.

 

 

LA VOCACION ES GANARLO TODO POR CRISTO Y LA IGLESIA COMO REINO DE DIOS.

El apóstol, con la candidez de quien quiere dar lecciones, se resiste a admitir que el mesianismo de Jesús no pasa por un triunfo humano, sino por el sufrimiento de la cruz y la gloria de la resurrección. Jesús es contundente: lo trata de Satanás, es decir, de adversario, del que pone obstáculos al plan de Dios. Al apóstol no le quedó más remedio que callar y escuchar lo que Jesús dirige a todo el mundo: «Si alguien quiere venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me acompañe».

Tomar la propia cruz. Nos es pesado, hacerlo. Cuentan que uno de los llamados Padres del Desierto se quejaba de la pesadez de su cruz. Un ángel le condujo en una estancia donde había cruces de todas las dimensiones y pesos. La asceta las fue probando una por una diciéndose interiormente: “Ésta, no… ¡Esta, tampoco… Esta!”. Finalmente había encontrado una que le gustó y se la quedó. El ángel le dijo: “Era la tuya…”.

Como vemos, acompañar a Jesús en el camino de la cruz es condición esencial para ser discípulo suyo. No quiere decir que sólo los discípulos de Jesús tenemos cruces, porque sufrimiento, poco o mucho, todo el mundo tiene. Los seguidores de Jesús nos distinguimos porque estamos llamados a tomar la cruz y creemos que Dios nos ayuda a cargarla. San Lucas añade el matiz «tomarla cada día», porque de una manera u otra siempre debemos seguir detrás de Jesús.

Podríamos preguntarnos si este seguimiento excluye todo tipo de felicidad en este mundo. No, si Jesús asumió la cruz se debe a que la confianza absoluta que tenía en la bondad del Padre le hacía tomar con él los sufrimientos humanos. Había, al término de todo, la resurrección. Quizás tan fácil como es decir esto, es más difícil de hacerlo nuestro. Pero si nos reunimos para escuchar y asimilar la Palabra de Dios, y especialmente el Evangelio, es porque sabemos que aquí encontramos el fundamento de nuestra esperanza.

En esta situación también vale el matiz de san Lucas “cada día”, porque forma parte de la identidad cristiana saber que cada día es una nueva oportunidad para aumentar esta esperanza. Y junto a ella, la fe y la caridad que le son inseparables.

La pandemia nos ha enseñado muchas cosas. Y nos mostró que la capacidad humana de hacer el bien no tiene límites. Yo las invitaría, por ejemplo, hoy a saber valorar todas las novedades que cada día el Señor nos ofrece: en la propia vida, en la propia familia, en la propia comunidad como MISIONERAS DE PAX VOBIS. Es lo que les decía hace una buena cantidad de años: saber recoger la gracia de los comienzos en la llamada de Dios a sus corazones.

Tengamos, pues, esta capacidad cristiana de asumir cada día la cruz y al mismo tiempo de enriquecernos con la esperanza de empezar cada día con la confianza de que Dios guía nuestro presente y nuestro futuro por los caminos de su amor a la santidad. Es realmente una gracia que lo resume todo en su llamada y la gracia que han recibido.

 

 

Dedicación de la Basílica de Cristo Salvador

Fiesta Litúrgica, 9 de noviembre

Fiesta de la dedicación de la basílica lateranense, construida por el emperador Constantino en honor de Cristo Salvador como sede de los obispos de Roma, cuya anual celebración en toda la Iglesia latina es signo del amor y de la unidad con el Romano Pontífice.

Es la catedral del Papa que, al tomar posesión de ella, muestra el supremo poder o potestad eclesiástica de Roma y del mundo

Basílica significa: «Casa del Rey»

De varias maneras se suele denominar este templo: Basílica «Constantiniana,»Del Salvador» y «De San Juan de Letrán». Es la catedral del Papa que, al tomar posesión de ella, muestra el supremo poder o potestad eclesiástica de Roma y del mundo; por ello a esta basílica se llama a sí misma en la escritura de su fachada «madre y cabeza de todas las iglesias de la Urbe y del Orbe».

El nombre de Letrán le viene del palacio que tenían los «Laterani» en el monte Celio desde el siglo I a quienes la autoridad confiscó sus bienes por atreverse a conspirar contra Nerón. Parece ser que pasó a ser propiedad de Fausta, la esposa de Constantino; aconsejada, según dicen, por Osio de Córdoba, lo donó a los Papas para su residencia habitual, como de hecho lo fue a través de bastantes siglos hasta el periodo de Aviñon.

Pero la longa historia no muy probada o la leyenda une esta basílica a la familia imperial también por otros motivos. Parece ser que el emperador que legalizó a la Iglesia contrajo el terrible e incurable mal de la lepra y fue curado milagrosamente por san Silvestre; en agradecimiento por la recuperación de la salud, entregó los terrenos necesarios para construirla y se prestó a dar la ayuda económica pertinente. Esta es la razón de llamarla también «Constantiniana».

Se sabe que ya en el año 313 hubo en ella un sínodo porque la esposa de Constantino lo cedió al papa Milcíades; que el papa Dámaso fue ordenado en ella y que se dedicó el día 9 de Noviembre del año 324, dándole Silvestre el título de «El Salvador», hasta que en el siglo XIII se le añadieran los de San Juan Bautista y de San Juan Evangelista.

Este augusto templo ha sido la sede de muchos concilios -más de veinticinco- desde el siglo IV al XVI y, de ellos, cinco han sido ecuménicos.

Allí se firmó, ya en tiempos más cercanos, el Tratado de Letrán, el 11 de marzo de 1929, con el que Pío XI logró la libertad del papa de todo soberano temporal y con ello el libre ejercicio de su misión evangelizadora, firmándolo con Mussolini.

Esta basílica podría contar una larga serie histórica de virtudes, pero también habla de sacrilegios, saqueos, incendios, terremotos e incluso el abandono de sus papas sobre todo el tiempo del destierro de Aviñon. Buscando un sentido a esos hechos, uno se pregunta si no serán las fuerzas del infierno que se ponen de pie, rabiosas, con la intención de acabar con el templo de piedras que es símbolo del poder espiritual supremo e indefectible en la Iglesia. También hay que decir que tanto el Renacimiento como el barroco dejaron en ella su huella artística perenne y restauradora, y que Sixto V y León XIII la hicieron realmente suntuosa, por no hablar de que hasta allí fue Francisco de Asís en 1210 a solicitar del Papa Inocencio III la aprobación de su Orden.

Cuando con su consagración se dedica a Dios y a su culto, se indica que pasa a ser propiedad y sede de la Majestad divina; con esa ceremonia se indica que pasa a ser «la morada de Dios entre los hombres».

A los católicos, mirándola a ella, se nos hace próximo el misterio de la salvación, pareciéndonos actual aquella escena evangélica en la que Jesucristo llamó a aquel Zaqueo, agarrado a la rama de la higuera, que se siente interpelado por Dios para habitar en su casa y comer con él a pesar de ser sólo un pobre publicano despreciable y pecador.

Es como si el mismo Dios quisiera darnos a entender que, por medio de todo el culto que allí se realiza la Misa, que es el sacrificio redentor de la Cruz, con los sacramentos, con la escucha de su palabra que se hace actual por la predicación-, quisiera recordarnos su vehemente deseo a los hombres de incorporarnos a Él haciéndonos piedras vivas, bien unidas por la caridad, de su Esposa mística -la Iglesia-como las piedras físicas se unen en la construcción material de la basílica. De hecho, esta idea ya está expresada en el Apocalipsis cuando presenta a la Nueva Jerusalén.

