Éxodo 16:2-4.12-15 / Efesios 4:17.20-24 / Juan 6:24-35

Estimados hermanos y hermanas en Cristo:

La complejidad textual y narrativa del Evangelio de Juan que acabamos de escuchar puede ser incluso abrumadora para un domingo de verano como éste. Por eso nos centraremos sólo en una de las frases que dice Jesús: «Yo soy el pan que da la vida» (Jn 6, 35).

Puede resultar también chocante hablar de “pan de vida” en nuestra sociedad, donde cuando uno debe hacer régimen lo primero que le sacan de la dieta, es el pan.

En cierto modo hemos olvidado el sentido de “alimento básico” que tiene el pan, al menos por los seres humanos en torno al Mediterráneo, donde nace el Evangelio.

Sin embargo, la Biblia desde el AT hasta el NT contempla muchas veces el tema del pan: “comerás el pan con el sudor de tu frente” (Génesis 3,19); Melquisedec, rey de Salem, llevó a Abraham “pan y vino” (Génesis 14, 18);

El Señor le dio el trigo celestial (Salmo 77, 24b); “lleva un poco de harina y hazme un pan”, le dice el profeta Elías a la viuda de Sarepta (1 Reyes 17:8-24); Jesús multiplica los panes (Jn 6); Jesús parte el pan y se lo daba como Eucaristía post-pascual!!!

El gesto dar y tomar el pan, es el gesto por antonomasia del que quiere dar vida a sus hijos. La guerra supone la ausencia de pan; el racionamiento, la miseria (como viene lo vemos todos los días en televisión).

Y nuestra sociedad opulento, demasiado harta de todo, se olvida de quienes pasan hambre y sed de lo básico, se olvida de quienes tienen sed de justicia, de quienes sufren las guerras en curso. El pan sigue careciendo en muchas casas y en muchas personas (y no muy lejos de nosotros); hasta el pan de la concordia no es habitual en muchas familias actuales.

Y Jesús se presenta como el Pan de Vida: no como ese pan que los israelitas recibieron en forma de maná. Porque Jesús es más que Moisés y viene a llevar a cabo los profetas. Pero nosotros, cristianos, ante estas realidades, ¿tenemos hambre y sed de Jesús?

Los domingos que siguen a Pentecostés están caracterizados por la catequesis sobre los hechos y las palabras que Jesús hizo y enseñó entre los suyos. El gesto de partir el pan, el pan la Eucaristía, nos remite a uno de los principales actos de Jesús cuando se presenta resucitado. Su Cuerpo y su Sangre, siguen alimentando hoy a su Iglesia (que somos nosotros) y esparciendo el don del Evangelio a todos los cansados ​​y agobiados de nuestro mundo.

En este domingo centrémonos un poco más en la Eucaristía. La liturgia que es sabia y maestra, nos lo enseña a hacer: nos hace cantar como antífona de comunión un fragmento del mismo Evangelio que hemos proclamado mientras vamos a comulgar. Cuando lo hacemos, no olvidemos la piedad eucarística, en el comportamiento y en los gestos. Y si de verdad creemos que Jesús es el que el Padre ha enviado, seremos capaces de esparcir la esperanza y la justicia entre quienes pasan por momentos difíciles: seremos capaces de alimentarnos espiritualmente y de poder dar razón de la nuestra gozo con humildad y serenidad, ante un mundo desesperanzado, venciendo todo pecado.

Acerquémonos renovados a la mesa Eucarística animados por la escucha la Palabra evangélica. Cantamos con gozo el don de la fe. No nos olvidemos los pobres.

Cristo Señor, don del Padre, llene nuestros corazones del Santo Espíritu, renuévenos con el don de tu santidad. Amen.

Matthew 17:22-27

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús profetiza Su crucifixión y resurrección: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres: lo matarán y al tercer día resucitará”.

Lo que permitió a los primeros cristianos sostener la cruz, cantarle alabanzas, y usarla como decoración fue el hecho que Dios resucitó y ratificó precisamente al Jesús crucificado. “Lo han matado, pero Dios lo resucitó”. Por lo tanto, Dios estuvo presente en este terrible hecho; Dios estaba allí, trabajando de acuerdo con sus propósitos salvíficos.

Pero ¿qué significa esto? Han habido numerosos intentos a lo largo de siglos de cristianismo para definir la naturaleza salvífica de la cruz. Déjame ofrecerte una opinión. Para los primeros cristianos estaba claro que, de alguna manera, en esa terrible cruz, el pecado había sido resuelto. La maldición del pecado había sido eliminada. En esa terrible cruz, Jesús funcionó como el “Cordero de Dios”, sacrificado por el pecado.

