Génesis 3:9-15.20 / Efesios 1:3-6.11-12 / Lucas 1:26-38
Y María respondió.
El final del prefacio de hoy, que rezaremos al iniciar la oración eucarística, nos dice que María es para nosotros ejemplo de santidad. La santidad es la comunión posible y eficaz que cada uno de nosotros puede tener con Dios, con el Padre, con Jesucristo, siempre por la fuerza del Espíritu Santo y todas sus consecuencias.
Sí. María respondió. Sería una de las primeras actitudes de su santidad. Respondió porque estaba atenta, porque había escuchado lo que Dios le había dicho. Quizás no lo había entendido porque era bastante complicado y seguro que no había captado todas las implicaciones que ese anuncio tan extraordinario tendría en su vida, ya no digamos en la de toda la historia de la humanidad. Pero, sin embargo, respondió. Nada que ver con aquellos alumnos que en la Escuela cuando les hacen una pregunta y llaman su nombre, bajan de la luna a la tierra y se dan cuenta de que no han oído ni la pregunta. San María, en la escena tan entrañable de la Anunciación nos da una primera lección: debemos estar atentos. Qué necesaria es la atención en nuestro mundo tan lleno de información, tan lleno de mensajes, donde en cada momento podemos estar conectados y no precisamente con nuestro interior ni con Dios.
Porque, en cambio, Dios habla más en el silencio, o por boca de una sola persona, o en un momento tranquilo. No creo que un grupo de whatsupp esté donde mejor le escucharemos. Debemos estar atentos porque si no, podemos no escuchar qué nos dice, ni siquiera oírlo. La Virgen María, a pesar de no tener móvil, fue totalmente capaz de escuchar una llamada y una voz, escucharla y cumplirla.
Como ella, podemos ejercitar nuestra capacidad de atención si hacemos un esfuerzo por escuchar y por responder a aquellas personas que nos preguntan, que nos dicen algo, que quieren hacerse cercanas. No hay mayor desprecio que hacer ver que el otro no existe. A todos nos gusta que nos respondan, pero aprendamos también a medirnos. No hace falta responderlo todo siempre ni de inmediato, ni especialmente exigir que los demás lo hagan. Cuántos de nosotros no hemos visto a personas ponerse muy nerviosas porque al cabo de pocos minutos o incluso segundos, alguien no ha respondido un mensaje. También debemos aprender a esperarnos.
Con la respuesta, Santa María nos da otra lección: la de la responsabilidad. Es responsable porque es capaz de responder, no sólo a una pregunta, sino haciéndose cargo de una situación. En catalán lo decimos: yo respondo de esa persona.
La Virgen María aceptó la situación, feliz por un lado, tan enigmático y sorprendente por otro, de ser madre de Jesús, Cristo, el Mesías el esperado de Israel. Su responsabilidad se concreta en la capacidad de mantenerse fiel en la respuesta dada: «aquí estoy, que se haga en mí según tu palabra» y de hacerlo durante toda la vida, cuando la misma responsabilidad de mantenerse fiel a la respuesta la llevó a nuevos horizontes, inimaginables al principio. Aquí está la verdadera fidelidad, la que no tiene calculadas desde el inicio todas sus consecuencias, sino que queda abierta.
Respuesta y responsabilidad forman parte de la santidad y no son nada que nos quede tan lejos. Con estos rasgos tan humanos, Santa María nos enseña la forma de ser discípulos, se pone al frente de esta humanidad, y muy especialmente de nosotros que queremos testimoniar en el mundo que Dios existe, como creador de toda vida y nos llama a la felicidad superando todos los males de la historia, que vienen de esa ambigüedad antigua, de ese pecado al que los hombres y las mujeres también estamos sometidos desde el mismo principio de nuestro tiempo.
En la segunda lectura, un himno cristiano muy antiguo que forma parte de la Carta a los Efesios, que nuestra liturgia ha incorporado cada semana por las noches del lunes, encontramos una especie de yo colectivo, una primera persona del plural dirección a Dios para darle gracias a la elección que ha hecho de la humanidad para llevarla por amor a la santidad, a cumplir la voluntad de Dios, a la irreprensibilidad, a la esperanza con Cristo.
