Estamos a pocos días de iniciar la Semana Santa. Hoy el Señor desde el texto del Evangelio, nos hace comprender que, no sólo es paciente, sino que, cuando volvemos, salta de gozo y de regocijo. Por eso, si alguien quiere saber cómo es Dios, al leer este texto, se convencerá que Dios no es lejano, vengativo, tirano, castigador, terco.

En el texto del Evangelio, el protagonista no es el hijo perdido, porque además hay dos hijos perdidos, uno que se va de casa y otro que se va del corazón, pues en realidad el protagonista principal, de esta historia es el padre, no los hijos. Lo que llama la atención de esta escena del Evangelio, es el comportamiento del padre. Es el amor inmediato del Padre lo que llama la atención y es lo que convierte a los hijos perdidos en los hijos recobrados. De ahí que podamos afirmar que el texto nos muestra la mejor fotografía del Señor. Dios es amor,

Desde aquí, si nos preguntamos ¿por qué nos ama Dios?, tendríamos que decir que Dios no nos ama porque lo merecemos, sino porque somos sus hijos. El amor de Dios hacia nosotros, no está condicionado ni por nuestra virtud ni por nuestro pecado. Es puro amor, puro don, pura gracia, pura misericordia y perdón. Todos somos pecadores ante Dios, pero pecadores amados, salvados, perdonados, recuperados.

La enseñanza de Jesús es sorprendente, pues lo verdaderamente definitivo para entrar en la fiesta final es saber reconocer nuestras faltas, creer en el amor de un Padre y, en consecuencia, saber amar y perdonar.

Fácilmente, nos olvidamos que no basta permanecer en la casa del Padre para participar del banquete: se necesita saber perdonar. No es suficiente no haber hecho nada malo, se requiere amar como hermano al que se ha alejado. No basta no haber quebrantado las leyes, se necesita haber trabajado por un mundo más justo, más humano. 

Lo anterior, nos lleva a reflexionar, como algunos de nosotros hemos abandonado la amistad con Dios y estamos solos y harapientos, muy lejos del amor, apenas con la fortuna de un recuerdo: la casa paterna y el rostro bondadoso del Padre. Otros permanecemos junto a Él, pero enclavados en nuestra autosuficiencia, incapaces de compartir, viviendo una fe sin júbilo, haciendo continuamente el inventario de las culpas ajenas y excluyendo constantemente a quienes no caminan por nuestra ruta. Mientras tanto, mientras retornan los pródigos y se cambia el corazón de los hijos fieles, Dios simplemente está allí. Es decir: Ama y espera y guarda arroyos de alegría para derramarlos cuando sus hijos se conviertan. Terminando esta reflexión, los invito a Hacer nuestras las palabras del salmo 33: “Gustad y ved qué bueno es el Señor“, especialmente cuando, después de perdonarnos, nos hace participar en el banquete de su amor, donde Jesús se muestra como el amor del Padre que siempre está con nosotros. Por consiguiente, el amor de Dios, que Jesús nos muestra, debe ser el cimiento básico en nuestras relaciones humanas, así como en la ruta de nuestra fe. Así que, sabiendo que el corazón de Dios es un corazón que sale al encuentro de todos, no olvidemos que tú y yo podemos ser la fiesta de la misericordia de Dios.Que el Señor, con su cruz, nos haga visualizar, creer, percibir y vivir el inmenso amor que Dios nos tiene

  • John 5:31-47

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS en el Evangelio de hoy Jesús declara la fuente de su comportamiento lleno de autoridad. En particular, los primeros oyentes de Jesús estaban asombrados por la autoridad de su discurso. Esto no se reducía a que hablaba con convicción y entusiasmo; más bien, esto se debía a que se rehusaba a seguir el juego de los otros rabinos, referenciando su autoridad todo el recorrido hasta llegar a Moisés. Jesús iba, por así decirlo, por encima del liderazgo de Moisés.

Quienes lo escuchaban sabían que estaban tratando con algo cualitativamente diferente a cualquier otra cosa en su tradición o experiencia religiosa. Estaban tratando con el profeta mayor que Moisés, que Israel había esperado por mucho tiempo.

