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Ha muerto uno de los clérigos más relevantes de los últimos cien años. El Papa Benedicto XVI (anteriormente Joseph Ratzinger) deja un legado extraordinario tanto a la Iglesia a la que sirvió como a toda la sociedad. Escarnecido a menudo por sus oponentes como un conservador recalcitrante, fue de hecho uno de las figuras más equilibradas, matizadas y estabilizantes dentro del ámbito Católico.

El evento de su vida que lo caracteriza fue el Concilio Vaticano II, la reunión de obispos y teólogos desde 1962 a 1965 que tuvo lugar en la Iglesia Católica en una conversación renovada con el mundo contemporáneo. Aunque tenía solo treinta y cinco cuando fue elegido para ser asesor teológico de uno de los destacados cardenales alemanes, Ratzinger demostró ser un actor relevante en el Vaticano II, contribuyendo a la composición de muchos de sus documentos principales y explicando su enseñanza a toda la cultura. En el concilio mismo, demostró su antagonismo a aquellas fuerzas conservadoras que resistían la renovación que prefería la mayoría de los obispos. Una de las mayores ironías de su vida es que, en el despertar del Vaticano II, se situó en contra de los progresistas que querían presionar más allá de los documentos del concilio y comprometer la integridad del Catolicismo. Así, el “liberal” del Concilio se convirtió en “conservador” de los años post conciliares, incluso cuando, según su propio juicio, sus opiniones nunca cambiaron.

Alguien con ideas afines fue el Cardenal Arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, quien, luego de ser elegido Papa Juan Pablo II, eligió a Ratzinger para ser el jefe de su oficina de doctrina. Como cabeza de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Ratzinger pasó veinticinco años articulando la enseñanza del Vaticano II y defendiéndola contra sus críticos tanto de la izquierda como de la derecha. Su elección como Papa Benedicto XVI en 2005, a continuación de la muerte de Juan Pablo II, fue en gran medida consecuencia de que se lo percibía como un equilibrado del Concilio. 

El Papa Benedicto decía que el Cristianismo no es una ideología ni una filosofía, sino una relación con una persona, con el Jesucristo viviente.

Es obvio que Ratzinger, como sacerdote, obispo, teólogo y papa fue un hombre de fe. Pero es tal vez igualmente importante destacar que fue uno de los grandes defensores de la razón en el escenario mundial. En un tiempo en que muchos representantes de la cultura secular cuestionaban nuestra capacidad de conocer algo como verdadero, Ratzinger se opuso a lo que llamó “la dictadura del relativismo”. Afirmó, en consonancia con la gran tradición Católica, que ciertas verdades —morales, intelectuales y estéticas— pueden ser conocidas y su conocimiento de hecho sirve para unir a la gente a través de las divisiones religiosas y culturales. Este fue precisamente el tema de su controvertido Discurso de Ratisbona en 2006. La creencia Cristiana de que Jesús es el “Logos” o la palabra construye efectivamente un puente entre el Cristianismo y toda religión, filosofía o ciencia que trate con la verdad y realice afirmaciones “lógicas”. En consonancia con esta intuición, Ratzinger captó la atención de los más destacados ateístas y filósofos escépticos de su tiempo.

Me referí anteriormente a su reputación en ciertos círculos como el Panzerkardinal (el Cardenal tanque), un reaccionario inflexible, incluso cruel. Aquellos que conocían a Joseph Ratzinger personalmente sólo podían sacudir sus cabezas ante tamaña caracterización. Porque de hecho era un académico agradable, muy amable, de voz suave, cuyo don particular era el hallazgo de una base común. Los miles de obispos que llegaban a Roma para sus visitas ad limina durante los años de Ratzinger como prefecto, quedaban típicamente impresionados por su extraordinaria capacidad de escucha de todas las perspectivas para luego encontrar una síntesis esclarecedora. Sus amigos dicen que luego de un largo día de trabajo durante los años de Juan Pablo II, Ratzinger adoraba visitar alguna de las librerías cerca del Vaticano, encontrar el último libro de teología, y dirigirse a un rincón tranquilo de algún restaurant cercano y cenar solo (su plato favorito era cacio e pepe) mientras absorbía el texto. No puedo dejar de pensar que los últimos diez años, ocupados en un calmo retiro en los jardines Vaticanos, representaron el camino que realmente quiso vivir toda su vida. 

Cuando estuve en Roma como académico invitado durante la primavera de 2007, me empeñé en atender las audiencias generales del Papa Benedicto los miércoles en la Plaza de San Pedro. Ante una considerable multitud, el Papa daba una clase sobre algún aspecto de la fe o sobre alguno de los grandes teólogos de la tradición Católica. Su extraordinario conocimiento, erudición y dominio de idiomas quedaban en clara exhibición. Pero lo que siempre me impresionaba más, era su amor por Cristo. El Papa Benedicto decía que el Cristianismo no es una ideología ni una filosofía, sino una relación con una persona, con el Jesucristo viviente. En su comportamiento, su mirada, su tono de voz, y sus modales, pude sentir que creía esto, y más aún, que lo vivía. 

Gracias Papa Benedicto, por las miles de formas en que ha bendecido a la Iglesia. Y que Dios le conceda su paz.

 

 

• St. John Neumann

• John 1:43-51

En el Evangelio de hoy, Natanael reconoce a Jesús como Hijo de Dios y Rey de Israel. Al igual que Natanael, una vez que tomamos la decisión por Jesús, una vez que llegamos a la determinación que Él es el Bien Supremo, todos los demás aspirantes a esa supremacía deben desaparecer. Como he dicho muchas veces antes, cada uno de nosotros tiene algo o varios grupos de valores que consideramos los más importantes. Hay un centro de gravedad alrededor del cual gira todo lo demás. 

Tal vez sea el dinero y las cosas materiales. Tal vez sea el poder y la posición en la sociedad. Tal vez sea la estima de los demás. Tal vez sea el país o un partido político o una identidad étnica. Tal vez sea tu familia, tus hijos, tu esposa, tu esposo. 

Nada de esto es una falsedad; y ninguna de estas cosas son malas. Sin embargo, cuando uno coloca cualquiera de ellas en el centro de gravedad absoluto, las cosas salen mal. Cuando haces de cualquiera de ellas tu bien supremo o final, tu vida espiritual se vuelve loca. Cuando te apegas a cualquiera de ellos con absoluta tenacidad, te derrumbarás.

 

 

La pretensión de verdad del cristianismo a la luz del pensamiento de Joseph Ratzinger

 

 

El punto central de este discurso del Prof. Ratzinger: el recurso a la filosofía por parte del judaísmo y sucesivamente también del cristianismo, derivaba de la exigencia, tanto apologética como misionera, de presentar el Dios de la Biblia, en su especificidad, a los gentiles, con un lenguaje que fuera comprensible para todos.

Por: Rafael Pascual, LC
 
(ZENIT Noticias / Roma, 03.01.2023).- Hace ya más de 50 años, concretamente el 24 de junio de 1959, un joven profesor impartió una lección inaugural, con ocasión de su nombramiento a la cátedra de Teología Fundamental en la Facultad Católica de Teología de la Universidad de Bonn, sobre El Dios de los filósofos y el Dios de la fe. Una contribución al problema de la teología natural[1]. Este profesor respondía al nombre de Joseph Ratzinger. En dicha conferencia afrontó algunas de las cuestiones que pueden considerarse centrales en la reflexión especulativa de su larga y fecunda labor en el campo intelectual. Me refiero a cuestiones tales como la theologia naturalis, la relación fe-razón o religión-filosofía, la razonabilidad de la fe, la pretensión de verdad del cristianismo y su relación con las religiones y con la filosofía, la doctrina sobre la creación y las teorías científicas sobre el origen del universo, la evolución de las especies y el origen del hombre.

 

Como ya entonces afirmaba el prof. Ratzinger, el cristianismo, en la síntesis que operó entre la fe y la razón, se había apropiado de la filosofía con fines apologéticos y misioneros, para poder traducir y comunicar el mensaje cristiano a los gentiles por medio del lenguaje común de la razón humana. En el fondo, se trata de la quaestio de veritate en el campo de la religión. Tal cuestión, como veremos, es fundamental, y coincide con la pretensión de religio vera del cristianismo.

Como dijo mucho más adelante Mons. Joseph Ratzinger, ya como Cardenal, al impartir una conferencia sobre la encíclica Fides et ratio del Papa Juan Pablo II,la cuestión de la verdad es la cuestión esencial de la fe cristiana, y, en este sentido, la fe tiene que ver inevitablemente con la filosofía. Si debiera caracterizar brevemente la intención última de la encíclica, diría que ésta quisiera rehabilitar la cuestión de la verdad en un mundo marcado por el relativismo; en la situación de la ciencia actual, que ciertamente busca verdades pero descalifica como no científica la cuestión de la verdad, la encíclica quisiera hacer valer dicha cuestión como tarea racional y científica, porque, en caso contrario, la fe pierde el aire en que respira. La encíclica quisiera sencillamente animar de nuevo a la aventura de la verdad. De este modo, habla de lo que está más allá del ámbito de la fe, pero también de lo que está en el centro del mundo de la fe[2].

Para iniciar estas reflexiones, creo que está a la vista la relación natural y estrecha que existe entre el Cristianismo y la comunicación. Uno de los caracteres esenciales del cristianismo es su dimensión apostólica, es decir, de envío, de comunicación de una buena noticia: el «Evangelio». Se trata de una misión: la «evangelización» el «apostolado», el «anuncio», la «predicación». Entre otras muchas dimensiones, podemos ver en Jesucristo la figura del gran comunicador, en el que se ofrece un mensaje original, directo y concreto, de carácter salvífico; se sirve de diversos medios (la predicación, los signos y los gestos proféticos); se le reconoce la autoridad con que habla.

 

Se puede también aludir al ejemplo de sus discípulos, que con tanta eficacia comunicaron la buena noticia a sus contemporáneos hasta los confines entonces conocidos. Es emblemático el caso de San Pablo, de modo especial en su discurso en el areópago, en el que adopta una estrategia de comunicación, haciendo referencia al «Dios desconocido» y citando incluso a algún autor pagano.

1. Aquí entra el primer tema que quisiera desarrollar, precisamente el del título de la intervención del Prof. Ratzinger en la Universidad de Bonn, es decir, la relación entre el Dios de los filósofos y el Dios de la fe. Podríamos enfocarlo, como lo hiciera Ratzinger en aquella ocasión, partiendo del famoso texto del «memorial» de Blas Pascal: «Dios de Abraham, Dios Isaac, Dios de Jacob, no el de los filósofos y de los sabios». Ciertamente hay que ver la contraposición que plantea Pascal en el contexto concreto en que se encuentra.

El Dios de los filósofos es sobre todo el Dios de Descartes, un Dios abstracto, en neto contraste con el Dios que nos presenta la Biblia.

En 1959, Ratzinger ofrecía las dos respuestas que se habían dado a la relación entre ambas concepciones de Dios. Por una parte, en el pensamiento antiguo y medieval, desde los Padres apologistas como San Justino hasta la figura culmen de la escolástica medieval, Santo Tomás de Aquino, se daba la respuesta de una armonía de principio o un encuentro entre ambas ideas de Dios, desde una visión armónica de la relación fe-razón, en lo que algún autor contemporáneo ha llamado la alianza mosaico-socrática[3].

De hecho, como recordará años después el entonces Card. Ratzinger, cuando los Padres de la Iglesia hablaban de los semina verbi en los pensadores paganos, no se referían a las religiones de éstos, sino más bien a filosofía, a una especie de «piadosa ilustración» llevada a cabo por autores como Sócrates[4].

Por otra parte, el teólogo reformado Emil Brunner sostiene la tesis opuesta, contraponiendo el Dios de la Biblia, un Dios personal, concreto, que tiene un nombre que lo hace apelable, y el Dios de los filósofos, el «ser absoluto», un concepto abstracto, al cual no se reza. Se contrapone el Dios que se revela al Dios que se piensa, el Dios que viene a nuestro encuentro al Dios buscado por el hombre, el nombre de Dios y el concepto de Dios.

Brunner aplica esta contraposición a la interpretación del nombre de Dios del famoso texto de Ex 3,14: «Yo soy el que soy», que habría sido traducido por los LXX como «yo soy el que es», cambiando el sentido originario y provocando el malentendido en el que habrían caído los Padres de la Iglesia al leer el nombre de Dios como una definición ontológica. Dios se declara indefinible, y en cambio se toma esta declaración como la definición de Dios. Tal error no sería marginal, sino que entrañaría la falsificación del núcleo del mensaje bíblico. En lugar de una síntesis entre el Dios de la fe y el de los filósofos, se debería dar una radical contraposición entre ambos. Los autores patrísticos y medievales, al operar tal síntesis, falsearían radicalmente la esencia de la revelación cristiana. En suma, Brunner parecería corroborar la famosa sentencia de Pascal con que introducimos estas reflexiones.

¿Es, pues, legítima la síntesis entre pensamiento griego y bíblico operada por el cristianismo? Más aún, ¿es legítima la coexistencia entre filosofía y fe? ¿Existe una relación entre el conocimiento racional y el de la fe, y más en general, entre el orden de la naturaleza y el de la gracia? De alguna manera, en esta diversa consideración de tales relaciones estriba una de las diferencias entre la comprensión católica y la protestante del cristianismo como religión. La cuestión de la relación entre el Dios de la fe y el de los filósofos se convierte así en uno de los temas centrales de la teología fundamental.

Marco Terencio Varrón

En este punto, el prof. Ratzinger profundizaba la cuestión partiendo del concepto filosófico de Dios, concretamente el de la filosofía griega, viéndolo en relación con la religión de su tiempo. Los estoicos distinguían tres teologías: la «mítica», la «civil» y la «natural». En este contexto se encuentra precisamente la noción de theologia naturalis. Así la presentaba Marco Terencio Varrón, «el más docto de los romanos», en el siglo I a.C., con quien se confrontará algunos siglos después San Agustín en el De civitate Dei[5]. Estas tres teologías no son del mismo rango; de hecho están de alguna manera contrapuestas. La teología mítica debía ser abandonada, por haber caído en descrédito. Por su parte, la teología civil debería separarse de la mítica. En consecuencia, la contraposición más importante se encontraría entre la teología civil y la natural.

Varrón caracteriza cada una de estas teologías con bastante detalle. La teología mítica sería la de los poetas; la civil, la del pueblo; la natural, la de los filósofos o physici. Cada teología tendría su lugar propio: la mítica, el teatro; la civil o política, la polis; la natural, el cosmos. En las dos primeras tiene lugar el culto, mientras que en la última se confronta directamente con la realidad de lo divino. Asimismo, cada teología tiene su contenido propio: la mítica, las diversas fábulas de los dioses; la política, el culto del estado; la natural, en cambio, se dedica al estudio de las doctrinas de los filósofos sobre los dioses:

[…] si constan de fuego, como creyó Heráclito, si de números, como creyó Pitágoras, si de átomos, como Epicuro, y otros desva-ríos semejantes más acomodados para ser oídos entre paredes, en las escuelas, que afuera en el trato humano y la conversación social[6].

Parece reaparecer así la distinción entre el Dios de la fe (el mítico-político) y el de los filósofos, ya que en el primero se da un culto, una «religio», y en el segundo se trata más bien de un Dios impersonal. Mientras la teología natural dice referencia a la «natura deorum», la mítica y la política se refieren a las «divina instituta hominum»; se contrapone una «metafísica teológica» a una religión cultual. La filosofía se confronta con la verdad de lo real, y por ello también del ser divino; la religión no se encuentra en plano de la verdad, sino sólo en el de la legalidad u ortodoxia religiosa. Esto lleva a la contraposición entre el monismo de un Dios que es único y absoluto y el politeísmo, el pluralismo de los dioses.

El problema es que, como vimos, este Dios absoluto de los filósofos parece no ser interpelable. Sin embargo, la esencia del monoteísmo consiste en la audacia de interpelar al absoluto, identificando el «Dios de los filósofos» con el «Dios de los hombres» (es decir, el Dios bíblico, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob). San Agustín no tiene reparo en poner un guión entre la ontología neoplatónica y el conocimiento bíblico de Dios (cfr. Brunner), entre el Dios de los filósofos y el Dios de la fe.

Así, para Ratzinger, la síntesis de los Padres de la Iglesia entre la fe bíblica y el espíritu heleno (portavoz del espíritu filosófico de su tiempo), no sólo sería legítima, sino incluso necesaria. Es decir, la verdad filosófica en cierto modo es un elemento constitutivo de la fe cristiana; la analogia entis es una dimensión necesaria del cristianismo. Esto es una exigencia del monoteísmo en cuanto tal, y la fe bíblica es monoteísta. El monoteísmo bíblico pone en relación el absoluto del Dios único con el Dios que se revela al hombre.

La intención monoteísta de la Biblia es más que evidente. Y esta intención se revela incluso cuando el pueblo de Israel en el exilio se confronta a los otros pueblos y trata de hacer comprensible al mundo su fe monoteísta, sobre todo a partir del tema de la creación. El Dios Creador del mundo es incomparable a los dioses paganos[7]. Lo especial, característico y distintivo del Dios de Israel es que es único, por ser el absoluto mismo, y que, aun siendo el absoluto, se ha dirigido a los hombres. Dios Creador es el «Dios del cielo». Así, la concepción de Dios como creador del universo conlleva un carácter «misionero», en el sentido de que se trata de hacer comprensible a los demás pueblos lo propio del Dios de Israel. El «Dios del Cielo» es el Dios absoluto, el único Señor del mundo, y por ello de todos los pueblos.

