Ella, pequeña y humilde, ha sido elevada y llevada a la gloria del Cielo, mientras que los poderosos del mundo están destinados a quedarse con las manos vacías. Piensen en la parábola de aquel hombre rico que tenía frente a su puerta a un mendigo, Lázaro. ¿Cómo terminó? Con las manos vacías. La Virgen, en otras palabras, anuncia un cambio radical, una inversión de valores. Al hablar con Isabel, mientras lleva a Jesús en su vientre, anticipa lo que dirá su Hijo, cuando proclame bienaventurados a los pobres y a los humildes y haga una advertencia a los ricos y a los que confían en su propia autosuficiencia. La Virgen, por tanto, profetiza con este cántico, con esta plegaria: profetiza que no son el poder, el éxito y el dinero, los que prevalecen, sino que prevalecen el servicio, la humildad y el amor. Y mirándola en la gloria, comprendemos que el verdadero poder es el servicio ―no olvidemos esto: el verdadero poder es el servicio― y reinar significa amar. Y que este es el camino al Cielo. (Ángelus, 15 agosto 2022.

Luke 1:39-56

Amigos, el Evangelio de hoy nos habla sobre la visita de María a Isabel. Siempre me ha fascinado la “prisa” que llevaba María en esta historia de la Visitación. Al escuchar el mensaje de Gabriel sobre su propio embarazo y también el de su prima, María “se apresuró a ir a la región montañosa de Judá” para ver a Isabel.

¿Por qué ella fue con tanta rapidez y propósito? Porque ella había encontrado su misión, su rol en el teo-drama. Hoy estamos dominados por el ego-drama con todas sus ramificaciones e implicaciones. El ego-drama es la obra que yo estoy escribiendo, produciendo, dirigiendo y protagonizando. Vemos esto absolutamente en todas partes de nuestra cultura. La libertad de elección reina suprema: me convierto en la persona que elijo ser.

El teo-drama es la gran historia contada por Dios, la gran obra dirigida por Dios. Lo que hace que la vida sea emocionante es descubrir tu papel en ella. Esto es precisamente lo que sucedió a María. Ella había encontrado su papel —de hecho, un papel culminante— en el teo-drama, y quiere compartirlo con Isabel, quien también ha descubierto su rol. Al igual que María, debemos encontrar nuestro lugar en la historia de Dios.

La Visitación

Fiesta Litúrgica, 31 de mayo

Fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María, con motivo de su viaje al encuentro de su prima Isabel, que estaba embarazada de un hijo en su ancianidad, y a la que saludó. Al encontrarse gozosas las dos futuras madres, el Redentor que venía al mundo santificó a su precursor, que aún estaba en el seno de Isabel, y al responder María al saludo de su prima, exultante de gozo en el Espíritu Santo, glorificó a Dios con el cántico de alabanza del Magníficat.

Después del anuncio del ángel, María se pone en camino (“de prisa” dice san Lucas) para ir a visitar a su parienta Isabel y prestarle un servicio. Uniéndose probablemente a una caravana de peregrinos que se dirigen a Jerusalén, atraviesa la Samaría y llega a Ain-Karim (en Judea), en donde vive la familia de Zacarías.

Es fácil imaginar los sentimientos que invadían su espíritu al meditar el misterio que le había anunciado el ángel. Son sentimientos de humilde agradecimiento con la grandeza y bondad de Dios, que María expresará en su encuentro con la prima con el himno del Magnificat, la expresión del amor jubiloso “que canta y alaba al amado” (san Bernardino de Siena): “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija…”.

La presencia del Verbo encarnado en María es causa de gracia para Isabel, que, inspirada, descubre los grandes misterios que se han obrado en la joven prima, su dignidad de Madre de Dios, su fe en la palabra divina y la santificación del precursor, que salta de alegría en el seno de la madre. María se queda con Isabel haste el nacimiento de Juan Bautista, esperando probablemente ocho días más para el rito de la imposición del nombre. Aceptando este cómputo del período transcurrido con la parienta Isabel, la fiesta de la Visitación, de origen franciscano (los frailes Menores la celebraban ya en el 1263), se celebraba el 2 de julio, es decir, al final de la visita de María. Hubiera sido más lógico colocarlo después del 25 de marzo, fiesta de la Anunciación, pero se quiso evitar que cayera en el período cuaresmal.

Después el papa Urbano VI extendió la fiesta a toda la Iglesia latina para pedir por intercesión de María la paz y la unidad de los cristianos divididos por el gran cisma de Occidente. El sínodo de Basilea, en la sesión del 1 de julio de 1441, confirmó la festividad de la Visitación, que al principio no habían aceptado los Estados que estaban de parse del antipapa.

El actual calendario litúrgico, sin tener en cuenta la cronología según la narración evangélica, abandonó la fecha tradicional del 2 de julio (antiguamente la Visitación se conmemoraba también en otras fechas) y estableció la memoria para el último día de mayo.

