En el Evangelio de hoy, Jesús resucitado aparece ante los once discípulos. No aparece como un alma platónica, un fantasma o una alucinación. Sino que puede ser tocado y visto, tiene carne y huesos y puede consumir pescado horneado. Contra todas las expectativas, un hombre que había muerto ha regresado de la muerte de modo corporal y objetivamente, por el poder de Dios. 

Aun insistiendo en la corporalidad y objetividad, no debemos ir al extremo opuesto. Realmente era Jesús, el crucificado, quien había vuelto de entre los muertos. Pero no regresó simplemente resucitado de los confines del espacio y el tiempo ordinario. En una palabra, no era como Lázaro, la hija de Jairo o el hijo de la viuda de Naim, todas personas que habían sido resucitadas solo para morir de nuevo. 

En cambio, el cuerpo de Jesús se transforma y transfigura, independientemente de las restricciones del espacio y el tiempo; es, en el lenguaje de Pablo, un cuerpo “espiritual”. Y el punto es este: ha triunfado sobre la muerte y todo lo que pertenece a la muerte. Su cuerpo resucitado es un anticipo y promesa de lo que Dios quiere para todos nosotros.

Inevitablemente surgirán todo tipo de tormentas: caos, corrupción, estupidez, peligro, persecución. Pero Jesús viene caminando sobre el mar. Esto tiene como propósito afirmar su divinidad pues, así como el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas al principio de los tiempos, así Jesús se cierne sobre ellas ahora.

Ahora, en el Cenáculo, Cristo resucitado se presenta en medio del grupo de discípulos y los saluda: «¡La paz con vosotros!» (v. 36). Pero estaban asustados y creían «ver un espíritu», así dice el Evangelio (v. 37). Entonces Jesús les muestra las llagas de su cuerpo y dice: «Mirad mis manos y mis pies —las llagas—; soy yo mismo. Palpadme» (v. 39). Y para convencerlos, les pide comida y la come ante su mirada atónita (cf. vv. 41-42). Hay un detalle aquí en esta descripción. El Evangelio dice que los apóstoles “por la gran alegría no acababan de creerlo”. Tal era la alegría que tenían que no podían creer que fuera verdad. Y un segundo detalle: estaban atónitos, asombrados, asombrados porque el encuentro con Dios siempre te lleva al asombro: va más allá del entusiasmo, más allá de la alegría, es otra experiencia. Y estos estaban alegres, pero una alegría que les hacía pensar: pero no, ¡esto no puede ser verdad! …. Es el asombro de la presencia de Dios. No olvidéis esto estado de ánimo, que es tan hermoso. (Regina Caeli, 18 de abril de 2021)


Del Evangelio de San Juan, una de las grandes apariciones de la Resurrección. Y esta semana, en el tercer domingo de Pascua, tenemos un gran pasaje del magnífico capítulo veinticuatro de Lucas. Aquel que incluye el relato del camino a Emaús. Se lo ha llamado la obra maestra dentro de la obra maestra. El capítulo 24 es incomparablemente rico. Y la historia para hoy comienza con los dos discípulos, que han encontrado al Señor y lo descubren al partir el pan, ahora han emprendido el regreso a Jerusalén, y encuentran a los once, y les cuentan esta gran noticia. Y luego, escuchen: “Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ‘La paz esté con ustedes’”. Vimos esto la semana pasada, ¿cierto? El Cristo resucitado se aparece siempre a su manera. En sus términos. Tenemos que evitar la tentación de Tomás: “A menos que vea, a menos que verifique, a menos que las cosas sucedan en mis términos”. Bueno, esa no es la actitud correcta de la fe. Eso es intentar manipular la experiencia. No, no. El Cristo resucitado siempre llega como una gracia en sus términos. “Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo: ‘… ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona’”. Está de nuevo el tema que vimos la semana anterior. Jesús dice, “Shalom”. Pero también muestra sus heridas. No olviden lo que ha hecho el pecado del mundo.

No se olviden la resistencia a Cristo. Pero esa resistencia es superada por una shalom del Señor aún más grande. Escuchen ahora como lo acentúa: “Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo”. Ahora, lo que quiero hacer es hacer una pausa aquí porque tal como mencioné la semana pasada cuando hablé de la Resurrección, estamos refiriéndonos al tema central de la fe Cristiana, el quicio sobre el que gira toda el Cristianismo. Por lo tanto comprender de lo que estamos hablando aquí es excepcionalmente importante. Regresemos a ese tiempo y lugar. Regresemos al Mediterráneo oriental, siglo primero. Había un montón de perspectivas dando vueltas sobre lo que nos sucede cuando morimos. Permanezcamos primero en un contexto judío. Existen muchísimos textos en el Antiguo Testamento, y esto se convirtió en la perspectiva estándar para muchos judíos, que cuando morimos, morimos. Simplemente regresamos al polvo de la tierra. Polvo eres y en polvo te convertirás. Piensen en el salmista, que dice, “Señor, ¿Acaso el polvo te alabará?”. Está diciendo, “Mira, mantenme vivo. Ahora que estoy vivo puedo alabarte, pero una vez que muera, regresaré al polvo”. En esta perspectiva está esta vida y listo. Eso es todo lo que hay. Morimos y morimos como cualquier otro animal. Otra perspectiva dentro del contexto judío, pueden verla mucho en los textos del Antiguo Testamento, es que el muerto va a un lugar sombrío llamado Sheol.

