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Juan de la Cruz, Santo

Memoria Litúrgica, 14 de diciembre

Presbítero y Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: Memoria de san Juan de la Cruz, presbítero de la Orden de los Carmelitas y doctor de la Iglesia, el cual, por consejo de santa Teresa, fue el primero de los hermanos que emprendió la reforma de la Orden, empeño que sostuvo con muchos trabajos, obras y ásperas tribulaciones, y, como demuestran sus escritos, buscando una vida escondida en Cristo y quemado por la llama de su amor, subió al monte de Dios por la noche oscura, descansando finalmente en el Señor, en Úbeda, de la provincia de Jaén (1591).

Fecha de beatificación: 25 de enero de 1675 por el Papa Clemente X

Fecha de canonización: 27 de diciembre de 1726 por el Papa Benedicto XIII

Etimológicamente: Juan = Dios es misericordioso, es de origen hebreo

Breve Biografía

Ávila y concretamente Fontiveros fue su patria chica. Luego lo será Castilla y de modo principal Andalucía la tierra de sus amores.

Se llamó Juan Yepes. Nació en 1542 del matrimonio que formaban Gonzalo y Catalina; eran pañeros y vivían pobres. Su padre muere pronto y la viuda se ve obligada a grandes esfuerzos para sacar adelante a sus tres hijos: Francisco, Luis y Juan. Fue inevitable el éxodo cuando se vio que no llegaba la esperada ayuda de los parientes toledanos; Catalina y sus tres hijos marcharon primero a Arévalo y luego a Medina del Campo que es el centro comercial de Castilla. Allí malviven con muchos problemas económicos, arrimando todos el hombro; pero a Juan no le van las manualidades y muestra afición al estudio.

Entra en el Colegio de la Doctrina, siendo acólito de las Agustinas de la Magdalena, donde le conoció don Alonso Álvarez de Toledo quien lo colocó en el hospital de la Concepción y le costea los estudios para sacerdote. Los jesuitas fundan en 1551 su colegio y allí estudió Humanidades. Se distinguió como un discípulo agudo.

Juan eligió la Orden del Carmen; tomó su hábito en 1563 y desde entonces se llamó Juan de Santo Matía; estudia Artes y Teología en la universidad de Salamanca como alumno del colegio que su Orden tiene en la ciudad. El esplendor del claustro es notorio: Mancio, Guevara, Gallo, Luis de León enseñan en ese momento.

En 1567 lo ordenaron sacerdote. Entonces tiene lugar el encuentro fortuito con la madre Teresa en las casas de Blas Medina. Ella ha venido a fundar su segundo «palomarcico», como le gustaba de llamar a sus conventos carmelitas reformados; trae también con ella facultades del General para fundar dos monasterios de frailes reformados y llegó a convencer a Juan para unirlo a la reforma que intentaba salvar el espíritu del Carmelo amenazado por los hombres y por los tiempos. Llegó a exclamar con gozo Teresa ante sus monjas que para empezar la reforma de los frailes ya contaba con «fraile y medio» haciendo con gracia referencia a la corta estatura de Juan; el otro fraile, o fraile entero, era el prior de los carmelitas de Medina, fray Antonio de Heredia.

Inicia su vida de carmelita descalzo en Duruelo y ahora cambia de nombre, adoptando el de Juan de la Cruz. Pasa año y medio de austeridad, alegría, oración y silencio en casa pobre entre las encinas. Luego, la expansión es inevitable; reclaman su presencia en Mancera, Pastrana y el colegio de estudios de Alcalá; ha comenzado la siembra del espíritu carmelitano.

La monja Teresa quiere y busca confesores doctos para sus monjas; ahora dispone de confesores descalzos que entienden -porque lo viven- el mismo espíritu. Por cinco años es Juan el confesor del convento de la Encarnación de Ávila. La confianza que la reformadora tiene en el reformador -aunque posiblemente no llegó a conocer toda la hondura de su alma- se verá de manifiesto en las expresiones que emplea para referirse a él; le llamará «senequita» para referirse a su ciencia, «santico de fray Juan» al hablar de su santidad, previendo que «sus huesecicos harán milagros».

No podía faltar la cruz; llegó del costado que menos cabía esperarla. Fueron los hermanos calzados los que lo tomaron preso, lo llevan preso a Toledo donde vivió nueve meses de durísima prisión. Es la hora de Getsemaní, la noche del alma, un periodo de madurez espiritual del hombre de Dios expresado en sus poemas. Logra escapar en 1578 del encierro de forma dramática, poniendo audacia y ganando confianza en Dios, con una cuerdecilla hecha con pedazos de su hábito y saliendo por el tragaluz.

En los oficios de dirección siempre aparece Juan de la Cruz como un segundón; serán los padres Gracián y Doria quienes se encarguen de la organización, Juan llevará la doctrina y cuidará del espíritu.

Se le ve presente en la serranía de Jaén, confesor de las monjas en Beas de Segura, donde se encuentra la religiosa Ana de Jesús. Después en Baeza; funda el colegio para la formación intelectual de sus frailes junto a la principal universidad andaluza. Y en Granada, en el convento de los Mártires, continuará su trabajo de escritor. En 1586 funda los descalzos de Córdoba, como los de Mancha Real.

Consiliario del padre Doria, en Segovia, por tres años. ¡Cómo no recordar su deseo-exponente de amor rendido- ante la contemplación de un Cristo doliente! «Padecer, Señor, y ser menospreciado por Vos».

En 1591 la presencia de fray Juan de la Cruz empieza a ser non grata ante el padre Doria. La realidad es que está quedando arrinconado y hasta llega a tramarse su expulsión del Carmelo.

Marcha a la serranía de Jaén, en la Peñuela, para no estorbar y se plantea la posibilidad de marchar a las Indias; allí estará más lejos. Es otro tiempo de oración solitaria y sabrosa. La reforma carmelitana vive agitada por el modo de proceder de Doria; a Juan le toca orar, sufrir y callar. Quizá tenga Dios otros planes sobre él y está preparándolo para una etapa mejor.

Aquella inapetencia tan grande provocada por las calenturas persistentes provocó un mimo de Dios haciendo que aparecieran espárragos cuando no era su tiempo para calmar el antojadizo deseo de aquel fraile que iba de camino, sin fuerzas y medio muerto de cansancio, buscando un médico.

Pasó dos meses en Úbeda. No acertó el galeno. Se presentó la erisipela en una pierna; luego vino la septicemia. Y en medio andaban los frailes con frialdad y era notoria la falta de consideración por parte del superior de la casa. Hasta que llegó el 13 de diciembre, cuando era de noche, que marchó al cielo desde el «estercolero del desprecio». Llovía.

Al final de este resumen-recuerdo de un fraile místico que supo y quiso aprovechar el mal para sacar bien, el desprecio de los hombres para hacerse más apreciado de Dios, y el mismo lenguaje para expresar lo inefable de la misteriosa intimidad con Dios con lírica palabra estremecida, pienso que será buen momento para hacer mención de algunas de las obras que le han hecho figura de la cultura hispana del siglo XVI. Subida al Monte Carmelo y Noche oscura del alma que bien pueden considerarse tanto una obra como dos; el Cántico espiritual, Llama de amor viva y algunos poemas y avisos.

Lo canonizaron en 1726. Pío XI lo hizo doctor de la Iglesia en 1926. Su gran conocedor y admirador Juan Pablo II, lo nombró patrono de los poetas

Un fraile de cuerpo entero.

Consulta también San Juan de la Cruz de Jesús Martí Ballester

¿Quieres saber más? Consulta corazones.org

 

 

Llamados a ser hermanos en Cristo

Santo Evangelio según san Mateo 21, 28-32. Martes III de Adviento

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.

¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Padre bueno, vengo a tu presencia para escuchar tu voluntad. ¿Qué quieres de mí? ¿Cuál es tu voluntad para mi vida? Dame, Padre mío, fuerzas para cumplir lo que me pides. Es muy fácil decir «sí, quiero lo que Tú quieres» pero la verdad es que cuando viene la prueba o me pides un poco más de sacrificio me olvido rápidamente de mis buenos deseos y comienzo a quejarme. Hoy vengo ante ti para pedirte perdón por lo poco comprometido que soy y para pedirte tu fuerza pues ¿qué es el hombre sin ti? Padre, en ti confío.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Mateo 21, 28-32

En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué opinan de esto? Un hombre que tenía dos hijos fue a ver al primero y le ordenó: ‘Hijo, ve a trabajar hoy en la viña’. Él le contestó: ‘Ya voy, Señor, pero no fue. El padre se dirigió al segundo y le dijo lo mismo. Este le respondió: ‘No quiero ir’, pero se arrepintió y fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?». Ellos le respondieron: «El segundo».

Entonces Jesús les dijo: «Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan, predicó el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas sí le creyeron. Ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

«No quiero» ¡Cuántas veces nos topamos con la pereza o la desgana en nuestra vida! Sin duda que más de una vez hemos dicho a familiares, amigos, compañeros de trabajo estas dos sencillas palabras. Sí, es muy triste y más de alguno podrá pensar muy mal de nosotros cuando actuamos así. No importa. Si nunca tuviésemos momentos de cansancio o enfado dejaríamos de ser personas de carne y hueso. Y no importa, sobre todo, porque nuestro Padre Dios nos ama independientemente de lo que podamos hacer mal.

Siempre hay errores. Al mismo tiempo está siempre la posibilidad de decir una palabra aún más sencilla y es: «perdón», «lo siento». He aquí la belleza. La posibilidad de, como diría Dickens en boca del señor Carton, «volver a la lucha, de comenzar de nuevo, de dejar el vicio y la sensualidad y llevar a un final victorioso el abandonado combate» (Historia de dos ciudades).

Todos podemos caer, y todos dejaremos el fusil en algún momento. Pero nadie está hecho para quedarse tirado en el suelo, nadie está hecho para vivir en el pecado. Todos somos débiles y cada uno sabe bien el pie del cual cojea. De igual modo cada quien tiene sus fortalezas y las conoce muy bien. Si somos débiles es para que alguien nos ayude cuando nos faltan las fuerzas, y si somos fuertes es para ofrecer el brazo a otro.

Pienso un sinfín de veces en la imagen del rompecabezas. Se puede querer un mundo en el que todos piensen igual que uno, que todos vayan en nuestra misma dirección. El rompecabezas, en cambio, tiene muchas fichas y cada una es única. ¿Qué es lo que pasa cuando se pierde una y es la qué falta para terminar? Todos comienzan a inquietarse y a buscar por todas partes. Así es la vida, el Padre ama a todos por lo que son, con sus más y con sus menos. Ha pensado desde toda la eternidad en cada uno. Estamos llamados a ser hermanos, hijos del mismo Padre.

«Jesús se dirige a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo y eso quiere decir a los que tenían la autoridad, la autoridad jurídica, la autoridad moral, la autoridad religiosa. Pero no tenían memoria porque habían olvidado incluso los diez mandamientos de Moisés por esa construcción de la ley intelectualista, sofisticada, casuística, esta ley que se volvió como un becerro de oro —otro becerro de oro— en lugar de la ley de Moisés. En el caso del primero de los dos hijos enviados por el padre a trabajar a la viña: inicialmente dice que no, pero después se arrepintió y fue. Mientras que estos jefes no sabían qué era arrepentirse, porque se sentían perfectos. También hoy Jesús nos dice a todos nosotros y a los que son seducidos por el clericalismo: “los pecadores y las prostitutas os precederán en el reino de los cielos”». (Cf Homilía de S.S. Francisco, 13 de diciembre de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy voy a ir a misa con la ilusión de acercarme al Padre, preferentemente con mi familia, para agradecer todos los bienes recibidos.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

 

 

Arrepentimiento

Un pecador alza los ojos hacia la cruz de la esperanza.

Solo, en un desierto, en silencio. Apenas se oye una brisa lejana, quizá un zumbido, quizá la nada. Dentro, en el corazón herido, nace un profundo deseo de dolor, de cambio, de esperanza.

Quedan atrás errores, faltas, pecados. Queda dentro un crujir de nervios, una pena profunda, un deseo de borrar lo que ya es historia y se ríe de uno mismo. El amigo traicionado, el esposo engañado, la esposa abandonada, el hijo olvidado, el padre o la madre, el abuelo o la abuela despreciados: cada pecado deja huellas profundas que querríamos no haber pisado. Quien ha sido ofendido siente, en su corazón de amigo, padre o hermano, nuestro desprecio, nuestra traición, nuestro olvido indiferente.

Quisiéramos no haber pasado la puerta del pecado. Quisiéramos no haber clavado el puñal de la calumnia. Quisiéramos no haber cedido a un momento de lujuria o de venganza.

Pero ya es tarde. El Tentador, el padre de la noche, nos susurra, como eco vil de un embaucador de ingenuos, que ya no hay nada que hacer, que todo está perdido, que él es más fuerte que el Dios bueno.

Hay arrepentimientos tristes como tardes de tornados o de incendios. Pero hay otros que son como un faro en la playa, como un presagio de que algo dentro está cambiando.

Con el corazón deshecho, con el peso del pecado, con la pena del tesoro ya perdido, el náufrago encuentra, en el mar de sus tormentos, una tabla, un brazo alto y recio, un corazón amigo, una voz que lo invita a nuevos cielos.

Si el pecado ha dejado su tatuaje de muerte y de amargura, la misericordia extiende, en silencio, el bálsamo de la paz y del consuelo. Sólo Dios puede aliviar un corazón que no ha amado. Sólo Dios puede elevar a quien se ahoga en las ciénagas del abismo.

Y vino Dios, y habló, y expulsó demonios. Y llamó amigo a quien tres veces le negara. Y gritó en la cruz a los verdugos inclementes: “Padre, perdónalos”. Y llamó por su nombre a la Magdalena rescatada y al Tomás de los incrédulos.

Así se rompe la noche del pecado. Así comienza la luz de un nuevo cielo. Así la flor se alza entre el estiércol, y el desierto se convierte en un vergel de incienso.

Entonces el pecador, caído y solo, alza los ojos hacia la cruz de la esperanza. Desde ella, sólo desde ella, el dolor arrepentido es tabla cierta de nuevos mares, donde ya no pueda vencer nunca el pecado, porque vivimos amarrados a la fuente de la Vida, la cruz de Cristo. Así cruzamos, con la Iglesia de la Pascua, la puerta del perdón y del consuelo, la puerta del amor y de la vida.

 

S.S. Francisco cumple 52 años de sacerdocio

El 13 de diciembre de 1969 Jorge Mario Bergoglio fue ordenado sacerdote.

Misericordia, sueño, sonrisa, gratitud: los 52 años de ordenación sacerdotal que el Papa Francisco celebra este 13 de diciembre tienen estos fundamentos que el propio Pontífice ha indicado en repetidas ocasiones a los sacerdotes como herramientas para vivir plenamente su ministerio. Su vocación nació a una edad temprana, cuando aún no tenía 17 años, durante la confesión con un sacerdote al que el futuro Pontífice ni siquiera conoce. Fue el 21 de septiembre de 1953, memoria litúrgica de San Mateo, el recaudador de impuestos convertido por Jesús, y en ese acto de penitencia el joven Jorge experimentó la misericordia de Dios. «Después de la confesión -dijo el propio Francisco el 18 de mayo de 2013 en la Vigilia de Pentecostés en la Plaza de San Pedro con los movimientos, nuevas comunidades, asociaciones y grupos de laicos- sentí que algo había cambiado. Yo no era el mismo. Había oído una voz, una llamada: estaba convencido de que tenía que ser sacerdote». No es casualidad que su lema episcopal, y más tarde papal, fuera «Miserando atque eligendo» («Lo miró con misericordia y lo eligió»), un pasaje de una homilía de San Beda el Venerable que comenta el episodio evangélico de la vocación de San Mateo. Así, el 13 de diciembre de 1969, Jorge Mario Bergoglio fue ordenado sacerdote por el arzobispo Ramón José Castellano.

El apostolado «de la oreja» y el cuidado de las heridas

La llamada a la misericordia, que fue también el tema de un Jubileo especial que tuvo lugar entre 2015 y 2016, resuena a menudo en los discursos de Francisco y en sus exhortaciones a los sacerdotes: «El sacerdote es un hombre de misericordia y de compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos», dijo a los párrocos de Roma el 6 de marzo de 2014. «Quien se encuentra herido en su propia vida, de cualquier manera, puede encontrar en él atención y escucha (…) Hay muchas personas heridas por problemas materiales, por escándalos, incluso en la Iglesia. Los sacerdotes debemos estar allí, cerca de estas personas. Misericordia significa curar las heridas. Y es, sobre todo, en el confesionario donde los sacerdotes pueden dispensar la misericordia de Dios. Por eso, el Papa exhorta a los confesores a ejercer «el apostolado de la oreja», a no estar «con el látigo en la mano», sino a «recibir, escuchar y decir que Dios es bueno y que Dios perdona siempre, que Dios no se cansa de perdonar» (Ángelus, 14 de febrero de 2021).

Oración, Palabra, Pan: las 3 P de los sacerdotes

Arraigado en la oración y la caridad, nunca alejado de los fieles, nunca un mero funcionario, sino una persona despojada de sí misma y desprovista de «ideas preconstituidas», el sacerdote es «un hombre de Dios las 24 horas del día, no un hombre de lo sagrado cuando lleva vestiduras». El 15 de septiembre de 2018, en Palermo, durante un encuentro con clérigos, religiosos y seminaristas, el Papa destacó que para el presbítero «la liturgia debe ser vida, no quedarse en el ritual». Por eso es fundamental rezar a Aquel de quien hablamos, alimentarnos de la Palabra que predicamos, adorar el Pan que consagramos, y hacerlo cada día. Oración, Palabra, Pan; el Padre Pino Puglisi, conocido como «3P», nos ayuda a recordar estas tres «P» esenciales para cada sacerdote cada día, esenciales para todos los consagrados cada día: oración, Palabra, Pan».

Mirar más allá para reconocer a Dios

En palabras de Francisco, todo sacerdote debe ser también un soñador, como San José: «No un ‘soñador’ en el sentido de alguien con la cabeza en las nubes, alejado de la realidad -explicó a la Comunidad del Pontificio Colegio Belga, recibida en audiencia el 18 de marzo de 2021-, sino un hombre que sabe mirar más allá de lo que ve: con una mirada profética, capaz de reconocer el plan de Dios donde otros no ven nada, y tener así una meta hacia la cual abrirse. En la práctica, los sacerdotes deben «saber soñar con la comunidad que aman, sin limitarse a querer conservar lo que existe – ¡conservar y salvaguardar no son sinónimos! -en cambio, deben estar dispuestos a partir de la historia concreta de las personas para promover la conversión y la renovación en sentido misionero, y hacer crecer una comunidad en marcha, formada por discípulos guiados por el Espíritu e impulsados por el amor de Dios». Los sacerdotes no deben ser «superhombres con sueños de grandeza», sino «pastores con olor a oveja», capaces de soñar con «una Iglesia completamente al servicio» y con «un mundo más fraterno y solidario», abandonando la «autoafirmación» para poner a «Dios y a las personas» en el centro de la vida.

Transmitiendo esperanza a los corazones inquietos

«El sacerdote es un hombre que, a la luz del Evangelio, difunde el sabor de Dios a su alrededor y transmite esperanza a los corazones inquietos», añade Francisco. Una esperanza que va acompañada de una sonrisa, la que proviene de la alegría del Evangelio: sólo junto al Señor, de hecho, los sacerdotes pueden ser «apóstoles de la alegría cultivando la gratitud de estar al servicio de los hermanos y de la Iglesia». La alegría indicada por el Pontífice se contagia también gracias al sentido del humor: «Un sacerdote que no tiene sentido del humor no gusta, algo falla», dijo el 7 de junio de 2021, al reunirse con la comunidad del Internado de San Luis de los Franceses en Roma, «esos grandes sacerdotes que se ríen de los demás, de sí mismos y también de su propia sombra”. El sentido del humor-afirma – es una de las características de la santidad”, este “te eleva, te hace ver la temporalidad de la vida y tomar las cosas con el espíritu de un alma redimida. Es una actitud humana, pero es la más cercana a la gracia de Dios» (Entrevista con Tv2000 y RadioInBlu, noviembre 2016).

La poderosa arma de la gratitud

Por último, Francisco invita a menudo a los sacerdotes al ejercicio de la gratitud y el agradecimiento: «La gratitud es siempre «un arma poderosa», escribe en su Carta a los sacerdotes con motivo del 160º aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars. «Sólo si somos capaces de contemplar y agradecer concretamente todos los gestos de amor, de generosidad, de solidaridad y de confianza, así como el perdón, la paciencia, la indulgencia y la compasión con que hemos sido tratados, permitiremos que el Espíritu nos dé ese aire fresco capaz de renovar, y no de remendar, nuestra vida y nuestra misión», manteniendo encendida «la llama de la esperanza».

 

 

Adán, Eva y el Mono

La teoría de la evolución bien entendida no es ninguna prueba contra la acción creadora de Dios

No hace tanto tiempo que la ciencia descubrió triunfalmente que el hombre desciende del mono. ¡Qué alivio! Gracias a Dios (si existe), el hombre no era pues ningún ser especial, ni el rey de la Creación, sino un mono encumbrado. Adán y Eva eran personajes de un cuento de hadas judío, y jamás había existido la Creación. El slogan del siglo era: evolución. Llenos de júbilo alabamos agradecidos a la ciencia que nos había liberado de la idea insoportable de nuestra semejanza con Dios, garantizándonos genealógicamente la semejanza con el mono. La ciencia había reconocido nuestro verdadero valor y nuestra verdadera dignidad. Sólo los beatos retrógrados y supersticiosos continuaban creyendo en las viejas ideas degradantes de la humanidad. Para el espíritu ilustrado se había desenmascarado a la Biblia, había sido destruida, no era más que un cuento infantil. Y hay que reconocer que desde entonces también nos hemos comportado como cinocéfalos en el terreno moral, político y en cualquier otro terreno.

El hecho de que la teoría de la evolución jamás fuese demostrada en este sentido, por lo menos en cuanto a la aparición del hombre, no enturbiaba nuestra satisfacción. No se había hallado el «eslabón perdido» y -como comprobó Chesterson- lo único que sabíamos sobre el eslabón perdido es que seguía perdido. Pero ¿qué importaba esto? Más pronto o más tarde se encontraría esa cosa intermedia entre el mono y el hombre.

Y entonces sucedió lo más increíble: el 1.° de agosto de 1958 unos mineros encontraron a unos 200 metros de profundidad, bajo las colinas de Maremma, en el centro de Italia, un esqueleto que ha sido identificado por el profesor Hörzeler, del museo de Ciencias Naturales y Etnológicas de Basilea, como el del ser más antiguo parecido al hombre. Tiene de diez a once millones de años.

Hasta ahora la ciencia nos había anunciado que el mono no había evolucionado a hombre hasta hace aproximadamente un millón de años. Ahora resulta que somos tan viejos como los monos y posiblemente incluso más viejos. Quizás oigamos dentro de poco que los monos son hombres degradados. No resultaría extraño, si se tiene en cuenta que acaban de incluir en una exposición de arte varias «obras pictóricas » de un chimpancé.

Tenemos que admitir por lo tanto que el mono, en el mejor de los casos, es tan solo nuestro pariente lejano, pero de ningún modo nuestro antepasado. Adán no fue un gorila. Eva no fue una chimpancé. Y cuando nos portamos como monos no podemos alegar con orgullo que así honramos la memoria de nuestros antepasados. No era la Biblia la equivocada, sino la ciencia.

Ya en los primeros siglos del cristianismo, los doctores de la Iglesia sabían qué partes importantes de la Biblia tienen un sentido simbólico; el primero que habla de esto es el apóstol San Pablo. Y por lo que respecta a la cronología de la Biblia, sabemos hace tiempo que no siempre debe tomarse «al pie de la letra». ¿Un ejemplo de ello?: se señala a Jesús con frecuencia como hijo de David. Sin embargo David vivió más de setecientos años antes de Cristo y fue su …antepasado. «Hijo» significa en la Biblia «descendiente de».

Por lo demás, la teoría de la evolución bien entendida -y hay que aceptarla dentro de ciertos límites- no es ninguna prueba contra la acción creadora de Dios. Evolución no es otra cosa que creación «a largo plazo». Y este plazo sólo es largo para nosotros los pigmeos de lo temporal, pero no para Dios, que vive fuera de todo lo temporal.

 

 

El plan de Dios sobre el matrimonio y la familia

El matrimonio es un proyecto de Dios:

1. El matrimonio y la familia en el plan de Dios

El matrimonio, un proyecto de Dios

25. “Al principio… los creó hombre y mujer” (Mt 19,4). De este modo Jesucristo presenta a sus interlocutores la existencia de un plan que sólo puede ser plenamente conocido y desarrollado por los creyentes y que concierne al matrimonio y a la familia. Jesucristo, al hacer referencia a la creación, manifiesta la unidad del designio de Dios sobre el hombre y se introduce en el modo humano de comprenderse a sí mismo y de construir la propia vida . Con esta respuesta evangélica, la Iglesia sale al paso de las interpretaciones torcidas que de esta realidad han realizado algunas corrientes de pensamiento basadas solamente en los datos sociológicos y psicológicos.