Y ¿por qué no decirlo? La Basílica, con su grandeza y su miseria, es también un símbolo de la Iglesia de todos los tiempos donde hubo, hay y habrá persecuciones y flaquezas, intereses humanos y divinos, política, arte, espíritu, dogma y santidad.

 

 

Por mandato o por amor

Santo Evangelio según san Lucas 17, 7-10. Martes XXXII del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Padre mío, me abandono a ti. Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco, estoy dispuesto a todo, lo acepto todo. Con tal que Tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas, no deseo nada más, Dios mío. Pongo mi vida en Tus manos. Te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque te amo, y porque para mí amarte es darme, entregarme en Tus manos sin medida, con infinita confianza, porque Tú eres mi Padre. (Oración del Beato Charles de Foucault)

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 17, 7-10

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: «Quien de ustedes si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: ‘Entra enseguida y ponte a comer’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame de comer y ponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú?’ ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su aligación?

Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: «No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Me presentas hoy una parábola en la que me invitas a procurar, en todas mis acciones, la pureza de intención. Sería interesante preguntarme cuáles son las motivaciones más profundas de mi actuar, las intenciones que me llevan a trabajar, a rezar, a dedicar tiempo a alguna cosa en lugar de otra, a acoger a tal persona y rechazar a otra. Las intenciones manifiestan mucho qué lugar ocupas en mi vida.

Hoy me invitas a actuar siempre por tu gloria, por tu Reino, por amor a ti. Evitar en mi vida todo lo que pueda sonar a vanidad, a orgullo, a indiferencia, a amor propio. Cuando cumpla tu voluntad que lo haga por amor, porque de verdad quiero hacerlo y no sólo por cumplir un mandato, por salir de ese compromiso.

Quieres que tenga ante ti, además, la humildad del que se sabe criatura, necesitado de su Señor, de quien todo lo ha recibido. Ponerme en el lugar que me corresponde, de hijo, de criatura, de servidor, ya implica darte el lugar que mereces en mi vida y en todo lo que hago.

Señor, aparta de mi vida la vanidad de aparecer ante los demás como alguien que no soy, la soberbia de creer que todo lo puedo por mis medios, el orgullo de pensarme superior a los demás, la rebeldía de no darte el primer lugar en mi existencia.

«Con la serenidad del cuerpo y del espíritu podemos dedicarnos al servicio. Serenidad, servir al Señor en paz. Los obstáculos —tanto las ganas de poder, como la deslealtad— arrebatan la paz y te llevan a esa picazón del corazón de no estar en paz, siempre ansioso, mal… sin paz. Una insatisfacción que nos lleva a vivir en esa tensión de la vanidad mundana, vivir para aparentar. Así se ve mucha gente que vive solamente para ponerse en muestra, aparentar, para que digan: “ah, qué bueno que es”, por la fama, fama mundana. Pero así no se puede servir al Señor. Por ello, entonces pedimos al Señor que retire los obstáculos para que con la serenidad, tanto del cuerpo como del espíritu podamos dedicarnos libremente a su servicio». (Homilía de S.S. Francisco, 8 de noviembre de 2016, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Me esforzaré por cumplir mis responsabilidades por amor a Dios y sin quejarme.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

 

 

El Servicio: Ver a Jesús en el otro

El servicio, nos permite ser personas con consciencia de paz y cumplir con la voluntad de Dios

Al escuchar las palabras de SS Francisco I “El verdadero poder es el servicio” recordamos el Evangelio de San Mateo 25, 34-40:

“Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era un extraño, y me hospedaron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y fueron a verme.

Entonces le responderán los justos: Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento y te alimentamos; sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo fuiste un extraño y te hospedamos, o estuviste desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les responderá: Les aseguro que cuando lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron.”

Ante uno de los textos bíblicos esenciales del cristianismo, surgen algunas ideas de reflexión:

En primer lugar, la fraternidad, la unión entre los seres humanos como hermanos, por el amor que tenemos a los demás, no sólo a los amigos, sino también a los enemigos. Asimismo, surge la preocupación por crear condiciones fraternales en el mundo.

En segundo lugar, el entendimiento del amor, no como idea abstracta, sino como obras concretas. Jesús nos habla claramente de obras concretas: dar de comer, vestir, visitar a los enfermos, entre otras.

Y en tercer lugar, el Amor a Dios a través de nuestras acciones con los demás, Viendo a Jesús en el otro. Si amo a Dios, no puedo dejar de amar a mi hermano.

Jesús se identifica con las personas en desventaja, los más necesitados, los que no tienen las mismas oportunidades que nosotros.

El acoger a los miembros más abandonados de la comunidad, a los despreciados, los que no tienen a dónde ir, los que no son bien recibidos, es reconocer a Jesús en el otro.

El servicio, nos permite ser personas con consciencia de paz y cumplir con la voluntad de Dios.

Retomando en Evangelio de San Mateo 10:42: “Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.” De esta manera, en el Servicio cumplimos con lo que Dios quiere y le demostramos nuestro amor al ver a su hijo en el otro”.

En esta celebración de Pascuas de Resurrección, celebrando a Jesús vivo, proclamemos un humanismo cristiano activo, reconociendo que nuestra labor en la familia, en la escuela, en la comunidad, se cumple solamente en la formación de hombres y mujeres con actitud de auténtico servicio. De tal manera el servicio es el poder, como lo indica Francisco I. Es el poder para transformar a través de la responsabilidad conjunta, de servir a la persona y a la sociedad para la animación cristiana del orden temporal.

El cristianismo no consiste sólo en rezos y posturas piadosas. Esto, indudablemente, tiene su valor y es un medio válido para vivir la fe, pero no es lo único, ni lo más esencial. Celebremos actuando, en el servicio como Jesús nos enseñó. Veamos a Jesús en el otro.

El verdadero amor a Dios se vive realmente en el prójimo. Jesús nos lo dice claramente “lo que hiciste a mis hermanos más pequeños, a mí me lo hiciste” y además con ejemplos prácticos. Esta caridad brota naturalmente del amor a Dios.

El espíritu cristiano de servicio a los demás es la promoción de la justicia social. Es necesario promover el bien, reconociendo a la persona a partir del principio de filiación divina, como Ser creado por amor y a quien Dios ama por sí mismo, así como una cultura de encuentro y fraternidad universal basada en los valores fundamentales del cristianismo, apoyando a los débiles, los necesitados, los que se encuentran en desventaja.

La práctica de estos valores permite alcanzar la superación personal y lograr una convivencia social más humana a través de la solidaridad, subsidiariedad y reciprocidad.

El servicio también se refiere a conocer y discernir éticamente las estructuras inhumanas que generan y mantienen la pobreza y la degradación humana.

La participación es un deber para la edificación de una sociedad digna, incluyendo la ecología humana y la ecología natural, cuyo desarrollo favorezca la verdad, la libertad, la justicia y la caridad.

 

 

¿Qué es una basílica y por qué es importante?

Este artículo fue creado especialmente para responder a sus dudas.

Muchos católicos se han preguntado por qué en la Iglesia Católica hay algunos templos con el título de basílicas y por qué son tan importantes para la vida de fe.

Este artículo fue creado especialmente para responder a sus dudas. La palabra “basílica” proviene del latín basílica, que deriva del griego basiliké. Significa “casa real”. En los tiempos del Imperio Romano, una basílica era el lugar donde se ubicaba el tribunal de justicia. A lo largo de la historia, los Papas han otorgado el título de “basílica” a un templo por su importancia espiritual e histórica.

Una basílica es el centro espiritual y de evangelización de una comunidad y sirve también para difundir una devoción especial a la Virgen María, a Jesús o algún santo.

