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Referencias Bíblicas

• Luke 10:38-42

• Obispo Robert Barron

Amigos, el Evangelio de hoy es la historia de Marta y María. Me gustaría ofrecer una nueva versión de este famoso relato. Uno de los principales aspectos en las enseñanzas y el ministerio de Jesús es el enfrentamiento con las convenciones sociales. Y uno de los signos más sorprendentes fue la radical inclusión de mujeres.

Mientras un trabajo típicamente femenino se realizaba, los hombres se sentaban en la sala principal de la casa y conversaban. Si un prominente rabino o fariseo estaba presente, los hombres se sentaban a sus pies y escuchaban sus palabras.

Ahora podemos ver por qué la actitud de María fue tan ofensiva para Marta y probablemente para cualquier otra persona en la casa. Marta no estaba simplemente enojada porque María no le ayudaba con el trabajo, sino porque María tenía el descaro de asumir la postura de un hombre, de ocupar una posición en un espacio propio de los hombres.

En respuesta a la queja de Marta, Jesús señala mucho más que una preferencia por escuchar en lugar de actuar; invita a una mujer a participar plenamente en la vida del discipulado. “María escogió la mejor parte y nadie se la quitará”.

 

 

Hugo de Génova, Santo

Religioso, 8 de octubre

Por: Isabel Orellana Vilches
Fuente: Zenit.org

Martirologio Romano: En Génova, de la provincia de Liguria, Italia, san Hugo, religioso, que, después de haber luchado largo tiempo en Tierra Santa, fue designado para regir la Encomienda de la Orden de San Juan de Jerusalén en esta ciudad, y se distinguió por su bondad y su caridad hacia los pobres (c. 1233).

Etimología: Hugo = aquel de inteligencia clara, viene del germano

Breve Biografía

 

Hugo Canefri es uno de los más destacados miembros de la Orden de Malta, a la que pertenecía, y particularmente venerado en Génova. Vino al mundo en Castellazzo Bormida, Alessandría, Italia. No existe unanimidad en la fecha; algunos la sitúan en 1148 y otros en 1168. Ésta última quizá sea la más verosímil toda vez que existe constancia de que ese año su ilustre familia participó en la fundación de Alessandría iniciada entonces. Su padre era Arnoldo Canefri. Su madre Valentina Fieschi era hija del conde Hugo di Lavagna, y hermana de Sinibaldo di Fieschi (pontífice Inocencio IV). El peso de su apellido era de gran envergadura. Su abuelo paterno había donado importantes sumas a la iglesia de S. Andrea di Gamondio. Además, tenía entre los suyos personas destacadas en los estamentos sociales, muy reputadas por su valía y alta responsabilidad tanto a nivel eclesiástico como civil, nada menos que condes, reyes, fundadores y santos… Aparte de ello, no se proporciona información sobre su infancia y adolescencia.

Los datos que se poseen se deben al arzobispo de Génova, Ottone Ghilini, paisano y contemporáneo suyo, que había pasado por las sedes de Alessandría y de Bobbio. Fue el papa Gregorio IX quien lo trasladó a Génova y al instruir el proceso canónico de Hugo, sintetizó por escrito su virtuosa vida, dando cuenta de sus milagros. Lo que se puede decir de él con más certeza arranca de la época en la que fue elegido caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén (Orden de Malta), aunque en esa época sus miembros eran conocidos como hospitalarios y sanjuanistas. Todo parece indicar que Hugo no debió ser ordenado sacerdote, pero sí vistió el conocido hábito que en su tiempo se distinguía por su color negro con una cruz blanca de ocho puntas en alusión a las ocho bienaventuranzas; el hábito cambió de color algunos años después de su fallecimiento.

Las cruzadas contra los infieles se hallaban entonces en su apogeo. Eran muchos los que se integraban en los ejércitos que partían para liberar Tierra Santa del dominio de los enemigos de la fe cristiana. Después de la conquista de Jerusalén por Godofredo de Bouillón en 1099, el hospicio (hubo varios y de distintas nacionalidades) construido junto al Santo Sepulcro para la atención de los peregrinos, que había sido dedicado a san Juan, fue donado por el califa de Egipto, Husyafer, al beato Gerardo de Tenque, fundador de la Orden de Malta. Tras esta primera Cruzada se convirtió no solo en el lugar donde iban a sanar sus heridas los caballeros cruzados que lucharon en combate, sino que fue el origen del nacimiento de la Orden puesta bajo el amparo del pontífice Pascual II, a petición de fray Gerardo. Cuando Hugo nació, el papa Calixto II ya le había concedido nuevos privilegios, y el Gran Maestre Gilbert d’Assailly, el quinto, gozaba de gran prestigio. Esta Orden de caballería estaba integrada por seculares y también por los caballeros que habían emitido votos y tenían como objetivo la tuitio fidei et obsequium pauperum (la defensa de la fe y la ayuda a los pobres, a los que sufren), dedicándose a las tareas de enfermería. Además, los capellanes, que eran «una tercera clase», se ocupaban del servicio divino.

