• Matthew 9:14-17
Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús nos brinda la parábola del vino nuevo y de las odres viejas y nuevas.
El vino nuevo es la Buena Nueva, la Encarnación, la reconciliación de lo divino y lo humano. Pero este poderoso elixir no puede estar en recipientes de la vieja conciencia. Mientras el ego reine en el alma, el vino nuevo resultará demasiado extraño, desconocido, amenazante, y por ello será rechazado.
Antes que el vino embriagante del Evangelio pueda ser asimilado, debe haber una limpieza del espíritu, una transformación de la conciencia y la actitud, una metanoia. Debemos examinar las historias de las confrontaciones de Jesús con los demonios desde esta perspectiva. El demonio dentro de nosotros se da cuenta que la vieja odre será triturada cuando se vierta el vino nuevo, y en consecuencia reacciona con horror.
Es un ejercicio espiritual útil separar esos pasajes del Nuevo Testamento, esos dichos y acciones de Jesús, aquellos que nos hacen sentir más incómodos, ya que ellos nos indicarán la manera más efectiva de cómo transfigurar nuestras almas. Ellos, mucho más que los pasajes que amamos instintivamente, nos mostrarán el camino que la metanoia debe seguir.
«A vino nuevo, odres nuevos». Aquí está «la novedad del Evangelio». «¿Qué nos trae el Evangelio? Alegría y novedad». «Estos doctores de la Ley estaban encerrados en sus preceptos, en sus prescripciones». (…) «Alguno de vosotros puede decirme: pero padre, ¿los cristianos no tienen ley? ¡Sí! Jesús dijo: no vengo a abolir la Ley, sino a darle plenitud». Y «la plenitud de la Ley, por ejemplo, son las bienaventuranzas, la ley del amor, el amor total, como Él, Jesús, nos amó». (…) Por eso «la Iglesia nos pide a todos nosotros algunos cambios. Nos pide que dejemos de lado las estructuras anticuadas: ¡no sirven! Y que tomemos odres nuevos, los del Evangelio». “no se puede entender la mentalidad, por ejemplo, de estos doctores de la ley, de estos teólogos fariseos, con el espíritu del Evangelio. Son cosas diferentes». De hecho, «el estilo del Evangelio es un estilo diferente, que lleva la ley a la plenitud» pero «de una manera nueva: es vino nuevo, en odres nuevos». (Homilía Santa Marta, 5 septiembre 2014)
Quiliano, Santo
Obispo y Mártir, 8 de julio
Martirologio Romano: En Herbipoli (hoy Würzburg), ciudad de Austrasia, san Quiliano, obispo y mártir, natural de Irlanda, desde donde viajó a esta región para predicar el Evangelio, y en la que, por velar diligentemente para que se observase en ella la vida cristiana, fue martirizado († c. 689).
Breve Biografía
Quiliano era un monje irlandés. En el año 686, antes o después de recibir la consagración episcopal, partió a Roma con once compañeros, y el Papa Conon le encargó predicar el Evangelio en Franconia (Badén y Baviera).
El santo, asistido por el sacerdote Colmano y el diácono Totnano, convirtió y bautizó a numerosos paganos en Würzburg. Entre dichos convertidos figuraba el duque de la ciudad, Gosberto.
Una biografía medieval narra en la forma siguiente el martirio de San Quiliano: El duque había contraído matrimonio con Geilana, la viuda de su hermano. San Quiliano le indicó que tal matrimonio era inválido, y el duque prometió separarse de Geilana; pero ésta, enfurecida, aprovechó la ausencia de su esposo, quien había partido a una campaña militar, para que sus esbirros decapitaran a los tres prisioneros.
Consta con certeza que Quiliano, Coimano y Totnano evangelizaron realmente la Franconia y la Turingia oriental y que fueron mártires.
El culto de San Quiliano existió en Irlanda, así como en las diócesis de Würzburg, Viena y algunas otras.
Cuando se ha perdido el tesoro
Santo Evangelio según san Mateo 9, 14-17.
Sábado XIII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios) «Escucha, Señor, mi oración, y presta oído a mi súplica» (Salmo 143) Jesús, me acerco a tus pies pidiéndote que me escuches. Mi corazón está sediento de ti. Solamente Tú puedes darme la paz que necesito y el amor que voy buscando por todas partes. Hoy vuelvo a la casa del Padre como el hijo que salió temprano y vuelve cansado, al atardecer, y se cobija entre los brazos de su padre.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 9, 14-17
En aquel tiempo, los discípulos de Juan fueron a ver a Jesús y le preguntaron: “¿Por qué tus discípulos no ayunan, mientras nosotros y los fariseos sí ayunamos?”. Jesús les respondió: “¿Cómo pueden llevar luto los amigos del esposo, mientras él está con ellos? Pero ya vendrán días en que les quitarán al esposo, y entonces si ayunarán. Nadie remienda un vestido viejo con un parche de tela nueva, porque el remiendo nuevo encoge, rompe la tela vieja y así se hace luego más grande la rotura. Nadie echa el vino nuevo en odres viejos, porque los odres se rasgan, se tira el vino y se echan a perder los odres. El vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
«Vendrán días en que les quitarán al esposo, y entonces ayunarán» Pensemos por un momento el dolor tan grande que sufre una mujer cuando pierde a su amado, cuando queda totalmente sola y le faltan esos momentos de intimidad en los cuales, con pocas palabras, los corazones estaban fuertemente unidos. La vida pierde el color y todo se hace gris. Es en ese momento cuando los corazones se dan cuenta del gran tesoro que han perdido.
Eso es justamente lo que pasa cuando perdemos a Jesús, cuando dejamos que el pecado llene nuestras vidas. Tenemos un gran tesoro entre manos, tenemos un hermano, un amigo, un esposo, un padre que nos ama y que está dispuesto a dar su vida por cada uno de nosotros. Y muchas veces no nos damos cuenta y pensamos que es algo normal. Y nos puede pasar como al hijo mayor que no se ha dado cuenta que se ha ido de casa. Cumplimos lo mejor posible, pero en realidad nos damos cuenta que hemos ido envejeciendo y que nuestros corazones se han ido llenando de amargura. Pero he ahí que Jesús está fuera y espera a que le abramos la puerta de nuestros corazones. El Padre aún espera el regreso del hijo. Él toca pero espera, insiste pero no presiona. Sabe que nuestra tristeza y amargura se debe a que lo hemos perdido a Él. Quiere darnos la alegría que tanto necesitamos, pero sabe que somos nosotros los que tenemos que abrir de par en par, y sin miedo, el corazón. «María es el odre nuevo de la plenitud contagiosa. Queridos hermanos, sin la Virgen no podemos llevar adelante nuestro sacerdocio.
“Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza”. Nuestra Señora de la prontitud, la que apenas ha concebido en su seno inmaculado al Verbo de vida, sale a visitar y a servir a su prima Isabel. Su plenitud contagiosa nos permite superar la tentación del miedo: ese no animarnos a ser llenados hasta el borde, y mucho más aún, esa pusilanimidad de no salir a contagiar de gozo a los demás. Nada de eso: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”». (Homilía de S.S. Francisco, 13 de abril de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy rezaré un rosario, o al menos un misterio, preferentemente en familia, para descubrir y hacer rendir el tesoro, los talentos que he recibido.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
El duelo (Enfoque de un Psiquiatra Católico)
¿Se puede entender la Vida después de conocer la Muerte de una manera tan cercana?
Introducción
Bienaventurados los que están de duelo: Dios les consolará. (Mateo 5:1)
El duelo no está limitado a la muerte. El duelo es la emoción o conjunto de emociones que se experimentan cuando hay una pérdida o cuando muere alguien a quien se ha cuidado con interés y atención. También una persona a quien se le ha amputado una pierna o un brazo, pasa por un proceso de duelo. Cuando alguien carga todas sus pertenencias dentro de un vehículo y se despide de su familia y de sus amigos el duelo y el pesar viajan con ella. Un joven puede experimentar duelo cuando una relación romántica termina y, en los años posteriores, un esposo puede experimentar duelo cuando su matrimonio se rompe. El duelo puede afectar también a un empleado cuando pierde su trabajo, el cual había tenido por muchos años. También los padres experimentan duelo cuando una hija va a estudiar lejos de casa o cuando un hijo es reclutado por el ejército. Siempre que se pierde a una persona o una posesión que ha provisto seguridad emocional o satisfacción, es muy probable que exista el duelo.
Cuando muere un ser querido
Cuando muere un ser querido sentimos una gran tristeza. A veces se siente como si parte de uno mismo hubiera muerto también. Toda la raza humana experimenta el duelo. Es esta una experiencia que consiste en vivir con el dolor y vacío de una ausencia que ni se llena ni se puede llenar con nada. Nada ni nadie hará que olvidemos a esta persona cuya presencia fue tan plena de significado para nosotros. Alguien muy importante para nosotros se ha ido, y al irse, parece que con él se llevó nuestra propia vida. Es imposible olvidar, y es equivocado tratar de olvidar; el empeño por aturdirse con mil otras cosas y actividades resulta inútil pues parece que lleva a un efecto contrario a lo que se pretende: avivar más el recuerdo que se quería borrar. Parece que lo correcto es aprender a vivir con ese dolor a cuestas, y en esa línea los avances de las ciencias psicológicas confirman esta posición, a la vez que otorgan algunos medios que facilitan la posibilidad de vivir el duelo, y hacerlo sin amargura, sin perder la paz, y hasta con una profunda sensación de sereno desprendimiento en lo íntimo del corazón. Hoy sabemos que se puede asumir el dolor de una manera constructiva. Pasado cierto tiempo no es extraño sentir falta de consuelo y comprensión ante ese gran dolor. Nadie está preparado para el dolor y menos aún el que produce la muerte de un ser querido. La inmensa mayoría de quienes experimentan esta vivencia pasan por ella con sufrimiento y carencias afectivas. ¿Se puede romper ese círculo que nos atenaza? ¿Podríamos aceptar de forma diferente este hecho? ¿Se puede entender la Vida después de conocer la Muerte de una manera tan cercana? ¿Se puede mirar el Futuro y sobre todo el Presente sin «vivir» en función del Pasado? ¿Se pueden romper los apegos? ¿Estamos capacitados para sacar algo positivo de esta experiencia? Estas preguntas son respondidas con el fruto de nuestra fe Cristiana, abriendo el corazón para sentir la nueva presencia que emana de la fuerza resucitada de Jesús.
Por otro lado es necesario darse permiso para estar mal, necesitado, vulnerable… Puedes pensar que es mejor no sentir el dolor, o evitarlo con distracciones y ocupaciones pero, al final, el dolor saldrá a la superficie. El momento de dolerte es ahora.
Aceptar el hecho de que estarás menos atento e interesado por tus ocupaciones habituales o por sus amistades durante un tiempo, que su vida va a ser diferente, que tendrás que cambiar algunas costumbres… Es sabido que el dolor por una pérdida de un ser querido genera lo que denominamos duelo. Esta clase de dolor es una respuesta normal y saludable a diferentes tipos de pérdidas. Aunque las emociones que están viviendo parecen ser muy intensas y necesitar mucha energía, son pasajeras. Procura vivir el momento presente, por duro que sea. Trata de ser amable contigo mismo. Recuerda que el peor enemigo en el duelo es no quererse. El duelo acompaña a la muerte. Cada uno de nosotros lo encuentra en su camino, día tras día. Afecta a nuestro ser completo a causa del lazo personal con la persona fallecida.
Una de las pérdidas más grandes para un ser humano es cuando muere una persona a la que ama mucho. Para calmar la gran tristeza de una pérdida tal, uno tiene que aceptar los términos finales de la pérdida y lo que esta pérdida quiere decir en su vida. Frente a la muerte, es difícil expresarse. Cuando primero le informen de la pérdida, puede que sienta shock, adormecimiento o confusión. Puede que no se acuerde de las cosas que le estén diciendo. Puede sentirse adormecido, como si estuviera siguiendo los pasos que tiene que seguir como un robot. Puede sentir o actuar como si la pérdida nunca ocurrió. A esto se le llama negación. Poco a poco, el shock se irá, y la realidad empezará a concretarse. Se dará cuenta que la pérdida realmente ha pasado.
Es normal sentirse abandonado y molesto. Puede dirigir su amargura en contra Dios, la religión, doctores y enfermeras, la persona que ha muerto u otras personas a las que ama y a usted misma. Frecuentemente, especialmente en los creyentes, esta rabia se puede dirigir contra Dios a quien se le acusa de haberse «llevado» al ser querido, o de al menos haber permitido su muerte. Para el hombre y mujer de fe, esta actitud de protesta es muy lógica, y puede revelar también un cierto grado de confianza en Dios: es como el reclamo del hijo ante el Padre, por una decisión que no comprende. Los salmos bíblicos están llenos de estos gritos de protesta del justo que eleva su voz ante Dios. Sentirse enojado, especialmente con Dios, no es inusual aunque puede producir desasosiego. Aceptar su enojo y permitirse tener esos sentimientos es la mejor manera de hacerles frente. Está bien hacerle saber a Dios lo enojados y disgustados que se sienten; esto es necesario para poder sentirse en paz con su espiritualidad.
Después de haber pasado la amargura, enojo y negación, es normal tratar de fingir que las cosas son como lo eran antes. Si alguien a quien ama ha muerto, puede que reproduzca memorias una y otra vez en su cabeza. Puede que sienta la presencia del ser amado, pensar que lo puede ver o pensar que puede escuchar su voz. Puede ser que se sorprenda conversando con la persona que ha perdido como si él o ella estuviera en el cuarto con usted. Mientras más se de cuenta que la persona no va a regresar o que no la puede traer de regreso, empezará a sentir el impacto completo de su pérdida. Estos sentimientos pueden asustar mucho, por lo que son tan extraños y fuertes. Pueden hacerlo sentir como que está perdiendo el control. Cuando empiece a enfrentarse a la realidad de su pérdida, puede que se sienta deprimido o sin esperanza. También puede sentir culpa. Puede sorprenderse teniendo pensamientos de «si hubiera hecho esto» o «por qué yo.» Puede empezar a llorar sin razón alguna. Esta es la etapa más dolorosa del proceso. Pero no durará para siempre. En la aflicción normal, la depresión se irá con el tiempo. Puede empezar a sentirse mejor de pequeñas formas. Por ejemplo, puede encontrar más fácil levantarse en la mañana, o puede que sienta una pequeña ráfaga de energía. Este es el tiempo en que empezará a reorganizar su vida alrededor de su pérdida o sin su ser amado. La última etapa en aceptar una pérdida es cuando empieza a buscar otras relaciones y actividades. En esta fase es indispensable recurrir a la fe, tener esperanzas, a confiar en Dios, en la vida y a seguir viviendo de nuevo. Durante este tiempo, es normal sentir culpa, por lo que está tratando otras relaciones nuevas. Es normal revivir los sentimientos de aflicción en cumpleaños, aniversarios, festividades y otros momentos especiales. Probablemente empezará a sentirse mejor en 6 a 8 semanas.
El proceso entero generalmente dura entre 6 meses y 4 años. No se hagas pues expectativas mágicas. Estar preparado para las recaídas. El momento más difícil puede presentarse alrededor de los 6 meses del fallecimiento, cuando los demás comienzan a pensar que ya tienes que haberte recuperado. Hoy puedes estar bien y un suceso inesperado, una visita, el aniversario, las Navidades te hacen sentir que estás como al principio, que vas para atrás, y no es así.
Si siente que está teniendo dificultades al superar esta aflicción, pida ayuda. Las personas que lo pueden ayudar incluyen los amigos, familia, miembros de la iglesia, consejeros Espirituales y/o terapéuticos, grupos de apoyo y su médico de familia. Que siga conectado con ellos. Necesita de su presencia, su apoyo, su preocupación, su atención… Darle la oportunidad a sus amigos y seres queridos de estar a su lado. Que logre entender que sus amigos quieren ayudarlo, pero no saben la manera de hacerlo. Pueden temer ser entrometidos o hacerle daño si le recuerdan su pérdida. No hay que quedarse esperando la ayuda y darle la oportunidad que pida lo que necesita. Mientras tanto hay que dejarlo llorar. Ayudar a alguien a llevar su duelo, no es ni minimizar, ni querer atenuar sus sufrimientos, sino que es ayudarle a que los exprese y poco a poco a que llegue a aceptarlos. Asegúrese de hablar con su doctor de familia si está teniendo problemas comiendo, durmiendo o concentrándose después de que hayan pasado las primeras semanas. Estas pueden ser señas de depresión. Su médico de familia puede ayudarlo a superar esta pérdida.
La actitud del creyente respecto de su fe en la otra vida le proporcionará con el tiempo paz, sosiego y aceptación serena de la pérdida, viviendo los acontecimientos a la luz del amor de Dios. Muy atrás quedará en la experiencia la Conciencia de la finitud humana la crisis de fe, las dudas del amor y bondad divinas, cobijada en la esperanza de la trascendencia Eterna. El que partió está en el corazón de Dios ya no sufre, y el único sufrimiento, es ver el dolor que ha causado su partida. Alivia el dolor saber que vamos a encontrarlo en el corazón de Nuestro Padre Celestial, donde todos vamos a estar un día que no va a conocer el ocaso. La vida es la consumación y no la muerte, y esta se convertirá en la ofrenda más hermosa y agradable con la que nos presentaremos al Señor de la Vida.
Visión de católicos y evangélicos
Enseña que la Iglesia peregrina es necesaria para la salvación… y no podrían salvarse quienes, sabiendo que la Iglesia Católica fue instituida por Jesucristo, como necesaria, desdeñaran entrar o no quisieran permanecer en ella
Visión de los católicos y de los evangélicos sobre la Iglesia
Nuestros hermanos evangélicos nos dicen muchas veces: Sólo Cristo salva, la Iglesia no salva.
Es decir, los hermanos evangélicos aceptan solamente la fe en Jesucristo y su Palabra y no aceptan que la Iglesia, como Cuerpo de Cristo, fue instituida por El mismo y es mediante ella que Cristo quiere salvar a los hombres.
Esta enseñanza de los evangélicos es muy atractiva y tentadora, porque simplifica bastante la religión: basta tener fe en Jesucristo y en su Palabra y uno se salva; no necesita nada de Iglesia ni de sacramentos, nada de Jerarquía ni menos de obediencia al Papa.
Nosotros los católicos debemos preguntarnos muy en serio si este concepto evangélico acerca de la Iglesia es correcto o no, o es sólo una verdad a medias.
En esta carta trataré de exponer las dos visiones de Iglesia: la de los católicos y la de los evangélicos. Creo sinceramente que éste es el punto clave de la triste situación entre los cristianos de hoy. No es mi intención ofender a mis hermanos evangélicos. No es el gusto por discutir lo que me hace escribir esta carta, sino que es el amor por la verdad lo que me mueve a escribir estas palabras y sólo la verdad nos hará libres (Jn. 8, 32).
Cuando aquí hablo de los evangélicos, me refiero a los miembros de las distintas Iglesias que tienen su origen en la Reforma del siglo XVI. Mientras nosotros los católicos hablamos de «las iglesias protestantes» (por su protesta contra la Iglesia católica), los protestantes prefieren hablar de «las iglesias evangélicas» o «los evangélicos», por su vuelta radical al Evangelio.
En general, todas las Iglesias evangélicas siguen el concepto de Iglesia que les fue entregado por los grandes reformadores: Lutero, Calvino, Zwinglio. Por eso es importante ver primero lo que pasó en el siglo XVI.
Pero antes de leer esta carta, les recomiendo que lean mi carta anterior: «¿Quiso Jesús una sola Iglesia?». Allí encontraremos una profunda reflexión bíblica acerca de la unión misteriosa entre Jesucristo y su Iglesia: Aquella meditación nos hace ver que aceptar a Cristo es también aceptar a su Iglesia.
Un poco de historia
Al terminar la Edad Media, la Iglesia Católica se encontraba en una triste situación religiosa y moral que alcanzaba hasta las más altas jerarquías eclesiásticas. Buscar honores, diversiones y dinero era la aspiración común entre la mayorías de los sacerdotes, obispos, cardenales y Papas. Y en la vida de los cristianos se manifestaron muchas prácticas y devociones religiosas muy dudosas.
La autoridad de la Iglesia no se comprendía ya como una autoridad divina, y la obediencia a la Iglesia no se entendía ya como un acto de Fe. El sentido profundo y misterioso de la Iglesia como Cuerpo de Cristo se oscureció. Es decir, la Iglesia como «Cuerpo Místico de Cristo» no funcionó más en la vida de los cristianos. Y la imagen exterior de la Iglesia, con sus grandes desviaciones humanas, se confundió con el misterio de la Iglesia.
La situación de la Iglesia de aquella época era fatal y llevó a Lutero, con su gran preocupación pastoral, a reformar y finalmente a romper con esta Iglesia. En el fondo Lutero rechazó un catolicismo que no era católico.
El concepto de Iglesia según los Evangélicos
Lutero y los reformadores niegan que Jesús quiso una Iglesia. Y para ellos la Iglesia no es una institución de salvación y de gracia. Ellos creen que es solamente por medio del Evangelio y de la Palabra que el Espíritu Santo provoca el acto de fe y realiza así la justificación (salvación) del hombre. Y la Iglesia tiene una función secundaria: ser «servidora de la Palabra».
Explicando el misterio de la Iglesia, Lutero hizo la famosa distinción entre «Iglesia espiritual» (Iglesia con mayúscula), Iglesia invisible y entre «iglesia visible» (iglesia con minúscula). Esta distinción sigue en la práctica viva hasta hoy entre los evangélicos.
1. La Iglesia espiritual (Iglesia con mayúscula).
Es una entidad invisible, escondida, interior y sin estructuras visibles, ni jerárquicas. Esta Iglesia escondida existe allí donde la Palabra de Dios es predicada y escuchada en toda su pureza. Es una realidad misteriosa e invisible, es la comunidad de fe (Iglesia «del Credo») que nació para la Palabra. Y, según ellos, todos los verdaderos creyentes que escucharon y aceptaron el Evangelio puro pertenecen a esta Iglesia. La Iglesia invisible es totalmente «una», nunca puede ser dividida y sólo Dios conoce sus miembros. La Iglesia espiritual es el Cuerpo de Cristo. Esta Iglesia escondida puede existir sin necesidad de una Iglesia visible.
