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Reflexión del Evangelio de hoy

Nosotros habíamos sido testigos oculares de su grandeza

 

 

Nosotros cuando anunciamos el poder y la gloria de la última venida de Cristo «habíamos sido testigos oculares de su grandeza».

Cuando se trata de informar acerca de acontecimientos, nada tan importante como que el testimonio fiel, de alguien que los haya visto.

El testimonio apostólico es:

-para confirmar la fe que se ha de poner en Él.
-para mantenernos firmes en la esperanza escatológica.
-el testimonio es: Evangelio; no son fantasías o fábulas que nada tienen que ver con Cristo.

 

Para garantizar la seguridad de la esperanza cristiana, el autor de la carta aduce dos pruebas: la transfiguración de Jesús v. 16-18 y la palabra de los profetas v. 19.

Celebrar la transfiguración es consolidar nuestra fe en Jesús el hijo de Dios. La filiación divina de Jesús, es lo más profundo de la revelación y lo más específico de la fe.

La fe apostólica, confirmada por los profetas sigue siendo «una luz» que ilumina nuestro camino de creyentes.

Hoy cree en la Palabra, traída del cielo, y apóyate en ella para que la misma luz divina, que transfiguró a Cristo, pueda nacer en tu corazón.

Mientras oraba el aspecto de su rostro cambió

Hoy el Evangelio nos revela cual es nuestro final: el mismo destino glorioso de Cristo Jesús.

Pero llegar a ese destino es seguir el mismo camino de Jesús Camino de oración, entrega, cruz… resurrección.

Ese recorrido implica subir con Jesús al encuentro con Dios, ir a la montaña, orar, estar pendiente de Él, ver su rostro que ahora resplandece y ver que sus vestidos brillan de blancos… reflejan que así como Dios se envuelve de esplendor y majestad como en un manto; Sal 104,2, Jesús se envuelve en luz divina.

Acompañando a Jesús tendrás la experiencia de que toda la revelación divina culmina en Cristo, en el misterio pascual, misterio de muerte y resurrección-transfiguración, verás su gloria.

 

 

Experimentarás tu encuentro con Jesús de un modo nuevo que te llena de paz, de sentido, de alegría, de luz divina, que te hace exclamar: qué hermoso estar aquí; creer en Jesús es una gozada, esto sí que merece la pena ahora sí.

En esa experiencia escucharás la voz del Padre que te dice: Este es mi hijo amado escuchadle. La escena de la transfiguración ilumina nuestra mente para conocer:

-que Jesús es el hijo amado de Dios.
-que tenemos que escucharle a Él.
-que nuestra meta es una vida transfigurada en Dios

 

Lo que más nos transfigura es el amor; que en este día veas el amor de Dios por ti, en el rostro de Jesús; que veas tantos rostros transfigurados por el dolor; que veas tantos rostros transfigurados por la luz, la vida, la alegría…

No lo olvidemos nunca, mantener el corazón despierto no depende solo de nosotros: es una gracia, y hay que pedirla. Los tres discípulos del Evangelio así lo demuestran: eran buenos, habían seguido a Jesús al monte, pero solo con sus fuerzas no conseguían mantenerse despiertos. Nos sucede también a nosotros. Pero se despiertan justo durante la Transfiguración. Podemos pensar que fue la luz de Jesús la que los despertó. Como ellos, también nosotros necesitamos la luz de Dios, que nos hace ver las cosas de otra manera; nos atrae, nos despierta, reaviva el deseo y la fuerza de rezar, de mirar dentro de nosotros y dedicar tiempo a los demás. Podemos vencer la fatiga del cuerpo con la fuerza del Espíritu de Dios. Y cuando no podamos superar esto, debemos decirle al Espíritu Santo: “Ayúdanos. Ven, ven Espíritu Santo. Ayúdame: quiero encontrar a Jesús, quiero estar atento, despierto”. Pedirle al Espíritu Santo que nos saque de esta somnolencia que nos impide rezar. (Ángelus, 13 de marzo de 2022)

 

 

