Natividad de la Santísima Virgen
Fiesta, 8 de septiembre
Fiesta de la Natividad de la bienaventurada Virgen María, de la estirpe de Abrahán, nacida de la tribu de Judá y de la progenie del rey David, de la cual nació el Hijo de Dios, hecho hombre por obra del Espíritu Santo, para liberar a la humanidad de la antigua servidumbre del pecado.
Un anticipo y anuncio inmediato de la redención obrada por Jesucristo es el nacimiento de su Madre la Virgen María, concebida sin mancha de pecado, llena de gracia y bendita entre todas las mujeres.
En Jerusalén, en la Iglesia de Santa Ana. La primera fuente de la narración del nacimiento de la Virgen es el apócrifo Protoevangelio de Santiago, que coloca el nacimiento de la Virgen en Jerusalén, en el lugar en que debió existir una basílica en honor a la María Santísima, junto a la piscina probática, según cuentan diversos testimonios entre los años 400 y 600. Después del año 603 el patriarca Sofronio afirma que ése es el lugar donde nació la Virgen. Posteriormente, la arqueología ha confirmado la tradición.
La fiesta de la Natividad de la santísima Virgen surgió en oriente, y con mucha probabilidad en Jerusalén, hacia el s. v. Allí estaba siempre viva la tradición de la casa natalicia de María. La fiesta surgió muy probablemente como dedicación de una iglesia a María, junto a la piscina probática; tradición que se relaciona con el actual santuario de Santa Ana.
Saber confiar
Santo Evangelio según san Mateo 1,18-23. Natividad de la Santísima Virgen María
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, a veces me cuesta venir a ti, pero tu testimonio de fidelidad me mueve a serte fiel. Vengo con fe y creo firmemente que Tú eres mi felicidad; y que si mi corazón está lleno de ti, entonces podré de verdad amar. Gracias por llamarme a estar aquí.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 1,18-23
Cristo vino al mundo de la siguiente manera: estando María, su madre, desposada con José, y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.
Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: “José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros. Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Cuánta luz encierra cada pasaje del Evangelio. Si contemplo la escena con detenimiento y atención, las palabras se convierten en personas de carne. Los acontecimientos se transforman en sentimientos de verdad. ¿Cuál sería tu miedo, María?, ¿cuáles tus preguntas?, ¿qué pasaba por tu corazón, José? Ustedes fueron personas como yo, ustedes que serían padre y madre de Jesús, cuyo nacimiento aún para ustedes era un misterio. Y sin embargo supieron confiar. Doy gracias a Dios.
Madre mía, quisiera comprender con cuánta humildad recibiste el mensaje del Señor. Con qué sencillez mantuviste en silencio el anuncio que los hombres aún no estaban listos a acoger. Con qué dolor, con qué inquietud y con qué paz dabas vueltas a las palabras que acabas de escuchar. Te había sido revelada una misión y tú, aun consciente de tu pequeñez, la habías aceptado.
Quizá por ello la aceptaste: porque eras consciente de tu realidad. Sabías que eras pequeña, lo aceptabas y hasta te alegrabas por serlo. Y entonces no podrías vacilar, porque tu corazón y todas tus seguridades estaban puestas en Dios.
No habría mejor lugar para crecer, sin duda, que en el amparo de una mujer llena de confianza en Dios. Cristo aprendería mucho de ti. Gracias, Mamá, por tu sencillez, tu mansedumbre, tu silencio, tu confianza, tu alegría, tu servicio, tus quehaceres, tus correcciones, tu paciencia, tu humildad, tu calor, tu fe, tu esperanza, tu amor, tu perseverancia y obediencia hasta la cruz.
Caminaste tu camino. Hoy te pido me acompañes en el mío.
«El arcángel Gabriel visita a la humilde joven de Nazaret y le anuncia que concebirá y dará a luz al Hijo de Dios. Con este Anuncio, el Señor ilumina y refuerza la fe de María, como después hará también por su esposo José, para que Jesús pueda nacer en una familia humana. Esto es muy bonito: nos muestra profundamente el misterio de la Encarnación, así como Dios lo que ha querido, que comprende no solamente la concepción en el vientre de la madre, sino también la acogida en una verdadera familia».
(Homilía de S.S. Francisco, 25 de marzo de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy rezaré con especial fervor el Ángelus.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La familia como ambiente de desarrollo humano
La familia vista desde la perspectiva, ética , filosófica y teológica
Se aborda el tema del crecimiento o desarrollo de la persona humana (de la «genealogía» de la persona) y el tema de la familia como «ambiente» en el que se desarrolla este crecimiento.
Son dos los temas de nuestra reflexión comprendidos en el enunciado del título: el tema del crecimiento o desarrollo de la persona humana (de la «genealogía» de la persona) y el tema de la familia como «ambiente» en el que se desarrolla este crecimiento. Y sobre estos dos puntos se articulará mi reflexión. Me queda aún precisar la perspectiva que adoptaré. En efecto, el tema de la familia como genealogía de la persona puede ser desarrollado de diversas maneras. La mía es una perspectiva antropológica, ética, filosófica y teológica.
La pregunta, es decir, aquello a lo que buscaremos responder, es la siguiente: ¿cuál es la verdad de la genealogía de la persona y (la verdad) de la familia? Esta es la pregunta antropológica. Y ya que la persona, su genealogía, está ligada a la libertad, la pregunta antropológica genera inevitablemente una pregunta ética: ¿cuál es el bien (el valor) propio de la familia en cuanto lugar en el que se desarrolla la persona humana? Esta es la óptica de mi exposición. Se ve con facilidad como ésta se hace necesaria, mas no es suficiente. Es necesaria porque fundamenta la reflexión dirigida a precisar el ser mismo de la persona y de la familia (estaba tentado de escribir: su «cimiento firme») y, por lo tanto, a diseñar la topografía espiritual de cualquier exploración en este territorio y de cualquier intervención al respecto. Pero la reflexión sola no basta: la familia como lugar de crecimiento de la persona se constituye dentro de contextos históricos muy diversos. Sírvanse pues aceptar esta reflexión como un aporte bastante parcial.
1. La genealogía de la persona
Es un logro, considerado ya definitivamente como una conquista de la investigación histórica, la afirmación según la cual el «concepto» de persona ha nacido solamente en el cristianismo y al interior de los dos más grandes debates teóricos que haya recorrido la razón humana: el debate cristológico y el debate trinitario. Uno de los más importantes resultados teóricos ha sido precisamente la definición de persona.
¿Cuáles son los elementos esenciales de esta definición?