2. La iglesia visible no es de institución divina y no tiene carácter absoluto con una autoridad divina y obligatoria.
Por supuesto que es necesaria una cierta organización y orden, pero la Iglesia en su forma externa es siempre relativa, puede caer en errores y ser infiel. La Iglesia visible no es de ninguna manera una realidad sobrenatural y misteriosa. Dice Lutero que ninguna frase de la Biblia está a favor de cualquier Iglesia visible. La Palabra de Dios es el único signo externo que hace confrontar al hombre con la comunidad espiritual. Y la función de la Iglesia visible es solamente ser «servidora de la Palabra». Concluyendo, podemos decir que la Iglesia en la tierra, como comunidad de gracia y sobrenatural, es rechazada por los evangélicos. La justificación (salvación) llega al hombre por la Palabra, y no por la Iglesia.
3. Los sacramentos de la Iglesia se reducen al mínimo: al bautismo y a la cena del Señor.
Pero no es verdad que la Iglesia por medio de los sacramentos produce un estado de gracia divino en el hombre. Los sacramentos únicamente tienen fuerza por la Palabra. Sólo son expresiones de fe, y no dan la gracia por ellos mismos sino por la fe. Los sacramentos no son de ninguna manera acciones de Cristo por medio de la Iglesia.
4. En cuanto al misterio de dirección de las comunidades, los evangélicos niegan el estado sacerdotal, porque dicen que los cristianos todos son sacerdotes.
No hacen falta intermediarios, ya que Dios salva al hombre directamente. Cada cristiano es sacerdote de sí mismo y Cristo lo es de todos.
Por ello los evangélicos rechazan toda mediación de la Iglesia. Y si hay un ministerio en la Iglesia, este ministerio es sólo «una función» como otros servicios dentro de la Iglesia.
El único y verdadero ministerio en la Iglesia se reduce a la predicación y al culto, pero no lo necesitan como un servicio a la unidad y menos como un ministerio sacerdotal de salvación.
El concepto católico de Iglesia
La Iglesia católica en su reflexión acerca del misterio de la Iglesia nunca ha hecho esta diferencia artificial entre «Iglesia espiritual» e «Iglesia visible». No hay ninguna indicación clara en la Biblia para hacer esta separación.
1. La Iglesia Católica siempre ha seguido la dinámica de la encarnación, es decir, el Verbo (Cristo) se ha hecho visible, se ha hecho carne y ha entrado en la historia de los hombres. Esta encarnación de Cristo prosigue de modo renovado en la Iglesia que es el Cuerpo de Cristo acá en la tierra (Mt. 16, 13-20). La Iglesia es la continuación de Cristo encarnado en este mundo. Por eso la Iglesia de Cristo es al mismo tiempo comunidad visible y comunidad espiritual; es al mismo tiempo comunidad jerárquica por institución divina y Cuerpo místico de Cristo. La Iglesia de Cristo es una sola realidad y tiene inseparablemente aspectos humanos y aspectos divinos y no son dos realidades distintas, como proclaman los evangélicos. Ahí está el misterio de la Iglesia que sólo la Fe puede aceptar.
2. La revelación divina no se limita a la Palabra escrita, sino que está en la Palabra escrita (la Biblia) y en la Tradición de la Iglesia, que ayuda a comprenderla y actualizarla a través de los tiempos. La revelación divina abarca la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición: «Manténganse firmes guardando fielmente las tradiciones que les enseñaron de palabra o por escrito (2 Tes. 2, 15). Además la Iglesia de Cristo, guiada por el Espíritu Santo, es «columna de verdad» (1 Tim. 3, 15), capaz de «guardar el depósito de las sanas palabras recibidas de los apóstoles» (2 Tim. 1, 13). Es decir, que el depósito de la fe (1 Tim. 6, 20 y 2 Tim 3,. 12-14) fue confiado por los Apóstoles al conjunto de la Iglesia.
3. En la Iglesia de Cristo hay claramente aspectos objetivos creados por Dios y que de ninguna manera son creación humana. Estas realidades creadas por Jesucristo, como el ministerio de la unidad, el ministerio de la verdad y la plenitud de la gracia en los sacramentos, son realidades divinas intocables e infalibles, y visibles aquí en la tierra. Son aspectos objetivos que encuentran su origen en la institución divina. La Iglesia Católica no duda que ella es la Iglesia fundada sobre la roca de Pedro, y que ella, con su Magisterio vivo y su enseñanza infalible, es la prolongación o encarnación de Cristo sobre la tierra. La Iglesia Católica es consciente de que con sus sacramentos, que son realmente acciones de Cristo, comunica la plenitud de la gracia. Y no puede ser de otra manera, porque ella existe por voluntad de Dios. Y esta Iglesia visible en la tierra es, al mismo tiempo, el Cuerpo Místico de Cristo.
Por supuesto que podemos distinguir en la Iglesia un aspecto divino y un aspecto humano. Pero cuando el católico habla de la Iglesia de Cristo, siempre se refiere a esta realidad divina y objetiva, que es intocable e infalible acá en la tierra. La Iglesia de Cristo no es de origen humano y tiene definitivamente un carácter sobrenatural. Y no podemos dudar de la autoridad divina que Cristo comunica por el Espíritu Santo a sus apóstoles y sus legítimos sucesores, el Papa y los obispos.
4. La Iglesia de Cristo es siempre y en todas partes la misma, también en épocas de decadencia, en tiempos de pobreza espiritual, y falta de comprensión, en tiempos de ignorancia y estrechez de miras. Siempre la Iglesia es el Cuerpo de Cristo y Madre de todos los creyentes. Cristo siempre es la Cabeza de la Iglesia que es «una», «santa», «católica» y «apostólica»; y el Espíritu Santo es siempre el principio de vida de esta Iglesia.
Dijo Jesús a sus apóstoles: «Yo estoy con ustedes todos los días hasta que termine este mundo» (Mt. 28, 20), y «las fuerzas del infierno no la podrán vencer» (Mt. 16, 18). Podemos decir que ningún católico puede aceptar que la visión acerca de la Iglesia de los reformadores del siglo XVI sea una decisión definitiva.
Consideración final
Nosotros los católicos no podemos negar que Lutero era una personalidad profundamente religiosa, que buscó con toda honestidad y con abnegación el mensaje evangélico.
Su crítica contra la Iglesia tenía una intención auténticamente cristiana; la Iglesia debería repudiar siempre todo lo que no es evangélico.
El mérito de Lutero y la Reforma es que descubrieron de nuevo el centro del mensaje evangélico: sólo por la gracia y por la fe en la acción salvadora de Cristo, somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo, que nos invita a realizar obras buenas. Ningún católico va a negar este mensaje evangélico. Pero Lutero tomó este núcleo del Evangelio y olvidó todo lo demás. Esto es una simplificación del Evangelio que equivale a una amputación. Porque, si bien el núcleo es lo más importante, no lo es todo.
Lutero se vio forzado a construir un nuevo concepto de Iglesia y creó el concepto de una Iglesia escondida y una iglesia visible. Pero esta visión acerca de dos iglesias no tiene una adecuada correspondencia con las Sagradas Escrituras y con la Tradición Apostólica. Sin duda este nuevo concepto de Iglesia que creó Lutero es el punto de mayor dificultad entre católicos y evangélicos.
Los evangélicos actualmente no tienen culpa del hecho de esta desunión y no están privados de sentido y de fuerza en el misterio de salvación. Pero un católico nunca podrá aceptar esta opinión: «Cristo salva, la Iglesia no salva». Es presentar un cristianismo mutilado, es una verdad a medias. Aceptar a Cristo significa aceptar a su Iglesia. La Iglesia es, por tanto, el «Cristo total» , su proyección y encarnación en el tiempo. El Concilio Vaticano en la Lumen Gentium (Nro. 14) tiene una frase que da mucha luz al respecto: «Enseña que la Iglesia peregrina es necesaria para la salvación… y no podrían salvarse quienes, sabiendo que la Iglesia Católica fue instituida por Jesucristo, como necesaria, desdeñaran entrar o no quisieran permanecer en ella». Hermanos queridos, cuando les inviten a cambiar de religión, lean y mediten estos temas que, repito, he escrito sin ánimo de ofender, y sólo por esclarecer la verdad. Católicos, ¡lean y mediten esto y no se cambien de religión!
Cuestionario
¿Es correcta la expresión: «Sólo Cristo salva»? ¿Cuál es la visión protestante al respecto? ¿Qué significa, según Lutero, que Jesús fundó una Iglesia espiritual e invisible? ¿Cuál es la visión católica de la Iglesia? ¿Dónde se encuentra la revelación Divina? ¿Dan y significan la gracia los sacramentos? ¿Cuáles son las cuatro notas esenciales a la Verdadera Iglesia? ¿Es necesaria la Iglesia para la salvación?
