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Rosendo (Rudesindo), Santo

Obispo, 1 de marzo

Por: Alban Butler | Fuente: Vida de los Santos

 

Martirologio Romano: En Celanova, de Galicia, en España, san Rosendo (Rudesindus), antes obispo de Dumio, que cuidó de promover o instaurar la vida monástica en la misma región y, habiendo renunciado a la función episcopal, tomó el hábito monástico en el monasterio de Celanova, que después presidió como abad († 977).

Etimológicamente: Rosendo = “ gobernante glorioso”. Viene de la lengua alemana.

Fecha de canonización: En el año 1195 por el Papa Clemente.

Breve Biografía

San Rosendo pertenecía a una noble familia de Galicia. Según Esteban de Celanova, su biógrafo, la madre (Ilduara) se hallaba orando en la iglesia de San Salvador, en el Monte Córdoba, cuando recibió un aviso del cielo de que tendría un hijo.

Rosendo era un joven serio y devoto. Cuando la sede de Dumium (actualmente Mondoñedo) quedó vacante, el pueblo le eligió obispo. En vano alegó el santo que sólo tenía dieciocho años y que era inepto para el cargo; el pueblo insistió, y Rosendo se vio obligado a aceptar.

Su gobierno fue totalmente diferente del de su primo Sisnando, obispo de Compostela, quien descuidaba sus deberes y pasaba el tiempo en paseos y diversiones. la vida de Sisnando era tan escandalosa, que el rey Sancho le encarceló y pidió a Rosendo que tomase el gobierno de su diócesis; el santo tuvo que aceptar contra su voluntad.

En una ocasión, hallándose ausente el rey Sancho, los normandos cayeron sobre Galicia y los moros invadieron Portugal. San Rosendo se puso al frente del ejército y al grito de «algunos ponen su confianza en los carros de guerra y otros en los caballos, pero nosotros invocamos el nombre del Señor» (Sal 19,8), rechazó a los normandos hasta sus naves y obligó a los moros a retirarse a sus territorios.

Después de la muerte del rey Sancho, ocurrida el año 967. Sisnando se evadió de la prisión y, en la noche de Navidad, atacó a Rosendo y le amenazó de muerte si no abandonaba la diócesis. El santo no opuso resistencia, y se retiró al monasterio de San Juan de Caveiro, que él mismo había fundado. Allí permaneció hasta que, en una visión, recibió la orden de ir a fundar otra abadía en el sitio que le sería mostrado. Para gran gozo suyo, fue conducido al valle de Villar, que pertenecía a sus antepasados. Se trataba de una tierra «en la que abundaban las fuentes y que se prestaba para el cultivo de flores, cereales y verduras, como también para los árboles frutales». Allí erigió, en el curso de ocho años, el monasterio de Celanova.

Nombró superior a un santo monje llamado Franquila, y él mismo se puso bajo sus órdenes. Con la ayuda de su abad, construyó otros monasterios, a los que impuso la estricta observancia de la regla de San Benito. A la muerte de Franquila fue elegido abad. Su fama era tan grande, que los obispos y abades acudían en busca de su dirección y varios conventos se pusieron bajo su jurisdicción.

 

 

Su biógrafo habla de numerosos milagros: el santo curó a muchos epilépticos y endemoniados, devolvió la vista a varios ciegos y su intercesión obtuvo la restitución de bienes robados y la liberación de cautivos. El mismo Esteban de Celanova comienza su catálogo de milagros narrando una experiencia personal: «Siendo muy joven, mis padres me destinaron a los estudios literarios. Para escapar de las dificultades de la escuela, acostumbraba yo ir a esconderme en el bosque. Como me mostraba irreductible, a pesar de que me vigilaban muy de cerca, mi maestro fue, por divina inspiración, a la tumba de san Rosendo, encendió un cirio y rogó a Dios que, si realmente me había escogido para la vida religiosa, me atase con los lazos de la virtud y abriera mi inteligencia al estudio. Según me decía con frecuencia mi maestro, a partir de ese momento empecé a ser más dócil y, no mucho después, tomé el hábito religioso en el mismo monasterio». San Rosendo fue canonizado en 1195 o 96.

 

 

De todos modos, no es del todo seguro que el monje Esteban haya escrito realmente la biografía que se le atribuye; en todo caso, vivió dos siglos después de San Rosendo. Casi todos los documentos y milagros publicados por los bolandistas en Acta Sanctorum, son posteriores a la muerte del santo. Es muy oscura la relación de san Rosendo con las diócesis de Dumium y Compostela, y es muy difícil determinar si no se había retirado ya a Celanova antes de que el rey le llamara a gobernar la sede de su primo.

