La semana
Roberto Belarmino, Santo
Memoria Litúrgica, 17 de septiembre
Obispo y Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: San Roberto Belarmino, obispo y doctor de la Iglesia, miembro de la Compañía de Jesús, que intervino de modo preclaro, con modos sutiles y peculiares, en las disputas teológicas de su tiempo. Fue cardenal, y durante algún tiempo también obispo entregado al ministerio pastoral de la diócesis de Capua, en Italia, desempeñando finalmente en la Curia romana múltiples actividades en defensa doctrinal de la fe (1621).
Etimológicamente: Roberto = Aquel que brilla por su fama, es de origen germánico.
Etimológicamente: Belarmino = Aquel querrero que tiene todas las armas, es de origen germánico.
Fecha de beatificación: 13 de mayo de 1923 por el Papa Pío XI
Fecha de canonización: 29 de junio de 1930 por S.S. Pío XI
Breve Biografía
Este santo ha sido uno de los más valientes defensores de la Iglesia Católica contra los errores de los protestantes. Sus libros son tan sabios y llenos de argumentos convencedores, que uno de los más famosos jefes protestantes exclamó al leer uno de ellos: «Con escritores como éste, estamos perdidos. No hay cómo responderle».
San Roberto nació en Monteluciano, Toscana (Italia), en 1542. Su madre era hermana del Papa Marcelo II. Desde niño dio muestras de poseer una inteligencia superior a la de sus compañeros y una memoria prodigiosa. Recitaba de memoria muchas páginas en latín, del poeta Virgilio, como si las estuviera leyendo. En las academias y discusiones públicas dejaba admirados a todos los que lo escuchaban. El rector del colegio de los jesuitas en Montepulciano dejó escrito: «Es el más inteligente de todos nuestros alumnos. Da esperanza de grandes éxitos para el futuro».
Por ser sobrino de un Pontífice podía esperar obtener muy altos puestos y a ello aspiraba, pero su santa madre lo fue convenciendo de que el orgullo y la vanidad son defectos sumamente peligrosos y cuenta él en sus memorias: «De pronto, cuando más deseoso estaba de conseguir cargos honoríficos, me vino de repente a la memoria lo muy rápidamente que se pasan los honores de este mundo y la cuenta que todos vamos a tener que darle a Dios, y me propuse entrar de religioso, pero en una comunidad donde no fuera posible ser elegido obispo ni cardenal. Y esa comunidad era la de los padres jesuitas». Y así lo hizo. Fue recibido de jesuita en Roma en 1560, y detalles de los misterios de Dios: él entraba a esa comunidad para no ser elegido ni obispo ni cardenal (porque los reglamentos de los jesuitas les prohibían aceptar esos cargos) y fue el único obispo y cardenal de los Jesuitas en ese tiempo.
Uno de los peores sufrimientos de San Roberto durante toda la vida fue su mala salud. En él se cumplía lo que deseaba San Bernardo cuando decía: «Ojalá que los superiores tengan una salud muy deficiente, para que logren comprender a los débiles y enfermos». Cada par de meses tenían que enviar a Roberto a las montañas a descansar, porque sus condiciones de salud eran muy defectuosas. Pero no por eso dejaba de estudiar y de prepararse.
Ya de joven seminarista y profesor, y luego como sacerdote, Roberto Belarmino atraía multitudes con sus conferencias, por su pasmosa sabiduría y por la facilidad de palabra que tenía y sus cualidades para convencer a los oyentes. Sus sermones fueron extraordinariamente populares desde el primer día. Los oyentes decían que su rostro brillaba mientras predicaba y que sus palabras parecían inspiradas desde lo alto.
Belarmino era un verdadero ídolo para sus numerosos oyentes. Un superior enviado desde Roma para que le oyera los sermones que predicaba en Lovaina, escribía luego: «Nunca en mi vida había oído hablar a un hombre tan extraordinariamente bien, como habla el padre Roberto».
Era el predicador preferido por los universitarios en Lovaina, París y Roma. Profesores y estudiantes se apretujaban con horas de anticipación junto al sitio donde él iba a predicar. Los templos se llenaban totalmente cuando se anunciaba que era el Padre Belarmino el que iba a predicar. Hasta se subían a las columnas para lograr verlo y escucharlo.
