Ezequiel 18:25-28 / Filipenses 2:1-11 / Mateo 21:28-32

Queridos hermanos y hermanas en la fe:

El conjunto de las lecturas bíblicas del domingo nos ponen frente al tema de la responsabilidad moral que tenemos los cristianos. Por un lado, el cristianismo es el heredero de la gran tradición del mundo griego antiguo: la vida virtuosa, la honradez, la justicia, la grandeza de espíritu. Pero Jesucristo nos muestra que seguirlo va mucho más allá de ese sustrato histórico, él mismo nos enseña que la fe sin las obras es estéril y que las obras sin la fe son inútiles.

En realidad, la primera gran enseñanza cristiana sobre la moral es la radical libertad que tenemos como seres humanos. Somos hijos de Dios, creados en su propia imagen y semejanza; y por tanto, hemos sido hechos partícipes de la misma libertad de Dios. A menudo se habla mucho de la libertad, pero no se comprende cuál es su sentido más profundo. La libertad no es la capacidad de hacer lo que queramos y cuando queramos, sino que es la radical capacidad de buscar la verdad y de hacer el bien. Dios no quiere que lo busquemos desde la esclavitud sino desde la libertad.

Pero esto comporta una gran exigencia: tenemos el derecho y el deber de elegir, cada día, en cada actividad, en cada acción, en cada pensamiento: forma parte del don que Dios nos ha dado. Debemos ser conscientes de que lo que hacemos aquí y ahora tiene consecuencias eternas. Debemos ser valientes para asumir esta responsabilidad. De lo contrario caeríamos en la tentación del discurso que hizo el Gran Inquisidor en un célebre capítulo del libro Los hermanos Karamazov, de Fiodor Dostoyevski. Decía este Gran Inquisidor que Cristo nos había cargado con el peso insoportable de la libertad, por lo que la humanidad había sido incapaz de llevar esa carga y había optado, en su lugar, por la felicidad, una felicidad ficticia.

El evangelio de hoy nos presenta, pues, a dos hijos que hacen uso de su libertad. Cuando el padre les manda que vayan a trabajar a la viña, el primero dice que no, pero finalmente va; en cambio, el segundo dice que sí, pero en realidad no va. Sorprende, en primer lugar, que Cristo no ponga el ejemplo de un hijo perfecto, del hijo que dice que sí y lo hace. Quizás es que el cristiano perfecto no existe: todos y cada uno de nosotros somos pecadores, todos y cada uno de nosotros hemos estado marcados por el pecado original.

Por el contrario, Cristo nos pone como ejemplo a seguir al del hijo que dice que no a su padre, pero finalmente va a trabajar en la viña. El camino a seguir es el del arrepentimiento y el de la conversión. El arrepentimiento y la conversión nos liberan y nos ayudan a actuar correctamente. La moral cristiana no es un camino de esclavitud sino un camino de liberación. Nuestro Dios no es un Dios vengativo que pasa lista de nuestros errores, sino que es el Dios del amor, que perdona y se compadece de nosotros hasta setenta veces siete. Es el Dios que nunca manifiesta tanto su omnipotencia como cuando perdona y se compadece.

En cambio, el segundo hijo es el que dice: «No va bien encaminada la forma de obrar del Señor». Es aquel que se encadena con los gajos de la hipocresía y de la vanidad, que no son sino los cimientos de la soberbia. El segundo hijo no sabe utilizar correctamente su libertad y vive en la esclavitud.

La fe cristiana nos pide una coherencia de vida en nuestro decir y nuestro hacer. Pero para que la moral no se convierta en un conjunto de normas estériles y opresoras es necesario que tengan siempre a Cristo por referente. Aquel Cristo al que Dios ha ensalzado y le ha concedido ese nombre que está por encima de todo otro nombre. Otro autor ruso, el filósofo Vladimir Soloviov, escribió a finales del siglo XIX un pequeño cuento titulado L’Anticrist. Hablaba de un personaje que en medio de las calamidades del mundo se erigía como gran político y como gran servidor del pueblo, era un personaje brillante, sabio y moralmente irreprensible. Pero tenía un defecto: se puso él en el sitio de Cristo. La conclusión es fácil: «¿De qué sirve entonces ganar todo el mundo si perdemos el alma?» (Mateo 16, 26).

Estimados hermanos y hermanas, un poeta griego llamado Arquíloc escribió: «El zorro sabe muchas cosas; el erizo solo sabe una pero es muy grande». Los cristianos somos como un erizo, quizás no sabemos muchas cosas pero sí sabemos una muy grande: nuestra vida no es nada sin Cristo y, con Cristo, lo es todo.

  • St. Francis of Assisi

REFERENCIAS BÍBLICAS

  • Luke 9:57-62

El Evangelio de hoy nos invita a seguir a Jesús por encima de todas las cosas. Lo central del mensaje es la afirmación de que Él es todo, Aquél por quien se debe decidir en todo.

Quiero considerar en detalle cómo el hombre del relato evangélico responde al llamado del Señor al discipulado. Jesús simplemente dice: “Sígueme”, y el hombre contestó: “Señor, déjame ir primero y enterrar a mi padre”. En ese momento, al igual que ahora, ¡nada parecería más razonable! Por supuesto, tienes que gestionar el funeral de tu propio padre. ¿Qué podría ser más importante, especialmente en una cultura centrada en la familia, como era la del antiguo Israel?

Jesús responde con un laconismo devastador: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”. ¡Esta respuesta nos sorprende porque parece profundamente insensible! Viola todo sentido de la ética y el decoro que poseemos. Seamos honestos: si escucháramos esto de un maestro religioso, ¿no estaríamos tentados a dejarlo?

Pero aquí está el punto: Jesús no tiene nada en contra de las obligaciones familiares. Pero insiste en que nuestra relación con Él es más importante aún que las obligaciones más sagradas. Incluso lo más precioso debe desaparecer si queremos ponerlo en Él absolutamente primero.

Hoy, el Evangelio contiene una oración muy hermosa de Jesús, que se dirige al Padre diciendo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños» (Mt 11,25). ¿A qué cosas se refiere Jesús? ¿Y quiénes son estos pequeños a los que tales cosas han sido reveladas? Detengámonos en esto: en las cosas por las que Jesús alaba al Padre y en los pequeños que saben acogerlas. (…) Dios se revela liberando y sanando al hombre -no olvidemos esto: Dios se revela liberando y sanando al hombre- y lo hace con un amor gratuito, un amor  que salva. Por esto Jesús alaba al Padre, porque su grandeza consiste en el amor y no actúa nunca fuera del amor. Pero esta grandeza en el amor no es comprendida por quien presume de ser grande y se fabrica un dios a su propia imagen: un dios potente, inflexible, vengativo. (…) Los pequeños, en cambio, saben acogerlas, y Jesús alaba al Padre por ellos: “Te alabo” -dice- porque has revelado el Reino de los Cielos a los pequeños. Lo alaba por los simples, que tienen el corazón libre de la presunción y del amor propio. Los pequeños son aquellos que, como los niños, se sienten necesitados y no autosuficientes, están abiertos a Dios y dejan que sus obras los asombren. ¡Ellos saben leer sus signos y maravillarse por los milagros de su amor! (…) Esta es la actitud correcta ante las obras de Dios: fotografiar en la mente sus obras para que se impriman en el corazón, a fin de revelarlas en la vida mediante muchos gestos de bien, de modo que la “fotografía” de Dios-amor se haga cada vez más luminosa en nosotros y a través de nosotros. (Ángelus, 9 julio 2023)

¿Cuánto vale un reino?

Santo Evangelio según san Lucas 9, 57-62. Miércoles XXVI del Tiempo Ordinario

Por: Javier Castellanos, LC | Fuente: somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Ven, Espíritu Santo. Llena mi corazón con tu luz. Enciende en mi alma el fuego de tu amor, que me renueve desde dentro.