Las celebraciones litúrgicas que se realizan en ellas deben también oficiarse en las demás iglesias de la diócesis.
Las basílicas también acogen tesoros sagrados de la Iglesia Católica, como las tumbas y reliquias de santos; y promueve la difusión de los documentos de la Santa Sede.

Tipos de basílica

Existen cuatro templos que llevan el título de “basílica mayor”. Se encuentran en Roma y son: la Basílica de San Pedro, la Basílica de Santa María la Mayor, la Basílica de San Pablo de Extramuros y la Basílica de San Juan de Letrán.

Una basílica mayor posee un altar mayor en el que solo el Papa y sus delegados pueden celebrar la Misa. Además, se distingue porque tiene una Puerta Santa que los fieles pueden cruzar durante un Año Santo para ganar la indulgencia plenaria.

Las “basílicas menores” son los templos que obtuvieron ese título por una concesión del Papa o de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos.

Suelen ser en su mayoría santuarios y catedrales que reciben una gran cantidad de peregrinos por los tesoros sagrados que custodian o por su importancia histórica. En total, existen más de 1500 basílicas menores en todo el mundo.

Algunas de las más conocidas en Italia son la de San Lorenzo Extramuros, en Roma; la de San Francisco y la de Santa María de los Ángeles en Asís.

En otros países son conocidas la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en México, la Basílica del Sagrado Corazón (Sacré-Coeur) en Francia, la Iglesia de la Sagrada Familia en Barcelona, la Basílica de Nuestra Señora de Luján en Argentina y la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá en Colombia.

La parte exterior de una basílica se llama atrio. El vestíbulo interior se llama nártex y luego le siguen la nave central, donde se congregan los fieles, y las naves laterales, donde suelen estar los confesionarios, las capillas y el baptisterio.

En el ábside, la cabecera del templo, se encuentra el altar mayor, que suele estar cubierto por un baldaquino, una suerte de cúpula sostenida por cuatro columnas. El baldaquino más famoso es el de Bernini que está sobre el altar mayor de la Basílica de San Pedro.

En algunas basílicas, como San Pedro y San Pablo de Extramuros, debajo del altar mayor está la tumba de un santo o mártir.

En la parte trasera del ábside está el trono donde se sienta el Obispo o el Papa, en caso de que este visite el templo.

En la parte lateral del ábside están las sacristías.

La Basílica más antigua del mundo es la de San Juan de Letrán. Fue edificada sobre el palacio de la familia noble de los Lateranos que le obsequió el emperador Constantino a la Iglesia Católica. El Papa San Silvestre consagró el templo en el año 324.

 

 

Basílica de San Juan de Letrán

Ésta es la primera basílica existente en la religión católica, gracias al Papa San Silvestro en el año 324.

En la Iglesia Católica se le da el nombre de Basílica a ciertos templos más famosos que los demás. Solamente se puede llamar Basílica a aquellos templos a los cuales el Sumo Pontífice les concede ese honor especial. En cada país hay algunos.

La primera Basílica que hubo en la religión Católica fue la de Letrán, cuya consagración celebramos en este día. Era un palacio que pertenecía a una familia que llevaba ese nombre, Letrán. El emperador Constantino, que fue el primer gobernante romano que concedió a los cristianos el permiso para construir templos, le regaló al Sumo Pontífice el Palacio Basílica de Letrán, que el Papa San Silvestro convirtió en templo y consagró el 9 de noviembre del año 324.

Esta basílica es la Catedral del Papa y la más antigua de todas las basílicas de la Iglesia Católica. En su frontis tiene esta leyenda: «Madre y Cabeza de toda las iglesias de la ciudad y del mundo».

Se le llama Basílica del Divino Salvador, porque cuando fue nuevamente consagrada, en el año 787, una imagen del Divino Salvador, al ser golpeada por un judío, derramó sangre. En recuerdo de ese hecho se le puso ese nuevo nombre.

Se llama también Basílica de San Juan (de Letrán) porque tienen dos capillas dedicadas la una a San Juan Bautista y la otra a San Juan Evangelista, y era atendida por los sacerdotes de la parroquia de San Juan.

Durante mil años, desde el año 324 hasta el 1400 (época en que los Papas se fueron a vivir a Avignon, en Francia), la casa contigua a la Basílica y que se llamó «Palacio de Letrán», fue la residencia de los Pontífices, y allí se celebraron cinco Concilios (o reuniones de los obispos de todo el mundo). En este palacio se celebró en 1929 el tratado de paz entre el Vaticano y el gobierno de Italia (Tratado de Letrán). Cuando los Papas volvieron de Avignon, se trasladaron a vivir al Vaticano. Ahora en el Palacio de Letrán vive el Vicario de Roma, o sea el Cardenal al cual el Sumo Pontífice encarga de gobernar la Iglesia de esa ciudad.

La Basílica de Letrán ha sido sumamente venerada durante muchos siglos. Y aunque ha sido destruida por varios incendios, ha sido reconstruida de nuevo, y la construcción actual es muy hermosa.

San Agustín recomienda: «Cuando recordemos la Consagración de un templo, pensemos en aquello que dijo San Pablo: ‘Cada uno de nosotros somos un templo del Espíritu Santo’. Ojalá conservemos nuestra alma bella y limpia, como le agrada a Dios que sean sus templos santos. Así vivirá contento el Espíritu Santo en nuestra alma».

 

 

Orígenes de la eucaristía católica

Intentaremos ir aclarando el origen de algunos de los elementos más fundamentales de la Iglesia Católica

Cuentan que tras la Ruptura Protestante en el s. XVI, cuando Europa se volvió loca y utilizó el nombre de Jesús para matarse unos a otros (maquiavélicamente azuzados por los intereses políticos), en algunas zonas protestantes desenmascaraban a los sospechosos de catolicismo mediante “un truco” muy sencillo y eficaz. Les ponían una hostia consagrada delante y les pedían que la profanaran (escupiendo sobre ella o algo por el estilo). Si era un protestante lo haría sin problema, pero si era católico ni las amenazas de muerte lograrían hacerle profanar lo que él consideraba sin duda alguna el cuerpo de Jesús. Obviamente no todos tendrían el coraje de preferir la muerte a la profanación, pero el recurso era lo suficientemente eficaz como para ser usado en ocasiones contra los católicos.

En este artículo intentaremos ir aclarando el origen de algunos de los elementos más fundamentales de la Iglesia Católica, elementos que, en opinión de muchos protestantes, son corrupciones posteriores introducidas por el emperador Constantino. En concreto trataremos ahora sobre el origen de la creencia católica y ortodoxa de que el partir el pan no es simplemente un acto conmemorativo, sino que Jesús está real y verdaderamente presente en ese pan consagrado. ¿Nos ha llegado esta creencia de Constantino o ya estaba presente en la Iglesia Primitiva? Continuamos nuestra inmersión en la historia del cristianismo de los primeros siglos para descubrir las raíces de nuestra fe.