Nadie quiere ir al Sheol. Nadie ansía por él. No es un lugar de plenitud y paz. Es una especie de vida media sombría. Un poco aquí, si miran las historias y mitos griegos, lean la “Ilíada” y la “Odisea”. Cuando los grandes héroes realizan su obra aquí en la tierra, bueno, eso es cuando están bajo la luz brillante del sol y la gente puede ver lo que hacen y los puede elogiar. Cuando mueren, van a un sitio similar que es una especie de sombrío inframundo. Siguen estando por allí, pero no están en la brillante luz de la fama. No están viviendo la vida en su sentido pleno. Esa idea entonces estaba dando vueltas en la época de Jesús. Una tercera perspectiva, pueden verla por ejemplo en los Fariseos. Los saduceos decían, “No, no, cuando mueres, ya está. Simplemente vuelves al suelo y eso es todo”. Pero los Fariseos decían, “No, no, creemos en la resurrección de los justos al final de los tiempos”. La idea aquí es que la gente muere y luego eventualmente, al final de la era, al final de los tiempos, los muertos justos regresarán a la vida. Esa visión también era considerada en tiempos de Jesús. Y luego ampliemos el prisma. Miren al mundo griego y al romano. Al leer los textos de Platón encuentran una visión que, me resulta interesante, es muy común todavía hoy. De hecho, pienso que incluso muchos Cristianos, si raspan la superficie de su creencia, aparecerá alguna idea del tipo griego. Que es esta: el alma, el espíritu, está como enterrada en el cuerpo. Platón dice que está prisionera. Y el objetivo final de la vida filosófica y la vida espiritual es efectuar una especie de escape de prisión. El alma puede escapar al fin de las restricciones del cuerpo y luego puede vivir en este reino puramente espiritual. Tal como digo, pienso que mucha gente que incluso cree en la Biblia piensa en el cielo de esa manera, que de algún modo he dejado el cuerpo detrás y ahora mi alma continúa.

Pueden ver eso en la mitología romana, e incluso en la vida pública romana, existía una visión en que algunos grandes héroes, como los generales y los emperadores, luego de morir, subirían al reino celestial, vivirían con los dioses del monte Olimpo. Existe una historia famosa del Emperador Vespasiano, que en su lecho de agonía siente que viene la muerte. Y le dice a una de las personas, “Bueno, pienso que me estoy convirtiendo en un dios”. Esa era entonces la perspectiva romana, similar a la griega, que luego de la muerte, el alma escapa del cuerpo. Ahora, esto es lo interesante, y quiero que escuchen atentamente porque esta es una idea clave. Si Cristo no resucitó, todavía permanecemos en nuestro pecado. Si Cristo no resucitó, somos las personas más despreciables. Esta es por tanto la idea clave del Cristianismo. Noten, por favor, que ninguna de estas cosas que he estado describiendo se muestra aquí. Así que claramente no decimos que Jesús murió y luego simplemente regresó al polvo de la tierra. No, claramente no.

Están hablando de Jesús resucitado de la muerte. No están hablando para nada del Sheol. No están diciendo “Oh, sí, Jesús murió y fue al Sheol. Y tal vez su fantasma regresó del Sheol”. Recuerden aquella historia, está en 2 Samuel, sobre la bruja de Endor que llamó al fantasma del profeta Samuel, lo llamó del Sheol. Esta es la razón exacta por la cual en la historia piensan que estaban viendo un fantasma. Están actuando bajo esa perspectiva, como si “Oh, tal vez este es un fantasma que ascendió del Sheol”. Pero eso no es lo que se describe. Ni tampoco hablamos de “Oh, sí, cuando todos los muertos justos vuelvan a la vida al final de los tiempos”. Este no es el final de los tiempos, esto es en la mitad del tiempo. Esto les sucedió alrededor del año 30 DC. Sucedió en este lugar identificable. Claramente no se refieren al alma de Jesús escapando de su cuerpo y elevándose al cielo. No hablan de que Jesús se convirtiera en un dios como Vespasiano, el emperador romano. ¿Ven el punto? No se ofrece aquí ninguna de las formas de comprensión típicas de la vida después de la muerte. ¿Qué están diciendo? Este Jesús, que ellos conocían, este Cristo particular, a quien vieron crucificado –y como saben, existe esta vieja teoría que se remonta al siglo XIX de que tal vez no murió realmente en la cruz, solo se desvaneció. ¡Por favor! Los romanos eran expertos en ejecutar personas. Y este no es alguien que aparece tambaleante ante ellos apenas vivo.

