JUAN 14, 23-29
En el Evangelio de hoy Jesús dice que el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en nombre de Cristo, enseñará todo a sus discípulos. El Espíritu Santo es el amor que comparten el Padre y el Hijo. Nosotros tenemos acceso a este Sagrado Corazón de Dios solo porque el Padre envió al Hijo al mundo, a nuestra disfuncionalidad, incluso llegando a los límites del abandono por Dios, y así reunió a todo el mundo en el dinamismo de la vida divina.
Los que viven en Cristo no están fuera de Dios como mendigos o suplicantes; más bien, están en Dios como amigos, partícipes en el Espíritu. Y esta vida espiritual es lo que nos da el conocimiento de Dios —un conocimiento desde adentro—.
Cuando los grandes maestros del cristianismo hablan de conocer a Dios, no usan el término en un sentido distanciado o analítico; lo utilizan en el sentido bíblico, lo que implica conocimiento a través de una intimidad personal. Esta es la razón por la cual San Bernardo de Clairvaux, por ejemplo, insiste en que los recién iniciados en la vida espiritual conozcan a Dios no solo a través de libros y conferencias, sino a través de la experiencia, de la misma manera en que un amigo conoce a otro. Este conocimiento es lo que facilita el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará lo que os he dicho
El cristianismo es una religión de la Palabra, de la palabra hecha carne en Cristo. Palabra para ser escuchada y que se encarna en cada cristiano, en cada persona. Es la forma de hacer presente en cada uno la vida de fe. Aquí el lenguaje es más que un instrumento de comunicación, es una forma de comunión humana animada por el Espíritu. Por eso, como les ocurrió a los discípulos, Judas – no el Iscariote – no comprendió hasta después de la resurrección, que Jesús no manifestase su mesianismo “al mundo” de una forma pública (Jn 14,22). No entendía aún que esa revelación es una experiencia de vida que, vivida por el espíritu, el discípulo concreta en el amor.
En los Hechos de los Apóstoles, vemos cómo actúa ese espíritu liberador con los discípulos procedentes del mundo gentil, no circuncidados,. La circuncisión era el rito más importante para señalar la pertenencia religiosa al Pueblo de Israel que, aunque establecida por Abraham, se atribuía a Moisés, por ser el autor de la Ley. Por ello, su incumplimiento constituía una transgresión de consecuencias legal y moralmente severas. En cambio, aquellas primeras comunidades cristianas tuvieron el valor y la fuerza del Espíritu para resolver el conflicto haciéndose la pregunta fundamental: “¿Por qué poner a prueba a Dios, tratando de imponer a los discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros antepasados hemos podido soportar? ”… cuando Dios “dio testimonio a favor de ellos otorgándoles el Espíritu Santo como a nosotros” (Hch 15, 8-10).
La pregunta sigue siendo válida hoy: ¿Qué es lo fundamental para seguir siendo fieles al mensaje de Jesús? En este mismo sentido, los capítulos 10 y 11 de los Hechos de los Apóstoles son todo un ejemplo de tolerancia religiosa por la acción del Espíritu. Una lectura de los mismos nos ayuda a sentir ese espíritu y a entender la tolerancia y la frescura de aquellas primeras comunidades. Quizá valga como un ejemplo actual algo que me viene a la memoria y que todos, seguramente, recordamos: el momento en el que un periodista preguntaba al Papa Francisco su opinión acerca de la condición de los homosexuales en la Iglesia, cuando regresaba en el avión de su primer viaje al Brasil. Creo que su respuesta tuvo también el valor y la inspiración del Espíritu. Espontánea e inesperada, nos dejó ver que, para el actual Papa, lo importante para vivir y animar la comunidad eclesial es esa forma de comunión humana que, animada por la libertad del Espíritu, nos permite ver en la humanidad de los otros la presencia de Dios, y esto es lo realmente central.
Jesús promete que rogará al Padre que envíe «otro Paráclito» (v. 16), es decir, un Consolador, un Defensor que tome su lugar y les dé la inteligencia para escuchar y el valor para observar sus palabras. Este es el Espíritu Santo, que es el don del amor de Dios que desciende al corazón del cristiano. Después de que Jesús muriera y resucitara, su amor se da a aquellos que creen en Él y son bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. (Regina Caeli, 17 mayo 2020)
Rita de Casia, Santa
Viuda, Religiosa y abogada de imposibles
Martirologio Romano: Santa Rita, religiosa, que, casada con un hombre violento, toleró pacientemente sus crueldades reconciliándolo con Dios, y al morir su marido y sus hijos ingresó en el monasterio de la Orden de San Agustín en Casia, de la Umbría, en Italia, dando a todos un ejemplo sublime de paciencia y compunción († c.1457).
