Eulalia de Mérida, Santa

Memoria Litúrgica, 10 de diciembre

Virgen y Mártir

Martirologio Romano: En Mérida, de Lusitania (hoy España), santa Eulalia, virgen y mártir, que, según se dice, siendo aún joven no dudó en ofrecer su vida por confesar a Cristo († c. 304).

Etimológicamente: Eulalia = “la que habla bien”. Viene de la lengua griega.

Breve Biografía

Nos encontramos en Mérida, Extremadura en el año 300. En primer lugar, hay que decir que hay dos Eulalias: la de Mérida y la de Barcelona.

La vida de estas dos mártires se relatan en los poemas de nuestro compatriota Prudencio (+415).

Dice:»Nuca estuvo una criatura humana dotada de tanta gracia y atractivo. A pesar de los 12 inviernos y trece primaveras que tenía, nunca permitió que se le hablara de lecho nupcial, pues su cuerpo pertenecía a Cristo»..

Vivía con este convencimiento. No soñaba lo que le aguardaba en puro corazón y mente esclarecida.

Por aquel tiempo se desencadenó la persecución de Diocleciano. Ya estamos en lo mismo, pero al mismo tiempo interesante y novedoso por ver la reacción de esta chica de Mérida y de tantos otros cristianos.

Ella, no solamente no le tenía miedo a la muerte, sino que incluso deseaba ser mártir por amor a Cristo. Desde luego, la admiración cuando se estudia todo esto a tantos siglos de distancia, es extraordinaria.

Los padres querían impedir a toda costa que muriese. Para ello, la encerraron en un castillo. El único que podía verla era el sacerdote Félix y la ama de llaves.

El gobernador romano tenía la orden de que todo aquel cristiano que no quemase incienso a los dioses, iría derecho a la muerte.

Eulalia convenció al ama de llaves para que le dejara salir. Salieron las dos juntas ante el gobernador. Le reprocharon su crueldad. En seguida mandó martirizar primero a Julia, la empleada, y a continuación a Eulalia.

El juez pagano mandó que la destrozaran golpeándola con varillas de hierro y que sobre sus heridas colocaran antorchas encendidas. La hermosa cabellera de Eulalia se incendió y la jovencita murió quemada y ahogada por el humo.

Dice el poeta Prudencio que al morir la santa, la gente vio una blanquísima paloma que volaba hacia el cielo, y que los verdugos salieron huyendo, llenos de pavor y de remordimiento por haber matado a una criatura inocente. La nieve cubrió el cadáver y el suelo de los alrededores, hasta que varios días después llegaron unos cristianos y le dieron honrosa sepultura al cuerpo de la joven mártir. Allí en el sitio de su sepultura se levantó un templo de honor de Santa Eulalia, y dice el poeta que él mismo vio que a ese templo llegaban muchos peregrinos a orar ante los restos de tan valiente joven y a conseguir por medio de ella muy notables favores de Dios.

Con el tiempo se convirtió en una de las santas españolas más venerada.
¡Felicidades a quien lleve este nombre!

Sintonizar nuestro oído

Santo Evangelio según san Mateo 11, 16-19. Viernes II de Adviento

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Permíteme escucharte, Señor. Forma dentro de mí un corazón como el de María: atento a tu Palabra, dócil a tu voluntad, disponible para servir por amor. ¡Santa María, ruega por mí y hazme hijo semejante a ti!

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 11, 16-19
En aquel tiempo, Jesús dijo: «¿Con qué podré comparar a esta gente? Es semejante a los niños que se sientan en las plazas y se vuelven a sus compañeros para gritarles: ‘Tocamos la flauta y no han bailado; cantamos canciones tristes y no han llorado’.

Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dijeron: ‘Tiene un demonio’. Vino el Hijo del hombre, y dicen: ‘Éste es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y gente de mal vivir’. Pero la sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras». Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Se acerca la Navidad, tiempo de música y de cantos. Por las calles, y dentro de las casas, se escucharán de modo constante, como un trasfondo de luz y color, villancicos de todo tipo. Algo parecido sucederá espiritualmente: con la venida de Cristo viene todo un «ambiente musical» para el alma que hay que aprender a reconocer.

Cuando Jesús nació en Belén, pasó desapercibido. Sólo los pastores fueron capaces de escuchar los cantos de los ángeles, y sólo unos reyes extranjeros soportaron las penas de un largo viaje para adorar al Rey de reyes. ¡Jesús pasó muy solo esa primera Navidad! Cada año podemos afinar el oído, escuchar el gozo de un Dios que se hace hombre, o la lamentación de un Amor inmenso que no es correspondido… Si percibimos estas melodías, no podremos vivir una Navidad como las demás…

¿Cómo podemos adquirir esta actitud de escucha? A Dios no lo vemos, sus palabras y sus melodías no se perciben con los oídos materiales. Se trata más bien de abrir el corazón hacia aquellos que sí vemos. Sólo quien sabe escuchar a su hermano y a su hermana será capaz de escuchar a Dios. ¡Vivamos hoy con el corazón abierto para los demás, y veremos cómo poco a poco percibiremos la dulzura de esa melodía de Dios!

