Levítico 19:1-2.17-19 / 1 Corintios 3:16-23 / Mateo 5:38-48
Dios nos habla personalmente a cada uno de nosotros
Permítanme que inicie esta homilía, recordándome a mí mismo y compartiéndolo con vosotros dos breves afirmaciones. La primera, que a pesar de ser obvia la olvidamos a menudo, y es que la Palabra de Dios no podemos leerla ni meditarla nunca en tercera persona del singular, dicho de otro modo, olvidando que siempre se me dirige de manera personal. La segunda es que cada domingo el anuncio de la tercera lectura se hace por parte del diácono como lectura del Evangelio, que es lo mismo que decir, lectura de la Buena noticia ya que éste es el significado del concepto griego εὐαγγέλιον. Por tanto hoy, en esta celebración Dios nos habla personalmente a cada uno de nosotros y también comunitariamente para hacernos llegar una Buena Noticia.
Dicho esto, el fragmento evangélico que acabamos de proclamar cierra el capítulo 5 del evangelio según san Mateo que empezamos a leer el domingo día 29 de enero, con el texto de las Bienaventuranzas.
Tanto en este texto como en todo el capítulo el evangelista utiliza un lenguaje fuerte, paradójico y escandaloso tanto por su tiempo como por el nuestro.
El texto de hoy no es una excepción y su estructura es la del cumplimiento de la Ley antigua, según el esquema “ya sabéis que, a los antiguos, les dijeron… pero yo les digo”. La enseñanza de Jesús dirigida a sus contemporáneos y por tanto también a nosotros, lejos de dar simples reglas de comportamiento, tiene como objetivo las relaciones interpersonales y especialmente las que son hostiles o violentas.
La llamada de la Torá (Ex 21,26, Lv 24,20), en referencia a la llamada ley de la represalia o ley del Talión, es para Jesús el punto de partida para proponer otra vía, la suya, la de Jesús, y que es respuesta a la violencia sea en forma de bofetada, de robo o de opresión. La vía que propone Jesús va más allá del sentido común del derecho, encaminado a contener la invasión de la violencia y los mecanismos de la venganza.
¿En qué consiste la vía de Jesús? Jesús nos muestra una actitud de donación sin reservas y que la vivirá hasta la Cruz. No se trata de sufrir pasivamente, sino que revela algo más profundo. Son gestos aparentemente incomprensibles y llenos de libertad, contrarios al mecanismo de acción-reacción.
Representan un camino que confunde al malvado y puede desarmarlo. Nos pasa igual a nosotros cuando hacemos una acción incorrecta y que duele y nos desarma ver cómo el que hemos herido nos ofrece la mano. Este «plus» del amor no es algo de lo que seamos capaces espontáneamente, ni puede resultar del esfuerzo personal sino que reclama por parte de cada uno, un camino, un itinerario para vivir y madurar según los sentimientos de Jesús, que no son otros que los que están en el corazón de Dios. Por eso no seamos fáciles en juzgar las reacciones de los demás.
En esta lógica no es extraño que Jesús exprese de forma contundente la revolucionaria proclama que es el centro del relato que hemos proclamado: “Ya sabéis que dijeron: “ama a los demás”, pero no a los enemigos. Pues yo les digo: Amar a los enemigos, ruega por aquellos que le persiguen. Así serán hijos de tu Padre celestial: él saca el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos”.
La paradoja de este Evangelio sólo es posible si ha habido un encuentro con Jesús y una renovada idea de Dios como Padre. El encuentro con Jesús nos pide un amor desproporcionado; el amor es siempre desproporcionado y choca con la forma de hacer y de ser del corazón humano, que puede llegar a confundir el cariño por uno mismo con el vivir centrado y encerrado en el propio corazón, ya que el amor siempre es apertura en el otro, posibilidad de ser para uno mismo y para los demás.