El himno nos habla de un gran proyecto de Dios. Si la primera lectura nos había dejado quizás un mal sabor, porque se ponía en marcha la historia humana en sus aspectos inevitables de ambigüedad, sometida a la presencia de ciertas formas de mal, que siempre están activas; San Pablo, muchas siglos después y cuando la Iglesia naciente ya experimentaba plenamente la resurrección de Jesucristo, vuelve a colocar la historia en manos de Dios y no destaca tanto su ambigüedad humana como la línea recta de la voluntad de Dios sobre todos nosotros.
Parece que está haciendo el retrato perfecto de la llamada a ser cristianos, y por tanto, aunque no la cite, encabezando este «nosotros» encontramos Santa María, que no sólo hace suyo este canto, sino que es la única que puede decir que lo cumple de verdad, la única escogida sin lugar a dudas, la única irreprensible, la única toda santa por su común niño con Dios Padre, con el Hijo que de ella se encarnó y con el Espíritu Santo que la habitó. Esto es lo que celebramos hoy, la santidad absoluta de María desde el momento de su Concepción.
Ella es la irreprensible, no por carácter, sino por naturaleza. La solemnidad de hoy, al proclamar su Inmaculada Concepción, recuerda que Cristo la separa de la ambigüedad que se produce en todos los demás seres humanos. La iguala así a Él mismo. Esto es lo que celebramos: su irreprensibilidad ante todo mal y todo pecado.
Piense los monaguillos qué significa ser irreprensible por naturaleza. Significa ser incapaces de hacer nada mal hecho, que nunca te puedan regañar, ni castigar, y no porque no te pillen sino porque no hagas nada mal. Esto es casi imposible pero la responsabilidad personal en las cosas de cada día, en aquellas respuestas que debe dar, le ayudarán a acercarse a esta irreprensibilidad. Vosotros que tenéis tan presente en Santa María en su canto, en cada Salve, en el Virolai, piensa que ella es ejemplo de responsabilidad, de hacer lo que toca, de no decir ahora sí y ahora no, sino de mantenerse siempre fiel a una palabra dada. Esto puede ser muy importante en sus vidas y en las de todos nosotros.
¿Dónde estamos amados hermanos y hermanas ante este plan ideal de Dios Hemos respondido a la voluntad de Dios de bendecirnos? ¿Y cómo hemos respondido? Cómo hemos podido, pero no hemos evitado hasta hoy las guerras, el hambre, la miseria, la injusticia. Tantas y tantas situaciones que nos duelen y que nos sorprenden especialmente porque parecen congeladas, resistentes a dejar entrar una hebra de sentido común, de razonabilidad, de responsabilidad.
El mundo no es santo ni irreprensible, como mucho está en camino y en esto debemos ser responsables: al mantenernos en el camino de la voluntad de Dios, ésta que el himno dice que es su designio sobre todos nosotros , ésta que María aceptó diciendo: “Que se cumplan en mí según sus palabras”; esa voluntad que cada día pedimos que “se haga” cuando rezamos el Padrenuestro.
Seamos responsables como María, con la voluntad de Dios.
Hay muchísimos católicos que están paralizados, incapaces de moverse, congelados respecto a Cristo y a la Iglesia.
Hay muchísimos católicos que están paralizados, incapaces de moverse, congelados respecto a Cristo y a la Iglesia.
Lucas 5:17-26
Nuestro Evangelio de hoy cuenta esa maravillosa historia de la curación del paralítico. La gente se reúne por docenas para escuchar a Jesús, apiñándose alrededor de la puerta de la casa. Le traen un paralítico, y como no hay manera de pasarlo por la puerta, suben al techo y abren un espacio para bajarlo.
¿Puedo sugerir una conexión entre esta maravillosa narrativa y nuestra situación evangélica actual? Hay muchísimos católicos que están paralizados, incapaces de moverse, congelados respecto a Cristo y a la Iglesia. Esto podría deberse a la duda, al miedo, a la ira, a un antiguo resentimiento, a la ignorancia o al autorreproche. Algunas de estas razones podrían ser buenas; algunos pueden ser malos.