No, no. Este Jesús que vieron crucificado se les aparece vivo. ¿Un fantasma del Sheol? No. Él lo dice. ¿Acaso un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo? “‘Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos’. Y les mostró las manos y los pies”. No estamos hablando de cierta presencia fantasmagórica o allí arriba en algún lugar del cielo. No, no. Este es el Jesús que ellos conocían. Y luego adoro este detalle porque es gracioso. “Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría”, una frase hermosa, ¿cierto? Estaban tan alegres que apenas podían creerlo. Y les dice, “¿Tienen aquí algo de comer?”. Para destacar el hecho. Y luego le dieron, escuchamos, un trozo de pescado asado y se puso a comer delante de ellos. Recuerdan esa frase de los Hechos de los Apóstoles, cuando San Pedro dice, “nosotros, que hemos comido y bebido con él después de que resucitó de entre los muertos”. Esa frase siempre me conmueve por que es tan visceral, es tan real. Nosotros que nos sentamos y comimos y bebimos con él. Este es alguien que aparece vivo nuevamente en su cuerpo. Les advierto, ¿igual que cualquier otro? Bueno, claramente no. Porque mientras estaban hablando entre ellos, Jesús aparece de repente en medio de ellos. En el camino a Emaús, allí está con ellos, y luego él desaparece. ¿Hay algo extraño y evasivo en esta aparición? Sí. Qué fascinante, también, que muy a menudo en estos relatos, no están seguros que es Jesús. ¿Lo recuerdan? Y piensan que a menos que esto les haya sucedido realmente, habrían borrado eso de su relato. No habrían hablado sobre eso. Pienso que ese es un recuerdo muy vívido el que se haya transfigurado.

Incluso cuando se les aparece realmente en su cuerpo, todavía está tan transfigurado que les llevó un rato comprender. Piensen en la historia de la Transfiguración. Es Jesús, sí, el Jesús que ellos conocían, pero ahora metamorfoseado, ahora elevado, ahora convirtiéndose deslumbrantemente blanco. Está en el horizonte de sucesos, si pudiera expresarlo así. Está en el horizonte de sucesos entre este mundo y el mundo por venir. Y esto nos da, creo, un sentido sagaz de lo que es nuestra esperanza. La esperanza Cristiana no es, “Ey, vivo en este mundo y eso es todo lo que tengo”. No, no, no, no, no. Anhelamos por este cumplimiento en el cielo. La esperanza Cristiana no es “Desciendo a sombrío Sheol”. No, no. Que llegó a la plenitud de una vida transfigurada, sí, en mi cuerpo, pero ahora elevado y representado luminoso y perfecto. No escapando del cuerpo y ascendiendo a cierto reino espiritual. No. Esperamos, acaso no lo decimos, la resurrección de la muerte, esperamos la resurrección del cuerpo. Es el vocabulario de nuestro credo. No el escape del alma del cuerpo. No, la elevación y transfiguración del cuerpo. Piensen en esto. Regresen al comienzo de la Biblia, y tenemos a Dios creando todo el orden material con toda su belleza y su complejidad diversa. ¿Piensan que Dios solo quiere que todo esto simplemente se esfume? ¿Ha realizado todo eso y no vale nada? ¿La idea es escapar de todo eso? No, no. “Estoy creando un nuevo cielo y una nueva tierra”. Dios quiere renovar toda la creación. Quiere renovar e orden material. Todo esto implícito y contenido en esta idea de la resurrección. San Pablo habla del cuerpo espiritual. Esa es su forma de expresar simbólicamente esta realidad paradojal. Pablo, les recuerdo, que lo vio, Pablo, que era enemigo de la fe, persiguiéndola y luego toda su vida cambió porque se encontró con él. Lo encontró en el camino a Damasco. De esto estamos hablando, de este Jesús, en su cuerpo, dando testimonio de sus heridas, comiendo y bebiendo frente a ellos, y transfigurado y elevado a un estadío más elevado. Esto es lo que celebramos durante este tiempo de Pascua. Saben, cerraré con esto. Pienso que una manera de movernos espiritualmente a través del tiempo de Pascua es cultivar su capacidad de sorpresa. Lo que Dios tiene preparado para nosotros, no es nada, no es regresar al polvo de la tierra. No es el alma que deja atrás el cuerpo. No, no. “Ni ojo vio, ni oído oyó lo que Dios tiene preparado para aquellos que lo aman”. Cultiven su capacidad de sorprenderse. Cultiven su capacidad de imaginar un cuerpo espiritual. Eso está en el corazón de la esperanza Cristiana. Eso está en el corazón de nuestro tiempo de Pascua. Y Dios los bendiga.