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LUCAS 24, 1-12

 

Queridos Amigos, ¡qué maravillosas son las lecturas de Pascua! Tan llenas de profundidad teológica, tan ricas espiritualmente, tan marcadas por la alegría.

A la luz de la Resurrección, sabemos que la intención más profunda de Dios para con nosotros es la vida, y una vida al máximo. Él no quiere que la muerte tenga la última palabra; Él quiere la renovación de los cielos y la tierra.

Por ello, debemos dejar de vivir en un espacio intelectual y espiritual de muerte. Tenemos que dejar de vivir intelectualmente en un mundo dominado por la muerte y el miedo a ella. Tenemos que ajustar nuestra actitud y así responder adecuadamente a lo que Dios realmente pretende de nosotros y del mundo.

Aunque rara vez lo admitimos, vivimos atormentados por la muerte. El miedo a ella se cierne sobre nosotros como una nube y condiciona nuestros pensamientos y acciones. ¿Y si realmente, en el fondo, creyéramos que la muerte no tiene la última palabra? ¿Viviríamos con tal temor, en ese espacio espiritual tan estrecho? ¿O veríamos que la protección de nuestro ego no debería ser la preocupación número uno de nuestra existencia?

“La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz” (CIC, 638).

Esta es una de las pocas noches que los cristianos se reúnen para velar y adelantar la mañana.

 

Fue otra noche similar a la nuestra, siglos atrás: mientras los discípulos, las mujeres y quienes habían seguido al Nazareno hasta el muro desconcertante de la cruz eran incapaces de conciliar el sueño, Dios abrazaba a su Hijo en las entrañas de la tierra. Reconocía y justificaba lo que había predicado, curado y enseñado. Y proclamaba, desde el silencio del sepulcro, el poder de su existencia y su palabra, resucitándolo y llamándolo a una vida pascual, preludio de la que espera a quienes se incorporan a Él por el seguimiento bautismal.

Es de noche también en este mundo nuestro.

Nos asusta el poder de la guerra y su fuerza destructora. Enmudecemos ante el poder de la violencia humana, manifestada en formas tan amplias. Nos abruma la enfermedad, el dolor y la muerte de los nuestros, en esta pandemia que a todos nos ha dejado heridos. ¡Demasiados sepulcros que velar en esta madrugada!

En la noche Dios trabaja. Nunca sabremos cómo lo hace. Construye, en el Misterio de su Hijo, un amanecer de vida y esperanza para esta humanidad, una promesa de futuro mejor para cada uno de sus hijos e hijas. En esta noche, ¡en todas las noches!, Dios sigue empujando la vida.

Hermanos y hermanas queridos que compartan la alegría de esta noche santa:

Acabamos de escuchar en el evangelio el anuncio de que ha cambiado la historia humana y ha abierto para todos un horizonte fundamental de esperanza: Jesús de Nazaret, el crucificado, ha resucitado. Es la buena nueva que llena de alegría esta noche y toda la vida de los cristianos. Incluso en este tiempo de pandemia, porque nos dice que la vida tiene sentido, que el dolor y la muerte no tienen el dominio último de la existencia humana porque Jesucristo resucitado nos abre de par en par las puertas de la vida inmortal.

 

Tal y como hemos oído, las primeras en recibir el anuncio de la resurrección son las tres mujeres que el domingo por la mañana fueron al sepulcro llevando especies aromáticas para acabar de ungir el cuerpo de Jesús. Están preocupadas por cómo lo harán para hacer rodar la gran piedra redonda que cerraba el sepulcro. Pero al llegar, constatan con estupor que la piedra ha sido removida y que el cuerpo de Jesús no está en el sepulcro. Hay un joven –según el evangelista Marco- que les dice que no tengan miedo, que Jesús de Nazaret no está allí, que ha resucitado. Además, les encarga que vayan a anunciarlo a Pedro ya los demás discípulos y les digan que vayan a Galilea y allí verán a Jesús.

Pero la reacción de las mujeres no es de gozo. Asustadas y llenas de miedo, huyen del sepulcro sin comunicar el mensaje ni decir nada a nadie. A nosotros nos sorprende esta reacción y nos parece que deberían haber salido corriendo a anunciar la Buena Nueva. Sin embargo, no lo hacen. Quizás las frena el estupor sagrado de estar tan cerca de un hecho que manifiesta el misterio de Dios y su intervención en la resurrección de Jesús. Pero, además, les cuesta entender y aceptar la novedad del anuncio que les han hecho. Les cuesta comprender el misterio de la vida que brota de la muerte. Tienen miedo ante lo que les es radicalmente desconocido. Y, sin embargo, el mensaje que han recibido será el núcleo central de la fe cristina.

Por suerte su fuga y su silencio fueron pasajeros y el anuncio se fue extendiendo. Y lo fue repitiendo la Iglesia antigua: Jesús de Nazaret, el crucificado, ha resucitado, subrayando siempre la identidad de quien fue clavado en la cruz y de lo que va resucitado. Todavía hoy el pueblo cristiano anuncia en todo el mundo que Jesús de Nazaret vive y es vencedor del mal, del pecado y de la muerte. Su resurrección nos ofrece una nueva visión del ser humano, del sufrimiento, de la muerte, de la historia, del mundo.

 

 

El evangelio de esta noche santa nos invita a no quedarnos mirando al sepulcro vacío, donde Jesús no está. Por el contrario, nos invita a ir a Galilea que es donde se encuentra el Resucitado. No en la Galilea geográfica de paisajes entrañables a la que fueron convocados apóstoles, según hemos oído, sino en la Galilea espiritual. Porque la Galilea geográfica, donde Jesús anunció por primera vez el Reino de Dios, es un símbolo de la Galilea espiritual. El evangelio de esta noche nos dice de ir al lugar en el que resuena constantemente el anuncio del Evangelio, donde podemos vivir la intimidad con Jesús escuchando su voz y dialogando con él en la oración. En la Galilea espiritual se nos dice hacer obra de justicia y de misericordia, se nos invita a abnegarnos siguiendo el modelo de Jesús hasta tomar la propia cruz para seguir construyéndolo cada día el Reino hasta el momento que seremos llamados a participar de su gloria pascual. Él, resucitado, el Viviente, nos va delante abriéndonos el camino y nos hace participar de su misión.

 

De las fuentes del Salvador con una expresión que nos remite al lado abierto de Jesús en la cruz de donde brotó sangre y agua; se nos ha hablado, todavía, del agua pura que Dios vierte sobre su pueblo para purificarlo de toda mácula y sacarle el corazón de piedra para darle uno de carne. Y finalmente, se nos ha hablado del agua bautismal que nos ha sumergido en la muerte de Cristo -como decía san Pablo- para que nosotros emprendamos una vida nueva viviendo ya en él hasta el momento de nuestra participación eterna en la resurrección de Jesucristo. Pascua, por tanto, es también la fiesta gozosa de nuestra incorporación a la vida nueva que Cristo resucitado nos comunica. Es la fiesta del inicio del intercambio de vida entre él y cada uno de nosotros. Y por eso es la fiesta de nuestra filiación divina.

La solemnidad de Pascua, pues, no nos trae sólo el gozo de la resurrección de Jesús, el Señor. Nos hace compartir, también, la vida nueva que él nos comunica desde que por el bautismo fuimos incorporados sacramentalmente a su Pascua y, como dice el Apóstol, empezamos a resucitar junto con Cristo (Col 3, 1). Por eso a lo largo de la vigilia hemos ido encontrando muchas referencias al agua como alegoría del bautismo. Se nos ha hablado del agua que da vida, del agua que ahoga el mal y se convierte en paso hacia una realidad nueva y salvadora, del agua que sacia la sed del corazón y que por eso lo tenemos que delear como la cierva delea el agua del torrente; se nos ha hablado, también, del agua que brota de las fuentes del Salvador con una expresión que nos remite al lado abierto de Jesús en la cruz de donde brotó sangre y agua; se nos ha hablado, todavía, del agua pura que Dios vierte sobre su pueblo para purificarlo de toda mácula y sacarle el corazón de piedra para darle uno de carne.

