1 Reyes 3:5.7-12 / Romanos 8:28-30 / Mateo 13:44-52
Estimados hermanos y hermanas,
Las lecturas que hemos proclamado este domingo, nos proponen una reflexión sobre los valores más importantes de la vida de las personas. La primera lectura nos ha hablado de la sabiduría práctica para la vida, que consiste en el conocimiento de la voluntad de Dios, conforme a la que necesitamos ordenar y organizar la propia existencia. San Pablo, por su parte, en la segunda lectura, nos ha hablado del amor de Dios. En el evangelio Jesús nos ha propuesto como valor supremo el Reino de los cielos a partir de diversas comparaciones para darnos cuenta del valor que tiene por encima de todos los demás bienes de este mundo.
Jesús empezó su vida pública predicando el Reino de los Cielos y proclamando su llegada. El Reino no sólo fue el tema central de su predicación, sino también el punto de referencia de la mayoría de las parábolas, además del contenido de sus acciones simbólicas que formaban una parte importante de su ministerio.
Pero, ¿en qué consiste concretamente ese reinado? En primer lugar, cabe decir que Jesús nunca ofreció una definición exacta del Reino, ya que en su predicación esta realidad adquiría varios matices de significado. En el evangelio de este domingo vemos que se sirve de tres imágenes tomadas de lo cotidiano y adaptadas a la realidad de sus oyentes para desvelar su misterio del Reino de los Cielos.
En segundo lugar, debemos decir todavía, que es un anuncio pero que a la vez es una realidad para los hombres y mujeres de todos los tiempos, como veremos más adelante en esta reflexión.
En tercer lugar, y aquí encontramos el punto central del contenido y del mensaje del anuncio del Reino de los cielos, es que Jesús vivió y dio su vida a causa del Reino. Por tanto, cuando Jesús habla del Reino de Cielos no habla de algo que le es externo sino que habla de Dios mismo y de las motivaciones profundas de su vida y de su mensaje para que nosotros también participen de este Reino.
Por eso, vivir la experiencia del Reino de los cielos significará ser introducidos en la intimidad de Dios.
Se trata de vivir atentos para acoger la invitación personal que nos hace a cada uno de nosotros para formar parte de este reino, no aisladamente, sino solidariamente con todos los hombres. El Reino es siempre un ámbito de gracia y salvación.
Por tanto, se trata de un reino que no se impone por la fuerza, sino que se ofrece a hombres y mujeres, de los que se reclama la responsabilidad para buscarlo, como el que encuentra el tesoro o encuentra la perla fina . Surge pero una pregunta ineludible: ¿dónde está hoy ese tesoro?
Sin ningún tipo de pretensión por mi parte, me parece que este tesoro lo encontramos en dos ámbitos que tenemos muy cerca de nosotros, es decir, lo encontramos en el campo de lo cotidiano. Así, ese tesoro lo encontramos en los hermanos, en la humanidad que lleva inscrita en su corazón el rostro, la imagen de Dios. Lo encontramos en el día a día, junto a quienes hacen o hacemos camino unos junto a otros, bien sea por razón de vínculos familiares, laborales, de amistad, …
El tesoro del Reino, es decir, Dios, se encuentra también escondido en lo que sufre o llora en el interior de su corazón, en el emigrante que está sin saber adónde ir, en los desheredados de la fortuna, a los marginados. Si el Calvario fue la manifestación más explícita de quien es Jesús, es en el corazón de todo tipo de sufrimiento donde aparece claramente la presencia de Dios y de su Reino.
Como ven, no necesitamos ir demasiado lejos para encontrar el tesoro o la perla fina que son Dios mismo vivo y operando en el corazón de la humanidad y también en el propio corazón. Lo tenemos muy cerca, junto a la mano. Nos hace falta estar atentos para no buscar lo que no encontraremos.
Es impresionante como san Mateo nos ha dado cuenta de que quien encuentra el tesoro se llena de alegría.
Por eso cuando descubrimos que Jesús es el verdadero tesoro de nuestras vidas y con él lo son los demás, nos damos cuenta de que el Evangelio, el Reino de Dios, no es una carga pesada que nos limita sino que nos invita a ayudar a los demás a encontrar su perla, su tesoro escondido.
Quien ha descubierto a Dios así, ha encontrado un tesoro y es lo único que da sentido a la vida y en comparación con todo esto de este mundo… es tenido en nada.
Entrar en el corazón del Evangelio es como entrar en un río de alegría, de felicidad y de realismo, que nos permite tomar la vida con las dos manos, y hacer una ofrenda a Dios y a los demás, desde su inicio hasta su fin.
«Una vez oí decir algo en un barrio: ‘Yo no voy a la iglesia porque mira esta, va todas las mañanas a misa, recibe la comunión y después va murmurando de casa en casa: para ser cristiano así, prefiero no ir, como va esta chismosa’.
En mi tierra, a estas personas se las llama ‘cizañeras’: siembran cizaña, dividen, y las divisiones comienzan con la lengua por envidia, celos y también por cerrazón que lleva a sentenciar: no, la doctrina es esta, y bla, bla, bla. Recordemos al apóstol Santiago, en el tercer capítulo de su carta, dice:
“Somos capaces de poner el freno en la boca al caballo.
