El espíritu está decidido a todo, pero el hombre es débil, hemos oído que decía Jesús a Pedro en el huerto de Guet-Semaní. En otras palabras: el espíritu del ser humano es pronto, pero la carne es débil. El espíritu aquí significa la dimensión espiritual que Dios ha dado al ser humano y que le orienta hacia el bien. Y la carne es la condición terrenal y frágil del ser humano, sometida al poder del mal y del pecado. Todos nos encontramos desgajados entre estos dos elementos, entre el espíritu y la carne.

Jesús ha experimentado también esta fragilidad. Se ha adentrado hasta el fondo de la condición humana y ha vivido la debilidad y la angustia, tal y como hemos oído en el relato de la pasión. En el momento de afrontar la pasión dice: siento una tristeza en el alma como para morirme y ora todo triste y abatido. Y arriba la cruz grita con toda la fuerza: “Eli, Eli, ¿lema sabactani?, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me habéis abandonado? Con su cruz ha descendido a las profundidades del infierno humano, para liberarnos, para salvarnos.

Vivimos un tiempo de perplejidad, de fragilidad, de indefensión, de miedo, de angustia, frente a la pandemia del Covid-19. Quizás habíamos olvidado que son vulnerables, aunque la vulnerabilidad es inherente al ser humano, como lo son el dolor y la muerte. O al menos habíamos procurado no pensar en la vulnerabilidad ni en la muerte, buscando las distracciones y las evasiones que nos ofrecía la sociedad del bienestar. Pensábamos que el modelo de vida que nos proponían nos llevaría a la felicidad. Y, en cambio…

Estos días, ha habido y hay tanto sufrimiento, en los enfermos y sus familiares, en el personal sanitario. Ha habido y hay personas que han muerto, y mueren, solas en las UCIS de los hospitales, o en las camas de los geriátricos, sin poder tener el calor de ninguna persona querida, mientras sus familiares estaban confinados en casa con la angustia de no poder asistir a los moribundos ni poder despedirlos.

Ante esta situación, hay quien se ha preguntado: ¿tiene sentido la existencia? Jesús con su pasión y su cruz nos enseña que sí, porque el término no es el sufrimiento y la muerte, sino la vida, la vida para siempre de la que él nos ha abierto sus puertas con su pasión y su cruz .

Y, también, una vez más, muchos han podido pensar a propósito de la epidemia: ¿dónde está Dios? Y la respuesta es la misma desde el primer viernes santo: Dios en Jesucristo ha asumido todo el sufrimiento físico y psíquico de la humanidad, también lo que estamos viviendo con la pandemia. Su pasión y sus llagas de crucificado nos abren un horizonte nuevo; el sufrimiento y la muerte no son la última palabra. Jesús con su cruz abre un camino de vida que seca todas las lágrimas de los ojos porque el sufrimiento y la muerte dejarán de existir (cf. Ap 21, 4). A la luz de la pasión, vemos que Dios está presente en las víctimas de la enfermedad, en los enfermos y en quienes sufren por la situación de las personas queridas. Dios, dándoles vigor, está junto a los médicos y los sanitarios, de todos los que rezan y trabajan para ayudar a los demás. Es junto a quienes, arriesgando la propia salud, viven con solidaridad esta etapa difícil. Está junto a tanta gente que sufre por tantas situaciones. Con su cruz hace un juicio contra quienes no aman a quienes sufren y quienes buscan aprovecharse de estas situaciones para obtener ganancias.

Jesús, con sus llagas gloriosas, abre un horizonte de vida más allá de la muerte, de sentido de la existencia humana a pesar del mal. Esto nos infunde esperanza y nos pide ser testigos. Sólo desde Jesús crucificado se puede intuir algo del misterio del sufrimiento, con toda su gravedad y con toda su densidad salvadora. Jesús vive la solidaridad con el dolor humano y la muerte de cada persona. Una solidaridad por liberar. Los cristianos también debemos vivirla, esta solidaridad, a favor de nuestros contemporáneos. Ahora particularmente, hacia los afectados por la epidemia y sus familiares, hacia las personas que los atienden y las que hacen funcionar los servicios esenciales, y también hacia otros colectivos que sufren: quienes están en prisión con el riesgo de contagio que hay, tal y como ha advertido al Papa ya la comisión para los derechos humanos de la ONU; quienes se han quedado sin trabajo y no tienen dinero suficiente para subsistir ellos y sus familias, quienes se encuentran en los campos de refugiados sin esperanza alguna y están expuestos al contagio, etc.