 

 

Corazón pobre e inquieto

Santo Evangelio según san Marcos 10, 28-31. Martes VIII del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

 

Jesús, una vez más me tienes aquí, en tu presencia. Me conoces y Tú sabes mis necesidades. Te suplico que me regales aquello que más necesito y que quizá no me atrevo a pedirte. Deseo mirar todo como Tú, llegando incluso a reconocer como un don de tu mano amorosa las dificultades e, incluso, el mismo dolor. Dame la gracia de querer lo que Tú quieres. Sólo deseo que mi vida te haga sonreír.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Marcos 10, 28-31

En aquel tiempo, Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte”.

Jesús le respondió: “Yo les aseguro: Nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, en esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna. Y muchos que ahora son los primeros serán los últimos, y muchos que ahora son los últimos, serán los primeros”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

Amada alma:

Ven. Soy yo, tu Creador. No tengas miedo de dejarlo todo. Te creé para mí, para que llegaras a estar conmigo… para que me amaras y, amándome, encontraras tu felicidad.

Date cuenta que esa sed de infinito que sientes en tu interior nunca la saciarás con una infinidad de cosas, sino con mi amor infinito. Tienes un corazón inquieto, pues te lo he dado para que me busques. No descanses hasta encontrarme.

Corre. Vuela. Ven. Deja todo lo que no soy Yo. Búscame a Mí. De hecho, aunque no lo hayas sabido, siempre me has buscado: cada vez que le pedías al mundo, a los placeres o a ti mismo la plenitud que sólo Yo te puedo dar, ya me buscabas. Ahora sólo te pido que me busques donde realmente me encuentro. Ven. Búscame…y del resto me encargo Yo.

No te prometo ni una vida más fácil ni una más cómoda…no… Te prometo una vida plena, gozosa…feliz. Ven. No tengas miedo. Yo te amo y te daré todo lo que necesitas. No siempre te será agradable y a veces no entenderás… pero si confías te darás cuenta que aun en las situaciones que se te antojen más negras, nunca te faltará la luz de mi amor. Ven. Corre. Vuela. No te detengas. No tengas miedo de dejarlo todo. Déjame todos tus odios, rencores, impurezas… todas tus heridas, déjalas en mis manos y Yo las curaré. Ven. Corre. Vuela. Yo te amo. Eres mi mejor creación. Sé que lo harás bien. Confío en ti. Atte. Jesús.

 

«Que feo es -indicó el Papa- ver a un cristiano, sea laico, consagrado, sacerdote, obispo, cuando se ve que busca dos cosas: seguir a Jesús y a los bienes, seguir a Jesús y al mundanismo. Esto es un anti-testimonio que aleja a la gente de Jesús. Prosigamos ahora con la celebración eucarística pensando a la pregunta de Pedro: ‘Hemos dejado todo, ¿cómo nos pagarás?’ Y pensando a la respuesta de Jesús. El pago que nos dará es asemejarnos a Él. Este será el ‘sueldo’. ¡Un gran sueldo, asemejarnos a Jesús!”». (Homilía de S.S. Francisco, 26 de mayo de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Para recordar poner en orden todas las cosas de mi vida, hoy voy a «ayunar» (no usar) de las redes sociales.

 

 

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

La vida temporal y la vida eterna

La muerte es una separación del cuerpo y del espíritu por desfallecimiento de aquél. Durante la vida temporal, el hombre debe prepararse para la eterna.

 

 

El cristianismo, una religión de milagros y de misterios.

Hay dos errores gravísimos: el de instalarse cómodamente en la vida del tiempo, haciendo del camino fin y de lo provisional definitivo, comprometiendo así gravemente la vida en la eternidad; y el obsesionarse hasta la obnubilación con la vida eterna, de tal modo que, en un quietismo antivitalista, olvidemos que es aquí, en la vida temporal, donde hemos de definirnos para aquélla.

Es en el tiempo donde nos definimos para la salvación o la condenación eternas. Y es al fin del tiempo cuando ha de producirse el examen individual sobre el amor, es decir, sobre las obras, porque obras son amores y no buenas razones.

El milagro prueba el señorío de Dios sobre el orden de la naturaleza por El creado, que rompe o interrumpe.

El misterio prueba el señorío de Dios sobre la Verdad, que, sin dejar de serlo, el hombre, por sí solo, no puede ver en muchas de sus parcelas, necesitando que El se las revele.