Fecha de beatificación: 1 de octubre de 1627 por el Papa Urbano VIII
Fecha de canonizacicón: 24 de mayo de 1900 por el Papa León XIII
Breve Biografía
Vista de cerca, sin el halo de la leyenda, se nos revela el rostro humanísimo de una mujer que no pasó indiferente ante la tragedia del dolor y de la miseria material, moral y social. Su vida terrena podría ser de ayer como de hoy.
Rita nació en 1381 en Roccaporena, un pueblito perdido en las montañas apeninas. Sus ancianos padres la educaron en el temor de Dios, y ella respetó a tal punto la autoridad paterna que abandonó el propósito de entrar al convento y aceptó unirse en matrimonio con Pablo de Ferdinando, un joven violento y revoltoso. Las biografías de la santa nos pintan un cuadro familiar muy común: una mujer dulce, obediente, atenta a no chocar con la susceptibilidad del marido, cuyas maldades ella conoce, y sufre y reza en silencio.
Su bondad logró finalmente cambiar el corazón de Pablo, que cambió de vida y de costumbres, pero sin lograr hacer olvidar los antiguos rencores de los enemigos que se había buscado. Una noche fue encontrado muerto a la vera del camino. Los dos hijos, ya grandecitos, juraron vengar a su padre.
Cuando Rita se dio cuenta de la inutilidad de sus esfuerzos para convencerlos de que desistieran de sus propósitos, tuvo la valentía de pedirle a Dios que se los llevara antes que mancharan sus vidas con un homicidio. Su oración, humanamente incomprensible, fue escuchada. Ya sin esposo y sin hijos, Rita fue a pedir su entrada en el convento de las agustinas de Casia. Pero su petición fue rechazada.
Regresó a su hogar desierto y rezó intensamente a sus tres santos protectores, san Juan Bautista, san Agustín y san Nicolás de Tolentino, y una noche sucedió el prodigio. Se le aparecieron los tres santos, le dijeron que los siguiera, llegaron al convento, abrieron las puertas y la llevaron a la mitad del coro, en donde las religiosas estaban rezando las oraciones de la mañana. Así Rita pudo vestir el hábito de las agustinas, realizando el antiguo deseo de entrega total a Dios. Se dedicó a la penitencia, a la oración y al amor de Cristo crucificado, que la asoció aun visiblemente a su pasión, clavándole en la frente una espina.
Este estigma milagroso, recibido durante un éxtasis, marcó el rostro con una dolorosísima llaga purulenta hasta su muerte, esto es, durante catorce años. La fama de su santidad pasó los limites de Casia. Las oraciones de Rita obtuvieron prodigiosas curaciones y conversiones. Para ella no pidió sino cargar sobre sí los dolores del prójimo. Murió en el monasterio de Casia en 1457 y fue canonizada en el año 1900.
ORACIÓN
Oh Dios omnipotente,
que te dignaste conceder
a Santa Rita tanta gracia,
que amase a sus enemigos y
llevase impresa en su corazón
y en su frente la señal de tu pasión,
y fuese ejemplo digno de ser imitado
en los diferentes estados de la vida cristiana.
Concédenos, por su intercesión,
cumplir fielmente las obligaciones
de nuestro propio estado
para que un día podamos
vivir felices con ella en tu reino.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén.
La paz del cristiano
Santo Evangelio según san Juan 14, 23-29. Domingo VI de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, ten misericordia de mí y enséñame a deleitarme en tu paz.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 14, 23-29
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no cumplirá mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió.
Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho.
La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden. Me han oído decir: ‘Me voy, pero volveré a su lado’. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Amor y paz. Son estos los dos núcleos del pasaje de hoy. Uno conduce al otro. Amor. Todavía está en nuestro corazón el recuerdo de la Semana Santa, en que una vez más acompañamos a Jesús en el momento en que presentó, ante el Padre, su espíritu por amor. Aún resuena en nuestros oídos aquel momento en que nos aseguró que nadie tenía mayor amor que el que daba la vida por sus amigos, y lo hemos visto precisamente entregarse por nosotros.
Hagamos una primera pausa. Preguntémonos: ¿sigo sintiendo ese amor?, ¿sigo dejándome amar por Él?, ¿o la rutina de la vida ha ido apagando su llama? Ahora, miremos al futuro cercano. En pocos días celebraremos Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre la Virgen María y los apóstoles. Jesús les hizo saber, antes de su muerte, que estas cosas pasarían. Hoy nos las recuerda para que no perdamos de vista el horizonte.
Paz. Viene el Espíritu Santo. El don que nos trae es la paz, la misma que Jesús prometió dejarnos. Mas no es la paz según el criterio del mundo. Muchas veces podemos preguntarnos dónde es que se encuentra, si aún hay guerra y dolor. Se nos olvida que la crueldad puede muy bien provenir del corazón del hombre, mientras que la paz sólo puede llegar de fuera del hombre. ¿Cómo es esta paz que Jesús da?