El espíritu está decidido a todo, pero el hombre es débil. Débiles como somos, pequeños como nos sentimos ante un virus microscópico que nos acosa, nos disponemos a celebrar la eucaristía y recibir su fruto. La comunidad de monjes podemos participante del sacramento y quienes, debido a la situación de confinam

¿Dónde desea que vayamos a prepararse el sitio para que podamos comer el cordero pascual? preguntan los discípulos a Jesús. Y él, hermanos y hermanas, tal y como hemos oído, les da las indicaciones pertinentes. Se trataba de celebrar la cena pascual que actualizaba la liberación de la esclavitud de Egipto y la alianza que, en el Sinaí, Dios había hecho con Moisés a favor de todo el pueblo. Esta cena, además, renovaba la esperanza en la venida del Mesías. Una vez en la mesa, ya medida que se iba desarrollando la comida, los discípulos descubren que la intención de Jesús era dar una dimensión nueva a aquella cena, darle un cariz profético y sacramental a través de la Eucaristía que los dejaba.

Aquel, nos decía el evangelista san Marcos, era el día en que la gente inmolaba el cordero pascual. Esto nos ayuda a entender esta nueva dimensión; en aquella cena, Jesús celebraba la pascua de otro modo, no sólo comiendo el cordero y el pan sin levadura. Él también era el cordero pascual. Más aún, él era el cordero perfecto y auténtico. En su persona se hacía realidad lo que anunciaba la celebración de la pascua de Israel. La cena con los discípulos era la anticipación sacramental y profética de su pascua definitiva que pocas horas después viviría de forma cruenta en la cruz. El evangelista nos ha ido presentado los diversos momentos de la inmolación de este cordero que era Jesús: la angustia ante el sufrimiento y la muerte, la pena de ser traicionado por uno de los suyos, las acusaciones injustas ante las que él callaba y no se defendía de nada, un dolor corporal terrible, la aflicción íntima por los insultos y el trato violento, la soledad del corazón al no tener el rescoldo amistoso de los discípulos que han huido y una oscuridad espiritual indecible debido a no sentir la presencia amorosa del Padre.

Todo termina con un gran grito, hermanado con todas las angustias y con todos los clamores de la humanidad, y con la muerte. En medio de la oscuridad interior y de la negra nube que cubrió el Calvario, Dios estaba a pesar de su aparente ausencia. Y, paradójicamente, se daba a la humanidad para liberarla, para abrirle un camino de vida plena. Empezaba un mundo nuevo. El templo de piedra de Jerusalén dejaba su función y era relevado por un Templo no hecho por manos de hombre; es decir por Jesús mismo que ofrece un acceso libre a Dios a judíos y paganos, a la humanidad entera, a través de su persona. Vemos un ejemplo en el centurión pagano que, al presenciar la forma en que Jesús expiraba, le reconoce como hijo de Dios. Ya en la cruz, pues, se empieza a hacer realidad lo que Jesús había dicho al sumo sacerdote: veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso.

¿Dónde desea que vayamos a prepararse el sitio para que podamos comer el cordero pascual? Después de haber escuchado el relato de la pasión y saber que Jesús la vivió por amor a la humanidad ya cada uno de sus miembros, deberíamos personalizar la pregunta de los discípulos y hacérnosla nuestra: cómo queréis que le preparemos la pascua de este año en nuestro interior? Porque la podemos vivir con una actitud hostil hacia Jesús y su Evangelio como los sumos sacerdotes, los maestros de la Ley, los soldados o la gente que pasaba moviendo la cabeza con aires de mofa. La podemos vivir desde la indiferencia como Pilato y tantos otros. La podemos vivir dejándolo solo y traicionando su amistad después de haber puesto la esperanza en él y, quizás, de haberla perdido, como Judas. La podemos vivir desde la debilidad y la negación como Pedro; sin embargo, sabiendo que si hay compunción el perdón es posible. La podemos vivir con compasión ante aquel hombre desnudo, humillado y sufriente que es Jesús dejándonos cuestionar por su muerte, como el centurión. La podemos vivir, aún, con piedad y dolor en el corazón, meditando todo lo que esta pasión significa, como María la madre de Jesús (cf. Lc 2, 19.33-35). Sí, preguntémonos cómo queremos vivir la semana santa y la pascua de este año.