Estos son, si no me equivoco, dos. El primero es la afirmación de la absoluta singularidad de la persona. Se trata de una percepción espiritual que no es fácil de tematizar. ¿Qué cosa significa que la persona sea un singular absoluto? Esto nos lleva inmediatamente a pensar en el individuo y a identificar entonces la individualidad y la singularidad. En realidad, ser un singular, una persona, es más que ser un individuo. El individuo, en el fondo, aparece como un miembro al interior de un todo, de una naturaleza de la que participa. Sucede que el individuo es numerable. Sucede que el individuo es substituible: en cualquier momento, dentro de la especie viviente que sea, cualquier individuo puede ser substituido por otro. Santo Tomás escribe con gran agudeza que la noción de «parte» es contraria a la noción de persona. Contrariatur, escribe el Santo Doctor; en lógica no hay oposición más radical que la contrariedad. Los contrarios no tienen nada en común: la idea de «parte (de un todo)» no tiene nada en común con la idea de «persona».
«Singularidad» pues significa en realidad: unicidad, insubstituibilidad, incuantificabilidad.
En una palabra: no siendo «parte», se es un «todo». La tradición cristiana, con una osadía teorética impresionante, se ha pronunciado un sinnúmero de veces hablando de la persona. En un sentido muy preciso: no hace número con nada. Unicidad, insubstituibilidad, incuantificabilidad, infinidad: propiedades que pueden sólo descubrirse en un ser que subsiste en sí y por sí: dotado del máximo de subjetividad.
Pero éste no es el único constitutivo de la persona según la tradición cristiana. Existe un segundo. La persona es un sujeto en relación con las otras personas. Ha sido sobre todo la meditación sobre el misterio trinitario la que ha manifestado la esencial relacionalidad de la persona. Ciertamente el uso de la analogía es siempre una operación riesgosa, sobre todo cuando los dos análogos son la Persona Divina y la persona humana, entre las cuales es mucho mayor la desemejanza que la semejanza. Sin embargo, la antropología cristiana no ha tenido nunca el temor de afirmar que la persona se realiza en la relación con la otra persona, que su vocación constitutiva es la comunión con las otras personas.
Esta es la constitución ontológica de la persona. La misma se muestra como una constitución que está como imbuida de una tensión intrínseca que se debate entre los «dos polos» del ser personal: el polo de la subjetividad-singularidad subsistente en sí y por sí y el polo de la relacionalidad hacia la otra persona. Bipolaridad que ha hecho también referirse a la persona humana como una «relación subsistente» o, mejor aún, como una
«subsistencia relacionada». Pero ya que debemos hablar de la genealogía de la persona y no de su ser estadísticamente considerado, no deseo continuar más en esta perspectiva metafísica de la persona. Todo lo que he dicho al respecto me parece suficiente para reflexionar sobre la persona en su formación, en su genealogía.
Partamos de una pregunta:
¿Existe un camino, una vía a través de la cual poder ver de alguna manera aquella absoluta singularidad, aquel existir en sí y por sí que constituye el fondo metafísico de la persona?
Creo que este camino, que esta vía es la elección libre: el acto libre es la suprema revelación de la persona. Muchas operaciones suceden en la persona, pero no todas son de la persona en el sentido que de ellas se sienta autor, y ninguna es tanto de la persona, ni pertenece tanto a la persona como un acto de libertad. Éste, de hecho, en su constitución, no tiene otra causa que la persona que lo ejecuta.
En efecto, se pueden sustituir muchas operaciones a través de prótesis siempre más perfectas; se ha podido crear la inteligencia artificial. Pero no existe una prótesis de la libertad, ni una libertad libre artificial. El acto libre revela eminentemente a la persona porque en él se refleja su subjetividad subsistente, su ser «causa sui», repetirá continuamente Santo Tomás con una osadía teorética no común en el pensamiento cristiano.
En la perspectiva que estamos considerando la genealogía de la persona coincide con la genealogía de la libertad y devenir persona significa devenir libre. Retomaremos dentro de poco esta coincidencia.
A. Rosmini habla de un misterioso vértigo que el hombre experimenta cuando vive profundamente la libertad, mejor aún, el descubrimiento de la libertad. La observación es interesante. Si la libertad radica así profundamente en la persona, de la cual es la suprema revelación; si la libertad revela profundamente a la persona, porque muestra la absoluta singularidad (todos pueden tomar mi lugar, pero no cuando debo hacer una decisión libre), entonces la libertad es la capacidad de afirmarse a sí mismo y por sí mismo. Aquí se encuentra el vértigo del que habla Rosmini; la libertad es la auto-afirmación pura y simple, es el alfa y la omega de la propia vida espiritual. No existe un «antes» a la libertad. ¿Y el otro con quien me descubro en relación? Porque de él, de su libertad, vale aquello que he descubierto en mí, no sea que encuentre frágiles compromisos de intereses opuestos, elaborando reglas para este descubrimiento. Retornaremos más adelante sobre este punto.
No es difícil ver como la bipolaridad de la persona abordada antes en el nivel de su constitución ontológica, se manifiesta claramente al nivel del actuar libre de la persona y, entonces, en su formación, en su genealogía. La cosa encontraría su ulterior confirmación si partiésemos de la consideración del otro «polo» de la persona, de su relacionalidad. No intento hacerlo. Tengamos, pues, presente la siguiente afirmación: en su formación, al interior de la genealogía de la persona, reencontramos la tensión bipolar entre la afirmación de si y la comunión con el otro. El punto en el que las dos energías se encuentran, podemos decir la «chispa» que estalla entre los dos polos, es el acto libre. Es decir: es en el acto libre y mediante el acto libre que la persona se forma como sujeto que existe en sí y por sí («causa sui»).
¿Existe una solución a esta tensión?
La solución estaría en un acto completamente libre que sea al mismo tiempo suprema afirmación del otro, un acto que afirme la singularidad que quien lo cumple y al mismo tiempo instituya una relación verdadera con el otro. Según la visión cristiana este acto de libertad es el acto del amor. El amor es la síntesis vivida de los dos constitutivos de la persona y, por tanto, de la perfecta realización. Comprendemos una de las enseñanzas más profundas del Vaticano II: «Ésta similitud manifiesta que el hombre, que es en la tierra la única criatura que Dios ha querido por sí misma, no pueda encontrarse plenamente a si mismo sino por la sincera entrega de sí mismo». (GS 24)
Escribe Juan Pablo II en la Carta a la Familia:
«Entramos así al núcleo mismo de la verdad evangélica sobre la libertad. La persona se realiza mediante el ejercicio de la libertad en la verdad. La libertad no puede ser entendida como facultad de hacer cualquier cosa: significa don de sí. Es más: significa ejercicio ulterior del don. En el concepto de don no está inscrita solamente la libre iniciativa del sujeto, sino también la dimensión del deber. Todo esto se realiza en la comunión de las personas». (14,4) Por lo tanto: la genealogía de la persona es la genealogía de su libertad, esto es de su capacidad de amar, esto es de hacerse don de sí al otro. La afirmación de si consiste en el don de sí. En este sentido en la antropología cristiana, el hombre enteramente verdadero, la humanidad que ha alcanzado su perfección, es Jesucristo. Él se ha donado a sí mismo.