¿Significa esto que Dios Padre es un cruel jefe que exige sacrificios sangrientos para que su enojo sea aplacado? No. La crucifixión de Jesús fue la apertura del corazón divino para que pudiéramos ver que ningún pecado nuestro podría finalmente separarnos del amor de Dios.

«La predicación evangélica nace de la gratuidad, del estupor de la salvación que llega; y eso que he recibido gratuitamente, debo darlo gratuitamente» Y desde el principio fueron así. San Pedro no tenía cuenta bancaria, y cuando tuvo que pagar impuestos el Señor lo envió al mar a pescar un pez y encontrar la moneda dentro del pez, para pagar. […] Todo es gracia. Todo. ¿Y cuáles son los signos cuando un apóstol experimenta esta gratuidad? Primero, la pobreza. El anuncio del Evangelio debe recorrer el camino de la pobreza. El testimonio de esta pobreza: no tengo riquezas, mi riqueza es sólo el don que recibí, Dios. Esta gratuidad: ¡ésta es nuestra riqueza! Y esta pobreza nos salva de convertirnos en organizadores, empresarios… Las obras de la Iglesia deben llevarse adelante, y algunas son un poco complejas; pero con corazón de pobreza, no con corazón de inversor o de emprendedor, ¿no? […] Cuando encontramos apóstoles que quieren enriquecer a la Iglesia, sin elogios gratuitos, la Iglesia envejece, la Iglesia se convierte en una ONG, la Iglesia no tiene vida. Hoy pedimos al Señor la gracia de reconocer esta gratuidad: «Recibisteis gratuitamente, dad gratuitamente». Reconoced esta gratuidad, ese don de Dios. Y con esta gratuidad avanzamos también nosotros en la predicación evangélica. (Homilía Santa Marta, 11 de junio de 2013)

Juana Francisca de Chantal, Santa

Memoria Litúrgica, 12 de agosto

Viuda y Fundadora

Martirologio Romano: Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal, religiosa, que siendo primero madre de familia, tuvo como fruto de su cristiano matrimonio seis hijos, a los que educó piadosamente, y muerto su esposo, bajo la dirección de san Francisco de Sales abrazó con decisión el camino de la perfección y realizó obras de caridad, en especial para con los pobres y enfermos. Dio comienzo a la Orden de la Visitación de santa María, que dirigió también prudentemente, y su muerte tuvo lugar en Moulins, junto al Aller, cerca de Nevers, en Francia, el día trece de diciembre (1641).

Breve Biografía

Santa Juana Francisca Fremiot nació en Dijon, Francia, el 23 de enero, de 1572, nueve años después de finalizado el Concilio de Trento. De esta manera, estaba destinada a ser uno de los grandes santos que el Señor levantó para defender y renovar a la Iglesia después del caos causado por la división de los protestantes. Santa Juana fue contemporánea de S. Carlos Borromeo de Italia, de Sta. Teresa de Ávila y S. Juan de la Cruz de España, de S. Juan Eudes y de sus compatriotas, el Cardenal de Berulle, el Padre Olier y sus dos renombrados directores espirituales, San Francisco de Sales y San Vicente de Paúl. En el mundo secular, fue contemporánea de Catalina de Medici, del Rey Luis XIII, Richelieu, Mary Stuart, la Reina Isabel y Shakespeare. Murió en Moulins el 13 de diciembre, de 1641.

Su madre murió cuando tenía tan solo dieciocho meses de vida. Su padre, hombre distinguido, de recia personalidad y una gran fe, se convirtió así en la mayor influencia de su niñez. A los veintiún años se casó con el Barón Christophe de Rabutin-Chantal, de quien tuvo seis hijos. Dos de ellos murieron en la temprana niñez. Un varón y tres niñas sobrevivieron. Tras siete años de matrimonio ideal, su esposo murió en un accidente de cacería. Ella educó a sus hijos cristianamente.

En el otoño de 1602, el suegro de Juana la forzó a vivir en su castillo de Monthelon, amenazándola con desheredar a sus hijos si se rehusaba. Ella pasó unos siete años bajo su errática y dominante custodia, aguantando malos tratos y humillaciones. En 1604, en una visita a su padre, conoció a San Francisco de Sales. Con esto comenzó un nuevo capítulo en su vida.