Nota: La presencia de Jesús en la hostia consagrada y la doctrina de la Transubstanciación no son exactamente la misma cosa, pues la transubstanciación afirma que el pan y el vino dejan de ser pan y vino y se convierten en el cuerpo y la sangre de Jesús, mientras que los protestantes de la iglesia luterana sí admiten la presencia de Jesús pero “dentro” del pan y del vino, no “en lugar de”. Pero como este matiz solo afecta a diferencias entre católicos y modernos luteranos simplificaremos la controversia y nos tomaremos la licencia de mezclar los conceptos de “presencia real” y “transubstanciación” como si fuesen equivalentes sin más. Pero si quiere profundizar en la doctrina de la transubstanciación puede leer el artículo: “Eucaristía y transubstanciación: presencia real de Dios”

DIFERENTES CREENCIAS SOBRE EL ACTO DE PARTIR EL PAN

La Iglesia Católica afirma que el pan y el vino al ser consagrados se convierten en el cuerpo y sangre de Cristo, respectivamente, pese a que los dos elementos (pan y vino) conservan sus accidentes (color, olor, sabor, textura, etc). Esta conversión es llamada “transubstanciación” porque se definió según los conceptos filosófico-científicos aristotélicos del momento, aunque para nuestra mentalidad moderna sería probablemente más preciso un término como el de “transmutación”. Según los católicos esta creencia se remonta a los mismos orígenes de la Iglesia, recoge la tradición de la Iglesia Apostólica y es una revelación que proviene del propio Jesús cuando en la Última Cena profirió las siguientes palabras:

Tomad y comed, este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros. Del mismo modo, tomó el cáliz y se lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y bebed todos de él, porque esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía. (Cfr. Mateo 26:26-29; Marcos 14:22-25; Lucas 22:19-20; I Cor 11:23-26)

La Iglesia cree que todo Cristo, vivo y entero, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad, está presente en ella, de una forma verdadera, real y sustancial. Ciertamente esto es mucho creer, por tanto no es de extrañar que muchos cristianos acabaran abandonando tal creencia y acusando a la Iglesia Católica (o al emperador Constantino) de haberse inventado semejante “barbaridad”. Pero lo cierto es que hasta el siglo XVI esta creencia no fue claramente contestada.

POSTURA PROTESTANTE

Serán los protestantes, siglos después, quienes rechacen la transubstanciación alegando que ese concepto es una invención católica tardía fundamentada no en la Biblia, sino exclusivamente en la filosofía aristotélica y las nociones griegas de esencia y apariencia. Frente a esta creencia católica y ortodoxa los protestantes sí presentaron su propia innovación, basada en sus razonamientos y suposiciones, y ya desde el primer momento ofrecieron diversas creencias:

– Lutero creía que durante la consagración Jesús se unía al pan y al vino, pero después esa presencia se retiraba otra vez, de forma que el pan y el vino se podían tirar a la basura sin ningún problema.
– Calvino es aún más difuso, admite cierta presencia espiritual durante la celebración de la cena, pero más debido a la fe del creyente que al hecho de que Jesús bajase realmente al pan (de todas formas modificó sus opiniones sobre la eucaristía en varias ocasiones durante su vida).
– Los anabaptistas creen que en la celebración de la Cena el pan y el vino son cuerpo y sangre de Cristo pero en el sentido de que toda la comunidad de cristianos es el cuerpo místico de Cristo, y al compartir todos la misma comida están compartiendo ese cuerpo místico que está formado por la comunidad entera.
– Otros sectores apoyaban ya entonces la opinión que es hoy la mayoritaria entre las diferentes denominaciones protestantes y paraprotestantes: la celebración de la cena del Señor no es más que un acto de recuerdo de aquella Última Cena de Jesús antes de su muerte. No hay nada en el pan y el vino que les haga especial más allá de su poder de evocación mental, del mismo modo que una cruz evoca la muerte y/o la salvación de Jesús pero no tiene nada de especial por sí misma.

El antecedente de todas estas ideas protestantes habría que buscarlo en los cátaros medievales que habitaban sobre todo en el Languedoc francés (siglos X-XII). Los cátaros en esto, como en todo, no tenían un credo compacto, sino que tenían un conjunto de creencias diversas e incluso contradictorias cuyo principal elemento común y aglutinador era el oponerse a la ortodoxia de la Iglesia oficial. Algunos creían que el partir el pan era solo un memorial y algunos otros sí creían que Jesús convirtió el pan en su cuerpo y el vino en su sangre, tal como dicen sus palabras en el Nuevo Testamento, pero negaban que los sacerdotes tuvieran el poder de reproducir ese milagro, por lo tanto según ellos la transubstanciación solo se produjo una vez, durante la Última Cena, y a partir de entonces lo único que podemos hacer es recordar ese milagro, pero no reproducirlo.

ORIGEN DE LA DOCTRINA

Ante la negación protestante, la Iglesia Católica reafirma la creencia en la presencia real de Jesús en la Eucaristía durante el Concilio de Trento en el siglo XVI:

Mas por cuanto dijo Jesucristo nuestro Redentor, que era verdaderamente su cuerpo lo que ofrecía bajo la especie de pan, ha creído por lo mismo perpetuamente la Iglesia de Dios, y lo mismo declara ahora de nuevo este mismo santo Concilio, que por la consagración del pan y del vino, se convierte toda la substancia del pan en la substancia del cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, y toda la substancia del vino en la substancia de su sangre, cuya conversión ha llamado oportuna y propiamente Transubstanciación la santa Iglesia católica. (Concilio de Trento. CAP. IV. De la Transubstanciación, 1640)

Quienes afirman que este dogma “se inventó” en Trento (s. XVII), o que fue una idea de Santo Tomás de Aquino (s. XIII) no pueden disculpar su ignorancia escudándose en su protestantismo o ateísmo sino simplemente en su falta de información. La Iglesia Ortodoxa se separó en el 1054 así que lo que dijera Trento o Santo Tomás no le afectó en absoluto pero creen, igual que nosotros, en la presencia real de Jesús.

Otros, un poquito más informados, afirman que tal idea surgió antes, en el Concilio de Letrán. Al menos aquí hay algo cierto, la transubstanciación fue declarada dogma en ese concilio:

El cuerpo y la sangre están contenidos verdaderamente en el sacramento del altar, bajo las formas del pan y el vino, el pan y el vino de haber sido transubstancian, por el poder de Dios, en su cuerpo y sangre. (IV Concilio de Letrán, 1215)

Pero esta declaración dogmatica no supone ninguna innovación ni ruptura con la tradición común que también los ortodoxos conservaban, simplemente intenta atajar algunas disputas que surgían sobre si el pan y el vino realmente se transformaban en el cuerpo y la sangre de Cristo o simplemente el cuerpo de Jesús se unía de alguna forma a esas sustancias materiales. La declaración laterana lo que reafirma es la creencia tradicional heredada por la Iglesia.

Y así unos sitúan la supuesta invención de la doctrina de la transubstanciación en un momento o en otro, más ninguno se atreve a traspasar el lumbral de Nicea (año 325), pues la mayoría de los protestantes consideran que más allá de Nicea (y del emperador Constantino) está la verdadera Iglesia de Jesús, y esa iglesia cristiana no estaba aún contaminada por las herejías católicas. Por este motivo vamos a meternos ya de lleno en lo que creían los cristianos en los siglos anteriores a Nicea, lo que llamamos la Iglesia Primitiva. Si estos primeros cristianos creían en la presencia real de Jesús en la eucaristía, entonces no tiene sentido seguir diciendo que tal doctrina es una invención de la Iglesia Católica de la época de Constantino o de siglos posteriores.

En el siglo IV el obispo San Cirilo de Jerusalén ya recogía claramente esta creencia en la Transubstanciación en su catecismo para catecúmenos:

Lo que parece pan no es pan, aunque así sea sentido por el gusto, sino el cuerpo de Cristo, y lo que parece vino no es vino, aunque el gusto así lo quiera, sino le sangre de Cristo (Catequesis XXII,9)

Pero San Cirilo nos dejó escrito esto poco después del Concilio de Nicea, así que tendremos que buscar indicios anteriores al siglo IV para poder traspasar “la barrera constantiniana” y ver en qué creía esa Iglesia original, por si acaso la creencia en la presencia real de Jesús en la eucaristía fuese también una manipulación de Constantino, que siempre aparece como último recurso para explicar cualquier creencia católica que no gusta a los demás. Retrocedamos hasta la época de la Iglesia de las persecuciones y busquemos pruebas sobre qué creencias tenían ellos en este asunto. Empecemos por el principio y acudamos a las fuentes bíblicas.

