Matthew 11:16-19
Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús dice “Ha venido el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Éste es un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’”.
La Pascua Judía fue decisivamente importante en la historia de la salvación. Dios ordena a su pueblo que comparta una comida para recordar su liberación de la esclavitud. Esta cena proporciona el contexto para la más profunda teologización de la comunidad Israelita. Ambos, la amargura de su esclavitud y lo más dulce de su liberación son representados en esta comida sagrada.
La vida y ministerio de Jesús pueden ser interpretados a la luz de este símbolo. Desde el mismo comienzo, fue puesto en un pesebre, para que pudiera ser alimento de un mundo hambriento. La mayor parte de la participación pública de Jesús estuvo centrada en comidas sagradas, donde todos eran invitados: ricos y pobres, santos y pecadores, los enfermos y los marginados. Pensaron que Juan el Bautista era un raro asceta, pero llamaron a Jesús un glotón y bebedor. Él encarna el deseo de Yahveh de compartir una comida placentera con su pueblo.
Y por supuesto, la vida y enseñanza de Jesús llega a una especie de clímax en la comida que llamamos la Última Cena. La Eucaristía es lo que hacemos entre la muerte del Señor y su venida gloriosa. Esta es la comida que anticipa aún ahora la perfecta comida de hermandad con Dios.
Lucía, Santa
Memoria Litúrgica, 13 de diciembre
Por: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net
Virgen y Mártir
Martirologio Romano: Memoria de santa Lucía, virgen y mártir, la cual, mientras vivió, conservó encendida la lámpara esperando al Esposo, y llevada al martirio en Siracusa, ciudad de Sicilia, mereció entrar con Él a las bodas y poseer la luz indefectible († c. 304).
Breve Reseña
Con el descubrimiento, hecho en 1894, de la inscripción sepulcral sobre el «loculus» o sepulcro de la santa en las catacumbas de Siracusa, desaparecieron todas las dudas sobre la historicidad de la joven mártir Lucía, cuya fama y devoción se deben en gran parte a su legendaria Pasión, posterior al siglo V. La inscripción se remonta a comienzos del siglo V, cien años después del glorioso testimonio que dio de Cristo la mártir de Siracusa.
Epígrafes, inscripciones y el mismo antiguo recuerdo litúrgico (se debe probablemente al Papa Gregorio Magno la introducción del nombre de Santa Lucía en el Canon de la Misa) demuestran la devoción desde antiguo, que se difundió muy pronto no sólo en Occidente, sino también en Oriente.
Lucía pertenecía a una rica familia de Siracusa. La madre, Eutiquia, cuando quedó viuda, quería hacer casar a la hija con un joven paisano. Lucía, que había hecho voto de virginidad por amor a Cristo, obtuvo que se aplazara la boda, entre otras cosas porque la madre se enfermó gravemente. Devota de Santa Águeda, la mártir de Catania, que había vivido medio siglo antes, quiso llevar a la madre enferma a la tumba de la santa. De esta peregrinación la madre regresó completamente curada y por eso le permitió a la hija que siguiera el camino que deseaba, permitiéndole dar a los pobres de la ciudad su rica dote.
El novio rechazado se vengó acusando a Lucía ante el procónsul Pascasio por ser ella cristiana. Amenazada de ser llevada a un prostíbulo para que saliera contaminada, Lucía le dio una sabia respuesta al procónsul: «El cuerpo queda contaminado solamente si el alma es consciente».
El procónsul quiso pasar de las amenazas a los hechos, pero el cuerpo de Lucía se puso tan pesado que más de diez hombres no lograron moverla ni un palmo. Un golpe de espada hirió a Lucía, pero aun con la garganta cortada la joven siguió exhortando a los fieles para que antepusieran los deberes para con Dios a los de las criaturas, hasta cuando los compañeros de fe, que estaban a su alrededor, sellaron su conmovedor testimonio con la palabra Amén.
Sintonicemos el oído
Santo Evangelio según San Mateo 11,16-19. Viernes II de Adviento.
Por: Javier Castellanos, LC | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Permíteme escucharte, Señor. Forma dentro de mí un corazón como el de María: atento a tu Palabra, dócil a tu voluntad, disponible para servir por amor. ¡Santa María, ruega por mí y hazme hijo semejante a ti!
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 11, 16-19
En aquel tiempo, Jesús dijo: «¿Con qué podré comparar a esta gente? Es semejante a los niños que se sientan en las plazas y se vuelven a sus compañeros para gritarles: ‘Tocamos la flauta y no han bailado; cantamos canciones tristes y no han llorado’.
Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dijeron: ‘Tiene un demonio’. Vino el Hijo del hombre, y dicen: ‘Éste es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y gente de mal vivir’. Pero la sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras».
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Se acerca la Navidad, tiempo de música y de cantos. Por las calles, y dentro de las casas, se escucharán de modo constante, como un trasfondo de luz y color, villancicos de todo tipo. Algo parecido sucederá espiritualmente: con la venida de Cristo viene todo un «ambiente musical» para el alma que hay que aprender a reconocer.
Cuando Jesús nació en Belén, pasó desapercibido. Sólo los pastores fueron capaces de escuchar los cantos de los ángeles, y sólo unos reyes extranjeros soportaron las penas de un largo viaje para adorar al Rey de reyes. ¡Jesús pasó muy solo esa primera Navidad! Cada año podemos afinar el oído, escuchar el gozo de un Dios que se hace hombre, o la lamentación de un Amor inmenso que no es correspondido… Si percibimos estas melodías, no podremos vivir una Navidad como las demás…
¿Cómo podemos adquirir esta actitud de escucha? A Dios no lo vemos, sus palabras y sus melodías no se perciben con los oídos materiales. Se trata más bien de abrir el corazón hacia aquellos que sí vemos. Sólo quien sabe escuchar a su hermano y a su hermana será capaz de escuchar a Dios. ¡Vivamos hoy con el corazón abierto para los demás, y veremos cómo poco a poco percibiremos la dulzura de esa melodía de Dios!
« Cuando nosotros llegamos a este estado de servicio libre, de hijos, con el Padre, podemos decir: «somos buenos siervos del Señor». Más bien hay que decir simplemente «siervos inútiles». Expresión que indica la inutilidad de nuestro trabajo: solos no podemos. Por ello debemos solamente pedir y dejar espacio para que Dios nos transforme en siervos libres, en hijos, no en esclavos. Que el Señor nos ayude a abrir el corazón y a dejar trabajar al Espíritu Santo, para que nos quite estos obstáculos, sobre todo las ganas de poder que hacen tanto daño, y la deslealtad, la doble cara, y nos dé esta serenidad, esta paz para poderle servir como hijo libre que al final, con mucho amor, dice al Señor: «Padre, gracias, pero tú sabes: soy un siervo inútil»».
(Homilía de S.S. Francisco, 8 de noviembre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy haré un esfuerzo especial por escuchar a alguien con mucho interés, dándole el tiempo y servicio que necesita.
Despedida
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Por qué es Nuestra Señora de Guadalupe, “Emperatriz de las Américas”?
Aleteia Team – publicado el 12/12/14
De rostro dulce y sereno
“Emperatriz de las Américas. La venerada imagen de la Morenita del Tepeyac, de rostro dulce y sereno, impresa en la tilma del indio san Juan Diego, se presenta como «la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive».