.

 

 

Juana Francisca de Chantal, Santa

Memoria Litúrgica, 12 de agosto

Viuda y Fundadora

Martirologio Romano: Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal, religiosa, que siendo primero madre de familia, tuvo como fruto de su cristiano matrimonio seis hijos, a los que educó piadosamente, y muerto su esposo, bajo la dirección de san Francisco de Sales abrazó con decisión el camino de la perfección y realizó obras de caridad, en especial para con los pobres y enfermos. Dio comienzo a la Orden de la Visitación de santa María, que dirigió también prudentemente, y su muerte tuvo lugar en Moulins, junto al Aller, cerca de Nevers, en Francia, el día trece de diciembre (1641).

Breve Biografía

Santa Juana Francisca Fremiot nació en Dijon, Francia, el 23 de enero, de 1572, nueve años después de finalizado el Concilio de Trento. De esta manera, estaba destinada a ser uno de los grandes santos que el Señor levantó para defender y renovar a la Iglesia después del caos causado por la división de los protestantes. Santa Juana fue contemporánea de S. Carlos Borromeo de Italia, de Sta. Teresa de Ávila y S. Juan de la Cruz de España, de S. Juan Eudes y de sus compatriotas, el Cardenal de Berulle, el Padre Olier y sus dos renombrados directores espirituales, San Francisco de Sales y San Vicente de Paúl. En el mundo secular, fue contemporánea de Catalina de Medici, del Rey Luis XIII, Richelieu, Mary Stuart, la Reina Isabel y Shakespeare. Murió en Moulins el 13 de diciembre, de 1641.

Su madre murió cuando tenía tan solo dieciocho meses de vida. Su padre, hombre distinguido, de recia personalidad y una gran fe, se convirtió así en la mayor influencia de su niñez. A los veintiún años se casó con el Barón Christophe de Rabutin-Chantal, de quien tuvo seis hijos. Dos de ellos murieron en la temprana niñez. Un varón y tres niñas sobrevivieron. Tras siete años de matrimonio ideal, su esposo murió en un accidente de cacería. Ella educó a sus hijos cristianamente.

En el otoño de 1602, el suegro de Juana la forzó a vivir en su castillo de Monthelon, amenazándola con desheredar a sus hijos si se rehusaba. Ella pasó unos siete años bajo su errática y dominante custodia, aguantando malos tratos y humillaciones. En 1604, en una visita a su padre, conoció a San Francisco de Sales. Con esto comenzó un nuevo capítulo en su vida.

Bajo la brillante dirección espiritual de San Francisco de Sales, nuestra Santa creció en sabiduría espiritual y auténtica santidad. Trabajando juntos, fundaron la Orden de la Visitación de Annecy en 1610. Su plan al principio fue el de establecer un instituto religioso muy práctico algo similar al de las Hijas de la Caridad, de S. V. de Paúl. No obstante, bajo el consejo enérgico e incluso imperativo del Cardenal de Marquemont de Lyons, los santos se vieron obligados a renunciar al cuidado de los enfermos, de los pobres y de los presos y otros apostolados para establecer una vida de claustro riguroso. El título oficial de la Orden fue la Visitación de Santa María.

Sabemos que cuando la Santa, bajo la guía espiritual de S. Francisco de Sales, tomó la decisión de dedicarse por completo a Dios y a la vida religiosa, repartió sus joyas valiosas y sus pertenencias entre sus allegados y seres queridos con abandono amoroso. De allí en adelante, estos preciosos regalos se conocieron como “las Joyas de nuestra Santa.” Gracias a Dios que ella dejó para la posteridad joyas aún más preciosas de sabiduría espiritual y edificación religiosa.

A diferencia de Sta. Teresa de Ávila y de otros santos, Juana no escribió sus exhortaciones, conferencias e instrucciones, sino que fueron anotadas y entregadas a la posteridad gracias a muchas monjas fieles y admiradoras de su Orden.

Uno de los factores providenciales en la vida de Sta. Juana fue el hecho de que su vida espiritual fuera dirigida por dos de los más grandes santos todas las épocas, S. Francisco de Sales y S. Vicente de Paúl. Todos los escritos de la Santa revelan la inspiración del Espíritu Santo y de estos grandiosos hombres. Ellos, a su vez, deben haberla guiado a los escritos de otros grandes santos, ya que vemos que ella les indicaba a sus Maestras de Novicias que se aseguraran de que los escritos de Sta. Teresa de Ávila se leyeran y estudiaran en los Noviciados de la Orden.

Santa Juana fue una auténtica contemplativa. Al igual que Sta. Brígida de Suecia y otros místicos, era una persona muy activa, llena de múltiples proyectos para la gloria de Dios y la santificación de las almas. Estableció no menos de ochenta y seis casas de la Orden. Se estima que escribió no menos de once mil cartas, que son verdaderas gemas de profunda espiritualidad. Más de dos mil de éstas se conservan todavía. La fundación de tantas casas en tan pocos años, la forzó a viajar mucho, cuando los viajes eran un verdadero trabajo.

