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Como había bastantes jóvenes presentes, utilicé la trillada parábola del huevo de águila que se cayó del nido y cayó en medio de una bandada de pollos. Cuando el aguilucho nació, el único mundo que conoció fue el de los pollos, y por eso pasó sus primeros años picoteando el suelo y nunca extendiendo sus grandes alas. Un día, un águila majestuosa voló por encima y vio a su joven compañero en el suelo, actuando como una gallina. “¿Qué te pasa?”, preguntó. “¿No sabes quién eres?”. Luego le enseñó al joven águila cómo desplegar sus alas y volar.

 

 

Así sucede en el orden espiritual. Cada bautizado es, objetivamente hablando, un hijo de Dios, divinizado y destinado a ser un gran santo. Pero el problema es que la mayoría de los que han recibido esta nueva identidad la olvidan rápidamente y asumen las creencias y prácticas del mundo. Siguiendo los impulsos de la televisión, el cine, los medios sociales, las estrellas del pop y los ideólogos secularistas, nos entregamos a la adquisición de riqueza o poder o éxito material o fama. Estas cosas no son malas en sí mismas, pero considerarlas nuestro valor más alto y correr tras ellas con todos nuestros poderes equivale a picotear el suelo como las gallinas. Lo que necesitamos, le dije a la pequeña asamblea reunida para la Primera Comunión de Fatimita, es una fuerte comunidad de gente que le recuerde a esta niña quién es. No fueron ellos quienes la hicieron hija de Dios; Cristo lo hizo, a través de la mediación del Bautismo y del Sacramento de la Eucaristía. Pero ellos pueden enseñarle a no conformarse con ser un patético simulacro de lo que está destinada a ser. Todo lo que le enseñan, todo lo que le animan a hacer, debe estar dirigido al gran fin de ser santa.

 

A veces me he preguntado cómo sería este país si todos los que se han Bautizado y Haber reicibido la Primera Caomunión (que creo que sigue siendo la mayor parte del Perú) vivieran a la altura de su identidad como hijos de Dios. ¿Y si todos los que están destinados a volar dejaran de hurgar en el suelo? Sería una verdadera revolución para hacer un Perú Grande y Santo que Dios bendeciría y la Virgen se alegraría de Amor que recibirían del Mismo JESÚS. Hoy nos detenemos en un paso conmovedor del Evangelio (cf. Mt 11, 28-30), en el cual Jesús dice: «Venid a mí, vosotros todos los que estáis cansados y oprimidos, y yo os daré descanso. […] La invitación del Señor es sorprendente: llama para que le sigan a personas sencillas y sobrecargadas por una vida difícil, llama para que le sigan a personas que tienen tantas necesidades y les prometen que en Él encontrarán descanso y alivio. La invitación está dirigida de manera imperativa: «venid a mí», «tomad mi yugo», «aprended de mí». (…) Dirigiéndose a los que están cansados y oprimidos, Jesús se presenta como el Siervo del Señor descrito en el libro del profeta Isaías. Así dice el pasaje de Isaías: «El Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que haga saber al cansado una palabra alentadora» (50, 4). Al lado de estos cansados de la vida, el Evangelio pone a menudo también a los pobres (cf. Mt 11, 5) y a los pequeños (cf. Mt 18, 6). Se trata de aquellos que no pueden contar con medios propios, ni con amistades importantes. Sólo pueden confiar en Dios. Conscientes de su propia humilde y miserable condición, saben depender de la misericordia del Señor, esperando de Él la única ayuda posible. En la invitación de Jesús encuentran finalmente la respuesta a su espera: al convertirse en sus discípulos reciben la promesa de encontrar descanso durante el resto de su vida. (Audiencia General, 14 septiembre 2016)

 

 

• Matthew 11:28-30

El alivio llega cuando nos sometemos a Su realeza, Su nuevo orden. Estamos siendo imaginados como animales de carga que han sido atados bajo un yugo y bajo el mando de un granjero. Parece bastante degradante pero así es como se ve la sumisión al señorío de Cristo: cumplimos sus propósitos y vamos a donde Él quiere llevarnos.

