John 3:1-8
Hoy en el Evangelio tenemos una conversación inagotable y rica con Nicodemo, en la cual Jesús le dice: “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios”.
Jesús está hablando con gran franqueza sobre la metanoia, sobre el cambio de actitud requerido antes de ser capaz de vivir la energía de la Encarnación. Jesús presiente que Nicodemo, un gran “maestro de Israel”, está atrapado en una red de preocupaciones egoístas, todavía aferrado con temor al poder y status, satisfecho en la sujeción a las tradiciones religiosas de su pueblo.
Y la preocupación de Jesús se confirma en el racionalismo casi cómico de la respuesta de Nicodemo a la invitación de volver a nacer: “¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?”. Mientras Jesús habla con un lenguaje evocador y analógico sobre el alma, Nicodemo escucha con los oídos del ego, del poder racional que desea saber con claridad y controlar.
Es precisamente este racionalismo temeroso el que Nicodemo debe abandonar en el doloroso proceso de renacimiento y reconfiguración del alma.
Jesús dice a Nicodemo que para “ver el reino de Dios” es necesario “renacer de lo alto”. No se trata de empezar de nuevo a nacer, de repetir nuestra venida al mundo, esperando que una nueva reencarnación abra de nuevo nuestra posibilidad de una vida mejor. Esta repetición no tiene sentido. Es más, vaciaría de todo significado la vida vivida, cancelándola como si fuera un experimento fallido, un valor caducado, un envase desechable. No, no es esto, este nacer de nuevo, del que habla Jesús, es otra cosa. Esta vida es valiosa a los ojos de Dios: nos identifica como criaturas amadas por Él con ternura. El “nacimiento de lo alto”, que nos consiente “entrar” en el reino de Dios, es una generación en el Espíritu, un paso entre las aguas hacia la tierra prometida de una creación reconciliada con el amor de Dios. Es un renacimiento de lo alto, con la gracia de Dios. (Audiencia General, 8 junio 2022)
Robert de Chaise-Dieu, Santo
Abad, 17 de abril
Martirologio Romano: En el monasterio de Chaise-Dieu, de la Alvernia, en Francia, san Roberto, abad, que, habiéndose retirado a este lugar para vivir como solitario, se le juntaron muchos hermanos, y con su predicación y ejemplo de vida reunió a un buen número de ellos . († 1067)
También es conocido como: San Roberto de Turlande.
Etimológicamente: Roberto = Aquel que brilla por su fama, es de origen germánico.
Fecha de canonización: En el año 1351 por el Papa Clemente VI, antiguo abad de La-Chaise-Dieu, rubrica la canonización.
Breve Biografía
Fundador de la Abadía de Chaise-Dieu en Alvernia; nacio en Aurilac, Auvergne, aproximadamente en el año 1000; murió en Auvergne, en 1067.
Por el lado de ascendencia de su padre, perteneció a la familia de los Condes de Aurilac, de quienes se había originado San Geraud Estudió en Brioude cerca de la basílica de San Julián, en una escuela abierta para la nobleza de Auvergne, establecida por los cánones de la ciudad. Habiendo entrado en la comunidad, y habiendo sido ordenado sacerdote, Roberto se distinguió por su piedad, caridad, celo apostólico, elocuentes discursos y el don de los milagros. Durante cerca de cuarenta años, permaneció en Cluny para vivir bajo la norma de su compatriota también santo, Abbé Odilo.
Tuvo mucho renombre en sus virtudes y atrajo a un gran número de discípulos, fue obligado entonces a construir un monasterio, el cual fue colocado bajo la norma de San Benedicto (1050).
León IX construyó la Abadía de Chaise-Dieu, el cual llegó a ser uno de los emblemas del floreciente cristianismo.
A la muerte de Roberto, el 17 de abril de 1067, se tenían unos 300 monjes y se habían enviado multitudes al centro de Francia. Roberto también fundó una comunidad para mujeres en Lavadieu cerca de Brioude.
Por medio de la elevación del monje de Chaise-Dieu, Pierre Roger, al solio pontificio, bajo el nombre de Clemente IV, la abadía alcanzó el pináculo de su gloria.
El cuerpo de San Roberto se preservaba allí, fue quemado por los hugonotes durante las guerras religiosas. Su trabajo fue destruido por la Revolución Francesa, pero hay restos que quedan para admiración de los turistas, tales como la iglesia devastada, la tumba de Clemente VI, y la torre clementina.
