Para este tercer domingo de Adviento, la Iglesia nos pide que nos centremos en Juan el Bautista, quien es por supuesto uno de los grandes personajes del Adviento. Es como si se situara en una especie de frontera o límite: todo el anhelo humano de Dios en todas sus diferentes expresiones a través de los siglos y de las culturas, es sintetizado en este hombre. “No ha nacido entre los hijos de mujer ninguno más grande que Juan el Bautista”. Aun así, ¿qué es lo que dice? “Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’”. En el límite de la religiosidad humana, sintetizando todo lo que podemos traer a la mesa, este personaje mira hacia alguien más.
La Iglesia nos pide que nos centremos en Juan el Bautista, quien es por supuesto uno de los grandes personajes del Adviento. Échenle un vistazo. Siempre pienso en eso cuando leo sobre Juan el Bautista. Y el Evangelio de hoy, tomado del Evangelio de Juan, nos ofrece una de las frases más famosas en referencia a Juan, y ya llegaré allí. Pienso que lo primero que necesitamos ver, es que Juan el Bautista en verdad generó un alboroto en su tiempo y lugar. Era el hijo de un sacerdote del templo, y eso significa que él debía haber estado en el templo. Probablemente, Juan fue criado en los alrededores del templo. Fue preparado para esta tarea. Pero en vez de estar en el templo, está allá fuera en el desierto, sin comer los alimentos refinados que tendrían los sacerdotes del templo, sino que comiendo langostas y miel; sin vestir las refinadas prendas de un sacerdote, sino con pieles de animales. En ese lugar desértico, predica con poderosa elocuencia, y las multitudes comienzan a llegar; de nuevo, no van al templo, donde irían normalmente para instruirse y lo demás —están yendo a escucharlo al desierto. Más aún, él ofrece un bautismo de arrepentimiento de los pecados. Bueno, uno iba al templo para esto también. Uno pasaría por los baños mikve para prepararse para un sacrificio.
Bueno, ahora Juan está haciendo una especie de baño mikve fuera en el desierto. Y es un personaje tan convincente que está atrayendo a la nación hacia él. Así que esto es lo que quiero que vean. Aquí está este gran predicador religioso, un gran orador de la verdad religiosa. Aquí está alguien que ofrece una palabra de arrepentimiento y de perdón de los pecados. Aquí está alguien que está viviendo esta vida ascética radicalmente. ¿Podemos ver en Juan el Bautista a alguien que resume toda la religiosidad natural de la raza humana? Piensen en todos los grandes personajes religiosos alrededor del mundo, a través de diferentes culturas. ¿Expresa Juan en su forma de ser, en su práctica religiosa, la síntesis de todo ello? Piénsenlo por un segundo. Tiene algo del sabio Hindú. Piensen en un místico hindú o en un sabio que vive en una austeridad de vida tremenda. Tiene algo del maestro ético de Confucio, porque está desarrollando un programa ético. Él tiene algo de lo místico en él. ¿Acaso Juan no sintetiza lo mejor de las intuiciones religiosas de la raza humana? Y efectivamente, ¿acaso Jesús mismo no dice en referencia a Juan el Bautista, “no ha nacido entre los hijos de mujer ninguno más grande que Juan el Bautista”? Reflexionen sobre eso. En otras palabras, no existe otro ser humano —es el mismo Jesús que lo dice— no existe otro ser humano, nunca, más grande que Juan el Bautista.
Es considerado por los Padres de la Iglesia, por supuesto, como el último de los profetas, así que sintetiza también a todo Israel. Es como Isaías, como Jeremías. Y efectivamente, ¿acaso no escuchamos en el Evangelio que la gente se acercaba a él pensando que era Elías reencarnado?
Algunos pensaron incluso que era el largamente esperado Mesías. Nuevamente, mi punto: él parece resumir todas las aspiraciones de la persona religiosa a través de los siglos y de las culturas. Es como si se situara en una especie de frontera, o una especie de límite. Todo el anhelo humano por Dios en todas sus diferentes expresiones es sintetizado en este hombre. No existe otro hombre nacido de mujer más grande que Juan el Bautista. De acuerdo. Con eso en mente, nos volvemos a esta frase famosa que se asocia a Juan el Bautista. Piénsenlo por un minuto, dado todo esto, qué tentador hubiera sido para él decir, “Sí, Sí, yo soy el Mesías. Sí, lo soy. No existe hombre nacido de mujer más grande que yo, así que soy yo. ¡Vengan a mí!”. Sin embargo, no dice eso. ¿Qué es lo que dice? “Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’”. En el límite de la religiosidad humana, sintetizando todo lo que podemos traer a la mesa, este personaje mira hacia alguien más. De nuevo, a la luz de lo que dije un par de semanas atrás, el Cristianismo es esta religión de gracia, no de logros humanos. Eso no nos va a salvar. Si estamos en una familia disfuncional, no podemos salir de ese brete. Pero nos desplazamos al ámbito de Juan el Bautista, y somos —con toda nuestra realización religiosa y filosófica y ética, con todo eso en su sitio— simplemente nos estamos preparando para la llegada de alguien más. Y luego dice esto —esta es la frase famosa: “en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”. Interprétenlo sólo contra el telón de fondo que he desplegado. Si él es la persona más grande de todas, si es la síntesis de todos nuestros anhelos religiosos y filosóficos, todos nuestros logros religiosos, aun así no es digno de desatarle las correas de las sandalias del que viene detrás de él.