 

Centrando nuestra atención en lo mistérico, para percibir y percatarse de la Verdad que oculta, hace falta, con la Revelación, una fuente de conocimiento más alto que la de los sentidos, y aún más alto que la que nos proporciona la razón. Esa fuente más elevada de conocimiento se llama la fe.

Si la luz de Dios -Lumen Dei- permite al bienaventurado contemplar intuitivamente, hacienda innecesaria la luz de los sentidos, la luz de la razón y la luz de la fe el hombre, en tanto esa bienaventuranza no llegue, aquí, en el tiempo y en el espacio, necesita para su andadura correcta, para no tropezar o para rehacerse del tropiezo, alumbrarse con la llama triple de los sentidos, de la razón y de la fe.

También el cristianismo, por ser mistérico, aunque parezca contradictorio no lo es, porque lo contradictorio no puede concordarse, mientras que lo paradójico explica y concuerda en su contexto lo que, en principio, es decir, a primera vista, se presenta como discordante, inconciliable y antinómico.

Hay , así , paradoja y no contradicción en frases conocidas como éstas: «los últimos serán los primeros», «el que se humilla será ensalzado»·, «mi paz os dejo, pero he venido a traer la guerra», «dichosos los que padecen», «el que quiera salvar su vida la perderá,….»

 

La suprema paradoja -y no contradicción, como veremos- no está en unas palabras, sino en un hecho clave. Cristo, Maestro de la Verdad, dice de Si mismo: «Yo soy la Vida»; y sin embargo, la Vida encarnada muere en la Cruz.

A este hecho clave hemos de llegar si con la luz de los sentidos, de la razón y de la fe, nos acercamos a la vida y a la muerte, como problema esencial de todo hombre; y, como un derivado, al derecho a vivir de coda hombre en su etapa histórica en la que vosotros y yo nos encontramos.

La muerte, como destrucción orgánica, es un fenómeno psicosomático, que transforma el cuerpo animado en cadáver, al estar desprovisto de animación. Un cadáver, durante algunas horas, como por inercia, mantiene la configuración corporal; y hay cadáveres que, artificialmente -embalsamamiento y momificación- o sobrenaturalmente -cadáveres incorruptos de algunos santos-, la conservan por tiempo indefinido. Pero, en cualquiera de los casos, allí no hay cuerpos, sino cadáveres.

Pero la muerte, en el hombre, es algo más que un fenómeno psicosomático, que puede homologarse con la muerte de otros seres vivos creados. la muerte en el hombre es un fenómeno metafísico, sobrevenido porque el hombre, siendo naturaleza creada, es sobrenaturaleza. El hombre, enmarcado en, y fruto de la tarea creadora genesíaca, aparece como un ser sobrenatural en un doble sentido: por una parte, se le proclama rey de la creación, destinado a dominarla -por lo que está sobre ella-, y por otra, el aliento de vida que le da el ser es un aliento divino eternizante y, por ello cualitativamente distinto e infinitamente superior al del resto de todo lo creado.

El hombre, criatura-eternizada, no fue, ni siquiera originariamente, criatura glorificada, pero el aliento divino de vida, que al espiritualizarle lo eternizó, hizo tránsito a su envoltura corporal, que de suyo, de por sí, hubiera estado sujeta a la muerte. El hombre del paraíso era un hombre inmortalizado la muerte en el hombre es un acontecimiento metafísico sobrevenido. la muerte de la carne es el fruto de la desobediencia de su espíritu libre, el Haftuag que dirían los alemanes, la responsabilidad hecha castigo por la Schuld, es decir, por la culpa.

 

 

Por eso, yo acojo con ironía el esfuerzo de algunos defensores, incluso en el campo católico, de la teoría de la evolución, con su lista más o menos imaginaria de los antropoides intermedios. Para mí, lo que teológica e históricamente se ha producido en la humanidad es, en cierto modo, una involución, una degradación, un retroceso. No es que el antropoide, en un momento y en un lugar indeterminados, se haya convertido en hombre, con la posición erecta -bípedo implume- y el ensanchamiento de su ángulo facial, sino que el hombre inmortalizado, con inteligencia diáfana y voluntad firme, al rebelar libremente su espíritu contra Dios, privó a su alma, no de su eternización -porque el espíritu no perece-, pero Si de su glorificación, y a la carne de su inmortalidad. Reducida la carne a sí misma, inutilizada por el pecado la fuerza inmortalizante del espíritu, el cuerpo del hombre quedó aprisionado por el deterioro y el desfallecimiento de la naturaleza creada que, en principio, iba a dominar. Por el pecado, la naturaleza le dominó y sometió la carne -sólo naturaleza de por sí- a su propia ley de finitud.