Retomando las dos afirmaciones con las que he empezado esta reflexión me doy cuenta de que hoy las palabras de Jesús nos tocan directamente cada uno de nosotros, pero no como una acusación sino como posibilidad para reconocer que a veces no estamos muy lejos de las situaciones que nos ha descrito el evangelista. Pero también hoy hemos recibido una buena noticia y es que aunque no nos sea fácil vivir y ser como Jesús, sólo que lo intentemos seremos prefectos como lo es el Padre celestial. No quisiera terminar esta reflexión sin un recuerdo con gran respeto y una oración por todos los que son víctimas de tantas formas de violencia. Y todavía una oración para pedir a Jesús que nos ayude a mirar con su mirada a quienes obren el mal y el mal que nosotros obramos.
La Eucaristía que estamos celebrando es fuerza y viático en nuestro itinerario para poder ser perfectos como lo es el Padre celestial. Que así sea.
Si quieres ser el primero, tienes que ir al final de la fila, ser el último y servir a todos. Con esta frase lapidaria, el Señor inaugura una inversión: da un vuelco a los criterios que marcan lo que realmente cuenta. El valor de una persona ya no depende del papel que desempeña, del éxito que tiene, del trabajo que hace, del dinero que tiene en el banco; no, no depende de eso; la grandeza y el éxito, a los ojos de Dios, tienen otro rasero: se miden por el servicio. No por lo que se tiene, sino por lo que se da. ¿Quieres sobresalir? Sirve. Este es el camino. (Ángelus, 19 septiembre 2021)
• Mark 9:30-37
Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús presenta a un niño como arquetipo para los discípulos que discutían sobre quién era el más importante.
¿Cómo es esto? Los niños no saben cómo ocultar la verdad de sus reacciones. Ellos no han todavía aprendido a cómo impresionar a los otros. En esto, son como las estrellas o las flores o los animales, son lo que son, sin ambigüedades. Ellos están en consonancia con las intenciones más profundas de Dios para ellos.
Los niños aún no han aprendido a mirarse a sí mismos. ¿Por qué un niño puede sumergirse con tanta ansiedad y completamente en lo que está haciendo? Porque puede perderse en sí mismo; porque no se está mirando, consciente de las reacciones, las expectativas, y la aprobación de los que le rodean.
El problema es que, desde una edad muy temprana, aprendemos a no ser nosotros mismos, y esto es una función de la construcción humana y pecaminosa del ego. Nos convencemos de que la alegría sólo vendrá cuando lleguemos a ser como otra persona, sólo cuando recibimos el aplauso de la multitud, sólo cuando estamos a la altura de las expectativas de nuestro grupo, familia o sociedad.
Esto crea una terrible parálisis del alma, que es el orgullo, el más mortal de los pecados mortales.
Pedro Damián, Santo
Memoria Litúrgica, 21 de febrero
Cardenal y Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano:Memoria de san Pedro Damián, cardenal obispo de Ostia y doctor de la Iglesia. Habiendo entrado en el eremo de Fonte Avellana, promovió denodadamente la vida religiosa y en los tiempos difíciles de la reforma de la Iglesia trabajó para que los monjes se dedicasen a la santidad de la contemplación, los clérigos a la integridad de vida y para que el pueblo mantuviese la comunión con la Sede Apostólica. Falleció el día veintidós de febrero en Favencia, de la Romagna (1072).
Fecha de canonización: En el año 1828 por el Papa León XII.
Breve Biografía
San Pedro Damián fue un hombre austero y rígido que Dios envió a la Iglesia Católica en un tiempo en el que la relajación de costumbres era muy grande y se necesitaban predicadores que tuvieran el valor de corregir los vicios con sus palabras y con sus buenos ejemplos. Nació en Ravena (Italia) el año 1007.
Quedó huérfano muy pequeñito y un hermano suyo lo humilló terriblemente y lo dedicó a cuidar cerdos y lo trataba como al más vil de los esclavos. Pero de pronto un sacerdote, el Padre Damián, se compadeció de él y se lo llevó a la ciudad y le costeó los estudios. En honor a su protector, en adelante nuestro santo se llamó siempre Pedro Damián.
El antiguo cuidador de cerdos resultó tener una inteligencia privilegiada y obtuvo las mejores calificaciones en los estudios y a los 25 años ya era profesor de universidad. Pero no se sentía satisfecho de vivir en un ambiente tan mundano y corrompido, y dispuso hacerse religioso.