Localizado cuál es el concepto de formación o genealogía de la persona, quisiera ahora indicar algunas razones a causa de las cuales este concepto se ha puesto en discusión para finalmente ser abandonado en nuestra cultura occidental. Esta contextualización es necesaria, me parece, porque de ella nacen hoy muchos graves problemas en la formación de la persona.
Como se ha podido constatar en le reflexión precedente, el concepto cristiano de formación de la persona nace al interior de una constelación de conceptos tales como «persona»,
«libertad», «amor», «don sincero de sí». Ahora, como dice la ya citada Carta a las Familias,
«¿Quién puede negar que la nuestra sea una época de gran crisis, que se manifiesta ante todo como profunda «crisis de la verdad?»
Crisis de la verdad, significa en primer lugar, crisis de los conceptos». (13,5). Y son precisamente aquellos conceptos super-citados los que han entrado en crisis: ellos no portan más las mismas concepciones (de persona, de libertad, de amor, de don sincero de sí), sino más bien concepciones contrarias. No es posible ahora recorrer toda la sucesión de esta crisis.
Me contento con algunas reflexiones generales.
La primera. Se ha reducido progresivamente a la persona a la conciencia que la persona tiene de sí; su consistencia y subsistencia ontológica se ha reducido a la conciencia-afirmación de sí mismo. Se ha pasado a una definición cada vez más psicológica de la persona. Esta reducción ha creado problemas que han resultado insolubles: ¿cuál es el fundamento último de la dignidad de la persona? ¿De sus derechos? ¿Es sólo la conciencia de su ser, esto es su afirmación? Y ¿quién no es capaz de tal conciencia? Queriendo usar un vocabulario muy técnico, deseo decir que la perdida del concepto de persona como sustancia primera ha generado la imposibilidad de crear una cultura en la cual cada persona sea reconocida, afirmada en si y por sí.
La segunda. La libertad ha ido progresivamente configurándose como «posibilidad pura o posibilidad de todas las posibilidades». Puesto que el contrario de la posibilidad es la necesidad, se trata de una libertad desvinculada de toda necesidad. Ciertamente esta es una idea «regulativa» de la libertad, no una idea «real». Esto es, una libertad así concebida no existe ni puede existir (no es una idea real); este concepto de libertad sirve para indicar en qué dirección debe proceder la liberación de nuestra libertad (es una idea regulativa).
Estamos ahora en el polo opuesto de la definición agustiniana de libertad como poder de hacer aquello que se quiere haciendo aquello que se debe, es decir, como síntesis de posibilidad y de necesidad. El último eco de este concepto cristiano ha resonado, en nuestra cultura occidental, en Kant: luego (y no sin culpa suya) todo eco se ha apagado. Kierkegaard juzga que sea ésta la verdadera raíz de nuestra desesperación. Pero ¿qué cosa significa esta definición prescriptiva, más que descriptiva, de libertad, concretamente en nuestra vida de cada día? Responderé a esta pregunta en las dos reflexiones siguientes.
La tercera. ¿Qué cosa puede significar: «don sincero di sí»? El «sí» que es donado no existe, porque no existe un «antes» de la libertad, una realidad de la cual la libertad responda porque se encuentra de frente a ésta.
Entonces ¿qué cosa se dona cuando se habla de donarse a si mismo? Nada más que el permiso de usarse recíprocamente. La verdad del don es confundida con la mera sinceridad del trato: en la relación recíproca se reclama solo la libertad de ponerla en acción. Nada más. Si se piensa en un uso de la libertad en el cual el sujeto hace aquello que quiere, decidiendo él mismo la verdad sobre lo que está bien, no se admite que otros exijan algo de él en nombre de una verdad objetiva. No dona más en verdad. El amor en una palabra es despojado de su misma esencia.
La cuarta. Es imposible elaborar un concepto de justicia que no se reduzca a ser simplemente un código de procedimientos para instituir frágiles milagros de la convergencia de intereses opuestos. Esto es: aquel concepto de libertad genera una sociedad fundada sobre la norma utilitarista y hedonista.
Podemos ahora concluir el primer punto de la reflexión. Quería trazar un bosquejo del concepto de formación o genealogía de la persona. Hemos visto que esto se construye al interior de una constelación de conceptos como persona, libertad, amor, don de sí. Y hemos también visto como se pueden configurar dos diversas genealogías de la persona. La Carta a las Familias habla de una civilización del amor y de un anticivilización o «civilización de lo útil y/o del placer». Ahora debemos reflexionar en por qué y cómo la familia es el ambiente de crecimiento de la persona humana, y lugar de su genealogía.
2. La familia y la genealogía de la persona
Es una afirmación central y permanente en la visión cristiana de la persona humana la que dice que ésta (la persona humana) encuentra su cuna, no solo biológica sino espiritual, en la comunidad de la familia. Santo Tomás habla de la necesidad para el hombre, no sólo de un útero físico para su desarrollo, sino también de un útero espiritual, constituido por la comunión conyugal de los padres. Se trata de una afirmación de carácter antropológico. Pero no es solo esto. Se trata también de afirmación de la estructura social, de la relación entre la familia y otras sociedades. Como veremos.
¿Cuál es la razón profunda de este nexo entre familia y genealogía de la persona?
Podemos partir de una afirmación que la Iglesia ha hecho siempre, aunque sea una de las afirmaciones más contestadas de parte de quien no comparte la visión cristiana. Es la afirmación según la cual se da un nexo, de derecho inseparable, entre el ejercicio de la sexualidad, amor conyugal y procreación de una nueva persona. Considero que la percepción neta de este nexo tiene una importancia decisiva para comprender toda la doctrina cristiana del hombre y del matrimonio. Veamos cuál es el contenido de este nexo y las razones por las que es afirmado.
