Los últimos quince meses han sido una época de crisis y de profundos desafíos para nuestro país, y han sido una prueba particular para los católicos. Durante este terrible periodo de COVID, muchos de nosotros nos hemos visto obligados a ayunar de la asistencia a la Misa y de la recepción de la Eucaristía. Ciertamente, se han puesto a disposición numerosas misas y para-liturgias eucarísticas en línea, y gracias a Dios por ellas. Pero los católicos saben íntimamente que esas presentaciones virtuales no sustituyen en absoluto a la realidad. Ahora que las puertas de nuestras iglesias comienzan a abrirse de par en par, me gustaría instar a todos los católicos que lean estas palabras: ¡Vuelvan a la Misa!
¿Por qué la Misa tiene tanta importancia? El Concilio Vaticano II enseña elocuentemente que la Eucaristía es la “fuente y cumbre de la vida cristiana”, es decir, aquello de lo que procede el auténtico cristianismo y hacia lo que tiende. Es el alfa y el omega de la vida espiritual, tanto el camino como la meta del discipulado cristiano.
Los Padres de la Iglesia enseñaron sistemáticamente que la Eucaristía es el sustento de la vida eterna. Querían decir que en la medida en que interiorizamos el Cuerpo y la Sangre de Jesús, estamos preparados para la vida con él en el otro mundo. Tomás de Aquino decía que todos los demás sacramentos contienen la virtus Christi (el poder de Cristo), pero que la Eucaristía contiene ipse Christus (Cristo mismo), lo que ayudaría a explicar por qué santo Tomás nunca pudo terminar la Misa sin derramar copiosas lágrimas. Es precisamente en la Misa donde tenemos el privilegio de recibir este don incomparable. Es precisamente en la Misa donde tomamos este sustento indispensable. Sin ella, nos morimos de hambre espiritualmente.
Si pudiera ir un poco más lejos, me gustaría sugerir que la Misa es, en su totalidad, el punto privilegiado de encuentro con Jesucristo. Durante la Liturgia de la Palabra, no escuchamos simples palabras humanas elaboradas por genios de la poesía, sino las palabras de la Palabra. En las lecturas, y especialmente en el Evangelio, es Cristo quien nos habla. En nuestras respuestas, le devolvemos la palabra, entrando en conversación con la segunda persona de la Trinidad.
Luego, en la Liturgia de la Eucaristía, el mismo Jesús que nos ha hablado con su corazón nos ofrece su Cuerpo y su Sangre para que los consumamos. Sencillamente, a este lado del cielo, no hay comunión más íntima posible con el Señor resucitado.
Me doy cuenta de que muchos católicos, durante este periodo de COVID, se han acostumbrado a la facilidad de asistir a la Misa virtualmente desde la comodidad de sus casas y sin los inconvenientes de aparcamientos concurridos, niños llorando y bancos abarrotados. Pero un rasgo clave de la Misa es precisamente nuestro acercamiento como comunidad. Al hablar, rezar, cantar y responder juntos, nos damos cuenta de nuestra identidad como Cuerpo Místico de Jesús. Durante la liturgia, el sacerdote actúa in persona Christi (en la persona misma de Cristo), y los bautizados que asisten se unen simbólicamente a Cristo cabeza y ofrecen juntos el culto al Padre. Hay un intercambio entre el sacerdote y el pueblo en la Misa que es de crucial importancia, aunque a menudo se pasa por alto. Justo antes de la oración sobre las ofrendas, el sacerdote dice: “Oren, hermanos, para que este sacrificio, mío y de ustedes, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso”. y el pueblo responde, “El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia”. En ese momento, cabeza y miembros se unen conscientemente para hacer el sacrificio perfecto al Padre. La cuestión es que esto no puede ocurrir cuando estamos dispersos en nuestras casas y sentados frente a las pantallas de las computadoras.
Si se me permite señalar la importancia de la Misa de forma más negativa, la Iglesia ha enseñado sistemáticamente que los católicos bautizados están moralmente obligados a asistir a la Misa del domingo y que faltar conscientemente a la Misa, en ausencia de una excusa válida, es pecado mortal. Comprendo que este lenguaje incomode a muchas personas hoy en día, pero no debería, pues es perfectamente congruente con todo lo que hemos dicho sobre la Misa hasta este punto. Si la liturgia eucarística es, de hecho, la fuente y la cumbre de la vida cristiana, el encuentro privilegiado con Jesucristo, el momento en que el Cuerpo Místico se expresa más plenamente, el escenario para la recepción del pan del cielo, entonces nos ponemos, espiritualmente hablando, en peligro mortal cuando nos alejamos activamente de ella. Al igual que un médico puede observar que pones en peligro tu vida comiendo alimentos grasos, fumando y absteniéndote de hacer ejercicio, un médico del alma te dirá que absteniéndote de la Misa estás comprometiendo tu salud espiritual. Por supuesto, como he sugerido anteriormente, siempre ha sido ley de la Iglesia que un individuo pueda decidir faltar a la Misa por razones legítimas de prudencia, y esto ciertamente se da durante estos últimos días de la pandemia.