De este modo se establece una relación intrínseca e inseparable entre la Revelación divina y la experiencia humana, que van a ser los dos ejes imprescindibles para el conocimiento completo de la realidad del hombre y el sentido de la misma. El culmen de esta conjunción se realiza en Cristo. En el encuentro con Él entramos en la comunión con Dios Padre que, por su Espíritu Santo, nos capacita para descubrir y realizar “el beneplácito de su voluntad” (Ef 1,5).

El matrimonio, unión de hombre y mujer, fundamento de la familia

26. “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre se unirá a su mujer y serán una sola carne” (Gén 2,24). Con estas palabras se nos manifiesta una gran verdad: el matrimonio es el fundamento de la familia. La realidad del mutuo don de sí de los esposos es el único fundamento verdaderamente humano de una familia. Se ve así la diferencia específica con cualquier otro pretendido “modelo de familia” que excluya de raíz el matrimonio. De igual modo, el matrimonio que no se orienta a la familia, conduce a la negación propia del don de sí y a la negación de su propia misión recibida de Dios, para sustituirla con un equivocado plan humano.

El matrimonio, en la historia de la salvación

27. El anuncio del “evangelio de la familia” no se puede desvincular del anuncio del “evangelio del matrimonio”, que es su origen y su fuente . Para penetrar en la verdad y bien últimos del matrimonio es necesario partir siempre de la consideración del mismo en la historia de la salvación. El conocimiento de esta profunda verdad del matrimonio se ofrece al hombre por medio de su propia historia, vivida como una “vocación al amor”.

2. La vocación al amor

Inscrita en el cuerpo y en todo el ser del hombre y la mujer

28. La “antropología adecuada” de la que partimos tiene como afirmación primera el que la persona sólo se puede conocer, de modo adecuado a su dignidad, cuando es amada. “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” .

El plan de Dios que revela al hombre la plenitud de su vocación se ha de comprender entonces como una verdadera “vocación al amor”. Es una vocación originaria, anterior a cualquier elección humana, que está inscrita en su propio ser, incluso en su propio cuerpo. Así nos lo ha revelado Dios cuando dice: “a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó” (Gén 1,27). En la diferencia sexual está inscrita una específica llamada al amor que pertenece a la imagen de Dios . Se trata, por consiguiente, de una llamada a la libertad del hombre por la que éste descubre, como fin de su vida, la construcción de una auténtica comunión de personas. De este modo y con estos pasos, la vocación originaria al amor va a permitir la construcción de la vida del hombre en toda su plenitud. El mensaje y la palabra de Dios se insertan en lo más íntimo del corazón del hombre y lo iluminan desde dentro. Es ésta una característica esencial que debe guiar siempre el anuncio del plan de Dios en la Pastoral de la Iglesia.

• Llamados al amor

Vocación fundamental e innata de todo ser humano

29. Como imagen de Dios, que es Amor (cfr. 1 Jn 4,8), la vocación al amor es constitutiva del ser humano. “Dios (…) llamándolo a la existencia por amor, le ha llamado también al mismo tiempo al amor (…). El amor es, por tanto, la vocación fundamental e innata de todo ser humano” . La persona llega a la perfección, a que ha sido destinada “desde toda la eternidad”, en la medida en que ama. Cuando descubre que ha sido llamado por Dios al amor y hace de su vida una respuesta a ese fin.

Incluye la tarea de la integración corpóreo-espiritual

30. Ese hombre, creado a imagen de Dios, es todo hombre (todos y cada uno de los seres humanos) y todo el hombre (el ser humano en su totalidad unificada). El hombre es llamado al amor en su unidad integral de un ser corpóreo-espiritual . Nunca puede separarse la vocación al amor de la realidad corporal del hombre. Los espiritualismos, a lo largo de la historia, han sido destructivos y anticristianos. Igualmente se supera todo materialismo: la sexualidad es un “modo de ser” personal, nunca puede reducirse a la mera genitalidad o al instinto; afecta al núcleo de la persona en cuanto tal; está orientada a expresar y realizar la vocación del hombre y de la mujer al amor . Se trata de una realidad que debe ser asumida e integrada progresivamente en la personalidad por medio de la libertad del hombre. Se da así una íntima relación de carácter moral entre la sexualidad, la afectividad y la construcción en el amor de una comunión de personas abierta a la vida. Ese es el sentido profundo de la sexualidad humana, incluido en la imagen divina.

La diferencia sexual, ordenada a la comunión de personas

31. La diferenciación del ser humano en hombre y mujer, es decir, la diferenciación sexual, está orientada a la construcción de una comunión de personas (cfr. Gén 1,27). Ni el hombre ni la mujer pueden llegar al pleno desarrollo de su personalidad al margen o fuera de su condición masculina o femenina. Por otro lado, esencial a esa condición es la orientación a la ayuda y complementariedad: el ser humano no ha sido creado para vivir en soledad (cfr. Gén 2,18), sólo se realiza plenamente existiendo con alguien o, más exactamente, para alguien . La sexualidad tiene un significado axiológico, está ordenada al amor y la comunión interpersonal.

Sólo la redención capacita para vivir el plan de Dios

32. Por el pecado, la imagen de Dios que se manifiesta en el amor humano se ha oscurecido; al hombre caído le cuesta comprender y secundar el designio de Dios. La comunión entre las personas se experimenta como algo frágil, sometido a las tentaciones de la concupiscencia y del dominio (cfr. Gén 3,16). Acecha constantemente la tentación del egoísmo en cualquiera de sus formas, hasta el punto de que “sin la ayuda de Dios el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó ‘al comienzo’” .
La Redención de Cristo devuelve al corazón del hombre la verdad original del plan de Dios y lo hace capaz de realizarla en medio de las oscuridades y obstáculos de la vida. Ese hombre llamado a la comunión con Dios, pecador y redimido, es el hombre al que la Iglesia se dirige en su misión y al cual debe devolver la esperanza de poder cumplir la plenitud de lo que anhela su corazón. “¿Y de qué hombre se habla? ¿Del hombre dominado por la concupiscencia, o del redimido por Cristo? Porque se trata de esto: de la realidad de la redención de Cristo. ¡Cristo nos ha redimido! Esto significa que Él nos ha dado la posibilidad de realizar toda la verdad de nuestro ser; ha liberado nuestra libertad del dominio de la concupiscencia” .

Necesidad de la Comunidad eclesial para vivir la vocación al amor

33. En el marco de ese plan de salvación, en el que la iniciativa es siempre divina, la integración de la sexualidad, la afectividad y el amor en una historia unitaria y vocacional es una lenta tarea en la que el fiel, movido por la gracia, debe contar con la ayuda de la comunidad eclesial. La Pastoral familiar debe saber introducirse en los “procesos de vida” en los que cada hombre y cada mujer van configurando su propia vocación al amor, para iluminarlos desde la fe y confortarlos con la caridad fraterna.

• Amor esponsal

Libertad del don de sí

34. Esta vocación al amor que implica a toda la persona en la construcción de su historia, tiene como fin el don sincero de sí por el que el hombre encuentra su propia identidad . Se trata de la libre entrega a otra persona para formar con ella una auténtica comunión de personas. Entregar la propia vida a otra persona es expresión máxima de libertad.

Rasgos esenciales del amor esponsal

35. Realizar esta entrega de modo humano exige una madurez de la libertad que permite al hombre no sólo dar cosas, sino darse a sí mismo en totalidad. El fundamento de esta entrega es un amor peculiar que se denomina esponsal .

El amor esponsal es a la vez corpóreo y espiritual. En cuanto amor personal, exige la fidelidad al compromiso y la verdad en su realización; como fundamento de una comunión, requiere la reciprocidad que será el camino específico de su crecimiento y corroboración. Por la totalidad de la entrega que exige va a incluir la corporalidad, que comprende en sí la afectividad y hace de este amor de entrega un amor exclusivo. En esa entrega está inscrita, por la fuerza de la naturaleza del amor, una promesa de fecundidad que revela la generosidad desbordante del amor creador divino del cual el hombre participa por su propia entrega.

Aprender a amar en plenitud

36. Estas características del amor esponsal revelan su valor único en la vida del hombre y tienen un significado del todo central para la vocación al amor. Por eso, el amor esponsal va a ser el fin de todo el proceso de crecimiento y maduración que el hombre ha de realizar como preparación a la totalidad de la entrega.