Tu trabajo, como creyente, es llevar a otros a Cristo. ¿Cómo? Una palabra de aliento, un desafío, una explicación, una palabra de perdón, una nota, una llamada telefónica. Notamos la maravillosa urgencia de estas personas cuando llevan al enfermo a Jesús. ¿Sentimos hoy la misma urgencia dentro de su Cuerpo Místico?
Mira al paralítico y le dice: “Tus pecados te son perdonados”. La curación física es un regalo, la salud física es un regalo que debemos valorar. Pero el Señor nos enseña que también debemos proteger la salud del corazón, la salud espiritual. Hay aquí una palabra de Jesús que quizás nos ayude: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. ¿Estamos acostumbrados a pensar en esta medicina del perdón de nuestros pecados, de nuestros errores? Nos preguntamos: “¿Tengo que pedir perdón a Dios por algo?”. “Sí, sí, sí, en general todos somos pecadores”, y así la cosa se diluye y pierde su fuerza, esa fuerza de profecía que tiene Jesús cuando llega a lo esencial. Y hoy Jesús nos dice a cada uno de nosotros: “Quiero perdonaros vuestros pecados”. Es algo sencillo, que Jesús nos enseña cuando va a lo esencial. Lo esencial es la salud, toda ella: del cuerpo y del alma. Cuidemos bien el del cuerpo, pero también el del alma. Y acudamos a ese Doctor que puede sanarnos, que puede perdonar nuestros pecados. Jesús vino para esto, dio su vida por esto. (Homilía Santa Marta, 17 enero 2020)
Dámaso I, Santo
Memoria Litúrgica, 11 de diciembre
XXXVII Pontífice
Martirologio Romano: San Dámaso I, papa de origen hispano, que en los difíciles tiempos en que vivió, reunió muchos sínodos para defender la fe de Nicea contra cismas y herejías, procuró que san Jerónimo tradujera al latín los libros sagrados y veneró piadosamente los sepulcros de los mártires, adornándolos con inscripciones († 384).
Breve Biografía
San Dámaso, de origen español, nació hacia el año 305. Su pontificado comprende desde el año 366 al 384. Fue diácono de la Iglesia de Roma durante el pontificado del Papa Liberio.
Su elevación a la cátedra de Pedro no se vio exenta de contrastes debido a los enfrentamientos de los dos partidos contrapuestos. Pero los frutos de su pontificado no se dejaron esperar. Ignorando las amenazas imperiales, depuso a los obispos que se habían adherido al arrianismo y condujo a la Iglesia a la unidad de la doctrina. Estableció el principio de que la comunión con el obispo de Roma es signo de reconocimiento de un católico y de un obispo legítimo.
Durante su pontificado hubo una explosión de ritos, de oraciones, de predicaciones, con nuevas instituciones litúrgicas y catequéticas que alimentaron la vida cristiana. A la iniciativa de este Papa se deben los estudios para la revisión del texto de la Biblia y la nueva traducción al latín (llamada Vulgata) hecha por San Jerónimo, a quien San Dámaso escogió como secretario privado.
En estos años la Iglesia había logrado una nueva dimensión religioso-social, convirtiéndose en un componente de la vida pública. Los obispos escribían, catequizaban, amonestaban y condenaban pública y libremente.
En el año 380, con ocasión del sínodo de Roma, el Papa Dámaso expresó su agradecimiento a los jefes del imperio que habían devuelto a la Iglesia la libertad de administrarse por sí misma.
Con esta libertad conquistada, los antiguos lugares de oración como las catacumbas se habrían arruinado si este extraordinario hombre de gobierno no hubiera sido al mismo tiempo un poeta sensible a los antiguos recuerdos y a las gloriosas huellas dejadas por los mártires. Efectivamente, no sólo exaltó a los mártires en sus famosos “títulos” (epigramas grabados en lápidas por el calígrafo Dionisio Filocalo), sino que los honró dedicándose personalmente a la identificación de sus tumbas y a la consolidación de las criptas en donde se guardaban sus reliquias.