Ciertamente, no es sinónimo de que nada malo sucede, como si todos nuestros problemas se acabasen con tan sólo acogerla. No. Es una paz que tiene sabor de eternidad y, por tanto, exige responsabilidad. Es, en una palabra, la paz de saber que, incluso en medio de las mayores dificultades, la victoria ya ha sido ganada, ya somos hijos de Dios, y ya nos aguarda la vida eterna. Amor y paz. Sí, amor que nos viene de Dios y nos prepara para recibir la paz, que también viene de Él. Así pues, que no tiemble nuestro corazón; antes bien, que siga creyendo en el Amor y esperando en la paz del Señor.
«Cada nuevo día en la vida de nuestras familias y cada nueva generación trae consigo la promesa de un nuevo Pentecostés, un Pentecostés doméstico, una nueva efusión del Espíritu, el Paráclito, que Jesús nos envía como nuestro Abogado, nuestro Consolador y quien verdaderamente nos da valentía. Cuánta necesidad tiene el mundo de este aliento que es don y promesa de Dios».
(Homilía de S.S. Francisco, 26 de agosto de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
No permitiré que en este día las cosas pasajeras me quiten la paz de saberme profundamente amado por Dios, para así poder, a su vez corresponder, a ese amor.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Cómo actúa en nosotros el Espíritu Santo?
El oficio del Espíritu Santo consiste en formar en nosotros a Jesucristo
Si el Espíritu es el principio de nuestra vida, que lo sea también de nuestra conducta. (Gal V,25)
El Espíritu Santo, el espíritu de Jesús, ese Espíritu que vino Él a traer al mundo, es el principio de nuestra santidad. La vida interior no es otra cosa que unión con el Espíritu Santo, obediencia a sus mociones. Estudiemos estas operaciones que realiza en nosotros.
Notad, ante todo, que es el Espíritu Santo quien nos comunica a cada uno en particular los frutos de la Encarnación y de la Redención. El Padre nos ha dado a su Hijo; el Verbo se nos da y en la Cruz nos rescata: tales son los efectos generales de su amor.
¿Quién es el que nos hace participar de estos efectos divinos? Pues el Espíritu Santo. Él forma en nosotros a Jesucristo y le completa. Por lo que ahora, después de la Ascensión, es el tiempo propio de la misión del Espíritu Santo. Esta verdad nos es indicada por el Salvador cuando nos dice; «Os conviene que yo me vaya, porque si no el Espíritu Santo no vendrá a vosotros» (Jn XVI, 7). Jesús nos ha adquirido las gracias; ha reunido el tesoro y ha depositado en la Iglesia el germen de la santidad. Pues el oficio propio del Espíritu Santo es cultivar este germen, conducirlo a su pleno desenvolvimiento, acabando y perfeccionando la obra del Salvador. Por eso decía Nuestro Señor; «Os enviaré a mi Espíritu, el cual os lo enseñará todo y os explicará cuantas cosas os tengo dichas; si Él no viniera os quedaríais flacos e ignorantes.»
Al principio el Espíritu flotaba sobre las aguas para fecundarlas. Es lo que hace con las gracias que Jesucristo nos ha dejado; las fecunda al aplicárnoslas, porque habita y trabaja en nosotros. El alma justa es templo y morada del Espíritu Santo, quien habita en ella, no ya tan sólo por la gracia, sino personalmente; y cuanto más pura de obstáculos está el alma y mayor lugar deja al Espíritu Santo, tanto más poderosa es en ella esta adorable Persona. No puede habitar donde hay pecado, porque entonces estamos muertos, nuestros miembros están paralizados y no pueden cooperar a su acción, siendo así que esta cooperación es siempre necesaria. Tampoco puede obrar con una voluntad perezosa o con afectos desordenados, porque si bien en ese caso habita en nosotros, se halla imposibilitado de obrar.
El Espíritu Santo es una llama que siempre va subiendo y quiere hacernos subir consigo. Nosotros queremos pararlo y se extingue; o más bien acaba por desaparecer del alma así paralizada y pegada a la tierra, pues no tarda ella en caer en pecado mortal. La pureza resulta necesaria para que el Espíritu Santo habite en nosotros. No sufre que haya en el corazón que posee ninguna paja, sino que la quema al punto, dice san Bernardo.
Hemos dicho que el oficio del Espíritu Santo consiste en formar en nosotros a Jesucristo. Bien es verdad que tiene un oficio general que consiste en dirigir y guardar la infalibilidad de la Iglesia; pero su misión especial respecto al de las almas es formar en ellas a Jesucristo. Esta nueva creación, esta transformación hácela por medio de tres operaciones que requieren en absoluto nuestro asiduo concurso.
1. El Espíritu Santo nos inspira pensamientos y sentimientos conformes con los de Jesucristo
Primeramente nos inspira pensamientos y sentimientos conformes con los de Jesucristo. Está en nosotros personalmente, mueve nuestros afectos, renueva nuestra alma, hace que Nuestro Señor acuda a nuestro pensamiento. Es de fe que no podemos tener un solo pensamiento sobrenatural sin el Espíritu Santo. Pensamientos naturalmente buenos, razonables, honestos, sí los podemos tener sin él; pero ¿qué viene a ser eso? El pensamiento que el Espíritu Santo pone en nosotros es al principio débil y pequeño, crece y se desarrolla con los actos y el sacrificio.