La pasión de Jesús nos abre una puerta a la esperanza y nos libera de la levadura de la corrupción del pecado. Porque destruyendo el pecado hace posible una vida nueva de santidad según el Evangelio. La cruz de Jesús nos abre una puerta a la esperanza ante el dolor y la muerte, que con la pandemia se han convertido en más vivos y más angustiosos que nunca en estos últimos años. La muerte de Jesús, el Hijo de Dios, nos enseña que no debemos temer que todo acabe para siempre, que más allá del sufrimiento y de los límites de la miseria terrenal, la muerte ha empezado a ser definitivamente vencida gracias a Jesucristo, en su sangre derramada libremente que nos posibilita la vida para siempre. En él se ilumina el enigma del dolor y la muerte. En él la realidad humana en su conjunto y el misterio de cada persona en particular encuentran una nueva dimensión. Todo el mundo puede asociarse al misterio de Jesucristo por los caminos que el Espíritu Santo abre en el interior de cada ser humano, incluso en quienes no son cristianos (cf. Gaudium et spes, 18 y 22). Porque por la sangre de su cruz Jesucristo ha puesto la paz en todo lo que hay, tanto en la tierra como en el cielo, y Dios ha reconciliado todas las cosas (Col 1, 20).

Hermanos y hermanas: Hemos escuchado con respeto y consternación el relato de la pasión y la muerte de Jesús. Hemos acogido con fe y con agradecimiento el don que supone a nuestro favor y de toda la humanidad. Tal y como decía el evangelista al inicio de la narración de la pasión, el don que libremente Jesús ha hecho de su vida en la cruz nos es comunicado por el sacramento de la eucaristía. Él lo actualiza, ese don sacrificial, para perdonarnos y darnos vida, para vincular nuestros sufrimientos a su pasión y anticiparnos la comida eterna del Reino. La eucaristía es prenda de la superación para siempre del dolor y la muerte. ¡Esta es la fuente de nuestra esperanza!

JUAN 12, 1-11 

Amigos, en el Evangelio de hoy María de Betania unge los pies de Jesús con aceite perfumado, preparándolo para el entierro.

Este gesto —usar algo tan costoso como un frasco de perfume completo— es criticado por Judas, quien se queja que, al menos, se podría haber vendido y el dinero haber sido entregado a los pobres.

¿Por qué Juan usa esta historia como prefacio en su narración de la Pasión? ¿Por qué permitir que el olor de este perfume usado por la mujer flote, por así decirlo, a lo largo de toda la historia? Creo que es porque este gesto extravagante muestra el significado de lo que Jesús está a punto de hacer: una entrega radical de Sí mismo.

No hay nada calculador, cuidadoso o conservador en el actuar de la mujer. Fluyendo desde el lugar más profundo del corazón, la religión se resiste a las restricciones establecidas por una meticulosa razón moralizante (aquella que exhiben a pleno los que se quejan de la extravagancia de la mujer). En el momento culminante de su vida, Jesús se entregará generosa, total e ilógicamente, y es por ello que el hermoso gesto de María es una especie de obertura a la ópera que vendrá a continuación.

He puesto mi espíritu sobre él

Es la impronta de Dios: muestra su compasión y su amor sobre lo débil, permite seguir gozando de su favor a todo aquello perecedero que muestra su debilidad. La imagen que Isaías nos da del siervo de Yahvé la vamos a ver claramente en Jesús de Nazaret. Jesús pasará por esta vida, viviéndola como un simple hombre, ayudando a quien lo necesita. Se lo vamos a escuchar al mismo Jesús cuando se presentan los discípulos de Juan para preguntarle quién es él. La respuesta no contesta directamente la pregunta, sino que remite a su vida y obras. Los cojos andan, los ciegos ven, los muertos resucitan… Somos nosotros la caña cascada, el pábilo vacilante, el ciego que necesita ver y para eso tenemos al Siervo de Yahvé que pasa a nuestro lado ayudando en lo que es necesario.

No es un predicador vociferante en plazas, teatros, pantallas de TV. No. Es el predicador sencillo que te habla en el silencio, que susurra al oído, que difunde el mensaje sin alharacas, alejado de una solemnidad impostada, tonante y amenazadora. La palabra de Jesús, el Siervo de Yahvé, es suave, está bañada en el amor y en ningún momento produce miedo. Y, ¡cuidado!, si te atemoriza y espanta, no es Dios quien te habla, sino el maligno.

Temamos a los profetas que dicen venir en nombre del Señor aterrorizando a los fieles que escuchamos asustados tremendas diatribas ácidas y violentas. Muy alejadas del espíritu que se desprende del Siervo de Yahvé, de Jesús, el Cristo que nos habla con la Palabra definitiva de Dios, del ABBA, del papaiño que te tiende la mano.