Haz que este fuego irradie el Evangelio en mi entorno, para dar gloria al Padre y para extender el Reino de Cristo. Amén.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 9, 57-62

En aquel tiempo, mientras iban de camino Jesús y sus discípulos, alguien le dijo: «Te seguiré a dondequiera que vayas». Jesús le respondió: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza». A otro, Jesús le dijo: «Sígueme». Pero él le respondió: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre». Jesús le replicó: «Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve y anuncia el Reino de Dios». Otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia». Jesús le contestó: «El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios». Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

La fama de Jesús se extendía por toda la comarca de Galilea, por Judea, Samaría y hasta más allá de las fronteras de Palestina. Con una autoridad sin precedentes, y con abundancia de milagros, anunciaba la llegada de un nuevo Reino…

Así como el pueblo escogido había comenzado con doce tribus en torno al arca de la alianza, ahora renacía con doce Apóstoles detrás del Hijo de Dios. Pero no fueron sólo doce los que se sumaron; cada día acudían más y más personas para seguir el camino del Mesías.

En el fondo, Jesús mismo los había llamado. Él hace arder el corazón con el calor de su presencia y la chispa de su palabra. Él ha tocado también nuestro corazón. Nos invita a seguir sus huellas y construir el Reino de los cielos. Dos mil años después de iniciar su obra, nos presenta la misión con tanta exigencia como en los primeros días. Hoy mismo, Cristo nos indica las condiciones para seguirlo, las mismas que a estos tres discípulos anónimos.

Su Reino no es de este mundo. En él rige una sola ley: el Amor. Y la medida del Amor es amar sin medida. Amar es involucrarse de lleno, no poner límites ni condiciones, dar la espalda a todo lo demás. Para el que ama a Cristo, no importa más ni el nido ni la madriguera: su único hogar es el Corazón de Jesús. Lo que había sembrado antes queda ahora en el pasado, y ahora sólo tiene un surco por delante: ahí donde el Señor ha sembrado la semilla.

El amor auténtico por Cristo llega a la locura de considerarse muerto para lo que hasta entonces parecía vida, y vivir sólo para lo que parece acabar sólo en muerte. Amar es tomar como única meta a Dios; todo lo demás queda absorbido por el fuego. Entonces, sólo entonces, todo cobra un nuevo sentido, porque todo ha tomado su lugar según el criterio de la Piedra Angular: Cristo.

«’El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí…’, dice Jesús. El afecto de un padre, la ternura de una madre, la dulce amistad entre hermanos y hermanas, todo esto, aun siendo muy bueno y legítimo, no puede ser antepuesto a Cristo. No porque Él nos quiera sin corazón y sin gratitud, al contrario, es más, sino porque la condición del discípulo exige una relación prioritaria con el maestro. Quien se deja atraer por este vínculo de amor y de vida con el Señor Jesús, se convierte en su representante, en su «embajador», sobre todo con el modo de ser, de vivir. Hasta el punto en que Jesús mismo, enviando a sus discípulos en misión, les dice: ‘Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado’. Es necesario que la gente pueda percibir que para ese discípulo Jesús es verdaderamente «el Señor», es verdaderamente el centro de su vida, el todo de la vida».

(Homilía de S.S. Francisco, 2 de julio de 2017).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy construiré un ambiente de caridad hablando bien de los demás y evitando las críticas.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén

¿Por qué San Francisco de Asís se celebra el 4 de octubre?

Public Domain

San Francisco de Asis

Philip Kosloski – publicado el 04/10/22

San Francisco de Asís se celebra el 4 de octubre, aunque murió el 3 de octubre

Por lo general, los santos se celebran cada año el día de su muerte, marcando su primer día en la dicha celestial. Sin embargo, esto no siempre funciona en el calendario litúrgico y, a veces, los historiadores no saben la fecha exacta de la muerte de un santo o confunden las fechas en el calendario.

En el caso de San Francisco de Asís, murió en la tarde del 3 de octubre de 1226. Los miembros de la Orden Franciscana continúan recordando sus últimas horas con un servicio llamado «Tránsito de San Francisco». La palabra latina transitus simplemente significa «pasar por encima», por lo que marca el paso de San Francisco de Asís a la vida eterna.

Una de las razones por las que a San Francisco de Asís se le asignó el 4 de octubre en el calendario litúrgico fue porque había cierta confusión acerca de cuándo murió.

Al principio, hubo muchos escritos sobre San Francisco, la mayoría de ellos de carácter legendario. La biografía más antigua de San Francisco por el fraile poeta Tomás de Celano afirma que «el domingo cuatro de octubre, en la ciudad de Asís… salió de la prisión de la carne y emprendió su feliz vuelo a la morada de la espíritus celestiales, perfeccionando lo que él había comenzado«.