¿Qué hacer cuando se presentan estos pensamientos sobrenaturales? Pues consentir en ellos sin titubeos. Debemos también estar atentos a la gracia, recogidos en nuestro interior para ver si el Espíritu Santo nos inspira pensamientos divinos. Hay que oírle y estar recogidos en sus operaciones. Pudiera objetarse a esto que si todos nuestros pensamientos provinieran del Espíritu Santo seríamos infalibles. A lo cual contesto: de nosotros mismos somos mentirosos, o sea expuestos al error.
Pero cuando estamos en gracia y seguimos la luz que nos ofrece el Espíritu Santo, entonces sí, ciertamente que estamos en la verdad y en la Verdad divina. He ahí por qué el alma recogida en Dios se encuentra siempre en lo cierto, pues el que es sobrenaturalmente sabio no da falsos pasos. Lo cual no puede atribuírsele a él porque no procede de él; no se apoya en sus propias luces, sino en las del Espíritu de Dios, que en él está y le alumbra. Claro que si somos materiales y groseros y andamos perdidos en las cosas exteriores, no comprenderemos sus palabras; pero si sabemos escuchar dentro de nosotros mismos la voz del Espíritu Santo, entonces las comprenderemos fácilmente.
¿Cómo se distingue el buen manjar del malo? Pues gustándolo. Lo mismo pasa con la gracia, y el alma que quiera juzgar sanamente no tiene más que sentir en sí los efectos de la gracia, que nunca engaña. Entre en la gracia, que así comprenderá su poder, del propio modo que conoce la luz porque la luz le rodea; son cosas que no se demuestran a quienes no las han experimentado. Nos humilla quizás el no comprender, porque es una prueba de que no sentimos a menudo las operaciones del Espíritu Santo, pues el alma interior y bien pura es constantemente dirigida por el Espíritu Santo, quien le revela sus designios directamente por una inspiración interior e inmediata.
Insisto sobre este punto, el mismo Espíritu Santo guía al alma interior y pura, siendo su maestro y director. Por cierto que debe siempre obedecer a las leyes de la Iglesia y someterse a la órdenes de su confesor en cuanto concierne a sus prácticas de piedad y ejercicios espirituales; pero en cuanto a la conducta interior e íntima, el mismo Espíritu Santo es quien la guía y dirige sus pensamientos y afectos, y nadie, aunque tenga la osadía de intentarlo, podrá poner obstáculos. ¿Quién querría inmiscuirse en el coloquio del divino Espíritu con su amada? Vano intento por lo demás. Quien divisa un hermosos árbol no trata de ver si sus raíces son sanas o no, pues bastante a las claras se lo dicen las hermosura del árbol y su vigor. De igual modo, cuando una persona adelanta en el bien, sus raíces, por ocultas que estén, son sanas y más vivas cuanto más ocultas.
Más, desgraciadamente, el Espíritu Santo solicita con frecuencia nuestro consentimiento a sus inspiraciones y nosotros, no lo queremos. No somos más que maquinas exteriores y tendremos que sufrir la misma confusión que los judíos por causa de Jesucristo; en medio de nosotros está el Espíritu Santo y no lo conocemos.
2.El Espíritu Santo ora en nosotros y por nosotros
La oración es toda la santidad, cuando menos en principio, puesto que es el canal de todas las gracias. Y el Espíritu Santo se encuentra en el alma que ora (Rom VII,26). Él ha levantado a nuestra alma a la unión con Nuestro Señor. Él es también el sacerdote que ofrece a Dios Padre, en el ara de nuestro corazón, el sacrificio de nuestros pensamientos y de nuestras alabanzas. Él presenta a Dios nuestras necesidades, flaquezas, miserias, y esta oración, que es la de Jesús en nosotros unida a la nuestra, la vuelve omnipotente. Somos verdaderos templos del Espíritu Santo, y como quiera que un templo no es más que una casa de oración, debemos orar incesantemente.
Hacedlo en unión con el divino Sacerdote de este templo. Os podrán dar métodos de oración, pero sólo el Espíritu Santo os dará la unción y la felicidad propias de la oración. Los directores son como chambelanes que están a la puerta de nuestro corazón; dentro sólo el Espíritu Santo habita. Hace falta que Él lo penetre del todo y por doquier para hacerlo feliz. Orad, por consiguiente, con Él, que Él os enseñará toda verdad.