Detrás de Cristo

Santo Evangelio según san Lucas 1, 39-56. Visitación de la Santísima Virgen María

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

María, madre mía. Quiero caminar hacia Jesús. Si me siento indigno de Él, si me siento sucio, impuro, caído, te pido tómame la mano y llévame hacia Él.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 1, 39-56

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno. Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: “Tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”. Entonces dijo María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre y su misericordia llega de generación en generación a los que lo temen. Ha hecho sentir el poder de su brazo: dispersó a los de corazón altanero, destronó a los potentados y exaltó a los humildes.

A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió sin nada. Acordándose de su misericordia, vino en ayuda de Israel, su siervo, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia, para siempre”. María permaneció con Isabel unos tres meses, y se volvió a su casa.
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Dichosa tú, María que has creído que se cumplirían las palabras del Señor. Ese es mi más profundo deseo: que se cumplan las palabras del Señor. Supiste actuar conforme al amor. Supiste caminar con la confianza puesta en Dios. Días oscuros, cuántos habrás vivido; días fríos, solos, en tu hogar. Cristo se había ido. ¿Cuánto habría de durar la soledad?

Y el deseo de ver a tu hijo ser feliz, de verlo crecer y de no verlo sufrir, qué difícil fue verlo quebrado. Mas fue feliz y tú lo viste, pero fue feliz en el dolor. Aquella espada en el alma.

No habían pasado siquiera tres años y a tu hijo le anunciaban pronta muerte. ¿Dónde aprendió a amar de tal manera, que ni la misma muerte tortuosa le aplacó el deseo de amar? Detrás de Él hubo una madre que le amó de tal manera, que le enseñó a mirar constantemente más allá de su propia vida. Amándolo tanto lo habías preparado a amar. Te dejaría, María. Y lo despedirías con la misma confianza con que lo diste a luz.

Cambiaste la humanidad, Madre mía, engendrado al mismo Dios que se encarnó. Tú tan sólo una criatura, pero tan generosa. Tan sólo una criatura, pero tan silenciosa. Tan sólo una criatura, pero tan comprensiva. Tan sólo una criatura, pero llena de gracia. Tan sólo una criatura, pero la Madre del Señor. Tan sólo una criatura, pero también mi madre.

Creíste. Feliz seas, Madre mía, que creyendo abriste el mundo al mismo Dios; y el mismo Dios nos vino a redimir. He ahí a mi madre.

He aquí a tu hijo, he aquí a tu hija. Quiero caminar contigo hasta la cruz y escuchar a mi Señor decir «he ahí a tu madre».

«Esos días, María corría hacia una pequeña ciudad en los alrededores de Jerusalén para encontrarse con Isabel. Hoy, sin embargo, la contemplamos en su camino hacia la Jerusalén celestial, para encontrar finalmente el rostro del Padre y volver a ver el rostro de su hijo Jesús.[…] Ha sido la primera en creer en el Hijo de Dios, y es la primera en ser ascendida al cielo en alma y cuerpo. Fue la primera que acogió y tomó en brazos a Jesús cuando aún era un niño, es la primera en ser acogida en sus brazos para entrar en el Reino eterno del Padre. María, una humilde y sencilla joven de un pueblecito perdido de la periferia del Imperio romano, justamente porque acogió y vivió el Evangelio, fue admitida por Dios para estar en la eternidad al lado del trono de su Hijo. De este modo el Señor derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes».

(Ángelus S.S. Papa Francisco, 15 de agosto de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Rezaré un misterio del rosario por quienes no conocen aún a su madre celestial, María, madre de Jesús y madre nuestra.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Visitación de María

El niño salta de alegría en el vientre de su madre; Isabel se llena del Espíritu Santo, reconoce al Señor presente y comienza a profetizar.

Toda nuestra vida, cuando es auténticamente cristiana, está orientada hacia el amor. Sólo el amor hace grande y fecunda nuestra existencia y nos garantiza la salvación eterna.

Y sabemos que ese amor cristiano tiene dos dimensiones. La dimensión horizontal: amar a los hombres, nuestros hermanos. Y la dimensión vertical: amar a Dios, nuestro Señor.

Es fácil hablar de amor y de caridad, pero es difícil vivirlos, porque amar significa servir, y servir exige renunciar a sí mismo. Por eso, el Señor nos dio como imagen ideal a la Sma. Virgen. Ella es la gran servidora de Dios y, a la vez, de los hombres.

En la hora de la Anunciación, Ella se proclama la esclava del Señor. Le entrega toda su vida, para cumplir la tarea que Dios le encomienda por el ángel. Ella cambia en el acto todos sus planes y proyectos que tenía, se olvida completamente de sus propios intereses.

Lo mismo le pasa con Isabel. Se entera que su prima va a tener un hijo y parte en seguida, a pesar del largo camino. Y se queda tres meses con ella, sirviéndole hasta el nacimiento de Juan Bautista. No se le ocurre sentirse superior. Y no busca pretextos por estar encinta y no poder arriesgar un viaje tan largo. Hace todo esto, porque sabe que en el Reino de Dios los primeros son los que saben convertirse en servidores de todos.

También nuestra propia vida cristiana debe formarse y desarrollarse en estas mismas dos dimensiones: el compromiso con los hermanos y el servicio a Dios. Y no se puede separar una dimensión de la otra. Por eso, cuanto más queremos comunicarnos con los hombres, tanto más debemos estar en comunión con Dios. Y cuanto más queremos acercarnos a Dios, tanto más debemos estar cerca de los hombres.

¿Qué más nos dice el Evangelio? Nos cuenta de algunos sucesos milagrosos en el encuentro de las dos mujeres: el niño salta de alegría en el vientre de su madre; Isabel se llena del Espíritu Santo, reconoce al Señor presente y comienza a profetizar.

Y nos preguntamos: ¿Es la Sma. Virgen la que hace esos milagros? Ello se puede explicar sólo por la íntima y profunda unión entre María y Jesús. Esa unión comienza con la Anunciación y dura por toda su vida y más allá de ella. Y por primera vez se manifiesta en el encuentro de María con Isabel.

María no actúa nunca sola, sino siempre en esta unión perfecta entre Madre a Hijo. Donde está María, allí está también Jesús. Es el misterio de la infinita fecundidad de su vida de madre.

Y si nosotros queremos ser como Ella, entonces debe ser también el misterio de nuestra vida. ¿En qué sentido? Nos unimos, nos vinculamos con María, nuestra Madre y Reina. Y entonces, ¿qué hace Ella? Ella nos vincula, con todas las raíces de nuestro ser, con su Hijo Jesucristo.

Porque María es la tierra de encuentro con Cristo, nos conduce hacia Él, nos guía, nos cuida y nos acompaña en nuestro caminar hacia Él.

Pero, María no solo nos conduce hacia Cristo, sino trae, ante todo, a Jesús al mundo y a los hombres. Es su gran tarea de Madre de Dios.

Y en su visita a la casa de Isabel realiza, por primera vez, esta gran misión suya: le lleva a su Hijo. Y el Señor del mundo, encarnado en su cuerpo maternal, manifiesta su presencia por medio de aquellos milagros.

Lo hizo María hace más de 2000 años. Pero lo hace también hoy: nos trae a Cristo a todos nosotros.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Llevo a Cristo a los demás?
2. ¿De de qué manera sirvo a los demás?
3. ¿Soy un elemento de unión?

Flor del 31 de mayo: María Reina del Cielo

Fiesta de la Visitación de la Virgen

Meditación: “Apareció en el cielo una gran señal: una Mujer vestida de Sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Apocalipsis 12,1). Ha sido coronada Reina del Cielo la Madre del Señor de cielos y tierras. Esposa de Dios y Madre del Redentor, quien aquí en la tierra Le demostró obediencia y siempre Su consejo contempló, ¿cómo no podremos nosotros no ser sus esclavos y servirle junto a ángeles y santos?. “En la Iglesia todos están llamados a la santidad, pues ésta es la Voluntad de Dios: vuestra santificación (conforme Primera Tesalonienses 4,3 y Efesios 1,4). María se entregó a ésta Voluntad Divina y será verdaderamente Madre y Reina nuestra si buscamos responder a su llamado de santidad. No la hagamos llorar más por los pecados que en el mundo hay, sino que entreguemos nuestra voluntad para sólo por Ella trabajar.

Oración: ¡Oh María, Reina del Cielo y de nuestro corazón!. Haznos esclavos de tu amor para hacer la Santa Voluntad y llegar a la Patria Celestial. Que tengamos la humildad de la violeta, y estemos vestidos como ella, de penitencia. Amén.

Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día: Recitar el Regina Coeli (Reina del Cielo):

Reina del cielo, alégrate, aleluya,
porque El que mereciste engendrar, aleluya,
resucitó como lo había dicho, aleluya.
Ruega por nosotros a Dios, aleluya.
Regocíjate y alégrate, Virgen María, aleluya,
porque verdaderamente resucitó el Señor, aleluya.

La Visitación de María a santa Isabel, una fiesta de alegría

do el 31/05/15

Una celebración que inspiró san Buenaventura y que ayudaría a superar el cisma de Occidente

Cuando María estaba embarazada de Jesús, visitó a su prima mayor Isabel, quien también esperaba un bebé, Juan Bautista.

La Virgen vivía en Nazaret, al norte de Israel; Isabel residía en las montañas de Judá, según la tradición en una localidad llamada Ain Karin.

Para llegar hasta la casa de su prima, María tuvo que recorrer una distancia de entre 100 y 150 kilómetros.

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En respuesta al ángel

¿Qué llevó a María a caminar tanto? Después del anuncio del ángel Gabriel, la Virgen María «marchó deprisa» -explica Lucas en su Evangelio- a casa de Isabel con el propósito de cuidar de su prima, a la que llamaban «estéril».

María atendió el mensaje del ángel que dijo:

“Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez”.

Lucas 1,36

Isabel, al recibirla, la reconoció como «la madre de mi Señor» y su bebé «saltó en su seno».
La Virgen elevó una bellísima oración que hoy usan cristianos de todo el mundo para alabar a Dios: