad hacia los 200,000 misioneros que entregan sus vidas por el anuncio del Evangelio en el mundo.
Durante este mes, llamado «Mes de las Misiones» se intensifica la animación misionera, uniéndonos todos en oración, el sacrificio y el aporte económico a favor de las misiones, a fin de que el evangelio se proclame a todos los hombres.
Juan Pablo II en el Nº 72 de la Redemptoris Missio, mencionó a los «movimientos eclesiales dotados de dinamismo misionero» que, «cuando se integran con humildad en la vida de las iglesias locales y son acogidos cordialmente por los Obispos y sacerdotes en las estructuras diocesanas y parroquiales, representan un verdadero don de Dios para la nueva evangelización y para la actividad misionera propiamente dicha».
Queridísimos hermanos y hermanas:
El compromiso misionero de la Iglesia constituye, también en este comienzo del tercer milenio, una urgencia que en varias ocasiones he querido recordar. La misión, como he recordado en la Encíclica Redemptoris Missio, está aún lejos de cumplirse y por eso debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio (cfr. n.1). Todo el Pueblo de Dios, en cada momento de su peregrinar en la historia, está llamado a compartir la «sed» del Redentor (cfr Jn 19, 28). Los santos han advertido siempre con mucha fuerza esta sed de almas que hay que salvar: baste pensar, por ejemplo, a santa Teresa de Lisieux, patrona de las misiones, y a monseñor Comboni, gran apóstol de África, que he tenido la alegría de elevar recientemente al honor de los altares.
Consagrados y enviados para la misión
Todos nosotros, miembros de la Iglesia e impulsados por el mismo Espíritu, somos consagrados, aunque de diverso modo, para ser enviados: por el bautismo se nos confía la misma misión de la Iglesia. A todos se nos llama y todos estamos obligados a evangelizar, y esta misión fontal, común a todos los cristianos, ha de constituir un verdadero «acicate» cotidiano y una solicitud constante de nuestra vida.
Es muy bello y estimulante recordar la vida de las comunidades de los primeros cristianos, cuando éstos se abrían al mundo, al que por vez primera miraban con ojos nuevos: era la mirada de quien ha comprendido que el amor de Dios se debe traducir en servicio por el bien de los hermanos. El recuerdo de su experiencia de vida me induce a reafirmar la idea central de la reciente encíclica: «La misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!»(n. 2). Sí, la misión nos ofrece la extraordinaria oportunidad de rejuvenecer y embellecer a la Esposa de Cristo y, al mismo tiempo, nos hace experimentar una fe que renueva y fortalece la vida cristiana, precisamente porque se dona.
Pero la fe que renueva la vida y la misión que fortalece la fe no pueden ser tesoros escondidos o experiencias exclusivas de cristianos aislados. Nada está tan lejos de la misión como un cristiano encerrado en sí mismo: si su fe es sólida, está destinada a crecer y debe abrirse a la misión.
El primer ámbito de desarrollo del binomio fe-misión es la comunidad familiar. En una época en la que parece que todo concurre a disgregar esta célula primaria de la sociedad, es necesario esforzarse para que sea, o vuelva a ser, la primera comunidad de fe, no sólo en el sentido de la adquisición, sino también del crecimiento, de la donación y, por tanto, de la misión. Es hora de que los padres de familia y los cónyuges asuman como deber esencial de su estado y vocación evangelizar a sus hijos y evangelizarse recíprocamente, de modo que todos los miembros de la familia y en toda circunstancia -especialmente en las pruebas del sufrimiento, la enfermedad y la vejez- puedan realmente recibir la Buena Nueva. Se trata de una forma insustituible de educación a la misión y de preparación natural de las posibles vocaciones misioneras, que casi siempre encuentran su cuna en la familia.
Otro ámbito, asimismo importante, es la comunidad parroquial, o la comunidad eclesial de base, la cual, mediante el servicio de sus pastores y animadores, debe ofrecer a los fieles el alimento de la fe e ir en busca de los alejados y extraños, realizando así la misión. Ninguna comunidad cristiana es fiel a su cometido si no es misiones: o es comunidad misionera o no es ni siquiera comunidad cristiana, pues se trata de dos dimensiones de la misma realidad, tal como es definida por el bautismo y los otros sacramentos. Además, este empeño misionero de cada comunidad reviste la máxima urgencia hoy que la misión, entendida incluso en el sentido específico de primer anuncio del Evangelio a los no-cristianos, está llamando a las puertas de las comunidades cristianas de antigua evangelización y se presenta cada vez más como «misión entre nosotros».
Motivo de esperanza, para responder a las nuevas exigencias de la misión actual, son asimismo los Movimientos y grupos eclesiales, que el Señor suscita en la Iglesia para que su servicio misionero sea más generoso, oportuno y eficaz.