¿Está Cristo ordenando tu vida en cada detalle? ¿Es Él el Señor de tu vida familiar? ¿De tu vida recreativa? ¿De tu vida profesional? ¿Es el Señor de todas las habitaciones de tu casa, incluido el dormitorio? ¿Estás totalmente entregado a Él y bajo Su señorío?

Sé que esto puede sonar opresivo, pero recuerden, “Mi yugo es suave, y mi carga liviana”. Cuando nos entregamos al camino del amor que Él nos ha trazado nuestras vidas se vuelven infinitamente más ligeras, más fáciles, y más alegres, porque nos movilizamos con un propósito divino.

Probablemente ya hayan escuchado que una declaración realizada por el Obispo Américo Aguiar ha causado bastante revuelo. Aguiar es el obispo auxiliar de Lisboa, Portugal, y es el coordinador en jefe de la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Más aun, ha sido, en una jugada muy sorprendente, nombrado cardenal por el Papa Francisco. Así que es un hombre de un peso considerable —lo cual es una razón por la que sus comentarios han provocado tanta atención.

Declaró, en referencia al encuentro internacional que estará presidiendo, “Nosotros queremos que sea normal que un joven cristiano católico diga y testimonie quién es o que un joven musulmán, judío o de otra religión tampoco tenga problema en decir quién es y en testimoniarlo, y que un joven que no tiene ninguna religión se sienta bienvenido y no se sienta acaso extraño por pensar de otra manera”.

 

La observación que suscitó el mayor asombro y oposición fue esta: “Nosotros no queremos convertir a los jóvenes a Cristo ni a la Iglesia Católica ni nada de eso, en lo absoluto”. Sin embargo, debo admitir que la afirmación suya que más me perturbó fue esta: “Que todos entendamos que la diferencia es una riqueza y el mundo será objetivamente mejor si somos capaces de colocar en el corazón de todos los jóvenes esta certeza”, insinuando que el desacuerdo fundamental en cuestiones de religión es bueno en sí mismo, lo que Dios en verdad desea activamente. Muchos Católicos alrededor del mundo han quedado, para decirlo suavemente, perplejos por las reflexiones del cardenal electo.

Tras esta controversia, el Obispo Aguiar, para ser justos, se ha retractado un poco en su afirmación, insistiendo en que quiso sólo criticar la forma agresiva, intimidatoria de compartir la fe que se conoce con el desagradable nombre de “proselitismo”. (Debo decir que esta aclaración no hace nada por explicar su afirmación directa sobre que no quiere convertir a los jóvenes a Cristo o a la Iglesia Católica). Pero por el momento, dejaré pasar eso y creeré en sus palabras. Sin embargo, me gustaría abordar un tema que abarca ampliamente a la cultura y que esboza su intervención —en concreto, el simple hecho de que la mayoría de la gente en Occidente probablemente considera a sus sentimientos primarios como indiscutibles.

En gran medida detrás de este vocabulario de tolerancia, aceptación, y no crítico en referencia a la religión, está la convicción profunda de que la verdad religiosa es inalcanzable para nosotros y que finalmente no interesa lo que uno crea mientras suscriba a ciertos principios éticos. Siempre y cuando uno sea una persona decente, ¿a quién le importa si es un devoto Cristiano, Budista, Judío, Musulmán o no creyente? Y si es ese el caso, ¿por qué entonces no habríamos de ver a la variedad de religiones como positiva, como una expresión más de la diversidad que tanto encandila a la cultura contemporánea? Y dado este indiferentismo epistemológico, ¿no sería acaso cualquier intento de “conversión” nada más que una agresión arrogante?

Cuando cualquier institución, ministerio o ayuda comunitaria Católica se olvida de su propósito evangélico, ha perdido su alma.

 

 

Como he estado argumentando durante años, y pese al consenso cultural actual, la Iglesia Católica coloca un énfasis enorme en la precisión doctrinal. Asegura confiadamente que la verdad religiosa es asequible por nosotros y tenerla (o no) importa enormemente. No afirma que “ser una persona buena” sea de algún modo suficiente, ya sea intelectual o moralmente; de otro modo, nunca hubiera ocupado siglos machacando sus creencias con precisión técnica. Y sostiene efectivamente que la evangelización es el trabajo central, clave y que más la define. San Pablo mismo dijo, “Ay de mí si no predicara el evangelio” (1 Cor 9,16); y el Papa San Pablo VI declaró que la Iglesia es una misión: difundir el Evangelio. Ni el San Pablo del siglo I, ni el San Pablo del siglo XX pensaron por un momento que la evangelización es equivalente al imperialismo o que aquella “diversidad” religiosa es de algún modo un fin en sí misma. Antes bien, ambos querían que el mundo entero fuera reunido bajo el Señorío de Jesucristo.

 

Precisamente esta es la razón por la que toda institución, toda actividad, todo programa de la Iglesia está dedicado, finalmente, a anunciar a Jesús. Algunos años atrás, cuando era obispo auxiliar de California, estaba en una plática con las autoridades de una preparatoria Católica. Cuando comenté que el propósito de la escuela era, en definitiva, la evangelización, muchos de ellos se opusieron y dijeron, “Si enfatizamos eso, nos enemistaremos con la mayoría de los estudiantes y sus padres”. Mi respuesta fue, “Bueno, entonces deberían cerrar la escuela. ¿Quién necesita una academia STEM más?”. ¡De más está decir que nunca más fui invitado a dirigirme a ese consejo! Pero no me importó. Cuando cualquier institución, ministerio o ayuda comunitaria Católica se olvida de su propósito evangélico, ha perdido su alma.

Lo mismo aplica para la Jornada Mundial de la Juventud. Una de las más grandes contribuciones a la Iglesia del Papa San Juan Pablo II, la Jornada Mundial de la Juventud, tuvo siempre, ineludiblemente, un ímpetu evangélico. Deleitaba al gran papa polaco que tantos jóvenes del mundo, en toda su diversidad, se congregaran en estas reuniones, y si le hubieran dicho que el verdadero propósito del evento era celebrar la diferencia y hacer sentir a todos cómodos con quiénes eran y que no había interés en convertir a Cristo a ninguno de ellos, habrían recibido una mirada fulminante.

 

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Apolinar de Rávena, Santo

Memoria Litúrgica, 20 de julio

Obispo y Mártir

 

Martirologio Romano: San Apolinar, obispo, que al mismo tiempo que propagaba entre los gentiles las insondables riquezas de Cristo, iba delante de sus ovejas como buen pastor, y es tradición que honró con su ilustre martirio a la iglesia de Classe, cerca de Rávena, en la vía Flaminia, pasando al banquete eterno el día veintitrés de julio (c. s. II)

Breve Biografía

SAN APOLINAR DE RÁVENA nació probablemente en Antioquía, en la actual Turquía, en la época de mayor auge del Imperio Romano, apenas después de la muerte de Jesús.

Según la tradición, San Apolinar fue uno de los principales discípulos del Apóstol San Pedro. Cuando San Pedro se trasladó a Roma para fundar ahí la Iglesia, San Apolinar lo habría acompañado hasta la capital del Imperio.

Durante el reinado del emperador Claudio, San Apolinar recibió la comisión de viajar al norte de Italia como embajador de la fe para empezar a evangelizar y a ganar adeptos para el cristianismo.

San Apolinar se convirtió así en el primer obispo de Rávena, cargo que ejerció durante veinte años. Se le ha atribuido el poder de curar a los enfermos en el nombre de Cristo, y de haber realizado otros milagros.

La relativa tranquilidad de su labor apostólica cambió con el ascenso al trono imperial de Vespasiano, en 69, quien cuenta con el dudoso honor de haber organizado las primeras persecuciones con lujo de crueldad contra los cristianos.

Por su cargo y sus actividades en Rávena, San Apolinar fue perseguido inmediatamente. Algunas fuentes cuentan que fue capaz de escapar hacia Dalmacia, donde habría predicado el Evangelio y habría puesto fin milagrosamente a una hambruna.

Sin embargo, al final San Apolinar fue apresado, torturado y martirizado.

 

 

Sobre su tumba, en Rávena, se edificó siglos más tarde la célebre Basílica de San Apollinare in Classe, de tres naves, consagrada en 549. Más tarde, en el siglo nueve, fue construida también ahí la iglesia de San Apollinare Nuovo.

SAN APOLINAR DE RÁVENA nos ofrece un ejemplo de la cruenta vida que tuvieron que padecer los santos fundadores del cristianismo.

 

 

Eucaristía: alivio, descanso, encuentro

Santo Evangelio según san Mateo 11, 28-30.

 

 

Jueves XV del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

«Señor mío Jesucristo, que por amor a los hombres estás noche y día en la Eucaristía, lleno de piedad y de amor, esperando, llamando y recibiendo a cuantos vienen a visitarte: creo que estás presente en el sacramento del altar. Te adoro desde el abismo de mi nada y te doy gracias por todas las mercedes que me has hecho, y especialmente por haberte dado Tú mismo en este sacramento. Adoro ahora a tu Santísimo corazón y deseo adorarlo por tres fines: el primero, en acción de gracias por este insigne beneficio; en segundo lugar, para reparar por las injurias que recibes de tus enemigos en este sacramento; y finalmente, deseando adorarte con esta oración en todos los lugares de la tierra donde estás sacramentado con menos culto y abandono». (cfr. Oración de san Alfonso María de Ligorio ante la Eucaristía).

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Mateo 11, 28-30

En aquel tiempo, Jesús dijo: «Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

 

Vivimos en un mundo de mucha actividad, de constante cambio, de interminable trabajo. El estrés y el agotamiento son cada vez más comunes. Parece que el descanso que anhelo nunca llega, o nunca es suficiente… Sin embargo, te tengo a ti, Señor Jesús, y hoy, en el Evangelio, te me muestras como el gran alivio para el corazón.

Ante ti, en la Eucaristía, tengo este gran consuelo. El Sagrario es el lugar donde puedo colocar el peso de cada día; ahí Tú lo tomas amorosamente y lo transformas en abundantes frutos. ¿Qué sería de mi vida si no acogieras mi labor? En verdad, Señor, no puedo imaginar que mi esfuerzo caiga en el vacío… Tú, Cristo, eres quien da el sentido a todo lo que hago y busco. ¡Gracias por ser mi descanso y mi alivio!

Por eso hoy te quiero ofrecer las actividades del día: que mi trabajo sea por ti, que mi agotamiento tenga sentido en ti. Tómame sin reserva alguna, para que pueda descubrir tu amor, conocerte mejor y colaborar con tu yugo, que es suave. ¡Que venga tu Reino, Señor, a mi vida!

«Cuando nos escondemos en nuestras miserias, cuando hurgamos continuamente, relacionando entre sí las cosas negativas, hasta llegar a sumergirnos en los sótanos más oscuros del alma. De este modo llegamos a convertirnos incluso en familiares de la tristeza que no queremos, nos desanimamos y somos más débiles ante las tentaciones. Esto sucede porque permanecemos solos con nosotros mismos, encerrándonos y escapando de la luz. Y sólo la gracia del Señor nos libera. Dejémonos, entonces, reconciliar, escuchemos a Jesús que dice a quién está cansado y oprimido “venid a mí”. No permanecer en uno mismo, sino ir a Él. Allí hay descanso y paz». (Homilía de S.S. Francisco, 10 de febrero de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Haré una visita a Cristo Eucaristía, ofreciéndole el trabajo de hoy.

 

 

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.