.

 

 

Lucas 14:15-24

En el evangelio de hoy, Jesús cuenta la parábola de un hombre dando una gran cena. Su envío de siervos para reunir a los invitados es paralelo a nuestro llamado a ser evangelizadores.

El Señor resucitado llama a los Apóstoles y a nosotros a salir y hacer la obra de congregarnos: “Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones”, es decir, atráelos a la dinámica misma de la vida divina.

Hans Urs von Balthasar ha observado que, en el contexto bíblico, misión e identidad están estrechamente unidas. Los héroes de las Escrituras no saben realmente quiénes son hasta que reciben una comisión de Dios. Así, a Saulo de Tarso, cuando se le reorienta radicalmente como apóstol de los gentiles, se le da el nombre de “Pablo”. Al ser enviado, sabe quién es. Paul no busca su propia felicidad; más bien, es como una carta, escrita y enviada por otro. El anuncio de Jesús resucitado es el principio, la mitad y el final de la vida de Pablo, su razón de ser, su refrigerio matutino y su descanso vespertino. Como sus grandes antepasados bíblicos y como sus descendientes en la tradición cristiana, Pablo es un mensajero. Nada más ni menos.

«Si la invitación hubiese sido, por ejemplo: “Venid, que tengo dos o tres amigos de negocios de otro país, podemos hacer algo juntos”, seguramente ninguno se hubiese disculpado». En efecto, «les asustaba la gratuidad», el hecho de «ser uno como los demás». Es «el egoísmo», el querer «estar en el centro de todo». (…)  Entonces es «difícil escuchar la voz de Jesús, la voz de Dios». Y, añadió el Papa, «detrás de esta actitud» hay otra cosa, aún «más profunda»: es el «miedo a la gratuidad». La gratuidad de Dios, en relación con las experiencias de la vida que nos han hecho sufrir, «es tan grande que nos da miedo». (…)  Estamos «más seguros en nuestros pecados, en nuestros límites», porque, de este modo, «estamos en nuestra casa». Salir, en cambio, «de nuestra casa para ir hacia la invitación de Dios, a la casa de Dios, con los demás» nos da «miedo». Y «todos nosotros cristianos tenemos este miedo escondido dentro», pero tampoco es mucho.  «católicos, pero no demasiado, confiados en el Señor, pero no demasiado». Y este «pero no demasiado» al final nos «empequeñece» … (Santa Marta, 4 noviembre 2014)

 

 


Prosdócimo de Padua, Santo

 

Obispo, 7 Noviembre

Por: Xavier Villalta A. |

Fuente: Catholic.net


Primer Obispo de Padua

Martirologio Romano: En Padua, de la región de Venecia, san Prosdócimo, a quien se tiene por el primer obispo de esta Iglesia.

Breve Biografía


Según una piadosa tradición, san Prosdócimo, primer obispo de Padua, fue enviado por el apóstol san Pedro a anunciar la buena nueva en tierras euganeas.



Santo patrón de la ciudad de Euganean, y también, según la opinión de muchos estudiosos, probable evangelizador de la Venecia occidental entera.



Santa Justina, Virgen y Mártir, fue convertida y bautizada por San Prosdocimo, siendo este un claro ejemplo de la labor apostólica del santo Obispo de Padua.

 

 

Invitado al banquete

Santo Evangelio según San Lucas 14, 15-24.

 

 

Martes XXXI del Tiempo Ordinario.




En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!


Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, gracias por este momento de intimidad que me regalas. Quieres estar conmigo, hablarme y transformar mi corazón con el fuego de tu amor. Aquí estoy. Haz de mí lo que quieras. Confío en que Tú solamente quieres lo mejor para mí y todo lo que haces o permites en mi vida, tarde o temprano será para mi bien. Creo que Tú puedes colmar mi corazón de felicidad, dándome una plenitud que ninguno me puede dar. Gracias, Jesús. Sé que me amas, enséñame a amarte cada día más. Amén.


Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Lucas 14, 15-24


En aquel tiempo, uno de los que estaban sentados a la mesa con Jesús le dijo: «Dichoso aquel que participe en el banquete del Reino de Dios». Entonces Jesús le dijo: «Un hombre preparó un gran banquete y convidó a muchas personas. Cuando llegó la hora del banquete, mandó un criado suyo a avisarles a los invitados que vinieran, porque ya todo estaba listo. Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. Uno le dijo: ‘Compré un terreno y necesito ir a verlo; te ruego que me disculpes’. Otro le dijo: ‘Compré cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego que me disculpes’. Y otro más le dijo: ‘Acabo de casarme y por eso no puedo ir’. Volvió el criado y le contó todo al amo. Entonces el señor se enojó y le dijo al criado: ‘Sal corriendo a las plazas y a las calles de la ciudad y trae a mi casa a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos’. Cuando regresó el criado, le dijo: ‘Señor, hice lo que ordenaste, y todavía hay lugar’. Entonces el amo respondió: ‘Sal a los caminos y a las veredas; insísteles a todos para que vengan y se llene mi casa. Yo les aseguro que ninguno de los primeros invitados participará de mi banquete'».


Palabra del Señor.


 

 

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio


Hoy, Jesús, me hablas del cielo poniéndome como ejemplo un banquete. Me haces ver que el anfitrión tenía una lista de invitados. Seguramente eran personas queridas, amigos con los que quería compartir su alegría… y los invitados no llegaron. Tenían cosas más importantes que hacer. Ninguno de ellos dijo que no iba porque odiaba al anfitrión. No. Solamente que en su lista de prioridades estaban primero sus cosas, sus intereses y gustos antes que la invitación de su amigo.


¡Tantas veces a mí me sucede lo mismo, Jesús! Tú has preparado desde toda la eternidad el banquete de la Eucaristía. Me has llamado a la vida y a la fe con el ardiente deseo que compartiera la alegría de recibirte en mi corazón… y yo, en vez de morir de agradecimiento al tener la oportunidad de hospedar en mi corazón al creador de los océanos y de las montañas, tantas veces he preferido posponerlo porque «sólo voy a misa cuando me nace» o porque «no tengo tiempo». Perdóname, Jesús, porque en muchas ocasiones he preferido las criaturas de Dios -buenas, sí, pero al fin y al cabo sólo criaturas – al Dios de las criaturas; porque he tenido tiempo para todo menos para el creador del tiempo; porque te he dicho con los labios que te quiero, pero luego te he olvidado de mi lista de prioridades. Perdóname, Jesús. Tú sabes que mi amor es muy pequeño y limitado. Dame la gracia de aprender a valorar el don de ser llamado a compartir tu mesa. No dejes que la rutina envuelva el misterio más grande: el de tu cuerpo y tu sangre dados a mí por puro amor.



«Para poder participar se necesita estar preparado, despierto y comprometido con el servicio a los demás, con la tranquilizadora perspectiva de que «desde allí» no seremos nosotros los que sirvamos a Dios, sino que será Él mismo quien nos acoja en su mesa. Pensándolo bien, esto ocurre ya cada vez que encontramos al Señor en la oración, o también sirviendo a los pobres, y sobre todo en la Eucaristía, donde Él prepara un banquete para nutrirnos de su Palabra y de su Cuerpo».
(Homilía de S.S. Francisco, 7 de agosto de 2016).



Diálogo con Cristo


Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.


Propósito


Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.


Buscaré asistir a Misa tan pronto como me sea posible.


 

 

Despedida


Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

La Eucaristía es un banquete

¡Vengan y coman! ¡No se queden con hambre! Dios Padre nos sirve el Cuerpo y la Sangre, el alma y la divinidad de su propio Hijo, hecho Pan celestial.