También una nave, con un pequeño timón, puede ser guiada, y nosotros, ¿no podemos dominar la lengua?”, porque la lengua, escribe Santiago, “es un miembro pequeño, pero se gloría de hacer grandes cosas”. Y es verdad, la lengua es capaz de destruir una familia, una comunidad, una sociedad; de sembrar odio y guerras, envidia». (Cf Homilía de S.S. Francisco, 12 de mayo de 2016, en santa Marta).
• St. Alphonsus Ligouri
• Matthew 13:36-43
Amigos, el Evangelio de hoy Jesús nos explica la parábola del trigo y la cizaña. La Palabra de Dios creó la Iglesia, una comunidad de personas que se esfuerzan en construir el Reino. Pero esta Iglesia nunca es absolutamente pura y sin restricciones, porque a los caminos de Dios se le opone “un poder espiritual, un enemigo” cuya tarea es sembrar malezas y cizañas entre el trigo -clandestinamente, en silencio, discretamente.
Este tipo de convivencia del bien y el mal es de esperarse. La Iglesia siempre será un lugar de santos y pecadores, y los pecadores a menudo serán vistos como santos. El enemigo de la Iglesia, que nunca descansa, lo asegura.
Estar vigilante respecto al mal es necesario en un mundo caído, sin embargo, debemos tener cuidado de nuestro deseo, nuestra pasión por arreglar las cosas, de creer que el mal puede ser erradicado porque en el proceso se puede destruir algo de lo que es bueno.
En un mundo caído, lo que se espera de nosotros es que vivamos con la esperanza de que al final, en el momento de la cosecha, el Maestro separe lo bueno de lo malo.
Alfonso María de Ligorio, Santo
Memoria Litúrgica, 1 de agosto
Obispo
Fundador de los Misioneros Redentoristas
Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de san Alfonso María de Ligorio, obispo y doctor de la Iglesia, que insigne por el celo de las almas, por sus escritos, por su palabra y ejemplo, trabajó infatigablemente predicando y escribiendo libros, en especial sobre teología moral, en la que es considerado maestro, para fomentar la vida cristiana en el pueblo. Entre grandes dificultades fundó la Congregación del Santísimo Redentor, para evangelizar a la gente iletrada. Elegido obispo de santa Águeda de los Godos, se entregó de modo excepcional a esta misión, que dejaría quince años después, aquejado de graves enfermedades, y pasó el resto de su vida en Nocera de’Pagani, en la Campania, aceptando grandes trabajos y dificultades († 1787).
Etimológicamente: Alfonso = guerrero. Viene de la lengua alemana.
Fecha de beatificación: 15 de septiembre de 1816 por el Papa Pío VII
Fecha de canonización: 26 de mayo de 1839 por el Papa Gregorio XVI
Breve Biografía
Nos encontramos en el año 1696, de nuestra era, el 27 de septiembre, día dedicado a los gloriosos mártires Cosme y Damían, nace Alfonso de Ligori, en Nápoles (Italia). Sus padres fueron José De Ligorio (un noble oficial de la marina) y de la noble Ana De Cavalieri. El hombre tuvo un destino fuera de serie. Nacido en la nobleza napolitana e hijo de militar, alumno superdotado, atraído por la música, la pintura el dibujo, la arquitectura. Su nombre viene de dos raíces germánicas: addal, hombre de noble origen, y funs, pronto al combate. Alfonso era noble por nacimiento, sí: pero mucho mejor, caballero de Cristo, siempre pronto y en la brecha para los combates de Dios…
Alfonso fue un hombre de una personalidad extraordinaria: noble y abogado; pintor y músico; poeta y escritor; obispo y amigo de los pobres; fundador y superior general de su congregación; misionero popular y confesor lleno de unción; santo y doctor de la Iglesia.
Hay que mi admirar los múltiples talentos que tenía Alfonso y la fuerza creadora que poseía. A los 12 años era estudiante universitario y a los 16 era doctor en derecho, es decir, abogado. Como misionero popular y superior general de su Congregación y obispo, llevó a cabo una gran labor, a pesar de su delicada salud. Desde los 47 a los 83 años de su vida, publicó más o menos 3 libros por año.
En su vida particular Alfonso vivió actitudes que podemos interpretar como protesta frente a la corrupción de su medio ambiente. Con su estilo de vida ejerció una fuerte crítica de su tiempo y de su sociedad.
En un sistema de profundas diferencias de clase renunció a los privilegios de la nobleza y a sus derechos de ser primer hijo, es decir, primogénito.
A finales de julio de 1723, en un día de calor intenso y pegajoso, Alfonso se dirige al Palacio de Justicia de Nápoles. Se celebrará el juicio más sonado del reino entre dos familias: los Médici y los Orsini. Las dos familias quieren para sí la propiedad del feudo de Amatrice. Estaba en juego una gran cantidad de dinero.
Alfonso es un joven abogado de 26 años de edad. Los Orsini lo han elegido para su defensa por una sola razón: es competente y ha ganado todas las causas.