Las horas de Jesús están contadas. Las autoridades civiles, militares y, sobre todo, religiosas, han decidido que tiene que morir y solo falta encontrar una ocasión propicia para eliminarle. Han tenido oportunidades para detenerlo, pero siempre les ha frenado el miedo a la reacción de las gentes. Jesús tiene seguidores y simpatizantes que podrían aguar las fiestas del templo y eso sería un problema. Hay que proceder con nocturnidad y alevosía y buscan el momento propicio.

A esto se añade que Jesús ha resucitado a su amigo Lázaro y ver a este muerto caminando, hablando, comiendo, en definitiva: viviendo, es un fuerte golpe en su contra. Es, pues, necesario acabar también con él. Tal vez sea Lázaro ese mal colateral, necesario a los ojos de los estrategas, para lograr un golpe publicitario que ponga la situación a su favor.

En esta era cibernética esto sería fácil de solucionar con unas cuantas “fake news” bien dirigidas en las redes para inclinar la opinión pública a favor del enemigo y lograr que el pueblo, puede que debamos llamarlo “populacho”, a poco que lo animemos, grite “¡Crucifícalo, crucifícalo!, tal vez sin convicción, pero sí con un aparente entusiasmo capaz de convencer a un cobarde Pilatos, a quien la vida de un judío le trae sin cuidado, con tal de conservar la paz en su finca.

Y nos falta recordar a María que unge los pies del Maestro con un magnífico perfume, caro, intenso que Jesús interpreta como la unción que se aplica a su cadáver antes de depositarle en el sepulcro. María se ha anticipado a los hechos que se van a producir en breve. Pero, siempre surge un pero…, algunos de los presentes, Judas entre ellos, critican la acción y se escudan en una aparente caridad que no tienen, posiblemente, ninguna intención de ejecutar.

Y ¿cómo estamos hoy?, ¿comemos con Jesús o nos escudamos en unas oraciones con las que traspasamos a Dios los problemas (-escúchanos Padre-) mientras seguimos viviendo tranquilos y contentos con nuestras mediocridades. ¿No será ahora mismo el momento de cambiar nuestro ser y actuar y acercarnos a Dios?

Estanislao de Cracovia, Santo

Memoria Litúrgica, 11 de abril

Obispo y Mártir

Martirologio Romano: Memoria de san Estanislao, obispo y mártir, que en medio de las dificultades de su época fue constante defensor de la humanidad y de las costumbres cristianas, rigió como buen pastor la Iglesia de Cracovia, en Polonia, ayudó a los pobres, visitó cada año a sus clérigos y, finalmente, mientras celebraba los divinos misterios, fue muerto por orden de Boleslao, rey de Polonia, a quien había reprendido severamente. ( 1079)

Fecha de canonización: 17 de agosto de 1253 por el Papa Inocencio IV.

Breve Biografía

La historia recuerda al rey Boleslao II de Polonia (1058-1079) por sus victorias militares que consolidaron su joven Estado y lo ampliaron, por la valorización de las tierras que él promovió con una nueva organización territorial, y por las reformas jurídicas y económicas. Pero el primer historiador polaco, Vicente Kadlubeck, de este rey recuerda también las graves injusticias y la conducta privada inmoral.

Pero en su camino Boleslao se encontró con un severo censor. Como Juan Bautista respecto de Herodes, el valiente obispo de Cracovia, Estanislao, levantó la voz, amonestando al poderoso soberano sobre el deber de respetar los derechos ajenos.

Estanislao nació en Szczepanowski (Polonia) hacia el año 1030, de padres más bien pobres. Hizo sus primeros estudios con los benedictinos de Cracovia, y después los perfeccionó en Bélgica y en París. Cuando regresó a la patria, se distinguió por su celo y por las benéficas iniciativas que realizó con caridad e inteligencia. Muerto el obispo de Cracovia, el Papa Alejandro II lo nombró su sucesor. Su nombramiento fue promovido no sólo por el pueblo y el clero, sino también por el mismo Boleslao II, que en los primeros años colaboró en la obra de evangelización de toda la región y en la formación del clero local, secular, que poco a poco debería ocupar el puesto de los monjes benedictinos en la administración de la Iglesia polaca.

La buena armonía entre el obispo y el soberano duró hasta cuando el valiente Estanislao tuvo que anteponer sus deberes de pastor a la tolerancia para con las faltas del amigo, pues la reprochable conducta del soberano podía fomentar las malas costumbres de los súbditos.