Yo soy el pan, el vivo, el que bajó del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre, y por lo tanto el pan que Yo daré es la carne mía para la vida del mundo». Empezaron entonces los judíos a discutir entre ellos y a decir: «¿Cómo puede éste darnos la carne a comer?». Díjoles, pues, Jesús: «En verdad, en verdad, os digo, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis la sangre del mismo, no tenéis vida en vosotros. El que de Mí come la carne y de Mí bebe la sangre, tiene vida eterna y Yo le resucitaré en el último día. Porque la carne mía verdaderamente es comida y la sangre mía verdaderamente es bebida. El que de Mí come la carne y de Mí bebe la sangre, en Mí permanece y Yo en él. De la misma manera que Yo, enviado por el Padre viviente, vivo por el Padre, así el que me come, vivirá también por Mí. Este es el pan bajado del cielo, no como aquel que comieron los padres, los cuales murieron. El que come este pan vivirá eternamente». Esto dijo en Cafarnaúm, hablando en la sinagoga. Jn 6, 51-59




La eucaristía es un banquete. ¡Vengan y coman! ¡No se queden con hambre! Es un banquete en el que Dios Padre nos sirve el Cuerpo y la Sangre, el alma y la divinidad de su propio Hijo, hecho Pan celestial. Pan sencillo, pan tierno, pan sin levadura…Pero ya no es pan, sino el Cuerpo de Cristo. ¡Vengan y coman! Sólo se necesita el traje de gala de la gracia y amistad con Dios, si no, no podemos acercarnos a la comunión, pues “quien come el Cuerpo de Cristo indignamente, come su propia condenación”, nos dice San Pablo (1 Cor 11, 27).



La eucaristía es sacrificio, donde se renueva y se actualiza la Muerte de Cristo en la Cruz para restablecer la amistad del hombre con Dios, reparar la ofensa que el hombre hizo a Dios, y volver a unir cielo y tierra, y darnos así la salvación y el rescate. ¡Muramos también nosotros con Él para después resucitar con Él!



La Eucaristía es prenda de la gloria futura. Lo dice bien claro Jesús hoy en el Evangelio: “El que come de este pan vivirá eternamente”.



Por tanto, la eucaristía no es sólo fuerza y alimento para el camino, como experimentó Elías, que comió ese pan que le ofreció Dios, prefiguración de lo que sería más tarde la eucaristía, y Elías recobró fuerza, vigor, ánimo y aliento y siguió caminando cuarenta días y cuarenta noches



La eucaristía no es sólo para el presente. Es también prenda de la gloria futura. ¿Qué significa esto: “El que come de este pan vivirá eternamente”?



Esto no quiere decir que el recibir la eucaristía nos ahorre la muerte corporal. Nosotros comulgamos con frecuencia, y a pesar de todo un día moriremos.



Acá se trata de la muerte espiritual, de la muerte eterna, lejos de Dios, en el infierno.



Este pan de la eucaristía nos libra de esta muerte y nos da la vida inmortal. Todo alimento nutre según sus propiedades. El alimento de la tierra alimenta para el tiempo. El alimento celestial, Cristo eucaristía, alimenta para la vida eterna.



Valga esta comparación: la eucaristía es como esa vacuna preventiva que nos vamos poniendo en esta vida terrena para no morir en nuestra alma y alcanzar la vida eterna. Nos va fortaleciendo el organismo espiritual como anticipo para que no se enferme con muerte eterna.



El pan de la eucaristía nos acompaña en nuestro camino por este desierto que es el mundo. Nos alimenta. Nos da fuerza, como le pasó a Elías. Pero cesará una vez alcanzada la meta del cielo. Una vez que hayamos llegado al cielo ya no necesitamos de este Pan, pues tendremos la presencia saciativa de Dios, cara a cara, sin velos y sin misterios.



Aquí vemos a Dios a través del velo de la fe: vemos pan, pero creemos que es Dios, saboreamos pan, pero creemos que es Dios.



Pero hay más; la eucaristía no sólo nos acompaña en nuestra peregrinación al cielo llenándonos de fuerza, ánimo y aliento… sino que, en cierto modo, ya desde ahora siembra algo de “Cielo” en nuestro interior, porque en la eucaristía recibimos a Cristo sufriente y glorioso.



En cuanto paciente y sufriente, Jesús nos aplica el fruto de su Pasión: el perdón de los pecados, la reconciliación con el Padre. En cuanto glorioso, nos comunica el germen de su Resurrección: una vida nueva, inmortal, feliz y eterna con Dios… Cristo con su Resurrección destruyó la muerte. Y nosotros al comulgar comemos el Cuerpo glorioso de Cristo que penetra en nuestro ser, comunicándonos la vida nueva, la vida eterna, la vida inmortal.



