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Les dejo la paz: Jesús demuestra que la mansedumbre es posible. Él la ha encarnado precisamente en el momento más difícil; y desea que también nos comportemos así nosotros, que somos los herederos de su paz. Nos quiere mansos, abiertos, disponibles para escuchar, capaces de aplacar las disputas y tejer concordia.

Esto es dar testimonio de Jesús, y vale más que mil palabras y que muchos sermones. El testimonio de la paz. Preguntémonos si, en los lugares en los que vivimos, nosotros, los discípulos de Jesús, nos comportamos así: ¿Aliviamos las tensiones, apagamos los conflictos? ¿Tenemos una mala relación con alguien, estamos siempre preparados para reaccionar, para estallar, o sabemos responder con la no violencia? ¿Sabemos responder con palabras y gestos de paz? ¿Cómo reacciono yo? Que cada uno se lo pregunte. Cierto, esta mansedumbre no es fácil: ¡Qué difícil es, a todos los niveles, desactivar los conflictos! Aquí viene en nuestra ayuda la segunda frase de Jesús:

Les doy mi paz. Jesús sabe que nosotros solos no somos capaces de custodiar la paz, que necesitamos una ayuda, un don. La paz, que es nuestro compromiso, es ante todo don de Dios. En efecto, Jesús dice: «Les doy mi paz, pero no como la da el mundo» (v. 27). ¿Qué es esta paz que el mundo no conoce y que el Señor nos dona? Esta paz es el Espíritu Santo, el mismo Espíritu de Jesús. Es la presencia de Dios en nosotros, es la “fuerza de paz” de Dios. (Regina Caeli, 22 mayo 2022).

 

 

• John 14:27-31a

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos promete una segunda venida.

En cierto sentido el cristianismo es una religión de culminación (el Señor ha venido), pero por otro lado es una religión de espera, ya que confiamos en la segunda venida de Jesús en la plenitud de Su poder.

Esperamos, observamos y mantenemos la vigilia.

Todos sabemos que las grandes cosas llevan tiempo. Cuando un niño llega al estudio de un artista para ser su aprendiz, tiene que someterse a una disciplina larga y difícil; cuando un joven ingresa a un monasterio o seminario, tiene que esperar mucho; cuando una mujer queda embarazada, tiene nueve largos meses antes que el bebé esté listo para nacer; quien trabaja de jardinero, espera, observa y cultiva; cuando un autor escribe un libro tiene que dejarlo elaborar en sus propios términos y tiempo.

“¿Cuánto tiempo lleva este análisis?” le preguntó una mujer a Carl Jung. Él respondió:

“El tiempo que sea necesario”. Gestación, crecimiento. Así que soportamos los procesos duros y dulces que hacen posible el crecimiento.

 

 


Pacomio, Santo

Abad, 9 de mayo


Martirologio Romano: En la región de Tebaida, en Egipto, san Pacomio, abad, que, cuando aún era pagano, se sintió impresionado por el testimonio de caridad cristiana para con los soldados detenidos en la cárcel común y, después de abrazar el cristianismo, recibió el hábito monástico de manos del anacoreta Palamón. Al cabo de siete años, por inspiración divina fue abriendo numerosos monasterios con el fin de recibir a los monjes en régimen de vida común, y escribió para ellos una célebre Regla († 347/348).

Breve Biografía


La extraordinaria vida de los ermitaños, con sus mortificaciones a veces exageradas y con aquella especie de encarnizamiento en sobrecargarse de abstinencias, ayunos, vigilias, era verdaderamente la traducción práctica del Evangelio. Su soledad podía de hecho tapar el engaño de sus extravagancias de su orgullo.



Para eliminar este peligro un monje egipcio del siglo IV, San Pacomio, tuvo la idea de una nueva forma de monaquismo: el cenobitismo, o la vida en común, donde la disciplina y la autoridad reemplazaba la anarquía de los anacoretas.