A luz de la fe proyectada sobre la muerte del hombre, sobre su reencuentro con la tierra, de cuyo barro se formó su carne, sobre la reconversión en polvo de lo que no era más que polvo, nos conduce desde la promesa del Paraíso que se perdió al cumplimiento histórico y metahistórico de la misma promesa. El vástago de José anunciado en el Génesis, próximo para Isaías, recordado en el Adviento que acaba de comenzar, vine a destruir el pecado y con el pecado su fruto, que es la muerte.

 

Esa victoria la consigue la Vida encarnada muriendo, y muriendo en la Cruz. A partir de ese instante, la muerte cobra, con significado distinto, otra valencia sobrenatural. No deja de ser un fenómeno psicosomático, no deja de ser salario del pecado, no deja de ser guadaña segadora, pero es, al mismo tiempo, para el hombre en gracia, que ha escondido su vida en Cristo y muere en El y con El, llave del Paraíso y porta coeli, puerta del cielo. Pero hay algo más. En el Símbolo de la Fe decimos que «creemos en la resurrección de los muertos»,. la conversión de la guadaña en llave del muro que cierra en pórtico que se abre, es una realidad esperanzada para el cuerpo, que recobrará su incorruptibilidad y será inmortalizado y glorificado. Cuando se consume la victoria sobre la muerte, victoria que tuvo su principio y tiene su garantía en Cristo resucitado, con los ojos del cuerpo, que ahora no pueden ver a Dios, traspasados por el lumen gloriae, se podrá contemplar en Dios lo que El ha preparado para el gozo del hombre.

Todo esto nos lleva a lo que podríamos llamar una nueva visión de la muerte, de la vida y del status viatoris que discurre desde que la vida temporal se inicia hasta que la vida temporal concluye.

Nueva visión de la muerte: Aunque la muerte en el hombre no deje de ser la obra del Maligno, que por odio a la vida la introdujo en la humanidad; aunque la muerte vaya despertando como vivencia acosadora conforme transcurren los años y se advierta su cercanía; aunque la vivencia de la muerte produzca pánico, por lo que pueda implicar de dolorosa y de tránsito a lo desconocido, repugnancia por instinto de conservación, rebeldía ante lo que puede interpretarse como inhumano, tristeza amarga como frustración del ser, resignación estoica ante la imposibilidad de evitarla, todo ello en el cristianismo es superable, porque su visión de la muerte, sin ignorar esas reacciones, las supera.

 

Para el cristiano, que mira la muerte no sólo con la luz de los sentidos y de la razón, sino con la luz de la fe, la muerte no aniquila el ser. La muerte es una separación, una despedida del cuerpo y del espíritu por desfallecimiento de aquél. La despedida no es para siempre. No es un adiós, sino un hasta luego. Lo tremendo del hombre no es que muera de verdad, sino que, aun deteriorándose y pulverizándose el cuerpo, el hombre -su yo personal identificante- no muere nunca.

Nueva visión de la vida: la vida del hombre es lineal, pero ascendente.

En ella hay, no uno, sino dos alumbramientos; y ambos son dolorosos, porque la redención del hombre y la vida histórica del hombre están signadas por el dolor. El primer alumbramiento es el parto. Por el parto, el hombre ve la luz del mundo. Por el parto se da a luz en el tiempo; y la separación del claustro materno es dolorosa para la madre y para el hijo; y dolorosa hasta el derramamiento de sangre. Por el segundo alumbramiento, se pasa a la luz de la eternidad. Este nuevo dar a luz es también separación dolorosa, porque hay dolor en el cuerpo, que siente su desanimación progresiva, y en el alma, que, al irse desprendiendo de la nebulosa de los sentidos, con todas sus potencias en vigor, tiene conciencia nítida del desgarro. El dolor de este alumbramiento es más profundo que el del primero, porque incide en la más íntima radicalidad del ser. De alguna manera podría recordarlo la separación de la uña de la carne, a que se refería doña Jimena al separarse del Cid, o la frase de Antonio Rivera, nuestro «Angel del Alcázar»: «¡Me estoy muriendo!»

Ahora bien; si la muerte es otro alumbramiento, como el del trigo que se pudre para hacerse espiga, o el gusano de seda que, luego de hacer su capullo, lo rompe y, alado, se hace mariposa, o el del hierro que, en la fragua, incandescente y cincelado y forjado, se convierte en obra de arte, la muerte no es una pérdida, sino una ganancia, como dice San Pablo, y todas aquellas reacciones, pánico, repugnancia, rebeldía resignación, se hacen deseo. Nadie como Teresa de Jesús manifiesta ese deseo, no de morir como huida, como olvido o como descanso, sino como anhelo de usar la llave y de abrir la puerta de la Vida, de morir precisamente para vivir. El desasosiego de morir por no morir florece en los versos famosos: «Y en tal alto Vida espero, que muero porque no muero.»