Y Jesús tenía que ser más que un mero profeta. ¿Por qué? Porque todos hemos sido heridos, y ciertamente todo nuestro mundo está en peligro, por una batalla que tuvo lugar en un nivel más fundamental de existencia. El resultado es la devastación del pecado, que todos conocemos demasiado bien. ¿Quién podría tomar eso sobre sí, solo? ¿Una mera figura humana? Difícilmente. Lo que se necesita es el poder y la autoridad del Creador mismo, para rehacer y salvar al mundo, vendando sus heridas y enderezándolo.

Friends, in today’s Gospel, Jesus declares the source of his authoritative behavior. Notably, the first hearers of Jesus were astonished by the authority of his speech. This wasn’t simply because he spoke with conviction and enthusiasm; it was because he refused to play the game that every other rabbi played, tracing his authority finally back to Moses. He went, as it were, over the head of Moses. 

His listeners knew they were dealing with something qualitatively different than anything else in their religious tradition or experience. They were dealing with the prophet greater than Moses, whom Israel had long expected.

And Jesus had to be more than a mere prophet. Why? Because we all have been wounded, indeed our entire world compromised, by a battle that took place at a more fundamental level of existence. The result is the devastation of sin, which we all know too well. Who alone could possibly take it on? A merely human figure? Hardly. What is required is the power and authority of the Creator himself, intent on remaking and saving his world, binding up its wounds and setting it right.

Abiertamente y a escondidas

El testimonio y la mediación, propios de la vocación profética, no constituyen un camino de rosas. Vivir de acuerdo con la Palabra de Dios complica la vida: no sólo no atrae el aplauso social, sino que provoca, además, el rechazo y la persecución. Resulta, por un lado, paradójico que la voluntad de hacer el bien y de vivir conforme al mandamiento del amor, conlleve tales reacciones contrarias. Pero, por el otro lado, no deja de tener su lógica, porque vivir así supone romper con muchos convencionalismos sociales, con muchas formas de comportamiento generalmente aceptadas, y que no son sino expresiones de la idolatría que amenaza siempre al creyente. Testimoniar significa también (aunque no sólo) denunciar. Y la denuncia profética se topa inevitablemente con los límites de la tolerancia social.

También Jesús experimenta las contrariedades de la vocación profética, y con mayor motivo, puesto que él no es sólo un profeta, sino Aquel al que todos los profetas anunciaron. Llama la atención, en el Evangelio de hoy, la aparente contradicción entre la subida a Jerusalén “a escondidas”, y el hecho de que la gente la viera hablar “abiertamente”. Teniendo siempre en cuenta lo que puedan decirnos los especialistas en exégesis bíblica al respecto, tal vez podemos entender con cierta libertad esta aparente contradicción en el sentido de que las necesarias normas de prudencia humana que, sin duda, es preciso adoptar en ocasiones, no deben ser excusa para ocultar el testimonio al que todos los creyentes estamos llamados. No se puede ocultar la luz, no se puede acallar la Palabra, no se puede desoír la llamada del que nos envía para que lo demos a conocer. Tal vez, como síntesis necesaria de prudencia y valentía en el testimonio pueden servir las palabras de la segunda carta a Timoteo: “Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Tim 4, 2).

El Evangelio de hoy se centra en un tema del que nunca diremos lo suficiente: la divinidad de Jesús. En años recientes ha habido una tendencia perturbadora —pueden observarlo claramente en el best seller de Eckhart Tolle, El Poder del Ahora— de convertir a Jesús en un maestro espiritual inspirador, como Buda o los místicos sufíes.

Pero si eso es todo lo que es, ¡al diablo con él! Los Evangelios nunca quedan satisfechos con una descripción tan reducida como ésta. Si bien presentan a Jesús claramente como un maestro, también saben que él es infinitamente más que eso. Afirman que hay algo más en juego con él y en nuestra relación con él.

En nuestro Evangelio de hoy, Jesús simplemente declara la relación que tiene con su Padre: “Yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; y a él ustedes no lo conocen. Pero yo sí lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado”.

Hugo de Grenoble, Santo

Obispo, 1 de abril

Martirologio Romano: En Grenoble, en Burgundia, san Hugo, obispo, que se esforzó en la reforma de las costumbres del clero y del pueblo, y siendo amante de la soledad, durante su episcopado ofreció a san Bruno, maestro suyo en otro tiempo, y a sus compañeros, el lugar de la Cartuja, que presidió cual primer abad, rigiendo durante cuarenta años esta Iglesia con esmerado ejemplo de caridad (1132).