Asimismo, los atributos divinos que derivan de la imagen bíblica de Dios (eternidad, omnipotencia, unidad, verdad, bondad, santidad), sin ser idénticos en su significado, coinciden en buena medida con los conceptos de la doctrina del Dios de los filósofos, lo cual ha favorecido la relación entre ambos.

Y llegamos aquí al punto central de este discurso del Prof. Ratzinger: el recurso a la filosofía por parte del judaísmo y sucesivamente también del cristianismo, derivaba de la exigencia, tanto apologética como misionera, de presentar el Dios de la Biblia, en su especificidad, a los gentiles, con un lenguaje que fuera comprensible para todos. En efecto, como decía entonces el Prof. Ratzinger «lo filosófico designa […], ni más ni menos, la dimensión misionera del concepto de Dios, ese momento con el que se hace comprensible hacia fuera». «La apropiación de la filosofía, tal y como fue ejecutada por los apologetas, no era otra cosa que la necesaria función complementaria interior del proceso externo de la predicación misionera del Evangelio al mundo de los pueblos»[8]. El mensaje cristiano no era una doctrina esotérica, reservada para un grupo limitado de iniciados, como lo fueron las doctrinas gnósticas, sino un mensaje de Dios para todos los hombres. De ahí la exigencia de usar el lenguaje común de la razón humana (no tanto en cuanto griega, sino precisamente en cuanto razón humana, como hace presente el Prof. Giovanni Reale[9]). Aquello que el hombre ha captado ya de antemano de alguna forma como lo absoluto (el «Dios desconocido» de los atenienses) es lo que la fe cristiana viene a corroborar y a colmar[10]. De hecho, Pablo en el Areópago hablará de Dios como «el Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra» (Hch 17, 24).

 

Así, Ratzinger concluye su lectio inauguralis de 1959 dando razón al «sistema parcial de identidad» entre el Dios de la fe y el Dios de los filósofos propuesto por Tomás de Aquino. Esto no quiere decir que no exista diferencia entre la filosofía y la fe, o peor aún, que lo que hasta entonces era filosofía se haya transformado en fe. Si bien la fe capta el concepto filosófico de Dios, como si dijera: «lo absoluto, del que vosotros sabíais ya por sospechas de alguna manera, es el absoluto que habla en Jesucristo […] y que puede ser apelado»[11], la filosofía sigue siendo aquello a lo que se refiere la fe para expresarse y hacerse comprensible a los gentiles. Ello no quiere decir que no sea necesario un proceso de purificación. Como hacía presente el prof. Ratzinger en aquel entonces, si vemos el proceso de la apropiación de la filosofía griega por parte de los apologistas y los Padres de la Iglesia, podemos constatar que no siempre éste se llevó a cabo con el suficiente sentido crítico. Hace falta repensar las afirmaciones filosóficas a partir del conocimiento de Dios como en relación al mundo y al hombre, como operante en la historia, como Ser personal: un Yo que sale al encuentro de un «tú» que es el hombre.

2. El segundo tema, estrechamente relacionado con el anterior, es el de la pretensión de verdad del cristianismo. Se trata de otro argumento muy querido para Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, quien ha dedicado varias conferencias importantes a este asunto fundamental. En resumidas cuentas, se trata de lo siguiente: si el cristianismo es verdadero, entonces está destinado a todos los hombres. De hecho, a partir de la figura de Cristo, en el cristianismo, ya desde san Pablo, el monoteísmo religioso del judaísmo se volvió universal y la unidad entre pensamiento y fe, la religio vera, se volvió accesible a todos. Justino el filósofo, Justino mártir (+167) puede verse como una figura sintomática de este acceso al cristianismo: estudió todas las filosofías y al final reconoció en el cristianismo la vera philosophia. Al convertirse al cristianismo, no renegó, según su propia convicción, de la filosofía, sino que apenas entonces se hizo en verdad filósofo.

 

La convicción de que el cristianismo es una filosofía, la filosofía perfecta, la que pudo penetrar hasta la verdad, permaneció vigente tiempo después de la era patrística[12].

Sin embargo, esta unión racionalidad-fe que se dio tanto en la misión como en la teología cristiana, comportó algunos correctivos en la imagen filosófica de Dios. Ratzinger enumera dos de ellos:

– Por una parte, la trascendencia de Dios respecto de la naturaleza. Dios es tal por naturaleza (natura Deus), pero no toda naturaleza es Dios (non tamen omnis natura est Deus). En efecto, «Dios es Dios por naturaleza, pero la naturaleza como tal no es Dios».

Y esto es lo que funda, precisamente, la distinción entre física y metafísica: «Sólo entonces la física y la metafísica se distinguen claramente una de la otra»[13]. La naturaleza es criatura de Dios.

– Por otra parte, si al Dios de los filósofos, como vimos, no se le podía rezar, no era un «Dios religioso» (es decir, no era objeto de culto), al Dios de la Biblia sí se le reza, pues se ha vuelto hacia los hombres, se ha revelado, ha venido al encuentro del hombre, y por eso el hombre puede encontrarse con Él.

Así, en el cristianismo las dos dimensiones de Dios, la filosófico-metafísica y la religiosa, en lugar de contraponerse, se encuentran: «La racionalidad puede volverse una religión, porque el Dios de la racionalidad entró a su vez en la religión». Gracias a la revelación, que es la «palabra histórica de Dios», «la religión pueda volverse ahora hacia el Dios filosófico, que no es un Dios meramente filosófico y que sin embargo no desdeña el conocimiento filosófico sino que lo asume»[14]. En el cristianismo se concilian el vínculo con la metafísica y el vínculo con la historia; ambos unidos constituyen la apología del cristianismo como religio vera. En efecto, «la victoria del cristianismo sobre las religiones paganas fue posible gracias a su pretensión a la inteligibilidad»[15].

 

Pero hay un aspecto más a tener en cuenta: la «seriedad moral del cristianismo», la cual se encuentra estrechamente relacionada con la cuestión de la verdad. Hay una correspondencia entre lo que presenta el cristianismo como exigencia moral con lo que «por naturaleza es bueno» (cfr. Rm 2,14). En San Pablo se alude en cierto modo a la moral estoica (cfr. Flp 4,8). Así, como decía el entonces Card. Ratzinger, «la unidad fundamental (aunque crítica) con la racionalidad filosófica, presente en la noción de Dios, se confirma y se concreta entonces en la unidad, a su vez crítica, con la moral filosófica»[16]. En efecto, la perspectiva filosófica se trasciende y transporta «a la acción real, en particular en la concentración de toda la moral bajo el doble mandamiento del amor de Dios y del prójimo»[17]. De este modo, «la fuerza que transformó al cristianismo en una religión mundial consistió en su síntesis entre razón, fe y vida»[18].

Y aquí se plantea Ratzinger una pregunta crucial: «¿por qué esta síntesis no convence hoy?». En el fondo porque hay una pérdida de confianza en la razón, de su capacidad de conocer la verdad: hoy «no hay certidumbre acerca de la verdad sobre Dios, tan sólo opiniones»[19]. Ratzinger ponía el ejemplo de la parábola del elefante que diversos ciegos palpan para hacerse una idea de cómo es. Es el problema del relativismo que reaparece en nuestros días; el mismo que presentaba el senador Símaco en su discurso al emperador Valentiniano II en defensa del paganismo:

Todos veneran una misma cosa, pensamos una misma cosa, contemplamos las mismas estrellas, el cielo encima de nosotros es único, nos envuelve un mismo mundo; poco importan las formas varias de la sabiduría mediante las cuales cada quien busca su verdad. No es posible llegar por un solo camino a un misterio tan grande[20].

Así, la pretensión del cristianismo de ser la religio vera parecería estar rebasada por el progreso de la racionalidad.

El Card. Ratzinger, en otro estudio, publicado en el libro Fe, verdad y tolerancia, cuyo título es La fe, entre la razón y el sentimiento[21], habla de esta crisis de la razón, y la necesidad de buscar una nueva evidencia. Para Ratzinger, la decadencia de la razón se debe a su auto-limitación, que deriva paradójicamente de sus propios éxitos. El método científico, tan eficaz y fecundo en su propio ámbito, ha sido absolutizado. En efecto: en el ámbito específico de las ciencias naturales, esta limitación resulta correcta y necesaria. Pero cuando es considerada como la forma ineludible del pensar humano, entonces el fundamento de la ciencia llega a ser contradictorio en sí mismo, porque afirma y niega a la vez el intelecto. Pero, sobre todo, una razón que se limita de esta manera a sí misma es una razón amputada. Si el hombre ya no puede preguntar racionalmente acerca de las cosas esenciales de su vida, acerca de su de dónde y adónde, acerca de lo que debe hacer y lo que puede hacer, acerca de la vida y la muerte, y tiene que dejar esos problemas decisivos a merced de un sentimiento separado de la razón, entonces el hombre no está exaltando la razón sino deshonrándola[22].

En conclusión, «todo esto significa que el radio de la razón ha de ampliarse de nuevo»[23].