LA TRANSUBSTANCIACIÓN EN LA IGLESIA DEL SIGLO PRIMERO

Por el libro de Hechos sabemos que los cristianos se reunían a rezar y alabar a Dios. También vemos en la Biblia que los cristianos se caracterizan por “partir el pan”, lo cual es reconocido por los protestantes aunque ellos lo interpretan como alegoría, no como eucaristía. Los testimonios extrabíblicos del siglo I y II no dan lugar a opiniones diversas, su interpretación de esos pasajes bíblicos es literal, no alegórica, y celebran la eucaristía, no un recuerdo del pasado. Muchos pasajes del evangelio de Juan son tan claros que resulta difícil pensar que habla en alegorías, aunque eso no estaría totalmente descartado. El problema es que Juan está ya escribiendo eso al mismo tiempo que otros cristianos están celebrando la eucaristía como presencia real de Jesús. Si Juan no creyera en esa presencia real, en lugar de echar más leña al fuego de la confusión con los discursos de Jesús sobre comer su carne y beber su sangre, habría hecho todo lo contrario, aclarar que el pan no es carne de Jesús sino solo un símbolo de su recuerdo. Pero por el contrario, esto es lo que Juan escribe y es palabra de Dios:

Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?». Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron [el maná]. El que coma de este pan vivirá eternamente». Todo esto lo enseñó Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. (Juan 6, 51-58)

Si lo que Juan realmente pretendía era dejar absolutamente claro la presencia real de Jesús en la eucaristía, no podría haberlo dicho mejor. Vemos a un Jesús que no solo nos dice que el pan es su carne y el vino es su sangre, como ha hecho en otras ocasiones, sino que enfáticamente explica y repite que esto es así, aunque parezca chocante, y además insiste en que la eucaristía es un instrumento fundamental para la salvación, no un mero símbolo de recuerdo. Y aún así, si no tienes nada más que este texto, no sería del todo imposible decir, como dicen, que Jesús hablaba de nuevo en parábolas, aunque tampoco podemos olvidar que no se trata de otro discurso “populista” de Jesús lleno de metáforas para impresionar a las masas, sino que estamos ante sus palabras “en la sinagoga de Cafarnaúm”.

Ese es el problema de la doctrina protestante de la “sola scriptura”, que como la Biblia no puede explicarse a sí misma siempre queda algún margen para interpretarlo como te parezca y es imposible escapar de este razonamiento circular. Pero la Iglesia Católica tiene otra fuente de conocimiento con la que podemos contrastar si esa interpretación es o no la correcta: la Tradición. Si los cristianos primitivos tomaban esas palabras en sentido literal, entonces es que los apóstoles se lo habían enseñado así. No es creíble que los apóstoles prediquen que el partir el pan es una mera fórmula de recuerdo y enseguida veamos que por toda la cristiandad (no solo en alguna zona hereje) los cristianos lo están haciendo convencidos de que se trata de una presencia real.

Aunque muchos protestantes creen que la apostasía católica se produjo en tiempos de Constantino, no faltan tampoco quienes creen que la Iglesia ya empezó a apostatar y volverse herética durante la propia vida de los apóstoles. Si eso fuera así habría que aceptar que Pentecostés fue un fracaso y que el Espíritu Santo se tomó la molestia de iluminar a los apóstoles para nada, pues al parecer su predicación lo único que consiguió fue crear un engendro herético totalmente alejado del mensaje de Jesús. Si creemos que la Iglesia se echó a perder ya incluso en vida de los apóstoles, entonces está claro que habría sido mejor dejar a los apóstoles en Jerusalén sentaditos en casa y esperarse 15 o 20 siglos a que el Espíritu Santo, esta vez sí, iluminara de verdad a algún hombre que lograse transmitir el verdadero mensaje con un éxito que ensombrece totalmente al logrado por los apóstoles. ¿Para qué tantas molestias hasta llegar incluso al martirio si al parecer todos malinterpretaron su mensaje? Tal panorama resulta absurdo si realmente creemos en el Espíritu Santo y en lo que nos cuenta la Biblia, pero al parecer parte de los protestantes y la mayoría de los paraprotestantes piensan que eso fue precisamente lo que ocurrió. Cada uno cree que su fundador particular fue quien consiguió lo que los apóstoles iluminados por el Espíritu Santo no lograron en el siglo primero: interpretar la doctrina de Jesús de forma correcta y transmitírsela a un grupo de seguidores que sí fueron capaces de entenderla bien y conservarla pura.

Pero frente a esta visión de que las primeras comunidades cristianas ya eran heréticas tenemos el testimonio del evangelio de San Juan, palabra de Dios según los católicos y también según los protestantes. Según nos explica san Juan, lo que ocurrió después con los protestantes es lo mismo que ocurrió ya en tiempos de Jesús. Nos lo cuenta en su evangelio justo tras narrarnos el anterior discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm explicando que su carne es la verdadera comida y su sangre es la verdadera bebida. Dice Juan que “Al oír esto, muchos de los que seguían a Jesús dijeron: – Esta enseñanza es inadmisible. ¿Quién puede aceptarla?” (Juan 6:60-61) A lo que Jesús replica “Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Pero algunos de vosotros no creen.” (Juan 6:63-64), y sigue Juan diciendo “Desde entonces, muchos discípulos suyos se volvieron atrás y ya no andaban con él.” (Juan 6:66).

Los discípulos de Jesús entendían perfectamente el lenguaje que Jesús empleaba pues compartían el mismo idioma y la misma cultura, sin los problemas de matices y traducciones que podríamos tener hoy en día, y para ellos no había ninguna ambigüedad: Jesús había dicho que quien comiera su cuerpo tendría vida eterna, y por eso se escandalizaron. Pero no vemos que Jesús se apresurara a tranquilizarles diciendo, “habéis entendido mal, yo estaba hablando metafóricamente”. No, esos discípulos se escandalizaron, no quisieron aceptarlo y abandonaron a Jesús, y Jesús no pudo impedirlo porque lo que les había escandalizado era precisamente la verdad, no un desgraciado malentendido. Jesús ni aclaró ni rectificó, porque durante todo su discurso se había esforzado mucho en dejar bien claro que eso era literalmente así, y no una metáfora como ahora opinan los protestantes. Cuando uno lo deja todo para seguir a su Maestro, no lo abandona solo porque no le ha gustado un discurso, sino porque se ve incapaz de seguir aceptando sus enseñanzas. No estamos ante un problema lingüístico o estilístico sino ante un problema doctrinal.

Frente a quienes insisten en que Jesús estaba hablando aquí en sentido metafórico y por tanto el escándalo de esos discípulos era infundado, habría que recordarles otros momentos en los que Jesús sí habló en sentido metafórico y fue malinterpretado por sus oyentes, pero en esas ocasiones sí que vemos a Jesús corregirles en su error y explicarles el sentido simbólico de sus palabras:
Jesús les advirtió:
— Mirad, tened cuidado con la levadura de los fariseos y de los saduceos.
Los discípulos comentaban entre ellos: “Esto lo dice porque no hemos traído pan”.
Pero Jesús, dándose cuenta de ello, les dijo:
— ¿Por qué estáis comentando entre vosotros que os falta pan? ¡Lo que os falta es fe! ¿Aún no sois capaces de entender? ¿Ya no recordáis los cinco panes repartidos entre los cinco mil hombres y cuántos cestos recogisteis? ¿Ni los siete panes repartidos entre los cuatro mil y cuántas espuertas recogisteis? ¿Cómo es que no entendéis que yo no me refería al pan cuando os decía: “Tened cuidado con la levadura de los fariseos y de los saduceos”?
Entonces los discípulos cayeron en la cuenta de que Jesús no les prevenía contra la levadura del pan, sino contra las enseñanzas de los fariseos y de los saduceos. (Mateo 16:6-12)
O este otro pasaje:
Y [Jesús] añadió:
— Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero yo voy a despertarlo.
Los discípulos comentaron:
— Señor, si se ha dormido, quiere decir que se recuperará.
Creían ellos que Jesús se refería al sueño natural, pero él hablaba de la muerte de Lázaro. Entonces Jesús se expresó claramente:
— Lázaro ha muerto. (Juan 11:11-14)
Y aquí es el propio Juan el que explica la metáfora usada por Jesús para aclarar lo que realmente quiere decir:
Jesús les contestó:
— Destruid este Templo, y en tres días yo lo levantaré de nuevo.
Los judíos le replicaron:
— Cuarenta y seis años costó construir este Templo, ¿y tú piensas reconstruirlo en tres días?

