Fulgencio de Écija, Santo
Obispo, 14 de enero
Martirologio Romano: En la ciudad de Écija, en la provincia romana de Bética (hoy España), san Fulgencio, obispo, hermano de los santos Leandro, Isidoro y Florentina. Su hermano Isidoro le dedicó su tratado De los oficios eclesiásticos (c. 632).
Breve Biografía
Hijo de Severiano y Túrtura. Su padre fue un noble visigodo, San Fulgencio fue el segundo de los cinco hermanos, cuatro de los cuales fueron considerados santos por la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Católica Ortodoxa. Sus otros hermanos canonizados son San Isidoro, San Leandro y Santa Florentina. Todos ellos son conocidos como los Cuatro Santos de Cartagena.
San Fulgencio nació en Cartagena en torno al año 540 y pronto su familia se traslada a Sevilla. En dicha ciudad serían arzobispos sus hermanos San Leandro y San Isidoro.
San Fulgencio fue Obispo, ocupando la sede de Écija y, en dos ocasiones, la de Cartagena. Hombre elocuente y un gran orador, Recaredo le encomendó diversas misiones para su reino. Fue considerado un hombre sabio, siendo elevado al rango de Doctor de la Iglesia en 1880 por Pío IX.
San Fulgencio es Patrón de las Diócesis de Plasencia y Cartagena y desde el siglo XVI da nombre al seminario diocesano. También es el patrón de la ciudad de Plasencia.
Parálisis en la fe
Santo Evangelio según san Marcos 2, 1-12. Viernes I del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, ayúdame en este día a tener un espíritu abierto a todo lo que me digas. Dame la gracia de poder escucharte y dame la fuerza para hacer lo que me pides.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 2, 1-12
Cuando Jesús volvió a Cafarnaúm, corrió la voz de que estaba en casa, y muy pronto se aglomeró tanta gente, que ya no había sitio frente a la puerta. Mientras él enseñaba su doctrina, le quisieron presentar a un paralítico, que iban cargando entre cuatro. Pero como no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente, quitaron parte del techo, encima de donde estaba Jesús, y por el agujero bajaron al enfermo en una camilla.
Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”. Algunos escribas que estaban allí sentados comenzaron a pensar: “¿Por qué habla éste así? Eso es una blasfemia. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?”.
Conociendo Jesús lo que estaban pensando, les dijo: “¿Por qué piensan así? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’ o decirle: ‘Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa’? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados —le dijo al paralítico—: Yo te lo mando: levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa”.
El hombre se levantó inmediatamente, recogió su camilla y salió de allí a la vista de todos, que se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: “¡Nunca habíamos visto cosa igual!”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Como hermanos en la fe, podemos llevar a los que, heridos por el egoísmo, están a nuestro lado muchas veces sin esperanza. Es nuestro deber de católicos buscar una camilla, tomar uno de los extremos y llevar a este herido con un espíritu de equipo, y más aún, de familia junto a los que siente esta misma responsabilidad.
Encontramos ocasiones en que no somos responsables de las heridas y lesiones que provocan la discapacidad. Pero siempre podemos tener la urgencia de sanar las heridas que impiden hacer un acercamiento a Cristo. Él es el único que vuelve a dar una vida llena de esperanza.
Cristo se digna sanar a estas personas por nuestra fe. Éste es el poder de la intercesión. Hemos recibido la luz, viendo lo que muchos no ven y oyendo lo que algunos otros no oyen. Demos a conocer a este Dios amoroso que da esperanza sin importar los ánimos, los peligros, los vientos a favor y en contra.
Si tenemos fe es para iluminar el camino que lleva a Cristo, si tenemos esperanza es para compartirla en la desesperación, si tenemos amor es para darnos dando al que llevamos dentro.
Somos responsables porque creemos. Precisamente es por esto que debemos ayudar a creer tomando las camillas de los paralíticos en la fe. No importará si es difícil llegar a un Cristo rodeado por personas que forman murallas de problemas. El amor es ingenioso y todo lo puede. Es todo un reto, pero, a fin de cuentas, es lo que Dios quiere: que le llevemos a todo herido.
«La pereza es un pecado feo, puede afectar a cada hombre: es vivir porque es gratis el oxígeno, el aire, es vivir siempre mirando a los otros que son más felices que yo, vivir en la tristeza, olvidar la alegría. Es un pecado que paraliza, nos hace paralíticos. No nos deja caminar. A nosotros Jesús hoy nos dice: Levántate, toma tu vida como es, bonita, fea, como sea, tómala y ve adelante. No tengas miedo, ve adelante con tu camilla — “Pero, Señor, no es el último modelo…” — ¡Pero ve adelante! ¡Con esa camilla fea, quizá, pero ve adelante! Es tu vida, es tu alegría».
(Homilía de S.S. Francisco, 28 de marzo de 2017, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
El amor es ingenioso. Hoy buscaré alguna nueva forma de compartir mi fe.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amen.
¿Confesarse con un hombre?
Jesús comunicó el poder de perdonar pecados y de absolución solo a sus apóstoles.
El otro día, hablando de la confesión alguien me dijo: «¿Cómo se le ocurre que yo me voy a confesar con un pecador como yo? Yo me confieso con Dios y punto. Entro en mi habitación, oro con fervor y Dios me perdona». Le contesté que el asunto no es tan simple. Muchas veces acomodamos la religión a nuestra manera, y así pasa también con la confesión. La confesión no es solamente «pecar, orar y listo». Hay que buscar a un sacerdote. Hacer un gran acto de humildad. Decirle sus pecados. Y luego recibir una corrección fraterna y la absolución del sacerdote de la Iglesia. Eso no lo han inventado los curas. Hay claras indicaciones en la Biblia acerca de la confesión delante de un ministro de la Iglesia.
Queridos hermanos católicos, en esta carta quiero explicarles primero lo que nos enseña la Biblia acerca del perdón de los pecados, y luego voy a contestar algunas dudas acerca de la confesión que algunos hermanos de otra religión nos plantean. Muchos católicos, sin mayor formación religiosa, fácilmente se dejan influenciar por estas inquietudes y sin darse cuenta se les van los grandes tesoros que Jesús confió a su Iglesia. Con esta carta no quiero ofender a nadie, pero lo que me mueve a escribir estas líneas es el amor por la verdad. Ya que solamente «la verdad nos hará libres» (Jn. 8, 32).
¿Qué nos enseña la Biblia acerca del perdón de los pecados?
1. Jesús perdona los pecados.
En el Antiguo Testamento el perdón de los pecados era un derecho solamente de Dios. Ningún profeta y ningún sacerdote del Antiguo Testamento pronunció absolución de pecados. Sólo Dios perdonaba el pecado.
En el Nuevo Testamento, por primera vez, aparece alguien, al lado de Dios Padre, que perdona los pecados: Jesús. El Hijo de Dios dijo de sí mismo: «El Hijo del Hombre tiene poder de perdonar
Y en verdad Jesús ejerció su poder divino: «Cuando Jesús vio la fe de aquella gente, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados» (Mc. 2, 5).
Frente a una mujer pecadora Jesús dijo: «Sus pecados, sus numerosos pecados le quedan perdonados, por el mucho amor que mostró» (Lc. 7, 47).
Y en la cruz Jesús se dirigió a un criminal arrepentido: «En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso» (Lc. 23, 43).
2. Jesús comunicó el poder de perdonar pecados a sus apóstoles. Jesús quiso que todos sus discípulos, tanto en su oración como en su vida y en sus obras, fueran signo e instrumento de perdón. Y pidió a sus discípulos que siempre se perdonaran las ofensas unos a otros (Mt. 18, 15-17).
Sin embargo, Jesús confió el ejercicio del poder de absolución solamente a sus apóstoles. Jesús quería que la reconciliación con Dios pasara por el camino de la reconciliación con la Iglesia. Lo expresó particularmente en las palabras solemnes a Simón Pedro: «A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mat. 16, 19). Esta misma autoridad de «atar» y «desatar» la recibieron después todos los apóstoles (Mt. 18, 18). Las palabras «atar» y «desatar» significan: Aquel a quien excluyen ustedes de su comunión, será excluido de la comunión con Dios. Aquel a quien ustedes reciben de nuevo en su comunión, será también acogido por Dios. Es decir, la reconciliación con Dios pasa inseparablemente por la reconciliación con la Iglesia.
El mismo día de la Resurrección, Jesucristo se apareció a los apóstoles, sopló sobre sus cabezas y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedarán perdonados y a quienes se los retengan, les quedarán retenidos» (Jn. 20, 22-23).
Y en la Iglesia primitiva ya existía el ministerio de la reconciliación como dice el apóstol Pablo: «Todo eso es la obra de Dios, que nos reconcilió con El en Cristo, y que a mí me encargó la obra de la reconciliación» (2 Cor. 5, 18).
3. Los apóstoles comunicaron el poder divino de perdonar pecados a sus sucesores.
Las palabras de Jesucristo sobre el perdón de los pecados no fueron sólo para los Doce apóstoles, sino para pasarlas a todos sus sucesores. Los apóstoles las comunicaron con la imposición de manos. Escribe el apóstol Pablo a su amigo Timoteo: «Te recomiendo que avives el fuego de Dios que está en ti por la imposición de mis manos» (2 Tim. 1, 6).
Los apóstoles estaban conscientes de que Jesucristo tenía una clara intención de proveer el futuro de la Iglesia; estaban convencidos de que Jesús quería una institución que no podía desaparecer con la muerte de los apóstoles. El Maestro les había dicho: «Sepan que Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt. 28, 20), y «las fuerzas del infierno no podrán vencer a la Iglesia» (Mt. 16, 18). Así las promesas de Jesús a Pedro y a los apóstoles, no sólo valen para sus personas, sino también para sus legítimos sucesores.
Como conclusión podemos decir: Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación (Jn. 20, 23; 2 Cor. 5, 18). Los obispos, o sucesores de los apóstoles, y los presbíteros, colaboradores de los obispos, continúan ahora ejerciendo este ministerio. Ellos tienen el poder de perdonar los pecados «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo».
Dudas que plantean otras iglesias acerca de la confesión
1. ¿En qué se basan los católicos para decir que los sacerdotes pueden perdonar los pecados?
La Iglesia Católica lee con atención toda la Biblia y acepta la autoridad divina que Jesús dejó en manos de los Doce apóstoles y sus legítimos sucesores. Esto ya está explicado. El poder divino de perdonar pecados está claramente expresado en lo que hizo y dijo Jesús ante sus apóstoles: El Señor sopló sobre sus cabezas y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; y a quienes se los retengan les quedan retenidos» (Jn. 20, 22-23).
Los apóstoles murieron y, como Cristo quería que ese don llegara a todas las personas de todos los tiempos, les dio ese poder de manera que fuera transmisible, es decir, que ellos pudieran transmitirlo a sus sucesores. Y así los sucesores de los apóstoles, los obispos, lo delegaron a «presbíteros», o sea, a los sacerdotes. Estos tienen hoy el poder que Jesús dio a sus apóstoles: «A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados» y nunca agradeceremos bastante este don de Dios que nos devuelve su gracia y su amista
2. ¿Para qué decir los pecados a un sacerdote, si Jesús simplemente los perdonaba?
Es verdad que Jesús perdonaba los pecados sin escuchar una confesión. Pero el Maestro divino leía claramente en los corazones de la gente, y sabía perfectamente quiénes estaban dispuestos a recibir el perdón y quiénes no. Jesús no necesitaba esta confesión de los pecados. Ahora bien, como el pecado toca a Dios, a la comunidad y a toda la Iglesia de Cristo, por eso Jesús quería que el camino de la reconciliación pasara por la Iglesia que está representada por sus obispos y sacerdotes. Y como los obispos y sacerdotes no leen en los corazones de los pecadores, es lógico que el pecador tiene que manifestar los pecados. No basta una oración a Dios en el silencio de nuestra intimidad.
Además el hombre está hecho de tal manera que siente la necesidad de decir sus pecados, de confesar sus culpas, aunque llegado el momento le cuesta. El sacerdote debe tener suficiente conocimiento de la situación de culpabilidad y de arrepentimiento del pecador. Luego el sacerdote, guiado por el espíritu de Jesús que siempre perdona, juzgará y pronunciará la absolución: «Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo». La absolución es realmente un juicio que se pronuncia sobre el pecador arrepentido. Es mucho más que un sentirse liberado de sus pecados. Es decir, a los ojos de Dios: no existen más esos pecados. Está realmente justificado. Y como consecuencia lógica, dada la delicadeza y la grandeza de este misterio del perdón, el sacerdote está obligado a guardar un secreto absoluto de los pecados de sus penitentes.
3. «Pero el sacerdote es pecador como nosotros», dirán algunos.
Y les respondo: También los Doce apóstoles eran pecadores y sin embargo Jesús les dio poder para perdonar pecados. El sacerdote es humano y dice todos los días: «Yo pecador» y la Escritura dice: «Si alguien dice que no ha pecado, es un mentiroso» (1Jn. 1, 8). Aquí la única razón que aclara todo es esta: Jesús lo quiso así y punto. Jesús fundamentó la Iglesia sobre Pedro sabiendo que Pedro era también pecador. Y Jesús dio el poder de perdonar, de consagrar su Cuerpo y de anunciar su Palabra a hombres pecadores, precisamente para que más aparecieran su bondad y su misericordia hacia todos los hombres. Con razón nosotros los sacerdotes reconocemos que llevamos este tesoro en vasos de barro y sentimos el deber de crecer día a día en santidad para ser menos indignos de este ministerio.