Pues bien, Hugo fue uno de los ilustres combatientes en Tierra Santa. Participó en la tercera Cruzada junto a Conrado di Monferrato y al cónsul de Vercelli, Guala Bicchieri. Y al regresar de estas campañas, fue designado capellán de la Encomienda del hospital de san Giovanni di Pré, en Génova. Desde ese momento, la vida del santo, alejado de las armas, se centró en la oración y en el ejercicio de la caridad con los enfermos y marginados que acudían al hospital, además de los peregrinos que iban y venían de Tierra Santa. A los enfermos los asistió procurándoles consuelo humano, espiritual y económico. Cuando fallecían, les daba sepultura con sus propias manos. Pero uno de los rasgos representativos y más loados de su espiritualidad, junto a su amabilidad, modestia y piedad, fue su fe. Con ella era capaz, como dice el evangelio, de trasladar montañas.

Entre otros milagros que se le atribuyen se halla el acaecido un día de intensísimo calor. Hubo un problema con el suministro del agua, y las lavanderas del hospital se veían obligadas a recorrer un intrincado camino para proveerse de ella. Sus lamentos fueron escuchados por Hugo, quien se apresuró a atenderlas. Entonces le rogaron que pidiese a Dios un milagro, y él les recomendó que rezasen. Pero a las mujeres les faltaba fe, y pronto su lamento se tornó en exigencia: él era el único que podía arrebatar esa gracia; ellas estaban cansadas de tanto trabajo en medio del sofocante calor. No le agradó a Hugo su propuesta, pero en aras de la caridad hizo lo que le pedían, y después de orar y de realizar la señal de la cruz obtuvo de Dios el bien que solicitaban. También se le atribuye el rescate de una nave que se hallaba a punto de naufragar, logrado con su oración, y la mutación del agua en vino, que se produjo en un banquete, al modo que hizo Cristo en las bodas de Caná. Otros fenómenos místicos que se producían a veces mientras oraba o se hallaba en misa, momentos en los que podía entrar en éxtasis, fueron visibles para otras personas, entre ellas el arzobispo de Génova, Otto Fusco.

Hugo fue un penitente de vida austera (su lecho era una tabla situada en el sótano del centro hospitalario), que vivió entregado a la mortificación y al ayuno. Su muerte se produjo en Génova hacia el año 1233, un 8 de octubre. Sus restos fueron enterrados en la primitiva iglesia en la que residía, sobre la que se erigió la de San Giovanni di Pré donde hoy día continúan venerándose.

 

 
Dos opciones: Marta o María

Santo Evangelio según San Lucas 10, 38-42.

 

 

Martes XXVII de Tiempo Ordinario.
Por: Jesús Alberto Salazar Brenes, LC
Fuente: somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!



Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)



Ven, Señor, a mi corazón, te invito a quedarte conmigo todo este día para que pueda conocerte y amarte cada día más.



Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Lucas 10, 38-42



 

En aquel tiempo, entró Jesús en un poblado, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Ella tenía una hermana llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su palabra. Marta, entre tanto, se afanaba en diversos quehaceres, hasta que, acercándose a Jesús, le dijo: «Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude». El Señor le respondió: «Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte, y nadie se la quitará».



Palabra del Señor



Medita lo que Dios te dice en el Evangelio



La vida cotidiana puede ser como un tren de alta velocidad; no nos paramos a ver los pequeños detalles, las pequeñas estaciones. Al final del día terminamos con un cansancio tan grande que, en nuestra estación final, en la noche, sólo queremos dormir porque sabemos que tenemos que volver a correr el día siguiente.