Pero el templo de que hablaba Jesús era su propio cuerpo. (Juan 2:19:21)

Y sin embargo en todas las menciones bíblicas a que el pan es el cuerpo de Jesús, en ningún momento vemos a Jesús o a un evangelista aclarando la situación para que nadie malinterprete su supuesta metáfora.

Está claro que el concepto de la eucaristía no es fácil de asimilar si no es por medio de la fe. Ya en vida de Jesús, como vimos antes en Juan 6:51-66, muchos de sus propios discípulos le abandonaron cuando dejó bien claro que el pan y el vino no son meros símbolos, sino su carne y su sangre. ¿Nos extraña entonces que siglos después muchos otros reaccionaran de la misma manera y se alejaran de sus enseñanzas en parte por el mismo motivo?

Pero no es solo Juan, citando a Jesús, quien defiende la transubstanciación como algo no solo real, sino fundamental. Otros pasajes parecen explicar también que se trata de una presencia real, como por ejemplo la amonestación que Pablo dirige a la Iglesia de Corinto por dos motivos, porque no celebran la eucaristía con la debida frecuencia y porque no se la toman en serio; dos quejas que podría dirigir igualmente a muchas denominaciones protestantes de hoy en día. Lo podemos leer en Corintios 1, 11:17-34. Una de sus frases es la siguiente:

Por lo mismo, quien come del pan o bebe de la copa del Señor de manera indigna, se hará culpable de haber profanado el cuerpo y la sangre del Señor. (1 Corintios, 11:27)

Noten que Pablo no dice que se hará culpable de haber profanado “la memoria del Señor”, sino de haber profanado “el cuerpo y la sangre del Señor”. No habla del pan y el vino como una alegoría, sino como el mismísimo cuerpo y sangre de Jesús. Que Jesús pudiera hablar en metáforas es una cosa, pero en este pasaje no puede decirse que Pablo estaba predicando “en parábolas”. No estaba predicando, estaba dando instrucciones muy claras y con un lenguaje totalmente práctico y claro. Pero es que a continuación añade:
Porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación. (1 Corintios, 11:29)

Si Juan nos dice que comer el cuerpo de Cristo nos da la Vida, Pablo nos repite lo mismo pero en negativo, quien lo come sin ser consciente de lo que está comiendo a sí mismo se está condenando. Palabras que si las dijera hoy el papa levantaría una indignada oleada de protestas por parte de los protestantes, pero no las dice el papa, las dice San Pablo en la misma Biblia.

Las iglesias católica, ortodoxa, orientales, en parte la luterana y, en cierto modo, la anglicana y la episcopaliana (estas dos lo dejan a elección del feligrés!), afirman que en la eucaristía la presencia de Jesús es real, no alegórica, y por tanto la ceremonia no es simplemente un recuerdo, sino un sacramento y un instrumento necesario para nuestra salvación. Eso mismo parece estarnos diciendo San Pablo. Si el partir el pan fuera solamente una ceremonia de recuerdo, nadie podría condenarse solo por no tomársela suficientemente en serio. Podría ser severamente amonestado por no mostrar el debido respeto a Jesús, pero decir que eso le va a condenar parecería claramente excesivo. Pero eso es lo que dice Pablo: porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación. “Discernir” algo es ser capaz de reconocerlo. Pablo no dice que se condenará quien no discierna el memorial, dice que se condenará quien no discierna “el Cuerpo del Señor”. Así pues en ese pan y ese vino no tenemos el recuerdo del Señor, sino su cuerpo: quien no sea capaz de ver lo que realmente significa el pan se está condenando. Lo dice Pablo.

LA TRANSUBSTANCIACIÓN Y LA IGLESIA PRIMITIVA

Si los primeros cristianos hubieran celebrado la partición del pan como simple acto recordatorio, como símbolo, entonces no tendrían ningún sentido las malinterpretaciones que de su creencia hacen los paganos, quienes les acusan repetidamente de canibalismo y de hacer sacrificios humanos. Los cristianos creían realmente estar comiendo el cuerpo de Cristo. No comían el pan y bebían el vino para recordar el sacrificio de Jesús, sino que realmente, tal como hoy los católicos, se unían al sacrificio único y eterno de Jesús en la eucaristía y comían su cuerpo y bebían su sangre. Procuraban no comentar esta creencia con los no cristianos para evitar problemas, pero inevitablemente habría filtraciones, trozos de conversación escuchadas inoportunamente, de ahí las acusaciones basadas en una realidad deformada. La idea de la eucaristía escandaliza hoy a muchos protestantes y divierte a muchos ateos. También ocurría así por aquel entonces. Si algunos se escandalizan hoy de las constantes críticas que se hacen a los católicos que miren las que les hacían en los primeros siglos:

Los delitos ocultos con los cuales nos calumnian son: Que en la congregación nocturna sacrificamos y nos comemos un niño. Que en la sangre del niño degollado mojamos el pan, y empapado en la sangre comemos un pedazo cada uno. Que unos perros que están atados a los candeleros los derriban corriendo para alcanzar el pan que les arrojamos bañado en sangre. Que en las tinieblas que ocasiona el forcejeo de los perros, encubridores de la torpeza, nos mezclamos impíamente con las hermanas o las madres. (Tertuliano 197 d.C.)
Sin duda el ambiente de igualdad y hermandad que reinaba entre todos los cristianos, independientemente de su sexo, les hizo sospechosos de todo tipo de promiscuidad sexual, mezclado con el incesto por la costumbre de llamarse todos “hermanos” y darse la paz con un beso. No es que los paganos de entonces fuesen puritanos que se escandalizaran de la liberalidad en el trato entre hombres y mujeres, sino que ellos solo entendían ese trato desde una perspectiva sexual, no de amor fraternal. Veamos también en el siglo II otra protesta por la frecuente acusación de canibalismo:

Los cristianos no son culpables de canibalismo. Les está prohibido matar a nadie. Más aún, ni siquiera miran cuando se está perpetrando un asesinato, al paso que los paganos encuentran en ello un placer especial, como lo demuestran los espectáculos de gladiadores. Los cristianos tienen mucho más respeto por la vida humana que los paganos. Por ello, condenan la costumbre de abandonar* a los niños recién nacidos. (Atenágoras 175 d.C.)

*esta costumbre no consistía en abandonarles en manos de otras personas o instituciones, sino abandonarles en el campo para dejarles morir, algo bastante frecuente por entonces y considerado perfectamente normal, como pueda ser hoy el aborto para muchos.

Y no se trata de molestos rumores, estas acusaciones estaban desatando oleadas de persecuciones contra los cristianos y muchos morían por su causa. Si los primeros cristianos hubieran considerado desde el principio que el pan y el vino eran simplemente pan y vino, nadie habría acusado a los cristianos de canibalismo por comer pan y beber vino conmemorando antiguas hazañas de Jesús, pues tal comportamiento era de lo más normal en el mundo pagano. Lo que hizo que todos los dedos acusadores convergieran sobre los cristianos era la creencia que estos tenían de que en sus celebraciones estaban real y verdaderamente comiendo el cuerpo y la sangre de Jesús, aunque esta creencia fuera luego deformada y sacada de contexto por los paganos.

La eucaristía no era un simple acto de recuerdo, era un elemento central en la Iglesia cristiana ya desde su mismo nacimiento en Pentecostés. Cuando tras el discurso de Pedro se convierten los primeros 3.000 cristianos le preguntan a Pedro qué deben hacer ahora que creen. Pedro no les dice, al modo protestante, que con su fe basta y ya están salvos sino que les pidió que se bautizaran y les exhortó a cambiar de vida, “a que se pusieran a salvo de esta generación perversa” (Hechos 2:40), y a continuación nos cuentan lo que hizo desde entonces esa primera comunidad cristiana:

“Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.” (Hechos 2:42)

No tenemos fieles creyentes, tenemos cristianos que buscan servir a Dios en comunidad, y además de escuchar a los apóstoles, rezar y amarse los unos a los otros se nos menciona un cuarto rasgo central: “participar en la fracción del pan”.

Con la excepción de algunas herejías minoritarias, como el docetismo y el ya comentado catarismo del siglo X, la fe en la presencia real de Jesús en la eucaristía no se puso en duda hasta la llegada del protestantismo. A veces se escucha a algún protestante decir que los docetas no eran los herejes, sino los cristianos verdaderos (a pesar de ser una ínfima minoría) y por eso no creían que el pan era literalmente el cuerpo de Cristo, pero quien eso afirma está claro que no conoce nada de los docetas. Los docetas eran un grupo de herejes que surgió a finales del siglo I bajo la influencia de la filosofía platónica. No creían que el pan fuera el cuerpo de Jesús sencillamente porque decían que Jesús no tuvo cuerpo físico, sino que bajó a la tierra como un espíritu y su cuerpo era mera apariencia. Según ellos Jesús era un fantasma, tal cual, y por tanto su muerte en la cruz fue igualmente una apariencia (quien no tiene cuerpo no puede ser muerto ni crucificado). Para explicar cómo pudo Jesús transportar la cruz hasta el Calvario recurren con facilidad al Cireneo (Marcos 15:21:22): fue él quien transportó la cruz, pues Jesús, siendo un fantasma, no podía transportar nada. Si algún protestante vuelve a afirmar que los docetas eran los cristianos que conservaban la verdadera doctrina de Jesús que se lo piense dos veces. El mismo San Juan combatió indirectamente esta herejía en varias ocasiones enfatizando que Jesús tenía un cuerpo sólido y real, como en la introducción a su primera carta (1 Juan 1:1-4).

Dentro del siglo primero, además de los escritos de San Juan y otros bíblicos, tenemos la Didaché, que ya nos muestra una oración litúrgica sobre el pan y el vino, algo muy católico y totalmente ajeno a lo que dieciséis siglos más tarde será el protestantismo:

En lo que toca a la acción de gracias, la haréis de esta manera: Primero sobre el cáliz: Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa viña de David tu siervo, la que nos diste a conocer a nosotros por medio de Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos.

Luego sobre el trozo (de pan): Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimiento, que nos diste a conocer por medio de Jesús tu siervo. A ti la gloria por los siglos. Como este fragmento estaba disperso sobre los montes, y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino. Porque tuya es la gloria y el poder, por Jesucristo, por los siglos.

Que nadie coma ni beba de vuestra comida de acción de gracias, sino los bautizados en el nombre del Señor, pues sobre esto dijo el Señor: No deis lo santo a los perros. Después de saciaros, daréis gracias así: Te damos gracias, Padre santo, por tu santo nombre que hiciste morar en nuestros corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has dado a conocer por medio de Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos.

Tú, Señor omnipotente, creaste todas las cosas por causa de tu nombre, y diste a los hombres alimento y bebida para su disfrute, para que te dieran gracias. Mas a nosotros nos hiciste el don de un alimento y una bebida espiritual y de la vida eterna por medio de tu Siervo. Ante todo te damos gracias porque eres poderoso. A ti la gloria por los siglos.

Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y hacerla perfecta en tu caridad, y congrégala desde los cuatro vientos, santificada, en tu reino que le has preparado. Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos.

Venga la gracia y pase este mundo. Hosanna al Dios de David. El que sea santo, que se acerque. El que no lo es, que se arrepienta. «Maranathá»* Amén […]

Al que viniendo a vosotros os enseñare todo lo dicho, aceptadle. Pero si el mismo maestro, extraviado, os enseña otra doctrina para vuestra disgregación, no le prestéis oído; si, en cambio, os enseña para aumentar vuestra justicia y conocimiento del Señor, recibidle como al mismo Señor. (La Didaché o Doctrina de los doce apóstoles.

*maranathá es palabra aramea que significa: “el Señor ha venido”, o en otras ocasiones también puede significar: “ven Señor [Jesús]”

No olvidemos que la Didaché (pronunciado “didajé”) se escribió en la segunda mitad del siglo primero mientras seguía abierta la época de la Revelación. Esta mezcla de manual de instrucciones y catecismo primitivo se compuso antes incluso que algunos libros del Nuevo Testamento, y ciertamente antes que el evangelio de San Juan. Basta ver el fragmento anterior para darse cuenta de su intensa catolicidad, pero igualmente vemos reflejada la doctrina y los modos católicos por todas sus páginas. Los protestantes, que pretenden ser mucho más fieles a la Iglesia Primitiva que los católicos, sin duda esperarían encontrar en sus hojas relatos de asambleas al estilo de las celebraciones evangélicas de hoy en día, pero lo que nos encontramos allí, ya en años tan tempranos y dentro de la era apostólica, es algo muy muy parecido a la liturgia de la misa católica: formulas rituales para recitar, consagraciones, descripción de los sacramentos, y en cuanto a la eucaristía podríamos preguntarnos que para qué prescriben un ritual de bendición sobre el pan y el vino si lo único que estaban haciendo era “partir el pan en memoria de Jesús”. Los evangélicos y la mayoría de los protestantes en general consideran que las recitaciones y fórmulas rituales católicas son elementos paganos, pero eso es exactamente lo que estamos viendo en este “manual de instrucciones” del siglo primero: una liturgia.

En realidad, en plena era apostólica, nos encontramos ya a los cristianos actuando con los rasgos que tanto critican actualmente de los católicos. ¿Eran los cristianos de la era apostólica un banda de apóstatas paganizados? De ser así la predicación apostólica habría sido un absoluto fracaso y el Espíritu Santo en poco habría ayudado, por no mencionar que el mismísimo San Juan habría sido paganizado y habría dejado su hereje rastro pagano por todo su evangelio y Apocalipsis. ¿También deberíamos culpar a Constantino de haber paganizado a San Juan y a la Iglesia apostólica incluso dos siglos antes de nacer él?

Ciertamente la Didaché no nos pone una nota aclaratoria que diga: “por si en el futuro lejano alguien lo pone en duda, dejo constancia de que con esta oración se está produciendo la transubstanciación de ambas especies en el cuerpo y sangre real de Jesús”, pero para los muy escépticos nos bastará con avanzar solo dos o tres décadas más, hasta el cambio de siglo, para ver un texto que ya es verdaderamente indiscutible. San Ignacio de Antioquía (echado a los leones entre el año 98 y 117) se expresa así en una de las cartas que escribió a las comunidades cristianas rumbo a su martirio:

Ellos [los docetas] no reconocen la Eucaristía como la carne de Jesucristo, nuestro Salvador, que ha sufrido por nuestros pecados y a quien el Padre benignísimamente ha resucitado. Procurad serviros provechosamente de la única Eucaristía: una es, en efecto, la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno el cáliz para la unidad de su sangre.