El contenido. En el ser-hombre y en el ser-mujer está inscrito un significado que no pertenece a la libertad de inventar, sino sólo a la de descubrir e interpretar en la verdad. La masculinidad y la femineidad son un lenguaje dotado de un significado originario. No son un dato puramente biológico apto para recibir cualquier sentido que la libertad decida atribuirle.
¿Cuál es este significado?
Es el don total de sí al otro. El lenguaje de la masculinidad / femineidad es el lenguaje del don total. En cuanto tal,es lenguaje intrínsecamente
esencialmente esponsal, conyugal. El ser sexuado humano es orientado a la conyugalidad (y en Cristo a la virginidad consagrada). En este sentido, la doctrina de la Iglesia habla de nexo de derecho indeleble entre el ejercicio de la sexualidad y la conyugalidad.
«La lógica del don de sí al otro en totalidad comporta la apertura potencial a la procreación (…). Ciertamente, el don recíproco del hombre y de la mujer no tiene como finalidad solo el nacimiento de los hijos, sino que es en sí comunión mutua de amor y de vida. Siempre debe ser garantizada la íntima verdad de tal don. Íntima no es sinónimo de subjetiva. Significa más bien esencialmente coherente con la objetiva verdad de aquel y aquella que se donan» (Carta a las familias, 12) Y entra en la edificación de esta verdad también la potencial paternidad y maternidad inscrita en ellos. De este modo, la persona es generada a partir de un acto de amor y esperada como puro don.
Las razones por las que la Iglesia afirma estos nexos son profundas. Podemos percibirlas a través del trazo de una contrafigura. Este nexo puede ser negado en una doble dirección. La primera: el ser hombre – el ser mujer no transmite ningún significado originario que preceda a la libertad por lo cual no existe ninguna definición prescriptiva de relación sexual, sino solamente descriptiva y por lo tanto la paternidad – maternidad no tiene ningún enraizamiento objetivo. En este contexto se coloca el actual ennoblecimiento de la contracepción como liberación de la biología sexual, el intento de la equiparación de las parejas homosexuales y la negativa a considerar la adopción como «pareja» de una filiación natural.
¿Cuál es el resultado de esta desconexión?
Me limito a llamar su atención sobre lo que me parece lo más importante. En la razón está la negación de que el ser hombre – ser mujer sea el lenguaje originario del ser simplemente persona.
Es decir: la persona expresa su vocación originaria mediante el lenguaje del cuerpo, mediante su ser hombre y su ser mujer.
Destruyendo esta reciprocidad en el don, se destruye el código fundamental de la comunicación interpersonal. Se destruye en su origen mismo, la posibilidad de la comunión interpersonal. No lo olvidemos: el hombre se sintió solo y Dios no creó otro hombre. Creó la mujer. Es la posibilidad de una civilización del don la que es destruida.
Pero la desconexión procede también en el sentido inverso: desarraigar la procreación (y la genealogía) de la persona de la comunidad conyugal y de la actividad sexual. En este contexto está la artificialización de la procreación humana, que parece ahora no conocer límite alguno. ¿Cuál es el resultado de este segundo tipo de desconexión? El riesgo de reducir el hijo a un «producto» del que se tiene necesidad para la propia felicidad.
Como se ve, la raíz por la que la Iglesia afirma que entre el ejercicio de la sexualidad, la conyugalidad y la procreación existe una conexión de derecho inalienable es una sola: sólo salvando esta conexión se salva la comunión interpersonal, se salva la dignidad de la persona.
Esta reflexión de base nos ha ya introducido en la consideración de la familia como lugar de crecimiento de la persona. En el primer punto de nuestra reflexión hemos visto que el crecimiento de la persona es crecimiento de su libertad, esto es, de su capacidad de amar, de entregarse a sí misma en la verdad. ¿Por qué justamente la familia es el lugar originario, no digo el único, de este crecimiento de la persona?
Teniendo presente cuanto queda dicho sobre la relación sexualidad – conyugalidad – procreación podemos disponer nuestra respuesta en dos momentos. En realidad, la comunidad familiar se construye en dos relaciones interpersonales, la relación conyugal y la relación parental. Considerémoslas analíticamente.
2.1 He hablado ya del «lenguaje del cuerpo» como el lenguaje fundamental de la persona; la masculinidad – femineidad tienen en sí y por sí un significado que debe ser leído en la verdad.
El autor inspirado del segundo capítulo del Génesis nos ha revelado verdades decisivas para nuestra vivencia espiritual. El hombre vive una soledad originaria, esto es, intrínseca a su mismo ser hombre. Puesto en el universo de las cosas, en el universo de las no-personas, él se siente absolutamente solo. Esta soledad no es un bien: el ser humano en estas condiciones no ha alcanzado su plenitud. En términos más abstractos, más metafísicos, decíamos que la subsistencia en sí y por sí no es el único constitutivo de la persona. Y de hecho, justamente para salir de esta soledad, el hombre – cada uno de nosotros – busca un dominio, una posesión. Dominio y posesión que no lo hacen salir de su soledad originaria. El hombre alcanza su plenitud puesto frente a la mujer. Es el momento en que se descubre llamado a una comunión, capaz de realizarla porque está al frente de otra persona. Hay aquí un misterio muy profundo. Es a través del lenguaje corporal que la persona dice cuál es su vocación originaria. Podemos ahora comprender, creo, por qué en la comunión conyugal la persona humana crece como persona humana: porque es en ésta que se realiza como don de sí. Y en efecto en el vínculo conyugal encontramos de modo eminente toda la misteriosa paradoja humana. No existe un vínculo de mutua pertenencia más radical que el de la pertenencia conyugal: no es posible, in humanis, pertenecerse más que conyugalmente. No existe un acto de libertad más grande que el acto con el cual dos esposos se entregan: quizá no es posible, in humanis, ser más libre. La libertad coincide con el don. Y el don de sí implica la posesión de sí: no se puede donar aquello que no se posee. El máximo de la auto-afirmación coincide con el máximo de la auto-donación. Por esto la comunión conyugal es el lugar del crecimiento de la persona como tal.
2.2 La comunión conyugal se expande en la comunidad familiar. Es el lugar propio de la genealogía de la persona: el lugar propio de su crecimiento. A pesar de estar radicado en la biología, el concepto de la persona no es simplemente el resultado de una fortuita o necesaria coincidencia de factores biológicos. Esto explica la llegada a la existencia de un individuo, del todo funcional para la supervivencia de la especie. Pero el hombre que es concebido, es una persona, única e insustituible en su valor infinito. Y de hecho los esposos pueden solo querer un niño(a): uno cualquiera. Ellos no pueden decidir a quien concebir: a él y no a otro.
El conocimiento de esta persona única, insustituible puede llegar a ellos de la existencia de ésta: al verla, ellos dicen: «éste es mi niño(a)». No pueden conocerlo antes de que exista. ¿Por qué? Descubrimos aquí la diferencia esencial entre el conocimiento creado y el conocimiento divino. El hombre conoce aquello que existe y por qué existe; mientras es el conocimiento divino el que hace ser. En una palabra: toda concepción implica un acto de creación.
Cada uno de nosotros existe porque ha sido pensado y querido por Dios. Como consecuencia de esto no habiendo éstos (los esposos) decidido, sino siendo el hijo un don de Dios, éstos lo reciben como tal. Y en esta acogida está el origen de toda la genealogía de la persona. Entrada en el universo la nueva persona se pregunta sobre el «rostro» de este mismo universo: si es un rostro hostil o amigo, si lo rechaza o lo acoge, si considera un bien su estar ahí o por el contrario, un mal. Según la respuesta que recibe la nueva persona, será marcada toda su existencia. Su crecimiento será determinado por la respuesta que reciba a su pregunta. ¿De quién recibe esta respuesta? De la mujer que la ha concebido y de su padre: «qué bueno es que estés aquí». Es el bienvenido. El universo lo esperaba como un don y él puede vivir con la certeza de que es bueno existir. Así se inicia el crecimiento de la persona en la verdad y en el bien. Dice profundamente el Santo Padre en la Carta ya citada: «Si, el hombre es un bien común: bien común de la familia y de la humanidad, de los grupos particulares y de las múltiples estructuras sociales» (11,6). En el amor esponsal en el cual la persona del cónyuge es afirmada en sí y por sí se cumple así la afirmación de la nueva persona. Esta puede iniciar en el ambiente del amor conyugal su crecimiento.
Se ve verdaderamente como la afirmación del nexo entre ejercicio de la sexualidad, conyugalidad y procreación está en la base de la consiguiente afirmación de que la familia es el lugar originario del crecimiento de la persona.
Siempre he dicho, en el curso de mi reflexión, «lugar originario», no exclusivo. La persona humana necesita también de otros «ambientes», otros lugares para un crecimiento integral. Esto trae un problema de relaciones, de relaciones de la familia con otros lugares para el crecimiento de la persona: hablaba de un problema de arquitectura social y política.
También el Tercer informe sobre la familia en Italia (a cargo de P.P. Donati, CISF, Milán, 1993) insiste en este punto, con análisis y propuestas bastante pertinentes. No quiero adentrarme en este campo, en el cual además soy incompetente. Quisiera más bien con atención continuar mi reflexión en la perspectiva antropológica y ética, limitándome a estudiar un proceso cultural que tiende a sustituir a la familia como lugar originario del crecimiento, o cuando menos como lugar no necesariamente originario.
Este proceso cultural contesta precisamente aquellos tres anillos de la conexión y entonces viene a caer la conexión misma. La primera negación rechaza la existencia de un significado originario propio del lenguaje sexual: cada uno crea el propio lenguaje sexual. La segunda negación rechaza que la definición de matrimonio sobre la base de la sexualidad sea prescriptiva, que exista una definición prescriptiva de conyugalidad: cada uno crea el propio cónyuge.
La tercera negación rechaza que sea de importancia decisiva que el matrimonio sea el fundamento de la familia. La consecuencia de esta triple negación es bien descrita en el mencionado Informe, al cual remitimos (sobretodo véase en la pág.430).
Hablar de familia como lugar necesario originario de crecimiento de la persona pierde cada vez más significado teórico y práctico.
Conclusión
Dije al inicio que el recorrido trazado por mi reflexión es muy estrecho y exige ser ampliamente extendido por muchas más contribuciones. Además, puedo decir que a través de una reflexión así podremos alcanzar el corazón mismo del problema. La razón es dicha en la Carta a las Familias: «nuestra civilización, que presenta también aspectos tan positivos en el plano tanto material como cultural, debería darse cuenta de que es, desde diversos puntos de vista, una civilización enferma, que genera profundas alteraciones en el hombre. ¿Por qué se da esto? La razón está en el hecho de que nuestra sociedad se ha distanciado de la plena verdad sobre el hombre, de la verdad sobre aquello que el hombre y la mujer son como personas» (20,8).
Este es el nudo de toda la problemática:
¿Cómo hacer al hombre capaz del Evangelio, esto es, de asombrarse ante su grandeza?
Igualdad en Cristo más allá de las diferencias
Catequesis del Papa Francisco, 8 de septiembre de 2021
Esta mañana en el Aula Pablo VI, durante la Audiencia General, el Papa Francisco ha continuado su catequesis sobre la Carta a los Gálatas. El Pontífice ha insistido sobre la insistencia del apóstol Pablo a los cristianos para que “no olviden la novedad de la revelación de Dios que se les ha anunciado”.
El Papa llama la atención sobre lo que sucede a menudo a los cristianos: “damos por descontado esta realidad de ser hijos de Dios”, por lo que subraya el llamado de Pablo: “la fe en Jesucristo nos ha permitido convertirnos realmente en hijos de Dios y sus herederos”. Por eso, los cristianos debemos recordar con gratitud el momento de nuestro bautismo «para vivir con mayor conciencia el gran don que hemos recibido».
Si hoy preguntara, dice Francisco, «¿Quién de ustedes sabe la fecha de su bautismo?», no creo que se levantarán muchas manos… Pero es la fecha en que fuimos salvados, la fecha en que nos convertimos en hijos de Dios. Ahora, los que no lo sepan, que pregunten a su padrino, madrina, padre, madre, tío, tía: «¿Cuándo me bautizaron? ¿Cuándo fui bautizado?», y recordar esa fecha cada año: es la fecha en la que fuimos hechos hijos de Dios. ¿De acuerdo? ¿Lo harás?
Por la fe somos Hijos de Dios “en Cristo”
Una vez que «ha llegado la fe» en Jesucristo, señala el Papa, «se ha creado una condición radicalmente nueva que conduce a la filiación divina.»
No se trata de una filiación que implique a todos los hombres en cuanto hijos del mismo Creador, sino que la fe nos permite ser hijos de Dios «en Cristo».
Francisco insiste: Es este “en Cristo” que hace la diferencia. Él se ha convertido en nuestro hermano, y con su muerte y resurrección nos ha reconciliado con el Padre. Quien acoge a Cristo en la fe, por el bautismo es “revestido” por Él y por la dignidad filial (cfr v. 27).
