.

 

 

No es un cuento, es una realidad que he resumido mucho, ya que la preparación y celebración de esta boda comportó varios encuentros. Esta experiencia vivida me lleva a pensar que no sólo vosotros los más jóvenes, sino todos, necesitamos de los padres, de los educadores, de los maestros que nos ayuden a curar o corregir nuestras cegueras, que son muchas y que nos hacen vivir distraídos o deslumbrados por falsas luces.

 

 

Necesitamos encontrar el multiforme color del amor que nos ayuda a hacer más suaves nuestras vidas y las relaciones con los demás. Nos hace falta dejarnos guiar por Jesús, que se nos acerca tal y como nos encontramos, para saber mirar a los demás, al mundo, con los mismos ojos que Dios mira.

 

 

• John 5:1-16

Amigos, en el Evangelio de hoy encontramos la hermosa historia de la curación de un hombre paralítico que había estado enfermo durante treinta y ocho años. Jesús ve al hombre acostado en su camilla, al lado de una piscina, y le pregunta, “¿Quieres curarte?” El hombre dice que sí, y Jesús responde, “Levántate, toma tu camilla y camina”. Inmediatamente, el hombre es sanado.

En ese momento la historia realmente se agita. Notamos algo que aparece con frecuencia en los Evangelios: la resistencia a la obra creadora de Dios, el intento de encontrar cualquier excusa, por débil que sea, para negar la obra, pretender que no ha sucedido, condenarla.

Uno esperaría que todos alrededor del hombre curado se regocijaran, pero sucede todo lo contrario: los líderes judíos se enfurecen y frustran. Ven al hombre sanado y la primera reacción, es decir: “Es Sabbath. Bajo la Ley no te está permitido llevar tu camilla”.

 

¿Por qué son tan reaccionarios? ¿Por qué no quieren que esto suceda así? A los pecadores no nos gustan los caminos de Dios. Los encontramos problemáticos y amenazantes. ¿Por qué? Porque menoscaban los juegos de exclusión y opresión en los que confiamos para alimentar nuestros propios egos. Dejemos entonces que esta historia nos recuerde que los caminos de Dios no son nuestros caminos, y que hay Alguien más grande que el Sabbath.

Nos hace pensar la actitud de este hombre. ¿Estaba enfermo? Sí, tal vez tenía alguna parálisis, pero parece que podía caminar un poco. Pero estaba enfermo en su corazón, estaba enfermo en su alma, estaba enfermo de pesimismo, estaba enfermo de tristeza, estaba enfermo de pereza. Esta es la enfermedad de este hombre:

“Sí, quiero vivir, pero…”, se quedaba allí. Y su respuesta no es: “¡Sí, quiero curarme!”. No, es quejarse: “Los otros llegan antes, siempre los otros”. (…) Pensemos también en nosotros, si uno de nosotros está en el peligro de caer en esta pereza, en este pecado “neutral”: el pecado del neutro es éste, ni blanco ni negro, no se sabe qué es. Y este es un pecado que el diablo puede usar para aniquilar nuestra vida espiritual y también nuestras vidas como personas. Que el Señor nos ayude a entender lo feo y lo malo que es este pecado. (Homilía de Santa Marta, 24 marzo 2020)

 

 

Serapión el Escolástico, Santo

Obispo, 21 de marzo

Obispo de Thmuis

Martirologio Romano: En Egipto, san Serapión, anacoreta († c.370).

Etimológicamente: Serapión = “perteneciente a la divinidad de Serapis”. Viene de la lengua griega.

Breve Biografía

A este monje egipcio se le conoce también como Serapión de Thmuis.

La fecha de su muerte se sitúa más o menos entre los años 365 y 370.

Las características que mejor lo definen son, sin duda, su penetrante inteligencia y su elocuencia.

Gracias a ellas tuvo en la Iglesia un papel relevante.

Estudió en la célebre escuela catequética de Alejandría. Después se dedicó a la vida eremítica. En este campo tuvo un maestro excepcional, san Antonio.

A nivel intelectual, encontró en san Atanasio un amigo sincero. Lo recuerda con cariño en su libro “Vida de san Antonio. Al separase, le dejó su túnica.

Lo nombraron obispo de Thmuis en el delta del Nilo. Se le reconoció en seguida por su carácter de dirigente en los asuntos eclesiásticos y por su clara y transparente oposición al arrianismo.

 

El propio san Jerónimo lo eligió como confesor. Por su vida pastoral como cabeza de la diócesis rondaba la idea de escribir un libro magnífico contra los maniqueos. Defiende en contra de ellos la doctrina de que nuestros cuerpos son instrumentos para el bien o para el mal. Todo depende de la disposición del corazón.

Los maniqueos sostienen que el alma es obra de Dios, pero nuestros cuerpos lo son del diablo.

También escribió varias cartas y un libro basado en los títulos de los Salmos, pero no queda ninguno.

En el año 1899 se descubrió el libro más conocido sobre los santos, llamado Eucologio. Es una colección litúrgica de oraciones que él mismo empleó cuando era obispo.

Es interesante para conocer la adoración y la fe de los primeros cristianos egipcios.