Nueva visión del status viatoris: En el aquí y ahora de la primera etapa vital, el hombre, a la luz de la fe, no contempla lo que ha de sucederle como una prolongación sino dio de aquélla; como un estirón sin final del tiempo; como un tiempo con prórroga interminable. El tiempo de la eternidad ya no es tiempo. Y el parto segundo de la muerte no es una prolongación longitudinal, sino una ascensión cualitativa.

 

 

En el itinere histórico el hombre transcurre en él ahora-tiempo, y, como señala Zubiri, desde un instante hacia un algo. El «ahora temporal» navega sobre el «siempre eterno»; y ese ahora comprende para el hombre desde su concepción hacia y hasta su muerte corporal. En ese ahora, el hombre se va configurando, conformando, definiendo y haciéndose definitivo, de tal forma que configurado, conformado y definido, es decir, consumado definitivamente, llega con su alma, al morir el cuerpo, a la eternidad.

La Parusía, que es la exaltación jubilosa, del triunfo final de Cristo, supone la absorción del tiempo por la eternidad, la inmortalidad gloriosa del cuerpo humane y la transformación de la naturaleza en una tierra y en un cielo nuevos.

Siendo esto así, para un cristiano la etapa histórica de su vida es una preparación y una provisionalidad. Durante ella ha de procurar ir definiéndose, es decir, preparándose y equipándose para la eterna. El ahora ha de estar en función del siempre, y el camino y el quehacer del camino han de concebirse en función de la meta.

Caben aquí, sin embargo, dos errores gravísimos: el de instalarse cómodamente en la vida del tiempo, haciendo del camino fin y de lo provisional definitivo, comprometiendo así gravemente la vida en la eternidad; y el obsesionarse hasta la obnubilación con la vida eterna, de tal modo que, en un quietismo antivitalista, olvidemos que es aquí, en la vida temporal, donde hemos de definirnos para aquélla.

Es en el tiempo donde nos definimos para la salvación o la condenación eternas. Y es al fin del tiempo cuando ha de producirse el examen individual sobre el amor, es decir, sobre las obras, porque obras son amores y no buenas razones.

Con esta perspectiva, debemos asomarnos a la cuestión actualísima como ninguna de la muerte y de la vida temporales. Una y otra se contemplan desde la luz de los sentidos y de la razón, pero, sobre todo, a la luz de la Verdad revelada y, por tanto, de la fe: la fe objetiva, como haz de verdades, y la fe subjetiva, como virtud teologal.

La vida y la muerte temporales, en función de la Vida o de la muerte eternas, se contorsionan en la ley, en las costumbres y en la conciencia individual y colectiva. Ahí donde la vida está amenazada, allí el cristiano ha de comparecer para dar testimonio de la verdad, aunque el testimonio conlleve persecución y sacrificio.

 

 

Trabajar para erradicar causas de los fundamentalismos

A un año del Viaje Apostólico a Iraq el Papa recibió en audiencia a una delegación.

 

 

Es necesario trabajar para erradicar las causas profundas de los fundamentalismos que arraigan más fácilmente en contextos de pobreza material, cultural y educativa, y que se alimentan de situaciones de injusticia y precariedad, como las que dejan las guerras. Así, el Papa Francisco, al recibir a una delegación de representantes de diferentes iglesias cristianas de Iraq, indicó nuevamente la vía del diálogo interreligioso como “camino de fraternidad hacia la paz”.

No se puede imaginar Iraq sin cristianos

El Pontífice, que inició su discurso recordando que estas tierras son “tierras de inicios” de las antiguas civilizaciones de Oriente Medio, de la historia de la salvación, de la vocación de Abraham y de los cristianos, hizo presente, como narra la historia bíblica, que también son tierras de “exiliados”. Algo no “ajeno” a la situación actual y que el Papa remarcó al afirmar que “que no es posible imaginar a Iraq sin cristianos”.

Con pleno reconocimiento por la labor de las Iglesias que “a través de las relaciones fraternas han establecido muchos vínculos de colaboración”, el Sumo Pontífice animó a los representantes de las Iglesias cristianas a que “a través de iniciativas concretas, del diálogo constante” y del “amor fraterno”, se realicen pasos hacia la plena unidad.