 

Y finalmente, se nos ha hablado del agua bautismal que nos ha sumergido en la muerte de Cristo -como decía san Pablo- para que nosotros emprendamos una vida nueva viviendo ya en él hasta el momento de nuestra participación eterna en la resurrección de Jesucristo. Pascua, por tanto, es también la fiesta gozosa de nuestra incorporación a la vida nueva que Cristo resucitado nos comunica. Es la fiesta del inicio del intercambio de vida entre él y cada uno de nosotros. Y por eso es la fiesta de nuestra filiación divina. En el arco que se abre ante el trono de la Virgen María en el ábside de esta basílica, a mi lado derecho, hay un mosaico representando precisamente el momento de la vigilia de esta noche santa en el que – cuando hay bautismos- se introduce el cirio pascual en la fuente bautismal. Al lado hay una frase en latín, alusiva al bautismo, tomada del papa san León el Grande que compara la fecundidad del agua a la fecundidad de María; dice: “dedit aquae quod dedit Matri” (Sermón, 25, 5). Es decir, «el principio de fecundidad que Dios puso en el seno de la Virgen, le ha comunicado a la fuente bautismal».

Dios ha dado al agua bautismal lo que dio a la Madre. “El poder del Altísimo, la obra del Espíritu Santo, hizo que María engendrara al Salvador”, el Hijo de Dios hecho hombre, y al agua bautismal, también mediante el Espíritu Santo, le ha dado la capacidad de engendrar hijos e hijas de Dios (cf. ibid.). Por eso la Pascua de Jesucristo nos abre un acceso al Padre hecho de amor y confianza filiales y nos da la prenda de vivir para siempre en el Reino de Cristo. Ahora, cuando bendeciremos el agua para recordar nuestro bautismo y cuando renovaremos nuestras promesas bautismales, renovamos también nuestra adhesión a Cristo para vivir en la novedad de vida pascual y nuestra voluntad de ser dóciles en la acción del Espíritu Santo. Y hacemos el propósito de ir cada día espiritualmente a Galilea; es decir, a encontrarnos con Cristo resucitado, para vivir con él una vida de comunión en la filiación divina y en el servicio a los demás.

Esta celebración misma forma parte de nuestra Galilea espiritual. En la Eucaristía encontraremos a Jesucristo resucitado y nos nutrirá con el sacramento pascual de su Cuerpo y de su Sangre. Que Santa María, la Virgen María gozosa de la mañana de Pascua, nos ayude, con sus oraciones, a vivir como hijos e hijas de Dios, como hombres y mujeres nuevos que, para que hayamos hecho experiencia, podamos decir a los nuestros contemporáneos: No tenga miedo; Cristo, el Viviente, hace camino con la humanidad. Y, aunque sea por caminos tortuosos, encamina la historia hacia su plenitud de paz, de vida y de gozo.

 

 

Francia la celebra cada 18 de Febrero

Bernardita Soubirous, Santa

Virgen, 16 de abril

Vidente de Lourdes

 

Martirologio Romano: En Nevers, en Francia, santa María Bernarda Soubirous, virgen, la cual, nacida en Lourdes de una familia muy pobre, siendo aún niña asistió a las apariciones de la Inmaculada Santísima Virgen María y, después, abrazando la vida religiosa, llevó una vida escondida y humilde. († 1879).

También se la conoce como: Santa Bernardita De Lourdes.
También se la conoce como: Santa Bernardette.
También se la conoce como: Santa María Bernarda.

Etimológicamente: Bernarda = Aquella que es una guerrera, es de origen germánico.

Fecha de canonización: 8 de diciembre de 1933 por el Papa Pío XI.

Breve Biografía

El 11 de febrero, fiesta de la Santísima Virgen de Lourdes, nos recuerda las apariciones de la Virgen a una niña de 14 años que no sabía ni leer ni escribir, pero que rezaba todos los días el rosario, Bernardita Soubirous. Nació en Lourdes en 1844 de padres muy pobres. Por medio de ella la Virgen hizo surgir la prodigiosa fuente del milagro, a la cual acuden peregrinos de todo el mundo para reavivar su fe y su esperanza. Muchos regresan de Lourdes curados también en su cuerpo. La Virgen, durante la segunda aparición, le dijo: “No te prometo hacerte feliz en este mundo, pero sí en el otro”.