3. Otro tema que se podría introducir, estrechamente relacionado con los anteriores, es el de la llamada «distinción mosaica». La encontramos presentada en otro de los trabajos publicados en el libroFe, verdad y tolerancia, concreta y precisamente el que tiene como título «la fe – la verdad – la tolerancia»[24]. En este estudio el Card. Ratzinger se preguntaba si la fe cristiana y la modernidad son compatibles, sobre todo en base al principio de la tolerancia, frente al cual la pretensión de verdad del cristianismo parece arrogante y superada. Así, algunos proponen como condición para la reconciliación entre el cristianismo y la modernidad la renuncia a tal pretensión de verdad.

Es aquí donde se introduce el tema de la «distinción mosaica», en el contexto de la publicación de un libro, Moisés el egipcio[25], del egiptólogo Jan Assmann, quien contrapone la religión bíblica y la egipcia (o cualquier otra religión politeísta). Ratzinger sumariza las tesis de Assmann. En la primera aparece ya la fórmula «distinción (o diferenciación) mosaica», que Assmann considera como el parteaguas o la línea divisoria en la historia de las religiones:

 

Con lo de la diferenciación mosaica me refiero a la introducción de la diferenciación entre lo verdadero y lo falso en el ámbito de las religiones. La religión se habría basado hasta entonces en la diferenciación entre lo puro y lo impuro o entre lo sagrado y lo profano, y no tenía lugar alguno para la idea de dioses falsos… a los que no se debe adorar…[26].

Por otra parte, según Assmann, las divinidades no eran exclusivas de un pueblo, sino que eran «internacionales», al ser cósmicas.

Así, «nadie negaba la realidad de los dioses ajenos ni la legitimidad de las formas ajenas de su adoración.

Para los politeísmos antiguos la idea de una religión no-verdadera resultaba completamente extraña»[27].

De este modo, proponer una fe en un solo Dios resultaría desconcertante; tal religión sería «anti-religiosa», pues consideraría paganismo todo lo que le había precedido. Aparece entonces en este contexto el concepto de «idolatría» (como en el caso del becerro de oro), y en relación a ésta, una actitud de intolerancia, de violencia y odio que serían propios, según Assmann, de la historia de las religiones monoteístas.

Así, la propuesta de Assmann es la de invalidar el Éxodo y «volver a Egipto», es decir, suprimir la diferencia entre lo verdadero y lo falso en el ámbito de la religión, volver al mundo de los dioses, que expresan la riqueza y la diversidad del cosmos y que no conocen el exclusivismo, sino que posibilitan el entendimiento recíproco. En el pueblo de Israel e incluso en la cultura occidental se daría repetidamente una «nostalgia de Egipto», a lo que habría precedido a la «distinción mosaica». Assmann se inseriría en este retorno a Egipto, ya que considera que la «distinción mosaica» sería la fuente del mal, la distorsión de la religión y la intolerancia presente en el mundo desde entonces. La «vuelta a Egipto» consistiría en la adopción de la fórmula spinoziana del Deus sive natura, ya que si se elimina la diferencia entre Dios y el cosmos, entre lo divino y el mundo, entonces cesa también la diferencia entre lo verdadero y lo falso. La vuelta a Egipto es el retorno al politeísmo, pues se rechaza la existencia de un Dios opuesto al mundo, y se consideran los dioses como expresiones simbólicas de la naturaleza divina.

 

Otra consecuencia de la «distinción mosaica», siempre según Assmann, sería la conciencia del pecado y el anhelo de redención. Para Assmann, «el pecado y la redención no son temas egipcios»; lo propio de Egipto sería su «optimismo moral». Así, con la «distinción mosaica» habría entrado el pecado en el mundo[28]. Ratzinger considera que habría algo de válido en estas reflexiones de Assmann: «la cuestión acerca de lo verdadero y la cuestión acerca de lo bueno no pueden separarse ya la una de la otra»[29]; y así, en consecuencia, si no hay distinción entre lo verdadero y lo falso, también pierde su razón de ser la distinción entre el bien y el mal.

Las tesis de Assmann se presentan aparentemente sugestivas. Más aún, para Joseph Ratzinger, formularían con bastante exactitud los aspectos esenciales de la crisis actual del cristianismo. Por eso,
[…] todo esfuerzo por comprender y renovar el cristianismo debe afrontar estos interrogantes. Porque aquí aparecen conectados, junto al problema fundamental de nuestro tiempo: la cuestión acerca de la verdad y la tolerancia, otras grandes cuestiones como la actitud de la fe cristiana en la historia de las religiones y, finalmente, la problemática existencial de la culpa y de la redención[30].

Joseph Ratzinger, en cambio, sostiene que la cuestión de la verdad es ineludible. El hombre debe plantearse las cuestiones fundamentales: «existe Dios?, ¿existe la verdad?, ¿existe el bien?»[31]. De hecho, «la diferenciación mosaica es también la diferenciación socrática». Aquí se ve la razón y la «necesidad intrínseca del encuentro histórico entre la Biblia y la Hélade»[32], la cual se comenzó a operar ya en la literatura sapiencial del Antiguo Testamento. Por otra parte, en el mundo griego se da una expectativa que, de algún modo, se ve colmada por el cristianismo. De ahí su éxito en el mundo antiguo.

Ratzinger analiza a continuación los resultados de algunos intentos que se han hecho en el pasado de una «vuelta a Egipto», es decir, de un retorno al politeísmo fundado en una visión escéptica. La propuesta de Assmann sería semejante a la del platonismo tardío de Porfirio o de Proclo.

La solución de las religiones asiáticas, como el budismo, en las que no habría pretensión de verdad, tampoco parece satisfactoria, pues no dispensan en última instancia de la cuestión por la verdad.

Y junto con la cuestión sobre la verdad se encuentra inseparablemente la cuestión sobre el bien.

En el fondo, concluye Ratzinger, la cuestión por la verdad, el bien y Dios constituyen una única pregunta, «y si no se obtiene respuesta, iremos palpando a ciegas en medio de la oscuridad sobre las cuestiones esenciales de nuestra vida»[33]. Además, si Dios es amor (cfr. 1 Jn 4,8), entonces la verdad y el amor son idénticos.

En resumen, el papel de la filosofía de cara a la cuestión de la verdad del cristianismo, con todo lo que ésta entraña, es fundamental e ineludible. En efecto,

La filosofía se pregunta si el hombre puede conocer la verdad, las verdades fundamentales sobre sí mismo, sobre su origen y su futuro, o si vive en una penumbra que no es posible esclarecer y tiene que recluirse, a la postre, en la cuestión de lo útil. Lo propio de la fe cristiana en el mundo de las religiones es que sostiene que nos dice la verdad sobre Dios, el mundo y el hombre, y que pretende ser la religio vera, la religión de la verdad.

«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida»: en estas palabras de Cristo según el Evangelio de Juan (14, 6) está expresada la pretensión fundamental de la fe cristiana. De esta pretensión brota el impulso misionero de la fe: sólo si la fe cristiana es verdad, afecta a todos los hombres; si es sólo una variante cultural de las experiencias religiosas del hombre, cifradas en símbolos y nunca descifradas, entonces tiene que permanecer en su cultura y dejar a las otras en la suya[34].

Para concluir, quisiera citar un texto autobiográfico del entonces Card. Ratzinger, que me parece muy elocuente, como una especie de clave de lectura de su labor intelectual, en la línea de los temas que hemos tratado en este estudio:

He de decir que, a lo largo de mis décadas de actividad docente como catedrático, sentí con mucha fuerza dentro de mí la crisis de la reivindicación de la verdad. Temía que la forma en que manejamos el concepto de verdad en el cristianismo fuese arrogancia, incluso falta de respeto hacia los otros. La pregunta era: ¿hasta qué punto necesitamos eso todavía?

He analizado con mucho detenimiento esta pregunta. Finalmente logré comprender que renunciar al concepto de verdad significa renunciar precisamente a sus fundamentos. […]

El cristianismo aparece con la pretensión de decirnos algo sobre Dios, sobre el mundo y sobre nosotros mismos; algo que es verdad y que nos ilumina. Por ello llegué a la conclusión de que precisamente en la crisis de nuestra época, que nos suministra un cúmulo de datos científicos pero nos empuja al subjetivismo en las auténticas cuestiones referidas al ser humano, necesitamos de nuevo buscar la verdad y también el valor para admitirla. En este sentido, esa frase antigua que elegí como lema define parte de la función de un sacerdote y teólogo, concretamente que debe intentar con toda humildad, con plena conciencia de su propia falibilidad, llegar a ser colaborador de la verdad[35].
 
El P. Rafael Pascual, LC, es profesor de filosofía de la naturaleza y filosofía de las ciencias en la facultad de filosofía del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma.
 