¡Pero vuelve a la Misa! ¿Y puedo sugerirte que traigas a alguien contigo, alguien que haya estado fuera demasiado tiempo o que tal vez se haya adormecido durante el COVID? Deja que tu propia hambre eucarística despierte en ti un impulso evangélico. Trae a la gente de las carreteras y caminos; invita a tus compañeros de trabajo y a tus familiares; despierta a los niños el domingo por la mañana; apaga tus computadoras. ¡Vuelve a la Misa!
Matthew 11:25-27
En el Evangelio de hoy Jesús nos revela su relación íntima con el Padre: “Nadie conoce al Hijo excepto el Padre, y nadie conoce al Padre excepto el Hijo y cualquiera a quien el Hijo desee revelarlo”.
Hay algo absolutamente notable y particular acerca de Jesús. Al igual que Abraham, Moisés, Isaías, Jeremías y David, Él es enviado por Dios. Hasta ahora todo es ordinario. Sin embargo, este enviado es, al mismo tiempo, Dios. Porque Él habla y actúa consistentemente con la misma persona de Dios: “A menos que me ames . . .” “Hijo mío, tus pecados son perdonados . . .” “Has oído decir, pero Yo digo . . .” “El cielo y la tierra pasarán . . .”
Pareciera que hay alguien que, en un sentido, es diferente al que lo envió y en otro sentido es el mismo. Él viene del Padre pero no como una criatura sino como una imagen y reflejo perfecto, el Logos o la Palabra por la cual el Padre se da a entender.
Estas dos “personas”, Padre e Hijo, se miran desde toda la eternidad y suspiran de amor mutuo. Este soplo mutuo de amor es el Espíritu Santo.
Macrina la Joven, Santa
Virgen, 19 de julio
Martirologio Romano: En el monasterio de Annesis, cerca del río Iris, en el Ponto, ahora en Turquía, santa Macrina, virgen, hermana de los santos Basilio Magno, Gregorio de Nisa y Pedro de Sebaste, gran conocedora de las Sagradas Escrituras, que se retiró a la vida solitaria y fue ejemplo admirable de amor a Dios y de alejamiento de las vanidades del mundo. († 379)
Breve Biografía
Macrina era la mayor de los diez hijos de los santos Basilio y de Emelia la mayor, y hermana de los Padres Capadocios, san Basilio y san Gregorio de Nisa. Nació en Cesarea de Capadocia, hacia el año 327 y su madre la educó con particular esmero, le enseñó a leer y vigilaba cuidadosamente sus lecturas. El libro de La Sabiduría y los Salmos de David eran las obras predilectas de Macrina, quien no descuidaba por ello los deberes domésticos y los trabajos de hilado y costura. A los doce años fue prometida en matrimonio, pero su prometido murió súbitamente y Macrina se negó a aceptar a ninguno de los otros pretendientes, para dedicarse a ayudar a su madre en la educación de sus hermanos y hermanas menores. San Basilio el Grande, san Pedro de Sabaste, san Gregorio de Nissa y los otros hermanos de Macrina, aprendieron de ella el desprecio del mundo, el temor a la riqueza y el amor a la oración y la palabra de Dios. Según se dice, san Basilio volvió muy envanecido de mnr estudios, y su hermana le enseñó a ser humilde. Por otra parte, Macrina fue «el padre y la madre, el guía, el maestro y el consejero» de su hermano menor, san Pedro de Sebaste, pues san Basilio el Mayor, murió poco después del nacimiento de su último hijo. A la muerte de su padre, san Basilio estableció a su madre y a su hermana Macrina en una casa a orillas del río Iris; las dos santas mujeres se entregaron allí a la práctica de la ascética con otras compañeras.
A la muerte de santa Emelia, Macrina repartió entre los pobres su herencia y vivió del trabajo de sus manos. Su hermano Basilio murió a principios del año 379, y Macrina cayó gravemente enferma nueve meses después. Cuando san Gregorio de Nissa llegó a visitada después de nueve años de ausencia, la encontró en un lecho de tablas.