Bajo la brillante dirección espiritual de San Francisco de Sales, nuestra Santa creció en sabiduría espiritual y auténtica santidad. Trabajando juntos, fundaron la Orden de la Visitación de Annecy en 1610. Su plan al principio fue el de establecer un instituto religioso muy práctico algo similar al de las Hijas de la Caridad, de S. V. de Paúl. No obstante, bajo el consejo enérgico e incluso imperativo del Cardenal de Marquemont de Lyons, los santos se vieron obligados a renunciar al cuidado de los enfermos, de los pobres y de los presos y otros apostolados para establecer una vida de claustro riguroso. El título oficial de la Orden fue la Visitación de Santa María.

Sabemos que cuando la Santa, bajo la guía espiritual de S. Francisco de Sales, tomó la decisión de dedicarse por completo a Dios y a la vida religiosa, repartió sus joyas valiosas y sus pertenencias entre sus allegados y seres queridos con abandono amoroso. De allí en adelante, estos preciosos regalos se conocieron como «las Joyas de nuestra Santa.» Gracias a Dios que ella dejó para la posteridad joyas aún más preciosas de sabiduría espiritual y edificación religiosa.

A diferencia de Sta. Teresa de Ávila y de otros santos, Juana no escribió sus exhortaciones, conferencias e instrucciones, sino que fueron anotadas y entregadas a la posteridad gracias a muchas monjas fieles y admiradoras de su Orden.

Uno de los factores providenciales en la vida de Sta. Juana fue el hecho de que su vida espiritual fuera dirigida por dos de los más grandes santos todas las épocas, S. Francisco de Sales y S. Vicente de Paúl. Todos los escritos de la Santa revelan la inspiración del Espíritu Santo y de estos grandiosos hombres.

Ellos, a su vez, deben haberla guiado a los escritos de otros grandes santos, ya que vemos que ella les indicaba a sus Maestras de Novicias que se aseguraran de que los escritos de Sta. Teresa de Ávila se leyeran y estudiaran en los Noviciados de la Orden.

Santa Juana fue una auténtica contemplativa. Al igual que Sta. Brígida de Suecia y otros místicos, era una persona muy activa, llena de múltiples proyectos para la gloria de Dios y la santificación de las almas. Estableció no menos de ochenta y seis casas de la Orden. Se estima que escribió no menos de once mil cartas, que son verdaderas gemas de profunda espiritualidad. Más de dos mil de éstas se conservan todavía. La fundación de tantas casas en tan pocos años, la forzó a viajar mucho, cuando los viajes eran un verdadero trabajo.

Sta. Juana le escribió muchas cartas a S. Francisco de Sales, en búsqueda de guía espiritual. Desafortunadamente, después de la muerte de S. Francisco la mayoría de las cartas le fueron devueltas a Sta. Juana por uno de los miembros de la familia de Sales. Como era de esperarse, ella las destruyó, a causa de su naturaleza personal sagrada. De este modo, el mundo quedó privado de lo que pudo haber sido una de las mejores colecciones de escritos espirituales de esta naturaleza.

El  13 de diciembre  recordamos su ingreso al reino de los cielos, pero su fiesta fue asignada para el 12 de agosto.

Francisco de Sales y Juana Chantal, amigos de corazón

Marinella Bandini – publicado el 12/08/21

La preciosa amistad que establecieron estos santos dio grandes frutos, en sus almas y también a su alrededor

«Es hermoso poder amar en la tierra como se ama en el cielo». Son palabras de Francisco de Sales, un santo que disfrutó de una preciosa y fructífera amistad con santa Juana Francisca Chantal.

Las cartas que estos dos santos -él arzobispo de Ginebra, ella viuda y madre de cuatro hijos- se intercambiaron durante 18 años son un bonito testimonio de lo grande que puede ser la amistad.

«Dios, me parece, me dio a usted; estoy más seguro de eso a cada hora», escribió Francisco.

Amistad en las palabras y en los hechos

Más allá del papel, su preciosa relación se expresó también en bonitas obras de caridad que llevaron a cabo juntos.

De hecho, el obispo encontró en Juana a la persona que finalmente pudo dar forma a su soñado proyecto de ayuda a los necesitados: una fundación para los enfermos, la orden de la Visitación de Santa María.

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El arzobispo encontró un refugio en el corazón de su amiga, hasta el punto de afirmar:

«Nunca será posible que algo me separe de su alma: nuestro vínculo es demasiado fuerte, la misma muerte sería incapaz de disolverlo».

Hoy los restos mortales de estos dos santos descansan en el mismo lugar, en la basílica de la Visitación, en Annecy. Y sus almas, felizmente unidas en el cielo.