TOQUES DE HOY
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Reflexiones diarias del Evangelio
Referencias Bíblicas
• Luke 1:26-38
• Obispo Robert Barron
Amigos, en el Evangelio de hoy el ángel Gabriel se le aparece a María y le anuncia que concebirá al Mesías. María, comprensiblemente sorprendida, pregunta: “¿Cómo será esto, si no tengo relaciones con ningún hombre?”, a lo que el ángel responde: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”.
La virginidad de la madre de Cristo es apropiada por varias razones. En primer lugar, indica, de la forma más clara posible, que Dios está involucrado en la venida de Jesús. Aunque se requiere la cooperación humana, tanto a nivel físico como moral, la Encarnación no habría sucedido sin una generosa iniciativa divina.
Además, señala que la Encarnación implica no simplemente una revolución en el orden moral y espiritual, sino una creación completamente nueva. Así como Adán, según el relato bíblico, se hace por la causalidad directa de Dios, así también el Nuevo Adán se hace de novo, y no de la manera habitual.
Finalmente, la virginidad de María es un signo de la pureza y completitud de su devoción a Dios, que la convierte en un instrumento idóneo para el Mesías divino. Se convierte en madre en el orden físico, aunque se entrega totalmente a Dios; es, como diría la piedad cristiana clásica, esposa del Espíritu Santo. Todo esto, se podría decir, se resume en el saludo que el ángel dirige a María en la Anunciación, el más sublime ofrecido a cualquier ser humano en la tradición bíblica: kecharitomene, “llena eres de gracia”.
La Anunciación del Ángel a la Virgen María
Solemnidad Litúrgica
Por: n/a | Fuente: Archidiócesis de Madrid
Martirologio Romano: Solemnidad de la Anunciación del Señor, cuando, en la ciudad de Nazaret, el ángel del Señor anunció a María: Concebirás y darás a luz un hijo, y se llamará Hijo del Altísimo. María contestó: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y así, llegada la plenitud de los tiempos, el que era antes de los siglos el Unigénito Hijo de Dios, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, se encarnó por obra del Espíritu Santo de María, la Virgen, y se hizo hombre.
Breve Reseña
La última fase de toda la apoteosis salvadora comenzó en Nazaret. Hubo intervenciones angélicas y sencillez asombrosa. Era la virgen o pártenos del Isaías viejo la destinataria del mensaje. Todo acabó en consuelo esperanzador para la humanidad que seguía en sus despistes crónicos e incurables. Los anawin tuvieron razones para hacer fiesta y dejarse por un día de ayunos; se había entrado en la recta final.
La iconografía de la Anunciación es, por copiosa, innumerable: Tanto pintores del Renacimiento como el veneciano Pennacchi la ponen en silla de oro y vestida de seda y brocado, dejando al pueblo en difusa lontananza. Gabriel suele aparecer con alas extendidas y también con frecuencia está presente el búcaro con azucenas, símbolo de pureza. Devotas y finas quedaron las pinturas del Giotto y Fra Angélico, de Leonardo da Vinci, de fray Lippi, de Cosa, de Sandro Botticelli, de Ferrer Bassa, de Van Eyck, de Matthias Grünewald, y de tantos más.
Pero probablemente sólo había gallinas picoteando al sol y grito de chiquillos juguetones, estancia oscura o patio quizá con un brocal de pozo; quizá, ajenos a la escena, estaba un perro tumbado a la sombra o un gato disfrutaba con su aseo individual; sólo dice el texto bíblico que «el ángel entró donde ella estaba».
Debió narrar la escena la misma María a san Lucas, el evangelista que la refiere en momento de intimidad.
Así fue como lo dijo Gabriel: «Salve, llena de gracia, el Señor es contigo». Aquel doncel refulgente, hecho de claridad celeste, debió conmoverla; por eso intervino «No temas, María, porque has hallado gracia ante de Dios; concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Éste será grande: se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará por los siglos sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin». La objeción la puso María con toda claridad: «¿Cómo será esto, pues no conozco varón?» No hacía falta que se entendiera todo; sólo era precisa la disposición interior. «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá será llamado santo, Hijo de Dios».
Luego vino la comunicación del milagro operado en la anciana y estéril Isabel que gesta en su sexto mes, porque «para Dios ninguna cosa es imposible».
Fiesta de Jesús que se encarnó -que no es ponerse rojo, sino que tomó carne y alma de hombre-; el Verbo eterno entró en ese momento histórico y en ese lugar geográfico determinado, ocultando su inmensidad.
Fiesta de la Virgen, que fue la que dijo «Hágase en mí según tu palabra». El «sí» de Santa María al irrepetible prodigio trascendental que depende de su aceptación, porque Dios no quiere hacerse hombre sin que su madre humana acepte libremente la maternidad.
Fiesta de los hombres por la solución del problema mayor. La humanidad, tan habituada a la larguísima serie de claudicaciones, cobardías, blasfemias, suciedad, idolatría, pecado y lodo donde se suelen revolcar los hombres, esperaba anhelante el aplastamiento de la cabeza de la serpiente.
Los retazos esperanzados de los profetas en la lenta y secular espera habían dejado de ser promesa y olían ya a cumplimiento al concebir del Espíritu Santo, justo nueve meses antes de la Navidad.
¡Cómo no! Cada uno puede poner imaginación en la escena narrada y contemplarla a su gusto; así lo hicieron los artistas que las plasmaron con arte, según les pareció.