«Cuando nosotros llegamos a este estado de servicio libre, de hijos, con el Padre, podemos decir: “somos buenos siervos del Señor”. Más bien hay que decir simplemente “siervos inútiles”. Expresión que indica la inutilidad de nuestro trabajo: solos no podemos.

Por ello debemos solamente pedir y dejar espacio para que Dios nos transforme en siervos libres, en hijos, no en esclavos. Que el Señor nos ayude a abrir el corazón y a dejar trabajar al Espíritu Santo, para que nos quite estos obstáculos, sobre todo las ganas de poder que hacen tanto daño, y la deslealtad, la doble cara, y nos dé esta serenidad, esta paz para poderle servir como hijo libre que al final, con mucho amor, dice al Señor: “Padre, gracias, pero tú sabes: soy un siervo inútil”».

(Homilía de S.S. Francisco, 8 de noviembre de 2016, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy haré un esfuerzo especial por escuchar a alguien con mucho interés, dándole el tiempo y servicio que necesita.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Qué significa Escuchar?

La Dirección Espiritual como escucha empática y activa:

Escuchar, ¡qué gran necesidad en nuestro mundo actual! Los hombres sienten la necesidad de ser escuchados con atención, con comprensión, sin prisas, con simpatía, cálidamente; buscan alguien que les manifieste interés humano por su persona. Escuchar es una actitud que entra en el ámbito de la caridad cristiana,
como una de sus manifestaciones más finas. En la dirección espiritual es una de las funciones más fecundas. Del modo cómo nosotros sepamos acoger y escuchar a nuestra dirigida en el primer encuentro puede depender el tipo de apertura espiritual que adopte, más honda y confiada o más periférica y cautelosa.

¿Qué significa escuchar? Aspectos psicológicos y espirituales.

•Escuchar significa favorecer la apertura.
•Escuchar significa dejar hablar.
•Escuchar significa prestar sincera atención a la persona y a cuanto ella pueda expresar.
•Escuchar significa comprometerse activamente en la comprensión de lo que la persona desea comunicar.
•Escuchar significa participar interesadamente en lo que la persona busca compartir de sí misma.
•Escuchar significa escuchar juntos a Dios en el interior, y captar los caminos que muestra.
•Escuchar significa reconocer que cada uno tiene una personalidad única e irrepetible y maravillarse ante el llamado personal de Dios.
•Escuchar significa dejar a un lado el propio mundo vivencial para adentrarse en el del otro.
•Escuchar significa ponerse a disposición del otro, abandonando los propios problemas, preocupaciones, intereses, juicios.
•Escuchar es ser yo mismo en función del otro.
•Escuchar es tener fe en el otro.
•Escuchar es una atención solícita de todo nuestro ser al ser del otro en toda su hermosura y su pecado, su lucha y su misterio, sus gozos y sus sufrimientos.
•Escuchar es por tanto, amar al otro.

Los varios significados mostrados, nos permiten ver que sólo la persona humana tiene capacidad de escuchar. La escucha, en el aspecto psicológico, pertenece al campo de lo personal; no escuchamos «algo» sino a «alguien». Podemos oír ruidos, voces, sonidos…, pero escuchamos a personas. La escucha denota comunión entre personas, y puede ser tan personal que ni siquiera necesite de palabras. Es como una especie de empatía.

Para ser una buena orientadora espiritual, se requiere desarrollar la capacidad de escucha en sus diversas dimensiones: Escucha de sí mismo, de los demás y de Dios.

– La capacidad de escucha de nosotros mismos se relaciona mucho con la madurez humana tan necesaria en el orientador. Una orientadora espiritual inmadura vivirá centrada en sí misma, preocupada por sus aciertos o fallos, y dejará poco espacio a la escucha de la otra y del Espíritu Santo. Escucharse a sí misma significa conocerse; experimentar el misterio de lo que realmente se es; estar al tanto de lo que favorece y ayuda la propia salud física, mental, emocional y espiritual. Significa también facilitar el desarrollo de nuestro potencial creativo, nuestros talentos y dones. Supone un cierto dominio de nuestros estados anímicos, de nuestros pensamientos, deseos, sentimientos, aspiraciones y motivaciones. Nos confronta con nuestra debilidad y pecado.

Cuando nos volvemos capaces de escucharnos a nosotros mismos, se hace posible la apertura al otro, su comprensión, su aceptación. Ello nos permitirá allanar el camino quitando de nosotros lo que pueda obstaculizar su apertura, y favoreciendo lo que la ayude. Por ejemplo, si yo, orientadora, poseo un temperamento nervioso y he llegado a conocerme, sabré que en los días de Ejercicios Espirituales, no me ayudará encerrarme a atender en dirección espiritual por horas sin término, pues seguramente me impacientaré mucho más con las últimas que tenga en mi lista. Por lo tanto, procuraré hacer un intervalo suficiente para poder descansar llevando a cabo otra actividad, o veré la conveniencia de atender a algunas de mis dirigidas caminando por los jardines.

– La compenetración entre dos personas se lleva a cabo de manera más real y eficaz cuando los dos escuchan. Su hablar es fruto del escucharse mutuamente, y a su vez, invita a una escucha más honda.