 

A pesar de haber sido dócil instrumento para extener la devoción a la Inmaculada, Bernardita no se contaminó con la gloria humana. El día que el obispo de Lourdes, ante 50.000 peregrinos, colocó la estatua de la Virgen sobre la roca de Massabielle, Bernardita tuvo que permanecer en su celda, víctima de un ataque de asma. Y cuando el dolor físico se hacía más insoportable, suspiraba: “No, no busco alivio, sino sólo la fuerza y la paciencia”. Su breve existencia transcurrió en la humilde aceptación del sufrimiento físico como generosa respuesta a la invitación de la Inmaculada para pagar con la penitencia el rescate de tantas almas que viven prisioneras del mal.

 

Mientras junto a la gruta de las apariciones se estaba construyendo un grande santuario para acoger a los numerosos peregrinos y enfermos en busca de alivio, Bernardita pareció desaparecer en la sombra. Pasó seis años en el instituto de Lourdes, de las Hermanas de la Caridad de Nevers, y en el que después fue admitida como novicia. Su entrada se demoró debido a su delicada salud. En la profesión tomó el nombre de Sor María Bernarda. Durante los quince años de vida conventual no conoció sino el privilegio del sufrimiento. Las mismas superioras la trataban con indiferencia, por un designio providencial que les impide a las almas elegidas la comprensión y a menudo hasta la benevolencia de las almas mediocres. Al principio fue enfermera dentro del convento, después sacristana, hasta cuando la enfermedad la obligó a permanecer en la cama, durante nueve años, siempre entre la vida y la muerte.

 

 

A quien la animaba le contestaba con la radiante sonrisa de los momentos de felicidad cuando estaba a la presencia de la blanca Señora de Lourdes: “María es tan bella que quienes la ven querrían morir para volver a verla”. Bernardita, la humilde pastorcita que pudo contemplar con sus propios ojos a la Virgen Inmaculada, murió el 16 de abril de 1879. Fue beatificada el 14 de junio de 1925 por el Papa Pío XI, y el mismo Papa la elevó al honor de los altares el 8 de diciembre de 1933.

 

 

¿Por qué buscan entre los muertos al que vive?

Santo Evangelio según san Lucas 24, 1-12. Vigilia Pascual

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, que me conozca a mí y que te conozca a ti, que no desee otra cosa sino a ti.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 24, 1-12

El primer día después del sábado, muy de mañana llegaron las mujeres al sepulcro, llevando los perfumes que habían preparado. Encontraron que la piedra ya había sido retirada del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.

 

Estando ellas todas desconcertadas por esto, se les presentaron dos varones con vestidos resplandecientes. Como ellas se llenaron de miedo e inclinaron el rostro a tierra, los varones les dijeron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí; ha resucitado. Recuerden que cuando estaba todavía en Galilea les dijo: ‘Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado y al tercer día resucite’ «. Y ellas recordaron sus palabras.

Cuando regresaron del sepulcro, las mujeres anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana, María (la madre de Santiago) y las demás que estaban con ellas.

Pero todas estas palabras les parecían desvaríos y no los creían.

Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se asomó, pero sólo vio los lienzos y se regresó a su casa, asombrado por lo sucedido.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

El día de ayer contemplamos la pasión y muerte de nuestro Señor, y dejamos su cuerpo en el sepulcro. El día de hoy nos detenemos a contemplar: Jesús, Dios mismo, ha muerto. No, no fue mera apariencia, realmente Cristo entregó su vida para que nosotros pudiéramos salvar la nuestra. «No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos».

Pero si Dios que nos prometió la felicidad ha muerto, ¿qué sentido tiene vivir? Si este es el final de la historia no vale la pena seguir adelante, ya que por más que intentemos llenarnos de cosas terminaremos siempre vacíos.

 

 

Afortunadamente sabemos que éste no es el final y por eso es un día de esperanza, pues como prometió, al tercer día resucitará y, esta vez, se quedará para siempre con nosotros.

«Queridos hermanos y hermanas: También a nosotros, como a las mujeres que acudieron al sepulcro, van dirigidas estas palabras: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado”. La muerte, la soledad y el miedo ya no son la última palabra. Hay una palabra que va más allá y que solo Dios puede pronunciar: es la palabra de la Resurrección. Ella, con la fuerza del amor de Dios, “ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos”. ¡Feliz Pascua a todos!». (S.S. Francisco, Mensaje urbi et orbi, 1 de abril de 2018).