En efecto, las crónicas del tiempo narran que el rey se enamoró de la bella Cristina, esposa de Miecislao y, sin pensarlo dos veces, la hizo raptar con grave escándalo para todo el país. Estanislao lo amenazó con la excomunión y después lo excomulgó; entonces el rey Boleslao se enfureció y ordenó asesinar a Estanislao en Cracovia, en la iglesia de santa Matilde, durante la celebración de la misa. Parece que el horrible “asesinato en la catedral” lo cometió el mismo soberano, después que los guardias se vieron obligados a retirarse por una fuerza misteriosa. Era el 11 de abril de 1079.
Desde el mismo día de su martirio, los polacos comenzaron a venerarlo.

San Estanislao fue canonizado el 17 de agosto de 1253 en la basílica de san Francisco de Asís, y desde entonces se difundió su culto en toda Europa y América.

Derrochando un perfume

Santo Evangelio según san Juan 12, 1-11. Lunes Santo

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Mírame, Señor. ¡Aquí estoy otra vez! Lo he logrado una vez más.

Te doy gracias por las ayudas que siempre me regalas para volver a ti. Quiero estar contigo. Quiero amarte más.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 12, 1-11

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa.

María tomó entonces una libra de perfume de nardo auténtico, muy costoso, le ungió a Jesús los pies con él y se los enjugó con su cabellera, y la casa se llenó con la fragancia del perfume.

Entonces Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que iba a entregar a Jesús, exclamó: “¿Por qué no se ha vendido ese perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?”. Esto lo dijo, no porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía a su cargo la bolsa, robaba lo que echaban en ella.

Entonces dijo Jesús: “Déjala. Esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán”.

Mientras tanto, la multitud de judíos, que se enteró de que Jesús estaba allí, acudió, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien el Señor había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes deliberaban para matar a Lázaro, porque a causa de él, muchos judíos se separaban y creían en Jesús.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

¿Cómo es mi amor a Cristo?, ¿cómo te amo, Señor? A veces me parece que no existe mayor enfermedad que la del legalismo. Tantas veces san Pablo exhortaba a la Iglesia a que no mirara tan sólo a la ley.
Ayuda mucho detenerse unos instantes y contemplar, por ejemplo, cómo una mamá quiere a su bebé: para ello no hay tiempos, ni hay tareas, sino que todo es un acto de amor.

¿Cuándo fue la última vez que te dediqué un tiempo de verdad? No uno que me sobrara, no uno en que no tuviese otra opción. Quizá por eso mi amor a veces ya no crece; porque tal vez ni siquiera estoy amando; cumplo simplemente. Amando se cumple, pero no siempre cumpliendo se ama.

Hoy domingo, por ejemplo, podría ir a ver un partido de fútbol después de misa, o quizá puedo quedarme a rezar un momento más, aunque sea breve. Hoy podría ir a un restaurante con mis amigos, o quizá puedo buscar hacer una obra de caridad. Hoy podría salir de viaje, o quizá puedo irme de misiones; hoy podría cambiar la rutina en pos del amor. «Derrochar» algún perfume con Jesús y regalarle un gesto verdadero de amor. Gracias, María, por ese gesto que ofreciste al Señor. Yo quiero ofrecerle uno también.

«Lo que vosotros decís a ellos es lo que tenéis en el corazón. Así se da la Palabra de Dios. Y así vuestra doctrina será alegría y apoyo a los fieles de Cristo. El perfume de vuestra vida será el testimonio porque el ejemplo edifica, pero las palabras sin ejemplo son palabras vacías, son ideas, no llegan nunca al corazón. Incluso hacen mal, no hacen bien».

(Homilía de S.S. Francisco, 26 de abril de 2015).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Realizar un gesto verdadero de amor a una persona con la que me encuentre hoy.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén

La Pasión de Jesús

El lunes de Autoridad, Lunes Santo.

La noche del domingo fue intensa para Jesús. Explica muchas cosas a los suyos, pero, sobre todo, reza. Su alma está en tensión.

Una noche intensa
La noche del domingo fue intensa para Jesús. Explica muchas cosas a los suyos, pero, sobre todo, reza. Su alma está en tensión. Ve, quiere, siente, habla con el Padre, es invadido por el Espíritu Santo que le empuja al sacrificio. Vive un amor intenso y dolorido. Ante sus ojos desfilan los sucesos de aquellos tres años, y la humanidad entera con sus miles de historias individuales se le hace presente. Es la oración del Mediador entre Dios y los hombres, y vive su función con intensidad.

