TOQUES DE HOY

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Reflexiones diarias del Evangelio

Referencias Bíblicas
• Luke 16:19-31
• Obispo Robert Barron

Amigos, el Evangelio de hoy es sobre la parábola del hombre rico y Lázaro. Había un hombre rico “vestido de púrpura y lino finísimo, y cada día hacía espléndidos banquetes”, mientras en la puerta de su casa yacía un pobre hombre llamado Lázaro, “que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del hombre rico”.



A Dios no le satisface este tipo de desigualdad económica, y lo consume la pasión por arreglar las cosas. Este tema aparece en la Biblia y en la tradición cristiana, y se repite a lo largo de los siglos. A pesar de que nos hace sentir incómodos—y Dios sabe que así es, especialmente para aquellos de nosotros que vivimos en la sociedad más próspera del mundo—no podemos evitarlo porque está en todas partes de la Biblia.



Santo Tomás de Aquino dice que: “Debemos distinguir entre el ser propietario y el uso de la propiedad privada”. Tenemos derecho a ser propietarios, a través de nuestro arduo trabajo, a través de nuestra herencia. Eso es justo. 

Pero con respecto al uso de las cosas—cómo las usamos, para qué las usamos—entonces, dice Tomás, siempre debemos preocuparnos primero por el bien común y no por el nuestro. Esto incluye especialmente a los Lázaro que están en nuestra puerta: los que están sufriendo y los que más necesitan.

 

 

Juan Nepomuceno, Santo

Presbítero y Mártir, 20 de marzo

Por: n/a | Fuente: ACI Prensa
Mártir del secreto de confesión

 

Martirologio Romano: En Praga, en Bohemia, san Juan Nepomuceno, presbítero y mártir, que por defender la Iglesia sufrió muchas injurias por parte del rey Venceslao IV y, expuesto a tormentos y torturas, aún respirando fue arrojado al río Moldava († 1393).

Etimológicamente: Juan = Dios es misericordia, es de origen hebreo.

Breve Biografía

Nació en Bohemia (Checoslovaquia) hacia el año 1250, en un pueblo llamado Nopomuc, de ahí el sobrenombre Nepomuceno. El apellido de su familia era Wolfin.



Fue párroco de Praga y obtuvo el doctorado en la Universidad de Padua. Después ocupó el alto puesto de Vicario General del Arzobispado.



El rey de Praga, Wenceslao, se dejaba llevar por dos terribles pasiones, la cólera y los celos y dicen las antiguas crónicas que siendo Juan Nepomuceno confesor de la reina, se le ocurrió al rey que el santo le debía contar los pecados que la reina le había dicho en confesión, y al no conseguir que le revelara estos secretos, se propuso matarlo. Luego el rey tuvo otro gran disgusto, consistió en que el monarca se proponía apoderarse de un convento para regalar las riquezas que allí había a un familiar. El Vicario Juan Nepomuceno se opuso a esto rotundamente, ya que evidentemente esos bienes pertenecían a la Santa Iglesia.



 

El rey mandó matar al padre Juan; lo ataron doblado, con la cabeza pegada sobre los pies, y luego, fue lanzado al río Moldava. Esto ocurrió en el año 1393. Los vecinos recogieron el cadáver para darle santa sepultura.



En 1725, más de 300 años después del suceso, una comisión de sacerdotes, médicos y especialistas encontarron que la lengua del mártir se encontraba incorrupta, aparentemente seca y gris. De repente, en presencia de todos empezó a tomar apariencia de ser la de una persona viva. Todos se pusieron de rodillas ante este milagro. Fue el cuarto milagro que realizó el santo antes de ser proclamado oficialmente como tal.



San Juan Nepomuceno fue considerado patrono de los confesores, porque prefirió morir antes que revelar los secretos de la confesión. En Praga, en el puente desde el cual fue echado al río, se conserva una imagen de este gran santo, y muchas personas, al pasar por allí le rezan devotamente.



San Juan Nepomuceno es patrono de Bohemia y Moravia, y del secreto de confesión. También es considerado patrono de la fama y el buen nombre. Sus reliquias se guardan en Praga, en la iglesia metropolitana de San Vito.

 

 

Levantar la mirada

Santo Evangelio según San Lucas 16, 19-31.

 

 

Jueves II de Cuaresma.
Por: Cristian Gutiérrez, LC |
Fuente: somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!



Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)



Creo, Señor que me escuchas, me ves y me hablas en este rato de oración. Sé que quieres estar conmigo en este momento de intimidad. Eres mi Dios, el sentido de mi vida, el motivo de mi existir. Me confío en tus manos que nunca me abandonan y siempre me brindan lo mejor. Te amo, pero quiero corresponder con más fidelidad a tu amor. Ayúdame a ser un buen apóstol tuyo y a seguir preparándome bien para esta Semana Santa que se acerca.



Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Lucas 16, 19-31



 

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: «Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas. Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él. Entonces grito: ‘Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas’. Pero Abraham le contestó: ‘Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá’. El rico insistió: ‘Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos’. Abraham le dijo: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen’. Pero el rico replicó: ‘No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán’. Abraham repuso: ‘Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto'».



Palabra del Señor



Medita lo que Dios te dice en el Evangelio



Tal vez me quieres recordar en este Evangelio esta palabra tan olvidada hoy. A veces vivo mi vida sin pensar que me llamas al cielo, a la felicidad eterna, a estar para siempre a tu lado.



Me puede pasar como el rico de esta parábola que vive sumergido en las cosas de este mundo. Vivía para banquetear, vestir a la moda, salir de fiestas todos los fines de semana, comprar en exceso, desperdiciar lo que se tiene, olvidando otras prioridades y no compartiendo con el necesitado. Estaba tan metido y ocupado en sus asuntos y descansos, que nunca se detuvo a mirar al que estaba a su lado y que parecía menos afortunado que él.



Quizá, yo también sólo tengo mi mirada en este plano horizontal. ¿Cuántas veces miro el cielo? ¿Qué pienso cuando lo veo? ¿Me lleva a imaginarme allí, contigo, en la eternidad, feliz para siempre?



 

 

Alzar la vista de las cosas de este mundo es la idea que tal vez me quieras mostrar. No todo es vestir, comer, disfrutar, comprar, gastar, descansar… hay un más allá que me espera, al que me invitas. No estoy creado sólo para este mundo.



A veces cuando leo este pasaje, más que pensar en el cielo, pienso en el infierno. Pero es que tampoco para el infierno he sido creado. Ese sí que menos. El más allá no es sólo el infierno. Tú no me intimidas, me amas. No me amenazas, me orientas.

Ayúdame a descubrir que me pensaste feliz, en tu casa celestial, y me enseñaste cómo llegar allá desde este mundo. Las pistas son claras: el amor a ti, el amor a los demás, y el amor correcto a mí mismo.

Ayúdame en este tiempo de Cuaresma a levantar la mirada, a creer que sí existe el más allá donde me esperas, donde te veré tal cual eres. Ayúdame a seguir tus pistas para que, recorriendo el camino de este mundo, me oriente hacia mi patria, hacia la casa celestial donde seré feliz por la eternidad.



 

 

«Sintonizar con Dios, para ver lo que él ve: Él no se queda en las apariencias, sino que pone sus ojos «en el humilde y abatido», en tantos pobres Lázaros de hoy. Cuánto mal nos hace fingir que no nos damos cuenta de Lázaro que es excluido y rechazado. Es darle la espalda a Dios. ¡Es darle la espalda a Dios! Cuando el interés se centra en las cosas que hay que producir, en lugar de las personas que hay que amar, estamos ante un síntoma de esclerosis espiritual».
(Homilía de S.S. Francisco, 13 de noviembre de 2016).



Diálogo con Cristo



Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.



Propósito



Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.



Hoy, en algún momento del día, me detendré a mirar el cielo por un instante para descubrir qué suscita en mí esta experiencia.



 

 

Despedida



¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

La doxología de la Misa, ¿solo la dice el sacerdote o lo decimos todos?

Es muy común escuchar a la asamblea repetir la doxología que dice el sacerdote dice en la Misa, pero es necesario que conozcamos cuando nos toca participar

 

 

Es muy común escuchar, durante la Misa, que la asamblea repite las oraciones que hace el sacerdote. Tal es el caso de la doxología, un neologismo que viene del griego: Doxa (gloria, alabanza) y logos (palabra); por tanto la palabra doxología significa ‘palabra de alabanza’.

«Por Cristo con él y en él…»

Las palabras: “Por Cristo con él y en él a ti Dios Padre Omnipotente en la unidad del Espíritu Santo todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”, forman parte de la doxología final, que a su vez es la última parte de la plegaria eucarística.

Esta doxología final de la Misa en la forma en que la conocemos se ha utilizado desde aproximadamente el siglo VII en toda la cristiandad de occidente.

«Estas palabras son propias, única y exclusivamente, del obispo o sacerdote celebrante y de los sacerdotes concelebrantes. Y ‘la doxología final: por la cual se expresa la glorificación de Dios,… es afirmada y concluida con la aclamación Amén del pueblo’”.

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Solamente el sacerdote dice la doxología

Por tanto durante la doxología los fieles guardan silencio y solo intervienen para unirse a dicha doxología con un fuerte y contundente: “AMÉN”.

Ésta es una de las doxologías que se usan para dar alabanza a Dios, distinguiéndola de la doxología mayor (Gloria a Dios en el cielo…) y la doxología menor (Gloria al Padre y al hijo….).

Finalmente, una de estas doxologías es la que se pronuncia antes del rito de la paz: «Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre Señor».

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