3. El Espíritu Santo nos forma en las virtudes de Jesucristo
La tercera operación del Espíritu Santo es formarnos en las virtudes de Jesucristo, comunicándonos para ello la inteligencia de las mismas. Es una gracia insigne la de comprender las virtudes de Jesús, pues tienen como dos caras. La una repele y escandaliza; es lo que tienen ellas de crucifícante. Razón sobrada tiene el mundo, desde el punto de vista natural, para no amarlas. Aun las virtudes mas amables, como la humildad y la dulzura, son de suyo muy duras cuando han de practicarse. No es fácil que continuemos siendo mansos cuando nos insultan y, no teniendo fe, comprendo que las virtudes del cristianismo sean repugnantes para el mundo. Pero ahí está el Espíritu Santo para descubrirnos la otra cara de las virtudes de Jesús, cuya gracia, suavidad y unción nos hacen abrir la corteza amarga de las virtudes para dar con la dulzura de la miel y aun con la gloria más pura. Queda uno asombrado entonces ante lo dulce que es la cruz. Y es que en lugar de la humillación y de la cruz, no se ve en los sacrificios, más que el Amor de Dios, su gloria y la nuestra.
A consecuencia del pecado las virtudes resultan difíciles para nosotros; sentimos aversión a ellas por cuanto son humillantes y crucificantes. Más el Espíritu Santo nos hacer ver que Jesucristo les ha comunicado nobleza y gloria, practicándolas el primero. Y así nos dice; «¿No queréis humillaros?» Bueno, sea así; ¿pero no habéis de asemejaros a Jesucristo? Parecerle es, no ya bajar, sino subir, ennoblecerse. De la misma manera que la pobreza y los harapos se truecan en regios vestidos por haberlos llevado primero Jesucristo, las humillaciones vienen a ser una gloria y los sufrimientos una felicidad, porque Jesucristo ha puesto en ellos la verdadera gloria y felicidad. Más no hay nadie fuera del Espíritu Santo que nos haga comprender las virtudes y nos muestre oro puro encerrado en minas rocosas y cubiertas de barro. A falta de esta luz se paran muchos hombres a medio andar en el camino de la perfección; como no ven más que una sombra de las virtudes de Jesús, no llegan a penetrar sus secretas grandezas. A este conocer íntimo y sobrenatural añade el Espíritu Santo una aptitud especial para practicarlas. Hasta tal punto nos hace aptos, que bien pudiéramos creernos nacidos para ellas. Vienen a sernos connaturales, pues nos da el instinto de las mismas. Cada alma recibe una aptitud conforme a su vocación.
En cuanto a nosotros, adoradores, el Espíritu Santo nos hace adorar en espíritu y en verdad. Ora en nosotros y nosotros oramos a una con Él; es, por encima de todo, el Maestro de la Adoración. El dio a los Apóstoles la fuerza y el espíritu de la oración (Zach XII, 10).
Unámonos, pues, con él. Desde Pentecostés se cierne sobre la Iglesia y habita en cada uno de nosotros para enseñarnos a orar, para formarnos según el dechado que es Jesucristo y hacernos en todo semejantes a Él, con objeto de que así podamos estar un día unidos con Él sin velos en la gloria. San Pedro Julián Eymard.
Aprendamos a decir cada día «Señor, dame tu paz, dame el Espíritu Santo»
Regina Coeli, 22 de mayo de 2022.
«Les dejo la paz, les doy mi paz». Las frases de Jesús en la última cena, fueron el centro de la reflexión del Papa Francisco sobre el Evangelio del Día, que, como cada domingo se asomó desde la ventana del Palacio Apostólico Vaticano para rezar junto con los fieles presentes en la Plaza de San Pedro la oración a la Madre de Dios.
Se muere como se ha vivido
Jesús – dijo el Santo Padre – se despide con palabras que expresan afecto y serenidad, pero lo hace en un momento que no es precisamente sereno: Judas ha salido para traicionarlo, Pedro está a punto de negarlo y casi todos los demás lo abandonarán. «El Señor lo sabe, y con todo no reprocha, no usa palabras severas, no pronuncia discursos duros. En vez de mostrar agitación, permanece afable hasta el final».
El Santo Padre recordó seguidamente un proverbio que dice que “se muere como se ha vivido”. Y constató que, en efecto, “las últimas horas de Jesús son como la esencia de toda su vida”.
Experimenta miedo y dolor, pero no deja espacio al resentimiento y a la protesta. No se deja llevar por la amargura, no se desahoga, no es incapaz de soportar. Está en paz, una paz que proviene de su corazón manso, habitado por la confianza. De ahí surge la paz que Jesús nos deja. Porque no se puede dejar la paz a los demás si uno no la tiene en sí mismo. No se puede dar paz si no se está en paz.
Un testimonio que vale más que mil palabras
Con esta frase, Jesús, continuó diciendo el Santo Padre «demuestra que la mansedumbre es posible». Él la ha encarnado precisamente en el momento más difícil; y desea que también nos comportemos así nosotros, que somos los herederos de su paz. Nos quiere mansos, abiertos, disponibles para escuchar, capaces de aplacar las disputas y tejer concordia. Esto – aseguró el Papa – es dar testimonio de Jesús, y vale más que mil palabras y que muchos sermones.