Al principio los sermones de Roberto estaban llenos de frases de autores famosos, y de adornos literarios, para aparecer como muy sabio y literato. Pero de pronto un día lo enviaron a hacer un sermón, sin haberle anunciado con anticipación, y él sin tiempo para prepararse ni leer, se propuso hacer esa predicación únicamente con frases de la S. Biblia (la cual prácticamente se sabía de memoria) y el éxito fue fulminante. Aquel día consiguió más conversiones con su sencillo sermoncito bíblico, que las que había obtenido antes con todos sus sermones literarios. Desde ese día cambió totalmente su modo de predicar: de ahora en adelante solamente predicará con argumentos tomados de la S. Biblia, no buscando aparecer como sabio, sino transformar a los oyentes. Y su éxito fue asombroso.
Después de haber sido profesor de la Universidad de Lovaina y en varias ciudades más, fue llamado a Roma, para enseñar allá y para ser rector del colegio mayor que los Padres Jesuitas tenían en esa capital. Y el Sumo Pontífice le pidió que escribiera un pequeño catecismo, para hacerlo aprender a la gente sencilla. Escribió entonces el Catecismo Resumido, el cual ha sido traducido a 55 idiomas, y ha tenido 300 ediciones en 300 años (una por año) éxito únicamente superado por la S. Biblia y por la Imitación de Cristo. Luego redactó el Catecismo Explicado, y pronto este su nuevo catecismo estuvo en las manos de sacerdotes y catequistas en todos los países del mundo. Durante su vida logró ver veinte ediciones seguidas de sus preciosos catecismos.
Se llama controversia a una discusión larga y repetida, en la cual cada contendor va presentando los argumentos que tiene contra el otro y los argumentos que defienden lo que él dice.
Los protestantes (evangélicos, luteranos, anglicanos, etc.) habían sacado una serie de libros contra los católicos y estos no hallaban cómo defenderse. Entonces el Sumo Pontífice encomendó a San Roberto que se encargara en Roma de preparar a los sacerdotes para saber enfrentarse a los enemigos de la religión. El fundó una clase que se llamaba «Las controversias», para enseñar a sus alumnos a discutir con los adversarios. Y pronto publicó su primer tomo titulado así: «Controversias». En ese libro con admirable sabiduría, pulverizaba lo que decían los evangélicos y calvinistas. El éxito fue rotundo. Enseguida aparecieron el segundo y tercer tomo, hasta el octavo, y los sacerdotes y catequistas de todas las naciones encontraban en ellos los argumentos que necesitaban para convencer a los protestantes de lo equivocados que están los que atacan nuestra religión. San Francisco de Sales cuando iba a discutir con un protestante llevaba siempre dos libros: La S. Biblia y un tomo de las Controversias de Belarmino. En 30 años tuvieron 20 ediciones estos sus famosos libros. Un librero de Londres exclamaba: «Este libro me sacó de pobre. Son tantos los que he vendido, que ya se me arregló mi situación económica».
Los protestantes, admirados de encontrar tanta sabiduría en esas publicaciones, decían que eso no lo había escrito Belarmino solo, sino que era obra de un equipo de muchos sabios que le ayudaban. Pero cada libro lo redactaba él únicamente, de su propio cerebro.
El Santo Padre, el Papa, lo nombró obispo y cardenal y puso como razón para ello lo siguiente: «Este es el sacerdote más sabio de la actualidad».
Belarmino se negaba a aceptar tan alto cargo, diciendo que los reglamentos de la Compañía de Jesús prohiben aceptar títulos elevados en la Iglesia. El Papa le respondió que él tenía poder para dispensarlo de ese reglamento, y al fin le mandó, bajo pena de pecado mortal, aceptar el cardenalato. Tuvo que aceptarlo, pero siguió viviendo tan sencillamente y sin ostentación como lo había venido haciendo cuando era un simple sacerdote.
Al llegar a las habitaciones de Cardenal en el Vaticano, quitó las cortinas lujosas que había en las paredes y las mandó repartir entre las gentes pobres, diciendo: «Las paredes no sufren de frío».
Los superiores Jesuitas le encomendaron que se encargara de la dirección espiritual de los jóvenes seminaristas, y San Roberto tuvo la suerte de contar entre sus dirigidos, a San Luis Gonzaga. Después cuando Belarmino se muera dejará como petición que lo entierren junto a la tumba de San Luis, diciendo: «Es que fue mi discípulo».
En los últimos años pedía permiso al Sumo Pontífice y se iba a pasar semanas y semanas al noviciado de los Jesuitas, y allá se dedicaba a rezar y a obedecer tan humildemente como si fuera un sencillo novicio.
En la elección del nuevo Sumo Pontífice, el cardenal Belarmino tuvo 14 votos, la mitad de los votantes. Quizá no le eligieron por ser Jesuita (pues estos padres tenían muchos enemigos). El rezaba y fervorosamente a Dios para que lo librara de semejante cargo tan difícil, y fue escuchado.
Poco antes de morir escribió en su testamento que lo poco que tenía se repartiera entre los pobres (lo que dejó no alcanzó sino para costear los gastos de su entierro). Que sus funerales fueran de noche (para que no hubiera tanta gente) y se hicieran sin solemnidad. Pero a pesar de que se le obedeció haciéndole los funerales de noche, el gentío fue inmenso y todos estaban convencidos de que estaban asistiendo al entierro de un santo.
Murió el 17 de septiembre de 1621. Su canonización se demoró mucho porque había una escuela teológica contraria a él, que no lo dejaba canonizar. Pero el Sumo Pontífice Pío XI lo declaró santo en 1930, y Doctor de la Iglesia en 1931.
Antiguamente se lo festejaba el 13 de mayo, en la actualidad su fiesta es el 17 de septiembre, día de su nacimiento al Reino de Dios.
ORACIÓN
Señor Dios,
tú que, para defender la fe de la Iglesia
y promover su renovación espiritual,
diste a San Roberto Belarmino
una ciencia y una fortaleza admirables,
concédenos,
por la intercesión de este insigne
doctor de la Iglesia,
conservar y vivir siempre
en toda su integridad el mensaje evangélico
al que él consagró toda su vida.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Amén.
Luke 7:1-10
En el Evangelio de hoy Jesús se maravilla con la fe del centurión Romano. “Yo les aseguro que ni en Israel he hallado una fe tan grande”. ¡A menudo la Biblia no obliga a meditar sobre el significado de la fe! Podríamos decir que las Escrituras están cimentadas en la fe, y permanecen inspiradas en cada momento por el espíritu de la fe.
La fe es una actitud de confianza en la presencia de Dios. Fe es estar abiertos a lo que Dios nos revela, nos hace, y nos invita. Debería ser obvio que, al tratar con una persona infinita y todopoderosa que es Dios, nunca tenemos el control.
Uno de los principios más fundamentales de la fe es este: la vida no es acerca de tí. Tú no estás en control. Este no es tu proyecto. Más bien, somos parte de un gran plan diseñado por Dios. Llevar esto hasta tus huesos y actuar en consecuencia, es tener fe. Cuando actuamos de acuerdo a esta visión transformadora, cosas maravillosas pueden suceder, porque nos hemos sometido a “un poder que ya está trabajando en nosotros y que puede hacer infinitamente más de lo que podemos pedir o imaginar”. Aún una fe muy pequeña puede hacer diferencias extraordinarias.
Fe para servir
Santo Evangelio según san Lucas 7, 1-10. Lunes XXIV del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús mío, quiero compartir contigo este rato de intimidad. Quiero encontrarme contigo y poder conocerte un poco más. Te entrego mis manos, mis ojos, mis pies, mi boca, mi pensamiento, todo mi ser, para que seas Tú mi dueño y Señor. Confío en ti porque nunca me fallas. Quiero amarte más, Jesús, pero necesito de tu gracia, pues sin ella nada puedo, nada soy. Aumenta mi fe para descubrirte en los acontecimientos de mi vida, en mis hermanos, en mi interior, en la naturaleza, en la Eucaristía. Ayúdame, Señor, y jamás me dejes solo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 7, 1-10
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar a la gente, entró en Cafarnaúm. Había allí un oficial romano, que tenía enfermo y a punto de morir a un criado muy querido. Cuando le dijeron que Jesús estaba en la ciudad, le envió a algunos de los ancianos de los judíos para rogarle que viniera a curar a su criado. Ellos, al acercarse a Jesús, le rogaban encarecidamente, diciendo: «Merece que le concedas ese favor, pues quiere a nuestro pueblo y hasta nos ha construido una sinagoga». Jesús se puso en marcha con ellos. Cuando ya estaba cerca de la casa, el oficial romano envió unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque yo no soy digno de que tú entres en mi casa; por eso ni siquiera me atreví a ir personalmente a verte. Basta con que digas una sola palabra y mi criado quedará sano. Porque yo, aunque soy un subalterno, tengo soldados bajo mis órdenes y le digo a uno: «¡Ve!» y va; a otro: «¡Ven!» y viene; y a mi criado: «¡Haz esto!», y lo hace».
Al oír esto, Jesús quedó lleno de admiración, y volviéndose hacia la gente que lo seguía, dijo: «Yo les aseguro que ni en Israel he hallado una fe tan grande». Los enviados regresaron a la casa y encontraron al criado perfectamente sano.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
La fe es una virtud rica para meditar. Es la fe la que te mueve, Jesús, en mucha ocasiones a actuar. Ella es una virtud que conmueve tu corazón, que te impulsa a no dejar sin acción la petición de los que la tienen.
La fe es un don y una decisión. Ella se recibe de ti, pero también implica mi esfuerzo, mi trabajo.
El centurión cree que Tú puedes curar a su siervo, pero también actúa conforme a esto que cree. La fe va más allá de una creencia, de una herencia familiar, de una superstición. Ella es abandono en tus manos, es entrega, es donación, es acción. La fe es un acto, es el adherir mi voluntad a la tuya, y esto implica esfuerzo. Creer no siempre sale espontáneo sino que requiere de cierta conciencia. Pero sin olvidar jamás que la fe, y la puesta en acción de esta fe, es siempre don tuyo.
Fe es la virtud teologal que me permite descubrirte en todos los momentos y situaciones de mi vida: en los buenos y en los malos, en los que me agradan y en los que no. Me ayuda a verte en la naturaleza, en mis hermanos, en mi trabajo. La fe me capacita a recibir todo de ti como un don de tu amor. Creer me ayuda a confiar, y creer y confiar en alguien es amarlo.
Dame, Señor, una fe, no como la del centurión, sino una fe de acuerdo a lo que soy, a lo que vivo, a lo que tengo, a cómo y dónde me desenvuelvo. Una fe que me impulse a vivir según tus planes.
«En el relato se dice que era muy querido por su dueño y que estaba enfermo, pero no se sabe cuál era su grave enfermedad. De alguna manera, podemos reconocernos también nosotros en ese siervo. Cada uno de nosotros es muy querido por Dios, amado y elegido por él, y está llamado a servir, pero tiene sobre todo necesidad de ser sanado interiormente. Para ser capaces del servicio, se necesita la salud del corazón: un corazón restaurado por Dios, que se sienta perdonado y no sea ni cerrado ni duro. Nos hará bien rezar con confianza cada día por esto, pedir que seamos sanados por Jesús, asemejarnos a él, que «no nos llama más siervos, sino amigos»».
(Homilía de S.S. Francisco, 29 de mayo de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Durante el día repetiré esta jaculatoria: «Señor, aumenta mi fe».
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Reflexión para aumentar mi fe en Dios
La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela
Por: P. Modesto Lule Zavala msp | Fuente: www.modestolule.com/
Algunas personas llegan a pensar que la fe es como la esperanza. Cierto es que la persona que tiene fe tiene esperanza, pero no necesariamente es la esperanza. El catecismo de la Iglesia católica dice: CIC 166: “La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de
Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros”. Es decir, todos en la medida de alimentar nuestra fe y compartirla nos enriquecemos. Dice la carta a los romanos 10, 17: Así pues, la fe nace al oír el mensaje, y el mensaje viene de la palabra de Cristo.
La fe es un don de Dios, es decir, se debe pedir a Dios. La fe se debe separar de la superstición, que es en lo que algunos pueden caer por falta de conocimiento en la religión. La carta a los Hebreos 11, 1, dice: “Tener fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera; es estar convencidos de la realidad de cosas que no vemos”.
La fe se debe trabajar y en la medida que hay esfuerzo hay esperanza de alcanzar lo que se busca. Dentro del ámbito cristiano esperar algo ya no se reduce a cuestiones meramente egoístas, sino a beneficios para todos.
La madre Teresa de Calcuta dice: “del silencio nace la oración, de la oración nace la fe, de la fe nace el amor, del amor nace la entrega y de la entrega la paz”. Todo lleva un proceso, y para progresar en la fe hay que progresar en el silencio y en la oración y esto conllevará a más dones y virtudes que enriquecerán a la persona y por ende a los que le rodean.
La palabra fe viene del latín FIDES, y significa lealtad. De la misma palabra FIDES se desprende fiel y otras más. La lealtad se la debemos a Dios, en la medida que seamos fieles, es decir leales, podemos esperar como dice en la carta a los hebreos, aquellas cosas que ya hemos pedido, es decir tenemos esperanza en que Dios nos ayudará en lo que necesitamos y todo esto será para cumplir con la voluntad de Dios. Así como la Virgen maría que fue leal a lo que el Señor pedía pudo alcanzar la gloria que Dios Padre concede a todo obediente a su palabra. Los santos son santos por ser leales, por tener fe en que las promesas de Jesucristo se cumplirán en su momento, quizá no en el que pedimos nosotros pues Dios nos concede las cosas no cuando queremos, sino cuando ya estamos preparados.
San José de Cupertino, el santo con el récord de levitaciones y éxtasis
Mucha gente lo vio volar y el duque de Hannover, que era protestante, se convirtió al catolicismo al comprobarlo con sus propios ojos
José nació en 1603 en Cupertino, en la actual Italia. Sus padres eran muy pobres hasta el punto de que les habían embargado la casa y el bebé nació en un cobertizo pegado a ella, que había construido el propio padre, que era carpintero. Además, el progenitor moriría pronto.
Un niño aparentemente «inútil»
José creció siendo debilucho y distraído (lo llamaban “el Boquiabierta”), lo que preocupaba a su madre, aunque era un niño muy piadoso.
El ser distraído hizo que no fuera admitido a los 17 años como franciscano. Los capuchinos lo admitieron como hermano lego, pero a los ocho meses lo expulsaron porque no cumplía con el mínimo: se le caían los platos al llevarlos al comedor, olvidaba los encargos que le hacía… Parecía que no le interesaba trabajar.
Acudió a un familiar que era rico pero este dijo que «no era bueno para nada» y lo despidió.
Al regresar a casa, ni siquiera su madre se alegró sino que le pidió a un pariente franciscano que lo aceptara como recadero.
Pero algo ocurrió con san José y entonces en el convento comenzó a desempeñar oficios con destreza y habilidad. Pese a la fama que le precedía, su humildad, su amabilidad, su espíritu de penitencia y su amor a la oración hicieron que todos los religiosos lo apreciaran.
Así, en 1625, por votación unánime de los frailes de la comunidad, José de Cupertino fue admitido como fraile franciscano.
La Providencia le ayudó para ser sacerdote
Al comenzar sus estudios, todos notaban que a José le costaba memorizar. Llegaban los exámenes y se trababa. Solo sabía explicar bien el versículo de la Visitación: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!”.
José llegó al examen y el jefe de los examinadores le dijo:«Voy a abrir el evangelio, y la primera frase que salga, será la que tiene que explicar». La frase era precisamente «¡Tú eres bendita…».
Llegó la hora del examen final, en el que el señor obispo iba a decidir qué estudiantes podían ser ordenados sacerdotes. Examinó a los diez primeros y los resultados fueron excelentes. Entonces dijo: «¿Para qué seguir examinando a los demás si todos se encuentran tan formidablemente preparados?». Así fue como José de Cupertino se libro de pasar la prueba y pudo llegar al sacerdocio.
San José de Cupertino fue ordenado sacerdote en el año 1628. Era consciente de la poca capacidad que tenía para predicar o enseñar, pero suplía con una vida de piedad intensa y mucha mortificación.
No comía carne. Ayunaba a pan y agua muchos días. No tomaba nunca licor. Se esforzaba en el trabajo manual.