Sta. Juana le escribió muchas cartas a S. Francisco de Sales, en búsqueda de guía espiritual. Desafortunadamente, después de la muerte de S. Francisco la mayoría de las cartas le fueron devueltas a Sta. Juana por uno de los miembros de la familia de Sales. Como era de esperarse, ella las destruyó, a causa de su naturaleza personal sagrada. De este modo, el mundo quedó privado de lo que pudo haber sido una de las mejores colecciones de escritos espirituales de esta naturaleza.
El 13 de diciembre recordamos su ingreso al reino de los cielos, pero su fiesta fue asignada para el 12 de agosto.

La preciosa amistad que establecieron estos santos dio grandes frutos, en sus almas y también a su alrededor«Es hermoso poder amar en la tierra como se ama en el cielo». Son palabras de Francisco de Sales, un santo que disfrutó de una preciosa y fructífera amistad con santa Juana Francisca Chantal. Las cartas que estos dos santos -él arzobispo de Ginebra, ella viuda y madre de cuatro hijos- se intercambiaron durante 18 años son un bonito testimonio de lo grande que puede ser la amistad. «Dios, me parece, me dio a usted; estoy más seguro de eso a cada hora», escribió Francisco. Amistad en las palabras y en los hechos. Más allá del papel, su preciosa relación se expresó también en bonitas obras de caridad que llevaron a cabo juntos. De hecho, el obispo encontró en Juana a la persona que finalmente pudo dar forma a su soñado proyecto de ayuda a los necesitados: una fundación para los enfermos, la orden de la Visitación de Santa María.

El arzobispo encontró un refugio en el corazón de su amiga, hasta el punto de afirmar: «Nunca será posible que algo me separe de su alma: nuestro vínculo es demasiado fuerte, la misma muerte sería incapaz de disolverlo».
Hoy los restos mortales de estos dos santos descansan en el mismo lugar, en la basílica de la Visitación, en Annecy. Y sus almas, felizmente unidas en el cielo.

 

 

Una gota del perfume del perdón

Santo Evangelio según san Mateo 18, 21-19, 1. Jueves XIX del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, enséñame en este día a llevar tu amor. No quiero vivir esta oración para mí sino quiero encontrarme con tu amor que me perdona siempre y no mira la grandeza de mis faltas. Me amas profundamente y quiero aprender amar como Tú lo has hecho conmigo. Quiero estar aquí y ver la historia maravillosa de tu amor en mi vida. Quiero ver todas las veces que he salido de casa, me he perdido, me he manchado y Tú, me has esperado con la mesa puesta y con los brazos abiertos.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Mateo 18, 21-19, 1

En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?” Jesús le contestó: “No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”.

Entonces Jesús les dijo: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron le debía muchos millones. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la deuda. El servidor, arrojándose a sus pies, le suplicaba, diciendo: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda.

Pero, apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba, mientras le decía: ‘Págame lo que me debes’. El compañero se le arrodilló y le rogaba: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.

Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contarle al rey lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: ‘Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?’ Y el señor encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.

Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes si cada cual no perdona de corazón a su hermano”. Cuando Jesús terminó de hablar, salió de Galilea y fue a la región de Judea que queda al otro lado del Jordán.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Con los brazos abiertos. Cuántas veces al sentirnos libres abrimos los brazos, podemos decir que es el símbolo de la libertad. Pero si pensamos un poco en ese gesto podemos darnos cuenta de que solamente quien es libre puede recibir a otro. Solamente quien aprende a perdonar se libera de unas cadenas pesadas. Pensemos por un momento en eso que nos puede estar atando. Esas cadenas que puedan estar quitándonos la libertad y la paz. ¡Cuántas noches sin dormir pensando en alguna palabra, tal vez muy pequeña, que me pudo haber ofendido!Muchas veces el problema lo agrandamos más y nos pesa. Es verdad que en ocasiones es más difícil ya que nuestra confianza ha sido pisada. ¿Qué hacer? Perdón. Es una palabra de seis letras pero que sana el corazón. Es una fragancia que llena las estancias más pobres y más tristes. Es una palabra, en fin, que da vida y libertad.

«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» Un hombre en una cruz insultado supo decir «te perdono», pero no sólo eso, esa palabra era la fragancia más valiosa porque estaba cargada de amor. Ese amor me sana y me da vida cada vez que pienso que no soy digno. Detrás del «Yo te absuelvo de tus pecados» hay una mirada de amor que da vida a nuestro corazón, que sana, que libera, que da paz. Ese perdón ilumina nuestras vidas e historias. ¿Qué pasaría si no recibiésemos el perdón de Dios?

Y nosotros somos instrumentos del amor para los demás. A veces podemos encontrarnos con personas que pueden sufrir por dentro y nos hacen sufrir por sus acciones. A veces no las comprendemos, pero es importante ir más allá de un acto ofensivo. Mirar como Jesús mira es el ideal del cristiano. Amar, aunque duela y perdonar siempre, es lo que puede cambiar el mundo de hoy. Una mirada que llega al fondo y no se queda en la primera impresión es lo que puede iluminar a mi hermano que puede estar sufriendo.

«En esta escena encontramos todo el drama de nuestras relaciones humanas. Cuando estamos nosotros en deuda con los demás, pretendemos la misericordia; en cambio cuando estamos en crédito, invocamos la justicia. Todos hacemos así, todos. Esta no es la reacción del discípulo de Cristo ni puede ser el estilo de vida de los cristianos. Jesús nos enseña a perdonar, y a hacerlo sin límites: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”». (Homilía de S.S. Francisco, 4 de agosto de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy, o durante la próxima semana, voy a acercarme al sacramento de la reconciliación con una actitud de querer encontrarme con Jesús que sana mi vida y mi corazón.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

Buscar la paz por los caminos del perdón

El perdón no es una amnesia sagrada que borra el pasado. Por el contrario, es la experiencia sanadora que elimina el resentimiento

“Quiero, pues, dirigir con profunda convicción una llamada a todos, para que se busque la paz por los caminos del perdón. Soy plenamente consciente de que el perdón puede parecer contrario a la lógica humana, que obedece con frecuencia a la dinámica de la contestación y de la revancha. Sin embargo, el perdón se inspira en la lógica del amor, de aquel amor que Dios tiene a cada hombre y mujer, a cada pueblo y nación, así como a toda la familia humana. Pero si la Iglesia se atreve a proclamar lo que, humanamente hablando, puede parecer una locura, es debido precisamente a su firme confianza en el amor infinito de Dios. Como testimonia la Escritura, Dios es rico en misericordia y perdona siempre a cuantos vuelven a Él. […] El perdón de Dios se convierte también en nuestros corazones en fuente inagotable de perdón en las relaciones entre nosotros, ayudándonos a vivirlas bajo el signo de una verdadera fraternidad.”

Juan Pablo II, Mensaje para la XXX Jornada Mundial de la Paz:

“Ofrece el perdón, recibe la paz”, 1º enero 1997.

El perdón no es una amnesia sagrada que borra el pasado. Por el contrario, es la experiencia sanadora que elimina el resentimiento. Se podrá recordar la ofensa, pero no se revivirá el dolor. La avispa del recuerdo puede volver a volar, pero el perdón le ha arrancado su aguijón.

Por eso todos necesitamos aprender a perdonar y aprender a pedir perdón.

El veneno del resentimiento

El resentimiento es una autointoxicación psíquica, un envenenamiento de nuestro interior que depende de nosotros mismos. La causa puede ser: a) una acción directa sobre mí; b) una omisión, al no recibir la respuesta que yo esperaba; c) las circunstancias, como por ejemplo una determinada condición física, social, profesional, etc. Pero en cualquier caso, el sujeto percibe el daño como algo real, aunque su percepción no obedezca exactamente a la realidad, ya que puede ser exagerada o distorsionada. Ante ese daño u ofensa uno se siente dolido y no puede olvidar. Esta respuesta emocional, mantenida en el tiempo, es justamente el resentimiento.

El antídoto del resentimiento

Una serie de actitudes concatenadas nos pueden ofrecer el antídoto del resentimiento.

Caridad de pensamiento. Esto pertenece a la dimensión espiritual de la persona. Si alguien me agrede, el problema es del agresor y no es mío. El que actúa mal es el que tiene el problema, el que necesita comprensión y ayuda. Pero para eso es necesaria la “caridad”, que no es solidaridad, ni filantropía, ni altruismo. Es más que eso. La caridad es el amor de Dios habitando en el corazón del hombre.

Inteligencia. Es la encargada de realizar el análisis y comprensión de las causas que han provocado la ofensa y el posterior resentimiento, buscando los motivos que puedan atenuar o incluso eximir la responsabilidad del ofensor. Tal vez su voluntad no ha sido producir un daño, o tal vez no ha actuado con plenitud de conocimiento.

Voluntad. Gracias a ella yo decido retener la agresión en mi interior o dejarla pasar sin que me perjudique. Puedo elegir quedar resentido o libre. Una acción responsable conlleva tomar conciencia de la acción que me ha dañado, analizar las causas, pero no volver a sentir (“re-sentir”). De esta manera, nada ni nadie perturbará la necesaria paz interior. Nadie puede herirnos sin nuestro consentimiento.

Perdón. Así como el resentimiento pertenece al área afectiva, el perdón se ubica en el área de la voluntad. Perdonar no es disculpar. Se disculpa un acto que no fue voluntario, que no tuvo la intención de provocar un daño. Pero el perdón es un acto esencial de amor. Como ha dicho Juan Pablo II, “el perdón se inspira en la lógica del amor”. De lo contrario no se entendería el amor a los enemigos (véase el artículo “El amor: ¿sentimiento o decisión?”, en el Nº 17 de la Revista Fe y Razón). Perdonar, pues, es amar intensamente. El verbo latino “per-donare” expresa esto con mucha claridad: el prefijo “per” intensifica el verbo que acompaña, “donare”. Perdonar, pues, es dar abundantemente, entregarse hasta el extremo.

Aprender a pedir perdón

Reconocer que yo me equivoqué es algo costoso… pero por allí pasa el camino del crecimiento personal. Efectivamente, cuesta reconocer cuando uno no fue amable, o cuando fue un poco irrespetuoso, o cuando uno “se pasó de la raya”, etc. Descubrir estos u otros errores en los demás es bien fácil, pero reconocerlos en uno mismo es bien difícil.