El santo quedó muy consolado al ver el gozo con que su hermana soportaba la tribulación y muy impresionado del fervor con que se preparaba para la muerte. Santa Macrina exhaló eI último suspiro en un transporte de gozo al atardecer. Era tan pobre, que para amortajar el cadáver no se encontró más que un vestido viejo y una tela muy burda; pero San Gregorio regaló con ese fin una túnica de lino. El obispo del lugar, llamado Amauxio, dos sacerdotes y el propio San Gregorio, transportaron el féretro y, durante la procesión funeraria, se cantaron los salmos; pero la afluencia de la multitud y las lamentaciones del pueblo, especialmente de algunas mujeres, perturbaron mucho la ceremonia.
En el «Diálogo sobre el alma y la resurrección» y en un panegírico dedicado al monje Olimpio, san Gregorio dejó trazada la biografía de su hermana Macrina, con muchos detalles sobre su virtud, su vida y su entierro. En el panegírico mencionado, el santo habla de dos milagros: el primero de ellos fue que santa Macrina recobró la salud cuando su madre trazó sobre ella la señal de la cruz; en el segundo caso, la santa curó de una enfermedad de los ojos a la hijita de un militar. San Gregorio añade: «Creo que no es necesario que repita aquí todas las maravillas que cuentan los que vivieron con ella y la conocieron íntimamente … Por increíbles que parezcan esos milagros, puedo asegurar que los consideran como tales quienes han tenido ocasión de estudiarlos a fondo. Sólo los hombres carnales se rehusan a creerlos y los consideran imposibles. Así pues, para evitar que los incrédulos sean castigados por negarse a aceptar la realidad de esos dones de Dios, he preferido abstenerme de repetir aquí esas maravillas sublimes …» Este comentario confirma, una vez más, el dicho de que sólo un santo puede escribir la vida de otro santo.
La sencillez de la vida cristiana
Santo Evangelio según san Mateo 11, 25-27. Miércoles XV del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey Nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Padre, abre mi corazón, abre mis labios, abre mi mente a tu amor, porque son muchas las preocupaciones que me impiden descansar en ti, necesito tu abrazo paternal que me hace sentirme seguro.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 11, 25-27
En aquel tiempo, Jesús exclamó: «¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien.
El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hace poco, escuchaba con atención y sorpresa a mi sobrina de 7 años, pues parecía que algo la hacía sufrir fuertemente. Después descubrí que todo se debía a que un par de días atrás había visitado el zoológico y en él había visto cuán hermosas eran las pequeñas crías de las focas; pero después de su visita algún compañero les mostró un video en el cual se veía como hombres comunes las cazaban despiadadamente, para quedarse con su piel.
No podía comprender cómo para algunas personas era más importante el dinero que la vida… Esta reflexión, quizás un poco ingenua, me hizo comprender que sólo quien tiene aún el alma de niño es capaz de compadecerse del sufrimiento ajeno. Y no sólo el de los animales, también es verdad que un niño es capaz de llorar sólo por el hecho de ver que le están pegando a su hermanito o hermanita. Esto muestra la capacidad de sufrir con el otro. De dolerse verdaderamente del dolor ajeno… Cuán diverso sería el mundo si fuésemos capaces de sufrir con nuestros hermanos que sufren.
Jesús, enséñanos esa bondad y esa misericordia de corazón que tu Padre Eterno reserva y preserva para las almas sencillas que saben abrir humildemente su corazón y su mente a tu Palabra.
Madre de la Misericordia, enséñanos a salir de nuestro egoísmo. Tú, que al pie de la cruz no pensaste en tu dolor, ya estabas pensando en todos tus hijos que te habían sido encomendados por tu divino hijo, Jesús.
«Conocer y reconocer a Jesús, adorarle, seguirle: sólo así el Señor estará verdaderamente en el centro de nuestra vida. Y para hacer esto existen algunos pequeños gestos al alcance de todos: tener siempre consigo una edición de bolsillo del Evangelio para poderlo leer fácilmente cada día, junto a la oración de breves oraciones de adoración como el Gloria, pero estando bien atentos a no repetir las palabras como papagallos. Estas son las coordinadas de la sencillez de la vida cristiana efectivamente no se necesita recurrir a cosas extrañas o difíciles».
