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• Luke 2:22-35

Amigos, el Evangelio de hoy nos cuenta la historia de la Presentación de Jesús en el templo.

 

La Presentación de Jesús, perfeccionada en la cruz, se representa cada vez que se celebra la Misa. La Misa es ciertamente una comida festiva, el momento en que Dios alimenta a su pueblo con su propio Cuerpo y Sangre; pero la Misa es también un sacrificio, porque implica la ofrenda del Cuerpo y la Sangre de Jesús al Padre.

El Hijo, que lleva los pecados del mundo, es presentado al Padre: “Por Él, y con Él, y en Él, oh Dios, Padre todopoderoso, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por siglos de los siglos”. ¿Dios necesita este sacrificio? Por supuesto que no. Dios no necesita nada. Pero nuestra salvación se efectúa a través de esta Presentación, porque somos llevado de regreso al Padre por medio del Hijo.

Mis ojos han visto a tu Salvador. Los ojos de Simeón han visto la salvación porque la aguardaban (cf. v. 25). Eran ojos que aguardaban, que esperaban. Buscaban la luz y vieron la luz de las naciones (cf. v. 32). Eran ojos envejecidos, pero encendidos de esperanza. (…) Pero miremos al Evangelio y veamos a Simeón y Ana: eran ancianos, estaban solos y, sin embargo, no habían perdido la esperanza, porque estaban en contacto con el Señor. Este es el secreto: no apartarse del Señor, fuente de la esperanza. Si no miramos cada día al Señor, si no lo adoramos, nos volvemos ciegos. Adorar al Señor. (Homilia, 1 febrero 2020)

 

 

Tomás Becket, Santo

Memoria Litúrgica, 29 de diciembre

Obispo y mártir

Martirologio Romano: Santo Tomas Becket, obispo y mártir, que, por defender la justicia y la Iglesia, fue obligado a desterrarse de la sede Canterbury y de la misma Inglaterra, volviendo al cabo de seis años a su patria, donde padeció mucho hasta que fue asesinado en la catedral por los esbirros del rey Enrique II, emigrando a Cristo († 1170).

Etimológicamente: Tomás = gemelo, mellizo; viene del arameo.

Breve Biografía

Una de las más adivinadas elecciones del gran soberano inglés, Enrique II, fue la de su canciller en la persona de Tomás Becket. Había nacido en Londres en 1118 de padre normando, y fue ordenado archidiácono y colaborador del arzobispo de Cantorbery, Teobaldo. Como canciller del reino, Tomás se sentía perfectamente a sus anchas: tenía ambición, audacia, belleza y un destacado gusto por la magnificencia. Cuando era necesario sabía ser valiente, sobre todo cuando se trataba de defender los buenos derechos de su príncipe, de quien era íntimo amigo y compañero en los momentos de descanso y de diversión.

El arzobispo Teobaldo murió en 1161, y Enrique II, gracias al privilegio que le había concedido el Papa, pudo elegir a Tomás como sucesor para la sede primada de Cantorbery. Nadie, y mucho menos el rey, se imaginaba que un personaje tan “mencionado” se iba a transformar inmediatamente en un gran defensor de los derechos de la Iglesia y en un celoso pastor de almas. Pero Tomás le había advertido a su rey: “Señor, si Dios permite que yo sea arzobispo de Cantorbery, perderé la amistad de Vuestra Majestad”.

 

Ordenado sacerdote el 3 de junio de 1162 y consagrado obispo al día siguiente, Tomás Becket no tardó en enemistarse con el soberano. Las “Constituciones” de 1164 habían restablecido ciertos derechos abusivos del rey caídos en desuso. Por eso Tomás Becket no quiso reconocer las nuevas leyes y escapó a las iras del rey huyendo a Francia, en donde pasó seis años de destierro, llevando una vida ascética en un monasterio cisterciense.

Restablecida con el rey una paz formal, gracias a los consejos de moderación del Papa Alejandro III, con quien se encontró, Tomás pudo regresar a Cantorbery y fue recibido triunfalmente por los fieles, a quienes él saludó con estas palabras: “He regresado para morir entre ustedes”. Como primer acto desautorizó a los obispos que habían hecho pactos con el rey, aceptando las “Constituciones”, y esta vez el rey perdió la paciencia y se dejó escapar esta frase imprudente: “¿Quién me quitará de entre los pies a este cura intrigante?”.