Se ha preparado muy bien, ante el tribunal defiende la causa con maestría. Está seguro que defiende la justicia. A pesar de eso, Alfonso es derrotado, pero se da cuenta de que el origen de esta sentencia está en las maquinaciones políticas e intrigas políticas (cosas desconocidas para nosotros hoy).
Como herido por rayo, el abogado de manos limpias queda por un momento estupefacto. Después rojo de cólera, lleno de vergüenza por la toga que lleva, se retira de la sala de justicia, profundamente desilusionado, sus palabras de despedidas quedaron para la historia: “¡Mundo, te conozco!… ¡Adiós, tribunales!”. No vive este acontecimiento, decisivo en su vida, desde la agresividad y la frustración, al contrario, los asume como fecundidad, siembra y profundización interior, se retira, eso sí lo tiene muy claro. Y al hacerlo toma una opción personal radical: se niega a la corrupción, rechaza que el hombre se realice manipulando o dejándose manipular y elige una forma nueva de libertad y liberación, el seguimiento de Jesús.
Profundamente conmovido Alfonso se va a visitar a sus amigos, los enfermos del “Hospital de los incurables”. Mientras atendía a los enfermos se ve a sí mismo en medio de una grata luz… Parece escuchar una sacudida del gran edificio y cree oír en su interior una voz que le llama personalmente desde el pobre: “Alfonso, deja todas las cosas ven y sígueme”.
Tras la renuncia de los tribunales, Alfonso estudia unos años de teología y recibe el sacerdocio el 21 de diciembre de 1726, en la Catedral de Nápoles, tenía 30 años de edad. Se hace sacerdote en contra de un padre autoritario, como don José, con asombro lo descubre muy pronto en los barrios marginados evangelizando a los analfabetos con sorprendentes predicaciones.
En una de sus muchas misiones Alfonso cae enfermo. Ante la gravedad de la situación, los médicos intervienen y le exigen un largo descanso en la sierra. Elige la zona de Amalfi, costera y montañosa a la vez. Fue con un grupo de amigos. Quiere aprovechar el descanso para vivir intensamente la amistad y la oración en común.
Cerca de Amalfi está Scala, un lugar precioso a medio camino entre la playa y la altura de la sierra. Más arriba de Scala, está Santa María de los Montes, una pequeña ermita. A Alfonso le gustó. Era bueno compartir la amistad y la oración en casa de María de Nazaret.
Alfonso y sus amigos se ven sorprendidos por los pastores y cabreros que vienen a pedirles la palabra de Dios. Es el momento clave en la vida de Alfonso. Ahora más que nunca descubre, de verdad que el Evangelio pertenece a los pobres y que ellos lo reclaman como suyo. Y decide quedarse con ellos para dárselo a tiempo completo.
Nos encontramos en el año 1730. Alfonso decide por vez primera, reunir una comunidad consagrada a la misión de los más pobres. En los primeros días de noviembre de 1732 Alfonso deja definitivamente la ciudad de Nápoles y en burro parte para Scala para reunirse con su primer grupo de compañeros, quienes habrán de ser los Redentoristas. Son unos días de intensa oración y contemplación. Sabe que la redención abundante y generosa es un don gratuito y se abre a él en disponibilidad plena.
El día 9 de noviembre de 1732 nace la congregación misionera del Santísimo Redentor, mejor conocido como los Misioneros Redentoristas. No es fácil fundar una congregación religiosa en el reino de Nápoles en el siglo XVIII. Hay demasiados diocesanos y religiosos y muchos conventos en este país pobre y mal administrado
Desde el 9 de noviembre de 1732 hasta la Pascua de 1762, cuando es nombrado obispo, pasan 30 años felices en la vida de Alfonso dedicado a la misión, la dirección de su grupo y a la publicación de sus obras.
Alfonso muere en Pagani, el día 1 de agosto de 1787, a la hora del ángelus. Tenía más de 90 años.
Fue beatificado en 1816, canonizado en 1831 y proclamado doctor de la Iglesia en 1871.
Alfonso solía decir que la vida de los sanos es Evangelio vivido. Esto se lo podemos aplicar a él mismo. Sus ejemplos inquietan y arrastran. ¡A veces nos asusta enfrentarnos a un hombre como éste, que era capaz de vivir tan radicalmente el Evangelio!
Hoy, los Misioneros Redentoristas, continuamos anunciando el misterio gozoso de la redención abundante y generosa en toda la Iglesia. Los redentoristas, como Alfonso, no somos propagandistas de una doctrina, somos testigos de Cristo que viene al encuentro de la humanidad.
Alfonso murió. Su sueño, sin embargo, continúa vivo en la vida de sus seguidores. Especialmente debido a la labor de Clemente María Hofbauer, los redentoristas se esparcen por el mundo entero. En ellos, el Redentor continúa derramando vida en el corazón de los que no cuentan para el mundo y en el de los abandonados. La Congregación del Santísimo Redentor es lugar y presencia donde el Redentor prosigue su misión: “He sido enviado a evangelizar a los pobres”.
¡Alfonso!, ¡Gracias por tu vida, por tu sueño, por tu horizonte de tan amplias miras! En nombre de los pobres abandonados, ¡Gracias de corazón!
¡Felicidades a quienes lleven este nombre y a los Padres Redentoristas!