[1] Cfr. J. Ratzinger, El Dios de la fe y el Dios de los filósofos, Ed. Encuentro, Madrid 2006.
[2] J. Ratzinger, Fe, verdad y cultura. Reflexiones a propósito de la encíclica «Fides et ratio», Madrid, 16 de febrero 2000. Publicado en J. Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia, Ed. Sígueme, Salamanca 2005, pp. 160-182. El texto citado se encuentra en la p. 161. Sin embargo, he preferido tomar el texto original publicado por Alfa y Omega / Documentos (suplemento del diario ABC) nº 200 (17 de febrero del 2000), p. 1.
[3] «Al di là dell’impiego che Assmann ha fatto dell’idea di distinzione fra vero e falso nella storia delle religioni, la questione introdotta mantiene il suo valore basale, con cui ogni discorso sulla religione e sulla rivelazione deve costantemente fare i conti. È a partire dalla ‘distinzione mosaica’ che si sviluppa la quaestio de veritate nell’ebraismo e nel cristianesimo e che infine culmina in quest’ultimo nel ‘cristocentrismo veritativo’: Cristo-Verità è certo il nuovo Mosè nel senso che è il nuovo liberatore, ma è soprattutto la pienezza e il compimento della distinzione mosaica, nonché di quella che per analogia potremo chiamare la distinzione socratica, ossia l’idea che la lucidità della ragione possa giungere a discriminare fra vero e falso nel pensare e che l’incessante ripetizione della domanda ‘che cos’è questo? E quello?’ possa condurre a definire le essenze e a separare con il loro aiuto vero e falso» (V. Possenti, L’alleanza tra Mosè e Socrate, e il fallibilismo, en V. Possenti (ed.), Ragione e verità. L’alleanza socratico-mosaica, Armando, Roma 2005, p. 15).
[4] Cfr. J. Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia, p. 75.
[5] Es interesante notar cómo después, ya como Cardenal, volverá a tratar este tema, casi calcando lo dicho en esta lección inaugural, bastantes años después, en su conferencia a la comunidad académica de la Sorbona en París, el 27 de noviembre de 1999; cfr. J. Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia, pp. 142-160.
[6] Cfr. Agustín, La Ciudad de Dios, VI, 5; citado por Ratzinger tanto en la «lectio inauguralis» de 1959 como en el discurso en la Sorbona de 1999, que citaremos más adelante.
[7] Cfr. Is 40, 12-18.

[8] J. Ratzinger, El Dios de la fe y el Dios de los filósofos, p. 29.
[9] «È vero, infatti, che, in parte, il pensiero cristiano ha sussunto concetti strettamente legati alla cultura ellenica, e quindi storicamente condizionati; ma è altrettanto vero che, accanto a questi, ne ha sussunti altri che, al di là del loro essere ellenici, sono concetti razionali universalmente validi, frutto di ragione in quanto ragione e non in quanto ragione greca. E sotto il processo di deellenizzazione della teologia si nasconde un neoirrazionalismo, quando non si nasconde addirittura una determinata filosofia (antitetica a quella greca), che non viene riconosciuta come tale, solo perché surrettiziamente accolta». G. Reale, Storia della filosofia antica, Vita e Pensiero, Milano 19875, vol. I, p. 3.
[10] Esta misma idea aparece de nuevo en el discurso de Benedicto XVI en el Collège des Bernardins, el 12 de septiembre de 2008: «El esquema fundamental del anuncio cristiano «ad extra» –a los hombres que, con sus preguntas, buscan– se halla en el discurso de san Pablo en el Areópago. Tengamos presente, en ese contexto, que el Areópago no era una especie de academia donde las mentes más ilustradas se reunían para discutir sobre cosas sublimes, sino un tribunal competente en materia de religión y que debía oponerse a la importación de religiones extranjeras. Y precisamente ésta es la acusación contra Pablo: «Parece ser un predicador de divinidades extranjeras» (Hch 17,18). A lo que Pablo replica: «He encontrado entre vosotros un altar en el que está escrito: ‘Al Dios desconocido’. Pues eso que veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo» (cf. 17, 23). Pablo no anuncia dioses desconocidos. Anuncia a Aquel, que los hombres ignoran y, sin embargo, conocen: el Ignoto-Conocido; Aquel que buscan, al que, en lo profundo, conocen y que, sin embargo, es el Ignoto y el Incognoscible. Lo más profundo del pensamiento y del sentimiento humano sabe en cierto modo que Él tiene que existir». El texto se encuentra en formato electrónico en: http://www.zenit.org/article-28410?l=spanish.
[11] J. Ratzinger, El Dios de la fe y el Dios de los filósofos, p. 30.
[12] J. Ratzinger, ¿Verdad del cristianismo? Discurso a la Sorbona, 27 de noviembre de 1999. Cfr. Fe, verdad y tolerancia, p. 150. Los textos que citaré de este discurso los tomo de la edición digital: http://www.mercaba.org/ARTICULOS/V/verdad_del_cristianismo.htm. Sin embargo, pondré las referencias del texto publicado en Fe, verdad y tolerancia.

[13] J. Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia, p. 151.
[14] Ibid., pp. 151-152.
[15] Ibid., p. 152.
[16] Ibid.
[17] Ibid., p. 152.
[18] Ibid., p. 153.
[19] Ibid., pp. 153-154.
[20] Citado por el Card. Ratzinger, cfr. ibid., p. 154. El texto latino dice así: «Aequum est quidquid omnes colunt, unum putari. Eadem spectamus astra, commune coelum est, idem nos mundus involvit. Quid interest qua quisque prudentia verum requirat? Uno itinere non potest perveniri ad tam grande secretum» (Q. A. Symmachus, Relatio de ara Victoriae, 830, 10; PL 16, col. 969).
[21] Cfr. J. Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia, pp. 123-142.
[22] J. Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia, p. 139.
[23] Ibid.
[24] Cfr. J. Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia, pp. 183-199.
[25] Cfr. J. Assmann, Moses der Ägypter. Entzifferung einer Gedächtnisspur, Carl Hanser Verlag, München – Wien 1998. Existe una edición en español: Moisés el egipcio, Ed. Oberon / Anaya, Madrid 2003.
[26] J. Assmann, Moses der Ägypter, pp.17-23; citado en J. Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia, p. 184. En lugar de «diferenciación mosaica» sería preferible usar la expresión «distinción mosaica», como de hecho aparece como título de la edición española de otro libro de Assmann: La distinción mosaica o el precio del monoteísmo (Ed. Akal, Madrid 2006).
[27] J. Assmann, Moses der Ägypter, p. 19; citado en J. Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia, p. 184.
[28] Cfr. J. Assmann, Moses der Ägypter, p. 282; citado en J. Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia, p. 186.
[29] J. Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia, p. 186.
[30] Ibid., pp. 186-187.
[31] Ibid., p. 193.
[32] Ibid.
[33] Ibid., p. 199.
[34] J. Ratzinger, Fe, verdad y cultura. Reflexiones a propósito de la encíclica «Fides et ratio»; cfr. J. Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia, pp. 160-161. Como indiqué en la nota 2, cito el texto publicado por Alfa y Omega / Documentos.
[35] J. Ratzinger, Dios y el mundo, Creer y vivir en nuestra época. Círculo de Lectores, Barcelona 2002, pp. 246-247.

 

 

Benedicto XVI: Mi testamento espiritual. Texto íntegro en español

Texto íntegro en español del testamento espiritual de Benedicto XVI: «He visto y veo cómo de la maraña de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo», escribió el Papa emérito.

 

 

(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 31.12.2022).- Presentamos en español el texto inédito que Benedicto XVI dejó a modo de «testamento espiritual» y que la Santa Sede ha hecho público en la tarde-noche del 31 de diciembre:
***
Si en esta hora tardía de mi vida miro hacia atrás y repaso las décadas por las que he pasado, veo en primer lugar cuántas razones tengo para dar gracias. En primer lugar, doy gracias a Dios mismo, dador de todo bien, que me dio la vida y me guió en diversos momentos de confusión; siempre me levantó cuando empecé a resbalar y siempre me devolvió la luz de su semblante. En retrospectiva veo y comprendo que incluso los tramos oscuros y fatigosos de este camino fueron para mi salvación y que fue en ellos donde Él me guió bien.

Doy las gracias a mis padres, que me dieron la vida en una época difícil y que, a costa de grandes sacrificios, con su amor me prepararon un magnífico hogar que, como una luz clara, ilumina todos mis días hasta el día de hoy. La lúcida fe de mi padre nos enseñó a los niños a creer, y como señal siempre se ha mantenido firme en medio de todos mis logros científicos; la profunda devoción y la gran bondad de mi madre son un legado que nunca podré agradecerle lo suficiente. Mi hermana me ha asistido durante décadas desinteresadamente y con afectuoso cuidado; mi hermano, con la lucidez de sus juicios, su vigorosa resolución y la serenidad de su corazón, me ha allanado siempre el camino; sin este constante precederme y acompañarme, no habría podido encontrar la senda correcta.