La maldición de la higuera
También ayuna, su espíritu no se relaja. El lunes, al encaminarse de nuevo al Templo de Jerusalén, «sintió hambre». Pero en lugar de recurrir a los suyos pidiendo alimento, se dirige hacia un higuera buscándolo. Sabe que florecen hacia junio y raramente lo hacen en abril; pero le mueve un deseo intenso de que Israel dé buenos frutos, a pesar de todas la evidencias. Tiene hambre del amor de su pueblo y de todos los hombres. Pero aquel pueblo es como la higuera que tiene muchas hojas y ningún fruto. Y surge la ira profética como el relámpago en un cielo de tormentas, y clama hablando con el árbol, y más aún con su pueblo: «que nunca jamás coma nadie fruto de ti»(Mc). Los discípulos escuchaban sorprendidos.

Al día siguiente «Por la mañana, al pasar, vieron que la higuera se había secado de raíz». Los discípulos estaban acostumbrados a los milagros, pero esta vez se sorprenden, pues se dan cuenta que forma parte del mensaje de Jesús que les habla por medio de un símbolo. Un árbol frondoso y prometedor se ha secado casi de repente. «Y acordándose Pedro, le dijo: Rabbí, mira, la higuera que maldijiste se ha secado». Era como decirle explícanos esta nueva parábola unida a un milagro tan extraño. Jesús abre su alma y les explica algo esencial: el valor de la fe y la importancia del perdón y les contestó: «Tened fe en Dios». La necesitarán pues dentro de poco van a ver la debilidad de Dios, o mejor, un manifestarse del amor divino que se abajará al máximo para ganar la buena voluntad de los hombres. Para personas acostumbradas a considerar a Dios lleno de poder y majestad, es un escándalo verle humilde para vivir el misterio del perdón.

La segunda expulsión de mercaderes en el Templo
Al comenzar la vida pública Jesús expulsó a los mercaderes del Templo en un acto que suscitó esperanzas en algunos y enemistad en los comprometidos con el mercadeo de las cosas de Dios.

Ahora va a suceder algo similar, pero no en vano han transcurrido tres años de intensa evangelización. Jesús ya no se presenta sólo como un reformador religioso, pues en el Templo se ha proclamado el Hijo de Dios igual a Padre. Está hablando en su casa, en la casa de Dios, y todo su poder se dejará ver con fuerza. «Llegan a Jerusalén. Y, entrando en el Templo, comenzó a expulsar a los que vendían y a los que compraban en el Templo, y derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. Y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo, y les enseñaba diciendo: ¿No está escrito que mi casa será llamada casa de oración para todas las gentes? Vosotros, en cambio, la habéis convertido en una cueva de ladrones»(Mc).

Su acción no encuentra ahora gentes sorprendidas por el desconocido galileo. Ahora todos saben que el que actúa con santa ira se ha proclamado Mesías rey, ha sido aclamado por el pueblo y discutido por los príncipes. Temen, recogen sus enseres, y huyen. La actividad era grande en el mercado del Templo durante la Pascua. Miles de sacrificios, multitud de animales, vocerío, paso por el centro del templo, y nada de oración. Pero la acción apunta más alto, los responsables son los que dirigen el Templo. El sumo Sacerdote permite aquel barullo porque se enriquece con cada transacción. Si el dinero fluye a sus arcas poco le importa el orden del templo. Los que le asisten también son colaboradores de aquel abuso. En realidad la gloria del Altísimo era cuestión muy lejana de sus intereses. Aquí está la raíz del rechazo de Jesús como Mesías que se manifiesta como el Hijo de Dios. Si fuesen hombres de oración, si estuviesen unidos con Dios, descubrirían la verdad del enviado de Dios. Pero no lo son, por eso cuando los príncipes de los sacerdotes y los escribas lo supieron, “buscaban el modo de perderle; pues le temían, ya que toda la muchedumbre estaba admirada de su doctrina»(Mc).

Siempre el mismo tema
La rabia crece en su corazones. El mismo Sanedrín ha determinado que se le mate, pero Jesús actúa con impunidad en el Templo. Es más actúa haciendo y deshaciendo, enseñando y corrigiendo abusos. Parece que les provoca. Y ellos no pueden aguantar. Por eso con irritación se enfrentan con Jesús sin atender a sutilezas, a gritos: «Y mientras paseaba por el Templo, se le acercan los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le dicen: ¿Con qué potestad haces tales cosas?, o ¿quién te ha dado tal potestad para hacerlas?». Siempre es el mismo tema: ¿quién eres?, como si no lo hubiese dejado claro muchas veces allí mismo. Pero no quieren aceptarlo, ninguna razón les moverá de su incredulidad. Por eso Jesús les contestó de un modo sorprendente: «Yo también os haré una pregunta, respondedme, y os diré con qué potestad hago estas cosas: el bautismo de Juan ¿era del Cielo o de los hombres?. Y deliberaban entre sí diciendo: Si decimos que del Cielo, dirá: ¿por qué, pues, no creísteis? Pero ¿vamos a decir que de los hombres? Temían a la gente; pues todos tenían a Juan como a un verdadero profeta. Y contestaron a Jesús: No lo sabemos. Entonces Jesús les dice: Pues tampoco yo os digo con qué potestad hago estas cosas»(Mc).