Lo significativo aquí es que ese era el trabajo de un esclavo de bajo orden. No de un simple esclavo, sino uno de bajo orden. Debido a los pies sucios. Era repugnante. Así que un esclavo de bajo orden sería el que desataría las correas de las sandalias de su amo. Y Juan el Bautista —la persona más grande nacida de mujer, nadie más grande, nadie más grande, sintetizando todo el logro humano, toda la religiosidad— dice, “No soy digno de ser un esclavo de bajo orden de aquel que viene”. ¿Pueden verlo? Vean, los Evangelios siempre, de una u otra manera, hablan de la importancia de Jesús. En el mundo antiguo y en la actualidad, hay algunos que dicen, “Jesús es un gran profeta, y un gran maestro, y un gran ejemplo de vida moral”. Si eso es todo lo que él es, entonces retrocede al nivel de Juan el Bautista. Juan el Bautista tuvo todo eso: maestro, predicador, ofrecía perdón de los pecados, todo eso, toda la religiosidad humana. Si decimos que Jesús es sólo un profeta, bueno, entonces vuelve exactamente a ese nivel. Pero escuchen de nuevo el testimonio del mismo Juan: “No soy digno de ser el último de sus esclavos”. ¿Por qué? Porque él no es sólo un profeta que pronuncia la palabra divina; él es la Palabra divina.
No es un sacerdote más conduciéndonos en la alabanza del templo; él es aquel que es alabado en el templo. No es un personaje religioso más expresando una aspiración humana. No, no. ¿Qué es lo que repetimos cada domingo? Él es “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre”. Lo ven ahora, ¿ven ahora por qué incluso el personaje religioso más grande de la historia de la raza humana puede decir, “No soy digno de desatar sus sandalias”? Es uno de los testimonios más elocuentes de la importancia y significancia de Jesús, me parece a mí. Es que…, piensen también en esto. En los primeros siglos de la vida de la Iglesia, hubo muchísima gente que quería convertir a Jesús en un santo de alto nivel. Un Concilio tras otro —culminando en la afirmación que acabo de leer— un Concilio tras otro siguió afirmando la divinidad de Jesús, la divinidad de Jesús, la divinidad de Jesús. Y uno de sus testigos más elocuentes es Juan el bautista y esta frase. ¿Puedo sugerirles esto a modo de conclusión? Estamos entonces en el tiempo de Adviento. “De acuerdo, no estamos preparando para los festejos de Navidad”. No. Si eso es todo lo que significa, olvídense. “Oh, ¡adviento! Es solo un tiempo para pasar hasta que lleguemos al maravilloso día de Navidad”. No, no, entonces están perdiendo la oportunidad espiritual. ¿Qué es el Adviento? Un tiempo en que nos paramos, como si fuera, hombro con hombro con Juan el Bautista. De acuerdo. De acuerdo. Trayendo a la mesa todo lo que tengo, trayendo a la mesa todos mis potencias y mis logros, miro hacia otro. Miro, más allá de lo que posiblemente podría hacer, hacia otro. Digo, con Juan el Bautista, “Oh ven, oh ven Emanuel, libra al cautivo Israel”. ¿Acaso Juan pensó que era el salvador del mundo? No. No, no, “No soy el Mesías, soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’”. Y entonces nosotros, parados hombro con hombro junto a él, miramos a aquel —escuchen— cuyas correas de las sandalias no somos dignos de desatar. Es en ese reconocimiento completo de la primacía y de la singularidad y de la indispensabilidad de Jesús en el que nos preparamos para Navidad. Y Dios los bendiga.
- John 1:6-8,
- John 1:19-28
En el Evangelio de hoy se nos dice que Juan “fue enviado de Dios”. El Bautista vino, nos dice el evangelista, “como testigo, para dar testimonio de la luz”, porque él mismo no era la luz.
Desde tiempos inmemoriales, Dios ha enviado mensajeros, portavoces. Piense en todos los profetas y patriarcas de Israel; de hecho, en cada sabio, filósofo, artista o poeta que haya comunicado algo de la verdad y belleza de Dios. Todos ellos podrían caracterizarse como testigos de la luz.
La cuestión es que aquel de quien el Bautista da testimonio es alguien cualitativamente diferente – no un portador más de la Palabra, por impresionante que sea, sino que es la Palabra misma. Lo que se está impidiendo aquí es la tendencia –tan prevalente hoy como en el mundo antiguo– de domesticar a Jesús y convertirlo en uno más de una larga línea de profetas y videntes.
Recibir el bautismo era un signo externo y visible de la conversión de quienes escuchaban su predicación y decidían hacer penitencia. Ese bautismo tenía lugar con la inmersión en el Jordán, en el agua, pero resultaba inútil, era solamente un signo y resultaba inútil sin la voluntad de arrepentirse y cambiar de vida. La conversión implica el dolor de los pecados cometidos, el deseo de liberarse de ellos, el propósito de excluirlos para siempre de la propia vida. Para excluir el pecado, hay que rechazar también todo lo que está relacionado con él, las cosas que están ligadas al pecado y, esto es, hay que rechazar la mentalidad mundana, el apego excesivo a las comodidades, el apego excesivo al placer, al bienestar, a las riquezas. El ejemplo de este desapego nos lo ofrece una vez más el Evangelio de hoy en la figura de Juan el Bautista: un hombre austero, que renuncia a lo superfluo y busca lo esencial. El abandono de las comodidades y la mentalidad mundana no es un fin en sí mismo, no es una ascesis solo para hacer penitencia; el cristiano no hace “el faquir”. Es otra cosa. El desapego no es un fin en sí mismo, sino que tiene como objetivo lograr algo más grande, es decir, el reino de Dios, la comunión con Dios, la amistad con Dios.
(Ángelus, 6 diciembre 2020)
Santoral
Juan de Mata, Santo
Sacerdote y Fundador, 17 de diciembre
Martirologio Romano: En Roma, en el monte Celio, san Juan de Mata, presbítero, que, francés de origen, fundó la Orden de la Santísima Trinidad, para la redención de los cautivos. († 1213)
Fecha de canonización: El Papa Alejandro VII confirmó su culto el 21 de octubre de 1666
Breve Biografía
Este santo es el fundador de la Comunidad de la Sma. Trinidad, o Padres Trinitarios, que tiene 75 casas en el mundo con 580 religiosos.
Nació en Francia, en los límites con España, en 1160.
Durante sus primeros años se dedicó a los estudios de bachillerato y a la equitación y al deporte de la natación. Pero las dos actividades que más le agradaban eran la oración y el dedicarse a ayudar a los pobres. Frecuentemente se retiraba a una ermita alejada del pueblo y allí pasaba varios días dedicado a la meditación.
Su padre lo envió a París y allá obtuvo el doctorado y luego fue ordenado sacerdote.
Las antiguas crónicas dicen que durante la celebración de su Primera Misa tuvo una visión celestial: vio a unos pobres cristianos prisioneros de los mahometanos y con peligro de renunciar a su religión, y observó cómo un religioso vestido de blanco y con una cruz roja y azul en el pecho los libraba y los salvaba de perder su fe. Con esto creyó sentir una invitación celestial a fundar una comunidad para libertar cristianos.
Juan fue a consultar a San Félix de Valois, que vivía retirado meditando y rezando y después de varios días de rezar con él, le narró la idea que tenía de fundar una comunidad de religiosos para libertar cautivos. A San Félix le pareció muy buena idea y los dos se fueron a Roma a conseguir el permiso del Papa.
Inocencio III no era muy amigo de fundar nuevas congregaciones religiosas pero las oraciones de estos dos santos lograron la buena voluntad del Pontífice y les concedió su aprobación. Juan fue consagrado obispo y a los religiosos se les concedió un hábito banco con una cruz roja y azul en el pecho. Superior General de la Comunidad fue nombrado Juan de Mata.
El rey de Francia Felipe Augusto les concedió autorización para conseguir fondos en favor de los prisioneros, y así nuestro santo hizo varios viajes al Africa a libertar cautivos.
Los piratas mahometanos llegaban a las costas españolas y francesas y se llevaban prisioneros a todos los que encontraban. Y había el grave peligro de que aquellos pobres esclavos, en medio de tan terribles sufrimientos, renegaran de su fe para que no los trataran mal. Por eso San Juan de Mata se propuso rescatarlos.