Estaba meditando cómo entrarse a un convento, cuando recibió la visita de dos monjes benedictinos, de la comunidad fundada por el austero San Romualdo, y al oírles narrar lo seriamente que en su convento se vivía la vida religiosa, se fue con ellos. Y pronto resultó ser el más exacto cumplidor de los severísimos reglamentos de su convento.
Pedro, para lograr dominar sus pasiones sensuales, se colocó debajo de su camisa correas con espinas (cilicio, se llama esa penitencia) y se daba azotes, y se dedicó a ayunar a pan y agua. Pero sucedió que su cuerpo, que no estaba acostumbrado a tan duras penitencias, empezó a debilitarse y le llegó el insomnio, y pasaba las noches sin dormir, y le afectó una debilidad general que no le dejaba hacer nada. Entonces comprendió que las penitencias no deben ser tan exageradas, y que la mejor penitencia es tener paciencia con las penas que Dios permite que nos lleguen, y que una muy buena penitencia es dedicarse a cumplir exactamente los deberes de cada día y a estudiar y trabajar con todo empeño.
Esta experiencia personal le fue de gran utilidad después al dirigir espiritualmente a otros, pues a muchos les fue enseñando que en vez de hacer enfermar al cuerpo con penitencias exageradas, lo que hay que hacer es hacerlo trabajar fuertemente en favor del reino de Dios y de la salvación de las almas.
En sus años de monje, Pedro Damián aprovechó aquel ambiente de silencio y soledad para dedicarse a estudiar muy profundamente la Sagrada Biblia y los escritos de los santos antiguos. Esto le servirá después enormemente para redactar sus propios libros y sus cartas que se hicieron famosas por la gran sabiduría con la que fueron compuestas.
En los ratos en que no estaba rezando o estudiando, se dedicaba a labores de carpintería, y con los pequeños muebles que construía ayudaba a la economía del convento.
Al morir el superior del convento, los monjes nombraron como su abad a Pedro Damián. Este se oponía porque se creía indigno pero entre todos lo lograron convencer de que debía aceptar. Era el más humilde de todos, y pedía perdón en público por cualquier falta que cometía. Y su superiorato produjo tan buenos resultados que de su convento se formaron otros cinco conventos, y dos de sus dirigidos fueron declarados santos por el Sumo Pontífice (Santo Domingo Loricato y San Juan de Lodi. Este último escribió la vida de San Pedro Damián).
Muchísimas personas pedían la dirección espiritual de San Pedro Damián. A cuatro Sumos Pontífices les dirigió cartas muy serias recomendándoles que hicieran todo lo posible para que la relajación y las malas costumbres no se apoderaran de la Iglesia y de los sacerdotes. Criticaba fuertemente a los que son muy amigos de pasear mucho, pues decía que el que mucho pasea, muy difícilmente llega a la santidad.
A un obispo que en vez de dedicarse a enseñar catecismo y a preparar sermones pasaba las tardes jugando ajedrez, le puso como penitencia rezar tres veces todos los salmos de la Biblia (que son 150), lavarles los pies a doce pobres y regalarles a cada uno una moneda de oro. La penitencia era fuerte, pero el obispo se dio cuenta de que sí se la merecía, y la cumplió y se enmendó.
Los dos peores vicios de la Iglesia en aquellos años mil, eran la impureza y la simonía. Muchos sacerdotes eran descuidados en cumplir su celibato, o sea ese juramento solemne que han hecho de esforzarse por ser puros, y además la simonía era muy frecuente en todas partes. Y contra estos dos defectos se propuso luchar Pedro Damián.
Varios Sumos Pontífices, sabiendo la gran sabiduría y la admirable santidad del Padre Pedro Damián, le confiaron misiones delicadísimas. El Papa Esteban IX lo nombró Cardenal y Obispo de Ostia (que es el puerto de Roma). El humilde sacerdote no quería aceptar estos cargos, pero el Papa lo amenazó con graves castigos si no lo aceptaba. Y allí, con esos oficios, obró con admirable prudencia. Porque al que es obediente consigue victorias.