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Cuando San Francisco de Asís fue canonizado por el Papa Gregorio IX, la fecha de su fiesta fue fijada el 4 de octubre, «Decretamos que su nacimiento sea celebrado digna y solemnemente por la Iglesia universal el cuatro de octubre, día en que entró en el reino de los cielos, libre de la prisión de la carne.»

San Buenaventura también escribió una Vida de San Francisco de Asís y en su biografía escribe: «Ahora el Santo Padre partió del naufragio de este mundo en el año 1226 de la Encarnación del Señor, el cuatro de octubre, a las tarde incluso de un sábado, y el domingo fue sepultado.«

Lo que hace que las cosas sean confusas es que cuando miras un calendario de 1226, el 3 de octubre es sábado y el 4 de octubre es domingo. Si San Francisco murió el sábado por la noche, técnicamente murió el 3 de octubre.

Además, en algunos lugares de la Europa medieval, los días terminaban con la puesta del sol, por lo que, si bien San Francisco pudo haber muerto en la noche del 3 de octubre, según su cálculo, murió el 4 de octubre.

Si bien el 4 de octubre puede no ser la fecha exacta de la muerte de San Francisco, la Iglesia ha decidido continuar con la larga tradición de conmemorar su notable vida en este día.

Francisco de Asís, Santo

Memoria Litúrgica, 4 de octubre

Por: Tere Vallés | Fuente: Catholic.net

Fundador de la Orden de los Franciscanos

Martirologio Romano: Memoria de san Francisco, el cual, después de una juventud despreocupada, se convirtió a la vida evangélica en Asís, localidad de Umbría, en Italia, y encontró a Cristo sobre todo en los pobres y necesitados, haciéndose pobre él mismo. Instituyó los Hermanos Menores y, viajando, predicó el amor de Dios a todos y llegó incluso a Tierra Santa. Con sus palabras y actitudes mostró siempre su deseo de seguir a Cristo, y escogió morir recostado sobre la nuda tierra ( 1226).

Breve Biografía

San Francisco fue un santo que vivió tiempos difíciles de la Iglesia y la ayudó mucho. Renunció a su herencia dándole más importancia en su vida a los bienes espirituales que a los materiales.

Francisco nació en Asís, Italia en 1181 ó 1182. Su padre era comerciante y su madre pertenecía a una familia noble. Tenían una situación económica muy desahogada. Su padre comerciaba mucho con Francia y cuando nació su hijo estaba fuera del país. Las gentes apodaron al niño “francesco” (el francés) aunque éste había recibido en su bautismo el nombre de “Juan”.

En su juventud no se interesó ni por los negocios de su padre ni por los estudios. Se dedicó a gozar de la vida sanamente, sin malas costumbres ni vicios. Gastaba mucho dinero pero siempre daba limosnas a los pobres. Le gustaban las románticas tradiciones caballerescas que propagaban los trovadores.

Cuando Francisco tenía como unos veinte años, hubo pleitos y discordia entre las ciudades de Perugia y Asís. Francisco fue prisionero un año y lo soportó con alegría. Cuando recobró la libertad cayó gravemente enfermo. La enfermedad fortaleció y maduró su espíritu. Cuando se recuperó, decidió ir a combatir en el ejército. Se compró una costosa armadura y un manto que regaló a un caballero mal vestido y pobre. Dejó de combatir y volvió a su antigua vida pero sin tomarla tan a la ligera. Se dedicó a la oración y después de un tiempo tuvo la inspiración de vender todos sus bienes y comprar la perla preciosa de la que habla el Evangelio. Se dio cuenta que la batalla espiritual empieza por la mortificación y la victoria sobre los instintos. Un día se encontró con un leproso que le pedía una limosna y le dio un beso.