Por el bautismo participamos del misterio de Jesús
Para Pablo, dice el Papa, “ser bautizados equivale a participar de forma efectiva y real en el misterio de Jesús (…) El bautismo, por tanto, no es un mero rito exterior. Quienes lo reciben son transformados en lo profundo, en el ser más íntimo, y poseen una vida nueva, precisamente esa que permite dirigirse a Dios e invocarlo con el nombre “Abbà, padre” (cfr Gal 4,6).
Por el bautismo son superadas todas las diferencias
Francisco subraya que Pablo afirma “con gran audacia que la identidad recibida con el bautismo es una identidad tan nueva que prevalece sobre las diferencias que existen a nivel étnico-religioso: «ya no hay judío ni griego»; y también a nivel social: «ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer»”.
«Que Pablo escribiera a los gálatas que en Cristo no hay ni judío ni griego equivalía a una auténtica subversión en el ámbito étnico-religioso» explicó el Papa, porque por el hecho de pertenecer a un pueblo elegido, el judío era privilegiado sobre el pagano.
Asimismo, la eliminación de la distinción entre «libres» y «esclavos» introducía una perspectiva chocante, ya que, por ley, «los ciudadanos libres gozaban de todos los derechos, mientras que ni siquiera se reconocía la dignidad humana de los esclavos». Asimismo, la igualdad en Cristo, que supera las diferencias sociales entre los dos sexos, «fue revolucionaria en su momento» y «necesita ser reafirmada aún hoy».
Francisco señala: Esto también ocurre hoy: hay tantas personas en el mundo, millones de ellas, que no tienen derecho a comer, no tienen derecho a la educación, no tienen derecho a trabajar: son los nuevos esclavos, son los que están en las periferias, que son explotados por todos. Incluso hoy en día existe la esclavitud: pensemos un poco en esto. Negamos a estas personas la dignidad humana. Son esclavos.
Refiriéndose a la igualdad entre hombres y mujeres Francisco afirma: ¡Cuántas veces escuchamos expresiones que desprecian a las mujeres! Cuántas veces hemos escuchado: «Pero, no, no hagas nada, [son] cosas de mujeres». Pero mira, los hombres y las mujeres tienen la misma dignidad, y hay en la historia, incluso hoy, una esclavitud de las mujeres: las mujeres no tienen las mismas oportunidades que los hombres. Hay que leer lo que dice Pablo: somos iguales en Cristo Jesús.
“Toda distinción se convierte en secundaria respecto a la dignidad de ser hijos de Dios, el cual con su amor realiza una verdadera y sustancial igualdad”, señala Francisco.
Llamados a vivir una vida nueva como Hijos de Dios
El Papa evidencia que “Es decisivo también para todos nosotros hoy redescubrir la belleza de ser hijos de Dios” e insiste: “Las diferencias y los contrastes que crean separación no deberían tener morada en los creyentes en Cristo”.
Francisco recordando la Constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II afirma: “Nuestra vocación es más bien la de hacer concreta y evidente la llamada a la unidad de todo el género humano”, e insiste nuevamente: “Lo que cuenta es la fe que obra siguiendo el camino de la unidad indicado por el Espíritu Santo. Nuestra responsabilidad es caminar decididamente por este camino de la igualdad, pero de la igualdad que es sostenida, que fue hecha por la redención de Jesús.
La catequesis finalizó con un llamado a la memoria: “y no olvides: cuando vuelvas a casa: «¿Cuándo me bautizaron? ¿Cuándo me bautizaron?», pide tener siempre presente esa fecha. Y tú también vendrás a celebrarlo cuando llegue la fecha. Gracias.”
¿Qué es ser periodista?
Los periodistas deben ser fieles a la verdad y huir de sus propios intereses, dice el Papa
Al recibir en audiencia a la fundación que promueve el Premio de Periodismo internacional “Biagio Agnes”, el Papa Francisco previno sobre anteponer los intereses personales a la hora de informar y pidió que los periodistas sean fieles a la verdad.
“Ser periodista es un trabajo exigente que tiene que ver con la formación de las personas, de su visión del mundo y de sus actitudes ante los eventos”, dijo a los 70 integrantes de la Delegación de este premio internacional.
Alabó a este grupo porque “haciendo tesoro de su enseñanza” se empeñen “ante todo personalmente, para una comunicación que sepa anteponer la verdad a los intereses personales o de corporaciones” y con el premio “ustedes señalan a la sociedad periodistas que se distinguen por responsabilidad en el ejercicio de la profesión”.
Francisco afirmó que “es necesario ser muy exigentes con sí mismos para no caer en la trampa de las lógicas de contraposición por intereses o por ideologías”.
“Es siempre más urgente apelarse a la sufrida y fatigosa ley de la búsqueda profundizada, de la confrontación y, si es necesario, del ‘callar’ antes que herir a una persona” o “deslegitimar un evento”, dijo.
El Papa tildó al periodismo de “un trabajo exigente” que ha cambiado en los últimos años por el continente digital y alertó de que “las dinámicas de los medios de comunicación y del mundo digital cuando se vuelven omnipresentes, no favorecen el desarrollo de una capacidad de vivir con sabiduría, de pensar en profundidad, de amar con generosidad”.
“A menudo se ve, en los viajes apostólicos o en otros encuentros, una diferencia en la forma de producir: desde los clásicos equipos televisivos, hasta chicos y chicas que con un Smartphone saben confeccionar una noticia para algún portal. O también desde las radios tradicionales a verdaderas entrevistas hechas siempre con el celular”, puso a modo de ejemplo.
Por último, a su parecer, el periodista “trata de abrir espacios de esperanzas mientras se denuncian situaciones de degradación y de desesperación” y está llamado a “tener abierto un espacio de salida, de sentido, de esperanza”.
La natividad de la Virgen María
María como modelo de Jesús y de todos los hombres.
Dice una antigua Tradición, que la Virgen Madre de Dios nació en Jerusalén, junto a la piscina de Bezatha. La Liturgia Oriental celebra su nacimiento cantando poéticamente que este día es el preludio de la alegría universal, en el que han comenzado a soplar los vientos que anuncian la salvación. Por eso nuestra liturgia nos invita a celebrar con alegría el nacimiento de María, pues de ella nació el sol de justicia, Cristo Nuestro Señor.
Hoy nace una clara estrella,
tan divina y celestial,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo Sol nace de ella.
En la plenitud de los tiempos, María se convirtió en el vehículo de la eterna fidelidad de Dios. Hoy celebramos el aniversario de su nacimiento como una nueva manifestación de esa fidelidad de Dios con los hombres.