El sacerdote perdona los pecados por una sola razón: porque recibió de Jesucristo el poder de hacerlo. Además, durante la confesión aprovecha para hacer una corrección fraterna y para alentar al penitente. El confesor no es el dueño, sino el servidor del perdón de Dios.
Y otro punto importante es que el sacerdote concede el perdón «en la persona de Cristo»; y cuando dice «Yo te perdono…» no se refiere a la persona del sacerdote sino a la persona de Cristo que actúa en él. Los que se escandalizan y dicen ¿cómo un sacerdote que es un hombre puede perdonar a otro hombre? es que no entienden nada de esto.
¿Qué otras diferencias hay entre católicos y protestantes acerca de la confesión?
El protestante comete pecados, ora a Dios, pide perdón, y dice que Dios lo perdona. Pero ¿cómo sabe que, efectivamente, Dios le ha perdonado? Muy difícilmente queda seguro de haber sido perdonado.
En cambio el católico, después de una confesión bien hecha, cuando el sacerdote levanta su mano consagrada y le dice: «Yo te absuelvo en el nombre del Padre…», queda con una gran seguridad de haber sido perdonado y con una paz en el alma que no encuentra por ningún otro camino.
Por eso decía un no-católico: «Yo envidio a los católicos. Yo cuando peco, pido perdón a Dios, pero no estoy muy seguro de si he sido perdonado o no. En cambio el católico queda tan seguro del perdón que esa paz no la he visto en ninguna otra religión». En verdad,la confesión es el mejor remedio para obtener la paz del alma.
El católico sabe que no es simplemente: «Pecar y rezar, y listo». Pongamos un caso: Una mujer católica comete un aborto. No puede llegar a su pieza, rezar y decir que todo está arreglado. No. Ella tiene que ir a un sacerdote y confesarle su pecado. Y el sacerdote le hará ver lo grave de su pecado, un pecado que lleva a la excomunión de la Iglesia. El sacerdote le aconsejará una penitencia fuerte. Ella quizás hasta llorará en ese momento y antes del próximo aborto seguramente lo pensará tres veces… ¿Y ese señor que compra lo robado? ¿Y esa novia que no se hace respetar por el novio? ¿Y esa mujer que quita la fama con su lengua? ¿Y ese borracho?…
Confesando sus pecados, se encontrarán con alguien que les habla en nombre de Dios y les hace reflexionar y cambiar su vida.
Queridos hermanos, termino esta carta con una gran esperanza de que nosotros los católicos seamos capaces de descubrir de nuevo el gran tesoro de la confesión.
Cuántos miles de personas mejoraron su vida sólo con hacer una buena confesión. Un gran psicólogo decía: «Yo no conozco ningún método tan bueno para mejorar una vida como la confesión de los católicos». Espero que este «gran tesoro» que dejó Jesús en su Iglesia, sea también provechoso para el crecimiento de nuestra vida espiritual.
Décima a lo Divino por el Hijo Pródigo:
Padre de mi corazón
aquí estoy arrepentido,
a tus pies estoy rendido,
concédeme tu perdón.
Póngame la bendición
y olvide usted sus enojos
como pisando entre abrojos
hoy he llegado hasta aquí
a hacerle correr por mí
las lágrimas de sus ojos.
Cuestionario
¿Quién podía perdonar los pecados en el Antiguo Testamento? ¿Quién puede perdonarlos en el Nuevo Testamento? ¿A quiénes delegó Jesús este poder? ¿A quiénes lo delegaron los Apóstoles? ¿En nombre de quién perdonan los sacerdotes? ¿Qué significa que el sacerdote perdona en nombre de Cristo? ¿Puede un católico confesar sus pecados directamente a Dios? ¿Cuándo tiene seguridad el católico de que es perdonado por Dios? ¿La tiene igual el evangélico? ¿Cómo se confiesan ellos? ¿Por qué hay que decir los pecados al sacerdote?
Los padres que se enfrentan a todos los desafíos por sus hijos son héroes
Entrevista del Papa Francisco con los medios de comunicación del Vaticano sobre la paternidad en tiempos del Covid.
El Año especial sobre San José se concluyó el pasado 8 de diciembre, pero la atención y el amor del Papa Francisco por este Santo no se han concluido, es más, se desarrollan aún más con las catequesis que, desde el pasado 17 de noviembre, se están centrando en la figura del Patrón de la Iglesia universal.
Por nuestra parte, L’Osservatore Romano ha publicado una columna mensual, a lo largo de todo el 2021, y que también ha recogido el portal de Vatican News, sobre la Patris Corde, dedicanto cada número a un capítulo de la Carta Apostólica sobre San José. Esta columna que ha hablado de padres, pero también de hijos y de madres en diálogo ideal con el Esposo de María, ha suscitado en nosotros el deseo de poder confrontarnos con el Papa precisamente sobre el tema de la paternidad en sus diversas facetas, desafíos y complejidades. El resultado es esta entrevista, en la que el Papa Francisco responde a nuestras preguntas mostrando todo su amor por la familia, su proximidad a quien experimenta el sufrimiento y el abrazo de la Iglesia a los padres y a las madres que hoy deben afrontar miles de dificultades para dar un futuro a sus hijos.
Santo Padre, usted ha establecido un Año especial dedicado a San José, ha escrito una carta, la Patris Corde, y está llevando a cabo un ciclo de catequesis dedicadas a su figura. ¿Qué representa San José para usted?
Nunca he escondido la sintonía que siento hacia la figura de San José. Creo que esto viene de mi infancia, de mi formación. Desde siempre he cultivado una devoción especial por San José porque creo que su figura representa, de manera hermosa y especial, lo que debería ser la fe cristiana para cada uno de nosotros. José, de hecho, es un hombre normal y su santidad consiste precisamente en haberse convertido en santo a través de las circunstancias buenas y malas que ha debido vivir y afrontar. No podemos tampoco esconder que a San José lo encontramos en el Evangelio, sobre todo en los relatos de Mateo y de Lucas, como un protagonista importante de los inicios de la historia de la salvación. En efecto, los acontecimientos que rodearon el nacimiento de Jesús fueron acontecimientos difíciles, llenos de obstáculos, de problemas, de persecuciones, de oscuridad y Dios, para ir al encuentro de Su Hijo que nacía e el mundo le coloca al lado a María y a José. Si María es aquella que dio al mundo el Verbo hecho carne, José es aquel que lo defendió, que lo protegió, que lo alimentó, que lo hizo crecer. En él podremos decir que está el hombre de los tiempos difíciles, el hombre concreto, el hombre que sabe asumir la responsabilidad. En este sentido, en San José se unen dos características. Por una parte, su fuerte espiritualidad se traduce en el Evangelio a través de los relatos de los sueños; estos relatos atestiguan la capacidad de José para escuchar a Dios que habla a su corazón. Sólo una persona que reza, que tiene una intensa vida espiritual, puede tener también la capacidad de distinguir la voz de Dios en medio de las muchas voces que nos habitan. Junto a esta característica después hay otra: José es el hombre concreto, es decir, el hombre que afronta los problemas con extrema practicidad, y frente a las dificultades y a los obstáculos, no asume nunca la posición del victimismo. En cambio, se sitúa siempre en la perspectiva de reaccionar, de corresponder, de fiarse de Dios y de encontrar una solución de manera creativa.
¿Esta atención renovada a San José en este momento de prueba tan grande asume un significado particular?
El tiempo que estamos viviendo es un tiempo difícil marcado por la pandemia del coronavirus. Muchas personas sufren, muchas familias están en dificultades, muchas personas se ven asediadas por la angustia de la muerte, de un futuro incierto. He pensado que precisamente en un tiempo tan difícil necesitamos a alguien que pueda animarnos, ayudarnos, inspirarnos, para entender cuál es el modo juntos para saber afrontar estos momentos de oscuridad. José es un testimonio luminoso en tiempos oscuros. He aquí por qué era justo darle espacio en este tiempo para poder volver a encontrar el camino.
Su ministerio petrino inició precisamente el 19 de marzo, día de la fiesta de San José…
He considerado siempre una delicadeza del cielo poder iniciar mi ministerio petrino el 19 de marzo. Creo que, de algún modo, San José me ha querido decir que continuaría ayudándome, estando junto a mí y yo podría continuar pensando en él como un amigo al que dirigirme, al que confiarme, al que pedir que interceda y rece por mí. Pero ciertamente esta relación, que se da por la comunión de los santos, no sólo me está reservada a mí, creo que puede ser de ayuda para muchos. Por eso espero que el año dedicado a San José haya llevado a muchos cristianos a redescubrir el profundo valor de la comunión de los santos, que no es una comunión abstracta, sino una comunión concreta que se expresa en una relación concreta y tiene consecuencias concretas.
En la columna sobre la Patris Corde, organizada por nuestro periódico durante el Año especial dedicado a San José, hemos enlazado la vida del Santo con la de los padres, pero también con la de los hijos de hoy. ¿Qué pueden recibir del diálogo con San José los hijos de hoy, es decir, los padres del mañana?
No se nace padres, pero ciertamente todos nacemos hijos. Esta es la primera cosa que debemos considerar, es decir, cada uno de nosotros más allá de lo que la vida le ha reservado, es sobre todo un hijo, ha estado confiado a alguien, proviene de una relación importante que lo ha hecho crecer y que lo ha condicionado en el bien o en el mal. Tener esta relación y reconocer su importancia en la propia vida significa comprender que un día, cuando tengamos la responsabilidad de la vida de alguien, es decir, cuando debamos ejercer una paternidad, llevaremos con nosotros sobre todo la experiencia que hemos hecho personalmente. Y es importante entonces poder reflexionar sobre esta experiencia personal para no repetir los mismos errores y para atesorar las cosas hermosas que hemos vivido. Estoy convencido de que la relación de paternidad que José tenía con Jesús ha influenciado tanto su vida hasta el punto de que la futura predicación de Jesús está plena de imágenes y referencias tomadas precisamente del imaginario paterno. Jesús, por ejemplo, dice que Dios es Padre, y no puede dejarnos indiferentes esta afirmación, especialmente si pensamos en la que ha sido su personal experiencia humana de paternidad. Esto significa que José lo ha hecho tan bien como padre que Jesús encuentra en el amor y la paternidad de este hombre la referencia más hermosa para dar a Dios. Podríamos decir que los hijos de hoy que se convertirán en los padres de mañana deberían preguntarse qué padres han tenido y qué padres quieren ser. No deben dejar que su papel paternal sea el resultado de la casualidad o simplemente la consecuencia de una experiencia pasada, sino que deben decidir conscientemente de qué modo amar a alguien, de qué modo responsabilizarse de alguien.
En el último capítulo de Patris Corde se habla de José como padre en la sombra. Un padre que sabe estar presente, pero dejando al hijo libre para crecer. ¿Es posible esto en una sociedad que parece premiar solo a quien ocupa espacios y visibilidad?
Una de las características más hermosas del amor, y no solo de la paternidad, es, de hecho, la libertad. El amor genera siempre libertad, el amor nunca debe convertirse en una prisión, en posesión. José nos muestra la capacidad de cuidar de Jesús sin adueñarse nunca de él, sin querer manipularlo, sin querer distraerlo de su misión. Creo que esto es muy importante como prueba de nuestra capacidad de amar y también de nuestra capacidad de saber dar un paso atrás. Un buen padre lo es cuando sabe retirarse en el momento oportuno para que su hijo pueda emerger con su belleza, con su singularidad, con sus elecciones, con su vocación. En este sentido, en toda buena relación es necesario renunciar al deseo de imponer una imagen desde arriba, una expectativa, una visibilidad, una forma de llenar completa y constantemente la escena con excesivo protagonismo. La característica de José de saber hacerse a un lado, su humildad, que es también la capacidad de pasar a un segundo plano, es quizá el aspecto más decisivo del amor que José muestra por Jesús. En este sentido es un personaje importante, me atrevería a decir que esencial en la biografía de Jesús, precisamente porque en un momento determinado sabe retirarse de la escena para que Jesús pueda brillar en toda su vocación, en toda su misión. A imagen y semejanza de José, debemos preguntarnos si somos capaces de saber dar un paso atrás, de permitir que los demás, y sobre todo los que nos han sido confiados, encuentren en nosotros un punto de referencia, pero nunca un obstáculo.
En varias ocasiones usted ha denunciado que la paternidad hoy está en crisis. ¿Qué se puede hacer, qué puede hacer la Iglesia, para devolver la fuerza a las relaciones padre-hijo, fundamentales para la sociedad?