Ese sembrador que eres Tú, Jesús
Santo Evangelio según san Mateo 13, 36-43.
Martes XVII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor mío y Dios mío, aquí estoy a tus pies para alabarte. Quiero ser todo tuyo y ofrecerte todo lo que soy. Aquí me tienes, dime qué es lo que quieres de mí, indícame cuál es el camino que me has marcado para llegar a ser feliz. A veces voy buscando por todas partes la fuente de la felicidad, pero he aquí que por más que vaya de arriba abajo buscándola no la encontraré sino aquí. Por eso vengo a tus pies para que me des del agua que me quitará la sed profunda de mi corazón.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 13, 36-43
En aquel tiempo, Jesús despidió a la multitud y se fue a su casa. Entonces se le acercaron sus discípulos y le dijeron: «Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo». Jesús les contestó: «El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del maligno; el enemigo que las siembra es el diablo; el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. Y así como recogen la cizaña y la queman en el fuego, así sucederán al fin del mundo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles para que arranquen de su Reino a todos los que inducen a otros al pecado y a todos los malvados, y los arrojen en el horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
«Entonces se le acercaron sus discípulos y le dijeron: “Explícanos la parábola (…)”» Jesús, vengo aquí para que seas Tú quien me expliques mi vida; a veces no la comprendo e intentando entenderla me doy cuenta que no lo logro. A veces lloró por cosas que no me hubiesen gustado que sucediesen, y tiempo después, me doy cuenta que ese hecho ha marcado el rumbo de mi vida. En cambio, hay decisiones que tal vez no han sido las más adecuadas.
Jesús, Tú has puesto la semilla de mi vida en este mundo, en una familia y con un historia muy concretas. Tú me has amado desde toda la eternidad y me has creado con el mismo amor. Hoy quiero sentarme aquí y contemplar mi vida con tus ojos. Hoy no quiero quejarme de nada, no quiero llorar nada ni arrepentirme de nada. Quiero agradecer tanto amor y tanta misericordia. Hoy quiero contemplar a ese sembrador que pone la semilla en el campo. Ese sembrador que eres Tú, que me has dado la vida. Has puesto todo tu cariño y trabajo incansable preparando el campo en el que debía de caer la semilla de mi vida. Y con ese mismo amor me has dado la vida y me has cuidado.
Poco a poco me he ido olvidando de Ti, me he ido alejando de tu amor y lo he buscado por otros lados. He dejado entrar la cizaña y el pecado. He descuidado el campo que me has confiado e incluso lo he criticado. Pero tu mirada de amor jamás ha cambiado. ¿Qué ves en mí? ¿Qué quieres de mí? Me doy cuenta que únicamente Tú eres quien me puedes indicar cuál es el camino de la verdadera felicidad pues eres quien me ha amado eternamente y quien, por más de que te ofenda, jamás me olvidarás.
Jesús, gracias por darme la vida, por amarme y por querer mi felicidad.
«Una vez oí decir algo en un barrio: ‘Yo no voy a la iglesia porque mira esta, va todas las mañanas a misa, recibe la comunión y después va murmurando de casa en casa: para ser cristiano así, prefiero no ir, como va esta chismosa’. En mi tierra, a estas personas se las llama ‘cizañeras’: siembran cizaña, dividen, y las divisiones comienzan con la lengua por envidia, celos y también por cerrazón que lleva a sentenciar: no, la doctrina es esta, y bla, bla, bla. Recordemos al apóstol Santiago, en el tercer capítulo de su carta, dice: “Somos capaces de poner el freno en la boca al caballo. También una nave, con un pequeño timón, puede ser guiada, y nosotros, ¿no podemos dominar la lengua?”, porque la lengua, escribe Santiago, “es un miembro pequeño, pero se gloría de hacer grandes cosas”. Y es verdad, la lengua es capaz de destruir una familia, una comunidad, una sociedad; de sembrar odio y guerras, envidia». (Cf Homilía de S.S. Francisco, 12 de mayo de 2016, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy, Jesús, voy a rezar un rosario para agradecer el don de la vida y de la familia. Voy a poner todo lo que soy y todo lo que tengo en tus manos.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
El Papa reza ante la Salus populi romani por su viaje a la JMJ de Portugal
Este 31 de julio, la Oficina de Prensa de la Santa Sede informó que esta tarde, el Santo Padre se dirigió a la Basílica de Santa María La Mayor.
La Oficina de Prensa de la Santa Sede dio a conocer que la tarde de este lunes, 31 de julio, “en vísperas de su próximo Viaje Apostólico a Portugal con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Francisco se dirigió, como es habitual, a la Basílica de Santa María La Mayor, donde se detuvo en oración ante el icono de la Virgen Salus populi romani, encomendándole el viaje y a los miles de jóvenes que encontrará en los próximos días”.
108 las visitas del Pontífice a la Salus populi romani
También en esta ocasión, en vísperas de su partida hacia Portugal la mañana del 2 de agosto, el Papa Francisco no quiso interrumpir esta larga tradición y se dirigió esta tarde a Santa María La Mayor. Con la de hoy, son 108 las visitas del Pontífice argentino. Solo, sentado, en silencio, el Papa Francisco «se detuvo en oración» ante la efigie mariana que, según la tradición, fue pintada por San Lucas, «confiándole a ella el viaje y los miles de jóvenes que encontrará en los próximos días».
El Papa había visitado por última vez la Salus Populi Romani el 16 de junio, para agradecerle el éxito de la operación de laparatomía en el Hospital Gemelli. Asimismo, en aquella ocasión, Jorge Mario Bergoglio -acogido tanto a la entrada como a la salida por los afectuosos saludos de los fieles, reunidos en el parvis- se había detenido unos instantes en oración, sentado en su silla de ruedas, ante el icono de la Virgen. Antes, el Papa había visitado Santa María La Mayor a finales de abril, antes de partir para su 41º viaje apostólico a Hungría; regresó allí poco después de su aterrizaje de Budapest en Roma.
El Obispo Robert Barron contesta a neo cardenal portugués tras polémicas declaraciones sobre finalidad “no evangelizadora” de la JMJ
Mons. Barron se expresa sobre las declaraciones que hizo el ahora Cardenal encargado de la JMJ.
Publicamos un artículo que Mons. Robert Barron, obispo de Winona-Rochester y con una exposición mediática relevante, publicó a propósito de algunas declaraciones del responsable del Comité Organizador de la Jornada Mundial de la Juventud sobre la diversidad y el propósito de la JMJ de Lisboa.
***
La Jornada Mundial de la Juventud y la conversión de todos a Cristo
Por Mons. Robert Barron
Probablemente ya hayas escuchado que una declaración hecha por el obispo Américo Aguiar ha causado bastante revuelo. Aguiar es el obispo auxiliar de Lisboa, Portugal, y es el coordinador principal de la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Además, en un movimiento muy sorprendente, fue nombrado cardenal por el Papa Francisco.
Por lo tanto, es un hombre de considerable influencia, lo cual es una de las razones por las que sus comentarios han recibido tanta atención.
Comentó, en referencia al encuentro internacional que preside:
«Queremos que sea normal que un joven católico cristiano diga y dé testimonio de quién es, o que un joven musulmán, judío o de otra religión tampoco tenga problemas para decir quién es y dar testimonio de ello, y que un joven sin religión se sienta bienvenido y quizás no se sienta extraño por pensar de manera diferente».
La observación que causó más asombro y oposición fue esta: «No queremos convertir a los jóvenes a Cristo o a la Iglesia Católica ni nada por el estilo». Debo admitir que el comentario que más me perturbó, sin embargo, fue este: «Que todos entendamos que las diferencias son una riqueza y el mundo será objetivamente mejor si somos capaces de poner en el corazón de todos los jóvenes esta certeza», insinuando que el desacuerdo fundamental en cuestiones de religión es bueno en sí mismo, de hecho, lo que Dios desea activamente. Muchos católicos de todo el mundo han quedado, por decirlo suavemente, desconcertados por las reflexiones del cardenal electo.
A raíz de la controversia, el obispo Aguiar, para ser justo, ha retractado bastante sus declaraciones, insistiendo en que solo pretendía criticar la manera agresiva y autoritaria de compartir la fe que se conoce con el poco atractivo nombre de «proselitismo» (debo decir que esta aclaración aún no explica su afirmación directa de que no quiere convertir a los jóvenes a Cristo ni a la Iglesia Católica). Pero por el momento, dejaré eso de lado y lo tomaré por su palabra. Sin embargo, me gustaría abordar un problema cultural más amplio que plantea su intervención, a saber, el simple hecho de que la mayoría de las personas en Occidente probablemente considerarían sus sentimientos originales como no controvertidos.
Detrás de gran parte del lenguaje de tolerancia, aceptación y no juzgamiento en relación con la religión se encuentra la profunda convicción de que la verdad religiosa no está a nuestro alcance y que al final no importa lo que uno crea siempre y cuando se adhiera a ciertos principios éticos. Si alguien es una buena persona, ¿a quién le importa si es un cristiano devoto, budista, judío, musulmán o no creyente? Y si ese es el caso, ¿por qué no veríamos la variedad de religiones como algo positivo, como otra expresión de la diversidad que cautiva tanto a la cultura contemporánea? Y dado este indiferentismo epistemológico, ¿no sería cualquier intento de «conversión» simplemente una agresión arrogante?
Como he argumentado durante años, y a pesar del consenso cultural actual, la Iglesia Católica hace un gran énfasis en la corrección doctrinal. Sin duda alguna, considera que la verdad religiosa está a nuestro alcance y que tenerla (o no tenerla) importa enormemente. No sostiene que «ser una buena persona» sea de alguna manera suficiente, ni intelectual ni moralmente; de lo contrario, nunca habría pasado siglos elaborando sus declaraciones de fe con precisión técnica. Y ciertamente mantiene que la evangelización es su trabajo central, fundamental y más definitorio. El mismo san Pablo dijo: «¡Ay de mí si no evangelizo!» (1 Corintios 9:16); y el Papa san Pablo VI declaró que la Iglesia no es más que una misión para difundir el Evangelio. Ni el san Pablo del siglo I ni el san Pablo del siglo XX pensaron ni por un momento que evangelizar equivale al imperialismo o que la «diversidad» religiosa sea un fin en sí misma. Ambos querían que todo el mundo se sometiera al señorío de Jesucristo. Es precisamente por esto que cada institución, cada actividad y cada programa de la Iglesia están dedicados, en última instancia, a anunciar a Jesús.