El Evangelio
Nada nos dice el Nuevo Testamento sobre el nacimiento de María. Ni siquiera nos da la fecha o el nombre de sus padres, aunque según la leyenda se llamaban Joaquín y Ana.
Éste nacimiento es superior a la Creación, porque es la condición de la Redención. Y, sin embargo, la Iglesia celebra su nacimiento. Con él celebramos la fidelidad de Dios. “Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien” Romanos 8,28. Y es motivo de alegría gozosa y permanente de todos y cada uno de los llamados.
No sabemos cómo se cumplirá, pero tampoco sabemos como nace el trigo, y cómo se forja la perla en la ostra. Pero nacen y crecen y se forjan. La inteligencia humana, por aguda que sea, tiene su límite y ya no puede alcanzar más. Cerrar los ojos ante el misterio, sabiéndonos llamados por Dios, y “desbordar de gozo en el Señor” Salmo 12, 6.
Todo lo que sabemos de su nacimiento es legendario y se encuentra en el evangelio apócrifo de Santiago, según el cual Ana, su madre, se casó con un propietario rural llamado Joaquín, galileo de Nazaret. Su nombre significa «el hombre a quien Dios levanta», y, según san Epifanio, «preparación del Señor». Descendía de la familia real de David. Llevaban ya veinte años de matrimonio y el hijo tan ansiado no llegaba.
Los hebreos consideraban la esterilidad como un oprobio y un castigo del cielo. Eran los tales menospreciados y en la calle se les negaba el saludo. En el templo, Joaquín oía murmurar sobre ellos, como indignos de entrar en la casa de Dios. Esta conducta se ve celebrada en Mallorca, en una montaña que se llama Randa, donde existe una iglesia con una capilla dedicada a la Virgen.
En los azulejos que cubren las paredes, antiquísimos, el Sumo Sacerdote riñe con el gesto a San Joaquín, esposo de Santa Ana, quien, sumiso y resignado, parece decir: No puede ser, no he podido tener hijos. Sabemos que su esterilidad dará paso a María. Joaquín, muy dolorido, se retira al desierto, para obtener con penitencias y oraciones la ansiada paternidad.
Ana intensificó sus ruegos, implorando como otras veces la gracia de un hijo. Recordó a la otra Ana de las Escrituras, de que habla el libro de los Reyes: habiendo orado tanto al Señor, fue escuchada, y así llegó su hijo Samuel, quien más tarde sería un gran profeta. Y así también Joaquín y Ana vieron premiada su constante oración con el nacimiento de una hija singular, María, concebida sin pecado original, y predestinada a ser la madre de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado.
De Ana y de Joaquín, oriente
de aquella estrella divina,
sale su luz clara y digna
de ser pura eternamente:
el alba más clara y bella
no le puede ser igual,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo Sol nace de ella.
No le iguala lumbre alguna
de cuantas bordan el cielo,
porque es el humilde suelo
de sus pies la blanca luna:
nace en el suelo tan bella
y con luz tan celestial,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo Sol nace de ella.
EL NACIMIENTO
Nace María. Nace una niña santa. Nada se nota en ella hasta que crece y comienza a hablar, a expresar sus sentimientos, a manifestar su vida interior. A través de sus palabras se conoce el espíritu que la anima.
Se dan cuenta sus padres: esta niña es una criatura excepcional. Se dan cuenta sus compañeras: que se sienten atraídas por el candor de la niña y, a la vez, sienten ante ella recelo, respeto reverencial. Sus padres no saben si alegrarse o entristecerse. Para conocer lo sobrenatural hace falta tiempo y distancia. No ha habido nunca ningún genio contemporáneo; al contrario, siempre es considerado como un loco, un ambicioso o un soberbio.
Los niños hacen lo que ven hacer a los mayores. La niña santa no imita los defectos de los mayores y obra según sus convicciones. Cuando nació Juan Bautista, la gente se preguntaba «¿qué va a ser este niño?» (Lc 1,79). De María se preguntarían lo mismo. Ella comprende que, aunque quisiera hablar de lo mucho que lleva dentro, debe callar. Y tiene que vivir en completa soledad, de la que es un reflejo, el aislamiento del niño que crece entre gente mayor.
María, llena de gracia, vivía como perfectísima hija de Dios, entre hombres que habían perdido la filiación divina, habían pecado, y sentían la tentación y sus inclinaciones al pecado. El hombre conoce la diferencia que hay entre lo bueno y lo malo, y cuando obra el mal, percibe la voz de la conciencia.
Antes de pecar, la percibe y la desatiende, durante el pecado, la acalla con el gozo del pecado, después de pecar, la oye y quisiera no oírla. Este es el conocimiento del mal, que no procede de Dios, sino de haberse separado de Él. María no conoce el mal por experiencia, sino por infusión de Dios. No había pecado nunca. Por eso no entendía a la gente y se sentía sola.
Experimentaba que sólo ella era así. Si hubiera vivido en un desierto, no hubiera padecido tanto, pero en Nazaret, aldea pequeña, con fama de pendenciera y poca caritativa, es tenida por orgullosa, la que era la más humilde. Como los niños viven su mundo aparte de los mayores, así tiene que vivir María entre su gente.
Mujer comprometida
Y una mujer así, ¿nos puede comprender?, ¿puede ser nuestra madre? Sí porque María es una mujer comprometida con todo el género humano. María fue la pobre de Yahvé. Los pobres de Dios nunca preguntan, nunca protestan. Se abandonan en silencio y depositan su confianza en las manos del Señor y Padre.
Con el Concilio hemos recuperado la Biblia, libro prohibido en mis años de juventud. También la Liturgia en castellano. También la Iglesia, no como una pirámide, sino como pueblo de Dios. De la misma manera hemos de recuperar a María, como Hermana en la fe, Madre en la fe. María peregrinó en la fe como todos los cristianos. Se abandonó a Dios. Pudo ser lapidada, al quedarse encinta, pudo ser repudiada… Es la pobre de Yahvé.
Querríamos saber más cosas de María
El evangelio nos dice muy poco de Ella. Pero, si bien lo miramos, implícitamente nos dice mucho, todo. Porque Jesús predicó el Evangelio que, desde que abrió los ojos, vio cumplido por su Madre. Los hijos se parecen a sus padres. Jesús sólo a su Madre. Era su puro retrato, no sólo en lo físico, en lo biológico, sino también en lo psíquico y en lo espiritual.
Cada hombre, según las leyes mendelianas de los cromosomas y los genes, hereda de su padre y de su madre. Decía un sacerdote que su padre decía: «mi hijo es treballaor com yo y listo com sa mare».