En ese mismo viaje a Roma San Ignacio escribe otra carta, esta vez a la Iglesia de Filadelfia, diciendo:

Esforzaos, por lo tanto, por usar de una sola Eucaristía; pues una sola es la carne de Nuestro Señor Jesucristo y uno sólo es el cáliz para unirnos con su sangre, un solo altar, como un solo Obispo junto con el Presbiterio y con los diáconos co-siervos míos; a fin de que cuando hagáis, todo lo hagáis según Dios. (Carta a los Filadelfios IV)

En la teología presentada por San Ireneo en la segunda mitad del siglo segundo, muestra la certeza de que el pan y vino consagrados son cuerpo y sangre de Cristo. No puede ser más claro cuando afirma que “el cáliz es su propia Sangre” y “el pan ya no es pan ordinario sino Eucaristía constituida por dos elementos terreno y celestial”.

San Justino Mártir, año 160 en su Apología Primera nos dice (capítulos 66 y ss):

Este alimento se llama entre nosotros Eucaristía, del cual a ningún otro es lícito participar, sino al que cree que nuestra doctrina es verdadera, y que ha sido purificado con el bautismo para perdón de pecados y para regeneración, y que vive como Cristo enseñó. Porque estas cosas no las tomamos como pan ordinario ni bebida ordinaria, sino que, así como por el Verbo de Dios, habiéndose encarnado Jesucristo nuestro Salvador, tuvo carne y sangre para nuestra salvación, así también se nos ha enseñado que el alimento eucaristizado mediante la palabra (verbo) de oración procedente de Él – alimento del que nuestra sangre y nuestra carne se nutren con arreglo a nuestra transformación – es la carne y la sangre de aquel Jesús que se encarnó. Pues los apóstoles, en los comentarios por ellos compuestos, llamados evangelios, nos transmitieron lo que así les había sido transmitido.

Y toda esta aclaración de San Justino fue escrita siglo y medio antes de que naciera Constantino, el supuesto inventor de la Transubstanciación según algunos. Aunque el mismo San Pablo ya lo dejó escrito:

La copa bendita que bendecimos, ¿no nos hace participar de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no nos hace compartir el cuerpo de Cristo? Porque al haber un solo pan del que todos participamos, nosotros, que somos muchos, formamos un solo cuerpo. (1 Corintios 10:16-17)

Nota sobre las referencias bíblicas: Sabemos que los enlaces llevan a textos tomados de Biblias no católicas, pero dado que el artículo no va dirigido unicamente a católicos, es importante que los lectores no católicos vean que en las Sagradas Escrituras está aquello que se afirma en este texto.

 

 

9 de noviembre: un día de fiesta… ¿por un edificio?

Hoy el mundo católico celebra la dedicación de la basílica de san Juan de Letrán

Hoy, 9 de noviembre, celebramos la naturaleza física de nuestra fe al conmemorar la fiesta de San Juan de Letrán – un día festivo no dedicado a un santo, sino a un edificio sacro.

Localizado en Roma, el nombre completo de la iglesia en cuestión es Archibasílica papal de san Juan de Letrán, pero normalmente se la llama con el nombre más breve, y a veces confuso, de San Juan de Letrán.*

(*El nombre es confuso porque nunca existió un “San Juan de Letrán”. “San Juan” es el nombre de la iglesia, y durante los siglos se ha referido tanto al Bautista como al Evangelista. Y “Letrán” se refiere al lugar donde está construida, lo que una vez fue la propiedad de una rica familia romana, los Laterani – de la que hablaremos en seguida).

Mucha gente cree que San Pedro es “la iglesia del Papa”, pero no lo es. San Juan de Letrán es la catedral de la diócesis de Roma, que el Papa preside como obispo.

Cada 9 de noviembre, celebramos su dedicación por el papa Silvestre I en el año 324 d.C., cuando se convirtió en la primera iglesia en la que los cristianos podían hacer culto en público.

Una basílica antiquísima

El edificio actual dedicado ese año fue después destruido, y hubo varias reconstrucciones. La estructura actual fue erigida por el Papa Inocente X en 1646, y ha sobrevivido hasta ahora.

San Juan de Letrán es notable por ser la iglesia más antigua de Occidente, así como por su papel significativo en la historia de la Iglesia. En ella se han celebrado cinco concilios ecuménicos, están enterrados 28 papas, y la tradición afirma que los relicarios del altar principal contienen las cabezas de san Pedro y san Pablo.

Hasta el papado de Aviñón en el siglo XIV, los papas en realidad vivían allí, y sólo se trasladaron al Vaticano al regresar a Roma y encontrar San Juan de Letrán en mal estado.

Hay muchas iglesias históricamente importantes de la fe católica, algunas de las cuales también tienen sus propios días de conmemoración (Santa María la Mayor, el 5 de agosto, y los SS. Pedro y Pablo el 18 de noviembre). Pero sólo San Juan de Letrán tiene su propio día de la fiesta, como los santos cristianos y eventos milagrosos como la Inmaculada Concepción, la Asunción, la Ascensión y Pentecostés.

Fiesta por un edificio

Entonces, ¿cómo pudo un edificio tener su propio día de la fiesta, y por qué éste? Después de todo, el nombre de San Juan de Letrán procede en sus orígenes de un palacio construido para la rica familia Laterani, antes de que Constantino pusiera sus manos sobre él y, un tiempo después, lo donara a la Iglesia.

¿Cómo puede un lugar con un pedigrí no enraizado en la fe, sino en el exceso egoísta y materialista, volverse tan importante para el pueblo de Dios que lo celebramos cada año con su propia fiesta?

Pues tiene que ver con la historia de la redención. Por lo menos a cierto nivel, San Juan de Letrán es la historia de cómo Dios puede usar cualquier cosa y cualquier persona para glorificarlo y lograr sus fines. Incluso un castillo ostentoso construido para una sola familia en la cima de un imperio cuya decadencia provocó su perdición.

Al celebrar la transformación de un símbolo de la dominación secular en un lugar santo, se nos recuerda nuestra propia conversión – de pueblo propiedad del mundo, a hijos y herederos de Dios.

Lo físico importa

Pero no es este el único legado de san Juan de Letrán. Al celebrar la dedicación de la cátedra del Obispo de Roma, afirmamos nuestra unidad como católicos romanos, y proclamamos una vez más el primado del Papa sobre los demás obispos.

No sólo eso, sino que recordamos también la importancia de nuestras propias iglesias locales. Para los católicos, nuestras catedrales y parroquias no son «sólo» edificios… son casas espirituales de los fieles, lugares de descanso y restauración, de dónde venimos para ser gestados (bautismo, catequesis, confirmación), alimentados por la Eucaristía, y sanados (la reconciliación).

Además, son como una casa física de Nuestro Señor, pues Él está oculto en el Sagrario, expuesto para nuestra adoración, o para ser sacrificado en la Misa para nuestro alimento espiritual y físico bajo la apariencia de pan y vino.

Como católicos, nuestra fe es física. La enseñanza de la Iglesia influye en la forma como vivimos nuestras vidas, hacemos actos físicos como hitos de nuestra fe, y bendecimos rutinariamente simples objetos. Creemos que si Dios puede cambiar el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de su hijo amado, Él puede usar nuestras pertenencias físicas cotidianas para que nos ayuden a lo largo de nuestro viaje espiritual.

¿Qué mejor manera de celebrar nuestra fe viva y física que honrando su hogar físico –San Juan de Letrán, la catedral de Roma?