Hace algunos años, cuando era obispo auxiliar en California, tuve un diálogo con los miembros del consejo de una escuela secundaria católica. Cuando comenté que el propósito de la escuela era, en última instancia, la evangelización, muchos de ellos se resistieron y dijeron: «Si enfatizamos eso, alienaremos a la mayoría de nuestros estudiantes y a sus padres». Mi respuesta fue: «Bueno, entonces deberían cerrar la escuela. ¿Quién necesita otra academia STEM secular?». No hace falta decir que nunca fui invitado de nuevo a dirigirme a ese consejo. Pero no me importó. Cuando cualquier institución católica, ministerio o programa olvida su propósito evangelizador, ha perdido su esencia.
Lo mismo ocurre con la Jornada Mundial de la Juventud. Una de las mayores contribuciones del Papa san Juan Pablo II a la Iglesia, la Jornada Mundial de la Juventud, siempre ha tenido, inevitablemente, un impulso evangelizador. Al gran Papa polaco le complacía que tantos jóvenes de todo el mundo, en toda su diversidad, se reunieran en estos encuentros, pero si le hubieras dicho que el verdadero propósito del evento era celebrar las diferencias y hacer que todos se sintieran cómodos con quienes son, y que no tenías interés en convertir a nadie a Cristo, habrías recibido una mirada capaz de detener un tren.
Estoy programado para dar cinco presentaciones en la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa, y me gustaría asegurarle al obispo Aguiar que cada una de ellas está diseñada para evangelizar.
Traducción del original en lengua inglesa realizada por el director editorial de ZENIT.
San Alfonso María de Ligorio a la Virgen: ¡Concédeme amar a Dios siempre!
Conoce al humilde autor de una de más grandes aportaciones marianas jamás escritas
“Esto es lo que pedís de mí, que yo ame a Dios; pues bien, esto mismo es lo que os pido: obtenedme la gracia de amarle y de amarle siempre. Este es el único deseo de mi corazón. Amén”.
Así culmina una de las más preciosas oraciones que forman parte de Las Glorias de María, la magistral obra de san Alfonso María de Ligorio.
Este libro recoge una profunda recopilación de la defensa mariana, junto a su opinión, destacando dos grandes verdades: la Virgen María es Madre del Redentor y es Madre de misericordia.
“¡De cuántos peligros, Reina mía, no me habéis librado? ¿Quién podrá enumerar las luces y misericordias que de Dios me habéis alcanzado? ¿Qué beneficios, qué honores habéis recibido de mí, para empeñaros en hacer tanto bien?
“Sólo vuestra bondad os ha movido a ello. Aunque yo diera por Vos toda mi sangre y mi vida, sería nada en comparación de lo que os debo, puesto que Vos me habéis librado de la muerte eterna y me habéis recobrado, como lo espero, la divina gracia. En una palabra, todo lo que tengo, por vuestras manos me ha venido».
“Señora mía, amabilísima, siendo tan miserable como soy, no puedo, en cambio hacer otra cosa más que alabaros siempre y amaros. No os desdeñéis de aceptar el amor de un pecador enamorado de vuestra bondad».
“Si mi corazón es indigno de amaros, por estar manchado y lleno de afectos terrenos, procurad, Señora, trocarlo, ya que lo podéis hacer. Unidme y estrechadme de tal manera con Dios, que no pueda jamás separarme de su santo amor».
“Esto es lo que pedís de mí, que yo ame a Dios; pues bien, esto mismo es lo que os pido. Obtenedme la gracia de amarle y de amarle para siempre. Este es el único deseo de mi corazón. Amén”.
Su trabajo Las Glorias de María es una de más excelsas aportaciones marianas jamás escritas.
Pero Alfonso escribió más de un centenar de obras (111) escribió Alfonso, incluyendo su Tratado de Teología Moral, entre los años 1753 y 1755.
Expulsado por su propia orden
Su escritura no surge como fruto de grandes placeres, sino en medio de profundos dolores, pues una pesada cruz acompañará al santo en su última década de vida.
Entonces tendrá que lidiar con momentos particularmente dolorosos, sufrimientos físicos y espirituales.
Son vanos sus intentos por lograr el reconocimiento de su congregación. Esta se verá afectada por amargas discusiones en su interior, que sólo acabarán tras su muerte.
Virtualmente ciego e incapaz de dirigir el grupo, será expulsado de la orden por él fundada al no haber leído un documento crucial antes de firmarlo.
Más tarde vendrá la decisión equivocada del papa Pío VI en 1780, sobre la que sin embargo guardará silencio.
Dios le concederá morir a la hora del Ángelus del 1 de agosto de1787. Cesan entonces las divisiones en su congregación y se reconocen los errores cometidos en su contra.
Así, los redentoristas obtienen el reconocimiento pleno y se expanden rápidamente por todo el planeta hasta tener presencia al día de hoy en unos 80 países.