 

 

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Participaré en la vigilia pascual, preferentemente con mi familia.

 

 

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

 

 

Sábado Santo

“Stabat Mater” Vigilar en silencio.

“Stabat Mater”
Vigilar en silencio.

 

 

Hoy, único día en el año, en que la Iglesia no ofrece ninguna celebración litúrgica. Nos deja en una vigilia de espera, de oración y contemplación como preparación para celebrar en toda su plenitud la Noche de la Pascua, la noche de la Resurrección de Jesús. Quizás estemos perdiendo esta oportunidad y hemos convertido, aún en los espacios cristianos, este día en un día de esparcimiento y diversión. Pero, al igual que en el duelo de nuestros seres queridos, éste es el día para traer a la memoria, en el silencio y en la intimidad, toda la vida de amor de Jesús y recordar los espacios compartidos con nosotros.

 

Dejar que cada una de las palabras, sobre todo aquellas más significativas para nosotros, se prendan en el corazón. Repasar una y otra vez cada encuentro que hemos vivido con Jesús. Y digo que “hemos vivido”, porque no se puede reducir a una historia del pasado, sino se tiene que hacer de todo el camino recorrido por Jesús, un memorial presente para cada uno de nosotros. María sería la compañera ideal para hacer este recorrido. Con ella podemos dialogar de cada uno de esos momentos transcendentales de Jesús y que también tienen un especial significado en nuestro camino. Aguardar la noche encendiendo la lámpara del silencio y de los recuerdos.

Como en los momentos de duelo, las palabras se tornan delicadas, medidas y sentidas. Parecería que todas las palabras resultan inútiles para expresar todo el sentimiento que anida en el interior. ¿Cómo hablarle a María? ¿Cómo decir con palabras que hemos matado la Palabra? Acerquémonos con María al sepulcro en un respetuoso silencio. Que no hablen nuestras palabras, sino nuestro silencio. Si no hemos sido capaces de llegar con María a la cima del Calvario para acompañar al Crucificado, seamos ahora humildes para acercarnos en silencio a hacerle compañía junto al sepulcro.

 

 

No tenemos nada que decir, sólo nuestro dolor, nuestra tristeza y nuestra espera. María, Madre del silencio y del dolor, queremos que aceptes solamente que podamos estar contigo en silencio y esperar contigo este segundo, maravilloso, nacimiento. Permite que tu silencio envuelva nuestros espíritus, anime nuestros corazones, encienda nuestros rostros asustadizos y apagados. Contigo queremos esperar, en silencio, la Nueva Vida.

 

 

Sábado Santo: Esta noche celebramos la Vigilia Pascual

Con la Vigilia Pascual que concluye con la Liturgia Eucarística y se acompaña a la Santísima Virgen María…

 

 

Hoy es Sábado Santo, día en que la Iglesia Católica medita la pasión y muerte del Señor, así como su descenso a los infiernos y su Resurrección.

En Sábado Santo se realiza la Vigilia Pascual que concluye con la Liturgia Eucarística y se acompaña a la Santísima Virgen María, que vela en soledad junto a la tumba de su amado Hijo.

Durante la Vigilia Pascual se realizan tres actos importantes que inician con la celebración del fuego en donde el sacerdote bendice el fuego y enciende el cirio pascual. En este acto se entona el Pregón Pascual que es un poema escrito cerca del año 300 que proclama que Jesús es el fuego nuevo.

Se da también la liturgia de la Palabra donde se leen siete lecturas, desde la Creación hasta la Resurrección. En este momento, la lectura del libro del Éxodo es la más importante, porque narra el paso de los israelitas por el Mar Rojo cuando ellos huían de las tropas egipcias y fueron salvados por Dios.

 

 

De la misma manera recuerda que Dios esta noche nos salva por su Hijo.

El tercer acto es cuando la Iglesia entera renueva sus promesas bautismales renunciando a Satanás a sus seducciones y a sus obras, se bendice la pila bautismal o un recipiente en representación, y se recita la letanía de los Santos que nos une en oración con la Iglesia militante y triunfante.

 

 

Sábado Santo

Jesús está sepultado. Es un día de reflexión y silencio.