Hay un signo visible de que estoy aprendiendo a pedir perdón: el saber aceptar, con alegría y con paz, las críticas de los otros. Eso no significa aceptar cualquier tipo de críticas y amoldar mi conducta a cualquier cosa que me digan los demás. Pero cuando uno reconoce que una crítica es auténtica –y por lo general eso duele– y sin embargo la acepta con alegría, entonces uno crece en confianza.

El hecho de aceptar esa crítica y pedir perdón demuestra que uno está muy seguro de sí mismo. Aquellas personas que son más débiles y vulnerables nunca se animan a pedir perdón, y casi siempre intentan justificar su error con el error de los otros. En el fondo, detrás de una apariencia de debilidad y de vulnerabilidad se puede esconder un secreto orgullo que lleva a encubrir los propios errores. Muchas veces el débil es cruel. La amabilidad sólo puede esperarse del fuerte, del que está seguro de sí mismo.

Aprender a perdonar

Una técnica importante para aprender a perdonar es acostumbrarse a distinguir entre el error y el que ha errado, entre la acción realizada y la persona que realizó esa acción, entre el “pecado” y el “pecador”. Y lo importante es hacer esta distinción no sólo con la mente, sino también con el corazón.

Una cosa es la infidelidad, la injusticia, la maldad… No hay que tergiversar las cosas, sino que es necesario llamarlas por su nombre. Esas acciones están mal, y uno tiene que tener una actitud firme y fuerte de rechazo ante ese tipo de acciones. Es lo que se llama el “odio al pecado” (leer Romanos 12, 9; Apocalipsis 2, 6).

Pero por otro lado está la persona que realizó esa acción, y con esa persona uno mismo debería ser compasivo y misericordioso, y estar dispuesto a perdonar… Eso es lo que Dios hace conmigo: distingue perfectamente entre la acción que yo realicé y yo mismo. Y me ama entrañablemente, así como soy. Es lo que se llama el “amor al pecador”.

Para perdonar a otro, uno mismo tiene que haber experimentado antes el perdón. Si mi padre y mi madre nunca me perdonaron, si mi esposo o mi esposa nunca me perdonó… si nunca me he sentido perdonado en la vida, es muy probable que a mí también me cueste perdonar.

El sacramento de la reconciliación

Dios nos perdona pero sólo si nosotros queremos, si se lo pedimos, si nos arrepentimos y si perdonamos al prójimo. Si no se dan estos requisitos, Dios no puede perdonarnos. Por eso Jesús nos enseñó a pedir en el Padrenuestro: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

Cada vez que uno perdona, opta por cancelar la deuda moral que el otro ha contraído con su proceder. Al perdonar al otro, lo libero en cuanto deudor, pero no suprimo la ofensa como si nunca hubiera existido. Eso solamente lo puede hacer Dios. Perdonar, pues, implica pedir a Dios que perdone, porque sólo así la ofensa es aniquilada. Dios tiene la potestad del perdón absoluto. Yo puedo colaborar con Él cuando perdono al otro, e intercedo y pido que Dios lo perdone. El otro, al arrepentirse –el “dolor de contrición”– da el primer paso para que Dios le otorgue el perdón absoluto de su falta. Pero, además, le hace falta unos requisitos que son los propios del sacramento de la reconciliación: la confesión de los pecados y la “satisfacción” o “penitencia” (ver Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1440-1470; Juan Pablo II, Exhortación apostólica Reconciliación y penitencia, nn. 28-34).

La palabra “reconciliar” acentúa más la acción sanadora de Dios en el hombre, acción que repara las rupturas causadas por el pecado. El principal fruto del perdón obtenido en el sacramento de la penitencia consiste en la reconciliación con Dios, que tiene lugar en la intimidad del corazón del hijo pródigo, que es cada penitente. Esta reconciliación con Dios tiene como consecuencia otras reconciliaciones: consigo mismo, con los hermanos que agredí o lesioné de algún modo, con la Iglesia y también con toda la creación.

Sanación interior

“Todos necesitamos un encuentro más frecuente y eficaz con Jesús en el Sacramento de la Reconciliación. Encuentro que no sólo es perdón de nuestros pecados como acto aislado, sino que es además, el Sacramento de la Reconciliación, de la conversión plena a Jesús y de la Reconciliación con Dios y con la Iglesia… que es, además del Sacramento del perdón de los pecados, el Sacramento de la Sanación interior en el que la presencia del Espíritu Santo penetra hasta lo más profundo de nuestro ser y cura nuestro espíritu y nuestra mente.

A través de la gracia de este Sacramento, no sólo se nos borra el pecado, sino que vamos adquiriendo esa liberación, esa purificación y esa curación interior de todo lo que daña y de todas las causas profundas de nuestros males morales y físicos.

Si nos dejamos iluminar por el Espíritu Santo, vamos a ir redescubriendo la riqueza sanadora de este Sacramento de la misericordia y del perdón, cual es el Sacramento de la Reconciliación”.

Francisco Muñoz Molina, Jesús sanador, Buenos Aires 1980, p. 52.