Cómo cooperar en la actividad misionera de la Iglesia.
Si todos los miembros de la Iglesia son consagrados para la misión, todos son corresponsables de llevar a Cristo al mundo con la propia aportación personal. La participación en este derecho-deber se llama «cooperación misionera» y se enraiza necesariamente en la santidad de vida: sólo injertados en Cristo, como los sarmientos en la vid (cf. Jn 15, 5), daremos mucho fruto. El cristiano que vive su fe y observa el mandamiento del amor dilata los horizontes de su actuación hasta abarcar a todos los hombres mediante la cooperación espiritual, hecha oración, sacrificio y testimonio, que permitió proclamar co-patrona de las misiones a santa Teresa del Niño Jesús, aunque nunca fue enviada a la misión.
La oración debe acompañar el camino y la obra de los misioneros para que la gracia divina haga fecundo el anuncio de la Palabra. El sacrificio, aceptado con fe y sufrido con Cristo, tiene valor salvífico. Si el sacrificio de los misioneros debe ser compartido y sostenido por el de los fieles, entonces todo el que sufre en el espíritu y en el cuerpo puede llegar a ser misionero, si ofrece con Jesús al Padre los propios sufrimientos. El testimonio de vida cristiana es una predicación silenciosa, pero eficaz, de la palabra de Dios. Los hombres de hoy, aparentemente indiferentes a la búsqueda del Absoluto, experimentan en realidad su necesidad y se sienten atraídos e impresionados por los santos que lo revelan con su vida.
La cooperación espiritual en la obra misionera debe tender sobre todo a promover las vocaciones misioneras. Por eso, invito una vez más a los jóvenes y a las jóvenes de nuestro tiempo a decir «sí», si el Señor les llama a seguirlo con la vocación misionera. No hay opción más radical y valiente que ésta: dejan todo para dedicarse a la salvación de los hermanos que no han recibido el don inestimable de la fe en Cristo.
La Jornada mundial de las misiones une a todos los hijos de la Iglesia, no sólo en la oración, sino también en el esfuerzo de solidaridad, compartiendo la ayuda y bienes materiales para la misión ad gentes. Tal esfuerzo responde al estado de necesidad que sufren tantas personas y poblaciones de la tierra. Se trata de hermanos y hermanas que, necesitados de todo, viven principalmente en los países identificados con el Sur del mundo y que coinciden con los territorios de misión. Los pastores y los misioneros necesitan, pues, medios ingentes, no sólo para la obra de la evangelización -que es, ciertamente, primaria y onerosa-, sino también para salir al paso de las múltiples necesidades materiales y morales mediante las obras de promoción humana que acompañan siempre a toda misión.
Ojalá que la celebración de la Jornada mundial de las misiones sea un estímulo providencial para poner en marcha las estructuras de caridad y para que cada uno de los cristianos y sus comunidades den testimonio efectivo de la caridad. Se trata de «una cita importante en la vida de la Iglesia, porque enseña cómo se ha de dar: en la celebración eucarística, esto es, como ofrenda a Dios, y para todas las misiones del mundo» (Redemptoris missio, 81).
La animación de las Obras Misionales Pontificias.
En la obra de animación y cooperación misionera, que atañe a todos los hijos de la Iglesia, deseo reafirmar el cometido peculiar y la responsabilidad específica que incumben a las Obras Misionales Pontificias, como lo hice destacar ya en la citada encíclica (cf. n. 84).
Las cuatro Obras -Propagación de la fe, San Pedro Apóstol, Infancia Misionera y Unión Misional- tienen como objetivo común promover el espíritu misionero en el pueblo de Dios. Son la expresión de la universalidad en las Iglesias locales.
Deseo recordar especialmente la Unión Misional, que celebra su 75º aniversario de fundación. Tiene el mérito de realizar un esfuerzo continuo de sensibilización entre los sacerdotes, religiosos, religiosas y animadores de las comunidades cristianas, para que el ideal misionero se traduzca en formas adecuadas de pastoral y de catequesis misionera.
Las Obras Misionales deben ser las primeras en llevar a la práctica cuanto afirmé en la encíclica: «Las Iglesias locales, por consiguiente, han de incluir la animación misionera como elemento primordial de su pastoral ordinaria en las parroquias, asociaciones y grupos, especialmente los juveniles» (n. 83). Las Obras Misionales han de ser protagonistas de este importante mandato en la animación, formación misionera y organización de la caridad para la ayuda a las misiones.