(Homilía del Papa Francisco, 13 de enero de 2017, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración. Disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy ayudaré en algo a aquellas personas que se encuentran más cercanas a mí y que están sufriendo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Karol
Semblanza de uno de los personajes más importantes de nuestro tiempo
Por: Gustavo Daniel D´Apice | Fuente: Gustavo Daniel D´Apice
Karol: El Niño y el Joven.
Muertes tempranas. La universidad y el teatro. La fábrica.
Nacido el 18 de mayo de 1920 en un pueblo cercano a Cracovia.
Era el menor de dos hermanos.
Su mamá, que era ferviente cristiana y católica, quería que naciera cerca de una Iglesia porque quería que lo primero que oyera fueran cánticos a Dios.
Verán que mi pequeño Karol será una gran persona, decía ella proféticamente.
Falleció cuando el futuro Papa tenía 9 años.
Su hermano, que era médico, murió tres años después, cuando Karol tenía 12, contagiado por un humilde hombre al que trató de curar de una enfermedad.
Con su papá, suboficial retirado del ejército polaco, se traslada a Cracovia para comenzar la Universidad.
Éste fallece en 1941, durante la ocupación nazi de Polonia, cuando el joven contaba con 21 años.
Luego de ganar varios campeonatos estudiantiles de ajedrez durante su educación media, se matriculó en la Universidad y en una Escuela de Teatro.
En 1939 los alemanes cerraron la Universidad, y a los 19 años fue a trabajar a la fábrica química Solvay para no ser deportado a Alemania.
Perseguido por la Gestapo, primero se refugió en una buhardilla de Cracovia, y luego en los sótanos del Arzobispado de Cracovia.
Interpretó obras teatrales de contenido patriótico.
Y un sastre, de nombre Juan, le hizo el gran favor de prestarle alguna obra de San Juan de la Cruz.
En el seminario clandestinamente.
El sacerdote.
En 1943 ingresa al Seminario clandestino fundado por el Cardenal Arzobispo de Cracovia, contando con 23 años. Se ordena sacerdote hacia fines de 1946, a los 26, en la Capilla privada del Arzobispo.
Poco después fue enviado a estudiar a Roma, donde su tesis doctoral en Teología fue sobre San Juan de la Cruz, dirigida por el dominico Garrigou-Lagrange.
En 1948 regresa a Polonia como Vicario Parroquial, teniendo su primer oficio pastoral. Tiene 28 años. También dio clases de ética en la Universidad.
El Obispo.
También Cardenal.
En julio de 1958 fue nombrado obispo auxiliar de Cracovia por el entonces papa Pío XII, con tan sólo 38 años de edad.
En 1962, teniendo 42 años, comenzó a tomar parte activa en el Concilio Vaticano II, destacándose en sus intervenciones y llamando la atención de mucho por su sabiduría sobre el hombre y sobre Jesucristo.
Ante el fallecimiento del Arzobispo de Cracovia, Pablo VI lo nombró en su lugar en 1963.
El 8 de diciembre de 1965, a los 45 años, pasó a formar parte de las congregaciones para los Sacramentos y para la Educación Católica, y del Consejo para los Laicos en Roma.
En 1967 fue nombrado Cardenal, lo que le convirtió en el segundo más joven de la época, con 47 años de edad.
El Papa.
En 1978 es elegido Sucesor del Apóstol Pedro en lugar de su predecesor Juan Pablo I, quien falleció a los 33 días de su nombramiento, tras dos días de deliberación del Cónclave.
Fue el Papa más joven del siglo, con 58 años, y el primero no italiano desde el holandés Adriano VI (1522-1523).
El Papa viajero y peregrino:
El 5 de noviembre visitó Asís, en el primero de sus 144 viajes por Italia.
A principios de 1979 comenzó el primero de sus 104 viajes fuera de Italia, a la República Dominicana y a México.
El último fue el 14 de agosto de 2004 al santuario mariano de Lourdes, en Francia.
Debido a sus múltiples viajes al extranjero fue conocido entre los medios católicos, en particular en América Latina, como «el atleta de Dios», «el caminante del Evangelio», el «Papa viajero» o el «Papa peregrino».
Durante su prolongado mandato, Juan Pablo II superó numerosas marcas: no sólo fue el pontífice más viajero hasta el momento, sino también el que proclamó más santos (482) y beatos (1338) durante su pontificado.
El número de santos y beatos elevados a los altares por él equivale al llevado a cabo en los últimos cuatrocientos años que le precedieron.
Además, proclamó a Santa Teresita del Niño Jesús Doctora de la Iglesia.
Largo Pontificado:
Su pontificado de casi 27 años ha sido el tercero más largo en la historia de la Iglesia Católica, después de San Pedro (entre 34 y 37 años) y de Pío IX (31 años).