Transfiguración de Jesús

Nuestro Señor mostró su gloria a tres de sus apóstoles en el monte Tabor

 

 

Narra el santo Evangelio (Lc. 9, Mc. 6, Mt. 10) que unas semanas antes de su Pasión y Muerte, subió Jesús a un monte a orar, llevando consigo a sus tres discípulos predilectos, Pedro, Santiago y Juan. Y mientras oraba, su cuerpo se transfiguró. Sus vestidos se volvieron más blancos que la nieve,y su rostro más resplandeciente que el sol. Y se aparecieron Moisés y Elías y hablaban con El acerca de lo que le iba a suceder próximamente en Jerusalén.

Pedro, muy emocionado exclamó: -Señor, si te parece, hacemos aquí tres campamentos, uno para Ti, otro para Moisés y otro para Elías.

Pero en seguida los envolvió una nube y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy amado, escuchadlo».

 

El Señor llevó consigo a los tres apóstoles que más le demostraban su amor y su fidelidad. Pedro que era el que más trabajaba por Jesús; Juan, el que tenía el alma más pura y más sin pecado; Santiago, el más atrevido y arriesgado en declararse amigo del Señor, y que sería el primer apóstol en derramar su sangre por nuestra religión. Jesús no invitó a todos los apóstoles, por no llevar a Judas, que no se merecía esta visión. Los que viven en pecado no reciben muchos favores que Dios concede a los que le permanecen fieles.

Se celebra un momento muy especial de la vida de Jesús: cuando mostró su gloria a tres de sus apóstoles. Nos dejó un ejemplo sensible de la gloria que nos espera en el cielo.

Un poco de historia

Jesús se transfiguró en el monte Tabor, que se se encuentra en la Baja Galilea, a 588 metros sobre el nivel del mar.

Este acontecimiento tuvo lugar, aproximadamente, un año antes de la Pasión de Cristo. Jesús invitó a su Transfiguración Pedro, Santiago y Juan. A ellos les dio este regalo, este don.

Ésta tuvo lugar mientras Jesús oraba, porque en la oración es cuando Dios se hace presente. Los apóstoles vieron a Jesús con un resplandor que casi no se puede describir con palabras: su rostro brillaba como el sol y sus vestidos eran resplandecientes como la luz.

Pedro quería hacer tres tiendas para quedarse ahí. No le hacía falta nada, pues estaba plenamente feliz, gozando un anticipo del cielo. Estaba en presencia de Dios, viéndolo como era y él hubiera querido quedarse ahí para siempre.

 

Los personajes que hablaban con Jesús eran Moisés y Elías. Moisés fue el que recibió la Ley de Dios en el Sinaí para el pueblo de Israel. Representa a la Ley. Elías, por su parte, es el padre de los profetas. Moisés y Elías son, por tanto, los representantes de la ley y de los profetas, respectivamente, que vienen a dar testimonio de Jesús, quien es el cumplimiento de todo lo que dicen la ley y los profetas.

Ellos hablaban de la muerte de Jesús, porque hablar de la muerte de Jesús es hablar de su amor, es hablar de la salvación de todos los hombres. Precisamente, Jesús transfigurado significa amor y salvación.

Seis días antes del día de la Transfiguración, Jesús les había hablado acerca de su Pasión, Muerte y Resurrección, pero ellos no habían entendido a qué se refería. Les había dicho, también, que algunos de los apóstoles verían la gloria de Dios antes de morir.

Pedro, Santiago y Juan experimentaron lo que es el Cielo. Después de ellos, Dios ha escogido a otros santos para que compartieran esta experiencia antes de morir: Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, Santa Teresita del Niño Jesús y San Pablo, entre otros. Todos ellos gozaron de gracias especiales que Dios quiso darles y su testimonio nos sirve para proporcionarnos una pequeña idea de lo maravilloso que es el Cielo.

 

 

Santa Teresita explicaba que es sentirse “como un pajarillo,contempla la luz del Sol, sin que su luz lo lastime.”