Pero, una vez recordada la función de estas Obras y el empeño permanente en favor de la misión, no puedo terminar esta exhortación sin hacer llegar expresamente a los misioneros y misioneras -sacerdotes, religiosos y laicos esparcidos por el mundo- una expresión de afectuoso agradecimiento y estímulo, para que perseveren con confianza en su actividad evangelizadora, aun cuando llevarla a cabo pueda costar y cueste los mayores sacrificios, incluso el de la vida.
Queridísimos misioneros y misioneras: mi pensamiento y afecto os acompañan siempre, junto con la gratitud de toda la Iglesia. Sois la esperanza viva de la Iglesia, como testigos y artífices de su misión universal en el acto mismo que se realiza, y también el signo creíble y visible del amor de Dios, que a todos nos ha llamado, consagrado y enviado, pero que a vosotros os ha dado un mandato especial: el don singular de la vocación ad gentes. Vosotros lleváis a Cristo al mundo; y, en su nombre, como Vicario suyo, os bendigo y os llevo en el corazón. Con vosotros, bendigo a todos aquellos que con amor y generosidad participan en vuestro apostolado de evangelización y de promoción integral del hombre.
Misioneros, que María, Reina de los Apóstoles, guíe y acompañe vuestros pasos y los de todos aquellos que, de cualquier forma, cooperan en la misión universal de la Iglesia.
Fuerza del Rosario
A lo largo de la historia, se ha visto como el rezo del Santo Rosario pone al demonio fuera de la ruta del hombre y de la Iglesia. Llena de bendiciones a quienes lo rezan con devoción. Nuestra Madre del Cielo ha seguido promoviéndolo, principalmente en sus apariciones a los pastorcillos de Fátima.
El Rosario es una verdadera fuente de gracias. María es medianera de las gracias de Dios. Dios ha querido que muchas gracias nos lleguen por su conducto, ya que fue por ella que nos llegó la salvación.
Todo cristiano puede rezar el Rosario. Es una oración muy completa, ya que requiere del empleo simultáneo de tres potencias de la persona: física, vocal y espiritual. Las cuentas favorecen la concentración de la mente.
Rezar el Rosario es como llevar diez flores a María en cada misterio. Es una manera de repetirle muchas veces lo mucho que la queremos. El amor y la piedad no se cansan nunca de repetir con frecuencia las mismas palabras, porque siempre contienen algo nuevo. Si lo rezamos todos los días, la Virgen nos llenará de gracias y nos ayudará a llegar al Cielo. María intercede por nosotros sus hijos y no nos deja de premiar con su ayuda. Al rezarlo, recordamos con la mente y el corazón los misterios de la vida de Jesús y los misterios de la conducta admirable de María: los gozosos, los dolorosos, los gloriosos y los luminosos. Nos metemos en las escenas evangélicas: Belén, Nazaret, Jerusalén, el huerto de los Olivos, el Calvario, María al pie de la cruz, Cristo resucitado, el Cielo, todo esto pasa por nuestra mente mientras nuestros labios oran.
El papel de los profesores
El profesor es el profesor. El tiene la autoridad; él tiene la mayor responsabilidad en la marcha total de la clase, del grupo o del colegio aunque en la marcha individual de cada estudiante es éste el principal responsable.
Los profesores pueden tener en cuenta estos aspectos:
1) En la escuela, colegio, instituto o universidad, lo principal es dar tarea a los alumnos. La educación sólo es posible cuando actúa el propio educando. La tarea del profesor o maestro no es más que la de estímulo y orientación de la actividad de los escolares.
2) Los alumnos son seres racionales y razonables. Hay que pedirles que razonen y hay que tener en cuenta sus razones.
3) Cada alumno es un genio. Todos y cada uno de los hombres tenemos una particular habilidad nacida de una especial aptitud o de un interés acusado por un determinado quehacer que nos entretiene. En ese punto (aptitud o interés) radica la genialidad de cada hombre. Si no se ha manifestado la genialidad de un muchacho es porque los adultos que con él conviven (especialmente sus padres y profesores) no han sabido descubrirla.
4) Para cualquier grupo de estudiantes se fijarán unos objetivos comunes. Estos objetivos, que habrán de ser mínimos, deben exigidos sin paliativos a todos y cada uno de los componentes del grupo. Ellos aseguran las bases más firmes de la formación de los estudiantes y al mismo tiempo establecen las bases para hacer posible una comunicación efectiva entre todos y cada uno de los estudiantes.
5) Cada alumno debe fijarse además unos objetivos particulares para él. Estos objetivos habrán de señalarse de acuerdo con la capacidad y disposición de cada estudiante. También el alcance de estos objetivos debe ser estrictamente exigido ya que ellos aseguran el desarrollo de la personalidad propia de cada estudiante quien a través de ellos desarrollará sus propias posibilidades y neutralizará sus limitaciones.