La fuente: el amor esponsal de Cristo y la Iglesia

37. El cristiano encuentra la última verdad de este amor en Jesucristo crucificado que entrega su cuerpo por amor de su Iglesia. Es la revelación del amor del Esposo -Cristo- que “amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para santificarla” (Ef 5,25). Todo amor humano va a ser referido a este “gran misterio” de la entrega de Cristo por la Iglesia, en el que se realiza y transmite la salvación a los hombres. Esta realidad de amor implica de tal modo a la Iglesia que ésta sólo puede realizar su propia misión si la entiende como la respuesta fiel al amor de su Esposo. La pastoral de la Iglesia nace así de un amor esponsal que debe ser, en consecuencia, un amor materno y fecundo. Así, la Pastoral familiar ayudará a mostrar el rostro esponsal y materno de la Iglesia.

Sólo se comprende en su totalidad cuando se vive

38. La entrega de sí es una realidad existencial, y sólo se comprende en su totalidad cuando se vive. No basta, pues, un simple conocimiento abstracto de sus notas; ha de hacerse vida. Una auténtica pastoral matrimonial no puede contentarse con una información de las características del amor conyugal, debe saber acompañar a los novios en un proceso formación hasta la madurez que los haga capaces del “don sincero de sí”.

El matrimonio, modo específico de realizar la entrega de sí que exige la vocación esponsal

39. Un modo particular y específico de realizar la entrega de sí que exige el amor esponsal, es el matrimonio. Con la promesa de un amor fiel hasta la muerte y la entrega conyugal de sus propios cuerpos, los esposos vienen a constituir esa “unidad de dos” por la que se hacen “una sola carne” (cfr. Gén 2,24; Mt 19,5). Por eso se puede decir en verdad que “el matrimonio es la dimensión primera y, en cierto sentido fundamental, de esta llamada” del hombre y la mujer a vivir en comunión de amor . A esta comunión y como expresión de la verdad más profunda de ser “una carne”, está unida desde “el principio” la bendición divina de la fecundidad (cfr. Gén 1,28).

Se perciben así las características propias de la vocación al amor que el hombre va descubriendo en su propia vida, mediante el amor humano, en referencia a la sexualidad como medio específico de comunicación entre un hombre y una mujer. Dios se sirve así de las realidades más humanas para mostrar y realizar su plan de salvación.

Comunión exclusiva e indisoluble

40. Por otro lado, la “unidad de dos”, por la que el hombre y la mujer vienen a ser “una sola carne” en el matrimonio, es de tal naturaleza y tiene tales propiedades que sólo puede darse entre un solo hombre y una sola mujer. El amor conyugal ha de ser signo y realización de toda la verdad contenida en la vocación al amor que ha guiado todo el proceso de descubrimiento del plan de Dios. La fidelidad personal que se sigue a una entrega conyugal, exige que sea para siempre. La interpretación que hace el Señor sobre el matrimonio “en el principio”, habla inequívocamente de la exclusividad y perpetuidad de la unión conyugal: “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” (cfr. Mt 19,3-12).

El modo verdaderamente humano de vivir el compromiso conyugal, condición necesaria para que sea sacramento

41. Cuando el Señor “sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio (…), el amor conyugal auténtico es asumido por el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia, para conducir eficazmente a los cónyuges a Dios y fortalecerlos en la sublime misión de la paternidad y de la maternidad” . El amor humano, inserto en la Historia de Amor que es el plan de salvación de Dios, es testimonio de un amor más grande que el hombre mismo, es imagen real del amor de Cristo por la Iglesia. El “modo verdaderamente humano” de vivir el compromiso y la relación conyugal es condición necesaria para que sea sacramento, es decir, realidad sagrada, signo eficaz del amor de Cristo por la Iglesia.

Vocación a la santidad conyugal, por la participación en el mismo amor de Dios

42. Entonces la donación de Cristo a su Iglesia “hasta el extremo” (cfr. Jn 13,1) debe configurar siempre las expresiones del amor conyugal. El amor de los esposos es un don, una participación del mismo amor creador y redentor de Dios. Ésa es la razón de que los esposos sean capaces de superar las dificultades que se les puedan presentar, llegando hasta el heroísmo, si fuera necesario. Ése es también el motivo de que puedan y deban crecer más en su amor: siempre les es posible avanzar más, también en este aspecto, en la identificación con el Señor. Y la expresión plena de ese amor de Cristo se encuentra en las palabras de San Pablo: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Ef 5,25). El camino de santidad que se abre al hombre por medio del amor esponsal, se vive dentro de la comunión de la Iglesia.

• El matrimonio y la virginidad o celibato, vocaciones recíprocas y complementarias

Dos vocaciones al amor esponsal

43. El misterio de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia es, en su unidad indivisible, el misterio originario de amor esponsal, un amor que es a la vez fecundo y virginal. La Iglesia expresa la riqueza del amor esponsal cristiano en una doble vocación al amor: matrimonio y virginidad o celibato por el Reino de los cielos. Ambas son signo y participación de ese misterio de amor y modos específicos de realizar integralmente la vocación de la persona humana al amor .

Por ello, “la estima de la virginidad por el Reino y el sentido cristiano del matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente” . El matrimonio necesita de la luz de la virginidad y, a la inversa, ésta de aquél para comprenderse y vivirse adecuadamente. La virginidad o celibato por el reino de los cielos, recuerda que la vida en este mundo no es la definitiva y hace presente a los esposos la necesidad de vivir su matrimonio con un sentido escatológico. A su vez, el matrimonio hace presente que la donación universal, propia de la virginidad, ha de expresarse en manifestaciones concretas, ya que sólo de esa manera puede hacerse real el amor a las personas.

Belleza y santidad de ambas

44. La excelencia de la virginidad o celibato “por el reino de los cielos” (cfr. 1 Co 7,38; Mt 19,10-12) sobre el matrimonio se debe al vínculo singular que tiene con el Reino de Dios . Expresa mejor el estado definitivo del hombre y de la mujer que tendrá lugar en la resurrección de los muertos cuando, según dice Jesús, “no se casarán los hombres ni las mujeres, sino que serán en el cielo como ángeles” (Mc 12,25; cfr. Lc 20,36; 1 Co 7,31) . Ello, sin embargo, en modo alguno ha de interpretarse como una infravaloración del matrimonio (cfr.1 Co 7,26.29-31). La perfección de la vida cristiana se mide por la caridad o fidelidad a la propia vocación. Todos los cristianos, de cualquier clase y condición, estamos llamados a alcanzar la plenitud de la vida cristiana y llegar a la santidad.

La existencia de una y otra vocación manifiesta la necesidad de vivirlas dentro de la Iglesia; sólo la comunión de ambas vocaciones en la diversidad, manifiesta al mundo la totalidad del amor esponsal de Cristo. El anuncio y el acompañamiento del matrimonio, como una vocación cristiana de santidad, es el eje básico de la pastoral del matrimonio.

3. El matrimonio, vocación cristiana

El matrimonio, realidad social y eclesial

45. La llamada al amor que el hombre descubre y que le pide una totalidad en su entrega, supone la asunción de un estado de vida ante la sociedad y la Iglesia. No se ha de entender nunca como una realidad meramente privada que sólo concierna a los esposos; su vida común es el fundamento de una nueva realidad social. En cuanto tal debe ser reconocida dentro de la convivencia social y protegida por las leyes para que se fortalezca y contribuya a la construcción de la misma sociedad y de la Iglesia.

• La institución del matrimonio

Fundada por el Creador, con unas finalidades propias que deben ser reconocidas socialmente

46. “La alianza matrimonial, por la que el hombre y la mujer se unen entre sí para toda la vida” , ha sido fundada por el Creador y provista desde “el principio” de sus finalidades propias que deben ser reconocidas socialmente . El vínculo sagrado que, ciertamente, se establece sobre el consentimiento personal e irrevocable de los cónyuges, no depende del arbitrio humano . El matrimonio es una institución que hunde sus raíces en la humanidad del hombre y de la mujer, en ese misterio de trascendencia de ser creados a imagen del mismo Dios (cfr. Gén, 1,27). Es una realidad buena y hermosa, salida de las manos de Dios (cfr. Gén 1,1-25; 1 Co 7,38).

Razones de la unidad e indisolubilidad

47. Así, del acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutua y libremente, nace, ante la sociedad , un vínculo tan singular y especial que hace que los casados vengan a constituir una “unidad de dos” (Gén, 2, 24) . Hasta el punto que el Señor, refiriéndose a esa unidad, concluye con lógica coherencia, “de manera que ya no son dos, sino una sola carne” (Mt 19,8). “Tanto la misma unión singular del hombre y la mujer como el bien de los hijos exigen y piden la plena fidelidad de los cónyuges y también la unidad indisoluble del vínculo” . Se trata de una unidad tan profunda que abarca la totalidad de sus personas en cuanto sexualmente distintas y complementarias. Es una unidad que, por su propia naturaleza, exige la indisolubilidad. Responde a las exigencias más hondas de la igual dignidad personal de los esposos, a la naturaleza del amor que debe unirlos, al bien de los hijos y de la sociedad .