Frecuentemente repetía esta expresión llena de contenido:»La mente se purifica por el conocimiento, las pasiones espirituales del alma con la caridad y los apetitos desordenados con la abstinencia y la penitencia..»

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

 

 

Mi libertad, condición para que se manifiesten las obras de Dios en mí

Santo Evangelio según san Juan 5, 1-3. 5-16.

 

 

Martes IV de Cuaresma

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, Padre bueno, Tú me conoces profundamente sabes cuánto deseo amarte y que seas amado, por eso estoy aquí, para dejarme hacer por ti. Te bendigo por permitirme estar en tu presencia en este momento de oración, confío en tu acción. Háblame según tu corazón. Te ofrezco esta oración por la instauración de tu Reino y por… (di aquí alguna intención que tengas), pido que tus obras se puedan manifestar en mí.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Juan 5, 1-3. 5-16

En aquel tiempo, se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Ésta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos. Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: «¿Quieres quedar sano?». El enfermo le contestó: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado». Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar». Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar. Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: «Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla». Él les contestó: «El que me ha curado es quien me ha dicho: Toma tu camilla y echa a andar». Ellos le preguntaron: «¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?». Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, aprovechando el barullo de aquel sitio, se había alejado. Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: «Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor». Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. Por esto los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.

Palabra del Señor.

 

 

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¿Quieres curarte? ¿Quieres? Parecería que la respuesta es obvia: ¿por qué preguntas? Y es que nada lo haces por casualidad, con este gesto me muestras lo importante que es para ti mi libertad. Solo quieres entrar en mi vida y hacer tus milagros, si yo quiero. Solo puedes actuar, si yo quiero.
Y aún hay más, a veces me preguntas: “¿qué quieres?”, y te respondo cualquier otra cosa. Respondo con mis quejas, mis lamentaciones. Respondo como ese hombre tendido dando explicaciones de todo lo que no puedo hacer para obtener lo que quiero. Pero, Jesús, no lo tomes a mal, no es que no quiera aceptar tu ayuda. A veces ni siquiera me he detenido a saber lo que realmente quiero y si lo sé a veces me aferro a pensar que llegará por “la agitación del agua” (por otros caminos). No me doy cuenta de que eres Tú quien me pregunta porque eres Tú quien lo hará. ¡Creo, Jesús, pero dame la fe que me falta!

 

 

Que mi fe sea ese espacio que te doy para poder actuar en mí. ¡Quiero que puedas manifestar tus obras en mí!

Encuéntrame en el camino, detenme, mírame con esa mirada que lo penetra todo y enséñame a guardar silencio para ir al interior, para dejar que mi corazón revele lo que en verdad quiero pedirte y ahí en ese encuentro permíteme pedírtelo todo para poder recibirlo todo de ti.

«No es fácil dejarse consolar; es más fácil consolar a los demás que dejarse consolar. De hecho, muchas veces, nosotros estamos apegados a lo negativo, estamos apegados a la herida del pecado dentro de nosotros y, muchas veces, está la preferencia de permanecer ahí, solo. Como el paralítico del Evangelio que se quedaba en la cama. En ciertas situaciones, la palabra de Jesús es siempre “¡Levántate!”. Y también nosotros tenemos miedo. Por otro lado, nosotros en lo negativo somos dueños, porque tenemos la herida dentro, de lo negativo, del pecado; sin embargo, en lo positivo somos mendicantes y no nos gusta mendigar, mendigar el consuelo». (S.S. Francisco, Homilía del 11 de diciembre de 2017).

 

 

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Detente un momento, puede ser mientras vas en el coche, en este momento de oración o antes de dormir piensa qué le responderías a Jesús si te pregunta: ¿Qué quieres? Haz un acto profundo de fe en su poder y pídeselo con confianza.

 

 

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

¿Qué significa a imagen y semejanza de Dios?

El hombre tiene un alma espiritual, es persona. Es imagen de Dios porque es capaz de conocerle y amarle.

 

 

Una vez que había creado las infinitas estrellas, la tierra con sus montañas, mares, bosques y todo tipo de animales, Dios, según la Sagrada Escritura, formó su obra culmen diciendo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y nuestra semejanza, para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra y sobre cuantos animales se muevan sobre ella.” (Gen 1,27)

A imagen de Dios no quiere decir que Dios tiene semejanza física con el hombre. Dios no tiene piernas, manos canas ni una barba blanca. Cuando la Biblia habla del hombre a imagen de Dios, se refiere al hecho de que el hombre tiene un alma espiritual. Está por encima de los otros seres vivientes que habitan en la tierra. El hombre no es una cosa, sino una persona. El Hombre, por tanto, puede pensar; puede amar a otras personas; puede componer una sinfonía; puede escoger el bien; todas las cosas que ni un perro, ni una lagartija ni ningún otro animal puede hacer. Pero, aunque podamos hacer todas estas cosas, debemos preguntarnos ¿por qué Dios nos hizo así?