Aquila y Priscila, el matrimonio santo que ayudó a san Pablo
Hicieron de su casa una iglesia doméstica y aprovecharon sus cambios de domicilio para evangelizar en varias ciudades
Aquila y Priscila eran un matrimonio joven.
Aquila era tejedor de tiendas de campaña. Procedía de la diáspora judía que había llegado a Roma por la Anatolia del Norte (actual Turquía).
Su mujer era Priscila —abreviado, Prisca —, romana de nacimiento. Según una antigua tradición, era familiar del senador Caio Mario Pudente Corneliano, quien hospedaba a San Pedro en su casa en el Viminale.
No hay testimonio escrito de ello, pero existen pinturas en las que vemos a san Pedro administrando el Bautismo a una joven llamada Prisca.
Exilio a Corinto
Por un decreto del emperador Tiberio Claudio César, que temía una revuelta de los judíos en Roma, el matrimonio de Aquila y Priscila se vio obligado a marcharse a Corinto, en Grecia. Esta ciudad era centro comercial, potente en púrpura y tejidos.
San Pablo había acudido a la ciudad para evangelizar, pero su discurso había pasado desapercibido entre personas acostumbradas a muchas novedades pero una vida superficial.
Aquila y Priscila le dieron alojamiento en su casa. Pablo era también tejedor de tiendas, de modo que Aquila le ofreció la posibilidad de trabajar con él en su taller.
En el año 52, san Pablo dejó Corinto y viajó junto con Aquila y Priscila a Éfeso, capital del Asia proconsular. También viajaron con ellos Silas y Timoteo. La travesía duró unos diez días.
Evangelizaron a Apolo
En Éfeso, el matrimonio escucha un día la predicación de Apolo, un hombre culto y que buscaba la verdad, en la sinagoga. Los Hechos de los Apóstoles narran que cuando el joven acabó de hablar, “le tomaron consigo y le expusieron con más exactitud el camino de Dios.”
Como resultado de aquel encuentro, Apolo pidió ser bautizado.
En el año 57 Aquila y Priscila regresaron a Roma. San Pablo, cuando escribe su epístola a los Romanos manda saludos para ellos, «mis colaboradores en Cristo Jesús, a quienes damos gracias no solo yo sino también todas las iglesias de los gentiles».
Y aporta un dato relevante: «Saludad -dice- a la iglesia que se reúne en su casa«, esto es, era una iglesia doméstica.
Es posible que aquella casa estuviera situada donde hoy se encuentra la iglesia de santa Prisca y que cuenta con restos de dos edificios de los siglos I y II d.C.
En el año 67 Aquila y Priscila se encontraban en Éfeso. San Pablo les envía saludos en su Carta a Timoteo.
Reflexión
«Así conocemos el papel importantísimo que desempeñó esta pareja de esposos en el ámbito de la Iglesia primitiva: acogían en su propia casa al grupo de los cristianos del lugar, cuando se reunían para escuchar la palabra de Dios y para celebrar la Eucaristía. Ese tipo de reunión es precisamente la que en griego se llama ekklesìa —en latín ecclesia, en italiano chiesa, en español iglesia—, que quiere decir convocación, asamblea, reunión.
Así pues, en la casa de Áquila y Priscila se reúne la Iglesia, la convocación de Cristo, que celebra allí los sagrados misterios. De este modo, podemos ver cómo nace la realidad de la Iglesia en las casas de los creyentes. (…)
Esta pareja demuestra, en particular, la importancia de la acción de los esposos cristianos. Cuando están sostenidos por la fe y por una intensa espiritualidad, su compromiso valiente por la Iglesia y en la Iglesia resulta natural. La comunión diaria de su vida se prolonga y en cierto sentido se sublima al asumir una responsabilidad común en favor del Cuerpo místico de Cristo, aunque sólo sea de una pequeña parte de este. Así sucedió en la primera generación y así seguirá sucediendo.
De su ejemplo podemos sacar otra lección importante: toda casa puede transformarse en una pequeña iglesia. No sólo en el sentido de que en ella tiene que reinar el típico amor cristiano, hecho de altruismo y atención recíproca, sino más aún en el sentido de que toda la vida familiar, en virtud de la fe, está llamada a girar en torno al único señorío de Jesucristo».
Fragmento de la Audiencia general del papa Benedicto XVI el 7 de febrero de 2007