Defensa y promoción de la estabilidad matrimonial

48. Nacido de la vocación al amor, el matrimonio es la institución del amor conyugal. La alianza de amor conyugal tiene unas notas esenciales, como la definitividad e incondicionalidad, que transcienden la voluntad de los cónyuges y les han de ayudar superar las crisis y dificultades por las que pase su amor conyugal; no se comprende adecuadamente la verdad del matrimonio como institución si se lo identifica, sin más, con la experiencia psicológica del amor mutuo; remite siempre a un amor anterior a los esposos, del que es manifestación y del que recibe su fuerza. La desaparición del mutuo afecto conyugal no conlleva una disolución del matrimonio. Cuando se dice que el amor conyugal pertenece a la esencia del matrimonio debe entenderse como una exigencia moral de esa original “unidad de dos” que han llegado a ser por el consentimiento matrimonial. Porque se han unido en matrimonio ha surgido entre ellos “una íntima comunidad conyugal de vida y amor” , una comunidad que debe ser de amor, y renovarse y crecer cada vez más con cuidadoso esmero.
De este modo se transparenta, en la vida social, el modo concreto de vivir la vocación al amor y sus características fundamentales. La defensa y la promoción de esta vida fiel de los esposos y de la estabilidad matrimonial son de capital importancia para toda la vida social, y merece un reconocimiento y protección.
Esta realidad de la unión entre un hombre y una mujer, conforme al proyecto del Creador, “es confirmada, purificada y perfeccionada por la comunión en Jesucristo dada mediante el sacramento del Matrimonio” .

• La presencia de Cristo: el matrimonio, camino de santidad

Sacramento de la Alianza irrevocable e indisoluble

49. “Cristo el Señor, al hacer nueva la creación y renovarlo todo (cfr. 2 Co 5,7), quiso restituir el Matrimonio a la forma y santidad originales (…), y, además, elevó este indisoluble pacto conyugal a la dignidad de Sacramento, para que significara más claramente y remitiera con más facilidad al modelo de su alianza nupcial con la Iglesia” . La venida de Cristo nos ha revelado la realización plena del plan de Dios y el significado del amor humano. El cristiano, inserto en la vida de Cristo, alcanza un nuevo horizonte de vida. La alianza matrimonial de los esposos queda integrada de tal manera en la alianza entre Dios y los hombres que “su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia” . Los esposos son así expresión de la eterna Alianza de Cristo con la nueva humanidad redimida. Esta alianza indestructible de la que vive la Iglesia es don del Espíritu y los esposos la viven por la indisolubilidad de su vínculo, que manifiesta cómo el don de Dios es completamente irrevocable.

La participación en la Alianza se inicia en el bautismo; el matrimonio, una especificación de la misma

50. Por el Bautismo los esposos cristianos participan ya en la vida de hijos de Dios; se da en ellos, por voluntad del Padre, una identificación con la vida del “Hijo amado” (Mt 3,17) que los inserta, ya en su inicio, con la alianza de amor definitiva entre Cristo y la Iglesia. Esa participación, sin embargo, tiene una especificidad propia por el sacramento del Matrimonio en cuanto tiene lugar a través del vínculo conyugal. “Así su comunidad conyugal es asumida en la caridad de Cristo y enriquecida con la fuerza de su sacrificio” .

El matrimonio, vocación específica a la santidad

51. Como bautizados, los esposos cristianos están llamados a la plenitud de la vida cristiana que alcanzan en su identificación con Cristo. La vocación matrimonial es incomprensible sin su radicación en la vocación bautismal que es, por sí misma, una vocación a la santidad. Desde esta perspectiva no hay diversidad, sino radical igualdad de vocación en todos los que han sido llamados a ser hijos de Dios en Cristo por la iniciativa de Dios Padre. Por consiguiente, la esencia de la misión pastoral de la Iglesia, el fin de todas sus acciones, es conducir a los fieles a la perfección en la caridad que es la santidad.

Existen, sin embargo, caminos o modos diversos de seguir esa vocación. El matrimonio es uno de ellos: señala a los casados el modo concreto como deben vivir la vocación cristiana iniciada en el bautismo. El sacramento del matrimonio no da lugar, en los esposos, a una segunda vocación (la matrimonial) que vendría a sumarse a la primera (la bautismal). Pero sí da lugar a un modo específico de ser en la Iglesia y de relacionarse con Cristo, cuyo despliegue existencial es un quehacer vocacional . El existir matrimonial comporta por consiguiente las exigencias de radicalidad, irreversibilidad, etc., propias de la vocación cristiana.

Dóciles a la acción del Espíritu, los esposos, protagonistas de su santificación

52. Valorar el sentido vocacional del matrimonio supone penetrar en la “novedad” que significa el bautismo, es decir, la irrupción del Espíritu nuevo de la regeneración bautismal en la existencia humana. El verdadero protagonista de este camino de santidad que es el matrimonio para los cónyuges es el Paráclito, el Espíritu de Cristo . Lo específico del sacramento del matrimonio se inserta en la dinámica de la conformación e identificación con Cristo en que se resume la vida cristiana iniciada en el bautismo.

Dóciles a la acción del Espíritu, los propios esposos son intérpretes y autores de su santificación; y toda la acción de la Iglesia, respecto al matrimonio, alcanza su sentido verdadero como colaboración con esta labor de santificación.

• La vida del matrimonio en la Iglesia

Los esposos, a través de su amor conyugal descubren su identidad y misión dentro de la Iglesia

53. “Los esposos cristianos participan [del amor nupcial de Cristo por la Iglesia] en cuanto esposos, los dos, como pareja (…). Y el contenido de la participación en la vida de Cristo es también específico: el amor conyugal comporta una totalidad en la que todos los componentes de la persona -llamada del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y la voluntad-; apunta a una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne, conduce a no tener más que un solo corazón y una sola alma; exige la indisolubilidad y la fidelidad en la donación recíproca definitiva; y se abre a la fecundidad” .

La específica vocación de los esposos cristianos a la santidad se realiza por medio de su caridad conyugal. Es a través de ella como descubren su ser y su misión dentro de la Iglesia . Es su misma vida conyugal, vivificada en Cristo, la gran aportación que realizan a la vida de la Iglesia.

El crecimiento en el amor mutuo

54. Los medios propios de crecimiento en el amor mutuo, como son el diálogo conyugal, la apertura a la vida, la oración en común, la mutua corrección, el discernimiento de la voluntad de Dios en sus propias vidas y en la educación de sus hijos, van a ser ahora el cauce de su participación del amor de Cristo a su Iglesia. Para ello, nunca pueden olvidar que la expresión más alta de la entrega de Cristo es el sacrificio de la Cruz.

En la conciencia de la vocación a la que han sido llamados está la raíz de la serenidad y la esperanza con que los esposos cristianos han de afrontar las dificultades que les puedan sobrevenir. ¡El amor de Cristo que participan es más fuerte que las dificultades! . La conciencia de esa realidad deberá constituir el hilo conductor de la espiritualidad matrimonial. El sacramento del matrimonio es una expresión eficaz del poder salvífico de Dios, capaz de llevarles hasta la realización plena del designio divino sobre sus vidas.

Crecimiento en la fe, la esperanza y la caridad

55. La misma vida de los esposos está marcada entonces por ese “mutuo sometimiento” que es el propio de la Iglesia a Cristo (cfr. Ef 5,21). Su vida no puede reducirse a un proyecto privado; el fortalecimiento y crecimiento de su comunión de vida está ligado al crecimiento en fe, esperanza y caridad que conforma la vida de la Iglesia . Es un modo específico de vivir la realidad de la comunión de los santos por la que “todo el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo unen y nutren según la operación de cada miembro, va obrando mesuradamente su crecimiento en orden a su conformación en la caridad” (Ef 4,16).

Vitalidad de los matrimonios cristianos para la vitalidad de la Iglesia

56. Por todo ello, la vitalidad de la misma Iglesia está en gran medida vinculada a la vida auténticamente cristiana de los matrimonios. De ningún modo se les puede considerar una parte poco significativa de la vida eclesial. El matrimonio como vocación eclesial es todavía una realidad no suficientemente valorada en nuestras comunidades y no pasa muchas veces de ser una afirmación nominal. La pastoral familiar debe comenzar por la revitalización de esta conciencia eclesial de los matrimonios cristianos, para que sean, no sólo miembros activos de propio derecho dentro de la Iglesia, sino también con una misión específica de la que son los responsables y para la que han de contar con la ayuda y los medios necesarios para llevarla a plenitud.