Resultó que el joven emperador Enrique IV quería divorciarse, y su arzobispo, por temor, se lo iba a permitir. Entonces el Papa envió a Pedro Damián a Alemania, el cual reunió a todos los obispos alemanes, y valientemente, delante de ellos le pidió al emperador que no fuera a dar ese mal ejemplo tan dañoso a todos sus súbditos, y Enrique desistió de su idea de divorciarse.
Sus sermones eran escuchados con mucha emoción y sabiduría, y sus libros eran leídos con gran provecho espiritual. Así, por ejemplo, uno que se llama «Libro Gomorriano», en contra de las costumbres de su tiempo. (Gomorriano, en recuerdo de Gomorra, una de las cinco ciudades que Dios destruyó con una lluvia de fuego porque allí se cometían muchos pecados de impureza). A los Pontífices y a muchos personajes les dirigió frecuentes cartas pidiéndoles que trataran de acabar con la Simonía, o sea con aquel vicio que consiste en llegar a los altos puestos de la Iglesia comprando el cargo con dinero (y no mereciéndolo con el buen comportamiento). Este vicio tomó el nombre de Simón el Mago, un tipo que le propuso a San Pedro apóstol que le vendiera el poder de hacer milagros. En aquel siglo del año mil era muy frecuente que un hombre nada santo llegara a ser sacerdote y hasta obispo, porque compraba su nombramiento dando mucho dinero a los que lo elegían para ese cargo. Y esto traía terribles males a la Iglesia Católica porque llegaban a altos puestos unos hombres totalmente indignos que no iban a hacer nada bien sino mucho mal. Afortunadamente, el Papa que fue nombrado al año siguiente de la muerte de San Pedro Damián, y que era su gran amigo, el Papa Gregorio VII, se propuso luchar fuertemente contra ese vicio y tratar de acabarlo.
La gente decía: el Padre Damián es fuerte en el hablar, pero es santo en el obrar, y eso hace que le hagamos caso con gusto a sus llamadas de atención.
Lo que más le agradaba era retirarse a la soledad a rezar y a meditar. Y sentía una santa envidia por los religiosos que tienen todo su tiempo para dedicarse a la oración y a la meditación. Otra labor que le agradaba muchísimo era el ayudar a los pobres. Todo el dinero que le llegaba lo repartía entre la gente más necesitada. Era mortificadísimo en comer y dormir, pero sumamente generosos en repartir limosnas y ayudas a cuantos más podía.
El Sumo Pontífice lo envió a Ravena a tratar de lograr que esa ciudad hiciera las paces con el Papa. Lo consiguió, y al volver de su importante misión, al llegar al convento sintió una gran fiebre y murió santamente. Era el 21 de febrero del año 1072. Inmediatamente la gente empezó a considerarlo como un gran santo y a conseguir favores de Dios por su intercesión.
El Papa León XII lo canonizó (1823) y, por los elocuentes sermones que compuso y por los libros tan sabios que escribió, lo declaró Doctor de la Iglesia (1828) .
San Pedro Damián: consíguenos de Dios la gracia de que nuestros sacerdotes y obispos sean verdaderamente santos y sepan cumplir fielmente su celibato.
El secreto para ser el mejor
Santo Evangelio según san Marcos 9, 30-37.
Martes VII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Comienzo este momento de oración recogiendo mis pensamientos, mi imaginación y preocupaciones y las abandono en ti. Descanso en tu misericordia y en tu mirada para dedicarme solo a ti y me dispongo con fe a escuchar tu palabra.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 9, 30-37
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará». Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?». Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Me llama la atención en este pasaje donde Tú vienes anunciando tu próxima pasión y los discípulos vienen discutiendo sobre quién es el más importante. Les hablabas de lo íntimo de tu corazón y ellos no conseguían entender, quizá porque habían visto tu gloria en el tabor o se deslumbraban ante tus milagros. ¿Será que yo también evado tu voz cuando me hablas de la cruz? ¿Cómo acojo yo tu palabra cuando no coincide con mis planes?
Tú sales al paso de sus miedos y dudas. Pasas por alto su incomprensión y les formas con paciencia. Me pregunto: ¿sé confiarte mis miedos y dudas cuando no entiendo lo que permites en mi vida? ¿A quién recurro si no? ¿Creo en los momentos de duda y actúo a pesar del miedo?
Los discípulos querían ser los primeros en todo, buscaban un lugar de privilegio y ser tenidos en cuenta más que los demás. Es una tendencia muy humana que ha logrado entrar en mí también. El deseo de figurar, de lucir, de ser tenido en cuenta, de ser honrado…se disfraza y me nubla mis buenos propósitos de servir a todos.
Cuando me pones el paradigma de ser el último para ser el primero y de servir para reinar, entiendo el secreto de la grandeza y me pongo en camino para tomarme en serio la virtud del servicio para ser agradable al Padre. Dame tu gracia.
«Si quieres ser el primero, tienes que ir al final de la fila, ser el último y servir a todos. Con esta frase lapidaria, el Señor inaugura una inversión: da un vuelco a los criterios que marcan lo que realmente cuenta. El valor de una persona ya no depende del papel que desempeña, del éxito que tiene, del trabajo que hace, del dinero que tiene en el banco; no, no depende de eso; la grandeza y el éxito, a los ojos de Dios, tienen otro rasero: se miden por el servicio. No por lo que se tiene, sino por lo que se da. ¿Quieres sobresalir? Sirve. Este es el camino». (S.S. Francisco, Ángelus del 19 de septiembre de 2021).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. Haré un acto de servicio con quien más me cueste, recordaré que así seré grande a los ojos de Dios.
Despedida
Te damos gracias, Señor,
por todos tus beneficios,
a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¡Mañana empieza la Cuaresma!
No olvides ir mañana a imponerte la ceniza: «Arrepiéntete y cree en el Evangelio»
El miércoles de ceniza, los buenos cristianos asisten a las iglesias a que les impongan la ceniza, al mismo tiempo que escuchan unas palabras: Arrepiéntete y cree en el Evangelio. Esas palabras explican el sentido de ese rito tan atrevido con el que da inicio la cuaresma. ¡Arrepiéntete!, se nos dice.
Hay tiempo de pecar y tiempo de convertirse. El tiempo de pecar suele ser muy largo. Todos pasamos por momentos malos, en que abandonamos el buen camino y nos adentramos en la mala vida. Incluso, podemos observar, cuando miramos hacia atrás, que hay un período en la vida en que nos hemos alejado mucho de Dios, de la Iglesia, de las buenas costumbres. Son esos días negros a los que no queremos mirar.
Pero hay también épocas buenas, en las que hemos sido capaces de hacer el bien, hemos estado en paz con Dios, con los demás y con nosotros mismos.
Si pudiéramos observar en una película nuestro mejor día vivido y nuestro peor día, nos asombraríamos de dos cosas: Primero: de cómo hemos bajado tanto. Quizá tendríamos que decir: «Nunca me imaginé que podía llegar a hacer lo que he hecho». Pero también nos asombraríamos de lo bien que nos hemos portado en nuestro mejor día; de tal forma que si todos los días de nuestra vida hubieran sido como ese día, podríamos ser contados entre los hombres verdaderamente buenos y honrados de este mundo.
De aquí podemos sacar la siguiente conclusión: el hombre puede, si se esfuerza, subir mucho, mejorar; o, por el contrario, bajar, corromperse, destruirse. El ser humano puede llegar a ser un ángel o un demonio.
Se cuenta que a la hora de buscar a un personaje que representara a Cristo en una película, eligieron a un joven que, por su vida y costumbres reflejadas en el rostro, parecía ser el más idóneo. Al pasar el tiempo se trató de buscar a alguien que representara el papel de Judas, y después de mucho buscar, encontraron por fin a un hombre que, por la expresión de su cara parecía el más acertado. Era el mismo hombre que un día representó el papel de Cristo. ¿Tanto había cambiado…?
En la cuaresma se nos invita a un cambio. Dios nos da la oportunidad de arrepentirnos. Es un tiempo de gracia en que Dios nos ofrece su perdón con especial generosidad.
Aún sabiendo que lo tenemos que hacer, preferimos seguir lo mismo, dejando para más adelante esa conversión, ese cambio de vida que nos cuesta tanto.