La “cultura del perdón”

La sociedad actual –y quizás la de tiempos pasados– está endurecida. Constantemente asistimos a luchas, enfrentamientos y guerras, y parece que el ser humano no se pone de acuerdo para la paz, que es como un imposible sueño dorado.

Para que la sociedad sea más habitable, más humana y menos endurecida, es preciso que se instaure una “cultura del perdón”. Esto significa que el perdón debería ser una práctica frecuente y no excepcional. El perdón entendido como impedimento al resentimiento por las ofensas que penetran en el ser humano y también como capacidad para querer y saber disculpar al otro en sus actitudes y comportamientos. Para eso es preciso estar dispuesto a ver lo mejor del corazón del otro y llegar a poder decirle: “Sé que no eres así, sé que eres mucho mejor y te perdono”, queriendo lo mejor para quien nos ha ofendido y se ha equivocado. Como nos ha enseñado Juan Pablo II: “Ofrece el perdón, recibe la paz”.

Terapia liberadora

· La mejor manera de extraer de nuestra alma el veneno que nos inyectan otras personas es perdonando.
· El mejor mecanismo de defensa para los agravios recibidos es perdonar.
· Perdonar es abrir la puerta que nos sacará del recinto de la amargura.
· Quien perdona no le hace ningún favor a su agresor, se lo hace a sí mismo.

Anécdota

Un exitoso judío, que había estado en un campo de concentración nazi, se enteró de que su más querido compañero de aquellos tristes días se hallaba enfermo y solo. Lo buscó y lo halló en la miseria.

– ¿Ya perdonaste a los nazis? –le preguntó.
– No –contestó el moribundo con vehemencia–, de ninguna forma. Todavía los odio con toda el alma.
– Entonces, te tengo una mala noticia: ellos todavía te tienen prisionero.

Proceso del perdón

1. Enfrentar abiertamente el dolor. Reconocer con humildad que estamos heridos, pues alguien nos afectó injustamente y ese daño nos causa enorme sufrimiento.

2. Evaluar el costo de aquello que perdimos. Hacer un recuento real y reconocer el valor de cuanto nos quitaron.

3. Regalar lo que perdimos. Volver mentalmente amigo al agresor, tratar de comprender sus razones y decirle con nuestro pensamiento: “Lo que me quitaste, te lo regalo; no lo mereces, pero te lo doy; es tuyo, no me debes nada”. Esto nos conduce al verdadero perdón. Es el último dígito de la combinación: sin él, no hay nada; con él, todo.

Un regalo

· El amor real no es un premio. El amor es un regalo. Perdonar es un acto de amor. Por lo tanto, el perdón es, también, un obsequio.
· Resulta imposible perdonar al ofensor después de hacerle pagar su error. Se perdona antes de cobrarle o no hay perdón.
· A un hombre que cumplió su condena, después de diez años en la cárcel, nadie puede decirle: “Estás perdonado”, simplemente porque aquel hombre ya pagó su deuda.
· Perdonar es declararle “NO” a la venganza, “NO” a cobrarse por propia mano, “NO” a ser el verdugo del que ha fallado.

 

 

Los mandamientos son los “pedagogos” que nos llevan a Jesús

Catequesis del Papa Francisco, 11 de agosto de 2021

La mañana del 11 de agosto el Papa Francisco presidió su Audiencia General en el Aula Pablo VI del Vaticano. En su catequesis, el Santo Padre reflexionó sobre la carta del apóstol San Pablo a los Gálatas (Gal 3,19) que presenta la novedad radical de la vida cristiana: “todos los que tienen fe en Jesucristo están llamados a vivir en el Espíritu Santo, que libera de la Ley y al mismo tiempo la lleva a cumplimiento según el mandamiento del amor”.

Dejarnos conducir por el Espíritu Santo

El Pontífice explicó que ante la pregunta «¿para qué la ley?» cuestionada por los misioneros fundamentalistas que no comprendían la importancia de respetar los mandamientos recogidos por Moisés para el pueblo, y por tanto “confundían” a los Gálatas; el apóstol escribe: «Si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley» (Gal 5,18).

A pesar de que los detractores de Pablo sostenían que los Gálatas “tendrían que seguir la Ley para ser salvados”, Francisco puntualizó que el apóstol no está en absoluto de acuerdo con esta afirmación, ya que las disposiciones que surgieron en el “primer concilio” de Jerusalén celebrado con Pedro y los demás apóstoles eran muy claras, y decían: «Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que estas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza» (Hch 15,28-29).

La Ley: Don de Dios para seguir adelante

Asimismo, el Papa destacó que en aquel tiempo había una profunda necesidad de respetar la ley, “porque era tiempo de paganismo” por lo que la ley se convirtió en un gran don de Dios para poder seguir adelante:

“La ley es la expresión de que un pueblo está en alianza con Dios. Cuando Pablo habla de la Ley, hace referencia normalmente a la Ley mosaica. La observancia de la Ley garantizaba al pueblo los beneficios de la Alianza y el vínculo particular con Dios. Estrechando la Alianza con Israel, Dios le había ofrecido la Torah para que pudiera comprender su voluntad y vivir en la justicia. En más de una ocasión, sobre todo en los libros de los profetas, se constata que la no observancia de los preceptos de la Ley constituía una verdadera traición a la Alianza, provocando la reacción de la ira de Dios”.