La autoridad de Jesús

Jesús tiene autoridad de rey; tiene la autoridad de quien tiene poder de hacer milagros; tiene autoridad de hombre perfecto y sabio; tiene la autoridad de Hijo de Dios; tiene la autoridad del Padre que le ha dado todo poder. Ninguna de ellas es aceptada por aquellos hombres de corazón envilecido. Sus mentes bullen ante la cuestión de quedar bien con el pueblo. Y se refugian en la evasiva cuando se les enfrenta con la verdad. Jesús no puede actuar con la claridad de la verdad a los que están cerrados a la luz. Y deja en evidencia a los que no quisieron creer en el Bautista, y no quieren creer en Él.

En el Calvario se enfrentan dos mentalidades

Domingo de ramos 2022

En el Calvario se enfrentan dos mentalidades. Las palabras de Jesús crucificado en el Evangelio se contraponen, en efecto, a las de los que lo crucifican. Estos repiten un estribillo: “Sálvate a ti mismo”. Lo dicen los jefes: «¡Que se salve a sí mismo si este es el Mesías de Dios, el elegido!» (Lc 23,35). Lo reafirman los soldados: «¡Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo!» (v. 37). Y finalmente, también uno de los malhechores, que escuchó, repite la idea: «¿Acaso no eres el Mesías? ¡Sálvate a ti mismo!» (v. 39). Salvarse a sí mismo, cuidarse a sí mismo, pensar en sí mismo; no en los demás, sino solamente en la propia salud, en el propio éxito, en los propios intereses; en el tener, en el poder y en la apariencia. Sálvate a ti mismo: es el estribillo de la humanidad que ha crucificado al Señor. Reflexionemos sobre esto.

Pero a la mentalidad del yo se opone la de Dios; el sálvate a ti mismo discuerda con el Salvador que se ofrece a sí mismo. En el Evangelio de hoy también Jesús, como sus opositores, toma la palabra tres veces en el Calvario (cf. vv. 34.43.46). Pero en ningún caso reivindica algo para sí; es más, ni siquiera se defiende o se justifica a sí mismo. Reza al Padre y ofrece misericordia al buen ladrón. Una expresión suya, en particular, marca la diferencia respecto al sálvate a ti mismo: «Padre, perdónalos» (v. 34).

Detengámonos en estas palabras. ¿Cuándo las dice el Señor? En un momento específico, durante la crucifixión, cuando siente que los clavos le perforan las muñecas y los pies. Intentemos imaginar el dolor lacerante que eso provocaba. Allí, en el dolor físico más agudo de la pasión, Cristo pide perdón por quienes lo están traspasando. En esos momentos, uno sólo quisiera gritar toda su rabia y sufrimiento; en cambio, Jesús dice: Padre, perdónalos. A diferencia de otros mártires, que son mencionados en la Biblia (cf. 2 Mac 7,18-19), no reprocha a sus verdugos ni amenaza con castigos en nombre de Dios, sino que reza por los malvados. Clavado en el patíbulo de la humillación, aumenta la intensidad del don, que se convierte en per-dón.

Hermanos, hermanas, pensemos que Dios hace lo mismo con nosotros. Cuando le causamos dolor con nuestras acciones, Él sufre y tiene un solo deseo: poder perdonarnos. Para darnos cuenta de esto, contemplemos al Crucificado. El perdón brota de sus llagas, de esas heridas dolorosas que le provocan nuestros clavos. Contemplemos a Jesús en la cruz y pensemos que nunca hemos recibido palabras más bondadosas: Padre, perdónalos. Contemplemos a Jesús en la cruz y veamos que nunca hemos recibido una mirada más tierna y compasiva. Contemplemos a Jesús en la cruz y comprendamos que nunca hemos recibido un abrazo más amoroso. Contemplemos al Crucificado y digamos: “Gracias, Jesús, me amas y me perdonas siempre, aun cuando a mí me cuesta amarme y perdonarme”.