Fue el Sucesor de San Pedro Nº 263.
En él nombró 232 cardenales, casi la totalidad de los que deberían elegir a su Sucesor.
No usó más la silla gestatoria para aparecer en público, se puso a nivel de la calle y de las multitudes, mostrando sus simpatías por niños y adolescentes.
Se calcula en alrededor de 20.000.000 de personas las que participaron los días miércoles de sus audiencias generales. Más las ceremonias religiosas y las audiencias especiales.
Inició las Jornadas Mundiales de la Juventud, y participó en 19 de ellas.
En 1986 comenzó con la Jornada Mundial de Oración por la Paz, en Asís.
También inauguró en 1994 los Encuentros Mundiales de las Familias.
Juan Pablo II promovió el diálogo con los judíos y con los representantes de las demás religiones, convocándolos en varias ocasiones a encuentros de oración por la paz, especialmente en Asís.
Realizó la primera visita de un Papa a una iglesia luterana y la primera a una sinagoga, oró ante el Muro de los Lamentos y fue el primer Sumo Pontífice en entrar a una mezquita para orar.
Bajo su guía, la Iglesia se acercó al tercer milenio y celebró el Gran Jubileo del año 2000.
Su gran deseo, fue abrir la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro e introducir a la Iglesia en el tercer milenio con el Jubileo del 2000.
En la primavera de 2000 pudo por fin pisar Tierra Santa. Visitó el Monte Nebo, donde, según la Tradición, Moisés vio la Tierra Prometida antes de morir; Belén, Jerusalén, Nazaret y varias localidades de Galilea.
Con el Año de la Redención, el Año Mariano y el Año de la Eucaristía, promovió la renovación espiritual de la Iglesia.
Entre sus documentos principales se incluyen: 14 Encíclicas, 15 Exhortaciones apostólicas, 11 Constituciones apostólicas y 45 Cartas apostólicas, un total de 85 documentos.
Promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica y el Nuevo Código de Derecho Canónico, frutos del Concilio Vaticano II.
Publicó también cinco libros como doctor privado: «Cruzando el umbral de la esperanza» (octubre de 1994);»Don y misterio: en el quincuagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal» (noviembre de 1996); «Tríptico romano – Meditaciones», libro de poesías (marzo de 2003); ¡Levantaos! ¡Vamos! (mayo de 2004) y Memoria e identidad (febrero de 2005).
Su salud.
En 1981, mientras saludaba a los fieles en la Plaza de San Pedro, Juan Pablo II sufrió un atentado contra su vida perpetrado por Mehmet Ali Agca, quien le disparó a escasa distancia desde la multitud.
Meses después, fue perdonado públicamente.
Desde el atentado del 13 de mayo comenzó a sufrir diversos problemas de salud:
Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005, a las 21.37, mientras concluía el sábado, y ya habíamos entrado en la octava de Pascua y domingo de la Misericordia Divina.
Pocos minutos después Monseñor Leonardo Sandri anunció la noticia a las personas congregadas en la Plaza de San Pedro y al mundo entero.
Los días después de su muerte, algunos periódicos publicaron que su última palabra fue «Amén» sin embargo el Vaticano desmintió esta versión y afirmó que las últimas palabras fueron «Déjenme ir a la casa de mi Padre».
La muerte fue comprobada por el Cardenal Camarlengo Eduardo Martínez Somalo.
El Camarlengo comunicó la muerte al Cardenal Camillo Ruini, como «Vicario para la Urbe» y el Cardenal Decano del Colegio Cardenalicio, Joseph Ratzinger, informó oficialmente a todos los Cardenales convocándoles al Cónclave, al declararse la Sede Vacante.
Exequias y proceso de beatificación:
Desde aquella noche hasta el 8 de abril, día en que se celebraron las exequias del difunto pontífice, más de tres millones de peregrinos rindieron homenaje a Juan Pablo II, haciendo incluso 24 horas de cola para poder acceder a la basílica de San Pedro.
El 28 de abril, el Santo Padre Benedicto XVI dispensó del tiempo de cinco años de espera tras la muerte para iniciar la causa de beatificación y canonización de Juan Pablo II.
La causa la abrió oficialmente el cardenal Camillo Ruini, vicario general para la diócesis de Roma, el 28 de junio de 2005.
En el plano político.
No se duda que por influencia suya Polonia lograr su libertad y cayera el muro de Berlín.
Se pronunció tanto en contra del comunismo materialista como del capitalismo salvaje que no tiene en cuenta a la persona humana.