 

 

Ciertamente Dios, que sabe todo, no necesita que nosotros pensemos, ni que le toquemos alguna sinfonía, pues los ángeles cantan mucho mejor que nosotros. La razón es que Dios nos ha hecho a su imagen para conocerle y amarle. De todas las criaturas visibles, sólo el hombre es “capaz de Dios.” De todas las cosas de este mundo, sólo el hombre está llamado a vivir con Dios en el mundo más allá. Y siendo a Imagen de Dios, el hombre está llamado a amar: primero a Dios y luego a todo el que tiene semejanza con Dios, es decir, a cada persona humana, pues cada persona está hecha a imagen de Dios.

Santa Catalina de Siena, platicando con Dios un día sobre la creación del hombre, exclamó: “Por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno.” Cada uno de nosotros debe llegar a la misma conclusión y decir a Dios: “Por amor me creaste a tu imagen para que yo sea capaz de gustarte para siempre en el cielo.”

 

 

La imagen de Dios es Cristo. Él nos ha revelado cómo es Dios. A la petición que Felipe hace a Jesús en la última cena de que “muéstranos al Padre y nos basta”, Jesús replica: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre, ¿cómo dices tú muéstranos al Padre? (Jn 14,8-11).

Por otro lado, cuando se dice que el hombre es imagen de Dios, se quiere indicar con ello que tanto el hombre como Dios tienen algo en común y es el conocimiento, el amor, la libertad; en otras palabras, el alma del hombre es lo que lo hace semejante a Dios.

Sin embargo, por el pecado el hombre nace con una imagen deformada. Cristo, al redimirnos, no solo rehízo esta imagen desfigurada por el pecado, sino que nos ha dejado dones para embellecerla aún más: nos dejó la gracia, a la Iglesia y en ella a los sacramentos. Por eso el momento de la crucifixión es la mayor muestra de amor, de libertad. El hombre se conoce mejor a esta luz. Y muchas realidades que eran incomprensibles como el sufrimiento humano y la muerte se comprenden y aclaran gracias a que Cristo se encarnó, nos redimió y resucitó. Por eso se comprende que al final del evangelio Jesús ordene a los discípulos que vayan por todo el mundo y bauticen en nombre de la Trinidad y enseñen lo que Él ha mandado (Mt 28, 19 y ss).

 

 

Se puede encontrar material sobre este tema en la Gaudium et Spes Cap. 12 y 24, Nuevo Catecismo 356 y ss.

Dios es la fuente de todo bien, de toda vida, de todo amor, de toda donación, de toda alegría. Nadie precede a Dios. La creación consiste precisamente en el hecho de que Dios, cuando no había absolutamente nada, decidió que las cosas existiesen. «Y vio Dios que era bueno», como se repite 6 veces en Gn 1.

Entre las criaturas ocupa un lugar especial el hombre, sobre el cual Dios sopló su aliento, es decir, dejó una huella especial. El hombre es imagen de Dios por ser espiritual, con capacidad para pensar y para amar, para darse y para imitar, en la medida de sus posibilidades, la generosidad de un Dios que no deja de amar, que no puede despreciar nada de lo que ha hecho, porque es «amigo de la vida» (Sb 11,26).

 

 

No es correcto, por lo tanto, preguntar cuál es la imagen de Dios, pues no existe nada anterior a él. Sin embargo, podemos descubrir algo de su «rostro» al ver a cada hombre, pues, desde que Cristo vino al mundo, todo gesto de amor que hagamos al otro está hecho a Él («a mí me lo hicisteis», Mt 25,40).

Para profundizar
Catecismo de la Iglesia Católica nn. 355-373, 1701-1709
Gaudium et spes, 12-22

 

 

San Nicolás de Flue, padre de familia y ermitaño

Este agricultor con 10 hijos y eremita se alimentó solo de la Eucaristía durante 20 años

 

 

San Nicolás nació en 1417. Era de familia campesina, se casó a los 30 años con Dorotea Wyss y tuvo 10 hijos. Rezaba y practicaba el ayuno cuatro días por semana.

Con permiso de su esposa y de sus hijos, a los 50 años se hace ermitaño en la garganta de Ranft.

En esa celda-cabaña solo dispone de dos ventanas: una para ver los oficios del sacerdote y otra para contemplar la naturaleza de Unterwald.

Medita profundamente la Pasión del Señor y alcanza mucho conocimiento de la Santísima Trinidad.

Está comprobado históricamente que no tomó alimento durante 20 años excepto la Eucaristía.

Este hecho de carácter milagroso hizo que el lugar se convirtiera en centro de peregrinación y siga siéndolo en la actualidad.

Con sus visiones, logró acertar en las decisiones políticas que hacen de Suiza un país estable todavía hoy.

San Klaus falleció, tras una dolorosa enfermedad, el 21 de marzo de 1487.

Santo patrón

Llamado Hermano Klaus, tanto los protestantes como los católicos lo consideran patrono de Suiza.

Oración

La oración de San Nicolás de Flüe que se hizo célebre en los cantones suizos es la siguiente:

«Señor y Dios mío, quitad de mí todo lo que me impide ir a Vos.

Señor y Dios mío, concededme todo lo que me pueda llevar hacia Vos.

Señor y Dios mío, haced que no haya en mí nada que no sea vuestro
y que me entregue a Vos por completo».