– Sin embargo, la escucha en la dirección espiritual trasciende lo psicológico; adquiere una dimensión espiritual y religiosa, refiriéndonos a la actitud del corazón que refleja el estar a la espera de Alguien. Debe ser la postura fundamental de la orientadora y de la dirigida ante Dios. No basta que las dos se escuchen mutuamente, juntas deben escuchar al Espíritu Santo y captar los caminos que muestra para la dirigida. Así descubrirán poco a poco la influencia divina en el interior del alma según se manifieste en sus pensamientos, sentimientos, deseos, aspiraciones, comportamientos y reacciones. Para la dirigida, la dirección espiritual brota de la escucha a Dios en su propio corazón, y también de la escucha a Dios en y a través de la orientadora. La orientadora ofrecerá a su vez orientaciones, pero sólo como consecuencia de haber escuchado a Dios en y a través de la dirigida. (Cf. F.K.Nemeck y M.T. Coombs El camino de la dirección espiritual, Madrid, 1987, p. 65-85)

De aquí se desprenden algunos principios fundamentales:

• La orientadora debe convencerse de que Dios es el único Orientador de todas y cada una de las personas. Sólo Dios puede santificar, porque sólo en Él se encuentra la fuente de toda santidad. Sólo alcanzaremos la santidad en la medida en que nos unamos y participemos de Dios, y que nadie puede alcanzar el mínimo grado de santidad sin Dios.

• Debemos forjar una alianza con el Espíritu Santificador que late en todo el mundo, en toda la Iglesia, en todos los corazones que quieren darle cabida. ¿Trabajamos realmente acompañados de esta fuerza misteriosa, santificadora y vivificadora, que es la alianza y unión con el Espíritu Santo, que habita en el corazón por la gracia?. No hay Socio mejor ni Amigo mejor.

• El camino que la persona trata de descubrir, existe ya en su propio interior. “Antes de haberte formado Yo en el seno materno ya te conocía, y antes de que nacieses te tenía consagrado: te constituí profeta”. (Jr. 1, 5).

• Nuestro propósito de la dirección se encaminará a proporcionar ayuda a los dirigidos para aprender a escuchar a Dios. Aconsejarlos, instruirlos, animarlos, corregirlos, apoyarlos para que se tornen capaces de responder a sus inspiraciones.

«No tengamos miedo de nuestras miserias»

S.S. Francisco visita la Comunidad Cenáculo.

La tarde del miércoles 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, el Santo Padre visitó la comunidad Cenáculo. Así lo informa a través de un comunicado dirigido a los periodistas, el Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Matteo Bruni:

Esta tarde, poco antes de las 16:30, el Papa Francisco se dirigió a la sede de la Comunidad Cenáculo, donde fue recibido por unos 25 hermanos y hermanas de la fraternidad del Buen Samaritano, presentes en Roma, y otros de algunas fraternidades dispersas por Italia, a los que se unieron familias nacidas en la comunidad y personas asistidas regularmente».

Tal como se lee en la nota, «después de ver una película sobre la vida de San José, realizada por los jóvenes huéspedes de las dos fraternidades de Medjugorje, y de escuchar algunas de las historias de acogida y de renaciomiento vividas por los miembros de la Comunidad», el Papa tomó la palabra para agradecer a la Comunidad Cenáculo y animar el camino de estos jóvenes:

“No tengan miedo de la realidad, de la verdad, de nuestras miserias. No tengan miedo porque a Jesús le gusta la realidad tal y como es, no maquillada; al Señor no le gusta la gente que se maquilla el alma, que se inventa el corazón”

Asimismo, el Pontífice les hizo una petición especial: «Ayuden a muchos jóvenes que están en situaciones como la de ustedes. Tengan el valor de decir: Piensa que hay un camino mejor».

Por otra parte, al visitar la sede de la fraternidad, el Papa Francisco saludó personalmente a los presentes y se detuvo en particular para bendecir la capilla, construida por los propios miembros a partir de objetos reciclados, para significar también la renovación de la vida de cada persona dentro de la Comunidad Cenáculo. A continuación, rezó junto con todos la oración dedicada a San José y contenida en la Carta Apostólica Patris Corde, confiando el mundo y la Iglesia a la protección del Santo, y concluyendo así el Año dedicado a él.

Finalmente regresó al Vaticano a las 18.20.

Comunidad Cenáculo

La Comunidad Cenáculo es una asociación cristiana que acoge a jóvenes descarriados, insatisfechos, desilusionados, desesperados, que desean encontrarse nuevamente a sí mismos, hallar el gozo y el sentido de la vida. Fue fundada en el mes de julio de 1983 gracias a la intuición de una mujer, sor Elvira Petrozzi, que quiso donar su propia vida en favor de los adictos y de los jóvenes descarriados. La sede principal de la Comunidad se halla en Saluzzo, en Italia.

Puedo Perder la Fe

En la mayoría de los casos la fe se pierde por problemas de conducta: vida superficial, lecturas poco recomendables, indiferencia… todo se puede prevenir al frecuentar los sacramentos y tener una buena dirección espiritual.

En la mayoría de los casos la fe se pierde por problemas de conducta: vida superficial, lecturas poco recomendables, indiferencia… todo se puede prevenir al frecuentar los sacramentos y tener una buena dirección espiritual.

Incumpliré el mandamiento de amor a Dios si, voluntariamente, mi fe flaquea, se hace vacilante o la pongo en peligro de perderla. El primer pecado contra la fe es el pecado de apostasía. Un apóstata es aquel que abandona su fe. La forma más común de apostasía es, en la sociedad de hoy, el postcristiano: aquel que dirá que fue cristiano, pero que ya no cree en nada. Muchas veces la apostasía es consecuencia de un mal comportamiento. Por ejemplo, cuando un católico vive en unión libre. O cuando uno de los cónyuges se une civilmente con un divorciado. Al excluirse del flujo de la gracia divina, la fe del católico se angosta y muere, viéndose al final del proceso sin fe alguna.

Además del rechazo total de la fe en que consiste el pecado de apostasía, existe el rechazo parcial, que es el pecado de herejía, y quien lo comete se llama hereje. Un hereje es el bautizado que rehusa creer una o más verdades reveladas por Dios y enseñadas por la Iglesia Católica. El conjunto de verdades -o dogmas- forman el tapiz de la fe católica. Pero es un tapiz tan especial que si un hilo se desprende acaba por quedar deshilachado del todo. Rechazar un dogma significa rechazarlos todos. Si Dios, que habla por su Iglesia, puede errar en un punto de la doctrina, no hay razón alguna para creerle en los demás. Así que como en el fondo todo hereje es apóstata, resultará indistinto, a efectos prácticos, referirnos a uno o a otro.

Una manera de inclinarse a la apostasía es la laxitud, o “manga ancha”. Puede haber un católico laxo que cumpla con el precepto dominical sólo esporádicamente. El origen de su descuido será, ordinariamente, pura pereza. “Trabajo mucho toda la semana, y tengo derecho a descansar los domingos”, dirá seguramente. Si le preguntáramos cuál es su religión, contestaría: “Católica, por supuesto”. Generalmente se defenderá diciendo que es mejor católico que “muchos que van a misa todos los domingos”. Es ya una excusa, argumento que todo sacerdote ha oído una y otra vez. Sin embargo, es habitual que la laxitud acabe en apostasía. Uno no puede ir viviendo de espaldas a Dios, mes tras mes, año tras año; uno no puede vivir indefinidamente en pecado mortal, rechazando constantemente la gracia de Dios, sin que al fin se encuentre sin fe, o por lo menos, con la fe muy menguada.

La fe es un don de Dios, y llegará el tiempo en que Dios, que es tan infinitamente justo como infinitamente misericordioso, no permita que su don siga despreciándose, su amor rehusándose. Cuando la mano de Dios se retira, la fe muere. Un hombre no puede vivir en continuo conflicto consigo mismo. Si sus acciones chocan con su fe, una de las dos partes tiene que ceder. Si descuida la gracia, es fácil que sea la fe y no el pecado lo que arroje por la ventana. Muchos que justifican la pérdida de su fe por dificultades intelectuales, en realidad tratan de cubrir el conflicto más íntimo y menos noble que tienen con sus pasiones. Los problemas de fe son, en la mayoría de los casos, problemas de conducta: se arreglan con un buen lavado en el sacramento de la confesión.

Las lecturas imprudentes suelen ser terreno abonado para la apostasía. Cualquier talento medio puede ser fácil presa de las arenas movedizas de autores refinados e ingeniosos, cuya actitud hacia la religión es de suave ironía o altivo desprecio. Leyendo tales autores es probable que la mente superficial comience a poner en dudas sus creencias religiosas. Al no saber sopesar las pruebas, al no buscar los apoyos doctrinales sólidos, el lector incauto cambia su fe por los sofismas brillantes y los absurdos paradigmas que va leyendo.

Por eso, el aprecio que tenemos a nuestra fe nos llevará a alejarnos de la literatura que pueda amenazarla. Por muchos premios que un libro reciba, por muy culta que una revista nos parezca, si se oponen a la fe católica, no son para nosotros.

La objeción que algunos suelen oponer a lo anterior es la siguiente: “¿Por qué tienes miedo?”, dicen. “¿Temes acaso que te hagan ver que estabas equivocado? No tengas una mente tan estrecha. Hay que ver siempre todos los aspectos de una cuestión. Si tu fe es firme, puedes leerlo todo sin miedo a que te haga daño”.

A este planteamiento podríamos contestar, con toda sencillez, que sí, que tenemos miedo. No es un miedo a que nos demuestren que nuestra fe es errónea, es miedo a nuestra debilidad. El pecado original ha oscurecido nuestra razón y debilitado nuestra voluntad. Vivir nuestra fe implica negaciones, a veces muchas. Suele Dios pedirnos cosas que a nosotros, humanamente, no nos gustan. El cosquilleo del egoísmo nos inclina a pensar que la vida sería más agradable si no tuviéramos fe. Sí, con toda sinceridad, tenemos miedo de tropezar con algún escritor de ingenio que infle nuestro yo hasta el punto en que, como Adán, decidamos ser dioses. Y sabemos que rechazar el veneno de la mente no es una limitación, exactamente igual que no lo es rechazar el veneno del estómago. Para probar que nuestro aparato digestivo es bueno no es necesario beber un litro de sosa cáustica.