Se opuso vehementemente a la invasión a Iraq, así como años antes había mediado entre Argentina y Chile en un enfrentamiento por cuestiones limítrofes.
Se encontró con Mikaíl Gorbachov, el último presidente de URSS.
Y en 1998 visitó Cuba recibido por el mismo Fidel Castro.
Pidió perdón con referencia a los errores de la Iglesia en el caso de Galileo Galilei y en la conducta de muchos sacerdotes.
Al concluir su pontificado con su muerte, Juan Pablo II dejó pendientes dos viajes: uno a Moscú, ante la oposición del patriarca ortodoxo Alejo II, que acusaba a la Iglesia Católica de «proselitismo»
y otro a China, donde el régimen comunista prohíbe la obediencia de la Iglesia Católica china a la Santa Sede.
Gustavo Daniel D´Apice
Profesor de Teología
Pontificia Universidad Católica
http://es.catholic.net/gustavodaniel
http://gustavodaniel.autorcatolico.org
http://canal4sanjuan.com.ar/index.php?option=com_content&task=view&id=19&Itemid=33
gusdada@uolsinectis.com.ar
El Discurso de la Luna de Juan XXIII
Al anochecer, más de cien mil personas se reunieron en la plaza de San Pedro del Vaticano. Los gritos de la gente llegaron hasta la habitación del Papa…
El jueves 11 de Octubre de 1962, al anochecer, más de cien mil personas se reunieron en la plaza de San Pedro del Vaticano. Los gritos de la gente llegaron hasta la habitación del Papa, Juan XXIII, que impresionado se acercó a la ventana y vio una multitud de personas con antorchas a las que les dirigió unas ungidas palabras.
Narra Mons. Capovilla (*) que «aquella noche, el papa Juan estaba muy emocionado. No hablaba, vivía como ensimismado. Se sentía ya enfermo. Para él, lo importante era que el concilio había empezado. No le preocupaba si lo podría acabar él o su sucesor. Estaba sereno. Por la noche, la Acción Católica había congregado en la plaza de San Pedro a 100.000 personas, con las antorchas en la mano. Era un espectáculo. Le pedimos que se asomara a la ventana y dijera unas palabras, pero se enfadó: ‘Ya he hablado una vez. Basta’, les dijo». Y Capovilla añadió: «Le gustaba hablar poco y con gran sencillez, para que le entendieran todos.
Y sobre todo huía de los aplausos de la masa, que le molestaban mucho. Cuando alguien le pedía que preparara un discurso, por ejemplo, para los presos, decía: ‘Si quieren que hable de los presos, prepararé un documento sobre el tema, pero si yo voy a ver a los presos quiero sólo abrazarles y hablarles con el corazón de lo que me salga en ese momento».
Aquella noche, los gritos de la gente reunida en la plaza subían hasta las habitaciones pontificias. Capovilla le dice: «Santo Padre, asómese por lo menos a los cristales para contemplar el espectáculo de las antorchas». Se asomó a la ventana y debió impresionarse, porque le dijo al secretario: «Abra la ventana y ponga el tapiz rojo». Se asomó, y en ese momento se encontró frente a él con la luna llena. Y fue cuando pronunció, improvisándolo, el famoso discurso de la luna («también ella está contenta hoy») y de la caricia a los niños:
«Queridos hijitos, queridos hijitos, escucho vuestras voces. La mía es una sola voz, pero resume la voz del mundo entero. Aquí, de hecho, está representado todo el mundo. Se diría que incluso la luna se ha apresurado esta noche, observadla en lo alto, para mirar este espectáculo. Es que hoy clausuramos una gran jornada de paz; sí, de paz: “Gloria a Dios y paz a los hombres de buena voluntad” (cf. Lc 2,14).
Es necesario repetir con frecuencia este deseo. Sobre todo cuando podemos notar que verdaderamente el rayo y la dulzura del Señor nos unen y nos toman, decimos: He aquí un saboreo previo de lo que debiera ser la vida de siempre, la de todos los siglos, y la vida que nos espera para la eternidad.
Si preguntase, si pudiera pedir ahora a cada uno: ¿de dónde venís vosotros? Los hijos de Roma, que están aquí especialmente representados, responderían: “¡Ah! Nosotros somos vuestros hijos más cercanos; vos sois nuestro obispo, el obispo de Roma”.
Y bien, hijos míos de Roma; vosotros sabéis que representáis verdaderamente la Roma caput mundi, así como está llamada a ser por designio de la Providencia: para la difusión de la verdad y de la paz cristiana.