Educó a sus monjes a la vida en común, constituyendo, poco lejos de las riberas del Nilo, la primera “koinonía”, una comunidad cristiana, a imitación de la fundada por los apóstoles en Jerusalén, basada en la comunión en la oración, en el trabajo y en el alimento y concretada en el servicio recíproco. El documento fundamental que regulaba esta vida era la Sagrada Escritura, que el monje aprendía de memoria y recitaba en voz baja durante el trabajo manual. Esta era también la forma principal de oración: un contacto con Dios mediante el sacramento de la Palabra.



San Pacomio nació en el Alto Egipto el año 287, de padres paganos. Enrolado a la fuerza en el ejército Imperial a la edad de 20 años, acabó en prisión en Tebas con todos los reclutas. Protegidos por la oscuridad, por la noche los cristianos les llevaban un poco de alimento. El gesto de los desconocidos conmovió a Pacomio, quien preguntó quién los incitaría a traer esto. “El Dios de los cielos” fue la respuesta de los cristianos. Aquella noche Pacomio rezó al Dios de los cristianos que lo liberara de las cadenas, prometiéndole a cambio dedicar su propia vida a su servicio.



Tan pronto recobró su libertad cumplió el voto uniéndose a una comunidad cristiana de una aldea del sur, la actual Kasr-es-Sayad en donde tuvo instrucción necesaria para recibir el bautismo.



Por algún tiempo llevó una vida de asceta entregándose al servicio de la gente del lugar, después se puso por siete años bajo la guía de un monje anciano, Palamone. Durante un paréntesis de soledad en el desierto una voz misteriosa lo invitó a establecer su residencia en aquel lugar, al cual después habrían llegado numerosos discípulos. A la muerte de Pacomio, los monasterios masculinos eran nueve, más uno femenino.



Del santo se desconoce el lugar de la sepultura, pues en su lecho de muerte dijo al discípulo Teodoro que escondiera sus restos para evitar que sobre su tumba edificaran una iglesia, a imitación de los “martyrion” o capillas construidas en las tumbas de los mártires.



 

Constructores de paz

Santo Evangelio según san Juan 14, 27-31.

Martes V de Pascua


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!



Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)



Enséñame a orar. Muéstrame qué es lo que quieres de mí. Hazme, Señor, dócil a tu voz. Permíteme escuchar tu Palabra y sentir tu presencia. Tú sabes que te quiero; pero que también necesito de ti. Dame la gracia de creer en ti con más firmeza, de abandonarme en tus manos con confianza, de amarte con pasión. Mira mis deseos de pertenecerte. Socórreme en todas mis necesidades y permíteme siempre vivir en tu gracia. Ayúdame a ser un testigo fiel de tu amor a los demás.



Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Juan 14, 27-31



En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden. Me han oído decir: ‘Me voy, pero volveré a su lado’. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean. Ya no hablaré muchas cosas con ustedes, porque se acerca el príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo sepa que amo al Padre y que cumplo exactamente lo que el Padre me ha mandado”.



Palabra del Señor.



Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.



Paz. Ésta es una palabra, Señor, que representa un ardiente deseo de todo hombre, de toda nación. En este Evangelio escucho esas palabras en las que me dejas la paz, tu paz. Esto me dice que la paz es un don de Dios. La paz es un regalo que Tú das. No es a base del esfuerzo humano, de firmas en papeles o fronteras bien limitadas lo que da la paz. Esa paz elaborada es poco confiable y duradera. Da, Señor, tu paz a cada uno de los hombres de este mundo.



Jesús, Tú viniste a esta tierra a traerme la paz. Recién nacido en Belén, se escuchó a los ángeles que cantaban: «gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz…». Es el primer anuncio que haces apenas has llegado a este mundo. La paz verdadera llegó a este mundo con tu venida. Nos viniste a compartir eso que vivías en el seno del Padre. Permíteme gozar de esta paz que sólo Tú me puedes dar.