Todos llevamos una Marta y una María en el interior. A veces Marta, la inquieta, puede dominar más en los atareos, en las prisas, pero hay que sacar a María también. María escuchaba y contemplaba al Señor. Ésa es la mejor parte que no le será quitada. Hagamos en este día de nuestro corazón como la casa de Betania. Acojamos a Jesús a pesar de la prisa y el ruido, detengamos nuestra mirada en la belleza del paisaje que nos ofrecen las estaciones de nuestro tren. Servir y contemplar es uno de los binomios que deben motivar nuestra vida como cristianos y apóstoles.

Nuestra parte contemplativa alimenta nuestra parte evangelizadora. Mientras María ora, Marta labora. No podemos desligar la oración de la evangelización porque la primera constituye la fuerza y el alimento de toda obra. Después de haber estado estos minutos en contacto con la Palabra, nuestra actitud, de cara a la vida, debe contener el entusiasmo de quien ama y se siente amado por Cristo. La caridad con nuestros hermanos más cercanos, aunque nos cueste el trato con alguno que otro, es el fruto de esta experiencia. Pidamos a Dios la gracia para poder ser coherentes y consecuentes con esta forma de vivir nuestra vocación cristiana.



 

 

«Cuánto bien nos hace, como Simeón, tener al Señor «en brazos». No sólo en la cabeza y en el corazón, sino en las manos, en todo lo que hacemos: en la oración, en el trabajo, en la comida, al teléfono, en la escuela, con los pobres, en todas partes. Tener al Señor en las manos es el antídoto contra el misticismo aislado y el activismo desenfrenado, porque el encuentro real con Jesús endereza tanto al devoto sentimental como al frenético factótum. Vivir el encuentro con Jesús es también el remedio para la parálisis de la normalidad, es abrirse a la cotidiana agitación de la gracia. Dejarse encontrar por Jesús, ayudar a encontrar a Jesús: este es el secreto para mantener viva la llama de la vida espiritual. Es la manera de escapar a una vida asfixiada, dominada por los lamentos, la amargura y las inevitables decepciones».
(Homilía de S.S. Francisco, 2 de febrero de 2018).



Diálogo con Cristo



Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.



Propósito



Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.



Trataré de evitar toda prisa y reparar en la caridad que puedo obrar con mis más cercanos.



 

 

Despedida



¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!


Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

No tengas miedo de pedir que se haga la voluntad de Dios

Dios sabe mejor que nosotros lo que necesitamos, sin embargo muchos cristianos sienten miedo de confiar plenamente en pedir que se haga su voluntad

 

 

Rezamos a Dios en el Padre nuestro: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». Sin embargo, tal parece que recitar esa parte se hace sin la intención de que se lleve a cabo lo que el Señor quiere, porque en la realidad, muchos cristianos sienten miedo de que la voluntad de Dios se cumpla.

Dios sabe lo que te hace falta

¿Por qué sentir temor de pedir a Dios que se cumpla lo que Él tiene preparado para nuestra salvación? Quizá porque en muchas ocasiones, lo que deseamos no concuerda con lo que Dios sabe que nos hace falta.

Podemos pedir bienes materiales, salud, una larga vida, esperando que Dios actúe como un genio que concede deseos. Por eso, cuando no ocurre lo que queremos, nos sentimos defraudados.

Y peor aún: si llegara a sucedernos una desgracia, nos enfrentaríamos airados contra el Señor, reclamando agriamente por el trato que recibimos.

Miedo infundado

Temor e incertidumbre se apoderan del que tiene poca fe, sin entender que la vida contiene altibajos, porque hemos sido creados para alcanzar la salvación y gozar eternamente de Dios en el cielo.

Pero nos conformamos con los bienes terrenales, efímeros y pasajeros, incluyendo nuestros amores más preciados: familia, pareja, amigos. Por eso, cuando decimos «que se cumpla tu voluntad en mí», deseamos que los males no nos alcancen nunca.

Por eso muchos cristianos de buena voluntad tiene miedo, pero es infundado, porque Dios nos ama infinitamente y nunca nos enviará un mal, como lo ha dicho Jesús en el evangelio:

«También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan».
(Lc 11, 9-13)

 

 

Confía en tu Padre celestial

Nuestro Padre celestial quiere nuestro bien, que no nos quepa duda; por eso, como el niño confía plenamente en su padre terrenal, abramos nuestro corazón y nuestros labios para manifestarle que nos abandonamos a Él.

Y tengamos fe ciega en lo que nos envía el Señor, porque dice san Pablo:
Todo el que cree en él, no será defraudado (Rom 10, 11).

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