En estas palabras está la respuesta a vuestro homenaje. Mi persona no cuenta nada; es un hermano que os habla, un hermano que se ha convertido en padre por voluntad de nuestro Señor.
Pero todo junto, paternidad y fraternidad, es gracia de Dios. ¡Todo, todo! Continuemos, por tanto, queriéndonos bien, queriéndonos bien así: y, en el encuentro, prosigamos tomando aquello que nos une, dejando aparte, si lo hay, lo que pudiera ponernos en dificultad.
Fratres sumus. La luz brilla sobre nosotros, que está en nuestros corazones y en nuestras conciencias, es luz de Cristo, que quiere dominar verdaderamente con su gracia, todas las almas. Esta mañana hemos gozado de una visión que ni siquiera la Basílica de San Pedro, en sus cuatro siglos de historia, había contemplado nunca.
Pertenecemos, pues, a una época en la que somos sensibles a las voces de lo alto; y por tanto deseamos ser fieles y permanecer en la dirección que Cristo bendito nos ha dejado. Ahora os doy la bendición. Junto a mí deseo invitar a la Virgen santa, Inmaculada, de la que celebramos hoy la excelsa prerrogativa.
He escuchado que alguno de vosotros ha recordado Éfeso y las antorchas encendidas alrededor de la basílica de aquella ciudad, con ocasión del tercer Concilio ecuménico, en el 431. Yo he visto, hace algunos años, con mis ojos, las memorias de aquella ciudad, que recuerdan la proclamación del dogma de la divina maternidad de María.
Pues bien, invocándola, elevando todos juntos las miradas hacia Jesús, su hijo, recordando cuanto hay en vosotros y en vuestras familias, de gozo, de paz y también, un poco, de tribulación y de tristeza, acoged con buen ánimo esta bendición del padre. En este momento, el espectáculo que se me ofrece es tal que quedará mucho tiempo en mi ánimo, como permanecerá en el vuestro. Honremos la impresión de una hora tan preciosa. Sean siempre nuestros sentimientos como ahora los expresamos ante el cielo y en presencia de la tierra: fe, esperanza, caridad, amor de Dios, amor de los hermanos; y después, todos juntos, sostenidos por la paz del Señor, ¡adelante en las obras de bien!
Regresando a casa, encontraréis a los niños; hacedles una caricia y decidles: ésta es la caricia del papa. Tal vez encontréis alguna lágrima que enjugar. Tened una palabra de aliento para quien sufre. Sepan los afligidos que el papa está con sus hijos, especialmente en la hora de la tristeza y de la amargura. En fin, recordemos todos, especialmente, el vínculo de la caridad y, cantando, o suspirando, o llorando, pero siempre llenos de confianza en Cristo que nos ayuda y nos escucha, procedamos serenos y confiados por nuestro camino.
A la bendición añado el deseo de una buena noche, recomendándoos que no os detengáis en un arranque sólo de buenos propósitos. Hoy, bien puede decirse, iniciamos un año, que será portador de gracias insignes; el Concilio ha comenzado y no sabemos cuándo terminará. Si no hubiese de concluirse antes de Navidad ya que, tal vez, no consigamos, para aquella fecha, decir todo, tratar los diversos temas, será necesario otro encuentro. Pues bien, el encontrarse cor unum et anima una, debe siempre alegrar nuestras almas, nuestras familias, Roma y el mundo entero. Y, por tanto, bienvenidos estos días: los esperamos con gran alegría».
Nota:
* Loris Francesco Capovilla (14 de octubre de 1915) es un cardenal italiano, el más longevo de la Iglesia Católica. Fue creado cardenal por el Papa Francisco en 2014. Inició su labor como sacerdote patriarcal con el cardenal Angelo Giuseppe Roncalli, electo Patriarca de Venecia en 1953, que lo tomó como su secretario personal. Después de ser elegido como Juan XXIII, Capovilla mantuvo su puesto y asignación y le siguió a Roma. Fue su más estrecho colaborador durante su pontificado, que terminó en 1963, participando también en el Concilio Vaticano II.
Santas Justa y Rufina: las hermanas alfareras que inspiraron a Velázquez
El 17 de julio se celebra la festividad de las Santas Justa y Rufina, mártires en la Hispania Romana. Su historia es recordada y celebrada con procesiones y hermosas obras de arte
Justa y Rufina eran dos hermanas que nacieron en Sevilla en 268 y 270. Eran hijas de una humilde familia que sobrevivía trabajando en el oficio de la alfarería. Sus padres transmitieron a las dos chicas una profunda fe cristiana en un tiempo en el que seguir la doctrina de Jesús era muy peligroso.