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Un gran número de éxtasis
La vida de san José de Cupertino estuvo llena de señales extraordinarias: éxtasis, curaciones milagrosas, sucesos sobrenaturales… Tantas que el padre Eliécer Sálesman, en su libro «Vidas de Santos», afirma que no existe otro santo conocido en quien se hayan dado los fenómenos de este tipo en tanta cantidad.
San José de Cupertino quedaba en éxtasis con mucha frecuencia durante la santa misa o cuando estaba rezando los salmos de la Biblia.
Durante los 17 años que estuvo en el convento de Grotella, sus compañeros de comunidad presenciaron 70 éxtasis.
Cuando estaba en éxtasis, sus sentidos no percibían nada. Lo pinchaban con agujas, le golpeaban con palos, le acercaban velas encendidas, pero él no se inmutaba.
Al regresar de un éxtasis, decía a los frailes: «Excúsenme por estos ‘ataques de mareo’ que me dan».
Al tratarse de fenómenos tan extraordinarios, los superiores le prohibieron aparecer en público. Ni siquiera podía ir a rezar con otros monjes.
Levitaciones
También se elevaba por el aire sin ninguna fuerza física que lo causara. Una vez en el campo encontró un corderito y se lo puso a los hombros como imitando al Buen Pastor, y ocurrió el prodigio de que se elevaron él y el animal.
En otra ocasión, diez obreros intentaban subir a un monte una cruz muy pesada. Fray José se elevó por los aires con la cruz y la trasladó hasta donde querían.
Cuando se encontraba delante de un embajador
El embajador de España y su esposa lo visitaron para hacerle una consulta espiritual, y cuando iba a atenderles vio un cuadro de la Virgen, se elevó hasta él y rezó ante la imagen mientras quedaba suspendido en el aire. Al descender le dio tanta vergüenza que el matrimonio hubiera presenciado la levitación, que se fue a su cuarto y no salió en el resto del día.
En Osimo, donde vivió los últimos seis años de su vida, los demás religiosos lo vieron levitar hasta una escultura de la Virgen que estaba a tres metros y medio de alto. Estuvo un rato rezando y le dio un beso al niño Jesús.
El día 15 de agosto de 1663, en la fiesta de la Asunción de Nuestra Señora, celebró su última misa. En medio de la celebración quedó suspendido en el aire y muchas personas lo vieron.
Llamado por el superior de su orden
Al ver estas manifestaciones externas de lo sobrenatural, algunas personas comenzaron a decir que San José de Cupertino era un impostor y que todo era un engaño. Le enviaron al Superior General de los Franciscanos en Roma para que explicar qué ocurría en su vida. Y el general, al ver la muestra de santidad de san José de Cupertino, consideró que era auténtico lo que decía.
La conversión del duque de Hannover
La fama del fraile llegó incluso el papa Urbano VIII y este quiso conocerle. Cuando estaban hablando, san José de Cupertino quedó en éxtasis y se fue elevando por los aires. El duque de Hannover, que era protestante, al ver el suceso se convirtió al catolicismo. El papa, por su parte, era muy riguroso con respecto a la hora de decidir si algo era milagroso. Estudió cuidadosamente la vida de san José de Cupertino y finalmente declaró: «Todos estos hechos no se pueden explicar sin una intervención muy especial de Dios».
En los últimos años de vida, san José de Cupertino fue llevado a conventos muy alejados para que nadie pudiera acceder a él. Sin embargo, las multitudes lo seguían. Entonces sus superiores lo cambiaban de convento y lo llevaban a uno más alejado.
Sufrió meses de aridez y de sequedad espiritual, que Dios permitía, y él respondía uniéndose más a Cristo con la oración y la penitencia.
«Dios no es sordo»
La oración era su gran remedio. Para quienes le consultaban qué hacer ante problemas muy serios, él siempre respondía: “No se canse nunca de rezar. Que Dios no es sordo ni el cielo es de bronce. Todo el que le pide recibe».
Así, san José de Cupertino murió el 18 de septiembre de 1663 a la edad de 60 años.
*Esta biografía está elaborada a partir del libro «Vidas de Santos», del padre Eliécer Sálesman.
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