En el Día Internacional de la Mujer, oremos por cada una

Redacción de Aleteia – publicado el 08/03/16 – actualizado el 07/03/24

 

EL DIA 8 DE MARZO ESTA MARCADO COMO EL DIA INTERNACIONAL DE LA MUJER. DESDE PAX SALUDAMOS A CADA MUJER POR SUS DONES Y FE.

Porque el papel de la mujer en el mundo y en la Iglesia es fundamental, oremos por cada una para que Dios las acompañe en medio de sus alegrías y dificultades.

Está marcado como el Día Internacional de la Mujer. La Conferencia del Episcopado Mexicano ha dado un mensaje con ese motivo, en el que quieren «compartir un mensaje de esperanza y reconocimiento hacia todas las mujeres que, con su invaluable contribución, enriquecen la vida de la Iglesia y de la sociedad».

Además, hacen «un llamado a toda la sociedad mexicana a valorar, respetar y promover la dignidad y los derechos de las mujeres, superando toda forma de discriminación y violencia.

Oportunidades equitativas

 

 

Los obispos mencionan el libro del Génesis: «Dios creó al ser humano a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó» (Gn 1, 27), para destacar que «esta igualdad fundamental debe traducirse en oportunidades equitativas en el ámbito laboral, educativo, político y eclesial».

Finalmente, encomiendan a todas las mujeres «a la protección maternal de la Virgen María de Guadalupe», pidiendo al Espíritu Santo:

Que siga suscitando en ellas los dones de fortaleza, sabiduría y caridad, para que sean fermento de transformación en nuestra patria».

El Evangelio de hoy compara la oración egocéntrica del fariseo con la oración centrada en Dios del recaudador de impuestos.

 

El Fariseo ora para sí mismo. Esta es, sugiere Jesús, una oración fraudulenta, totalmente inadecuada, precisamente porque simplemente confirma al hombre en su autoestima. Y el dios al que reza es, necesariamente, un dios falso, un ídolo, ya que se deja emplazar por las necesidades que impulsan el ego del fariseo.

Luego Jesús nos invita a meditar sobre la oración del publicano. Habla con una elocuencia simple: “Se golpeaba el pecho diciendo: ‘¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!’” Aunque es un discurso articulado, no es un lenguaje que confirma la independencia y poder del orador; todo lo contrario. Es más un grito o un gemido, reconociendo la necesidad de recibir la misteriosa misericordia por la que ruega.

En la primera oración, “dios” es el miembro principal en una audiencia que se desplega ante el ego del fariseo. Pero en la segunda oración, Dios es el actor principal, y el publicano es el público que espera la actuación cuyos límites él no puede prever por completo.

Veamos si en nosotros, como en el fariseo, existe «la presunción interior de ser justos» (v. 9) que nos lleva a despreciar a los demás. Ocurre, por ejemplo, cuando buscamos cumplidos y enumeramos siempre nuestros méritos y buenas obras, cuando nos preocupamos por aparentar en lugar de ser, cuando nos dejamos atrapar por el narcisismo y el exhibicionismo. Donde hay demasiado yo, hay poco Dios. En mi tierra, esta gente se llama «yo mí, me, conmigo». Y una vez se hablaba de un sacerdote que era así, centrado en sí mismo, y la gente solía bromear: «Ese, cuando inciensa, lo hace al revés, se inciensa a sí mismo». Y así, también te hace caer en el ridículo. (Ángelus, 23 de octubre de 2022)

Francisca Romana, Santa

Memoria Litúrgica, 9 de marzo





Esposa, madre, viuda y apóstol seglar

 

Giovanni Antonio Galli – Santa Francesca Romana con el ángel

Martirologio Romano: Santa Francisca, religiosa, que, casada aún adolescente, vivió cuarenta años en matrimonio y fue excelente esposa y madre de familia, admirable por su piedad, humildad y paciencia. En tiempos calamitosos distribuyó sus bienes entre los pobres, asistió a los atribulados y, al quedar viuda, se retiró a vivir entre las oblatas que ella había reunido bajo la Regla de san Benito, en Roma. († 1440)

Fecha de canonización: 29 de mayo de 1608 siendo Papa Pablo V

Breve Biografía


Francisca Bussa de Buxis de Leoni nació en Roma en el año 1384. Era de una familia noble y rica y, aunque aspiraba a la vida monástica, tuvo que aceptar, como era la costumbre, la elección que por ella habían hecho sus padres.