Consulta también: La encarnación del Verbo de Jesús Martí Ballester
Un sí como el de María
Santo Evangelio según San Lucas 1, 26-38.
La Anunciación
Por: José Romero, LC
Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, dame la gracia de poder escucharte hoy.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 1, 26-38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María. Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin». María le dijo entonces al ángel: «¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios». María contestó: «Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho». Y el ángel se retiró de su presencia.
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Cuántas veces, durante el día, decimos sí o no a Dios? ¿Cuántas veces decimos sí cuando realmente queremos decir no?¿Qué diferencia hay entre mi sí y el si de María?
Y es que el sí de María no es simplemente un sí a la voluntad de Dios; no es un sí sumiso a Dios Todopoderoso. El si de María es un acto de amor hacia Dios. Es un sí que ocasiona la presencia de Dios en ella, porque es un sí de total entrega, un sí al Amor.
Porque no se ama la voluntad de Dios, sino se ama solamente a Dios y ese amor a Él nos hace querer su voluntad.
Nuestra Madre es esclava del Señor, no porque fue sumisa sino porque amaba. Sólo un amor libre y real a Dios es lo que nos va a llevar a ser esclavos de amor.
Nosotros, como hijos de María, hemos heredado esa esclavitud de amor; no amamos las cosas que nos da Dios o las cosas que no nos da, sino amamos a Dios. Un amor que ha de ser libre y real, un amor que empuja nuestra alma a que nuestro sí sea un acto de amor.
Digámosle un sí a Nuestro Señor, un sí de amor. Un sí que ocasione la presencia de Dios en nuestro ser, un sí que acoja a ese Dios que quiere nacer en nosotros.
«El «sí» de María abre la puerta al «sí» de Jesús: «Yo vengo para hacer tu voluntad». Y este «sí» va con Jesús durante toda su vida, hasta la cruz: «Aparta de mí este cáliz, Padre, pero hágase tu voluntad». Es en Jesucristo que, como dice Pablo a los corintios, se encuentra el «sí» de Dios: Él es el «sí». Hoy es un día bonito para dar gracias al Señor por habernos enseñado que este camino del «sí», y también para pensar en nuestra vida. Todos nosotros, cada día, tenemos que decir «sí» o «no», y pensar si siempre decimos «sí» o muchas veces nos escondemos, con la cabeza hacia abajo, como Adán y Eva, para no decir «no», fingiendo no entender «lo que Dios pide». Hoy es la fiesta del «sí»». (Homilía de S.S. Francisco, 4 de abril de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Voy a decir «sí» a todo el bien que hoy se me pida hacer, consciente del amor que voy a poner en todo.
Despedida
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
El propósito de enmienda, un paso para crecer en santidad
Cada confesión significa un nuevo comienzo y una oportunidad de acercarnos a la santificación, pero eso no es posible sin un verdadero propósito de enmienda
Cada vez que vamos a acercarnos al sacramento de la Reconciliación, sabemos que hay que seguir algunos pasos para que nuestra confesión sea efectiva, tal como lo aprendimos de niños en las clases de catequesis. Uno de ellos es el propósito de enmienda, del que hablaremos en seguida.
El Catecismo de la Iglesia católica indica cómo es esa estructura que se consolidó con los años:
«A través de los cambios que la disciplina y la celebración de este sacramento han experimentado a lo largo de los siglos, se descubre una misma estructura fundamental. Comprende dos elementos igualmente esenciales: por una parte, los actos del hombre que se convierte bajo la acción del Espíritu Santo, a saber, la contrición, la confesión de los pecados y la satisfacción […]»
CEC 1448
Y por otro lado, lo que corresponde a la acción de Dios por el ministerio de la Iglesia, en el que los presbíteros y obispos actúan:
«[…] la Iglesia, en nombre de Jesucristo, concede el perdón de los pecados, determina la modalidad de la satisfacción, ora también por el pecador y hace penitencia con él».
CEC 1448
A nosotros nos lo enseñaron de manera sencilla:
• Examen de conciencia
• Dolor de los pecados (arrepentimiento)
• Propósito de enmienda
• Confesión al sacerdote
• Cumplir la penitencia
El dolor de los pecados
Cuando cometemos una falta, ya sea grave o no, la conciencia nos reprocha y nos alienta a buscar el perdón de Dios, porque sabemos que lo hemos ofendido.
Por eso, se le llama dolor de los pecados, lo que nos lleva a la contrición, tal como lo marca el Catecismo de la Iglesia católica.
«Entre los actos del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Es ‘un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar’ (Concilio de Trento: DS 1676)». (CEC 1451 )
Propósito de enmienda
Una vez detestado el pecado, el paso siguiente es la resolución firme de no volver a pecar. Esta actitud es la que llamamos «propósito de enmienda», es decir, decidimos no cometer el pecado del que nos estamos arrepintiendo.
Y aunque suena simple, es bastante difícil realizarlo, porque sabemos que nuestra debilidad nos traiciona y nos hace caer una y otra vez en la misma falta.
Por eso es necesario ejercitar la voluntad y tener claro que es lo que debemos hacer diferente para no tropezar de nuevo, solo así estaremos seguros de que en verdad estamos actuando para eliminar de nuestra vida el pecado que tanto nos hace ofender a Dios.
Siendo conscientes de nuestro vicio, cuidemos nuestra salud espiritual evitando las ocasiones de pecado y confesándonos con más frecuencia, de este modo, en algún momento venceremos y la tentación desaparecerá.
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