Cada vez se observa con mayor frecuencia otro tipo de herejía especialmente peligrosa: el error del “indiferentismo”. El indiferentismo postula que todas las religiones son igualmente gratas a Dios, que tan buena es una como la otra, y que es cuestión de preferencias tanto profesar una religión determinada como no tener religión alguna. En su base, el indiferentismo yerra al suponer que la verdad y el error son igualmente gratos a Dios; o en suponer que la verdad absoluta no existe, que la verdad es lo que uno cree. Si supusiéramos que una religión es tan buena como cualquier otra, el siguiente paso lógico concluiría que ninguna es de Dios, puesto que Él no se ha pronunciado sobre ella.

La herejía del indiferentismo puede predicarse tanto con acciones como con palabras. Ésta es la razón que desaconseja la participación de un católico en ceremonias no católicas, la asistencia, por ejemplo, a servicios luteranos o ceremonias budistas. Participar activamente en tales ritos es un pecado contra la virtud de la fe. Nosotros conocemos cómo Dios quiere que le demos culto y, por ello, es gravemente pecaminoso dárselo según formas creadas por los hombres en vez de las dictadas por Él mismo. Esto no significa que los católicos no puedan orar con personas de otra fe, como lo hizo Su Santidad Juan Pablo II en el histórico encuentro de Asís, con los líderes de las más importantes confesiones religiosas. Pero una cosa bien distinta es participar en un acto de culto de una religión extraña.

Un católico puede, por supuesto, asistir (sin participación activa) a un servicio religioso no católico cuando haya razón suficiente. Por ejemplo, la caridad justifica nuestra asistencia al funeral o la boda de un pariente, amigo o vecino no católico. En casos de esta índole todos saben el motivo de nuestra presencia allí.

La razón de todo lo anterior es evidente: cuando alguien está convencido de poseer la verdad religiosa, no puede en conciencia transigir con una falacia religiosa. Cuando un protestante, un judío o un mahometano da culto a Dios en su templo, cumple lo que él entiende como voluntad de Dios, y por errado que esté (supuesta la rectitud de su conciencia) hace algo grato a Dios. Pero nosotros no podemos agradar a Dios si con nuestra participación damos a entender que el error no importa.

El odio, un mal que no termina

El mal se vence con el bien, la injusticia con la verdad unida a la misericordia.

Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net

Existe odio. Se lee en insultos en Internet. Se escucha en comentarios entre conocidos. Se ve en gritos de rabia de unos contra otros.

Ese odio, a veces, entra en la propia vida. Surge ante una injusticia. Se nutre del recuerdo. Se aviva al ver el cinismo de un culpable no castigado.

En sus formas extremas, el odio lanza sus flechas contra grupos enteros de personas, contra nacionalidades, contra clases sociales, contra categorías profesionales, contra todos los miembros de un partido.Esto es la Biblia: Otras veces queda circunscrito hacia personas concretas. Es un odio que al menos evita la injusticia: se concentra hacia aquella persona que nos traicionó, que nos hizo mucho daño. Pero no por ello deja de destruir el corazón de quien lo alberga.

Porque el odio, aunque a veces uno no se da cuenta, corroe a quien lo cultiva, y lo pone siempre en esa pendiente resbaladiza que lleva a los insultos en público, a las agresiones, incluso a la violencia.

No resulta fácil apagar el fuego del odio cuando ha crecido día a día, sobre todo si ha cristalizado en el deseo de venganza y en actitudes internas de rabia insatisfecha. Además, a veces escapa de uno mismo, contagia a otros, y se convierte en un mal que no termina.

Muchos conflictos sociales surgen desde el odio y lo alimentan. Conflictos políticos viven del odio hasta “aprovecharlo” para aumentar el número de votos. Incluso llegan a asaltos contra gente inocente o a guerras absurdas.

En el “Catecismo de la Iglesia Católica” (n. 2303) leemos: “El odio voluntario es contrario a la caridad. El odio al prójimo es pecado cuando se le desea deliberadamente un mal. El odio al prójimo es un pecado grave cuando se le desea deliberadamente un daño grave”.

Cristo invita a perdonar, a no dejarse atrapar por esa rabia interior que destruye a quien la acepta y que abre espacio a heridas mayores.

El mal se vence con el bien, la injusticia con la verdad unida a la misericordia, la ofensa con la mansedumbre (cf. Rm 12,17-21; Mt 5,43-48

Ya hay demasiado odio en nuestro mundo. Si empezamos a arrancar sus pequeñas raíces de nuestro corazón, y si pedimos a Dios que nos dé la fuerza de perdonar y de acoger incluso al enemigo, empezaremos a vencer el odio y a irradiar aquello que tanto necesita nuestro tiempo: el amor auténtico.

Lo anticipamos todo durante el adviento

Nos damos regalos, los abrimos, comemos pavo, dulces, etc. No sabemos esperar a la fiesta.