Hubo quien se encargó de eso. Cuatro caballeros armados salieron para Cantorbery. Se le avisó al arzobispo, pero él permaneció en su puesto: “El miedo a la muerte no puede hacernos perder de vista la justicia”. Recibió a los sicarios del rey en la catedral, revestido con los ornamentos sagrados. Se dejó apuñalar sin oponer resistencia, murmurando: “Acepto la muerte por el nombre de Jesús y por la Iglesia”. Era el 23 de diciembre de 1170. Tres años después el Papa Alejandro III lo inscribió en la lista de los santos.

 

 

Llevemos a Jesús

Santo Evangelio según Lucas 2, 22-35.

 

 

Jueves de la Octava de Navidad

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.

¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Concédeme la gracia, Señor, de encontrarme contigo.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según Lucas 2, 22-35

Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.

Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor.

Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:

«Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos, luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel».

El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María la madre de Jesús, le anunció: «Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

En esta octava de Navidad el Evangelio invita a llevar a Jesús a los demás, para que tengan un encuentro personal con Cristo y pongan sus vidas en las manos de Dios, como lo hizo el anciano Simeón: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz».

 

¿Llevar a Jesús a los demás? Es válida la pregunta de cómo hacerlo, y la respuesta depende de nosotros, basta que reconozcamos nuestra dignidad de hijos de Dios, nos acerquemos a los sacramentos – como el hijo pródigo que retorna a la casa del Padre -, que vivamos cada día dando lo mejor de nosotros, siendo agradecidos, llevando esperanza y sonrisas a los corazones tristes. Esto es lo que hicieron san José y la Virgen María, como hijos de Dios, se presentaron en el templo y consagraron al niño Jesús, llevaron esperanza y alegría a Simeón y Ana (Lc 2, 22-40). Llevar a Jesús es tan fácil, que basta recordar las palabras atribuidas a san Francisco de Asís, con quien nace la tradición del pesebre: «predica el Evangelio en todo momento y si es necesario usa las palabras».

«El Espíritu Santo, que obra en Simeón, está presente y realiza su acción también en todos los que, como aquel santo anciano, han aceptado a Dios y han creído en sus promesas, en cualquier tiempo». (S.S Juan Pablo II, Audiencia general, 20 de junio de 1990).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Concédeme, Señor, la gracia de poder dar testimonio de Ti a todas las personas con quien me encuentre.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Me pondré a disposición de quien necesite mi ayuda.

 

 

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

Jesús es luz del mundo

¡Qué bella imagen la de la luz!

Luz es su nombre

Desde su nacimiento Jesús es identificado como luz. Su vida puede leerse como la Biografía de la Luz. La función de la luz es iluminar, llevar claridad a todos los ambientes donde hay oscuridad (ausencia de luz). Cuando es presentado en el templo es reconocido como luz que iluminará al pueblo, incluso como el sol que nace de lo alto. Su ministerio en el mundo es iluminar; ilumina la interpretación de la ley, ilumina la religiosidad del pueblo, ilumina con sus dichos y hechos, con su libertad. Ilumina ante la ignorancia, devuelve la luz a tantos ciegos que la han perdido y que viven en la oscuridad, ilumina respecto de lo que es verdaderamente la vida del hombre. De hecho, Él mismo dijo de sí que era la Luz del mundo. ¡Sí, Él es la luz!

Relámpago de luz

Cuando Jesús se encamina, con calma y paso decidido hacia su muerte, les ofrece a los discípulos una experiencia de luz: la transfiguración. Puesto que para los discípulos resulta complejo comprender la locura de la muerte de Jesús, nota su tristeza, desequilibrio y resistencia ante la inminente muerte, por eso les ofrece una experiencia que les anticipa su gloria, es “un relámpago de luz antes de que llegue la muerte, una especie de anticipo de la resurrección” (Vida y misterio de Jesús de Nazaret, pág. 663). Este es sólo un hecho, pero todo en la vida de Jesús es destellos de luz incandescente.