 

 

La Transfiguración, la fiesta del Salvador del mundo

En el monte Tabor, Jesús se mostró como Dios en la gloria a sus tres Apóstoles más próximos: Pedro, Santiago y Juan

 

 

En la Transfiguración del Señor, Jesús se mostró a tres de los Apóstoles (san Pedro, Santiago y san Juan) tal como es, en la gloria que le corresponde como Dios.

Los tres evangelios sinópticos narran este suceso milagroso. En el evangelio de San Lucas se describe así:

«Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar.

Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante.

Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él.

Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: «¡Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». El no sabía lo que decía.

Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor.

Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo».

Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.»

 

 

Fiesta milenaria

Acerca de la celebración de la fiesta de la Transfiguración, la obra de referencia «Vidas de los Santos» de Butler, explica:

«En el Oriente es más pronunciada que en el Occidente la tendencia a conmemorar con fiestas especiales los incidentes narrados en los Evangelios. Por consiguiente, lo más probable es que la fiesta de la Transfiguración sea de origen oriental.

Lo que consta con certeza es que antes del año 1000 se celebraba ya solemnemente esta fiesta en la Iglesia bizantina el 6 de agosto.[…]

Algunas Iglesias de Occidente celebraban esporádicamente la Transfiguración en diversas fechas.
El Papa Calixto III la convirtió en fiesta de la Iglesia universal para conmemorar la victoria obtenida sobre los turcos en 1456«.

6 de agosto: una victoria que protegía la fe

 

Efectivamente, la fiesta se instituyó universalmente en memoria de la victoria del ejército cristiano comandado por Juan Hunyadi sobre los turcos en Belgrado el 6 de agosto de 1456.

De ahí que el papa Calixto mandara levantar iglesias en honor al Salvador del Mundo.

San Salvador y Colón

Cristóbal Colón puso por este motivo San Salvador a una isla (Watling Island), la primera tierra que tocó en las Américas, en Bahamas, el 12 de octubre de 1492.

En muchos puntos de España y América Latina se celebra la fiesta de la Transfiguración del Señor. Son, entre otras, las fiestas patronales de San Salvador, capital de El Salvador.

La Transfiguración del Señor es la fiesta titular de la Basílica Laterana de Roma.

Reflexión de san Juan Pablo II

Nos disponemos a celebrar la santa misa en la fiesta de la Transfiguración del Señor, llevando en el corazón el recuerdo siempre vivo del siervo de Dios [*hoy santo] Pablo VI, que un 6 de agosto vivió su “éxodo” hacia la eternidad.

La liturgia de hoy nos invita a contemplar el rostro del Hijo de Dios que, en la montaña, se transfigura delante de Pedro, Santiago y Juan, mientras la voz del Padre proclama desde la nube: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo” (Mc 9, 7). San Pedro, recordando con emoción ese acontecimiento, afirmará: “Hemos sido testigos oculares de su grandeza” (2 P 1, 16).
En la época actual, dominada por la así llamada “civilización de la imagen”, es más fuerte el deseo de contemplar con los propios ojos la figura del Maestro divino, pero conviene recordar sus palabras: “Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20, 29).

 

 

El venerado e inolvidable Pablo VI vivió precisamente mirando con los ojos de la fe el rostro adorable de Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios. Contemplándolo con amor ardiente y apasionado, dijo: “Belleza, Belleza humana y divina; Belleza de la realidad, de la verdad, de la vida”.

Y añadió: “La figura de Cristo presenta, sí, sin alterar, el encanto de su dulzura misericordiosa, un aspecto serio y fuerte, formidable, si queréis, contra la vileza, las hipocresías, las injusticias, las crueldades, pero nunca desligado de una soberana irradiación de amor”.

A la vez que, con sentimientos de gratitud, nos acercamos al altar orando por el alma bendita de este gran Pontífice, deseamos contemplar, como él y como los discípulos, el rostro radiante del Hijo de Dios para ser iluminados por él.

Pidamos a Dios, por intercesión de María, Maestra de fe y de contemplación, la gracia de acoger en nosotros la luz que resplandece en el rostro de Cristo, de modo que reflejemos su imagen sobre cuantos se acerquen a nosotros.