En la cripta de los Papas de las catacumbas de San Calixto, él añadió: “Aqui, yo, Dámaso, desearía fueran enterrados mis restos, pero temo turbar las piadosas cenizas de los mártires”. San Jerónimo sostiene que el Papa Dámaso murió casi a los ochenta años. Fue enterrado en la tumba que él mismo se había preparado, humildemente alejada de las gloriosas cenizas de los mártires, sobre la vía Ardeatina. Más tarde sus restos mortales fueron trasladados a la iglesia de San Lorenzo.
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Si realmente crees
Santo Evangelio según San Lucas 5, 17-26. Lunes II de Adviento.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Cada instante es como un regalo que puedo colocar en tus manos. Cada instante es un regalo que Tú colocaste en las mías. Aquí vengo a presentártelo, Señor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 5, 17-26
Un día Jesús estaba enseñando y estaban también sentados ahí algunos fariseos y doctores de la ley, venidos de todas las aldeas de Galilea, de Judea y de Jerusalén. El poder del Señor estaba con él para que hiciera curaciones. Llegaron unos hombres que traían en una camilla a un paralítico y trataban de entrar, para colocarlo delante de él; pero como no encontraban por dónde meterlo a causa de la muchedumbre, subieron al techo y por entre las tejas lo descolgaron en la camilla y se lo pusieron delante a Jesús. Cuando él vio la fe de aquellos hombres, dijo al paralítico: «Amigo mío, se te perdonan tus pecados».
Entonces los escribas y fariseos comenzaron a pensar: «¿Quién es este individuo que así blasfema? ¿Quién, sino sólo Dios, puede perdonar los pecados?». Jesús, conociendo sus pensamientos, les replicó: «¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil decir: ‘Se te perdonan tus pecados’ o ‘Levántate y anda’? Pues para que vean que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados -dijo entonces al paralítico-: Yo te lo mando: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». El paralítico se levantó inmediatamente, en presencia de todos, tomó la camilla donde había estado tendido y se fue a su casa glorificando a Dios. Todos quedaron atónitos y daban gloria a Dios, y llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto maravillas».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús vio la fe que tenían esos hombres. Miró el gesto que, más que juzgarlo de curioso o incluso como motivo de vergüenza, encontró su fuente en una fe ardiente. ¡Qué conmoción se siente cuando se observa a alguien que cree de verdad! Si alguna vez has visto rezar a alguien con verdadera fe, seguro que habrás podido experimentar cierta maravilla, asombro. Y si tu corazón aún no poseía la fe, o si tu fe era aún muy pobre, quizás al menos la duda volvió a surgir: ¿es verdad que habla con Dios?, ¿podría yo también rezar así?
Un sentimiento de maravilla semejante experimentó Jesús en su corazón. Dios es Padre y es muy cercano a cada uno de sus hijos. No le importa si su hijo o hija son orgullosos o temerosos. No le importa si su hijo o hija sienten desconfianza en Él. No le importa ni siquiera si ellos se sienten o están lejos de Él. No le importa nada sino solamente yo. Vive cerca de mis deseos, de mis ilusiones, de mis pensamientos, de mis sentimientos. Vive cerca de cada acto que realizo y lo experimenta en su corazón. Vive cerca de mí.
Aquél día su corazón vibró cuando miró en el corazón de aquellos hombres. Hoy vibra cuando mira en el mío. Quiere hacerme feliz. Quiere enseñarme a creer en Él. ¿Qué quiero decirte yo, Señor?
«El Señor «primero» nos invita, después, nos ayuda. Y usa la palabra «venid», o la misma palabra que dijo al paralítico: Ven, levántate, toma tu camilla y vete. Ven. La misma palabra que dijo a la hija de Jairo, la misma palabra que dijo al hijo de la viuda en la puerta de Naín: ven. Dios siempre invita a levantarse, pero siempre nos da la mano para ir. Y lo hace con la característica de la humildad».
(Homilía de S.S. Francisco, 14 de marzo de 2017, en santa Marta).