Cuando Jesús pronuncia el sermón de las Bienaventuranzas, está pintando a su Madre: Pobres de espíritu, Mansos, Pacientes, Humildes, Misericordiosos, Trabajadores de la Paz. Nos ha dado su Retrato.
Sus actitudes vitales son idénticas las de la Madre y el Hijo: en el momento decisivo de su vida María le dice al Ángel: «Hágase en mi»… En el momento de comenzar su Hora, Jesús dice lo mismo «Hágase». Cuando nos enseña su carné de identidad, María nos dice que es «la esclava del Señor».
Cuando Jesús nos presenta el suyo, nos dice que es «manso y humilde de corazón». Jesús predicó las bienaventuranzas porque las había vivido. Y las vivió porque las había visto vivir a su Madre. Por eso la quiso y la hizo Inmaculada, porque tenía que ser su madre y su educadora en la fe.
Las imágenes
En algunas imágenes aparece Santa Ana sentada como una auténtica abuela. Tiene en sus rodillas a María, quien con una apariencia muy maternal, tiene en las suyas al niño Jesús. Tres generaciones, sentada cada una en las rodillas de la otra. Gracias, Dios nuestro, por esta dimensión tan humana de la fe católica.
Esforcémonos por vivir como María, niña, adolescente, novia limpia, madre cariñosa y solícita, trabajadora, paciente en la pobreza, en las persecuciones y humillaciones, en las adversidades. Educadora con la palabra y la vida de su hijo, de sus hijos, que somos todos.
Así seremos motivo de consuelo y de gozo para “quien nos predestinó, nos llamó, nos predestinó, justificó, glorificó” Romanos 8,24.
La Biblia no puede interpretarse al margen de la Iglesia en la que nació
Puntos de meditación sobre la relación Biblia-Iglesia.
La Biblia no puede ser comprendida correctamente si se toma desligada de la Iglesia en la que nació.
1. La Iglesia no nació de la Biblia, porque la Iglesia es anterior a la Biblia. Es decir, primero fue la Iglesia, y en ella nación la Biblia. Esto, lo mismo con respecto a Israel, si nos referimos al Antiguo Testamento, como con respecto a la Iglesia Cristiana, si nos referimos al Nuevo testamento.
Cuando se escribieron los libros del Nuevo testamento, la Iglesia ya había sido fundada por Cristo, pues recordemos que Cristo murió y resucitó alrededor del año 30, mientras que los libros del Nuevo testamento, fueron escritos mucho después. Por ejemplo, el Evangelio de San Marcos se escribió alrededor del año 64; San Lucas escribió su Evangelio entre los años 65 y 80de esas fechas más o menos data el Evangelio actual de San Mateo. Los primeros libros del N T son las cartas de San Pablo, escritas entre los años 51 y 67. El último fue el Apocalipsis escrito entre los años 70 y 95.
2. Cuando se escribió la Biblia (en concreto en N.T) la Iglesia era ya una comunidad viva, gobernada por los Apóstoles y por sus sucesores, que transmitían de viva voz la Palabra de Dios. No todo lo que pasó quedó escrito, ni siquiera de la vida y Predicación de Jesús (Jn 21,25; 2 Te 2,15; 2 Tim 1, 13; 2,2; 2Jn 12)
3. La Biblia es verdadera Palabra de Dios, y debemos creer y obedecer lo que nos enseña y manda. Pero Jesucristo no vino a escribir una Biblia. El vino a inaugurar el Reino de Dios y para eso fundó una comunidad (su Iglesia) que fuera ya en el mundo el anuncio y el inicio permanente de ese Reino. A sus Apóstoles Jesús no los mandó a repartir Biblias sino a predicar y a dirigir en su nombre su Iglesia ( Mt 28, 19; Lc 10,16; Rom 10,17). A sus discípulos, Jesús no los mando a que leyeran la Biblia para conocer su voluntad, sino que los puso en relación con su Iglesia, y con las autoridades que dejó en ella (Hech 9, 6-17; Mt 18,15-17) Esto mismo hizo Yahvé en el A:T. (Dt 17, 8-13)
Encontramos en la Biblia partes difíciles de entender, y que muchos falsean su sentido, razón por la cual es necesario que alguien, que esté inserto plenamente en la Iglesia, ayude a entender (2 Pe 3,16; Hech 8, 29-31)
4. La Iglesia cristiana del siglo I era guiada por la Palabra de Dios. Pero ésta no estaba sólo en los pocos libros que escribieron algunos de los Apóstoles, sino que se encontraba también en las palabras y hechos de Jesús, en la predicación de los Apóstoles, y en la orientación que daban continuamente a la predicación de los Apóstoles, y en la orientación que daban continuamente a la Iglesia y que ella recogía, conservaba y vivía con Fidelidad. A este conjunto de orientaciones vivas de Cristo y de los Apóstoles (Que no quedaron escritas ) es a lo que la Iglesia llama la Tradición, la cual quedo plasmada en la vida misma de la Iglesia, en sus instituciones, en su culto y sobre todo, en su manera de entender las cuestiones que plantea la Biblia.
5. La Tradición es la atmósfera o el ambiente en el que ésta se escribió, y la clave para interpretarla correctamente. La Tradición es la vida y la fe de la Iglesia del siglo I que juntos con la Biblia escrita, se ha conservado y transmitido fielmente.
Oración a la Virgen niña
Bendíceme Niña Inmaculada, bendice también y protege a todos los seres queridos de mi familia
Dulcísima Niña María, radiante Aurora del Astro Rey, Jesús, escogida por Dios desde la eternidad para ser la Reina de los cielos, el consuelo de la tierra, la alegría de los ángeles, el templo y sagrario de la adorable Trinidad, la Madre de un Dios humanado. Me tienes a tus plantas, oh infantil Princesa, contemplando los encantos de tu santa infancia. En tu rostro bellísimo se refleja la sonrisa de la Divina Bondad, tus dulces labios se entreabren para decirme: «Confianza, paz y amor…» ¿Cómo no amarte, María, luz y consuelo de mi alma…, ya que te complaces en verte obsequiada y honrada en tu preciosa imagen de Reina parvulita? Yo me consagro a tu servicio con todo mi corazón. Te entrego, amable Reina, mi persona, mis intereses temporales y eternos. Bendíceme Niña Inmaculada, bendice también y protege a todos los seres queridos de mi familia.
Se tu, Infantil Soberana, la alegría, la dulce Reina de mi hogar, a fin de que por tu intercesión y tus encantos reine e impere en mi corazón y en todos los que amo, el dulcísimo Corazón de Jesús Sacramentado. Amén.