Preguntémonos si, en los lugares en los que vivimos, nosotros, los discípulos de Jesús, nos comportamos así: ¿Aliviamos las tensiones, apagamos los conflictos? ¿Tenemos una mala relación con alguien, estamos siempre preparados para reaccionar, para estallar, o sabemos responder con la no violencia, sabemos responder con gestos y palabras de paz? ¿Cómo reacciono yo? Que cada uno se pregunte.
Tras esta invitación al discernimiento, el Pontífice reconoció que, ciertamente, esta mansedumbre “no es fácil”. De hecho, constató cuán difícil es “desactivar los conflictos”. Pero es precisamente aquí que, según el Sucesor de Pedro, “viene en nuestra ayuda la segunda frase de Jesús: Les doy mi paz”.
Jesús sabe que nosotros solos no somos capaces de custodiar la paz, que necesitamos una ayuda, un don. La paz, que es nuestro compromiso, es ante todo don de Dios. En efecto, Jesús dice: «Les doy mi paz, pero no como la da el mundo». ¿Qué es esta paz que el mundo no conoce y que el Señor nos dona? Es el Espíritu Santo, el mismo Espíritu de Jesús.
La fuerza de paz de Dios
Sucede que, tal como enseñó el Papa, el Espíritu Santo es “la presencia de Dios en nosotros, la ‘fuerza de paz’ de Dios”.
Es Él, el Espíritu Santo, quien desarma el corazón y lo llena de serenidad. Es Él, el Espíritu Santo, quien deshace las rigideces y apaga la tentación de agredir a los demás. Es Él, el Espíritu Santo, quien nos recuerda que junto a nosotros hay hermanos y hermanas, no obstáculos y adversarios. Es Él, el Espíritu Santo quien nos da la fuerza para perdonar, para recomenzar, para volver a partir. Y con Él, con el Espíritu Santo, nos transformamos en hombres y mujeres de paz.
Invoquemos al Espíritu Santo
Por todo ello, el Santo Padre Francisco reiteró que “ningún pecado, ningún fracaso, ningún rencor debe desanimarnos a la hora de pedir con insistencia el don del Espíritu Santo” puesto que “cuanto más sentimos que el corazón está agitado, cuanto más advertimos en nuestro interior nerviosismo, intolerancia, rabia, más debemos pedir al Señor el Espíritu de la paz”.
“Aprendamos a decir cada día: ‘Señor, dame tu paz, dame el Espíritu Santo’”, animó, exhortando a pedirlo también “para quienes viven junto a nosotros, para quienes encontramos todos los días y para los responsables de las naciones”.
Que la Virgen – concluyó- nos ayude a acoger al Espíritu Santo para ser constructores de paz.
Los pensamientos del Papa tras el Regina Coeli
Tras el rezo del Regina Coeli el Papa Francisco pidió un aplauso para Pauline Marie Jaricot, fundadora de la Obra de la Propagación de la Fe, cuya beatificación tendrá lugar esta tarde en Lyon. “Esta fiel laica, que vivió en la primera mitad del siglo XIX, fue una mujer valiente, atenta a los cambios de los tiempos con una visión universal de la misión de la Iglesia. Que su ejemplo suscite en todos el deseo de participar, con la oración y la caridad, en la difusión del Evangelio en el mundo”, dijo.
También recordó que hoy tiene inicio la Semana Laudato si’, para escuchar cada vez con más atención el grito de la Tierra, que nos impulsa a actuar juntos en el cuidado de nuestra casa común, y agradeció al Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral y a las numerosas organizaciones que adhieren, invitando a todos a participar.
Recordó también que el próximo martes se conmemora la Santísima Virgen María Auxiliadora, especialmente sentida por los católicos de China, que veneran a la Auxiliadora como su Patrona, y tras expresar que vive con atención y participación la vida y las vicisitudes de los fieles y pastores, a menudo complejas, aseguró que reza por ellos cada día. “Los invito a unirse a mí en esta oración, para que la Iglesia en China, en libertad y tranquilidad, pueda vivir en comunión efectiva con la Iglesia universal y ejercer su misión de anunciar el Evangelio a todos, ofreciendo así también una contribución positiva al progreso espiritual y material de la sociedad”, añadió.
Por último, en el saludar a quienes en Roma participaron del acto “Escojamos la vida”, les agradeció por su compromiso en favor de la vida de la objeción de conciencia, cuyo ejercicio, observó, se intenta a menudo «limitar». “Por desgracia, en los últimos años se ha producido un cambio en la mentalidad común y hoy nos inclinamos cada vez más a pensar que la vida es un bien a nuestra total disposición, que podemos elegir manipular, hacer nacer o morir a nuestro antojo, como resultado exclusivo de una elección individual. Recordemos que la vida es un don de Dios”, lamentó el Santo Padre, que reiteró que la vida “siempre es sagrada e inviolable”, y que “no podemos silenciar la voz de la conciencia”.