El adviento es tiempo de espera para la gran celebración de la Navidad. El nacimiento de Jesús es el gran acontecimiento largamente esperado por el Pueblo de Israel que durante tantos años vivió anhelando el cumplimiento de la promesa que Dios le había hecho de que le enviaría un Salvador.

Nuestra cultura no está habituada a esperar y nos es difícil comprender que el Pueblo de Israel haya esperado siglos y siglos para el cumplimiento de esta promesa. La nuestra es la cultura de la prisa, de lo inmediato, de lo «express». Esperar implica acomodarse al tiempo de otro y es realmente difícil aceptar los tiempos de “otro” cuando no coinciden con los nuestros, incluso si son tiempos de Dios.

El Adviento nos invita a esperar el tiempo de Dios; la venida de Jesús.

El adviento no es aún la fiesta, sino espera, preparación y expectación para la gran fiesta.

El gozo propio del adviento es de quien ha recibido una promesa y espera ilusionado su cumplimiento y verificación. Sin embargo, hoy ya no lo vivimos esperando una promesa. Hemos adelantado la fiesta y hemos perdido el clima de «espera», «de promesa», de «don».

Lo anticipamos todo: durante el adviento, nos damos regalos, los abrimos, comemos pavo, dulces, etc. No sabemos esperar. Esta anticipación del festejo nos ha «robado» el tiempo de preparación espiritual propuesto por la Iglesia para una celebración profunda de la Navidad, que tendría que ser para cada cristiano, un encuentro “de corazón a corazón” con el Dios-niño, tan sencillo y pequeño, que se encuentra al alcance de todos. Actualmente hay muchos festejos “navideños” que nada tienen que ver con el misterio de la Navidad y muchas veces para el 24 de diciembre, ya nos encontramos cansados y agobiados; incluso «saturados» de tantos compromisos; agotados por la prisa y el estrés. La forma en la que solemos vivir el adviento, en lugar de prepararnos para celebrar la Fe en un clima de paz y gozo espiritual, muy probablemente nos acelera, dispersa y distrae para lo esencial.

María, la Madre que supo esperar con verdadera esperanza y gran amor, es el gran personaje del Adviento que nos enseña a vivir este tiempo como camino hacia el portal de Belén, lugar de encuentro y adoración del Dios-niño.
Tres actitudes muy hermosas de María que nos pueden ayudar a vivir este adviento son: la espera, la preparación del corazón y la acogida sincera.

  1. María espera con gozo, con profunda esperanza, la llegada de Jesús a su vida.
  2. María prepara su corazón con vivos sentimientos de ternura para con el Niño Jesús que viene y de gratitud profunda para con Dios que cumple sus promesas.
  3. María cultiva en su corazón una acogida generosa, abriéndolo de par en par para que realmente entre Jesús a su vida. Ella lo esperaba sinceramente, no lo acoge sólo de palabra, sino que le ofrece su corazón.
    Que María nos enseñe a vivir este adviento en una espera gozosa; a aprovechar este tiempo para preparar nuestro corazón para que Jesús realmente encuentre en él un lugar donde quedarse y desde el cual podamos descubrirlo como verdadero Salvador: como el Dios que viene a iluminar lo que en nuestra vida está oscuro; a sanar lo que en nuestra vida está enfermo; y a liberarnos de todo lo que nos impide vivir en el gozo de su Amor.

Guadalupe: El diálogo que cambiaría la historia de América

Lawrence OP | Flickr CC BY-NC-ND 2.0

En el día en que la Iglesia celebra a de San Juan Diego (9 de diciembre), merece la pena revivir el momento culminante de su encuentro con la Virgen María en el Tepeyac

En el texto que escribió en náhuatl el sabio y gobernante indígena Antonio Valeriano (Azcapotzalco,1522-1605) sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe y que lleva por nombre Nican Mopohua (en español: «Aquí se narra») contiene un pasaje maravilloso. Quizá el más conocido de todos los que componen la historia del acontecimiento guadalupano.

El contexto es el siguiente: Juan Diego ha ido a ver en un par de ocasiones previas al obispo fray Juan de Zumárraga, para darle el recado de la Virgen; y lo habían despedido sin creerle, más aún, pidiéndole una señal de que, en verdad, hablaba con la Virgen.

El 12 de diciembre de 1531, Juan Diego regresó a donde se encontraban los sacerdotes franciscanos (en Tlatelolco), pero decidió rodear el Tepeyac para no encontrarse, de nuevo, con María.

La razón no era otra sino porque iba a buscar algún sacerdote para que le hiciera el favor de confesar a su tío Juan Bernardino; éste agonizaba en su casa situada en Texalpan, pueblo de Santa María de Tulpetlac, en el extrarradio de la Ciudad de México.

Juan Diego pensó que si tenía que volver a encontrarse con la Virgen no iba a poder llegar a tiempo para que su tío se confesara y recibiera la Extremaunción.

Diálogo asombroso

Pero la Virgen le sale al encuentro, y se produce un diálogo asombroso entre la madre del Salvador y un humilde indígena mexicano:

– ¿Qué pasa, el más pequeño de mis hijos? ¿A dónde vas, a dónde te diriges?