Rara vez un matrimonio así combinado tiene éxito; pero el de Francisca lo tuvo. La joven esposa, sólo tenía trece años, se fue a vivir a casa del marido, Lorenzo de Ponziani, también rico y noble como ella. Con sencillez aceptó los grandes dones de la vida, el amor del esposo, sus títulos de nobleza, sus riquezas, los tres hijos que tuvo a quienes amó tiernamente y dedicó todos sus cuidados; y con la misma sencillez y firmeza aceptó quedar privada de ellos.



El primer gran dolor fue la muerte de un hijo, poco después murió el otro, renovando así la herida de su corazón que todavía sangraba. En ese tiempo Roma sufría los ataques del cisma de Occidente por la presencia de los antipapas. A uno de los pontífices, Alejandro V, le hizo la guerra el rey de Nápoles, Ladislao, que invadió Roma dos veces.

La guerra tocó de cerca también a Francisca pues hirieron al marido y, al único hijo que le quedaba, se lo llevaron como rehén. Todas estas desgracias no lograron doblegar su ánimo apoyado por la presencia misteriosa pero eficaz de su Ángel guardián.



Su palacio parecía meta obligada para todos los más necesitados. Fue generosa con todos y distribuía sus bienes para aliviar las tribulaciones de los demás, sin dejar nada para sí.

Para poder ampliar su radio de acción caritativa, fundó en 1425 la congregación de las Oblatas Olivetanas de santa María la Nueva, llamadas también Oblatas de Tor de Specchi.

A los tres años de la muerte del marido, emitió los votos en la congregación que ella misma había fundado, y tomó el nombre de Romana.

Murió el 9 de marzo de 1440. Sus restos mortales fueron expuestos durante tres días en la iglesia de santa María la Nueva, que después llevaría su nombre.

Tan unánime fue el tributo de devoción que le rindieron los romanos que, según una crónica del tiempo, se habla de que toda la ciudad de Roma acudió a rendirle el extremo saludo. Fue canonizada en 1608.

 

La paz esté con ustedes. Amigos, llegamos ahora al cuarto domingo de Cuaresma y he comentado que las lecturas para Cuaresma son muy ricas, siempre lo son.

 

Y tenemos que agudizar los sentidos cuando las escuchamos. Y la lectura para hoy, el Evangelio es uno de los textos más famosos en la Biblia. De hecho, ahora un poco menos. Pero en mi juventud, se veía todo el tiempo en los eventos deportivos y demás. La gente levantaba carteles que decían, “Juan 3,16”. Y la referencia es para una frase del Evangelio de hoy, que es, “Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. Ven por que la gente la ha blandido en alto, porque de muchas maneras es el Evangelio en miniatura. Si alguien preguntara, “Bueno, ¿de qué trata el Cristianismo?”, y tuvieras un solo versículo del Nuevo Testamento, ese no es un mal candidato para señalar. “Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.

 

De acuerdo, ya llegaré allí, pero quiero presten atención a lo que está justo antes porque pienso que, de muchas maneras, podemos aislar esa frase demasiado y perdernos la importancia real que tiene por no atender a lo que sucede justo antes. Es el famoso discurso a Nicodemo, ya que estamos, este anciano de Israel, este maestro de Israel que se acerca a Jesús de noche para que no lo detecten. Está fascinado por este rabí que ha hecho milagros y predicado de esta manera extraordinaria, y se acerca con estas preguntas minuciosas. Así que esta conversación es de enorme importancia para la teología y espiritualidad Cristiana. Así es como comienza el Evangelio de hoy. Son los versículos justo antes del famoso de Juan 3,16. Jesús dijo a Nicodemo:

“Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”. La referencia aquí, que a nadie del siglo primero se le hubiera escapado si conocía las escrituras hebreas, la referencia es a la escena del Antiguo Testamento. Los israelitas están en el recorrido desde la esclavitud a la tierra prometida, en el punto en que son picados por serpientes ardientes, quiere decir serpientes venenosas. Así que probablemente cierta clase de víbora venenosa, que muerde a la gente, matando a muchos, enfermando a otros. Lo abordan a Moisés quejándose, “¿Qué tenemos que hacer?”. Y entonces Moisés acude al Señor y él le dice, “Mira, quiero que fabriques una imagen de una serpiente ardiente. Quiero que la montes sobre un mástil”. Así que piensen en esta escultura tal vez de bronce montada sobre un mástil, “Y quiero que la coloques en alto, y todos aquellos que miren la imagen de la serpiente serán curados”. Así sucedió y ustedes dirán, “Bueno, de acuerdo, esa es una historia peculiar. La gente se enferma al ser mordida. ¿Por qué razón sostener en alto una imagen de la serpiente que los dañaba, por qué eso los curaría?» Bueno, creo que en muchos aspectos esa historia es muy adelantada en su tiempo. Esa historia es de vanguardia porque, ahora nosotros, que hemos heredado la sabiduría de algunos de los fundadores de la psicología, entendemos esta dinámica muy bien. Si alguien está sufriendo por un miedo, han sido mordidos por una serpiente ardiente. Existe algo en su experiencia que los asusta, los lastima.

Claman a Dios, “Sálvame de esto”. ¿Qué dice el Señor? “No huyan de lo que los atemoriza; antes bien, mírenlo. Mírenlo y serán curados. Mírenlo y su miedo será conquistado”. Ahora, no me refiero a esto en esta especie de modo automático, sino que psicológicamente. Le temes a hablar en público. Bueno, no huyas de eso. No, no.

 

 

Ponte de pie y acepta las invitaciones para hablar públicamente. Mira a la cara a tu temor. Tienes miedo de salir y conocer gente. Bueno, no te quedes en tu casa acobardado. No, no. Acepta invitaciones. Sal. Enfrenta tu temor. Temes al fracaso. Bueno, sé que puedes pasar el resto de tu vida atascado en tu habitación o puedes salir e intentarlo de nuevo. Te caes del caballo, te subes a él nuevamente. Sabemos eso tanto en términos de sabiduría popular como de reflexión psicológica. La misma dinámica aquí, me parece a mí. ¿Qué te ha mordido en tu vida? ¿Qué te ha herido, envenenado? Míralo y serás curado. Hay algo de la tradición Budista que siempre me ha gustado. Existe un pequeño adagio que dice, “Invita a tus temores a tomar el té”. Es una imagen cómica, pero ven la idea es que su temor al fracaso, su temor a la enfermedad, su temor a la muerte, su temor a perder sus amigos. Podrías identificarte tanto con esos temores que ellos te definirán. Cuando los invitas a tomar el té, “Bueno, de acuerdo, existe mi temor a la muerte, existe mi temor al fracaso. Bienvenidos. Aquí tienen una taza de té”. Lo que has hecho es distanciarte efectivamente de tu temor. Has dejado de identificarte con tu temor, y lo miras, los recibes como un invitado. Los invitas a tomar el té. Esto es algo similar. Ahora, esta es la escena. Es muy importante. Esta es la escena en la que Jesús atrae la atención de Nicodemo.

“Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”. ¿Qué es levantar al Hijo del hombre? La cruz. Cuando Jesús es levantado de la tierra y mostrado en su cruz. Miras a la serpiente ardiente, eres curado. Crees en el Hijo del hombre levantado en la cruz y tendrás vida eterna. Quisiera postular que aquí se sigue la misma dinámica. ¿Qué es lo que ven en la cruz de Jesús? Absolutamente todo lo que los atemoriza. Piensen en el transcurso de sus vidas humanas. ¿A qué le temen? Bueno, ¿qué tal la crueldad? ¿Qué tal la profunda injusticia institucional, de la que han sido víctimas? ¿Qué tal la negación de sus amigos, la gente que pensaron estaban en su círculo íntimo y que niegan incluso conocerlos? De hecho, en el momento de su mayor necesidad, dicen “Ni siquiera conozco a este.