 

 

Puesto que Iraq “tiene la vocación de mostrar, en Oriente Medio y en el mundo, la coexistencia pacífica de las diferencias”, citando la declaración conjunta realizada con el Catolicós-Patriarca Mar Gewargis III en 2018, el Papa exhortó a no dejar nada “sin probar” para que los cristianos sigan sintiendo que Iraq es “su casa” y que son “ciudadanos de pleno derecho, llamados a aportar su contribución a la tierra en la que han siempre vivido”.

El diálogo mejor antídoto contra el extremismo

Hoy por hoy es “indispensable”, según el Pontífice, la vocación de “comprometerse para que las religiones estén al servicio de la fraternidad”. El camino del diálogo interreligioso, subrayó, «no es una cuestión de mera cortesía”, de “negociación” ni de “diplomacia”, sino que “va más allá”: se trata de “un camino de fraternidad hacia la paz”, a menudo agotador pero que “especialmente en estos tiempos”, Dios “pide y bendice”.

El diálogo, que para Francisco es “el mejor antídoto» contra el extremismo que amenaza gravemente la paz, va acompañado de un trabajo destinado a erradicar “las causas profundas de los fundamentalismos, de esos extremismos que arraigan más fácilmente en contextos de pobreza material, cultural y educativa, y que se alimentan de situaciones de injusticia y precariedad”, como aquellas dejadas por las guerras que han afectado al país.

 

 

“Su país – aseveró el Papa antes de concluir llamando a no apartar la mirada de Jesús, Príncipe de la Paz – tiene su propia dignidad, su propia libertad, y no puede ser reducido a un campo de guerra”.

“Pidamos a la Santísima Trinidad, modelo de la verdadera unidad que no es uniformidad, que fortalezca la comunión entre nosotros y entre nuestras Iglesias. Así podremos responder al deseo de corazón del Señor de que sus discípulos sean «uno» (Jn 17,21)”.

 

 

Martes de Carnaval, Miércoles de Ceniza

Debemos ser alegres, optimistas, cantar, bailar pero sin olvidar lo trascendental que es nuestra existencia

 

 

El carnaval, como todos sabemos, es una fiesta popular que consiste en mascaradas, comparsas, bailes y regocijos bulliciosos.

Son tres días que preceden al miércoles de ceniza y que en muchos lugares ya son de ocho días, toda una semana y hasta diez y doce días. Es una expansión que nos atrae y nos envuelve en su loca alegría, un tanto disparatada y desbordante, quizá por el hecho de vivirla en la incógnita de un disfraz y un antifaz enigmático… Esta especie de desbordamiento festivalero nos trae a la mente el deseo de todo ser humano de desembarazarnos de las preocupaciones, de aligerar nuestros hombros de la carga de obligaciones cotidianas y de dar «rienda suelta» al placer y a la alegría. Pero … ¡cuidado ! pues pudiéramos caer en la inmadurez de llegar a creer que la vida es semejante a un carnaval… Y así vamos por el mundo tratando de mostrar un rostro y un ropaje que no son los verdaderos. Parece que somos una cosa y somos otra en realidad.

 

 

¡ Cómo nos cuesta llevar el rostro descubierto y mirar a los ojos a nuestros semejantes!. Nos vamos dejando arrastrar por el torbellino de las comparsas, por la inconsciencia, un poco infantil del que baila, ríe y canta y no sabe ni por qué, pero ahí vamos… y de repente al doblar una esquina nos encontramos cara a cara con la enfermedad, con el dolor, quizá con la muerte.

Debemos ser alegres, optimistas, cantar, bailar y reír pero sin olvidar lo trascendental que es nuestra existencia aquí en la Tierra. Bien claramente podemos ver un simbolismo en el hecho de que después de los días de carnaval, aparece el miércoles de ceniza.

 

 

Para los católicos es el Día, es la puerta que se nos abre para que durante cuarenta días hagamos penitencia y oración. Esta penitencia y oración no es para que aparezcamos ante los ojos de los demás con caras largas y tristes. » Cuando ayunes, úngete la cabeza y lava tu cara para que no vean los hombres que ayunas, sino tu Padre que ve en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará » ( Mt.6 16-18 ).

La Cuaresma tiene que ser un tiempo de sacrificio y de entrega como preparación para la gran fiesta de la Pascua. El cristiano puede poseer la alegría más profunda y verdadera, la que jamás termina, porque cree en Dios, ama a Dios y espera en Dios

Empecemos pues, con el mejor de los ánimos, alegres y comprometidos, una cuaresma de más intimidad con Dios, por el cauce de la oración y el sacrificio que desembocará en la Pascua o Resurrección de Jesucristo y que nos llenará de una gloriosa alegría.