De corazón doy gracias a Dios por los muchos amigos, hombres y mujeres, que siempre ha puesto a mi lado; por los colaboradores en todas las etapas de mi camino; por los profesores y alumnos que me ha dado. Con gratitud los encomiendo todos a Su bondad. Y quiero dar gracias al Señor por mi hermosa patria en los pre-alpes bávaros, en la que siempre he visto brillar el esplendor del Creador mismo. Doy las gracias al pueblo de mi patria porque en él he experimentado una y otra vez la belleza de la fe. Rezo para que nuestra tierra siga siendo una tierra de fe y os lo ruego, queridos compatriotas: no os dejéis apartar de la fe. Y, por último, doy gracias a Dios por toda la belleza que he podido experimentar en todas las etapas de mi viaje, pero especialmente en Roma y en Italia, que se ha convertido en mi segunda patria.

A todos aquellos a los que he hecho daño de alguna manera, les pido perdón de corazón.

Lo que antes dije a mis compatriotas, lo digo ahora a todos los que en la Iglesia están confiados a mi servicio: ¡manteneos firmes en la fe! No se confundan. A menudo da la impresión de que la ciencia –las ciencias naturales, por un lado, y la investigación histórica (especialmente la exégesis de la Sagrada Escritura), por otro– es capaz de ofrecer resultados irrefutables en contradicción con la fe católica.

He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde hace mucho tiempo, y he podido comprobar cómo, por el contrario, las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas sólo aparentemente pertenecientes a la ciencia; del mismo modo que, por otra parte, es en el diálogo con las ciencias naturales como también la fe ha aprendido a comprender mejor el límite del alcance de sus pretensiones, y por tanto su especificidad.

Hace ya sesenta años que acompaño el camino de la Teología, en particular de las ciencias bíblicas, y con la sucesión de las diferentes generaciones he visto derrumbarse tesis que parecían inamovibles, demostrando ser meras hipótesis: la generación liberal (Harnack, Jülicher, etc.), la generación existencialista (Bultmann, etc.), la generación marxista. He visto y veo cómo de la maraña de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe.

Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo.

Por último, pido humildemente: rezad por mí, para que el Señor, a pesar de todos mis pecados e insuficiencias, me reciba en las moradas eternas. A todos los que me son confiados, día a día, va mi oración de corazón.

 

 

Verán el cielo abierto y a los ángeles subir y bajar sobre el hijo del hombre

Santo Evangelio según san Juan 1, 43-51.

 

 

Jueves del Tiempo de Navidad


En el nombre del Padre
y del Hijo
y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!



Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, quiero descansar en tu corazón misericordioso, el vacío consume mi corazón y las tensiones me roban la paz. Déjame estar junto a ti, en la paz de tu amor.



Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Juan 1, 43-51



En aquel tiempo, determinó Jesús ir a Galilea, y encontrándose a Felipe, le dijo: “Sígueme”. Felipe era de Betsaida, la tierra de Andrés y de Pedro. Felipe se encontró con Natanael y le dijo: “Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la ley y también los profetas. Es Jesús de Nazaret, el hijo de José”. Natanael replicó: “¿Acaso puede salir de Nazaret algo bueno?” Felipe le contestó: “Ven y lo verás”. Cuando Jesús vio que Natanael se acercaba, dijo: “Este es un verdadero israelita en el que no hay doblez”. Natanael le preguntó: “¿De dónde me conoces?” Jesús le respondió: “Antes de que Felipe te llamara, te vi cuando estabas debajo de la higuera”. Respondió Natanael: “Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel”. Jesús le contestó: “Tú crees, porque te he dicho que te vi debajo de la higuera. Mayores cosas has de ver”. Después añadió: “Yo les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre”.



Palabra del Señor.



Medita lo que Dios te dice en el Evangelio



Son palabras fuertes que despiertan el asombro y la curiosidad de cualquiera que las escucha. Cuánta gente solamente se dirige a Dios para pedirle milagros. Realmente vivimos en una sociedad en la cual incluso nuestra fe, tiene un sentido utilitarista.



Es decir, me acuerdo de practicar mi fe, sólo en los momentos de necesidad, sólo cuando necesito «un milagro». Jesús, me duele aceptarlo, pero cuántas veces descubro que mi relación contigo es utilitarista o interesada. Veo con frecuencia que mi corazón busca tus consuelos y tus bendiciones, y aunque sé que no está mal, creo que me pierdo más en los milagros de Dios que en el Dios de los milagros.



 

 

Me paso la vida pidiendo bendiciones, gracias, incluso milagros. Olvido que el milagro más grande es tu presencia viva y real en la Santa Eucaristía. Ese milagro de amor, en el que Tú, mi Dios, te has hecho tan pequeño, indefenso, humilde, tan sólo para estar junto a mí. Concédeme, Señor, amarte por lo que eres, por ser mi Dios y Señor y no por lo que me das. Enamora mi alma, Jesús, pues esta sed de felicidad y amor infinito sólo Tú la puedes saciar.



«Hay que tener siempre abiertas las puertas del consuelo porque Jesús quiere entrar por ahí: por el Evangelio leído cada día y llevado siempre con nosotros, la oración silenciosa y de adoración, la Confesión y la Eucaristía. A través de estas puertas el Señor entra y hace que las cosas tengan un sabor nuevo. Pero cuando la puerta del corazón se cierra, su luz no llega y se queda a oscuras. Entonces nos acostumbramos al pesimismo, a lo que no funciona bien, a las realidades que nunca cambiarán. Y terminamos por encerrarnos dentro de nosotros mismos en la tristeza, en los sótanos de la angustia, solos. Si, por el contrario, abrimos de par en par las puertas del consuelo, entrará la luz del Señor».
(Homilía de S.S. Francisco, 1 de octubre de 2016).



 

 

Diálogo con Cristo


Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.


Propósito


Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.


Realizaré una visita al Santísimo Sacramento, con la conciencia de que Jesús estará allí escuchándome y esperándome para realizar verdaderos milagros en mi alma.


 

 

Despedida


Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
 Amén.

 

 

El acompañamiento espiritual

Catequesis del Papa Francisco, 4 de enero de 2023.




 

 

Por: Papa Francisco | Fuente: Vatican.Va


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Antes de comenzar esta catequesis, quisiera que nos uniéramos a los que, aquí al lado, están rindiendo homenaje a Benedicto XVI y dirijo mi pensamiento a él, que fue un gran maestro de catequesis. Su pensamiento agudo y educado no era autorreferencial, sino eclesial, porque siempre quiso acompañarnos al encuentro con Jesús. Jesús, el Crucificado resucitado, el Viviente y el Señor, fue la meta a la que nos condujo el Papa Benedicto, llevándonos de la mano. Que nos ayude a redescubrir en Cristo la alegría de creer y la esperanza de vivir.

Con esta catequesis de hoy concluimos el ciclo dedicado al tema del discernimiento, y lo hacemos completando el discurso sobre las ayudas que pueden y deben sostenerlo: sostener el proceso de discernimiento. Una de ellas es el acompañamiento espiritual, importante, en primer lugar, para el conocimiento de uno mismo, que hemos visto que es una condición indispensable para el discernimiento. Mirarse en el espejo, a solas, no siempre ayuda, porque uno puede fantasear la imagen. En cambio, mirarse al espejo con la ayuda de otro, eso ayuda mucho porque el otro te dice la verdad —cuando es veraz— y así te ayuda.

La gracia de Dios en nosotros siempre actúa sobre nuestra naturaleza. Pensando en una parábola evangélica, podemos comparar la gracia a la buena semilla y la naturaleza a la tierra (cf. Mc 4,3-9). Es importante, en primer lugar, darnos a conocer, sin tener miedo a compartir los aspectos más frágiles, en los que nos descubrimos más sensibles, débiles o temerosos de ser juzgados. Darse a conocer, manifestarse a una persona que nos acompañe en el viaje de la vida. No que decida por nosotros, no: que nos acompañe. Porque la fragilidad es, en realidad, nuestra verdadera riqueza: somos ricos en fragilidad, todos; la verdadera riqueza, que debemos aprender a respetar y acoger, porque, cuando se la ofrecemos a Dios, nos hace capaces de ternura, de misericordia y de amor. Ay de las personas que no se sienten frágiles: son duras, dictatoriales. En cambio, las personas que reconocen con humildad sus propias fragilidades son más comprensivas con los demás. La fragilidad —diría— nos hace humanos. No es casualidad que la primera de las tres tentaciones de Jesús en el desierto —la relacionada con el hambre— intente robarnos nuestra fragilidad, presentándonosla como un mal del que hay que deshacerse, un impedimento para ser como Dios. En cambio, es nuestro tesoro más preciado: de hecho, Dios, para hacernos semejantes a Él, quiso compartir hasta el final nuestra propia fragilidad. Miremos el crucifijo: Dios que baja precisamente a la fragilidad. Miremos al pesebre donde llega con una fragilidad humana grande. Él compartió nuestra fragilidad.