 

No tengo nada que ver con él”. ¿Qué tal la traición de alguien de tu círculo íntimo, alguien en quien confiaban, un amigo querido que se vuelve en contra y te hace daño? Ven eso en la cruz de Jesús, ¿cierto? Violencia, me refiero a una violencia espantosa. Piensen en el proceso de crucifixión, todo lo que conllevaba. Violencia espeluznante. Sufrimiento físico. Miren, todos nosotros, todos nosotros, por supuesto, tememos al sufrimiento físico. Bueno, una crucifixión, literalmente sufrimiento “excruciante”, la peor clase de dolor. Los romanos dominaron el arte de esta forma de ejecución horrible. Jesús está ahí en el límite del sufrimiento físico. ¿Qué tal el sufrimiento psicológico? Ser abandonado, estar solo. La decepción que debe haber sentido Jesús en la cruz mientras todos huían de él. Y luego la humillación. Cuán contemporáneo que empieza a sonar. Hoy, con las redes sociales, falsas acusaciones y luego esas falsas acusaciones se multiplican por todas partes, por todo el mundo de las redes, donde te humillan públicamente. Bueno, Jesús sintió eso en la cruz. Mientras estaba expuesto, desnudo en la cruz, un cartel sobre la cabeza burlándose de él, gente que lo escupe al pasar, humillación pública. Y luego el último paso, es casi tan espantoso decirlo, cuando Jesús dice en la cruz, “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”, es ese sufrimiento espiritual profundo, esa sensación de haber sido abandonado, sí, incluso por Dios. Ahora, ven el punto.

Cuando el Hijo del hombre sea levantado, es como la serpiente ardiente en el desierto. ¿Por qué? Porque esas son todas las cosas, las que nombré, todas las cosas que nos muerden y nos envenenan y nos dañan. Todas las cosas a las que les tememos. ¿Qué es lo que no hay que hacer? No hay que huir ni esconderse de ellas. No te acobardas a causa de ellas. En cambio, las miras. Cuando el Hijo del hombre sea levantado, les dará la vida eterna a todos los que crean en él. Es que… ¿Qué ven en esa cruz? Sí, todo el sufrimiento y temor que nos atormenta. Al mismo tiempo, y este es el corazón del Evangelio, al mismo tiempo, ves al Dios que nos acompaña en y a través de todo ello. ¿Qué podrá separarnos del amor de Dios? “Nada”, dice San Pablo, “ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo alto ni lo bajo, ni creatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios”. ¿Por qué? Porque Pablo vio al Hijo del hombre levantado, mirando a todo lo que nos envenena, pero viendo a Dios que nos acompaña en y a través y a pesar de todo ello, el Dios que por tanto efectivamente le quita el poder a todo ello. De acuerdo.

Eso es todo lo que viene antes del famoso Juan 3,16. Con todo eso en mente entonces, escuchen de nuevo. “Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único”. ¿Cómo lo entregó? ¿Lo entregó en qué sentido? Lo entregó a nuestro sufrimiento. “Ve todo el camino descendente”, el Padre le dice al Hijo. “Recorre todo el camino descendente. Ve a todo lo que los atemoriza —todo— y demuestra que el amor divino nos acompaña incluso mientras miramos a todas estas cosas que nos atemorizan”. Y es por eso que en esa cruz encontramos salvación —“salus” en latín significa salud— salvación significa curación. ¿Cómo se curan de sus temores psicológicos? Tienen que mirarlos. Tienen que enfrentarlos. ¿Cómo se curan en el orden espiritual de todo lo que nos atemoriza? Miren al Hijo del hombre, que es como la serpiente del desierto. Miren al Hijo del hombre, escuchen, soportando todo el pecado y el sufrimiento del mundo. Y en ese acto, logramos conquistar nuestro temor. Sabemos que nada nos puede separar del amor de Dios. Amigos, con todo eso en mente desplacémonos, mientras nos estamos acercando mucho a la Semana Santa, desplacémonos a la contemplación de la Pasión y muerte de Jesús. Y Dios los bendiga.