San Alfonso María de Ligorio es uno de los santos que mayor influencia tuvo en la devoción a la Santísima Virgen.
Su comentario de la Salve Regina es una dulce explosión de amor que la muestra como Madre y como Reina, exaltando su condición de misericordiosa y “esperanza nuestra”.
Te puede interesar: Oración de san Alfonso María de Ligorio al Santísimo Nombre de María
Doctor de la Iglesia
Fue beatificado en 1816 y canonizado en 1831. Le proclamaron Doctor de la Iglesia en el año 1871.
Su libro está cargado de ejemplos: 130 formas sencillas de explicar grandes y algunas veces complejas verdades.
41 cierran los capítulos y los párrafos, mientras que 89 forman parte de colección de varios ejemplos sobre la Virgen María.
Alfonso tardó 16 años en redactar Las Glorias de María, en las que hace impecable gala de los honores de la Madre de Dios y destaca la noble piedad mariana, así como su poder de intercesión.
Comenzó a escribirlo cuando tenía 38 años de edad y lo terminó a los 54. A lo largo de sus años fue perdiendo los sentidos de vista y oído.
«Cuánto amor a Dios»
“Soy medio sordo y medio ciego, pero si Dios los quiere más, lo acepto con gusto”, decía.
El santo visitaba a diario el Sagrario. Al estar junto a él, decía: «¿Jesús, me oyes?«.
Y a los hermanos que le acompañaron durante su vejez, les interrumpía con frecuencia para increpar:
«¿Ya rezamos el Rosario? Perdonadme, pero de ello depende mi salvación».
Estando en “avanzada edad, casi sin vista, tenía a su cuidado un hermano coadjutor que lo consolaba leyéndole libros espirituales.
Entusiasmado una vez el viejecito Alfonso al oír leer algunas páginas, interrumpió diciendo: ‘Diga hermano: ¿qué libro es ése? ¡Cuán precioso es! ¿Quién lo ha escrito? Qué suavidad. ¡Cuánto amor a Dios, a María y a las almas! ¿Y cómo se llama su autor?’
–El hermano se le acercó un poco más y cerrando el libro y leyendo su portada le dijo: ‘El libro se llama: Las Glorias de María, y su autor es Alfonso de Ligorio’.
Al venerable anciano oír aquella noticia se le enrojeció el rostro de emoción, ruborizado de haber alabado de tal manera su propia obra”, señala el libro.
Más tarde el santo dirá:
“¡Oh, María! Espero salvarme con entera certidumbre por vuestro medio. Rogad a Jesús por mí; no os pido otra cosa.
Vos me habéis de salvar, porque sois mi esperanza. Entre tanto, no cesaré de repetir estas consoladoras palabras: ¡Oh María, esperanza mía; Vos me habéis de salvar!”.
¿Tienes un amigo ateo?
3 pilares sobre los que se debe forjar una amistad entre un católico y un ateo
Conozco a mi mejor amiga desde que cursábamos el primer grado en el colegio. Desde siempre hemos tenido maneras muy diferentes de ver la realidad. Ella está a favor del aborto y piensa que la castidad es una idea medieval. Yo creo que la vida humana debe respetarse desde la concepción y procuro, si la gracia de Dios me sostiene, por supuesto, llegar virgen al matrimonio.
Ella recupera su paz interior practicando yoga o meditación budista. Yo la encuentro cuando rezo el rosario o visito el Santísimo. Ella no recuerda cuando fue la última vez que pisó una iglesia y yo, no puedo pasar un domingo sin ir a Misa y comulgar.
Las diferencias también nos han hecho inseparables
Las conversaciones más profundas, sobre nuestras alegrías, tristezas, miedos y sueños, tienen lugar durante incontables horas en nuestros restaurantes favoritos de la ciudad. Delante de ella, no me da vergüenza mostrarme tal y como soy, con todo lo sensible, dramática, redundante y hasta mal educada que puedo ser algunas veces.
Como diría Antoine de Saint-Exupéry: «Junto a ella no tengo que justificarme ni defenderme, no tengo que demostrar nada (…) más allá de mis torpes palabras, por encima de los juicios que puedan desorientarme, ella ve en mí, simplemente, a una persona».
Hace un rato, le pregunté por WhatsApp por qué, según ella, nuestra amistad siempre se ha mantenido libre del miedo a ofendernos por el choque de nuestras opiniones y creencias. Sobre todo ahora que ya no somos unas niñas. En una nota de voz, comenzó contándome que acababan de enseñarle sobre el Concilio Vaticano II, en un curso obligatorio de teología en la universidad. A pesar de todos los argumentos que sostiene en su contra, dijo que admiraba que la religión católica fuera la primera en dar un paso hacia la reconciliación con las demás, e incluso, con aquellos que, como ella, no terminan de creer en Dios.
«Tú eres de ese tipo de creyentes, —dijo ella para mi gran sorpresa—. No me excluyes por pensar distinto. Para ti, que sea diferente, no significa que sea mala. Me encanta conversar contigo porque nos nutrimos mutuamente de distintos puntos de vista. Creo que no llegamos a ofendernos porque, más allá de la religión, compartimos los mismos principios y valores o, como se dice en ética, el mismo código de conducta.
Al final, somos almas buenas que quieren lograr lo mejor para la humanidad. Y no sé, para mí siempre va a ser más lo que nos une. Siempre vas a estar cerca de mi corazón… porque sí. Te quiero. Eres mi amiga y te acepto como eres». Sin darme cuenta, cuando terminé de escucharla, estaba derramando unas cuantas lágrimas.
La amistad no dede tener condiciones
Cuántas veces, los que creemos en Dios, nos cohibimos de ser transparentes con lo que pensamos ante nuestros amigos ateos, agnósticos o anti Iglesia, por miedo a ofenderlos. Acabamos en pleitos terribles con ellos, porque no quieren aceptar las enseñanzas y verdades de fe. A veces, olvidamos que la amistad debe ser auténtica y libre de condiciones, no un contrato social con cláusulas por cumplir, sobre qué se debe hacer o decir. Por otro lado, como diría Juan Pablo II, «… la Iglesia no está llamada a imponerles la fe a los que no creen, sino a proponérsela desde el amor y la caridad».
Tal como lo hizo Jesús. Creo que, si queremos vivir nuestras creencias sin miedo ante aquellos amigos que no las comparten, hay tres aspectos que no podemos olvidar.
1. La humildad
Las personas no creen en Dios por incontables motivos, pero creo que el más significativo en nuestros tiempos, es el que menciona un apartado de la constitución pastoral Gaudium et Spes, justamente del Concilio Vaticano II: «…en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión».
Basta con ver las noticias en Estados Unidos, Europa o América Latina. Las denuncias contra sacerdotes, por perpetrar abusos físicos, psicológicos y sexuales contra niños y adultos inocentes, son incontables. Reconocidos políticos, que asistieron a procesiones o marchas y se dejaron fotografiar con niños pobres u obispos, mostrándose como fervorosos creyentes, hoy enfrentan juicios serios, porque usaron el poder para satisfacer sus ambiciones y llenarse los bolsillos de dinero, de la mano con la corrupción.
También, estamos los creyentes que, siendo desconocidos para la opinión pública, terminamos causando el mismo escándalo. Sobre todo cuando nos golpeamos el pecho cada domingo en misa, jactándonos de que Dios existe y es amor, mientras en lo cotidiano de cada día, miramos por debajo del hombro a los marginados o a quienes no nos agradan por ser diferentes.
Por supuesto que hay honrosas excepciones de creyentes ejemplares. Pero necesitamos ser humildes para aceptar que nuestros amigos y todos aquellos que no creen en Dios, han encontrado en nuestros pecados e incoherencias, razones de peso para alejarse de Él o no tener la intención de conocerlo.
2. El respeto
Los padres conciliares nos enseñan que nuestros amigos o cualquier persona que no crea en Dios, merece nuestro respeto siempre. El hecho de no ser creyentes o no aceptar las verdades de fe, no disminuye su dignidad como personas, porque es el mismo Dios quien la sostiene y la vuelve invaluable. En la Gaudium et Spes, también aseguran que cuanto más humana y caritativa sea nuestra comprensión íntima de su manera de sentir, mayor será la facilidad para establecer con ellos el diálogo.
Esto no significa volvernos indiferentes a la verdad para complacer a quienes no la aceptan o no la conocen, sino anunciarla de forma más saludable, para que no la sigan menospreciando. Además, hace poco, en una carta sobre la esperanza, el Papa Francisco dejó muy claro que tener siempre el valor de la verdad, no nos hace superiores a nadie:
«Aunque fueras el último en creer en la verdad, — nos exhortó el Sumo Pontífice —, no te apartes de la compañía de los hombres. Respetar implica también no juzgar ni condenar al otro. Es entender que cada persona tiene una historia personal (muchas veces dolorosa) que los llevó a expulsar a Dios de sus pensamientos y acciones. Estar en desacuerdo con ellos no nos da ningún derecho a rechazarlos, porque a los ojos del Padre, tanto creyentes como no creyentes, somos infinitamente valiosos, aun cuando nos alejamos de Él».
3. El amor
Nuestros verdaderos amigos —sean ateos, agnósticos o anti Iglesia—, sabrán aceptar una parte tan importante de nuestra vida como es la fe. No porque estén de acuerdo con ella, sino porque nos aman, tal y como somos.
Lo que más me conmueve en una amistad, es ser testigo de cómo el amor nunca se detiene, a pesar de los obstáculos que se puedan presentar. Para mí, es un reflejo vivo de cómo Dios nos ama y, por consiguiente, de cómo estamos llamados a amar, sobre todo a quienes no lo conocen.
Hacer apostolado no solo significa lograr que nuestros amigos que no creen en Dios, se conviertan. Es también —y por sobre todas las cosas— amarlos incondicionalmente y hasta el extremo, incluso si eligen rechazar la fe. Jesús nos dio el ejemplo al entregar su vida en la cruz también por ellos, aunque no creyeran en Él ni aceptaran sus enseñanzas.
Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos (Jn 15,13) y amarlos como Él lo hizo, es la prueba viviente que les daremos sobre la existencia de un Dios que los ama a ellos también.