Un hombre dejó hasta los 31 años su cambio. Una vez cuando sus compañeros decían: «vamos a cambiar la vida, pero más adelante», el convertido les contestó: «Si alguna vez lo vas a hacer, ¿por qué no ahora?, y, si no lo haces ahora ¿por qué dices que lo harás más adelante? ¿Podrás? ¿Querrás hacerlo? ¿Tendrás tiempo?»
También de él es esta frase significativa: «Teme a Dios que pasa y que no vuelve». Dios suele pasar una y varias veces por nuestra vida, pero no tiene obligación de volver apasar. Por eso decía respetuosamente aquél, que primero no tenía ningún miedo ni respeto: «Teme a Dios que pasa y que puede no volver a pasar en tu vida».
Pedro Damián, un santo que combatió la corrupción en los curas
San Pedro Damián entregó su vida por la pureza de la Iglesia
Un religioso benedictino y Doctor de la Iglesia que también fue ermitaño y fundó monasterios.
San Pedro Damián nació en Rávena en el año 1007 en una familia numerosa y pobre.
Ingresó en un monasterio y pronto lo eligieron abad. No redactó una Regla, pero sí dejó claros los ejes de la vida monástica: absoluto silencio, trabajo manual, mezcla de vida solitaria en celdas separadas y actos en comunidad, oración y lectura espiritual.
Fundó el monasterio de Nuestra Señora de Sitria y otros cuatro centros ermitaños.
Pero la vida de Pedro Damián estuvo lejos del apartamiento del mundo y del silencio. Varios papas vieron en él al instrumento de Dios para corregir una Iglesia en crisis a mitad del siglo XI.
Su lucha contra la corrupción en los sacerdotes
Escribió “Liber Gomorrhianus” (Libro de Gomorra) para corregir los vicios del clero.
En él se condenan explícitamente los actos homosexuales, la fornicación de los sacerdotes y los abusos de los obispos con sus súbditos.
El papa Esteban IX lo quiso nombrar cardenal-obispo de Ostia (decano del colegio de cardenales) en 1057 y el santo tuvo que aceptar porque lo amenazó con la excomunión.
El pontífice muere enseguida y su sucesor, el papa Nicolás II, en 1059, lo envía a Milán, donde la corrupción en la Iglesia era terrible ya que se negociaba con descaro con las cosas espirituales y los clérigos se entregaban a los placeres sexuales. Con su vida santa, Pedro Damián logró poner fin a esta situación.
Santo patrón
San Pedro Damián es patrono de los enamorados y de los matrimonios.
Oración de san Pedro Damián a la Virgen María
Santa Virgen, Madre de Dios, socorred a los que imploran vuestro auxilio. Volved vuestros ojos hacia nosotros.
¿Acaso por haber sido unida a la Divinidad ya no os acordaríais de los hombres? ¡Ah, no por cierto!
Vos sabéis en qué peligros nos habéis dejado, y el estado miserable de vuestros siervos; no es propio de vuestra gran misericordia el olvidarse de una tan grande miseria como la nuestra.
Emplead en nuestro favor vuestro valimiento, porque el que es Omnipotente os ha dado la omnipotencia en el Cielo y en la tierra.
Nada os es imposible, pues podéis infundir aliento a los más desesperados para esperar la salvación.
Cuanto más poderosa sois, tanto más misericordiosa debéis ser.
Ayudadnos también con vuestro amor. Yo sé, Señora mía, que sois sumamente benigna y que nos amáis con un afecto al que ningún otro aventaja.
¡Cuántas veces habéis aplacado la cólera de nuestro Juez en el instante en que iba a castigarnos! Todos los tesoros de la misericordia de Dios se hallan en vuestras manos.
¡Ah! No ceséis jamás de colmarnos de beneficios. Vos solo buscáis la ocasión de salvar a todos los miserables, y de derramar sobre ellos vuestra misericordia, porque vuestra gloria es mayor cuando por vuestra intercesión los penitentes son perdonados, y los que lo han sido entran en el Cielo. Ayudadnos, pues, a fin de que podamos veros en el Paraíso, ya que la mayor gloria a que podemos aspirar consiste en veros, después de Dios, en amaros y en estar bajo vuestra protección.
¡Ah! Oídnos, Señora, ya que vuestro Hijo quiere honraros concediéndoos todo cuanto le pidáis.