En el año 1201 Juan de Mata y sus religiosos lograron rescatar en Marruecos 186 prisioneros. Al año siguiente en Túnez rescataron 110 prisioneros. Por cada uno había que pagar una crecida suma de dinero, y los Padres Trinitarios iban de ciudad en ciudad y de campo en campo consiguiendo con qué pagar el rescate de los pobres esclavos.
San Juan de Mata tuvo que sufrir mucho por parte de los mahometanos que le tenían mucha antipatía por los sabios consejos que les daba a los esclavos cristianos para que no se dejaran quitar su santa religión.
Un día en que Juan volvía del Africa con 120 prisioneros cristianos que había libertado de la esclavitud de los musulmanes, un grupo de piratas mahometanos asaltó su barco, destruyó el timón y rasgó las velas (telas por las cuales el viento empujaba la embarcación). Los pasajeros creyeron que iban a naufragar en el mar, pero el santo hizo unas nuevas velas uniendo los mantos de todos ellos, y se puso a rezar, y así sin timón, pero lleno de confianza en Dios, y suplicando que Nuestro Señor hiciera de piloto, y colocándose en la proa del barco con un crucifijo en las manos, logró tener un próspero viaje y desembarcaron sanos y salvos en Ostia (Italia).
Los últimos años los pasó en Roma dedicado a la predicación y a conseguir ayudas para los pobres y murió santamente en el año 1213.
Este santo se preocupó siempre de ocultar los hechos más admirables de su vida. El cumplía aquel antiguo principio: «Hay que amar el permanecer oculto y el no ser conocido».
Un religioso de su comunidad, el Padre Juan Gil, recató en 1580 a Miguel de Cervantes, autor del Quijote, que estaba preso de los musulmanes desde 1575.
El 21 de Octubre de 1666 el Papa Alejandro VII autorizó el culto a San Juan de Mata, y hoy en día son muchos los que en el mundo entero siguen recibiendo de Dios el mismo llamamiento que él recibió del cielo: ir a ayudar a los que sufren en cárceles y prisiones.
Testigos de la luz
Santo Evangelio según San Juan 1, 6-8.19-28. Domingo III de Adviento.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, dame la gracia de poder irradiar con mi vida tu gran amor. Que en mí siempre te vean a ti.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 1, 6-8.19-28
Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz. Éste es el testimonio que dio Juan el Bautista, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: «¿Quién eres tú?».
Él reconoció y no negó quién era. Él afirmó: «Yo no soy el Mesías». De nuevo le preguntaron: «¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías?» Él les respondió: «No lo soy». «¿Eres el profeta?» Respondió: «No». Le dijeron: «Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?». Juan les contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías». Los enviados, que pertenecían a la secta de los fariseos, le preguntaron: «Entonces ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?» Juan les respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias». Esto sucedió en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan bautizaba.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Juan es enviado «para dar testimonio de la luz, para que por él todos creyeran. No era la luz, sino el que debía de dar testimonio de la luz». Ésta es nuestra tarea como hijos de Dios, ponernos delante del sol de amor y dejar que su luz se refleje en nosotros; así como la luna, refleja la luz del sol. Que cada vez que me vean, puedan ver a Dios en mí. Que pueda ser un vivo reflejo de su amor.
¿Qué hacer para irradiar a Dios? Para irradiar a Dios, debemos tener un encuentro íntimo con Él, por eso Juan se fue primero al desierto. «Por eso voy a llevarla al desierto y le hablaré al corazón» (Os. 2,16), es en el desierto donde el alma mejor se puede encontrar con Dios. Necesitamos en nuestra vida el silencio y soledad para poder escuchar la voz de Dios. Él siempre nos está hablando, pero muchas veces no lo escuchamos por el ruido que llevamos dentro.
Que mi vida sea ese desierto donde me pueda encontrar con Dios. El encuentro íntimo con el sol del amor, hará que su luz me ilumine. La luna ilumina más, cuando se encuentra directamente de frente al sol. Nuestro encuentro con el sol, nuestra vida de silencio, se da en el contacto directo con Cristo Eucaristía. Si la Eucaristía me irradia amor, debo de irradiar amor. Si me irradia paz, debo de irradiar paz. Si me irradia alegría, debo de irradiar alegría. Que mi vida sea siempre, irradiar a Dios.