Las jóvenes nacieron cuando gobernaba el emperador Aureliano que decretó una de las persecuciones más importantes contra los cristianos y fallecerían bajo el reinado de Diocleciano, quien años después de la desaparición de las santas, ordenaría una cruenta persecución que pasaría a la historia como la “Gran Persecución”.
Las santas Justa y Rufina en un óleo de Francisco de Goya.
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La prohibición de abrazar la fe de Cristo se extendía en todos los rincones del Imperio e Hispania no era una excepción. A pesar del peligro, la familia de Justa y Rufina permanecieron fieles a sus creencias hasta el punto de no temer enfrentarse por ello a las autoridades. Y así lo demostraron durante las fiestas que se celebraban cada año en honor a la diosa Venus.
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Una pelea fatal
Sucedió en el verano del año 287. Por las calles de Sevilla los romanos desfilaban con ídolos y pedían ofrendas para su mantenimiento. Lo hacían entre la gente y deteniéndose en los distintos comercios. Solo era cuestión de tiempo que llegaran hasta la alfarería en la que trabajan Justa y Rufina, quienes no dudaron en negar limosna a la diosa Venus y sus seguidores. Su negativa provocó un altercado público que terminó con la figura de la diosa por los suelos hecha añicos.
Ambas eran plenamente conscientes que su negativa iba a acarrear nefastas consecuencias. El prefecto de Sevilla, Diogeniano, no tardó en detenerlas y encarcelarlas. Su objetivo no era otro que castigarlas por su acto contra una de sus divinidades pero sobre todo, Diogeniano pretendía obligarlas a renunciar a su fe cristiana. Justa y Rufina, convencidas de sus creencias, se negaron aún a sabiendas de lo que les esperaba a continuación.
Valientes hasta el martirio
Ambas jóvenes fueron sometidas a tortura en el potro y con otros artilugios de lo más crueles y dolorosos.
Diogeniano no podía creer la valentía y resistencia de aquellas mujeres. Obsesionado con terminar con ellas si no podía doblegar su fe, las condenó a caminar descalzas hasta Sierra Morena para después encarcelarlas de por vida. Justa fue la primera en sucumbir al hambre. Su cuerpo fue lanzado a un pozo de donde el obispo Sabino consiguió rescatarlo poco tiempo después.
Murillo | Public domain
El prefecto romano creía que ver morir a su hermana convencería a Rufina de que debía renegar del cristianismo pero de nuevo se equivocó. Estaba dispuesta a seguir los pasos de Justa. Indignado y humillado, Diogeniano no se apiadó de ella ni permitió que, al menos, falleciera de la misma manera que Justa. Rufina fue llevaba al anfiteatro donde esperaban que un león terminara con su vida. Según cuenta la leyenda hagiográfica, el animal se plantó ante ella y quedó manso como un gato doméstico. Harto de tanta humillación, Diogeniano ordenó decapitarla. Su cuerpo también sería recogido por el obispo Sabino.
El martirio de aquellas jóvenes que no llegaron a cumplir los veinte años mereció la veneración de la Iglesia Cristiana que terminó canonizándolas. Son recordadas también como patronas de los alfareros y de distintas localidades españolas.
Muchos pintores y escultores (entre ellos Goya, Velázquez y Murillo) han inmortalizado la figura de estas santas y lo hacen casi siempre representándolas con las palmas del martirio. Se las sitúa a ambos lados de la Giralda en recuerdo del terremoto de 1504 que, según la tradición, no pudo destruir la emblemática torre gracias a su intercesión.
Apenas dos décadas después de su muerte, el Imperio Romano empezaba un nuevo episodio en su larga existencia. El Edicto de Milán de 313 permitía la libertad religiosa en todo su vasto territorio.
Oración a las santas Justa y Rufina para pedir por la ciudad de Sevilla
¡Oh, santas vírgenes Justa y Rufina,
rosas bellísimas y margaritas muy resplandecientes,
que, con vuestra preciosa sangre
y el tesoro de vuestras imágenes,
enriquecéis y hermoseáis la ciudad de Sevilla!
¡Oh patronas singulares,
amadísimas de Cristo,
humildemente os pedimos que,
con vuestros incesantes ruegos,
amparéis a esta ciudad!
Amén.
(Adaptación de una oración de San Isidoro de Sevilla que contiene el Oficio de la liturgia mozárabe)