 

 

Cómo el primer día de la Cuaresma se convirtió en Miércoles de Ceniza

El austero rito del miércoles de ceniza se celebra al menos desde el siglo XI aunque sus orígenes se remontan al Antiguo Testamento

 

 

«Polvo eres y al polvo volverás». Millones de personas en todo el mundo escucharán hoy estas palabras del libro del Génesis o la invitación a arrepentirse y creer en el Evangelio, al tiempo que se les impone una cruz de ceniza en la frente. Atrás queda el carnaval. Ya se ha enterrado la sardina. El miércoles de ceniza abre el tiempo de reflexión de la Cuaresma, «un camino de conversión, de lucha contra el mal, con la fuerza de la oración y de la misericordia», según ha recordado el Papa Francisco.

 

Es día de ayuno para los católicos de entre 18 y 59 años y abstinencia de carne para los mayores de 14 años, en un ejercicio de desprendimiento. «La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza», señala el Pontífice en su mensaje para la Cuaresma 2014 en el que añade: «No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele».

 

El austero rito del miércoles de ceniza se celebra al menos desde el siglo XI aunque sus orígenes se remontan al Antiguo Testamento. La ceniza, del latín «cinis», tenía ya un sentido simbólico de muerte y caducidad, así como de humildad y penitencia. Jonás 3,6 describe la conversión de los habitantes de Nínive con ceniza. Rociarse la cabeza con cenizas manifestaba el arrepentimiento y la voluntad de convertirse en la tradición judía. En muchas ocasiones la ceniza se unía al «polvo» de la tierra. «En verdad soy polvo y ceniza», dice Abraham en Génesis 18,27.

La Cuaresma comenzaba para la Iglesia primitiva seis semanas antes de la Pascua de forma que sólo había 36 días de ayuno, ya que los domingos se excluían. Para imitar el ayuno de Cristo en el desierto se agregaron en el siglo VII cuatro días antes del primer domingo, hasta el miércoles.

 

En los primeros siglos de la Iglesia, quienes querían recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo eran salpicados de ceniza y se vestían con un sayal el primer día de Cuaresma mostrando así su voluntad de convertirse. Debían mantenerse lejos hasta la Semana Santa. Estas prácticas cayeron en desuso a partir del siglo VIII hasta el X, siendo sustituidas por el símbolo de la ceniza en las cabezas de todos los cristianos.

«No cabe duda que la costumbre de distribuir las cenizas a todos los fieles surgió de una imitación devota de la práctica observada en el caso de los penitentes públicos», señala la Enciclopedia católica.

Las cenizas resultan de la quema de las palmas del Domingo de Ramos del año anterior. En la bendición de las cenizas, que se rocían con agua bendita y luego se sahúman con incienso, se usan cuatro antiguas plegarias. El propio celebrante de la misa recibe las cenizas de algún otro sacerdote, generalmente del de mayor dignidad entre los presentes.

En épocas antiguas el rito de la distribución de las cenizas era seguido por una procesión penitencial, pero ya no está prescrito, recuerda la Enciclopedia Católica.

Esta tradición ha quedado como un simple servicio en la Iglesia anglicana y la luterana. La Ortodoxa comienza la cuaresma desde el lunes anterior y no celebra el Miércoles de Ceniza.

 

 

¡Mañana empieza la Cuaresma!

No olvides ir mañana a imponerte la ceniza: «Arrepiéntete y cree en el Evangelio»

 

El miércoles de ceniza, los buenos cristianos asisten a las iglesias a que les impongan la ceniza, al mismo tiempo que escuchan unas palabras: Arrepiéntete y cree en el Evangelio. Esas palabras explican el sentido de ese rito tan atrevido con el que da inicio la cuaresma. ¡Arrepiéntete!, se nos dice.

Hay tiempo de pecar y tiempo de convertirse. El tiempo de pecar suele ser muy largo. Todos pasamos por momentos malos, en que abandonamos el buen camino y nos adentramos en la mala vida. Incluso, podemos observar, cuando miramos hacia atrás, que hay un período en la vida en que nos hemos alejado mucho de Dios, de la Iglesia, de las buenas costumbres. Son esos días negros a los que no queremos mirar.

Pero hay también épocas buenas, en las que hemos sido capaces de hacer el bien, hemos estado en paz con Dios, con los demás y con nosotros mismos.