 

 

La Vigilia Pascual

El sábado santo es un día de oración junto a la tumba esperando la resurrección. Es día de reflexión y silencio. Es la preparación para la celebración de la Vigilia Pascual

 

 

Por la noche se lleva a cabo la celebración de la Vigilia Pascual. Dicha celebración tiene tres partes importantes que terminan con la Liturgia Eucarística:

1. Celebración del fuego nuevo.
2. Liturgia de la Palabra.
3. Liturgia Bautismal.

Era costumbre, durante los primeros siglos de la Iglesia, bautizar por la noche del Sábado Santo, a los que querían ser cristianos. Ellos se preparaban durante los cuarenta días de Cuaresma y acompañados por sus padrinos, ese día se presentaban para recibir el Bautismo.

También, ese día los que hacían penitencia pública por sus faltas y pecados eran admitidos como miembros de la asamblea.

Actualmente, la Vigilia Pascual conserva ese sentido y nos permite renovar nuestras promesas bautismales y acercarnos a la Iglesia con un espíritu renovado.

a) Celebración del fuego nuevo:

Al iniciar la celebración, el sacerdote apaga todas las luces de la Iglesia, enciende un fuego nuevo y con el que prende el cirio pascual, que representa a Jesús. Sobre el cirio, marca el año y las letras griegas «Alfa» y «Omega», que significan que Jesús es el principio y el fin del tiempo y que este año le pertenece.

 

 

El sacerdote llevará a cabo la bendición del fuego. Luego de la procesión, en la que se van encendiendo las velas y las luces de la Iglesia, el sacerdote canta el Pregón Pascual.

El Pregón Pascual es un poema muy antiguo (escrito alrededor del año 300) que proclama a Jesús como el fuego nuevo.

b) Liturgia de la Palabra:

Después de la Celebración del fuego nuevo, se sigue con la lectura de la Palabra de Dios. Se acostumbra leer siete lecturas, empezando con la Creación hasta llegar a la Resurrección.

Una las lecturas más importantes es la del libro del Éxodo, en la que se relata el paso por el Mar Rojo, cómo Dios salvó a los israelitas de las tropas egipcias que los perseguían. Se recuerda que esta noche Dios nos salva por Jesús.

 

 

c) Liturgia Bautismal:

Suelen haber bautizos este día, pero aunque no los haya, se bendice la Pila bautismal o un recipiente que la represente y se recita la Letanía de los Santos. Esta letanía nos recuerda la comunión de intercesión que existe entre toda la familia de Dios. Las letanías nos permiten unirnos a la oración de toda la Iglesia en la tierra y la Iglesia triunfante, de los ángeles y santos del Cielo.

 

 

El agua bendita es el símbolo que nos recuerda nuestro Bautismo. Es un símbolo que nos recuerda que con el agua del bautismo pasamos a formar parte de la familia de Dios.

A todos los que ya estamos bautizados, esta liturgia nos invita a renovar nuestras promesas y compromisos bautismales: renunciar a Satanás, a sus seducciones y a sus obras. También, de confirmar nuestra entrega a Jesucristo.

Sugerencias para vivir la fiesta

Hay quienes acostumbran este día encender sus velas del bautismo y llevar un cirio pascual a la iglesia o agua bendita, para tener en sus hogares.

 

 

Notables fotos de santa Bernardita y su belleza milagrosa

Estas fotos revelan a una joven cautivadora, tanto en vida como después de la muerte

 

 

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Santa Bernadette, conocida como santa Bernardita, fue una humilde campesina que, en 1858, a la edad de 14 años, experimentó una visión milagrosa de la Virgen María en un lugar que pronto se convertiría en un destino de peregrinación inmensamente popular: Lourdes, Francia.
Durante las visiones, la Santa Madre reveló un milagroso manantial de agua que hoy continúa sanando a las personas en cuerpo y alma.

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La experiencia cambió a Bernadette para siempre. Más tarde buscó la reclusión de un convento para desviar cualquier atención especial que recibiera a causa de las visiones. Llevó una vida santa en la tierra y, después de la muerte, su cuerpo fue hallado milagrosamente incorrupto.

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Aquí hay varias fotografías excepcionales que revelan a una hermosa mujer joven, tanto en vida como después de la muerte.

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