Visitaba y servía a los enfermos en los hospitales. Siempre, regalaba a los pobres sus vestidos, o el dinero que llevaba. Un día, una imagen de Jesucristo crucificado le habló y le pidió que reparara su Iglesia que estaba en ruinas. Decidió ir y vender su caballo y unas ropas de la tienda de su padre para tener dinero para arreglar la Iglesia de San Damián. Llegó ahí y le ofreció al padre su dinero y le pidió permiso para quedarse a vivir con él. El sacerdote le dijo que sí se podía quedar ahí, pero que no podía aceptar su dinero. El papá de San Francisco, al enterarse de lo sucedido, fue a la Iglesia de San Damián pero su hijo se escondió. Pasó algunos días en oración y ayuno. Regresó a su pueblo y estaba tan desfigurado y mal vestido que las gentes se burlaban de él como si fuese un loco. Su padre lo llevó a su casa y lo golpeó furiosamente, le puso grilletes en los pies y lo encerró en una habitación (Francisco tenía entonces 25 años). Su madre se encargó de ponerle en libertad y él se fue a San Damián. Su padre fue a buscarlo ahí y lo golpeó y le dijo que volviera a su casa o que renunciara a su herencia y le pagara el precio de los vestidos que había vendido de su tienda. San Francisco no tuvo problema en renunciar a la herencia y del dinero de los vestidos pero dijo que pertenecía a Dios y a los pobres. Su padre le obligó a ir con el obispo de Asís quien le sugirió devolver el dinero y tener confianza en Dios. San Francisco devolvió en ese momento la ropa que traía puesta para dársela a su padre ya que a él le pertenecía. El padre se fue muy lastimado y el obispo regaló a San Francisco un viejo vestido de labrador que tenía al que San Francisco le puso una cruz con un trozo de tiza y se lo puso.

San Francisco partió buscando un lugar para establecerse. En un monasterio obtuvo limosna y trabajo como si fuera un mendigo. Unas personas le regalaron una túnica, un cinturón y unas sandalias que usó durante dos años.

Luego regresó a San Damián y fue a Asís para pedir limosna para reparar la Iglesia. Ahí soportó las burlas y el desprecio. Una vez hechas las reparaciones de San Damián hizo lo mismo con la antigua Iglesia de San Pedro. Después se trasladó a una capillita llamada Porciúncula, de los benedictinos, que estaba en una llanura cerca de Asís. Era un sitio muy tranquilo que gustó mucho a San Francisco. Al oir las palabras del Evangelio “…No lleven oro….ni dos túnicas, ni sandalias, ni báculo..”, regaló sus sandalias, su báculo y su cinturón y se quedó solamente con su túnica sujetada con un cordón. Comenzó a hablar a sus oyentes acerca de la penitencia. Sus palabras llegaban a los corazones de sus oyentes. Al saludar a alguien, le decía “La paz del Señor sea contigo”. Dios le había concedido ya el don de profecía y el don de milagros.

San Francisco tuvo muchos seguidores y algunos querían hacerse discípulos suyos. Su primer discípulo fue Bernardo de Quintavalle que era un rico comerciante de Asís que vendió todo lo que tenía para darlo a los pobres. Su segundo discípulo fue Pedro de Cattaneo. San Francisco les concedió hábitos a los dos en abril de 1209.

Cuando ya eran doce discípulos, San Francisco redactó una regla breve e informal que eran principalmente consejos evangélicos para alcanzar la perfección. Después de varios años se autorizó por el Papa Inocencio III la regla y les dio por misión predicar la penitencia.

San Francisco y sus compañeros se trasladaron a una cabaña que luego tuvieron que desalojar. En 1212, el abad regaló a San Francisco la capilla de Porciúncula con la condición de que la conservase siempre como la iglesia principal de la nueva orden. Él la aceptó pero sólo prestada sabiendo que pertenecía a los benedictinos. Alrededor de la Porciúncula construyeron cabañas muy sencillas. La pobreza era el fundamento de su orden. San Francisco sólo llegó a recibir el diaconado porque se consideraba indigno del sacerdocio. Los primeros años de la orden fueron un período de entrenamiento en la pobreza y en la caridad fraterna. Los frailes trabajaban en sus oficios y en los campos vecinos para ganarse el pan de cada día. Cuando no había trabajo suficiente, solían pedir limosna de puerta en puerta. El fundador les había prohibido aceptar dinero. Se distinguían por su gran capacidad de servicio a los demás, especialmente a los leprosos a quienes llamaban “hermanos cristianos”. Debían siempre obedecer al obispo del lugar donde se encontraran. El número de compañeros del santo iba en aumento.