Por esta razón, algunos Santos Padres de la Iglesia llamaron a la eucaristía remedio de inmortalidad. San Ireneo, por ejemplo, dice: “Así como el grano de trigo cae en la tierra, se descompone, para levantarse luego, multiplicarse en espigas y alimentarnos… así nuestros cuerpos, alimentados por la eucaristía y depositados en la tierra, donde sufrirán la descomposición, se levantarán un día y se revestirán de inmortalidad”.



El hecho de que la eucaristía sea la primicia y el comienzo de nuestra glorificación y resurrección, explica su intrínseca relación con la segunda venida del Señor.



Porque el día en que el Señor vuelva, al fin de la historia, ese día la eucaristía se habrá vuelto innecesaria, así como todos los sacramentos, que son como velos a través de los cuales con la fe vemos a Dios, su presencia, su huella, su caricia… Ya no se necesitarán, cuando venga Jesús al final de la historia, porque veremos a Dios cara a cara, sin velos y sin misterios.



Ya en el cielo no necesitamos comulgar a Dios en el pan, ni en el vino. La comunión con Dios en el cielo será de otra manera: directamente, no a través de velos.



¡Cómo nos gustará saber cómo estaremos y viviremos en el cielo con Dios! Imagínate lo más hermoso y consolador de aquí en la tierra, rodeado de buenas amistades, en charla franca, amena, limpia, consoladora… y elévalo no a la enésima potencia, sino eternamente. No pasan las horas, porque en el cielo no hay tiempo. No hay cansancio ni sueños, porque en el cielo no se sufren esos condicionamientos. No hay enojos ni discusiones, no hay envidias ni borracheras ni desenfrenos… Todo allá es puro y eternamente feliz.



¿Creemos esto?



Pues bien, la eucaristía es un cachito de cielo. Se nos abre un resquicio de cielo para que ya lo deseemos ardientemente, desde acá en la tierra.



¿Qué les parece si hoy vivimos la misa, la eucaristía de otra manera? Más profunda, más íntimamente… mirando hacia esa eternidad de Dios que nos aguarda, y que la eucaristía nos promete ya como prenda futura. “Quien coma de este pan vivirá eternamente”. Amén.


 

 


¿Cuántos tipos de oración hay?

Las cinco formas principales de oración son la bendición, la adoración, la oración de petición y de intercesión, la oración de acción de gracias y la oración de alabanza.




 

 

Fuente: Youcat en español, Ed. DABAR, Madrid, 2012, No.: 483-489


Las cinco formas principales de oración son la bendición, la adoración, la oración de petición y de intercesión, la oración de acción de gracias y la oración de alabanza. Con cualquiera de ellas elevamos nuestro espíritu a Dios según nuestras necesidades.

La bendición

Una bendición es una oración que pide la bendición de Dios sobre nosotros. Toda bendición procede únicamente de Dios. Su bondad, su cercanía, su misericordia son bendición. La fórmula más breve de la bendición es “El Señor te bendiga”.

Todo cristiano debe pedir la bendición de Dios para sí mismo y para otras personas. Los padres pueden trazar sobre la frente de sus hijos la señal de la cruz. Las personas que se aman pueden bendecirse. Además el presbítero, en virtud de su ministerio, bendice expresamente en el nombre de Jesús y por encargo de la Iglesia. Su oración de bendición es especialmente eficaz por medio del sacramento del Orden y por la fuerza de la oración de toda la Iglesia.

La adoración

 

Toda persona que comprende que es criatura de Dios reconocerá humildemente al Todopoderoso y lo adorará. La adoración cristiana no ve únicamente la grandeza, el poder y la Santidad de Dios. También se arrodilla ante el amor divino que se ha hecho hombre en Jesucristo.

Quien adora verdaderamente a Dios se pone de rodillas ante Él o se postra en el suelo. En esto se muestra a verdad de la relación entre Dios y el hombre: él es grande y nosotros somos pequeños. Al mismo tiempo el hombre nunca es mayor que cuando se arrodilla ante Dios en una entrega libre. El no creyente que busca a Dios y comienza a orar puede de este modo encontrar a Dios.