También me dices en el Evangelio que te ibas, pero que volverías a mi lado. Creo que esto lo realizas cada vez que vienes en la Eucaristía. Bajas a las formas de pan y vino para estar a mi lado. Esto me demuestra una vez más que Tú eres fiel a tus promesas. En verdad volviste a nuestro lado, pero esta vez para nunca más irte.



«Hará bien a todos comprometerse para poner las bases de un futuro que no se deje absorber por la fuerza engañosa de la venganza; un futuro, donde no nos cansemos jamás de crear las condiciones por la paz: un trabajo digno para todos, el cuidado de los más necesitados y la lucha sin tregua contra la corrupción, que tiene que ser erradicada. Queridos jóvenes, este futuro os pertenece, pero sabiendo aprovechar la gran sabiduría de vuestros ancianos. Desead ser constructores de paz: no notarios del status quo, sino promotores activos de una cultura del encuentro y de la reconciliación».
(Homilía de S.S. Francisco, 25 de junio de 2016).



Diálogo con Cristo



Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.



Propósito



Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.



Hoy rezaré un misterio del rosario para pedir por los que sufren injustamente las consecuencias de la guerra.



Despedida



Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

Santa Luisa de Marillac, patrona de los cuidadores

Esposa, madre, viuda y religiosa. Fue la cofundadora de la Hijas de la Caridad junto con san Vicente de Paúl

 

 

Louise de Marillac nació el 12 de agosto de 1591 en París. Era hija natural de un noble y nunca llegó a conocer a su madre. Su padre falleció cuando tenía 13 años.

Enseguida notó su vocación religiosa pero por su mala salud no pudo ser aceptada en el convento de las capuchinas del Faubourg Saint-Honoré.

Su familia le aconsejó que se casara y su tío organizó el matrimonio con Antonio Legras en 1613.

Un año después nació su único hijo, Antonio, que murió muy pronto. También su marido, dos años después.

Su confesor era san Francisco de Sales. Este falleció en 1622 y en 1625 su director espiritual pasó a ser san Vicente de Paúl, quien la orientaba en conversaciones personales y por carta.

Entonces Luisa de Marillac vio que Dios le pedía dedicarse a los más desamparados.

Puso orden a la iniciativa que san Vicente de Paúl llevaba algunos años organizando y crearon las Hijas de la Caridad, bajo el lema «Amar a los pobres y honrarlos como honrarían al propio Cristo».

Serían mujeres dedicadas a la oración y a la atención de enfermos, pobres, enfermos mentales, ancianos y huérfanos, algo que no se llevaba a cabo en la Francia del siglo XVII.

De París, en vida de la santa la congregación se extendió a otras ciudades de Francia y Polonia: trabajaron en los hospitales en colaboración con los médicos y enfermeras, y atendieron también a las víctimas de la Guerra de los Treinta Años.

Santa Luisa de Marillac falleció el 15 de marzo de 1660. Su cuerpo incorrupto está en la capilla de la casa madre de las Hijas de la Caridad, en la Rue du Bac de París.

Santa patrona

Santa Luisa de Marillac es la patrona de los trabajadores sociales y cuidadores.

Oración

¡Oh, gloriosa Santa Luisa de Marillac!
Esposa fiel, madre modelo,
formadora de catequistas, maestras y enfermeras.
Ven en nuestra ayuda y alcanza del Señor:
socorro a los pobres,
alivio a los enfermos,
protección a los desamparados,
caridad a los ricos,
conversión a los pecadores,
vitalidad a nuestra Iglesia
y paz a nuestro pueblo.
Cuida nuestro hogar
y cuanto hay en él.
Que sea un camino recto
que nos conduzca a nuestra casa del cielo,
y que tu bendición descienda todos los días
sobre cada uno de los que en el vivimos.
Bendito seas, buen Dios,
porque sembraste el amor en Santa Luisa
para ejemplo nuestro
e imitación de Jesús,
Camino, Verdad y Vida.
Amén