Diálogo con Cristo.
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. Buscaré reflexionar lo meditado en mi corazón para concretar un propósito que me lleve a crecer en mi fe y amor a Dios y a los demás
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
El poder de Dios.
Como bautizados, hemos recibido el Espíritu Santo y con él, infinidad de dones y carismas.
“Yo soy simplemente como el burro que lleva a Jesús. Lo peor sería fijarse en el asno y no en el que va montado en sus lomos. El día que seamos conscientes de que somos portadores de Cristo Jesús, ese día se va a transformar nuestro ministerio; ya no hablaremos tanto de Jesús, sino que le dejaremos actuar con todo su poder”. – Padre Emiliano Tardif.
Dios, soberano Rey del universo, en su omnipotente grandeza se fía de nosotros, simples burros, para actuar con infinito poder sobre sus hijos. No solamente confía, sino que quiere necesitarnos para semejante propósito.
Esta reflexión del Padre Emiliano Tardif, me recuerdan las palabras de Juan el Bautista cuando se le preguntó si él era el Cristo: “Mas viene quien es más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de sus sandalias”. (Jn 1, 27) El Bautista, sin duda, conocía plenamente su lugar en el plan de Dios. Aún cuando el pueblo pensaba y creía que sus palabras y acciones eran dignas del Mesías, él supo comunicar sin reserva alguna su condición de “burro”. Esa humildad le ganó la santidad.
Como bautizados, hemos recibido el Espíritu Santo y con él, infinidad de dones y carismas.
A través de su don, el mismo Dios nos arma con unas capacidades extraordinarias para la evangelización. Lo innegable es que no somos nosotros los dueños y administradores de ese poder, sino el mismo Altísimo. No somos más que el “burro” que lo lleva en su lomo. En la medida en que somos capaces de reconocer el alcance y el lugar de nuestra participación, el Señor se manifiesta para mostrarnos el infinito valor comprendido en la experiencia de servirle. Él mismo, que habiéndote escogido, llamado y facultado para llevarlo sobre tu “lomo” te hace partícipe de su despliegue de poder y amor. Es él quien concede cada una de las bendiciones que se derraman a través de tu ser, por medio del Espíritu.
Toda nuestra formación como católicos, desde los primeros pasos en la catequesis hasta los niveles más altos conseguidos a través del estudio y de los sacramentos, tiene como propósito fundamental convertirnos en “burros” que sirven al Señor.
Solamente transformándonos en humildes servidores podremos recibir lo que ésta nueva condición requiere: discernimiento, regalo de nuevos dones, acrecentamiento de otros ya recibidos, celo por el Evangelio, entre otros. Y todos ellos puestos al servicio inmediato del Creador.
En mi experiencia como “burro”, que apenas comienza, siento en mi corazón un deseo ardiente de servirle. Reconozco que es él quien me permite anelar ser su humilde servidor, y a la vez me capacita con los elementos necesarios para cumplir con el trabajo de “llevarlo”. Es él quien se manifiesta a través de la palabra y mis manos y confirma la autenticidad de su obra.
Les cuento que la primera vez que Dios me puso en frente de alguien para imponer mis manos y orar, la persona experimentó el Descanso en el Espíritu. La sensación de un poder inimaginable que fluyó a través de mis manos y que inmediatamente reconocí que no es mío, es sencillamente maravillosa. Esa efusión del poder de Dios no solamente hizo descansar a uno, sino que se devolvió hacia mi persona haciéndome estallar en llanto. Dios me confirmó que es su poder el que se manifiestó y al mismo tiempo me hizo consciente de mi pequeñez de “burro”.
En otra ocasión, durante una imposición de manos, el Espíritu Santo liberó de un espíritu de temor a quien recibía la oración y a cambio le regaló el don de alabar en lenguas, lo cual pude confirmar posteriormente. La fluidez y hermosura de la alabanza que orquestaban aquellos labios estaba, sin duda, fuera del alcance de mis sentidos. En aquel momento, todo mi cuerpo comenzó a temblar, al punto de sentir que era yo quien experimentaría un descanso en el espíritu. Finalmente, la persona experimentó el descanso, pero igual mi corazón había sido testigo del poder avasallador de Dios.