• El matrimonio y la vida sacramental

La gracia del sacramento se prolonga toda su vida

57. Como sacramento, el matrimonio, que da razón del “lugar” que corresponde a los casados en el Pueblo de Dios , es fuente permanente de la gracia. Hace que los esposos puedan llevar a su plenitud existencial la vocación a la santidad que han recibido en el bautismo. La gracia sacramental posibilita a los esposos recorrer el camino de la mutua santificación y les capacita para realizar con perfección sus obligaciones como matrimonio y como padres. La alianza matrimonial, en virtud de la relación y pertenencia recíproca que ha surgido entre ellos, los vincula en unidad y los hace “imagen viva y real de la singularísima unidad que hace de la Iglesia el indivisible Cuerpo Místico del Señor Jesús” . Así como la Iglesia sólo es ella si está unida a Cristo, su Cabeza, así los esposos sólo viven su condición de tales si están unidos el uno al otro.

Santificación recíproca de los esposos

58. Las realidades que configuran su relación y su vida, como la convivencia familiar, la vida conyugal, el trabajo en relación a la familia, son entonces los cauces propios del vivir el sacramento del matrimonio como expresión real del amor de Cristo que se hace efectivo en su vida. Se concluye, pues, que en la tarea de la propia y personal respuesta a la vocación, los casados han de tener presente siempre su condición de esposos, es decir, al otro cónyuge y a la familia. La fidelidad a la propia vocación, como vía a la santidad, lleva consigo el ser instrumento y mediación para la santificación del otro cónyuge y de la familia entera.

Confirmación y matrimonio

59. Esta realidad dinámica del sacramento del matrimonio se relaciona intrínsecamente con toda la vida sacramental de los esposos. Es, como ya hemos dicho, una concreción de la radical vocación bautismal que les configura con la vida de Cristo y que vivifica internamente su entrega esponsal. Especifica la vocación apostólica propia de la Confirmación que los inserta a la misión de la Iglesia y al impulso del Espíritu. El primer efecto del Espíritu se da en el fortalecimiento de su caridad conyugal que les permite su vida en comunión en el amor de Cristo. Es también éste su primer testimonio como cristianos y la fuente de una gran fecundidad apostólica.

Eucaristía y matrimonio

60. La esponsalidad del amor de Cristo es máxima en el momento en que, por su entrega corporal de la Cruz, hace a su Iglesia cuerpo suyo, de modo que son “una sola carne”. Este misterio esponsal se renueva en la Eucaristía. En el “don” eucarístico, que es fundamento de la “comunión” eclesial, los esposos descubren y hacen suyo el amor esponsal de Cristo. La participación en la celebración eucarística es la mejor escuela y alimento de amor conyugal y el culmen de toda comunión familiar.

La conciencia de esta realidad ha de llevar a la participación en la Eucaristía dominical, centro de la semana familiar. También se anima a la participación diaria -si es posible- en la Eucaristía. Y, como consecuencia, a convertir toda la jornada y toda la vida familiar en prolongación y preparación de la ofrenda de Cristo al Padre en el Espíritu. La Eucaristía es así el fin de toda acción de la Iglesia, a la que debe tender toda pastoral, que no puede ser sino la participación más plena en ese misterio y el despliegue del mismo en la vida.

Reconciliación y matrimonio

61. También el sacramento de la Reconciliación ha de ocupar un lugar importante en la vida de los esposos cristianos como respuesta a la vocación matrimonial. En el perdón se manifiesta la dimensión más profunda del amor que responde al mal venciéndolo con la fuerza del bien (cfr. Rom 12,21). En un ámbito íntimo las ofensas son especialmente dolorosas y es difícil la reconciliación: el pecado, muchas veces cometido contra el cónyuge, daña la comunión familiar. Sólo un amor que perdona es signo de ese “amor que no pasa nunca” (1 Cor 13,8) y que permite siempre volver a empezar.

El perdón sacramental es así imprescindible en la vida conyugal para encontrar la fuente escondida del Amor misericordioso que sostiene la débil voluntad de los esposos. Desde la recepción del perdón divino con “su momento sacramental específico” , el hombre se capacita para “perdonar a los que nos ofenden” (Mt 6,12) y ser constructor de una nueva comunión: la de los hombres reconciliados. Este perdón deberá ser ofrecido a los hijos como un momento específico de su educación en el amor de Dios. Deberá valorarse adecuadamente la práctica del sacramento de la Reconciliación en la pastoral familiar.

Fecundidad del amor conyugal

62. Podemos ver entonces, desde la verdad más profunda del amor conyugal como camino de santidad, la fecundidad tan grande que encierra. Los esposos, al realizar existencialmente el proyecto de Dios sobre sus vidas, se abren a un plan más grande que su propia unión: la familia. La comunión conyugal está ordenada por medio de la procreación a la formación de la comunión familiar como una de las dimensiones intrínsecas de su vocación .
Por eso, la pastoral de la Iglesia, que ha de cuidar en sus acciones la integridad del ámbito al que se dirige, ha de verse desde la comunión completa que se establece a partir del matrimonio: la familia. Reconociendo la centralidad del matrimonio, sólo se puede acceder a él como totalidad desde la realidad de la familia, que será así el marco adecuado a la pastoral y permitirá definirla como pastoral familiar.

4. La familia: Iglesia doméstica

La familia, transmisora del amor y de la vida

63. El plan de Dios del que hemos partido y que el hombre descubre en su vocación al amor, es que el matrimonio encuentre su plenitud en la familia. El despliegue del matrimonio en la familia es expresión verdadera de la fecundidad del amor, que se ha de entender en toda su amplitud de una vida llena que se transmite, dando la vida, enseñando a vivir y transmitiendo esa vida eterna que es la herencia de los hijos de Dios. El amor conyugal que se vive en matrimonio está ordenado, por designio divino, además de a la unión entre los esposos, a la procreación y educación de los hijos ; de este origen y finalidad deriva la identidad y la misión de la familia que se puede describir como: descubrir, acoger, “custodiar, revelar y comunicar el amor” .

El origen de esta fecundidad está en Dios Padre, “fuente de toda paternidad” (Ef 3,15), Amor originario del que procede la vocación al amor. Cuando la Revelación habla de Dios como Padre y del Verbo como Hijo, ese lenguaje, que sirve para iluminar el misterio de la Trinidad, ayuda también a descubrir la identidad de la familia: una comunidad de personas llamada a existir y vivir en comunión . De esa manera el “Nosotros” divino constituye el modelo y la vitalidad permanente del “nosotros” específico que constituye la familia .

Llamada a realizar a su escala la misión misma de la Iglesia

64. En cuanto nace del sacramento del matrimonio, en la recepción común de un único don divino con una misión específica, la familia cristiana, en su vida y sus acciones, es signo y revelación específica de la unidad y la comunión de la Iglesia. La familia cristiana constituye, “a su manera, una imagen y una representación histórica del misterio de la Iglesia” . Por eso está llamada a realizar, a su escala, la misión misma de la Iglesia. Es como una “iglesia en miniatura”, y puede y debe llamarse también “iglesia doméstica” .

La pastoral familiar, para ayudar a la familia a vivir plenamente y realizar su misión

65. Precisamente por esta íntima relación entre la familia cristiana y la Iglesia, la familia cristiana en cuanto comunión de personas es, por propio derecho, una comunión eclesial y un foco de evangelización. El primer elemento de la pastoral familiar es la misma vida cristiana de las familias. Este es el centro, el motor y el fin de toda pastoral que quiera ser en verdad familiar. No podrá consistir en actividades ajenas al vivir de la familia o a espaldas de su realidad, sino que, partiendo del protagonismo de la familia para llevar a cabo la misión recibida del mismo Cristo, la Pastoral familiar prestará todas las ayudas necesarias: anuncio del evangelio, asistencia en la vida de oración y sacramental, ayuda en las dificultades específicas de convivencia, educación y problemas familiares. De este modo, la Pastoral familiar les ayuda a llevar a plenitud su vida familiar.

La Iglesia, como sacramento de salvación de los hombres, necesita de las familias cristianas para llevar a cabo su misión. Existen dimensiones específicamente familiares de la evangelización que sólo se pueden llevar a cabo adecuadamente en el ámbito familiar y por el testimonio valiente y sincero de las familias cristianas. El desconocimiento de esta realidad conduce a una pastoral que se convierte en una estructura separada de la vida y es un mal servicio a la causa del Evangelio.