El Ser humano: Cuerpo, alma y espíritu
Unidad integral de cuerpo, alma y espíritu en la que lo que sucede con cada una de las dimensiones repercute en las otras
Al aproximarnos al ser humano para responder a su propia identidad no podemos sino mirarlo como una unidad: cuerpo, alma y espíritu. La persona humana es, «por su propia naturaleza, una unidad bio-psico-espiritual. Existe por lo tanto una íntima relación entre lo exterior y lo interior, de manera que lo exterior repercute en lo interior, y viceversa»(1).
La palabra “unidad” nos hace entender que el ser humano no es un compuesto, una suma de partes o elementos. No son tres naturalezas. Son tres dimensiones de una misma persona. Para comprender mejor esta unidad trial propia del ser humano, recordemos las palabras de San Pablo: «Que Él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma, y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo» (1Tes 5,23).
El hombre es, por su propia naturaleza, una unidad bio-psico-espiritual. Unidad integral de cuerpo, alma y espíritu en la que lo que sucede con cada una de las dimensiones repercute en las otras.
El hombre es un ser corporal; ésta es una realidad que se constata inmediatamente. Nuestro cuerpo tiene requerimientos físicos, necesidades vinculadas a esta dimensión, que no pueden ser desatendidas: respiración, alimento, bebida, abrigo y otras necesidades vinculadas al bienestar. La persona además de necesitar lo básico para sobrevivir requiere que su organismo mismo se desarrolle y viva en un ambiente adecuado para su expansión adecuada.
Es claro que lo biológico no explica todo lo que somos. Si seguimos avanzando en nuestra propia experiencia como personas, advertimos que nuestra relación con el mundo trasciende este nivel: así llegamos a descubrir que poseemos una dimensión psicológica. Esta dimensión tiene también sus propios requerimientos o necesidades, que el hombre experimenta como necesidades intelectuales (de saber, comprender, abarcar la realidad, etc.) y necesidades afectivas.
En ese sentido, podemos decir que en la dimensión del alma, o psico-afectiva, el hombre experimenta también una serie de necesidades que deben ser saciadas y que preceden en orden de dignidad a las necesidades físicas.
Ninguna de estas dos dimensiones agota la realidad del ser humano, sino que descubrimos algo más profundo e íntimo. Dicha realidad es la espiritual, que permanece como referencia continua de mi vida. Ésta dimensión se expresa como huella de Dios en el ser humano, lo que se llama mismidad, que consiste en el núcleo mismo del hombre. En dicha dimensión se encuentra la conciencia y la libertad humana, así como la apertura al encuentro, la capacidad de relacionarse con Dios, y la apertura al sentido de la existencia.
Un gran problema en la actualidad es el reduccionismo; esto significa que al tratar de entendernos a nosotros mismos tendemos a tomar una parte de lo que vemos y convertirla en la explicación global. De manera que podemos decir que el hombre no es solamente sus sentimientos o emociones, como tampoco es solamente su cuerpo, o sus roles o personajes, o pensamientos. El ser humano es unidad y la dimensión espiritual es la más importante, pero no anula a las demás áreas sino que debe haber una jerarquía, de manera que sea lo espiritual lo que dirija y nutra la realidad corporal y psicológica. Quien pretenda la realización humana sólo saciando las necesidades físicas o buscando el equilibrio psicológico sin la vida espiritual, permanecerá frustrado, incluso en el ámbito físico y psicológico.
Hoy en día el hombre contemporáneo es invitado a plenificar su existencia como unidad: cuerpo, alma y espíritu. Se trata de vivir el señorío de sí mismo, trabajando porque sus tres dimensiones apunten armónicamente a la santidad en la vida cotidiana.
Flor del 22 de mayo: María esperando el Espíritu Santo
Meditación: Reunida en Jerusalén, María aguardaba junto a los apóstoles la venida del Espíritu Santo, y lo hacia orando. Ella, que tenía en sí la plenitud de todos los Dones, se refugió en el apostolado, en piadoso retiro para unir su oración a la de los apóstoles. “A cada cual ha dado Dios cargo de su prójimo” dice el apóstol. La oración y el amor nos señalan a Dios como signo de vida interior y santificación, darse por los demás y orar, por los vimos y muertos, por los justos y pecadores, por los conocidos y los que nunca hemos visto, por los que te quieren bien y te quieren mal. ¡Ora y a Dios escucharás!.
Oración: ¡Oh María, la que en Dios siempre confía, oh María, Reina mía!, alcánzame el don de la piedad y enséñame a todo dar, para así con Dios hablar. Amén.
Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).
Florecilla para este día: Borrar el propio ego, vaciarse interiormente y preparar nuestra alma para que sea un refugio en el que pueda anidar el Espíritu Santo.