Etimológicamente: Hugo = Aquel de Inteligencia Clara, es de origen germano.

Fecha de canonización: 22 de abril de 1134 por el Papa Inocencio II.

Breve Biografía

El obispo que nunca quiso serlo y que se santificó siéndolo.

Nació en Valence, a orillas del Isar, en el Delfinado, en el año 1053. Casi todo en su vida se sucede de forma poco frecuente. Su padre Odilón, después de cumplir con sus obligaciones patrias, se retiró con el consentimiento de su esposa a la Cartuja y al final de sus días recibió de mano de su hijo los últimos sacramentos. Así que el hijo fue educado en exclusiva por su madre.

Aún joven obtiene la prebenda de un canonicato y su carrera eclesiástica se promete feliz por su amistad con el legado del papa. Como es bueno y lo ven piadoso, lo hacen obispo a los veintisiete años muy en contra de su voluntad por no considerarse con cualidades para el oficio -y parece ser que tenía toda la razón-, pero una vez consagrado ya no había remedio; siempre atribuyeron su negativa a una humildad excesiva. Lo consagró obispo para Grenoble el papa Gregorio VII, en el año 1080, y costeó los gastos la condesa Matilde.

Al llegar a su diócesis se la encuentra en un estado deprimente: impera la usura, se compran y venden los bienes eclesiásticos (simonía), abundan los clérigos concubinarios, la moralidad de los fieles está bajo mínimos con los ejemplos de los clérigos, y sólo hay deudas por la mala administración del obispado. El escándalo entre todos es un hecho. Hugo -entre llantos y rezos- quiere poner remedio a todo, pero ni las penitencias, ni las visitas y exhortaciones a un pueblo rudo y grosero surten efecto. Después de dos años todo sigue en desorden y desconcierto. Termina el obispo por marcharse a la abadía de la Maison-Dieu en Clermont (Auvernia) y por vestir el hábito de san Benito. Pero el papa le manda taxativamente volver a tomar las riendas de su iglesia en Grenoble.

Con repugnancia obedece. Se entrega a cumplir fielmente y con desagrado su sagrado ministerio. La salud no le acompaña y las tentaciones más aviesas le atormentan por dentro. Inútil es insistir a los papas que se suceden le liberen de sus obligaciones, nombren otro obispo y acepten su dimisión. Erre que erre ha de seguir en el tajo de obispo sacando adelante la parcela de la Iglesia que tiene bajo su pastoreo. Vendió las mulas de su carro para ayudar a los pobres porque no había de dónde sacar cuartos ni alimentos, visita la diócesis andando por los caminos, estuvo presente en concilios y excomulgó al antipapa Anacleto; recibió al papa Inocencio II -que tampoco quiso aceptar su renuncia- cuando huía del cismático Pedro de Lyon y contribuyó a eliminar el cisma de Francia.

Ayudó a san Bruno y sus seis compañeros a establecerse en la Cartuja que para él fue siempre remanso de paz y un consuelo; frecuentemente la visita y pasa allí temporadas viviendo como el más fraile de todos los frailes.

No había llegado su hora

Santo Evangelio según san Juan 7,1-2.10.25-30. Viernes IV de Cuaresma

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

¡Gracias, Señor por un día más! Permite que este momento de oración sea un encuentro renovador en el que ponga mi corazón a tu servicio para llevarte a mis semejantes. Te pido por mi familia, por mis amigos, por todas las necesidades que Tú bien sabes llevo en mi corazón. ¡Gracias, Señor, por estar aquí conmigo!.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 7,1-2.10.25-30

En aquel tiempo, recorría Jesús la Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las tiendas. Después que sus parientes se marcharon a la fiesta, entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas.

Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron: «¿No es éste el que intentan matar? Pues mirad cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que éste es el Mesías? Pero éste sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene.» Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó: «A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; a ése vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él, y él me ha enviado.» Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

Jesús se esconde porque sabe que lo quieren matar. Pero no se esconde por cobardía ni por miedo. Se esconde porque todavía tiene varias cosas que hacer y busca el modo de hacer lo más que pueda en el espacio de tiempo que todavía le queda.