Y él, tal vez un poco se apenó, o quizá se avergonzó… O tal vez de ello se espantó, se puso temeroso… En su presencia se postró, la saludó, le dijo:

– Mi Jovencita, Hija mía la más pequeña, Niña mía, ojalá que estés contenta: ¿cómo amaneciste? ¿Acaso sientes bien tu amado cuerpecito, Señora mía, Niña mía? Con pena angustiaré tu rostro, tu corazón: te hago saber, Muchachita mía, que está muy grave un servidor tuyo, tío mío. Una gran enfermedad se le ha asentado, seguro que pronto va a morir de ella. Y ahora iré de prisa a tu casita de México, a llamar a alguno de los amados de Nuestro Señor, de nuestros sacerdotes, para que vaya a confesarlo y a prepararlo, porque en realidad para ello nacimos, los que vinimos a esperar el trabajo de nuestra muerte. Más, si voy a llevarlo a efecto, luego aquí otra vez volveré para ir a llevar tu aliento, tu palabra, Señora, Jovencita mía. Te ruego me perdones, tenme todavía un poco de paciencia, porque con ello no te engaño, Hija mía la menor, Niña mía, mañana sin falta vendré a toda prisa.

La respuesta

En cuanto oyó las razones de Juan Diego, le respondió la Piadosa Perfecta Virgen:

– Escucha, ponlo en tu corazón, hijo mío el menor, que no es nada lo que te espantó, lo que te afligió, que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad ni ninguna otra enfermedad, ni cosa punzante, aflictiva. ¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre? ¿Y no estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa? Que ninguna otra cosa te aflija, te perturbe; que no te apriete con pena la enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá por ahora. Ten por cierto que ya está bueno. (Y luego en aquel mismo momento sanó su tío, como después se supo).

Y Juan Diego, cuando oyó la amable palabra, el amable aliento de la Reina del Cielo, muchísimo con ello se consoló, bien con ello se apaciguó su corazón, y le suplicó que inmediatamente lo mandara a ver al gobernador obispo, a llevarle algo de señal, de comprobación, para que creyera.

Contexto personal y filosófico de algunas de las frases

El maestro en filosofía mexicano, Pablo Castellanos, ha analizado, desde una perspectiva personal y filosófica, las principales frases de la respuesta amorosa de la Virgen de Guadalupe ante el dolor y la gran sinceridad de Juan Diego.

1 “HIJO MÍO EL MENOR»

No sólo eres amado siempre, aunque tomes un camino para no encontrarte con María; también eres «el menor», necesitas de tu mamá un cuidado especial, como un niño pequeño que acaba de nacer y que sin su mamá no tiene la menor posibilidad de sobrevivir… Delante de Dios debemos ser como niños: reconocer nuestra total dependencia y esperar todo de Él.

2 «QUE NO SE PERTURBE TU ROSTRO, TU CORAZÓN»

Estas palabras nos dan a entender que María conoce los problemas de Juan Diego y le dice que no hay motivo para estar perturbado, porque Ella desea cuidar de él. Cuando Dios se manifiesta en los acontecimientos, también nosotros podemos experimentar inquietud; pero a la luz de la fe, cada acontecimiento es, de hecho, el paso de Dios, presente en nuestra vida con todo su amor. María también conoce nuestros problemas y nos ayuda a vivirlos en la fe.

3 «¿NO ESTOY AQUÍ YO, QUE SOY TU MADRE?»

Junto a ti está, también, la Madre de Dios con todo su amor y poder, que te recuerda que fuiste entregado a Ella por Cristo en la Cruz: «Mujer ahí tienes a tu hijo» (Juan 19, 25-27) y que la Reina del Cielo y de la Tierra se hace cargo de ti. Entrégate, confiadamente, a Ella.

4 «¿NO ESTÁS BAJO MI SOMBRA Y RESGUARDO?»

Es tanto como decirte que estás bajo su protección y también que estás bajo su acción. Te resguarda para que tú también puedas decir: “Ya no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí” (Ga 2, 20).

5 «¿NO ESTÁS EN EL HUECO DE MI MANTO, EN EL CRUCE DE MIS BRAZOS?»

El manto es signo de su dignidad de Madre de Dios y, al mismo tiempo, nos recuerda que solo un niño pequeño puede estar en el manto de su madre. Hay que ser humildes, como San Juan Diego, para estar ahí. ¿En el cruce de mis brazos?

En los brazos de María, cerca del corazón de la Madre, en el lugar en que en tantas imágenes se representa a María estrechando contra su corazón al Niño Jesús…, ahí somos partícipes del amor con que María ama a Jesús. De esa manera hemos de amar a nuestro prójimo, para eso nos tiene cerca de su corazón…

6 «¿NO SOY YO LA FUENTE DE TU SALVACIÓN, DE TU ALEGRÍA?»

Por Ella nos llegó Cristo, nuestro Salvador. Y también por Ella se expandió el Evangelio en nuestras tierras, el Evangelio de nuestra alegría (Evangelii Gaudium). A través de María, Dios quiere librar a su hijo Juan Diego de sus dificultades y lo quiere rescatar. En el camino mariano, para los que Dios conduce a través de la Madre de Cristo como a Juan Diego, la amorosa presencia de María es salvífica.