Identidad
Santo Evangelio según san Juan 3, 1-8. Lunes II de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, ayúdame a recordar las tantas veces en que he podido ver tu bondad en mi vida. Aumenta esa confianza que me une a ti. Regálame la sencillez para poder mirarte con simple gratitud. Aumenta mi simplicidad y ponme frente a ti en este instante. Quiero estar contigo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 3, 1-8
Había un fariseo llamado Nicodemo, hombre principal entre los judíos, que fue de noche a ver a Jesús y le dijo: «Maestro, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces, si Dios no está con él». Jesús le contestó: «Yo te aseguro que quien no renace de lo alto, no puede ver el Reino de Dios». Nicodemo le preguntó: «¿Cómo puede nacer un hombre siendo ya viejo? ¿Acaso puede, por segunda vez, entrar en el vientre de su madre y volver a nacer?».
Le respondió Jesús: «Yo te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne, es carne; lo que nace del Espíritu, es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tienen que renacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Fue de noche a ver a Jesús. Nicodemo, pobre hombre. Se movía entre los suyos pero ya no se sentía parte de ellos. Alguien había llegado a su vida; alguien había cambiado sus planes; o al menos no dejaba de interpelarlo para que lo hiciera. Cristo había pasado por su vida y él ya no podía resistir mucho más. Sin embargo, tenía miedo. Quería estar con el Señor, quería expresarle su buena voluntad; quería compartirle que tenía una pobre fe, pero que la tenía.
Sin embargo, aún no cogía valor suficiente. Estaba caminando con «prudencia»… quizá demasiada. Valiente fue a ver a Jesús, pero fue de noche. ¿Qué habría pasado si hubiese ido a encontrarlo de día? Es peligroso de verdad mostrar tu fe frente a la gente.
Si el mundo no se cae, al menos tu fama, tu previa imagen, aquella por la que trabajaste tanto tiempo y por la que trabajas en cada instante puede caer. Ahora me aprecian, me valoran, tengo una personalidad que, si bien no es querida por todos, al menos simpatiza con algunos. Y no sé qué haría si se me pidiera mostrar mi fe. En otras palabras, no sé qué pasaría si la gente supiera que creo en ti.
Podemos pensar que Nicodemo estaba recorriendo un camino de conversión. Que el encuentro de hoy sería un paso de un futuro cambio. Pero el cambio, al final de cuentas, tendría que darse. Y si el cambio no se diera, mucho habría sido en vano… ¿tal vez todo?
¿En qué aprovecha creer a medias?, ¿no es lo mismo que no creer? Existe una cosa que se llama identidad. Ella da libertad; pero sólo si existe plenamente. Si creo en ti, Señor, entonces ¡te pido que sea desde que mis ojos se abren por la mañana hasta cuando los cierro por la noche! Dame autenticidad; dame fuerzas. Estoy disponible. Estoy verdaderamente abierto a tu gracia.
«El verdadero protagonista de todo esto es el Espíritu Santo. Cuando Jesús habla de “nacer de nuevo”, nos hace entender que es el Espíritu el que nos cambia, el que viene de cualquier parte, como el viento: escuchemos su voz. Solo el Espíritu es capaz de cambiar nuestra actitud, de cambiar la historia de nuestra vida, cambiar nuestra pertenencia».
(Homilía de S.S. Francisco, 13 de abril de 2015, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Buscaré hacer una oración antes de comenzar a cumplir mis tareas de cada día, para ponerme en las manos del Señor y permanecer en ellas.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
San Roberto de Molesmes, cofundador del Císter
Abad y uno de los fundadores de la Orden del Císter en Francia, en el siglo XI
San Roberto de Molesmes (o san Roberto abad) nació hacia el año 1028. A los 15 años ingresó en la abadía de Montier-la-Celle, de la que llegó a ser prior.
Hacia el año 1068 fue nombrado abad de Saint Michel-de-Tonnerre para frenar la relajación en que vivían los monjes. Pero no lo logró y regresó a Montier-la-Celle.
El papa Gregorio VII le dio permiso para fundar un monasterio en Molesmes en 1075, junto con eremitas que vivían en el bosque de Colan.
El monasterio, en principio, era un conjunto de chozas hechas con ramas en torno a una capilla dedicada a la Santísima Trinidad.
Los monjes eran piadosos, pero al aumentar su riqueza se unieron a ellos monjes poco devotos.
San Roberto, al ver la situación quiso marcharse dos veces, pero el Papa le mandó que se quedara y obedeció.
En el año 1098, san Roberto decide abandonar Molesmes y funda el monasterio de Cîteaux (Císter).
Sin embargo, los monjes de Molesmes le piden de nuevo que regrese y se comprometen a seguir la regla de san Benito. San Roberto regresa y el monasterio, siendo abad Alberico, crece en santidad.
San Roberto muere el 17 de abril de 1111.
Santo patrón
San Roberto de Molesmes es uno de los fundadores de la Orden del Císter.
Oración
Tú Señor, que concediste a san Roberto de Molesmes el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por intercesión de este santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo, que vive y reina contigo.