Allí, mientras es crucificado, en el momento más duro, Jesús vive su mandamiento más difícil: el amor por los enemigos. Pensemos en alguien que nos haya herido, ofendido, desilusionado; en alguien que nos haya hecho enojar, que no nos haya comprendido o no haya sido un buen ejemplo. ¡Cuánto tiempo perdemos pensando en quienes nos han hecho daño! Y también mirándonos dentro de nosotros mismos y lamiéndonos las heridas que nos han causado los otros, la vida, la historia. Hoy Jesús nos enseña a no quedarnos ahí, sino a reaccionar, a romper el círculo vicioso del mal y de las quejas, a responder a los clavos de la vida con el amor y a los golpes del odio con la caricia del perdón. Pero nosotros, discípulos de Jesús, ¿seguimos al Maestro o a nuestro instinto rencoroso? Si queremos verificar nuestra pertenencia a Cristo, veamos cómo nos comportamos con quienes nos han herido. El Señor nos pide que no respondamos según nuestros impulsos o como lo hacen los demás, sino como Él lo hace con nosotros. Nos pide que rompamos la cadena del “te quiero si tú me quieres; soy tu amigo si eres mi amigo; te ayudo si me ayudas”. No, compasión y misericordia para todos, porque Dios ve en cada uno a un hijo. No nos separa en buenos y malos, en amigos y enemigos. Somos nosotros los que lo hacemos, haciéndolo sufrir. Para Él todos somos hijos amados, que desea abrazar y perdonar.

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. El Evangelio destaca que Jesús «decía» (v. 34) esto. No lo dijo una sola vez en el momento de la crucifixión, sino que pasó las horas que estuvo en la cruz con estas palabras en los labios y en el corazón. Dios no se cansa de perdonar, no es que aguante hasta un cierto punto para luego cambiar de idea, como estamos tentados de hacer nosotros. Jesús —enseña el Evangelio de Lucas— vino al mundo a traernos el perdón de nuestros pecados (cf. Lc 1,77) y al final nos dio una instrucción precisa: predicar a todos, en su nombre, el perdón de los pecados (cf. Lc 24,47). No nos cansemos del perdón de Dios, ni nosotros sacerdotes de administrarlo, ni cada cristiano de recibirlo y testimoniarlo.

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Observemos algo más. Jesús no sólo implora el perdón, sino que dice también el motivo: perdónalos porque no saben lo que hacen. Pero, ¿cómo? Los que lo crucificaron habían premeditado su muerte, organizado su captura, los procesos, y ahora están en el Calvario para asistir a su final. Y, sin embargo, Cristo justifica a esos violentos porque no saben. Así es como Jesús se comporta con nosotros: se hace nuestro abogado. No se pone en contra de nosotros, sino de nuestra parte contra nuestro pecado. Y es interesante el argumento que utiliza: porque no saben. Cuando se usa la violencia ya no se sabe nada de Dios, que es Padre, ni tampoco de los demás, que son hermanos. Se nos olvida porqué estamos en el mundo y llegamos a cometer crueldades absurdas. Lo vemos en la locura de la guerra, donde se vuelve a crucificar a Cristo. Sí, Cristo es clavado en la cruz una vez más en las madres que lloran la muerte injusta de los maridos y de los hijos. Es crucificado en los refugiados que huyen de las bombas con los niños en brazos. Es crucificado en los ancianos que son abandonados a la muerte, en los jóvenes privados de futuro, en los soldados enviados a matar a sus hermanos.

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Muchos escuchan esta frase inaudita; pero sólo uno la acoge. Es un malhechor, crucificado junto a Jesús. Podemos pensar que la misericordia de Cristo suscitó en él una última esperanza que lo llevó a pronunciar estas palabras: «Jesús, acuérdate de mí» (Lc 23,42). Como diciendo: “Todos se olvidaron de mí, pero tú piensas incluso en quienes te crucifican. Contigo, entonces, también hay lugar para mí”. El buen ladrón acoge a Dios mientras su vida está por terminar, y así su vida empieza de nuevo; en el infierno del mundo ve abrirse el paraíso: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43). Este es el prodigio del perdón de Dios, que transforma la última petición de un condenado a muerte en la primera canonización de la historia.

Hermanos, hermanas, en esta semana acojamos la certeza de que Dios puede perdonar todo pecado, toda distancia, y puede cambiar todo lamento en danza (cf. Sal 30,12); la certeza de que con Jesús siempre hay un lugar para cada uno; de que con Jesús nunca es el fin, nunca es demasiado tarde. Con Dios siempre se puede volver a vivir. Ánimo, caminemos hacia la Pascua con su perdón. Porque Cristo intercede continuamente ante el Padre por nosotros (cf. Hb 7,25) y, mirando nuestro mundo violento y herido, no se cansa nunca de repetir: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.