• Lugar privilegiado para la transmisión de la fe

Ámbito del despertar religioso

66. Como “iglesia doméstica” se da en la familia una realización verdadera de la misión de la Iglesia. La primera manifestación de esta misión es la transmisión de la fe . En este punto la familia, como comunión de personas, se ve como el lugar privilegiado para esta transmisión, en especial en el momento que se denomina “despertar religioso”.

La fe no es sólo una serie de contenidos, sino la realidad del plan de Dios realizado en Cristo y vivido en la Iglesia. A partir del contenido humano de las relaciones familiares se revelan a los hijos los elementos fundamentales de la vida humana, las respuestas primeras y más verdaderas de quién es el hombre y cuál es su destino. Este despertar a la vida humana se realiza en la familia, donde se introduce al niño progresivamente en toda la gama de experiencias fundamentales en las que va a encontrar las claves para interpretar su mundo, sus relaciones, el sentido y el fin de su vida.

Las relaciones familiares abren, de modo natural y profundo, a las verdades fundamentales de la fe

67. En especial, la misión de la familia se refiere a las relaciones personales vividas en su seno: el amor conyugal fiel y seguro, la relación de paternidad y maternidad como principio de vida y de educación con amor y con autoridad, la realidad de la fraternidad, que brota de compartir un mismo amor que se nos ha dado. Todo ello abre, de modo natural y profundo, a las verdades fundamentales de la fe. La confianza mutua de la relación familiar es el mejor modo de experimentar y expresar esa fe de hijos de Dios, unidos en la gran familia de la Iglesia.

Visión de fe y oración en familia

68. La unión en una vida familiar entre el amor humano y el amor de Dios, la oración y el trabajo, la intimidad y el servicio, la gratuidad, la acción de gracias y el perdón, el modo de unirse en los acontecimientos dolorosos y la misma muerte de los seres queridos, son el modo de vivir la fe en la cotidianeidad.

La oración en familia es expresión de fe y ayuda a la integración de fe y vida. La familia que reza unida, permanece unida; recupera la capacidad de mirarse a los ojos, de comunicarse, solidarizarse, perdonarse mutuamente y comenzar de nuevo con un pacto de amor renovado por el Espíritu de Dios.

• La educación al amor

La familia, cauce donde se manifiesta y vive el amor que configura la identidad personal

69. Esa unidad específica entre gracia sobrenatural y experiencia humana se realiza en la familia en la medida en que es una auténtica “comunidad de vida y amor”. El amor es así la fuerza y el hilo conductor de la vida de la familia como educación de la persona.

La vocación al amor es la que nos ha señalado el camino por el que Dios revela al hombre su plan de salvación. Es en la conjunción original de los distintos amores en la familia –amor conyugal, paterno filial, fraternal, de abuelos y nietos, etc.- como la vocación al amor encuentra el cauce humano de manifestarse y desarrollarse conformando la auténtica identidad del hombre, hijo o hija, esposo o esposa, padre o madre, hermano o hermana.

Lugar privilegiado para la educación afectivo-sexual

70. La familia realiza así la primera educación al amor como un proceso que tiene sus propios momentos y que acompaña al hombre y a la mujer en su maduración personal . Esta educación permite comprender la importancia de la confianza en un maestro de vida para alcanzar la plenitud de esa sabiduría que consiste en saber vivir con plenitud. Se vence así la tentación de un subjetivismo individualista que se encierre, ante las cuestiones fundamentales de la existencia, en una serie de razones que no están integradas en una visión integral de “lo humano”. Un punto específico de esta educación es el ámbito afectivo-sexual cuyo lugar de educación privilegiado es la familia .

La revelación de la vocación al amor de cada hombre o mujer depende en gran medida de esta inicial educación al amor que se ha de realizar en la familia; su falta es, en cambio, un grave obstáculo para que el plan de Dios llegue a echar raíces en el corazón del hombre y éste pueda vivir la comunión con Dios.

Un camino integrado en los procesos vitales de la familia

71. Podemos constatar, así, cómo la verdad del matrimonio y la familia en el plan de Dios conforma las claves de una pastoral familiar. Cómo ésta es, en verdad, una manifestación del ser de la Iglesia como “la gran familia” de los hijos de Dios y es una dimensión esencial de su propia misión. Por ello, debe ser un camino integrado en los procesos vitales de la familia, y no una serie de estructuras o acciones puntuales que no manifiestan suficientemente la vocación al amor que es el núcleo vital de esta pastoral.

Seguiremos, por tanto, esos momentos que tienen su centro en la constitución del matrimonio, es decir, la preparación al matrimonio (capítulo II), la celebración del matrimonio mismo (capítulo III) y la atención pastoral a la familia (capítulo IV). Es el mismo Evangelio el que nos abre un horizonte inmenso que nace del corazón de Dios; es su promesa de “un amor hermoso” la que nos anima a realizarlo y constituye el motivo primero de toda pastoral familiar .

Resumen

Es fundamental que todos comprendan que:

• El matrimonio no es una invención humana o un pacto privado, al arbitrio de las partes, sino un “gran misterio”, un proyecto maravilloso de Dios, que comunica su amor eterno al hombre, creado varón y mujer a su imagen y semejanza.

• Los rasgos esenciales del amor conyugal los ha establecido Dios, autor del matrimonio, y los ha inscrito en los significados de la sexualidad humana: unidad, indisolubilidad, exclusividad, fecundidad, fidelidad.

• La gracia de la redención capacita al hombre dividido por el pecado para descubrir y realizar el plan de Dios sobre el amor conyugal en toda su belleza.

• Por el sacramento del matrimonio los esposos, injertados en la alianza de Cristo por el bautismo, participan como cónyuges en la misma.

• El matrimonio cristiano es un camino de santidad en la Iglesia, es decir, a la plenitud del amor y al compromiso por la extensión del Reino de Dios.

• El celibato y el matrimonio cristianos son dos vocaciones complementarias y de valor inestimable.

• La santificación de la vida conyugal requiere diligente cuidado. La Iglesia ofrece a los esposos medios adecuados para que cultiven la vida en el Espíritu: sacramentos, enseñanzas, acompañamiento espiritual, etc.

• La familia cristiana, “iglesia doméstica”, es la primera transmisora del amor y de la fe.

• El fin de toda la pastoral familiar –que es una dimensión esencial de la acción de la Iglesia- es llevar a plenitud la vocación matrimonial.

 

 

San Juan de la Cruz, un íntimo de santa Teresa y de Cristo

Acércate al primer carmelita descalzo y su atractivo misticismo

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San Juan de la Cruz es un carmelita reconocido como uno de los mejores poetas de la historia de la literatura española. Él se concentraba en lo esencial. Dejaba de lado las distracciones que podían obstaculizar su íntima unión con Dios. Y así se convirtió en un místico cuya sabiduría ha inspirado a millones de personas de muy distintas creencias. Sus frases son luz en la oscuridad:

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Sus obras están traducidas a más de 50 idiomas. Cualquiera puede identificarse con sus bellísimas descripciones del sufrimiento y el abandono -«la noche oscura del alma»- y encontrar inspiración en la finura espiritual del «Doctor místico».

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Los nombres de san Juan

Nació en Fontiveros (Ávila) en pleno siglo de oro español (cuando en el imperio español no se ponía el sol y el auge político coincidía con el artístico y cultural). Se llamaba Juan de Yepes.

Conoció la pobreza desde pequeño y más tarde la asumió voluntariamente convencido de que renunciar a lo material es fuente de libertad interior.

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Siempre sintió la necesidad de llevar una profunda vida de oración, así que bien joven optó por una vida contemplativa como carmelita, tomando el nombre de fray Juan de San Matías.

El primer carmelita descalzo

Fue ordenado sacerdote y se ocupaba personalmente de las necesidades (también físicas) de sus hermanos frailes, sobre todo de los enfermos.

A los 25 años conoció a Teresa de Jesús, quien le invitó a unirse a ella para fundar los carmelitas descalzos, y volver así a los orígenes de la orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo.

De esta manera se convirtió en el primero de los frailes descalzos, en una sencillísima casa de Duruelo (Ávila), y tomó el nombre de fray Juan de la Cruz. Había aprendido que el sufrimiento enciende la llama del verdadero amor.

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En esa aventura de reformar el carmelo fue incomprendido, perseguido, e incluso encarcelado y maltratado por sus propios hermanos religiosos.

Sin embargo, se mantuvo unido íntimamente a Cristo y en él encontró todo lo que necesitaba. Murió en Úbeda (Jaén) el 14 de diciembre de 1591.

Es patrono de los poetas en lengua española.