Dice el Padre Emiliano Tardif que cuando el “burro” se regresa a su corral, en esa intimidad y en el pleno análisis del trabajo realizado es que se reconoce en toda su magnificencia la grandeza de Dios. Así me siento un poco, en mis momentos de silencio puedo reflexionar en lo vivido y más me hago consiente de mi pequeñez ante la gloria de mi Señor.
Permítenos oh Dios, ser humildes y dóciles a tu llamada.
Acrecienta en nosotros el don del servicio.
Conviértenos en “burros”, de modo que, la gente no se fije en nosotros
y permitan ser arrollados por el poder de tu amor.
Amén.
San Dámaso, el Papa de las catacumbas
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Dolors Massot – publicado el 11/12/14
Restauró las catacumbas, combatió al antipapa Ursino y gracias a él, san Jerónimo elaboró la Vulgata
Dámaso nació en el año 305 en lo que hoy es Portugal, en una familia de ascendencia española. Creció en Roma.
Era intelectual y experto en Sagrada Escritura. Fue el mecenas de san Jerónimo, entre cuyos trabajos se encuentra la Vulgata, traducción de la Biblia al latín que se utiliza en la Iglesia romana como oficial desde el Concilio de Trento.
San Dámaso combatió las calumnias, le herejía del arrianismo y la presencia del antipapa Ursino. Defendió la Iglesia, mejoró la liturgia y restauró las catacumbas, testimonio de los mártires.
Falleció el 11 de diciembre del año 384.
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Santo patrón
San Dámaso es patrón de los arqueólogos.
Oración a san Dámaso
Oh glorioso papa san Dámaso,
que junto a san Jerónimo tanto hiciste por el cristianismo
y amaste fielmente a la Iglesia en los tiempos difíciles,
mandaste traducir la Biblia al idioma popular,
diste gloria y promoviste el culto de los numerosos mártires
que entregaron la vida por su fe
haciendo grabar sus nombres para que no fueran olvidados
en lápidas en las catacumbas de Roma,
alzaste iglesias y catedrales
y nos legaste, entre otras, la oración:
«Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén»:
yo quiero glorificar a la Santísima Trinidad contigo
y pedir tu intercesión para alivio de mis males.
Ayúdanos en nuestros sufrimientos
Oh venerable y ejemplar san Dámaso,
que por tu digna, leal y virtuosa vida
y los sufrimientos en tu suplicio
mereciste estar junto a los elegidos de Dios,
te rogamos tu valiosa ayuda y protección
para conseguir que Dios Nuestro Señor
aligere y haga desaparecer nuestras cargas y sufrimientos,
que Él sabe son muchos y cómo nos duelen;
pide por los que llegamos a ti con esperanza,
y que tus oraciones nos sirvan
para conseguir de Dios los bienes y favores necesarios
para dejar atrás todo lo que nos hace sufrir,
y en especial pedimos que nos sea concedido:
(hacer la petición).
En los momentos difíciles
San Dámaso bueno y distinguido,
esperamos confiadamente tu auxilio y protección,
para salir adelante en estos momentos difíciles,
atiende sin tardar nuestro pedido
y ruega mucho a Dios que no deje de asistirnos,
pues sin Él, que es todo misericordia y bondad
y está atento a las desgracias de sus hijos,
no es posible que salgamos de tanta pena.
San Dámaso, confiamos en ti
San Dámaso bendito, en tus manos dejo mis angustias,
como lo hacen también los que a ti llegan
buscando alivio y consuelo en sus dificultades,
intercede con tu habitual generosidad,
danos tu poderosa asistencia
y pide auxilio para los que hoy te necesitamos,
ante la Santísima Trinidad,
Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo,
para mitigar nuestras necesidades y carencias,
nuestras adversidades y problemas
y que podamos llevar una vida mejor,
llena de salud, felicidad, paz, amor y bienestar.
Por nuestro Señor Jesucristo,
que vive y reina con Dios Padre,
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.