Si pudiéramos observar en una película nuestro mejor día vivido y nuestro peor día, nos asombraríamos de dos cosas: Primero: de cómo hemos bajado tanto. Quizá tendríamos que decir: «Nunca me imaginé que podía llegar a hacer lo que he hecho». Pero también nos asombraríamos de lo bien que nos hemos portado en nuestro mejor día; de tal forma que si todos los días de nuestra vida hubieran sido como ese día, podríamos ser contados entre los hombres verdaderamente buenos y honrados de este mundo.

 

De aquí podemos sacar la siguiente conclusión: el hombre puede, si se esfuerza, subir mucho, mejorar; o, por el contrario, bajar, corromperse, destruirse. El ser humano puede llegar a ser un ángel o un demonio.

Se cuenta que a la hora de buscar a un personaje que representara a Cristo en una película, eligieron a un joven que, por su vida y costumbres reflejadas en el rostro, parecía ser el más idóneo. Al pasar el tiempo se trató de buscar a alguien que representara el papel de Judas, y después de mucho buscar, encontraron por fin a un hombre que, por la expresión de su cara parecía el más acertado. Era el mismo hombre que un día representó el papel de Cristo. ¿Tanto había cambiado…?

 

En la cuaresma se nos invita a un cambio. Dios nos da la oportunidad de arrepentirnos. Es un tiempo de gracia en que Dios nos ofrece su perdón con especial generosidad.

Aún sabiendo que lo tenemos que hacer, preferimos seguir lo mismo, dejando para más adelante esa conversión, ese cambio de vida que nos cuesta tanto.

Un hombre dejó hasta los 31 años su cambio. Una vez cuando sus compañeros decían: «vamos a cambiar la vida, pero más adelante», el convertido les contestó: «Si alguna vez lo vas a hacer, ¿por qué no ahora?, y, si no lo haces ahora ¿por qué dices que lo harás más adelante? ¿Podrás? ¿Querrás hacerlo? ¿Tendrás tiempo?»

 

También de él es esta frase significativa: «Teme a Dios que pasa y que no vuelve». Dios suele pasar una y varias veces por nuestra vida, pero no tiene obligación de volver apasar. Por eso decía respetuosamente aquél, que primero no tenía ningún miedo ni respeto: «Teme a Dios que pasa y que puede no volver a pasar en tu vida».

 

 

San Félix III, padre y Papa en el siglo V

Luchó hábilmente contra la herejía que se extendía en Bizancio, y el arrianismo en el norte de África

 

 

Félix III fue Papa de la Iglesia entre los años 483 y 492 d.C.

Nació en la familia de senadores romanos Anicia. Era hijo de un sacerdote, estuvo casado y tuvo dos hijos antes de ser Papa.

Su tarea fundamental como Papa fue defender la doctrina contra varias herejías.

Inmediatamente después de su elección, negó el “henotikon”, un edicto del emperador de Bizancio que parecía aprobar tanto la doctrina ortodoxa emanada del concilio de Calcedonia (año 451) como la herejía monofisita. El monofisismo afirma que en Jesús solo está presente la naturaleza divina pero no la humana.

Félix III envió a dos obispos a Alejandría para que el patriarca Acacio también defendiera la ortodoxia y anulara el nombramiento de Pedro el Notario como patriarca, porque era hereje.

Lamentablemente, tanto Acacio como los obispos enviados se hicieron monofisitas y la situación llegó a provocar el Cisma acaciano, que duraría 35 años.

En cambio, en la zona del norte de Áfricapudo contener la persecución contra los cristianos, porque logró la ayuda del emperador Zenón. Este lo apoyó luchando contra los vándalos, que eran arrianos.

Al Papa se le planteó entonces qué hacer con los cristianos que habían renegado de su fe y se habían hecho arrianos pero más tarde querían regresar a la Iglesia.

Félix convocó un importantesínodo en el año 487, en el que se establecerían las condiciones de estos cristianos.

Cinco años más tarde, el 1 de marzo del año 492, falleció.

Oración

Danos, Señor, Papas santos, que sepan conducir a tu pueblo. Dales los dones del Espíritu Santo para que sean sabios y fuertes en sus decisiones.

Regálanos humildad para seguir al Papa poniendo nuestra inteligencia y nuestra voluntad al servicio de Dios.

Que sepamos obedecer con prontitud y alegría, y que nunca dejemos solo al Papa en su tarea. Que él cuente cada día con nuestra oración y nuestro sacrificio ofrecidos por su persona y su misión. Te lo pedimos por la intercesión de san Félix III, Papa. Amén.