Se escabulle de los judíos pero para estar después en la presencia de la gente, enseñando en el templo. Su misión sigue y hace todo de un modo eficaz. La gente ya sabe que los judíos buscan apresar a Jesús. Tan es así que algunos se empiezan a preguntar… «¿pero no es este al que quieren matar?». No es un secreto, es algo sabido por buena parte del pueblo. A Jesús lo quieren matar.

Hoy, a Jesús también lo quieren matar. Empezando por nuestra indiferencia a lo sagrado, por la poca o nula atención que prestamos a su Palabra. Por la facilidad con la que preferimos en ocasiones cualquier comodidad por encima de participar de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y de la Reconciliación. Nuestra indiferencia, nuestra escasa atención a su voz también lo mata lentamente. ¿Por qué no nos damos cuenta de eso?

Hay sectores de la sociedad que se ufanan en destruir cualquier valor cristiano en las familias, en los jóvenes, en la misma Iglesia. A Cristo lo persiguen y mi respuesta es importante. No puedo ser indiferente ante la gran necesidad de dar testimonio de vida cristiana ante un mundo que se resiste a creer en Dios.
¿Qué quiere que haga, Señor? ¿Cómo puedo llevarte a mi familia? ¿Cómo puedo ser testigo fiel ante mis semejantes? No permitas que mi indiferencia mate tu gracia, ni que mi frialdad detenga tu corazón de bendecirme.

«Lo opuesto más cotidiano del amor de Dios, de la compasión de Dios, es la indiferencia: la indiferencia. “Yo estoy satisfecho, no me falta nada. Tengo todo, he asegurado esta vida, y también la eterna, porque voy a Misa todos los domingos, soy un buen cristiano”. “Pero, al salir del restaurante, mira para otro lado”. Pensemos en este Dios que da el primer paso, que tiene compasión, que tiene misericordia y tantas veces nosotros, nuestra actitud es la indiferencia. Oremos al Señor para que cure a la humanidad, comenzando por nosotros: que mi corazón se cure de esta enfermedad que es la cultura de la indiferencia».

(Homilía de S.S. Francisco, 8 de enero de 2019, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Veré hoy de qué modo concreto puedo ayudar a quien más lo necesite de mi familia, de mis amigos o colegas de trabajo..

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

La Cristología en el Nuevo Testamento

En el discurso salvífico hay una continuidad, que abarca el Antiguo y el Nuevo Testamento

Centramos aquí la atención en la enseñanza oral y escrita de la Iglesia apostólica, o sea en la cristología vista a nivel tradicional y redaccional, considerando así los testimonios cristológicos de la Iglesia primitiva, comenzando por los más antiguos para pasar luego a los sinópticos, los de Pablo y de Juan.

a) La cristología más antigua.

El anuncio de la salvación traída por Jesús se inicia en el ambiente palestino. De ese modo no ha llegado a nosotros ningún testimonio directo, ya que todas las fuentes neotestamentarias se elaboraron en un ambiente cultural helenístico. No obstante, en esas fuentes es posible todavía percibir el eco de la predicación más antigua, recogido en algunas formulaciones de fe que se remontan con toda probabilidad a los comienzos. Concretamente se trata de «cristalizaciones» de la predicación primitiva, cuyo objeto es primordialmente la muerte y resurrección de Jesús.

– Kerygma.

La primera referencia a este respecto son los discursos referidos en el Libro de los Hechos, que anuncian sobre todo la resurrección y glorificación de Jesús de Nazaret. Es paradigmático el discurso de Pedro en pentecostés.

Al Jesús que fue condenado a muerte, Dios lo ha resucitado (He. 2, 32-36) y lo ha proclamado Señor, o sea partícipe de la omnipotencia divina, y Mesías, consagrado para una misión salvífica (He. 2, 33); por tanto es Dios y salvador del hombre. Cristología y soteriología forman aquí una unidad inseparable.

El hombre Jesús se transforma en el salvador del hombre.

A la predicación más antigua pertenece igualmente el texto de 1Cor 15, 1-7. En él recuerda Pablo lo que con anterioridad ya ha anunciado, y que él mismo ha «recibido», a saber: la muerte de Jesús por «nuestros pecados», su sepultura y resurrección, hechos acaecidos todos ellos «según las Escrituras». También este es un texto cristológico de sumo valor, cuya autenticidad puede estimarse indiscutida.

– Homologías.