El Santo Padre hizo hincapié en que los misioneros que se habían infiltrado entre los Gálatas sostenían que el vínculo entre Alianza y Ley mosaica “era tan estrecho que las dos realidades eran inseparables”.

La Ley no es la base de la Alianza con Dios

Sin embargo, precisamente sobre este punto -dijo Francisco- podemos descubrir la inteligencia espiritual de San Pablo, quien explica a los Gálatas que, en realidad, la Alianza con Dios y la Ley no están vinculadas de forma indisoluble: “la Ley no es la base de la Alianza porque llegó sucesivamente”.

Un argumento como este -añadió el Pontífice- pone en evidencia a los que sostienen que la Ley mosaica sea parte constitutiva de la Alianza:

“La Torah, de hecho, no está incluida en la promesa hecha a Abraham. Dicho esto, no se debe pensar que san Pablo fuera contrario a la Ley mosaica. Más de una vez, en sus Cartas, defiende su origen divino y sostiene que esta posee un rol bien preciso en la historia de la salvación. Pero la Ley no da la vida, no ofrece el cumplimiento de la promesa, porque no está en la condición de poder realizarla. Quien busca la vida necesita mirar a la promesa y a su realización en Cristo”.

El Papa concluyó su alocución recordando que todos los cristianos caminamos mirando a una promesa, que nos atrae y nos hace avanzar en nuestro camino de fe. De ahí la importancia de no olvidar la novedad cristiana que revoluciona nuestras vidas: el amor a Jesús es más importante que todos los mandamientos, pero al mismo tiempo estamos llamados a respetarlos, puesto que son “los pedagogos” que nos conducen al encuentro con el Señor.

 

 

Madre en la difícil aventura de la vida

En la luz y en la oscuridad nos guía siempre.

Toda la naturaleza se ha vestido de colores y el sol brilla en todo su esplendor como deseando agasajar a María, quisiera hacerme partícipe de esta celebración dejándoles a través de estas letras unos pensamientos que les ayuden a amar y a querer más íntimamente a María, a esa Mujer excepcional que Dios nos ha regalado para que sea nuestra abogada, intercesora, compañera, guía y, sobre todo, Madre en la difícil aventura de nuestra vida.

M e d i t a c i ó n

Todo hombre tiene necesidad de una madre. La tiene para venir a este mundo, y la siente con viveza a lo largo de su existencia terrena. La ausencia de la madre, sobre todo en los primeros años de la vida, deja un vacío incolmable. A esta ley humana no escapa la vida espiritual…Tenemos necesidad de María, Madre de la Iglesia, Madre de nuestra vocación cristiana.

1. Día de la Madre. Los pueblos de diversas razas y culturas, en los cinco Continentes, celebran festosamente el día de la Madre. Celebran su cariño y ternura, su olvido de sí y su entrega generosa, su consuelo y su protección en los momentos duros de la vida. Se suele celebrar en primavera, cuando la naturaleza se enjoya de colores y perfumes. ¿No es acaso la madre la flor más bella y perfumada en el jardín de la vida? Hemos de celebrar a la madre con corazón de hijo, que agradece con gozo, que responde a sus desvelos, que acoge al amor amando. En cada año el día de la madre se celebra una sola vez, pero en el alma se puede celebrar todos los días. ¿Celebramos todos los días en nuestro corazón a nuestra Madre del cielo?

2. Mujer excepcional. No es excepcional María por su ascendencia genealógica, ni por su fama o por su poder extraordinarios, tampoco por su posición económica. Por nada de esas cosas. Es excepcional únicamente por obra de la gracia de Dios. Por obra de la gracia es única e irrepetible en las generaciones humanas: Es concebida de modo inmaculado, libre del pecado original; es a la par virgen y madre de Dios; de modo singularísimo colaboró con Cristo en la obra de la Redención, a los pies de la cruz; fue asunta al cielo, donde vive con su Hijo, glorificada en el cuerpo y en el alma. Por esto y sólo por esto, ella es una mujer única en el mundo y en la historia.

3. Abogada e intercesora. Aboga ante el tribunal de su Hijo por sus hijos pecadores. Intercede por nosotros a causa de nuestra debilidad. Aboga e intercede por todos, sin distinción, en cualquier rincón del mundo, y en todo momento, pero sobre todo en el momento de la muerte. Nos defiende de los ataques de nuestros enemigos, de las insidias de satanás; intercede antes nuestras necesidades espirituales y corporales. Tengamos confianza en abogada e intercesora tan solícita y tan fiel.

4. Compañera y guía. Nos acompaña en el difícil camino de la vida, en la vocación y misión que a cada uno Dios ha concedido, en la marcha hacia el destino que Ella ya ha alcanzado. Haciéndonos compañía, participa de nuestras alegrías y nuestras penas, de nuestras desilusiones y nuestras esperanzas, de nuestra historia y de nuestro destino. Es también una guía segura, constante, firme y fiel. Conduce maternalmente y con mano experta el timón de nuestros pensamientos y sentimientos, de nuestras decisiones y de nuestras acciones. En la luz y en la oscuridad nos guía siempre hacia el puerto, donde Dios Padre, Jesucristo y el Espíritu Santo nos esperan con los brazos abiertos.

5. Fruto: Honrar a María en mi corazón, todos los días, como si cada día fuera el día de la Madre.

L e c t u r a

Si llamamos a Cristo nuestro hermano y a su Padre Dios le llamamos Padre nuestro, también podemos llamar a su madre María, madre nuestra, como si ella nos hubiese dado a luz. Y, por lo tanto, está asociada a nosotros por amor y nos cuida de forma maternal. Además, por la confianza que tiene en Dios y en su Hijo, ante los cuales siempre está presente, intercede gustosamente por nosotros.

Suplica a quien ella llevó en su seno durante nueve meses y que dio a luz como verdadera madre y lo tuvo en sus brazos como un niño…Lo alimentó, lo abrazó y lo besó amorosamente, se lo llevó a Egipto, lo vio crecer y contempló cómo la obedecía.

Este Hijo la veneró como a una verdadera madre de tal forma que, cuando estaba en la cruz, viendo cómo sufría el corazón de su madre, le inundó una grande ternura, y manifestando una preocupación por ella más que por la muerte, se la confió al discípulo amado.

Ella continúa intercediendo por los fieles cristianos, como si fueran sus hijos pequeños y nos manifiesta su amor como a hermanos de Adán. (Ter Israel, monde de Armenia, siglo XII, Sinaxis)

 

 

¿Dios es un elefante?

Desmontando el argumento de la equivalencia de las religiones

Existe una popular analogía filosófica usada para comprobar que todas las religiones son caminos válidos para describir a Dios. Muchos profesores de religión la utilizan pues equipara todas las religiones y hace que se vean como si todas tuvieran la misma “verdad” sobre Él.

La analogía es esta:

Hay cuatro hombres ciegos que descubren un elefante (pero obviamente ellos no lo ven). Dado que los hombres nunca se han encontrado con un elefante van a tientas alrededor de este buscando entender y describir este nuevo fenómeno. Uno agarra un tronco y concluye que es una serpiente. Otro explora una de las patas del elefante y lo describe como un árbol. El tercero encuentra la cola y anuncia que es una cuerda. Y el cuarto hombre ciego, después de descubrir un lado del elefante, concluye que es (a pesar de todo lo que han dicho los otros ciegos), una pared.

Analogía del elefante

Cada uno de estos ciegos describe la misma cosa: un elefante, pero lo hacen de forma radicalmente diferente.

De acuerdo con muchos esta es la analogía a las distintas religiones en el mundo… Todas describen lo mismo pero en formas diferentes. Por lo tanto se debe concluir que ninguna religión individual tiene el monopolio de la verdad, sino que todas deben ser vistas, en esencia, como igualmente válidas. Esta es una imagen poderosa y provocativa y, ciertamente captura algo de la verdad.

Si Dios es infinito y nosotros somos finitos es razonable creer que ninguno de nosotros puede captar plenamente su naturaleza. ¿Pero esta analogía filosófica demuestra la verdad de que todas las religiones conducen a Dios? Para concluir que no, consideraremos varios puntos …

1. El punto en materia: el elefante. Lo que los ciegos están tratando de describir es, de hecho algo que existe: un elefante, no otra cosa. Haciendo la analogía podríamos de igual modo afirmar: Dios existe, es una cuestión de hecho. Es como preguntarse si Abraham Lincoln fue alguna vez presidente. Si es así es verdad independientemente si alguien lo cree o no, y sería un error negarlo. Así, todas las opiniones sea de elefantes o de la naturaleza de Dios, no son iguales.

2. Todos los hombres ciegos están equivocados: Es un elefante y no una pared, o una cuerda, o un árbol o una culebra. Sus opiniones no son verdaderas, son igual y realmente falsas. Por eso, la analogía sobre el pluralismo en todas las religiones, no es verdadera.

3. Lo más importante: esta analogía filosófica no contiene ninguna revelación especial. Si un quinto hombre llegara a la escena (un hombre que pudiera ver, y que fuera capaz de demostrarlo), y que esta ahí para describir que el elefante es un elefante, nos obligaría a todos a cambiar totalmente el significado de la analogía.

Jesucristo es el único entre todos los líderes religiosos de la historia que afirmó ser el “quinto hombre” la definitiva revelación de Dios (y lo pudo comprobar con su muerte y resurrección). Sin embargo muchas personas vieron sus milagros, lo oyeron declarar que era Dios pero se sintieron ofendidas y no creyeron: “Por esta causa, los judíos aún más procuraban matarle, porque no sólo violaba el día de reposo, sino que también llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose igual a Dios”. (Juan 8,15).

Jesús, sin embargo nos invitó a creer en Él, no para demostrarnos nada sino para responder a nuestra búsqueda de Dios

“Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”.Juan 6,35.

 

 

Abuelos que permanecen

Los abuelos son capaces de curar las alas para emprender de nuevo el vuelo

“Los abuelos son una deliciosa mezcla de risas, cuidados, historias maravillosas y amor”

Todos los abuelos, sin excepción, son recordados. Unos con grata memoria, otros de ingrato recuerdo.