Y el acompañamiento espiritual, si es dócil al Espíritu Santo, ayuda a desenmascarar malentendidos, incluso graves, en la consideración que tenemos de nosotros mismos y en nuestra relación con el Señor. El Evangelio presenta varios ejemplos de conversaciones clarificadoras y liberadoras hechas por Jesús. Pensemos, por ejemplo, en la de la Samaritana, que leemos, leemos, y siempre hay esa sabiduría y ternura de Jesús; pensemos en la que tuvo con Zaqueo, con la mujer pecadora, con Nicodemo y con los discípulos de Emaús: la manera de acercarse del Señor. Las personas que tienen un verdadero encuentro con Jesús no temen abrirle su corazón, presentarle su vulnerabilidad, su propia insuficiencia, su propia fragilidad. De este modo, su compartir se convierte en una experiencia de salvación, de perdón libremente recibido.

Contar ante otra persona lo que hemos vivido o lo que buscamos ayuda a aportar claridad en nuestro interior, sacando a la luz los muchos pensamientos que nos habitan y que a menudo nos perturban con sus insistentes estribillos. Cuántas veces, en momentos oscuros, tenemos pensamientos así: “Lo he hecho todo mal, no valgo nada, nadie me comprende, nunca tendré éxito, estoy destinado al fracaso”, cuántas veces se nos ha ocurrido pensar estas cosas. Pensamientos falsos y venenosos, que la confrontación con el otro ayuda a desenmascarar, para sentirnos amados y estimados por el Señor por lo que somos, capaces de hacer cosas buenas por Él. Descubrimos con sorpresa formas distintas de ver las cosas, signos de bondad que siempre han estado presentes en nosotros. Es verdad, podemos compartir nuestras fragilidades con el otro, con el que nos acompaña en la vida, en la vida espiritual, el maestro de vida espiritual, sea laico, sea sacerdote, y decir: “Mira lo que me pasa: soy un desgraciado, me pasan estas cosas”. Y quien nos acompaña responde: “Sí, todos pasamos estas cosas”. Esto nos ayuda a aclararlas bien y ver de dónde vienen las raíces y así superarlas.

Quien acompaña —el acompañante o la acompañante— no sustituye al Señor, no hace el trabajo en lugar del acompañado, sino que camina a su lado, le anima a leer lo que se mueve en su corazón, el lugar por excelencia donde habla el Señor. El acompañante espiritual, al que llamamos director espiritual —no me gusta este término, prefiero acompañante espiritual, es mejor—, es el que te dice: “Muy bien, pero mira aquí, mira aquí”, te llama la atención sobre cosas que pueden estar pasando; te ayuda a comprender mejor los signos de los tiempos, la voz del Señor, la voz del tentador, la voz de las dificultades que no logras superar. Por eso es muy importante no caminar solos. Hay un dicho en la sabiduría africana —porque tienen esa mística de la tribu— que dice: “Si quieres ir rápido, ve solo; si quieres llegar lejos, ve acompañado”, ve acompañado, ve con tu gente. Esto es importante. En la vida espiritual es mejor estar acompañado por alguien que conozca nuestras cosas y nos ayude. Y eso es acompañamiento espiritual.

Este acompañamiento puede ser fructífero si, ambas partes, han experimentado la filiación y la fraternidad espiritual. Descubrimos que somos hijos de Dios cuando descubrimos que somos hermanos, hijos del mismo Padre. Por eso es indispensable formar parte de una comunidad en camino. No estamos solos, somos gente de un pueblo, de una nación, de una ciudad que camina, de una Iglesia, de una parroquia, de este grupo… una comunidad en camino. No vamos solos al Señor: esto no está bien. Tenemos que entenderlo. Como en el relato evangélico del paralítico, a menudo somos sostenidos y curados gracias a la fe de otra persona (cf. Mc 2,1-5); que nos ayuda a avanzar, porque todos tenemos a veces parálisis interiores y hace falta alguien que nos ayude a superar ese conflicto con su ayuda. No vamos solos al Señor, recordémoslo; otras veces, somos nosotros quienes asumimos ese compromiso por otro hermano o hermana. Y somos acompañantes para ayudar al otro. Sin una experiencia de filiación y fraternidad, el acompañamiento puede dar lugar a expectativas irreales, malentendidos y formas de dependencia que dejan a la persona en un estado infantil. Acompañamiento, pero como hijos de Dios y hermanos con nosotros.

La Virgen María es maestra de discernimiento: habla poco, escucha mucho y guarda en su corazón (cf. Lc 2,19). Las tres actitudes de la Virgen: hablar poco, escuchar mucho y guardar en el corazón. Y las pocas veces que habla, deja huella. Por ejemplo, en el Evangelio de Juan, hay una frase muy breve pronunciada por María que es una consigna para los cristianos de todos los tiempos: «Hagan lo que Él les diga» (cf. 2,5). Es curioso: una vez oí a una anciana muy buena, muy piadosa; no había estudiado teología, nada. Era muy sencilla. Y me dijo: “¿Sabe el gesto que hace siempre la Virgen?”. No sé: te mima, te llama… “No, el gesto que hace la Virgen es éste” [señala con el índice]. No entendí y le pregunté: “¿Qué significa?” . Y la anciana me contestó: “Siempre señala a Jesús”. Qué bonito: la Virgen no toma nada para sí, señala a Jesús. Hagan lo que Jesús les diga: así es la Virgen. María sabe que el Señor habla al corazón de cada uno, y nos pide que traduzcamos esta palabra en acciones y opciones. Ella supo hacerlo mejor que nadie, y de hecho está presente en los momentos fundamentales de la vida de Jesús, especialmente en la hora suprema de su muerte de cruz.

Queridos hermanos y hermanas, terminamos esta serie de catequesis sobre el discernimiento: el discernimiento es un arte, un arte que se puede aprender y que tiene sus propias reglas. Si se aprende bien, permite vivir la experiencia espiritual de manera cada vez más bella y ordenada. Ante todo, el discernimiento es un don de Dios, que hay que pedir siempre, sin presumir nunca de experto y autosuficiente. Señor, dame la gracia de discernir en los momentos de la vida, qué tengo que hacer, qué tengo que entender. Dame la gracia de discernir, y dame la persona que me ayude a discernir.
La voz del Señor siempre se reconoce, tiene un estilo único, es una voz que apacigua, anima y tranquiliza en las dificultades. El Evangelio nos lo recuerda constantemente: «No temas» que bellas las palabras del ángel a María después de la resurrección de Jesús; «no temas», «no tengáis miedo», es justo el estilo del Señor: «no temas». «¡No temas!», nos repite el Señor hoy también a nosotros; «no temas»: si confiamos en su palabra, jugaremos bien el partido de la vida, y podremos ayudar a los demás. Como dice el Salmo, su Palabra es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino (cf. 119.105). Gracias.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a la Virgen María, maestra de discernimiento, que nos ayude a crecer en la vida interior y a caminar, como los magos de Oriente, confiando en las mediaciones que nos guían hacia su Hijo Jesús. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

Antes de comenzar, quiero pedirles que nos unamos a cuantos en este momento están rezando por Benedicto XVI en la basílica. Él fue un gran catequista que nos ayudó a descubrir la alegría de creer y la esperanza de vivir en Cristo.

Hoy finalizamos el ciclo dedicado al discernimiento, y lo hacemos hablando del acompañamiento espiritual. Dejarnos acompañar, es decir, confrontar nuestra vida con otra persona que tenga experiencia en este ámbito, estando abiertos —tanto el acompañado como el acompañante— a la acción del Espíritu Santo, es de gran ayuda para conocernos a nosotros mismos y poder así desenmascarar engaños, confusiones o dudas que impidan nuestro seguimiento del Señor.

La persona que acompaña no sustituye a Dios, sino que camina junto a la persona acompañada y la anima a leer lo que se mueve en su corazón, que es el lugar privilegiado donde habla el Señor.

El modelo por excelencia en el arte de discernir y acompañar es la Virgen María. Ella habla poco, escucha mucho y medita en su corazón. Lo hace con humildad, sin considerarse experta o autosuficiente. María, discípula y misionera, nos enseña a no tener miedo, a alabar a Dios en cada circunstancia de nuestra vida y a “hacer todo lo que Él nos diga” (cf. Jn 2,5).

«Señor, te amo»: El mismo susurro antes morir de Benedicto XVI y santa Teresita

Benedicto XVI y Santa Teresa de Lisieux

No solo les unen sus últimas palabras; ambos consagraron los últimos nueve años de su vida a la vida contemplativa en un monasterio. Dos testigos que muestran el papel imprescindible de los contemplativos en la Iglesia. 

«Señor, te amo». Estas tres palabras, pronunciadas como un susurro antes de morir, unen a dos de los personajes más importantes de los últimos tiempos de la Iglesia: Benedicto XVI y santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897).

Benedicto XVI las pronunció en la noche del 30 al 31 de diciembre pasados, con una voz sumamente débil, pero «muy nítida», según ha revelado su secretario particular, el arzobispo Georg Gänswein. 

125 años antes, sobre las 7:20 de la noche del 30 de septiembre de 1897, mientras apretaba fuertemente un crucifijo entre sus manos, Teresa de Lisieux, de 24 años,  pronunciaba sus últimas palabras: «¡Oh!, ¡le amo! … Dios mío… te amo…», como relatan la madre Inés y sor Genoveva, las monjas presentes a su lado.

En una ocasión, el Papa Benedicto había comentado estas “últimas palabras” de la santa que tanto admiraba: «son la clave de toda su doctrina, de su interpretación del Evangelio». 

«El acto de amor, expresado en su último aliento, era como la respiración continua de su alma, como el latido de su corazón. Las sencillas palabras “Jesús, te amo” están en el centro de todos sus escritos»  (Benedico XVI, 6 de abril de 2011).

Dos contemplativos

No es casualidad que las palabras espontáneas que vinieran a sus labios fueran las mismas: los dos habían dedicado los últimos nueve años de su vida a la contemplación: Teresita en el Carmelo de Lisieux, Joseph Ratzinger en el monasterio «Mater Ecclesiae» del Vaticano. 

Teresita, era junto a las otras dos Teresas (la de Ávila y la de Calcuta, sin contar a la Virgen María, obviamente), la santa preferida de Joseph, como acaba de confirmar el mismo monseñor  Gänswein, en una entrevista. 

La decisión de Benedicto XVI de retirarse a la vida contemplativa había sido algo profundamente meditado. El anuncio efectivo tuvo lugar el 28 de febrero de 2013. 

Desde el Palacio Apostólico de Castel Gandolfo, el Papa alemán renunció oficialmente a su ministerio pontificio y declaraba que a partir de ese momento sería «simplemente un peregrino que comienza la última etapa de su peregrinación en esta tierra». 

Antorchas «que arden de oración y amor»

Y anunciaba que a partir de ese momento serviría a la Iglesia, «principalmente a través de la oración», al igual que tantos monjes y monjas contemplativos, esparcidos por los cinco continentes.

Se comprende así la importancia que siempre había dado Benedicto XVI al papel de los contemplativos en la Iglesia: «tenéis en la Iglesia la misión de ser antorchas que, en el silencio de los monasterios, arden de oración y de amor a Dios», poniendo ante él «las necesidades de cuantos viven en esta tierra» (6 de septiembre de 2009).

 

 

«Padre, en tus manos encomendamos el espíritu de Benedicto XVI» 

El papa Francisco despidió así a su antecesor. La Iglesia es consciente de que hoy se celebraba una histórica misa en la plaza de san Pedro

 

 

«Es el Pueblo fiel de Dios que, reunido, acompaña y confía la vida de quien fuera su pastor. Queremos decir juntos: «Padre, en tus manos encomendamos su espíritu».»

A las 9:30 de esta mañana, 5 de enero de 2023, en el altar de la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco ha presidido la Misa de exequias en honor del difunto pontífice emérito Benedicto XVI, fallecido a los 95 años, el pasado 31 de diciembre de 2022: «Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz». Delante del altar el féretro con el cuerpo de Joseph Ratzinger. 

 

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Este fue el eje principal de la homilía del Papa Francisco en memoria de su predecesor. Estuvo centrada en las últimas palabras de Jesús en la Cruz.  

El rito fúnebre fue presidido por el Papa, pero en el altar celebró el decano del Colegio Cardenalicio Giovanni Battista Re.

Después del Ritus Communionis, los más de 50 mil fieles asistentes (según datos de la gendarmería), clamaron por la canonización de papa Benedicto XVI: «Santo Subito!«, («¡Santo rápido!»).

Benedicto XVI, ejemplo de pastor 

El Papa citó a san Gregorio Magno, uno de los grandes Padres de la Iglesia latina del seiscientos. No fue una coincidencia que hablará de La Regla Pastoral, un manual de moral y de predicación destinado a los obispos. Una alusión a quien es reconocido ya como el «Papa teólogo» que mantendrá con su memoria y legado a flote a la Iglesia y a su misión a través de su intercesión: 

«San Gregorio Magno, al finalizar la Regla pastoral, invitaba y exhortaba a un amigo a ofrecerle esta compañía espiritual: «En medio de las tempestades de mi vida, me alienta la confianza de que tú me mantendrás a flote en la tabla de tus oraciones, y que, si el peso de mis faltas me abaja y humilla, tú me prestarás el auxilio de tus méritos para levantarme».»

Un rito inédito

Se trató de un rito inédito. No sucedía algo similar desde hace dos siglos. Un papa reinante que preside el funeral de su predecesor. No ocurría desde Pío VI, quien, tras morir en el exilio en Valence en 1799 como prisionero de Napoleón, tuvo un solemne funeral tres años después, cuando sus restos fueron llevados de vuelta a Roma: el funeral fue celebrado por Pío VII. 

 

Esta ceremonia pasará a la historia también porque servirá de referencia para la sepultura de otros papas eméritos en el futuro. Una misa sencilla. Así se ha respetado la última voluntad de Benedicto XVI. El rito incluyó rodear el féretro con cintas con los sellos de la Cámara Apostólica, la Casa Pontificia, la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas y el Capítulo Vaticano.

La oración y el cuidado del pueblo

Francisco también recordó la «conciencia del Pastor» que no puede «soportar solo y, por eso, es capaz de abandonarse a la oración y al cuidado del pueblo que le fue confiado». Una referencia a la promesa de Benedicto XVI de sostener la Iglesia con su oración desde el Monasterio Mater Ecclesiae, lugar de su retiro y última morada hasta su fallecimiento. Y siempre hizo oración por el Sucesor de Pedro. 

En efecto, una vez que los mozos llevaron los restos mortales de Benedicto XVI, dentro del féretro en madera de ciprés, a la plaza de San Pedro, doblaron las campanas y los fieles rezaron juntos por la memoria del Papa emérito. Una multitud de voces recitó el Rosario por el alma de Joseph Ratzinger. 

«Es el Pueblo fiel de Dios – dijo Francisco – que, reunido, acompaña y confía la vida de quien fuera su pastor. Como las mujeres del Evangelio en el sepulcro, estamos aquí con el perfume de la gratitud y el ungüento de la esperanza para demostrarle, una vez más, ese amor que no se pierde; queremos hacerlo con la misma unción, sabiduría, delicadeza y entrega que él supo esparcir a lo largo de los años.» 

 

Padre, en tus manos encomendamos su espíritu

Entonces, Francisco aseguró: «Queremos decir juntos: «Padre, en tus manos encomendamos su espíritu». Y afirmó: «Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz».

En otro momento de su homilía habló de la «confianza orante y adoradora, capaz de interpretar las acciones del pastor y ajustar su corazón y sus decisiones a los tiempos de Dios (cf. Jn 21,18).»

Esta fue una posible referencia a la vida de Benedicto XVI entregada al servicio de la Iglesia desde su adolescencia, cuando entró al seminario y a sus 38 años fue un perito del Concilio Vaticano II. Fiel amigo, servidor, consejero del Papa Juan Pablo II, en un largo pontificado que duró más de 26 años y que se nutrió también de su sabiduría y acompañamiento. 

Benedicto XVI ha sido definido por sus biógrafos como un hombre que sufrió mucho en la vida. Entonces, el Papa Francisco aseguró:

«Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuestos a sufrir. Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el alimento de su presencia». 

Francisco en memoria de su predecesor alemán reiteró sus dotes de evangelizador cuando habló sobre «entrega sostenida por la consolación del Espíritu, que lo espera siempre en la misión: en la búsqueda apasionada por comunicar la hermosura y la alegría el Evangelio.»

Última morada del cuerpo de Benedicto

Al final de la celebración ha tenido lugar la última Commendatio y la Valedictio. Luego el féretro del pontífice emérito ha sido transportado hasta las Grutas Vaticanas de la Basílica de San Pedro para la sepultura en una ceremonia privada.

 

El papa emérito será sepultado en la antigua tumba de San Juan Pablo II, cuyos restos fueron trasladados a la nave de la Basílica de San Pedro tras su beatificación en 2011. Esa misma tumba había acogido previamente los restos mortales de Juan XXIII. 

El papa alemán fue despedido por unos 125 cardenales, 420 obispos y cerca de 4.000 sacerdotes presentes en la misa fúnebre, animada por unos 250 miembros del coro, varios de ellos cantores de la Capilla Sixtina. 

Estaban resentes las delegaciones italiana y la alemana, encabezadas por Sergio Mattarella, Giorgia Meloni, Frank-Walter Steinmeier y Olaf Scholz. Igualmente asistieron numerosas personalidades políticas que ocuparon sus puestos en la plaza de san Pedro del Vaticano, desde la realeza de Bélgica y España (con Su Alteza Real Doña Matilda y la reina emérita Doña Sofía, respectivamente) hasta los presidentes de Polonia y Hungría.