Las homologías o fórmulas de exclamación con las que se proclamaba la fe en Jesucristo, se encuentran entre los testimonios cristológicos más arcaicos. Algunas aclamaciones proclaman que Jesús es el Señor, y hasta el único Señor, e igualmente, que es el Mesías, el Cristo. Otras en cambio, aplican a Jesús el título de Hijo de Dios, título que la Iglesia primitiva interpreta en sentido propio.

– Confesiones de fe.

Preludio de los símbolos más amplios de los siglos sucesivos. Entre estas confesiones de fe revisten suma importancia las que intentan expresar la identidad de Cristo, que es hombre y Dios.

– Himnos cristológicos.

Que muy probablemente  provienen de la liturgia de la Iglesia primitiva. Y que intentan celebrar el drama divino del Redentor, que baja del cielo para redimir a los hombres y vencer a las potencias cósmicas hostiles después de haber sido exaltado a la gloria. En general se distinguen por la solemnidad del estilo, por una introducción que a menudo les precede, y por el pronombre relativo «el cual», referido a Cristo, sin nexo directo con la introducción misma.

Su enseñanza puede resumirse básicamente en los siguientes términos: El Salvador es uno con Dios e igual a él; es mediador de la creación y de la redención; baja del cielo para vivir entre los hombres, despojándose de su poder; muere en un acto de obediencia a Dios, siendo resucitado; realiza la reconciliación de los hombres y del cosmos con el mismo Dios; finalmente es exaltado y colocado a la derecha de Dios.

Tal es la cristología de los comienzos.

b) Estadio palestino y helenístico.

Desde los orígenes, la fe de la Iglesia profesa en la predicación y en el culto la presencia de un salvador que es el mesías, su muerte y su resurrección por los pecados de los hombres, así como su unidad con Dios. Profundizar la comprensión de este núcleo revelado a fin de expresarlo mejor y hacerlo más accesible fue la tarea a la que se entregó la Iglesia del siglo I, valiéndose para ello de aquellas categorías contemporáneas que parecían más idóneas.

I Ambito palestino.

En el ámbito palestino son tres los títulos principales que la comunidad atribuyó a Jesús para designar su dignidad mesiánica y divina.  Así «Maran(a)» que significa Señor. Título que se encuentra en el original arameo, también en el Nuevo Testamento (1Cor 16, 22; Ap. 22, 20), en un contexto manifiestamente litúrgico.

Jesús es calificado también como «Bar Nasha», el Hijo del hombre, que debe venir para el juicio final. Título que arranca del mismo Jesús (Mt.26, 64 par.), que tiene un doble significado en su aspecto celeste y terrestre, resultando así un modo de expresar en el ambiente palestino el misterio de Cristo, que es Dios y hombre; el mismo sujeto desarrolla un ministerio terrestre a favor de los pecadores, y tiene el poder de juzgar a los hombres con autoridad divina.

Por último, el tercer título, el de Mesías, que según es sabido, en el ámbito palestino significaba «ungido» (Christós), y que designaba justamente por lo general al rey de Israel.

II Ambito helenístico.

Los títulos recién expresados de Señor, Hijo del hombre, y Mesías, tenían un diverso valor para un judío y para el que provenía del paganismo. En el mundo helenístico las categorías bíblicas eran desconocidas; su atención iba más dirigida a la dimensión ontológica de la salvación que a la funcional. Salvación que se consideraba abierta a todos los hombres y obra de un ser celeste enviado a liberar al alma humana de la cárcel de la materia.

Sin embargo, esta especie de gnosis ante litteram no ofreció los contenidos a la fe cristológica, como estimaban Bultmann y su escuela.

Los textos en los que se inspiró fueron sobre todo sapienciales, en los que se presentó a Jesús como la sabiduría, el Logos del Padre hecho persona.

c) El Cristo de los Sinópticos.

– Marcos.

El evangelio de Marcos, que es el primero en orden cronológico. Ante todo, en él Jesús es designado como el Cristo (Mc. 1,1.14), el mesías esperado por Israel.

Además es llamado con frecuencia el Hijo del hombre. En cuanto tal, es el que vendrá con poder para el juicio final (Mc. 8, 38); pero frecuentemente este título remite también a la existencia terrena de Jesús, sobre todo al misterio pascual (Mc. 2, 10,28).

Sin embargo en Marcos, el título más importante es el de Hijo de Dios que aparece en diversos textos como el encabezamiento del evangelio, el de la lucha de los demonios, el de la transfiguración, y el de la crucifixión. Siendo así que las relaciones de Jesús con Dios entran, según Marcos, en el plano de una filiación propia y única de la que Jesús es plenamente consciente.

Característica de Marcos universalmente conocida es el llamado «secreto mesiánico», o sea, el misterio de la identidad mesiánica y divina de Jesús. Que sólo se pone plenamente de manifiesto a los discípulos después de la muerte y la resurrección, que son el centro final de atracción de todo el evangelio. Con lo que Marcos relaciona la cristología con la soteriología.

– Mateo.

En el evangelio de Mateo, la cristología se presenta más articulada, además fuertemente marcada por la experiencia de la comunidad cristiana en la que maduró, ya que es de origen judío. Y presenta aspectos nuevos de la personalidad de Jesús, como son el verle como nuevo legislador y sabiduría de Dios; como el mesías , que es mas grande que el templo, pero descendiente de Abraham y de David; como el que cumple las escrituras.

Sin embargo, se encuentran también los rasgos comunes a la tradición apostólica en la que se inspira Mateo. Y así Jesús es el Señor, es el Mesías, el Cristo, el Hijo de David, el Hijo del hombre. Pero estos títulos son insuficientes para definir por sí solos la personalidad de Jesús; por eso añade Mateo el de Hijo del Dios vivo (Mt. 16,16), o bien Señor (Mt. 15,22; 20,30). Finalmente Jesús es designado como el Hijo que tiene una relación única con el Padre. Si bien, en este evangelio falta la intención de definir la personalidad de Jesús en el plano ontológico, ya que la presentación que de él se hace en el mismo, corresponde más a categorías bíblicas.

– Lucas.

La enseñanza de Lucas recoge la mayoría de los contenidos que hemos visto en Mateo. Siendo sus rasgos característicos los derivados de la consideración que hace de la existencia de Jesús en el marco de la historia de salvación. Apareciendo Cristo como la culminación de la espera veterotestamentaria, pero también como el principio del nuevo periodo de la historia salvífica, que a través de la predicación apostólica abarca a todos los pueblos. En particular, la historia salvífica se explica toda ella a partir de la resurrección gloriosa de Jesús; sólo el encuentro con el Resucitado aclara el sentido de las Escrituras (Lc. 25,45) y da principio a la misión.

Naturalmente Lucas también emplea los títulos tradicionales asociándolos entre sí. Subrayando especialmente la bondad de Jesús; Lucas se complace en insistir en su misericordia con los pecadores, le gusta contar escenas de perdón y subraya la ternura de Jesús con los pobres y los humildes. Jesús es imagen del Padre, de un Padre infinita e inesperadamente misericordioso.

d) La cristología de Pablo.

En la reflexión cristológica de Pablo entran diversos elementos, los principales son: la revelación que Jesús le hizo personalmente (Gal.1,12), la aportación de la tradición eclesial, la experiencia de predicador y fundador de comunidades cristianas y, además, su experiencia en la cárcel. En su cristología se da una profundización homogénea, que  a través de tres movimientos, pasa de la enseñanza soteriológica de la Iglesia primitiva, centrada toda ella en el acontecimiento pascual y en la parusía a la participación del creyente en la vida misma del Resucitado mediante la justificación , para llegar finalmente a la reflexión sobre el misterio de la persona de Jesús. En cuanto a las cartas pastorales, siguen presentando a Jesús en la perspectiva soteriológica como único salvador del hombre.

Así Jesucristo es presentado como preexistente junto al Padre: es de naturaleza divina, igual a Dios: a pesar de ello, se despojó de esta dignidad y se hizo hombre, adoptando la condición de siervo y obedeciendo hasta la muerte, por lo cual Dios lo resucitó y le proclamó Señor (Flp. 2,6-11). Este Cristo es además imagen del Dios invisible, engendrado antes que toda criatura.

En cuanto a los títulos cristológicos recordamos lo más importantes y que más se repiten. Pablo se dirige a Jesús llamándole Cristo, también Señor, y le reconoce un «nombre por encima de todo nombre» (Flp. 2,9-11); e  Hijo de Dios.