7 ¿TIENES NECESIDAD DE ALGUNA OTRA COSA?

No. Seguramente que no, porque en lo que Ella nos dio, nos dio todo. Porque lo que Ella te dio es lo más importante para ti: Cristo y su Evangelio. Ella misma se nos dio en su constante presencia maternal, siempre cercana y atenta a sus hijos. Son pocas las palabras que los evangelios recogen de boca de María, unas las dirige a Dios, a los hombres nos dice: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5). Obedecer a María es obedecer a Jesús.

La Virgen de Loreto y su Santa Casa trasladada por los ángeles

Didier Descouens-(modified)-(CC BY-SA 4.0)

Una popular advocación que tiene su centro en Italia, aunque todo comenzó en Palestina…

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En Loreto, Italia, se encuentra la casa de la Virgen María trasladada entera desde Nazaret hasta dicho lugar. Lo asombroso (o milagroso) sería que hubiera sido trasladada por los ángeles el 10 de diciembre de 1294. Aunque investigaciones recientes atribuyen el traslado de la preciosa reliquia a una familia, la familia De Angelis, que la habría transportado en un barco después de la derrota de los cruzados en Tierra Santa, para protegerla del ataque de los sarracenos.

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En el siglo XV se comenzó a construir un santuario para albergar la casa, y sobre el altar se colocó una pequeña estatua de la Virgen de Loreto.

Archiwum Kapucynów Prow. Krakowska.

Virgen negra

Se trata de una estatua de madera de cedro del Líbano, proveniente de los jardines Vaticanos, que el papa Pío XI hizo tallar y coronó en 1922 en el Vaticano, antes de que fuera trasladada solemnemente a Loreto.

La Virgen, también conocida como la Virgen lauretana, es una tradicional imagen con la cara oscura, común en los iconos más antiguos a menudo debido al humo de las lámparas de aceite y las velas o los cambios químicos que sufren los colores originales.

En algunos casos, están representados intencionalmente en negro, inspirados en el Cantar de los Cantares: “Bruna soy, pero hermosa” … «No me mires porque estoy quemada por el sol” (1 , 5-6), y en este caso el Sol simboliza la figura de Dios.

El santuario pronto se convirtió en uno de los lugares de peregrinación más importantes para los fieles de todo el mundo y ha sido objeto de veneración de muchos santos y papas, entre ellos Juan Pablo II, que la visitó varias veces durante su pontificado.

Su encuentro con los jóvenes en 1995 y en 2004 fue inolvidable.

Fue el mismo papa Juan Pablo II quien en noviembre de 1989 elevó el santuario a la dignidad de Basílica Pontificia Menor. En 1993 declaró:

“La Santa Casa también recuerda la grandeza de la vocación a la vida consagrada y a la virginidad para el Reino, que tuvo aquí su gloriosa inauguración en la persona de María, Virgen y Madre”.

El santuario de Loreto, añadió, es uno de los “lugares donde se llega para obtener la gracia”.

Patronazgo

Nuestra Señora de Loreto es la patrona de la Aeronáutica justamente en recuerdo del milagroso traslado.

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Lugares de culto

Sin duda el mayor lugar de culto es Loreto, una pequeña ciudad italiana de la región Le Marche.
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Curiosidades

Entre las curiosidades podemos mencionar dos:

La primera es la profecía de san Francisco de Asís: “Loreto será uno de los lugares más sagrados del mundo. Allí será construida una Basílica en honor a Nuestra Señora de Loreto“. De hecho, la basílica erguida alrededor de la casa se convirtió en uno de los mayores santuarios de Europa.

La segunda curiosidad es sobre los varios estudios científicos que se han realizado al inexplicable surgimiento de esta casa:

  1. Se yergue del suelo sin ninguna base de sustentación y es posible pasar una barra de hierro por debajo de ella sin ningún impedimento.
  2. Las piedras de la construcción no existen en Italia: solamente en la región de Nazaret, en Tierra Santa.
  3. Su puerta es de cedro, madera que tampoco existe en Italia, sino que se encuentra en Palestina.
  4. Las piedras de las paredes fueron levantadas con una especie de cemento hecho de sulfato de calcio y polvo de carbón, mezcla usada en la Palestina de los tiempos de Jesús, pero desconocida en Italia cuando la casa surgió en Loreto. No hay restos posteriores de argamasa que sugieran una reconstrucción medieval.
  5. Las medidas de la casa corresponden perfectamente a las de la base que permaneció en Nazaret.
  6. La casa, pequeña y sencilla, sigue el estilo nazareno de la época de Jesús.

Oración

Oh, María Loretana, Virgen gloriosa, nos acercamos confiados a Ti: acepta hoy nuestra humilde oración. La humanidad está perturbada por graves problemas de los que desearía liberarse por sí misma. Esta necesita la paz, la justicia, la verdad, el amor y se engaña cuando piensa encontrar estas divinas realidades lejos de tu Hijo. ¡Oh Madre! Tú llevaste al Salvador divino en tu vientre puro y viviste con Él en la santa casa que adoramos en esta colina de Loreto, concédenos la gracia de buscarlo y seguir sus ejemplos que conducen a la salvación”.