Cuando pensamos en la Iglesia pensamos en ella siempre como Madre y esto no es algo equivocado. También yo en estos años he tratado de insistir mucho en esta perspectiva porque el modo de ejercer la maternidad de la Iglesia es la misericordia, es decir, es ese amor que genera y regenera la vida. ¿El perdón, la reconciliación no son tal vez un modo a través del que nos volvemos a poner en pie? ¿No es un modo a través del que recibimos nuevamente la vida porque recibimos otra posibilidad? ¡No puede existir una Iglesia de Jesucristo si no es a través de la misericordia! Pero creo que deberemos tener el valor de decir que la Iglesia no debería ser solo materna sino también paterna. Es decir, está llamada a ejercer un ministerio paterno no paternalístico. Y cuando digo que la Iglesia debe recuperar este aspecto paterno me refiero precisamente a la capacidad paterna de colocar a los hijos en condiciones de asumir las propias responsabilidades, de ejercer la propia libertad, de hacer elecciones. Si por un lado la misericordia nos sana, nos cura, nos consuela, nos anima, por el otro lado el amor de Dios no se limita simplemente a perdonar, a sanar, sino que el amor de Dios nos empuja a tomar decisiones, a despegar.
A veces, el miedo, más aún en este tiempo de pandemia, parece paralizar este impulso…
Sí, este periodo histórico es un periodo marcado por la incapacidad de tomar decisiones grandes en la propia vida. Nuestros jóvenes muy a menudo tienen miedo de decidir, de elegir, de ponerse en juego. Una Iglesia es tal no solo cuando dice sí o no, sino sobre todo cuando anima y hace posible las grandes elecciones. Y cada elección siempre tiene consecuencias y riesgos, pero a veces por el miedo a las consecuencias y a los riesgos permanecemos paralizados y no somos capaces de hacer nada ni de elegir nada. Un verdadero padre no te dice que irá siempre todo bien, sino que incluso si te encontrarás en la situación en la que las cosas no irán bien podrás afrontar y vivir con dignidad también esos momentos, también esos fracasos. Una persona madura se reconoce no en las victorias sino en el modo en el que sabe vivir un fracaso. Es precisamente en la experiencia de la caída y de la debilidad como se reconoce el carácter de una persona.
Para usted es muy importante la paternidad espiritual. ¿Los sacerdotes cómo pueden ser padres?
Decíamos antes que la paternidad no es algo que se da por descontado, no se nace padres, como mucho uno se convierte en ello. Igualmente, un sacerdote no nace ya padre, sino que debe aprenderlo un poco cada vez, a partir sobre todo del hecho de reconocerse hijo de Dios, pero también hijo de la Iglesia. Y la Iglesia no es un concepto abstracto, es siempre el rostro de alguien, una situación concreta, algo a lo que podemos dar un nombre bien preciso. Nuestra fe cristiana no es algo que siempre hemos recibido a través de una relación con alguien. La fe cristiana no es algo que se pueda aprender en los libros o en un simple razonamiento, sino que es siempre un pasaje existencial que pasa por las relaciones. Así, nuestra experiencia de fe surge siempre del testimonio de alguien. Por tanto, debemos preguntarnos cómo vivimos nuestra gratitud hacia estas personas y, sobre todo, si conservamos la capacidad crítica de saber distinguir lo que no es bueno que ha pasado a través de ellas. La vida espiritual no es diversa de la vida humana. Se un buen padre, humanamente hablando, es tal porque ayuda al hijo a convertirse en sí mismo, haciendo posible su libertad y empujándole a las grandes decisiones, de igual modo un buen padre espiritual lo es cuando no cuando sustituye la conciencia de las personas que se confían a él, no cuando responde a las preguntas que estas personas se llevan en el corazón, no cuando domina la vida de los que le han sido confiados, sino cuando de manera discreta y al mismo tiempo firme es capaz de indicar el camino, de ofrecer claves de lecturas diversas, ayudar en el discernimiento.
¿Qué es más urgente hoy para dar fuerza a esta dimensión espiritual de la paternidad?
La paternidad espiritual es muy a menudo un don que nace sobre todo de la experiencia. Un padre espiritual puede compartir no tanto sus conocimientos teóricos, sino sobre todo su experiencia personal. Sólo así puede serle útil a un hijo. Hay una gran urgencia, en este momento histórico, de relaciones significativas que podríamos definir como paternidad espiritual, pero -permítanme decir- también maternidad espiritual, porque este papel de acompañamiento no es una prerrogativa masculina o sólo de los sacerdotes. Hay muchas religiosas buenas, muchas consagradas, pero también muchos laicos que tienen una gran experiencia que pueden compartir con otras personas. En este sentido, la relación espiritual es una de esas relaciones que necesitamos redescubrir con más fuerza en este momento histórico, sin confundirla nunca con otras vías de naturaleza psicológica o terapéutica.
Entre las dramáticas consecuencias del Covid está también la pérdida del trabajo de muchos padres. ¿Qué le gustaría decir a estos padres en dificultades?
Siento muy cercano el drama de esas familias, de esos padres y de esas madres que están viviendo una particular dificultad, agravada sobre todo a causa de la pandemia. No creo que sea un sufrimiento fácil de afrontar el de no conseguir dar el pan a los propios hijos y de sentirse encima la responsabilidad de la vida de los demás. En este sentido, mi oración, mi cercanía, y también todo el apoyo de la Iglesia es para estas personas, para estos últimos. Pero pienso también en tantos padres, en tantas madres, en tantas familias que escapan de las guerras, que son rechazadas en los confines de Europa y no solo y que viven situaciones de dolor, de injusticia, y que nadie toma en serio o ignora deliberadamente. Quisiera decir a estos padres, a estas madres, que para mí son héroes porque encuentro en ellos el coraje de quien arriesga su propia vida por amor a sus hijos, por amor a su familia. También María y José han experimentado este exilio, esta prueba, debiendo escapar a un país extranjero a causa de la violencia y del poder de Herodes. Este sufrimiento suyo les hace cercanos precisamente a estos hermanos que hoy sufren las mismas pruebas. Que estos padres se dirijan con confianza a San José sabiendo que como padre él mismo ha experimentado la misma experiencia, la misma injusticia. y a todos ellos y a sus familias quisiera decir que no se sientan solos. El Papa se acuerda de ellos siempre y en la medida de lo posible continuará dándoles voz y no los olvidará.
¿Por qué hacer novenas?
Es una devoción de oración privada o pública de nueve días para obtener alguna gracia o intención especial.
¿Qué es una novena?
Del latín «novem», nueve.
La novena es una devoción de oración privada o pública de nueve días para obtener alguna gracia o intención especial.
Hay novenas dedicadas a Nuestro Señor, al Espíritu Santo, como también a la Virgen María y a muchos santos. La sucesión de nueve puede referirse a días consecutivos (ej.:nueve días previos a una fiesta) o a nueve días específicos de la semana o del mes (ej.: nueve primeros viernes). Algunas novenas tienen una larga tradición asociada con la devoción a un santo o a una promesa recibida en revelación privada.
Muchas novenas tienen recomendación eclesiástica pero no un lugar propio y establecido en la liturgia. No son parte de la oración oficial de la Iglesia. Las novenas nos ayudan en nuestra oración cuando están adecuadamente valoradas en el contexto de una sólida doctrina.
Al pedir la intercesión de un santo debemos desear imitar sus virtudes. Para ello es necesario conocerlo. La novena puede convertirse en superstición si se limita a buscar un deseo personal sin abrir el corazón a Dios y someterse a su voluntad. Una novena bien hecha es un medio para intensificar la intercesión.
Mientras las octavas tienen un carácter festivo, las novenas generalmente se hacen para lograr una intención o para orar por los difuntos.
Aunque las novenas son muy antiguas, no fue hasta el siglo XVII que la Iglesia formalmente concedió la primera indulgencia a una novena en honor a San Francisco Javier, otorgada por el papa Alejandro VII.
ORIGENES
Jesucristo nos enseñó a orar con insistencia. El le pidió a los Apóstoles que se prepararan en oración para la venida del Espíritu Santo. De aquí se inspira la novena de Pentecostés.
Los judíos no tenían celebraciones religiosas de nueve días ni novenarios de difuntos. Para ellos, el número siete era el mas sagrado. Pero la novena hora en la Sinagoga era una de las horas especiales de oración, como lo ha sido la hora nona en la Iglesia desde el principio. Es una de las horas de oración en la Liturgia de las Horas. (cf. Acts, iii, 1; x, 30; Tertullian, «De jejuniis», c. x, P.L., II, 966; cf. «De oratione», c. xxv, I, 1133).
Los romanos y griegos tenían novenas. Una de ellas, descrita en Livy (I, xxxi). se trata de una fiesta pagana para apaciguar a los dioses. También hacían nueve días de duelo por los difuntos. Aunque los primeros cristianos siguieron la costumbre en cuanto al número de días, ya no lo hacían con superstición sino fundamentados en Cristo.
PADRES DE LA IGLESIA
San Agustín, escribiendo sobre las novenas (P.L., XXXIV, 596), advierte a los cristianos el peligro de imitar esta costumbre pagana, ya que no se encuentra en la Biblia. El peligro no está en la novena sino en como se entiende esa oración.
Según algunos Padres de la Iglesia y los monjes de la Edad Media, el nueve denota imperfección y se refiere a los hombres. El diez es el mas alto y perfecto y por eso se refiere a Dios.
La novena simboliza la imperfección humana que busca a Dios. (cf. Jerome, loc. cit.; Athenagoras, «Legat. pro Christian.», P.G., VI, 902; Pseudo-Ambrosius, P.L., XVII, 10 sq., 633; Rabanus Maurus, P.L., CIX, 948 sq., CXI, 491; Angelomus Monach., In Lib. Reg. IV, P.L., CXV, 346; Philo the Jew, «Lucubrationes», Basle, 1554, p. 283).
Según San Jerónimo, el Padre de la Iglesia que tradujo la Biblia al Latín, «El número nueve en la Santa Biblia indica sufrimiento y dolor» (Ezech., vii, 24; — P.L., XXV, 238, cf. XXV, 1473). II Reyes 25:3 «El mes cuarto, el nueve del mes, cuando arreció el hambre en la ciudad y no había pan para la gente del pueblo».
EDAD MEDIA
Se deciá que Cristo murió en la novena hora.(cf. Schmitz, «Die Bussbucher und die Bussdisciplin», II, 1898, 539, 570, 673) y que por la Santa Misa, en el noveno día, el difunto sería elevado a los nueve coros de ángeles en el cielo. (cf. Beleth, loc. cit.; Durandus, loc. cit.).
España y Francia introdujeron la «novena de preparación» para la Navidad. para recordar los nueve meses de embarazo de la Virgen. En España el Concilio de Toledo en el año 656 transfirió la fiesta de la Anunciación al 18 de Diciembre (dentro de la novena). Por eso la novena tomó un sentido de anticipación y preparación a una fiesta. Los mejores modelos de preparación son Jesús y María, preparándose para el nacimiento. Nosotros nos preparamos en este mundo para la vida eterna.
De la novena de preparación, surgió la costumbre (Francia y Bélgica) de hacer novenas a la Virgen y a los santos por diversas intenciones.
EFICACIA DE LAS NOVENAS
Las novenas requieren humildad, confianza y perseverancia, tres importantes cualidades de la oración eficaz. Innumerables santos rezaban novenas con gran devoción y a travez de los siglos muchos milagros se han logrado con la oración de novenas.
Un ejemplo del origen milagroso de algunas es la novena en honor a San Francisco Javier de que hablamos al principio. Es conocida como la «novena de gracia». Comenzó en 1633 cuando el Padre Mastrilli, S.J., estaba mortalmente herido por causa de un accidente. San Francisco Javier, a quien tenia gran devoción, se le apareció y le exhortó a dedicarse a las misiones de las Indias. El Padre Mastrilli hizo un voto ante su provincial de que iría a las Indias si Dios le salvaba la vida. En otra aparición (3 Enero, 1634) San Francisco Javier le pidió que renovase la promesa, le anticipó su martirio y le restauró la salud tan plenamente que esa misma noche el padre pudo escribir los hechos y la mañana siguiente celebró la Misa en el altar del santo y volvió a su vida comunitaria. Pronto se fue a las misiones del Japón donde fue martirizado el 17 Octubre de 1637. El milagro se propagó por toda Italia e inspiró confianza en la intercesión de San Francisco Javier. Los fieles pedían su ayuda en la novena llamada «novena de gracia»
Jesucristo mismo, en la revelación a Santa Margarita Alacoque recomendó la celebración de nueve primeros viernes de mes consecutivos (cf. Vermeesch, «Pratique et doctrine de la dévotion au Sacré Coeur de Jésus», Tournai, 1906, 555 sqq.).
Promesa de Jesucristo a Santa Margarita María Alacoque:
Yo les prometo, en el exceso de la infinita
misericordia de mi Corazón, que Mi amor
todopoderoso le concederá a todos aquellos que
comulguen nueve primeros viernes de mes
seguidos, la gracia de la penitencia final; no
morirán, en Mi desgracia ni sin recibir los
sacramentos; Mi divino Corazón será su refugio
seguro en este último momento.
Cuando te crees estrella y eres cometa
Es bueno sentir que hemos sido luz para muchos amigos, y que ellos nos han iluminado a su vez.
Nuestra vida hay que cimentarla sobre roca, como nos enseña Jesús en el Evangelio, de forma que cuando pasen tormentas y lluvias, no se derrumbe.
Para tener una vida cimentada sobre roca, se necesitan sólidas bases, esas bases se construyen paso a paso y con mucho esfuerzo. Construir la vida con valores, principios, convicciones, buenas decisiones, es construir en roca y eso traerá como resultado una vida estable y duradera, así como las estrellas. Ese es mi deseo para ti con esta reflexión.
Hay personas estrellas.
Hay personas cometas.
Los cometas pasan, apenas son recordados por las fechas que pasan y vuelven. Las estrellas permanecen.
Hay mucha gente cometa, pasan por nuestra vida apenas por instantes; no cautivan a nadie, y nadie los cautiva. Gente sin amigos, pasan por la vida sin iluminar, sin calentar, sin marcar presencia. Así son muchos artistas, brillan apenas por instantes en los escenarios de la vida, y con la misma rapidez que aparecen, desaparecen. Así son muchos reyes y reinas: de naciones, de clubes deportivos o concursos de belleza. Así mismo son hombres y mujeres que se enamoran y se dejan enamorar con la mayor facilidad.
Así son personas que viven en una misma familia y pasan por el otro sin ser presencia, sin existir.
Lo importante es ser estrella. Hacer sentir nuestra presencia. Ser «luz», «calor», «vida».
Los Amigos son estrellas. Los años pueden pasar, surgir distancias; pero en nuestros corazones quedan sus marcas.
Ser cometa no es ser amigo, es ser compañero por instantes, explotar sentimientos, aprovecharse de las personas y de las situaciones, es hacer creer y hacer dudar al mismo tiempo. La soledad es el resultado de una vida cometa. Nadie permanece, todos pasan y nosotros también pasamos para ellos.
Es necesario crear un mundo de «estrellas», verlas y sentirlas todos los días, poder contar con ellas todos los días, todos los días ver su luz y sentir su calor. Así son los amigos, «estrellas en nuestras
vidas», se puede contar con ellos, ellos son refugio en los momentos de tensión, luz en los momentos obscuros, pan en los momentos de debilidad, seguridad en los momentos de desánimo.
Al mirar los cometas, es bueno no sentirnos como ellos, ni desear el amarrarnos de su cola; al mirar los cometas, es bueno sentirse «estrella»; dejar por sentada nuestra existencia, nuestra constante presencia. Haber vivido y construido una historia personal.
Es bueno sentir que hemos sido luz para muchos amigos, y que ellos nos han iluminado a su vez. Es bueno sentir que hemos sido calor para muchos corazones, y que esos corazones nos arroparon cuando el frío nos castigó. Ser «estrella» en este mundo pasajero, en este mundo lleno de personas cometas es un desafío, pero por encima de todo, una recompensa. Es nacer y haber vivido, y no haber existido apenas.
Para ustedes: «estrellas de verdad».
Pensar con Lógica
La lógica no trata de estados psicológicos, sino de la corrección formal del pensamiento. Se puede digerir bien sin necesidad de conocer las leyes de la digestión, pero es bueno conocerlas para no ingerir sustancias indigestas y así evitar indigestiones..
En su obra Los cuatro amores, C. S. Lewis advierte un tipo frecuente de pintoresco argumento que valora la mismísima falta de prueba como una evidencia: «la falta de humo es la prueba de que el fuego ha sido cuidadosamente ocultado». Sí, supuesto que exista; pero primero hay que probar que existe. De otro modo estaríamos argumentando como uno que dijera: «Si en esa silla hubiese un gato invisible, parecería vacía; como la silla parece vacía, luego en ella hay un gato invisible». La creencia en gatos invisibles quizá no se pueda refutar de un modo lógico, pero dice mucho acerca de quienes sostienen esa creencia».
“Aquí no se ve nada.
Luego, aquí hay gato encerrado”.
“La gente es sinvergüenza.
Tú eres gente.
Luego, tú eres un sinvergüenza»
“Tú dices que no tienes secretos. Algunos dicen que los tienes.
Luego si no nos dices tus secretos es que los tienes”
Hay un refrán que, como todos, tendrá excepciones, pero, se supone que acierta: «cree el ladrón que todos son de su condición». Quien crea que todos son ladrones, debe pensar una de dos: que está enfermo o que el ladrón es él. No hay nada que pruebe que «todos los hombres son ladrones». Por lo mismo, nada hay que pruebe que «todos tiene algo que ocultar», o que «todos se mueven por motivos políticos, o por motivos económicos o por motivos egoístas». Si alguien piensa que esto es cierto, más le valdría pensar que él es el egoísta, y que le conviene mucho cambiar de actitud. Las actitudes interiores, las disposiciones éticas personales, influyen en gran medida en nuestro juicios sobre las personas y las cosas.
Asombrosa facultad
Una de las maravillas del ser humano es su capacidad para desvelar verdades que no se ven a simple vista. ¿Cómo no pasmarse ante el descubrimiento de la suma de los ángulos del triángulo siempre igual a dos rectos, cualquiera que sea su forma y tamaño? Nadie lo diría, pero, trazando una paralela por un vértice al lado opuesto, la claridad es meridiana. Somos capaces de obtener a partir de dos verdades manifiestas, una verdad oculta. Las palabras expresan el pensamiento, ese paso mágico de la mente a lomos de la verdad. Llamamos «lógica» a la ciencia que estudia las reglas que rigen el pensamiento correcto. Si las observamos, obtenemos conclusiones verdaderas; y si no, no.
Si conocemos que A igual B y B igual a C, y atendemos a su enlace, ante nuestra mirada intelectual hace acto de presencia una verdad quizá insospechada pero deslumbrante: ¡A es igual a C!. ¡Impresionante!. La lógica ha hecho posible la Ciencia y permite también hacer ciencia de verdades que parecen escurridizas, inaferrables, como las tocantes a la ética. No todo conocimiento ha de obtenerse mediante un razonamiento lógico, pero es cierto que sin lógica no es posible salir de robinsones. En cambio, con la lógica racional se puede llegar a demostrar la existencia de Dios, la diferencia entre el bien y el mal y elaborar una ética también racional, apta para ser compartida por todos los seres racionales, por todas las gentes dispuestas a pensar conforme a las reglas del argumento lógico.
Lógica viene del griego logos que significa:
a) en sentido estricto: aserto, tratado. De ahí psicología, geología, etc.
b) en sentido amplio: razón. De ahí que se designe con el nombre de lógica el tratado o ciencia que versa sobre el propio pensamiento, sobre sus formas y leyes. Más exactamente aún: sobre el acto mismo de razonar, o sea, el razonamiento o deducción.
La Lógica tiene un fundador: Aristóteles. La Escolástica la desarrolla:
a) como arte (ciencia práctica)
b) como teoría: como ciencia teórica de los principios de la razón, que nos permite progresar con orden, fácilmente y sin error en el acto mismo de la razón.
Entiéndase bien: se trata de descubrir las leyes del razonamiento correcto, o sea, de la corrección del pensamiento como acto de conocer. No se refiere a las leyes del funcionamiento del cerebro, a semejanza de otras leyes de funcionamiento de un órgano como puede ser el estómago en relación a la digestión.
La lógica no trata de estados psicológicos, sino de la corrección formal del pensamiento. Se puede digerir bien sin necesidad de conocer las leyes de la digestión, pero es bueno conocerlas para no ingerir sustancias indigestas y así evitar indigestiones. Se puede pensar bien o mal con dolor de cabeza, pero el dolor de cabeza no sirve para medir la corrección de un pensamiento. El pensamiento es correcto o incorrecto según las leyes internas de la lógica del discurso mismo: el justo orden de los conceptos y juicios que permiten intuir nuevos lazos entre los diversos objetos del conocimiento. De tal manera que cada paso del razonamiento sea claro y esté justificado.
El logos del intelecto expresa lo que el intelecto intus legit, lo que ve en el interior de una verdad. Hay tantas verdades en el interior de una pequeña verdad que no es de maravillar que el intelecto, en ocasiones, descubra como una cascada de verdades. En una pequeña gota de rocío se puede ver el reflejo de todo el firmamento. En el ente más pequeño hay un “reflejo”, aunque minúsculo, del Ser por Esencia.
Es realmente inteligente el que sabe «leer dentro» de cada verdad su relación con la verdad primera y con muchas (al menos, algunas) otras. Razonar es en buena medida descubrir relaciones (conexiones). Cuando comparamos mentalmente dos conceptos no siempre vemos la relación entre ambos (por ejemplo, su conveniencia o su disconveniencia). Entonces se toma un tercer concepto con el cual se comparan los otros dos y se descubre el nexo que unía los dos primeros.
Hay una pluralidad de lógicas según el orden de los conceptos que se relacionen. No es lo mismo relacionar peras que números. No es lo mismo sumar manzanas que sumar números cincos. Cinco manzanas suman cinco manzanas, pero cinco cincos suman veinticinco.
Por eso no es lo mismo la lógica filosófica que la lógica matemática. Hay una lógica espontánea común, que ordinariamente sirve para manejarse en la vida cotidiana. Y la lógica de las diversas ciencias. Hay lógica deductiva y lógica inductiva. Hay lógica natural y lógica sobrenatural. Hay lógica de la creación y lógica de la salvación. Hay lógica de la justicia y lógica de la misericordia. Hay lógica de la paz y lógica de la guerra.
Se distingue la lógica tradicional (Aristóteles) de lógica simbólica (Russell, Withehead)
La tadicional simboliza los sujetos y los predicados de las proposiciones (si A es B y B es C, entonces, A es C. Todo hombre es mortal; Juan es hombre; luego Juan es mortal).
La lógica simbólica no se opone, continúa la lógica aristotélica, simbolizando no sólo sujetos y predicados, sino también cópulas. Se ocupa más de las proposiciones que de los términos. Resalta lo puramente formal y presenta en un solo golpe de vista grupos enteros de frases.
Lo importante es pensar con lógica y que ésta sea la adecuada a la naturaleza de las cosas sobre las que pensamos.
Lo que no debe suceder es que las diversas lógicas entren en colisión, es decir, en contradicción. Lo que no puede hacerse con una lógican es negar los principios universales del pensamiento.
San Juan de Ribera, «lumbrera de toda España»
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Eclesiástico y hombre de Estado, sirvió como virrey y como arzobispo
San Juan de Ribera (o Rivera) nació en Sevilla el 27 de diciembre de 1532.
Era de familia noble. Su padre era duque de Alcalá, marqués de Tarifa y fue virrey de Valencia y Nápoles. Se quedó huérfano de niño.
Estudió en la Universidad de Salamanca y fue nombrado obispo de Badajoz cuando solo tenía 30 años.
Destacó en la lucha contra el protestantismo y promovió la Contrarreforma fundando el Real Colegio Seminario del Corpus Christi.
Fue nombrado arzobispo de Valencia y patriarca de Antioquía, para afrontar la cuestión de los moriscos (musulmanes obligados por ley a convertirse).
Para ello reimprimió y mejoró el “Catecismo para instrucción de los nuevamente convertidos de moros”.
En 1602, Felipe III lo nombró virrey de Valencia. En 1609 impulsó
Destacó, pues, como eclesiástico y como hombre de Estado, además de ser mecenas artístico.
San Pío V, dijo de él a su muerte que era Lumen totius Hispaniae, lumbrera de toda España.
Oración
Patriarca san Juan de Ribera,
lumbrera para toda España:
Necesitamos hombres y mujeres creyentes
y polifacéticos como tú,
que en situaciones difíciles como la actual,
orienten al pueblo cristiano por los caminos
que nos llevan a la verdadera fe sin olvidar nuestra condición
de que somos caminantes aún en este mundo,
y por lo tanto hay que solucionar los problemas terrenos.
Tú fuiste un loco de la Eucaristía y sabías claramente
que para obrar en la voluntad de Dios
hay que vivir en su presencia,
y todavía más si se tienen cargos de responsabilidad
y relevancia en los distintos ámbitos de la vida y de la sociedad.
Haznos amar la Eucaristía
que es el amor a la santa presencia
del Señor entre nosotros,
que es reconocer que Él se hace presente entre nosotros
cuando pronunciamos las palabras consagratorias.
Si Dios está aquí –en el Sagrario-, está ahora entre nosotros,
lo tenemos que hacer presente en nuestras vidas,
y en nuestra comunidad, en nuestras calles y plazas.
Enséñanos a llevar la fe a nuestros hermanos
como la llevaste tú
y a anunciar el Evangelio como lo anunciaste tú.
Enséñanos a hacer vida las bienaventuranzas.
Enséñanos a vivir la fidelidad y la entrega,
la dedicación a la oración y a la configuración
de nuestra vida con Cristo.
Que vivamos un amor incondicional,
una gran misericordia,
una acogida total del otro,
y una paciencia sin límites.
Que nuestra vida esté fundada en la Eucaristía,
enséñanos a gozar de la compañía de Jesús Eucaristía
y a transfigurarnos para ser imagen suya
viviendo por y para los demás.
Que no desdeñemos estar cerca de los hombres
que en ellos descubramos siempre ternura y generosidad,
comprensión y la viva imagen de Cristo el Señor.
Amén.