Finalmente señalar que en cuanto al valor de los títulos de Señor y de Hijo de Dios, no sólo significan la filiación eterna (preexistencia) de Jesús, sino también indirectamente su divinidad. En particular, el título de Señor coloca a Jesús en la intimidad inaccesible de la subsistencia divina; si puede preexistir respecto a las criaturas, es porque está siempre junto al Padre.

e) Jesucristo en los escritos de Juan.

La cristología de Juan constituye la cima del desarrollo doctrinal del Nuevo Testamento. A pesar de su originalidad, está en continuidad con la de Pablo y con la de los sinópticos. Además, aquí más que en ningún sitio, la cristología está vinculada a la soteriología, según se desprende del mismo prólogo del evangelio y, de modo sintético, de su conclusión (Jn. 20,31).

En particular, del prólogo se sigue que el Logos, la Palabra de Dios, designa a Cristo salvador tal como por Dios Padre fue previsto en el Hijo en el origen de los tiempos, y que realizó el plan divino. Este plan se lleva a cabo plenamente en Cristo; él es el mediador único y definitivo, gracias al cual existe la creación, se da la vida, y la luz de la verdad brilla en el mundo. El es el salvador de los gentiles (Jn. 1,1-9), y también de Israel (Jn. 1,14-18). Y todo ello se debe al hecho de ser él el Hijo único, presente desde siempre en el seno del Padre.

Juan aplica a Jesús muchos títulos, que toma de la tradición histórica: títulos que lo califican con referencia a su condición humana ( maestro) y a la gloriosa de resucitado (Señor); títulos que Jesús acepta con reservas (mesías, profeta y rey), por entenderlos mal sus contemporáneos; títulos que manifiestan su dignidad divina (Hijo de Dios, Hijo del hombre, Hijo unigénito, Salvador, Logos y Dios).

Otro contexto importante en el que destaca la identidad de Jesús son los relatos de los milagros. En Juan los milagros son signos que, desde la vida pública a su muerte y resurrección, revelan progresivamente la presencia en Jesús de la gloria de Dios y su misión de salvador del hombre. Siendo el punto culminante de la autorrevelación de Jesús el discurso de la última cena.

El Papa se reunió con los miembros de las Primeras Naciones de Canadá

El Santo Padre ha recibido en audiencia a un grupo de unos 20 indígenas.

“Esta mañana, el Papa Francisco ha recibido en audiencia a un grupo de unos 20 indígenas de las Primeras Naciones de Canadá, acompañados por algunos Obispos canadienses. La reunión, en un ambiente de escucha y cercanía, sigue a las del pasado lunes con los Métis y los Inuit”, así lo anunció el Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Matteo Bruni, en un comunicado en el cual da a conocer que el Papa Francisco sostuvo un encuentro con los miembros de la delegación de las Primeras Naciones de Canadá.

El viaje de las delegaciones aborígenes a Roma no tiene precedentes. Acompañados por la Iglesia católica canadiense, cada grupo, los Métis, los Inuit y la Asamblea de las Primeras Naciones (AFN), se reunieron con el Santo Padre durante esta semana. Las audiencias, iniciadas por un momento de oración según las costumbres tradicionales, y la oportunidad de que las poblaciones compartan sus dolorosas experiencias con el Papa Francisco.

Viaje del Papa Francisco a Malta

Viaje del Papa Francisco a Malta

La Oficina de Prensa de la Santa Sede publicó el programa del 36º viaje apostólico del Papa Francisco, a la República de Malta, este sábado 2 y domingo 3 de abril.

¿Sientes que no das la talla? Este santo es para ti

Francisco de Zurbaran/Wikimedia Commons

Fue una lección dura, pero finalmente san Hugo encontró la paz aceptando que Dios trabajaría a través suyo

La vocación cristiana de la humildad es difícil.

Para las personas que son tremendamente talentosas, apuestas y que caen bien a todo el mundo, su desafío está en ser más conscientes de sus defectos y del hecho de que todo lo bueno viene de Dios.

“¿Quién es el que te distingue?”, pregunta san Pablo en 1 Corintios 4:7. “¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido?”.

Los que tienen problemas de orgullo harían bien en recordar que todo don y talento y atributo positivo que poseen es todo un regalo. Para otros, la dificultad está en otro lugar.