Algunos abuelos dejan un vacío en quienes están cerca o lejos de ellos, porque se definieron por un estilo de vida, en el que manifestaron resistencia a convivir con los hijos de sus hijos. Y es probable que tampoco se dieron tiempo de convivir con sus vástagos.

Lo paradójico es que estos abuelos de ingrato recuerdo, centrados en sus propios intereses, no pocas veces exigen, en su edad avanzada, ser atendidos por hijos y nietos, sin que estos puedan lograr cumplir con sus exigencias. Ellos en su comportamiento gustan de señalar los errores que ven en sus nietos, los critican al mismo tiempo que expresan intolerancia ante sus fallas.

Hay otros que a pesar de los años y el cansancio se alegran en servir, escuchar, alentar, les gusta compartir sus conocimientos, vivencias, valores, su fe. ¿Por qué? Lo más común es porque cuando fueron padres vivieron una vida de entrega y amor. ¿Qué sucede cuándo llega los nietos?, manifiestan un interés genuino por las cosas que suceden en la vida de sus nietos. Saben ser amigos, confidentes, consejeros, intercesores, al mismo tiempo que saben acompañar en los momentos difíciles y procuran dar un cariño especial a cada uno de sus nietos, sin distinción.

Estos abuelos cuando han sabido vivir con la libertad y la guía de Dios, adquieren la sabiduría, visión de la vida, y las virtudes que han pasado a formar parte de su esencia.

Ante este regalo que reciben de ser abuelos ellos deciden armar, consolidar, decorar el legado que dejaran a los suyos, dádiva que permitirá que su presencia nunca muera.

Piensan y aciertan al pensar que la propia vida es el mayor capital que se deja: herencia de amor, paciencia, firmeza, fortaleza, solidaridad, escucha, bondad.

Los nietos que han sido privilegiados con semejantes abuelos, a pesar de no tenerlos cerca de ellos, fácilmente evocan en momentos tranquilos o difíciles de su vida ese calor antiguo. Esos tiempos en que se acunaron en los brazos de los abuelos que experimentaron la emoción de sentirse amados, valorados, comprendidos. ¿Puede haber un mayor regalo para un niño, un joven, una persona mayor?

De esta forma los abuelos se convierten, aún después de alejarse físicamente, en motores que impulsan a ser mejores, en oxígeno que nutre la vida en los momentos de dificultad. Basta rememorar sus gestos, palabras, ternura para querer imitar sus estilos de vida, para llenar el alma de gozo al traer a la memoria sus palabras de aliento y cariño.

Los recuerdos de los abuelos son de los más entrañables, sólo se necesita traerlos a la memoria para sonreír, tomar una decisión, cargar baterías, volver a sentir el apoyo y el impulso, para vencer los propios retos que tiene la vida.

Los abuelos son capaces de curar las alas para emprender de nuevo el vuelo, tienen el arte de secar las lágrimas, de sanar las heridas, de sacar lo mejor y lo inimaginable de esos seres que son sus nietos. Los abuelos son el gran regalo que nunca nos cansaremos de agradecer.

 

 

 

Papa Francisco pide rezar por la situación de la Iglesia

El Video del Papa – publicado el 03/08/21

Publicado el video con la intención de oración del Papa en agosto: Renovemos la Iglesia viendo qué quiere Dios en nuestro día a día

Acaba de publicarse El Video del Papa con la intención de oración que Francisco confía a toda la Iglesia católica a través de laRed Mundial de Oración del Papa.

En este mes de agosto, el Papa hace una reflexión profunda sobre la situación de la Iglesia, su vocación, su identidad y llama a renovarla “desde el discernimiento de la voluntad de Dios en nuestra vida diaria”.Para Francisco, en tiempos de crisis y dificultades, la Iglesia necesita una reforma que tiene que comenzar con la “reforma de nosotros mismos” y “a la luz del Evangelio”.

Remedios para una Iglesia en crisis: oración, caridad y servicio

“La Iglesia siempre tiene dificultades, siempre tiene crisis”, argumenta El Video del Papa en este mes.

Tan solo hace unos meses se hizo pública la carta con la que Francisco rechazó la renuncia ofrecida por el cardenal Marx.

En ella, no solo se mostró de acuerdo con que “toda la Iglesia está en crisis a causa del asunto de los abusos”, sino que lo animó continuar su labor de pastor. Y enfatizó:

“La reforma no consiste en palabras sino en actitudes que tengan el coraje de ponerse en crisis, de asumir la realidad sea cual sea la consecuencia. Y toda reforma comienza por sí misma. La reforma en la Iglesia la han hecho hombres y mujeres que no tuvieron miedo de entrar en crisis y dejarse reformar a sí mismos por el Señor”.

El remedio para afrontar y emprender esta reforma nunca puede estar en las propias ideas, ideologías o prejuicios.

Siguiendo el ejemplo de Jesús, del corazón del Evangelio, el camino es aquel que avanza “a partir de una experiencia espiritual, una experiencia de oración, una experiencia de caridad, una experiencia de servicio”.

Como también dijo en la carta al cardenal Marx: este es “el único camino, de lo contrario no seremos más que ‘ideólogos de reformas’ que no ponen en juego la propia carne”.