Francisco invita a los fieles a buscar la paz viéndola como «un don de Dios» y rezando por ella
Francisco transmitió este domingo a los fieles durante el rezo del Regina Caeli algunos consejos para ser hombres de paz y llevarla a su día a día, familias, empleos y paises.
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Como cada domingo, el Papa Francisco ha comparecido ante miles de fieles desde la ventana del Palacio Apostólico ante la Plaza de San Pedro para el rezo del Regina Caeli y la reflexión sobre el Evangelio del día. Hoy ha meditado sobre la última cena y cómo en esta difícil ocasión, Jesús también fue un ejemplo de paz y mansedumbre.
En primer lugar, Francisco llamó la atención sobre cómo «en un momento que no es precisamente sereno», Jesís se despidió de los apóstoles con afecto y serenidad. «Sabe [que casi todos lo abandonarán], y con todo no reprocha, no usa palabras severas, no pronuncia discursos duros. En vez de mostrar agitación, permanece afable hasta el final», explicó.
Tras lo sucedido, resaltó cómo Jesús también mantuvo su actitud ejemplar pese a que experimenta miedo y dolor: «No deja espacio al resentimiento y la protesta. No se deja llevar por la amargura, no se desahoga, no se muestra incapaz de soportar… Está en paz, una paz que proviene de su corazón manso», de donde surge «la paz que Jesús nos deja: no se puede dejar la paz si uno no la tiene».
¿Cómo se traslada el ejemplo de mansedumbre del Señor en los fieles? Explica Francisco que «nos quiere mansos, abiertos, disponibles para escuchar, capaces de aplacar las disputas y tejer concordia: esto es dar testimonio de Jesús y vale más que mil palabras y que muchos sermones».
También lanzó a pregunta a los miles de fieles que escuchaban sobre si en el día a día «aliviamos las tensiones y apagamos los conflictos» o «estamos siempre preparados para reaccionas y estallar».
Ser manso «no es fácil»: hay que empezar viéndolo «como un regalo»
A lo largo de la meditación, el Santo Padre afirmó que practicar la mansedumbre de la que habla Jesús «no es fácil». «Nosotros solos no somos capaces de custodiar la paz, necesitamos una ayuda», explicó: esta no es otra que contemplar la paz como un «don de Dios», como «la misma presencia de Dios en nosotros».
«Es Él, el Espíritu Santo, quien desarma el corazón y lo llena de serenidad. Es Él, el Espíritu Santo, quien deshace las rigideces y apaga la tentación de agredir a los demás. Es Él, el Espíritu Santo, quien nos recuerda que junto a nosotros hay hermanos y hermanas, no obstáculos y adversarios, y con Él, nos transformamos en hombres y mujeres de paz«, menciona.
Francisco concluyó su alocución animando a los asistentes a convencerse de que «ningún pecado o fracaso» debe desanimarlos ante las súplicas y oraciones por el don del Espíritu Santo.
«Cuando más sentimos que el corazón está agitado, cuanto más advertimos en nuestro interior nerviosismo, intolerancia, rabia… más debemos pedir al Señor el Espíritu de la paz», concluyo.
Tras la reflexión y el rezo del Regina Caeli, Francisco mencionó la beatificación de la fundadora de la Obra de la Propagación de la Fe para el sostenimiento de las misiones, Pauline Marie Jaricot.
En el evento, que tendrá lugar la tarde de este domingo en Lyon (Francia), Francisco alentó a todos los asistentes a seguir el ejemplo de la próxima santa para «participar, con la oración y la caridad, en la difusión del Evangelio en el mundo». Una multitud de fieles de España, Portugal, Francia, Bélgica, Polonia y Puerto Rico y sacerdotes de Ecuador acudieron este domingo a escuchar al Papa personalmente, que les transmitió sus saludos tras el rezo del Regina Caeli.
Implorando al Auxilio de los Cristianos en China
También recordó las «vicisitudes» y la «compleja» situación de la Iglesia en China, por lo que invitó a los fieles a celebrar especialmente la festividad de la Santísima Virgen Auxilio de los Cristianos. Una advocación «especialmente querida» por ellos que «veneran a la Auxiliadora como su patrona en el Santuario de Sheshan (Shanghai)».
«Que la Iglesia en China, en libertad y tranquilidad, pueda vivir en comunión efectiva con la Iglesia universal y ejercitar su misión de anuncio del Evangelio a todos, ofreciendo así también una contribución positiva al progreso espiritual y material de la sociedad», rezó.
También tuvo unas palabras de aliento dedicadas a los organizadores y participantes del evento celebrado en Roma «Elijamos vida«.
«Hoy en día nos inclinamos cada vez más a pensar que la vida es un bien a nuestra total disposición, que podemos elegir manipular, hacer nacer o morir a nuestro gusto, como resultado exclusivo de una elección individual. ¡Recordemos que la vida es un don de Dios! Siempre es sagrada e inviolable», concluyó.