A pesar de tus dones, te sientes incompetente ante la tarea que el Señor ha puesto ante ti. Cada vez que fallas, surge la tentación de rendirte, seguro de que nunca podrás ser suficiente. En lugar de reconocer que el Señor aprueba a los que responden a su vocación, te desesperas porque tu esfuerzo solo termina en fracaso.

San Hugo de Grenoble (1053-1132) fue uno de estos últimos. A pesar de ser un hombre apuesto, habilidoso y tan brillante que fue elegido obispo con 27 años, Hugo estaba tan convencido de su propia incompetencia que, en más de una ocasión, llegó a abandonar su puesto para retirarse a un monasterio, ofreciendo su resignación ante un trabajo que sentía que no podía abarcar.

Nacido en Francia en el seno de una familia devota y elogiado por su inteligencia desde muy joven, este lego de 27 años protestó abiertamente cuando fue elegido obispo.

“¡Pero les repito que no soy digno de ello!”, exclamaba. “¿Qué tipo de cuento es este?”, preguntaba al obispo Hugo de Die.

¿Quién te pide que actúes solo con tu propia fuerza? Primero confía en Dios, Él te ayudará”. Por primera vez aleccionaban a Hugo de Grenoble con la lección que se convertiría en el lema de su vida: es Dios quien obra en ti, o dicho de otra forma (con las palabras de Éxodo 14:14), que “Yahveh peleará por vosotros, que vosotros no tendréis que preocuparos”. El obispo Hugo quedó abrumado ante las tareas que le esperaban cuando heredó una diócesis repleta de corrupción y apatía. Pero nunca había fracasado antes, así que aceptó voluntariosamente al personal de su obispo y empezó a luchar contra la simonía, la ignorancia y la impureza clerical por toda la diócesis.

Perseveró durante dos años, pero con poco éxito. Desanimado por su lento progreso, se declaró a sí mismo no apto para el episcopado y se retiró a un monasterio a vivir como monje benedictino. Durante un año, las cartas se sucedieron entre el monasterio y el Vaticano, desde donde el Papa le recordaba firmemente que el Señor no necesitaba de su talento, sino de su fidelidad.

“¡Pero le repito que no puedo hacer nada bueno ni digno de valor!”, insistía. A lo que el papa san Gregorio VII repondía: “Muy bien, así sea. No puedes hacer nada, hijo mío, pero eres obispo, y el sacramento puede hacerlo todo”. Escarmentado, el buen obispo regresó a Grenoble para continuar con lo que estaba convencido sería una batalla infructuosa.

A menudo somos nosotros únicamente los que no logramos ver los buenos efectos de nuestro trabajo, y san Hugo se pasó los siguientes 50 años tratando una y otra vez de renunciar a su cargo, incapaz de ver la reforma que estaba consiguiendo con su liderazgo y su ejemplo. San Hugo, que probablemente es más conocido por su contribución a la formación de la Orden de los Cartujos (san Bruno fue su mentor y san Hugo le dio la tierra que se convertiría en la Gran Cartuja), se retiraba a menudo al silencio del monasterio. Cada vez que se nombraba un Papa nuevo, Hugo presentaba su dimisión de nuevo, implorando al Santo Padre que encontrara a alguien más apropiado para la tarea. Y todas las veces, Roma y san Bruno le recordaban su deber, tanto para su diócesis como para Dios, que era quien obraba a través de él. Después de su episcopado de 52 años, la diócesis de Grenoble era un lugar totalmente diferente, transformado por los dones naturales de san Hugo y el poder de Dios a través de su humilde siervo. Al final de su vida, todavía esperanzado con poder retirarse a una vida de silenciosa oración, san Hugo fue capaz de hacer suyas las palabras de Isaías: “Yahveh, tú nos pondrás a salvo, que también llevas a cabo todas nuestras obras” (Isaías 26:12).

Así, pasó medio siglo reformando al clero, atendiendo a los pobres e inspirando a los fieles a seguir sus humildes pasos. A pesar de sufrir unos agotadores dolores de cabeza durante años, nunca se quejó ni bajó su ritmo de trabajo, y al final de su vida escuchó cómo el Padre le recibía a un descanso bien merecido: “Bien hecho, mi buen y leal siervo”.Recemos por todos los que se sienten incapaces de vivir la vida que el Señor les ha concedido, por que reconozcan con humildad que Dios mismo luchará por ellos.

San Hugo de Grenoble, ¡ruega por nosotros!