«¿Qué es lo que la Iglesia necesita hoy? Testigos, mártires, es decir, santos de todos los días, los de la vida ordinaria llevada adelante con la coherencia, pero también de quienes tienen el valor de ser testigos hasta el final, hasta la muerte. Todos son la sangre viva de la Iglesia. Son ellos los que llevan la Iglesia hacia adelante, los testigos; los que prueban que Jesús ha resucitado, y dan testimonio con la coherencia de vida y con el Espíritu Santo que han recibido como don».
(Homilía de S.S. Francisco, 7 de abril de 2016, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré una visita a Cristo Eucaristía, pidiéndole la gracia de ser un fiel reflejo de su amor.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Biografía oficial de S.S. el Papa Francisco
Cardenal Jorge Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires (Argentina), Ordinario para los fieles de Rito Oriental residentes en Argentina y desprovistos de Ordinario del propio rito
Por: Sala de Prensa de la Santa Sede | Fuente: www.vis.va
Reproducimos la biografía oficial del nuevo Papa, editada con ocasión del Cónclave por la Sala de Prensa de la Santa Sede, con los datos facilitados por los propios cardenales.
JORGE MARIO BERGOGLIO, S.I
- El cardenal Jorge Mario Bergoglio, S.I., arzobispo de Buenos Aires (Argentina), Ordinario para los fieles de Rito Oriental residentes en Argentina y desprovistos de Ordinario del propio rito, nació en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936. Estudió y se diplomó como Técnico Quimico, para después escoger el camino del sacerdocio y entrar en el seminario de Villa Devoto.
- El 11 de marzo de 1958 ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús, realizó estudios humanísticos en Chile, y en 1963, de regreso a Buenos Aires, se licenció en Filosofía en la Facultad de Filosofía del Colegio «San José» de San Miguel.
- De 1964 a 1965 fue profesor de Literatura y Psicología en el Colegio de la Inmaculada de Santa Fe, y en 1966 enseñó la misma materia en el colegio de El Salvador de Buenos Aires.
- De 1967 a 1970 estudió Teología en la Facultad de Teología del Colegio «San José», en San Miguel, donde se licenció.
- El 13 de diciembre de 1969 fue ordenado sacerdote.
- En el curso 1970-71, terminó la tercera probación en Alcalá de Henares (España) y el 22 de abril de 1973 hizo la profesión perpetua.
- Fue maestro de novicios en Villa Barilari, en San Miguel (1972-1973), profesor de la Facultad de Teología, Consultor de la Provincia y Rector del Colegio Massimo. El 31 de julio de 1973 fue elegido Provincial de Argentina, cargo que ejerció durante seis años.
- Entre 1980 y 1986, fue rector del Colegio Massimo y de la Facultad de Filosofía y Teología de la misma casa y párroco de la parroquia del Patriarca San José, en la diócesis de San Miguel.
- En marzo de 1986, se trasladó a Alemania para concluir su tesis doctoral, y sus superiores lo destinaron al colegio de El Salvador, y después a la iglesia de la Compañía de Jesús, en la ciudad de Cordoba, como director espiritual y confesor.
- El 20 de mayo de 1992, Juan Pablo II lo nombró obispo titular de Auca y auxiliar de Buenos Aires. El 27 de junio del mismo año recibió en la catedral de Buenos Aires la ordenación episcopal de manos del cardenal Antonio Quarracino, del Nuncio Apostólico Monseñor Ubaldo Calabresi y del obispo de Mercedes-Luján, monseñor Emilio Ogñénovich.
- El 13 de junio de 1997 fue nombrado arzobispo coadjutor de Buenos Aires, y el 28 de febrero de 1998, arzobispo de Buenos Aires por sucesión, a la muerte del cardenal Quarracino.
- Es autor de los siguientes libros: «Meditaciones para religiosos» de 1982, «Reflexiones sobre la vida apostólica» de 1986, y «Reflexiones de esperanza» de 1992.
- Es ordinario para los fieles de rito oriental residentes en Argentina que no cuentan con un ordinario de su rito.
- Gran Canciller de la Universidad Católica Argentina.
- Relator General Adjunto en la 10ª Asamblea General Ordinaria del Sinodo de los Obispos de octubre de 2001.
- Desde noviembre de 2005 a noviembre de 2011 fue Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina.
- Juan Pablo II le ha creado y publicado cardenal en el Consistorio del 21 de febrero de 2001, titular de San Roberto Bellarmino.
- Era miembro de :– Las siguientes congregaciones: para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos; para el Clero; para los Institutos de Vida Consagrada y de la Sociedad de Vida Apostólica– El Pontificio Consejo de la Familia– La Comisión Pontificia para América Latina
«Volver a lo esencial de la vida, para deshacernos de todo lo que es superfluo»