La petición

Dios, que nos conoce completamente, sabe lo que necesitamos. Sin embargo, quiere que “pidamos”: que en las necesidades de nuestra vida nos dirijamos a Él, le gritemos, le supliquemos, nos quejemos, le llamemos, que incluso “luchemos en la oración” con él.

Ciertamente Dios no necesita nuestras peticiones para ayudarnos. La razón por la que debemos pedir es por nuestro interés. Quien no pide y no quiere pedir, se encierra en sí mismo. Sólo el hombre que pide, se abre y se dirige al origen de todo bien. Quien pide retorna a la casa de Dios. De este modo la oración de petición coloca al hombre en la relación correcta con Dios, que respeta nuestra libertad.

La intercesión petición por los demás

Del mismo modo que Abraham intercedió a favor de los habitantes de Sodoma, así como Jesús oró por sus discípulos, y como las primeras comunidades no sólo buscaban su interés “sino todos el interés de los demás” (Flp 2, 4), igualmente los cristianos piden siempre por todos; por las personas que sin importantes para ellos, por las personas que no conocen e incluso por sus enemigos.

 

 

Cuanto más aprende un hombre a rezar, tanto más profundamente experimenta que pertenece a una familia espiritual, por medio de la cual la fuerza de la oración se hace eficaz. Con toda mi preocupación por las personas a las que amo, estoy en el centro de la familia humana, puedo recibir la fuerza de la oración de otros y puedo suplicar para otros la ayuda divina.

La acción de gracias

Todo lo que somos y tenemos viene de Dios. San Pablo dice “¿Tienes algo que no hayas recibido?” (1 Cor 4,7). Dar gracias a Dios, el dador de todo bien, nos hace felices.

La mayor oración de acción de gracias es la “Eucaristía” (en griego “acción de gracias”) de Jesús, en la que toma pan y vino para ofrecer en ellos a Dios toda la Creación transformada. Toda acción de gracias de los cristianos es unión con la gran oración de acción de gracias de Jesús. Porque también nosotros somos transformados y redimidos en Jesús; así podemos estar agradecidos desde lo hondo del corazón y decírselo a Dios en muchas formas.

 

 

La alabanza

Dios no necesita de ningún aplauso. Pero nosotros necesitamos expresar espontáneamente nuestra alegría en Dios y nuestro gozo en el corazón. Alabamos a Dios porque existe y porque es bueno. Con ello nos unimos ya a la alabanza eterna de los ángeles y los santos en el cielo.

Recomendamos:

¿Para qué sirve la oración?: Vida para el espíritu y medio de comunicación con Dios.

Orar… lo que es y lo que no es: Orar es llamar y responder. Es llamar a Dios y es responder a sus invitaciones. Es un diálogo de amor

¿Cuál es la oración más perfecta?: Celebramos a Dios porque es bueno. Lo alabamos porque es grande y porque su misericordia es eterna.

Qué es la oración de ofrecimiento: El Señor todo lo recibe, también nuestros más pequeños ofrecimientos de amor que se convierten en una oración.

¿Cómo orar cuando alguien te hace sufrir?: Al rezar por quienes te hacen sufrir, te das la oportunidad de desahogarte y de hacerlo con quien es todopoderoso y puede remediar las cosas.

¿Eres capaz de cantar alabanzas al Señor? ¡La oración de alabanza es una oración cristiana para todos nosotros!

Oración de sanación por la familia: Hoy venimos a Ti, en nombre de cada una de las personas de nuestra familia.

 

 
Día 7.- San Ernesto abad (¿?-1148)

 

 

Nace en Suiza en el siglo XII. Fue abad del monasterio benedictino de Zwiefalten en la región de Wurttemberg (Alemania) entre 1141 y 1146. Renuncia para ir a la Segunda Cruzada. Predica en Persia y Arabia. Creó cuatro pequeños estados cristianos (Jerusalén, Antioquía, Edesa y Trípoli) en territorio del islam. Es apresado por los sarracenos, torturado y muere mártir en La Meca en 1148.