Él es la luz, le pertenece, sale de Él

 

En la experiencia que narran los sinópticos sobre la transfiguración de Jesús, narran una luz indescriptible, una especie de sol que lo envuelve, una blancura difícil de conseguir, palabras que quieren expresar la presencia divina. Todas esas palabras con la intención de comunicar que Jesús adquirió un estado superior a uno terrestre solamente. Revestido de gloria porque Él es la gloria, la luz. Pues la luz no está sobre Él, Él es, a Él le pertenece: radica en Él, sale de Él, Él la comunica.

Deja su luz para el mundo

Jesús dijo que los suyos serían luz del mundo. Con esa imagen expresa que en el mundo hay mucha oscuridad, tinieblas que invaden con su espesa penumbra, pero sus discípulos no deben contagiarse de esa oscuridad. Por el contrario, tendrán que combatirla pues la naturaleza de un cristiano es ser luz en el mundo. Nos ha encendido como lámparas para colocarnos encima, donde podamos irradiar la luz que permita distinguir con claridad lo inhumano. Así pues, en las distintas áreas del mundo, en los diversos ambientes en los que nos podamos encontrar, los cristianos no podemos dejar que la oscuridad nos envuelva, pues somos herederos de la luz, y lo menos que podemos hacer es dejar que su luz irradie a través de nosotros en favor de los demás. ¡Qué bella imagen la de la luz!

 

 

El amor «desarmado» y «desarmante» de Jesús

Catequesis del Papa Francisco, 28 de diciembre de 2021.

 

 

Fuente: Vatican News

“En la santa Iglesia todo pertenece al amor, vive en el amor, se hace por amor y procede del amor”. El Papa lo recuerda en la Audiencia General del miércoles 28 de diciembre, citando a San Francisco de Sales, cuya Carta Apostólica conmemorativa del cuarto centenario de su muerte se publica hoy, con el título: “Todo pertenece al amor”. Francisco desea que todos nosotros vayamos por este camino del amor, y así, pues, profundiza sobre el misterio del nacimiento de Jesús en compañía del Santo Obispo y Doctor de la Iglesia.

El Mesías que nació en Belén

Recuerda, el Papa, que San Francisco de Sales, en una de sus muchas cartas dirigidas a santa Juana Francisca de Chantal, escribe así: «Me parece ver a Salomón en su gran trono de marfil, dorado y tallado, que no tuvo igual en ningún reino, como dice la Escritura; ver, en fin, a ese rey que no tuvo igual en gloria y magnificencia. Pero prefiero cien veces ver al Niño en el pesebre más que a todos los reyes de la tierra en sus tronos». Y subraya que “Jesús, el Rey del universo, nunca se sentó en un trono, nunca: nació en un establo, fue envuelto en pañales y acostado en un pesebre; y finalmente murió en una cruz y, envuelto en una sábana, fue depositado en el sepulcro”. De hecho, – continúa – el evangelista Lucas, al relatar el nacimiento de Jesús, insiste mucho en el detalle del pesebre.

Esto significa que es muy importante no sólo como detalle logístico, sino como elemento simbólico para entender qué clase de Mesías es el que nació en Belén, qué clase de Rey, quién es Jesús.

 

 

Quién es Jesús

Jesús – dice Francisco – es el Hijo de Dios que nos salva haciéndose hombre, como nosotros, despojándose de su gloria y humillándose. Vemos este misterio concretamente en el punto central del pesebre, es decir, en el Niño acostado en un pesebre.

Esta es «la señal» que Dios nos da en Navidad: lo fue entonces para los pastores de Belén, lo es hoy y lo será siempre. Cuando los ángeles anuncian el nacimiento de Jesús: “Vayan a encontrarlo”; la señal es: encontrarán a un niño en un pesebre. Esa es la señal. El trono de Jesús es o el pesebre, o la calle, durante su vida, predicando, o la cruz al final de la vida: este es el trono de nuestro Rey.

La “señal” que Dios nos da en Navidad, nos muestra aún el “estilo” del Padre: cercanía, compasión y ternura. Un estilo con el que el Padre “nos atrae” hacia sí, sin tomarnos por la fuerza, sin imponernos su verdad y su justicia, sin hacer “proselitismo” con nosotros”.

Un amor “desarmado y desarmante”

El Papa Francisco profundiza aún sobre el misterio de la Navidad recordando otra carta de San Francisco de Sales en la que escribe: «El imán atrae al hierro y el ámbar a la paja y al heno. Pues bien, tanto si somos de hierro por nuestra dureza, como si somos de paja por nuestra debilidad, debemos dejarnos atraer por este ‘Niñito celestial’”. Y remarca que nuestras fuerzas, nuestras debilidades, solamente se resuelven ante el pesebre, ante Jesús o ante la cruz: Jesús despojado, Jesús pobre; pero siempre con su estilo de cercanía, compasión y ternura.

 

 

Dios ha encontrado el medio de atraernos seamos como seamos: con el amor. No un amor posesivo y egoísta, como desgraciadamente suele ser el amor humano. Su amor es puro don, pura gracia, es todo y solo para nosotros, para nuestro bien. Y así nos atrae, con este amor desarmado y también desarmante. Porque cuando vemos esta sencillez de Jesús, también nosotros nos despojamos de las armas de la soberbia y vamos allí, humildemente, a pedir la salvación, a pedir perdón, a pedir luz para nuestra vida, para poder seguir adelante. No olviden el trono de Jesús: el pesebre y la cruz, éste es el trono de Jesús.

Ternura y austeridad, amor y dolor, dulzura y dureza

Otro aspecto del pesebre, el de la pobreza, entendida como renuncia a toda vanidad mundana es recordado por Francisco. “Ve”, el Papa, mirando la pobreza del Belén, de Jesús, “el dinero” que se gasta en “vanidad mundana”, y cita al Doctor de la Iglesia:

San Francisco de Sales escribe: “Dios mío, ¡cuántos santos afectos suscita en nuestros corazones este nacimiento! Pero, sobre todo, nos enseña la renuncia perfecta a todos los bienes, a toda la pompa de este mundo. No lo sé, pero no encuentro ningún otro misterio en el que se mezclen tan dulcemente la ternura y la austeridad, el amor y el dolor, la dulzura y la dureza”.

 

 

Alegría y fiesta sí, pero en sencillez y austeridad

“Todo esto lo vemos en el pesebre”, constata. Y pide tener cuidado de no caer en la “caricatura mundana de la Navidad”, que la reduce “a una celebración consumista y cursi”. Hace falta festejar, sí, hace falta, dice, “pero que esto no sea la Navidad”, porque “la Navidad es otra cosa”:

El amor de Dios no es meloso, nos lo demuestra el pesebre de Jesús. El amor de Dios no es un buenismo hipócrita que esconde la búsqueda de placeres y comodidades. Nuestros mayores, que habían conocido la guerra y también el hambre lo sabían bien: la Navidad es alegría y fiesta, ciertamente, pero en la sencillez y en la austeridad.

 

 

Aceptar todo lo que Dios nos envía

Con el pensamiento del Santo de Sales que le dictó a las Hermanas de la Visitación dos días antes de su muerte, concluye el Sumo Pontífice su reflexión hodierna. El. santo decía: ¿Ven al Niño Jesús en el pesebre? Acepta todas las inclemencias del tiempo, el frío y todo lo que su Padre permite le suceda. […] Del mismo modo nosotros no debemos desear ni rechazar nada, sino aceptar igualmente todo lo que la Providencia de Dios permita que nos suceda.

He aquí, queridos hermanos y hermanas, una gran enseñanza, que nos viene del Niño Jesús a través de la sabiduría de San Francisco de Sales: no desear nada y no rechazar nada, aceptar todo lo que Dios nos envía. Pero, ¡cuidado! Siempre y solo por amor, – siempre y solo por amor – porque Dios nos ama y quiere siempre y solo nuestro bien.

 

 

El camino de la felicidad

Miremos el pesebre, que es el trono de Jesús, – es la exhortación final del Papa. Miremos a Jesús por los caminos de Judea, de Galilea, predicando el mensaje del Padre, y miremos a Jesús en el otro trono, en la cruz:

Esto es lo que Jesús nos ofrece: el camino, pero éste es el camino de la felicidad.

Oración por el Papa Emérito Benedicto XVI

 

 

Al final de la audiencia, apartándose del texto escrito, Francisco confió una intención a los fieles: «Una oración especial por el Papa emérito Benedicto, que en el silencio sostiene a la Iglesia». «Acuérdense de él -dijo el Pontífice-, está muy enfermo, pidiéndole al Señor que lo consuele y lo sostenga en este testimonio de amor a la Iglesia hasta el final».

 

 

Santo Tomás Becket, un íntegro mártir para católicos y anglicanos

Fue asesinado en la catedral de Canterbury por defender la libertad de la Iglesia ante el rey de Inglaterra

 

 

Tomás Becket nació en Londres el 21 de diciembre de 1118 y murió mártir el 29 de diciembre de 1170, por defender los derechos de la religión católica.

Ya desde diácono llamaban la atención su carácter alegre y su laboriosidad. Siempre decía la verdad, con educación pero con franqueza.

El rey Enrique II de Inglaterra lo nombró Lord Canciller, puesto que había logrado que hubiera buena relación diplomática entre el papa Eugenio III y el monarca.

Unas palabras proféticas

En 1161 murió el arzobispo Teobaldo y el rey propuso como nuevo arzobispo a Tomás. Este le respondió:

«Si acepto ser arzobispo me sucederá que el rey que hasta ahora es mi gran amigo, se convertirá en mi gran enemigo«.

Así ocurriría.

Y es que Tomás decidió defender a la Iglesia siempre, por encima de los afanes del poder terrenal.

Fue ordenado sacerdote y consagrado como arzobispo. Su vida como obispo era digna de admiración.

El rey Enrique comenzó a notar que no controlaba a la Iglesia porque Becket exigía la separación entre el poder civil y el eclesiástico.

Entonces promulgó una ley por la que la Iglesia quedaba sujeta al gobierno civil.

Desterrado por su amigo

El arzobispo se negó a aprobar esa ley y fue desterrado de Inglaterra. Seis años más tarde, el papa Alejandro III medió a favor de Tomás Becket y este pudo volver a su país. Parecía que Enrique y Tomás volvían a ser amigos.

A su regreso, el 1 de diciembre de 1170, Tomás Becket llegó como “Delegado del Sumo Pontífice” y fue aclamado por las gentes a su paso hasta la catedral de Canterbury.

Asesinato en la catedral

Pero el rey volvió a hacer caso de los envidiosos que vertían insidias sobre Tomás Becket. Hasta tal punto que exclamó:

«No podrá haber más paz en mi reino mientras viva Becket. ¿Será que no hay nadie que sea capaz de suprimir a este clérigo que me quiere hacer la vida imposible?».

Aquel mismo mes, el 29 de diciembre, Becket estaba orando junto al altar de la catedral cuando se presentaron cuatro hombres y lo acuchillaron. Moribundo, Tomás pudo decir aún:

Muero gustoso por el nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia católica.

Acababa de cumplir 52 años.

El papa Alejandro III, sabiendo que el rey Enrique había instigado el crimen, lo excomulgó.

Este enseguida mostró un gran arrepentimiento por haber mandado matar a su amigo. Hizo dos años de penitencia y a partir de entonces facilitó la buena relación entre la Iglesia y el Estado.

La noticia del asesinato de Tomás Becket corrió por toda Europa.

Tres años después de su muerte, el Papa lo declaró santo a causa del martirio sufrido y porque se habían producido muchos milagros por su intercesión.

Santo Tomás Becket es venerado tanto en la Iglesia católica como en la anglicana.

Santo patrón

Tomás Becket es patrono del clero secular.

Oración colecta de la misa

Oh, Dios, que has concedido al mártir santo Tomás Becket entregar su vida con grandeza de alma por causa de la justicia, concédenos, por su intercesión, estar dispuestos a dar nuestra vida por Cristo en este mundo para poder recuperarla en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.