6) Todos y cada uno de los alumnos realizarán dos tipos de tareas: Tareas independientes y tareas en colaboración. Las actividades independientes sirven para alcanzar los objetivos particulares de cada estudiante y también para poner su esfuerzo en el logro personal de los objetivos comunes. Trabajarán solidariamente en proyectos de colaboración y prestando toda la ayuda que puedan al compañero que le necesite.
7) El profesor ayudará a los alumnos y se ayudará de ellos en la realización de las tareas y en la solución de los problemas que plantee la vida escolar. Cuando el profesor no sepa resolver una situación difícil debe pedir opinión y ayuda en primer lugar a los propios alumnos y, si a pesar de ello siguiera el problema sin resolverse, debe acudir a otras personas tales como directivos del centro, profesores, padres… . Los profesores ciertamente tienen mucho que enseñar a los alumnos, pero también tienen mucho que aprender de ellos.
8). Hay muchas posibilidades de que si a uno le tratan como tonto se volverá tonto y si le tratan como mala persona se volverá mala persona. Esto quiere decir que vale la pena correr el riesgo de equivocarse alguna vez por tratar a los chicos como si fueran inteligentes y buenos. Tratándoles como tal se les estimula a llegar a serlo realmente.
9) El profesor es el profesor. Esta perogrullada quiere decir que el hecho de que lo más importante que haya en una escuela es el trabajo de los chicos, el hecho de que de ellos puede aprender mucho el profesor, y el hecho de que los problemas escolares se resolverán principalmente con la ayuda de los estudiantes, nada quita la condición singular del profesor en una escuela. El tiene la autoridad; él tiene la mayor responsabilidad en la marcha total de la clase, del grupo o del colegio aunque en la marcha individual de cada estudiante es éste el principal responsable. Vale la pena intentar y llegar a ser amigo de los estudiantes; pero no un amigo cualquier, sino el amigo que tiene más experiencia y autoridad, y, por lo mismo, el que más puede ayudar.
Santa María Faustina Kowalska, pura misericordia
La mujer a la que Jesús confió el mensaje de la Divina Misericordia
¿Cómo se convirtió la pobre monja polaca Sor Faustina Kowalska en una de las grandes místicas de la Iglesia católica? Muchos creen que tuvo un contacto directo con Cristo.
“De hecho, fue el mismo Jesús quien le dio la orden de escribir: ‘Secretaria de Mi misterio más profundo, reconoce que estás en confidencia exclusiva conmigo’ ”, escribe en el prólogo del Diario el arzobispo Giuseppe Bart.
Bart es el rector del templo que expone una réplica de la famosa imagen del Jesús de la Divina Misericordia pintada por el pintor Kazimirowski.
La pintura muestra a Jesús con el corazón abierto y radiante de una gama de colores azul y blanco fulgurante (el agua y la sangre).
Se venera, entre otros muchos lugares, en la Iglesia del Santo Espíritu en Sassia, sede del Centro de Espiritualidad de la Divina Misericordia en Roma.
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Confianza y misericordia. “Jesús, en ti confío” es el mensaje divino para dar consuelo proclamado por Sor Faustina, que oscila entre la primera y la segunda guerra mundial. ‘Los últimos serán los primeros’ es una máxima evangélica que se cumple a cabalidad igualmente en la vida de Sor Faustina. A Sor Faustina, muchos la podrían considerar como una perdedora. La sencilla aspirante monja fue desde los 14 años sirvienta en casa de personas adineradas para ayudar a sus padres muy pobres. Ellosdesaprobaron su vocación temprana, que la niña descubrió apenas a los 12 años. Los conventos la rechazaban por no tener una buena educación ni una dote de familia, además de por su edad, ya avanzada para la época, 22 años. “No hizo nada grande, ni siquiera en su congregación. Limpiar, jardinería o panadería, no se trata de cosas grandiosas”, la describe el cardenal Joseph Glemp. En esta sucesión, los pasos humildes dejados por Santa Faustina están allí como un surco para la misericordia.
El proceso de beatificación de la santa polaca inició con el decreto del 31 de enero de 1968 para culminar, tras la canonización un año antes, con la institución de la Misa solemne de la Divina Misericordia -el 22 de abril de 2001 – en San Pedro oficiada por Juan Pablo II.
De una oración del Diario de santa Faustina:
Ayúdame, oh Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.
Ayúdame, oh Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás critique a mi prójimo sino que tenga una palabra de consuelo y perdón para todos.
Ayúdame, oh Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargar sobre mí las tareas más difíciles y más penosas.
Ayúdame, oh Señor, a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. (…)
Ayúdame, oh Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo (…) Que Tu misericordia, oh Señor mío, repose dentro de mí”.
(Diario, 163)