Santa Clara oyó predicar a San Francisco y decidió seguirlo en 1212. San Francisco consiguió que Santa Clara y sus compañeras se establecieran en San Damián. La oración de éstas hacía fecundo el trabajo de los franciscanos.

San Francisco dio a su orden el nombre de “Frailes Menores” ya que quería que fueran humildes. La orden creció tanto que necesitaba de una organización sistemática y de disciplina común. La orden se dividió en provincias y al frente de cada una se puso a un ministro encargado “del bien espiritual de los hermanos”. El orden de fraile creció más alla de los Alpes y tenían misiones en España, Hungría y Alemania. En la orden habían quienes querían hacer unas reformas a las reglas, pero su fundador no estuvo de acuerdo con éstas. Surgieron algunos problemas por esto porque algunos frailes decían que no era posible el no poseer ningún bien. San Francisco decía que éste era precisamente el espíritu y modo de vida de su orden.

San Francisco conoció en Roma a Santo Domingo que había predicado la fe y la penitencia en el sur de Francia.

En la Navidad de 1223 San Francisco construyó una especie de cueva en la que se representó el nacimiento de Cristo y se celebró Misa.

En 1224 se retiró al Monte Alvernia y se construyó ahí una pequeña celda. La única persona que lo acompañó fue el hermano León y no quiso tener visitas. Es aquí donde sucedió el milagro de las estigmas en el cual quedaron impresas las señales de la pasión de Cristo en el cuerpo de Francisco. A partir de entonces llevaba las manos dentro de las mangas del hábito y llevaba medias y zapatos. Dijo que le habían sido reveladas cosas que jamás diría a hombre alguno. Un tiempo después bajo del Monte y curó a muchos enfermos.

San Francisco no quería que el estudio quitara el espíritu de su orden. Decía que sí podían estudiar si el estudio no les quitaba tiempo de su oración y si no lo hacían por vanidad. Temía que la ciencia se convirtiera en enemiga de la pobreza.

La salud de San Francisco se fue deteriorando, los estigmas le hacían sufrir y le debilitaron y ya casi había perdido la vista. En el verano de 1225 lo llevaron con varios doctores porque ya estaba muy enfermo. Poco antes de morir dictó un testamento en el que les recomendaba a los hermanos observar la regla y trabajar manualmente para evitar la ociosidad y dar buen ejemplo. Al enterarse que le quedaban pocas semanas de vida, dijo “¡Bienvenida, hermana muerte!”y pidió que lo llevaran a Porciúncula. Murió el 3 de octubre de 1226 después de escuchar la pasión de Cristo según San Juan. Tenía 44 años de edad. Lo sepultaron en la Iglesia de San Jorge en Asís.

Son famosas las anécdotas de los pajarillos que venían a escucharle cuando cantaba las grandezas del Señor, del conejillo que no quería separarse de él y del lobo amansado por el santo. Algunos dicen que estas son leyenda, otros no.

San Francisco contribuyó mucho a la renovación de la Iglesia de la decadencia y el desorden en que había caído durante la Edad Media. El ayudó a la Iglesia que vivía momentos difíciles.

¿Qué nos enseña la vida de San Francisco?

Nos enseña a vivir la virtud de la humildad. San Francisco tuvo un corazón alegre y humilde. Supo dejar no sólo el dinero de su padre sino que también supo aceptar la voluntad de Dios en su vida. Fue capaz de ver la grandeza de Dios y la pequeñez del hombre. Veía la grandeza de Dios en la naturaleza.

Nos enseña a saber contagiar ese entusiasmo por Cristo a los demás. Predicar a Dios con el ejemplo y con la palabra. San Francisco lo hizo con Santa Clara y con sus seguidores dando buen ejemplo de la libertad que da la pobreza.

Nos enseña el valor del sacrificio. San Francisco vivió su vida ofreciendo sacrificios a Dios.

Nos enseña a vivir con sencillez y con mucho amor a Dios. Lo más importante para él era estar cerca de Dios. Su vida de oración fue muy profunda y era lo primordial en su vida.

Fue fiel a la Iglesia y al Papa. Fundó la orden de los franciscanos de acuerdo con los requisitos de la Iglesia y les pedía a los frailes obedecer a los obispos.

Nos enseña a vivir cerca de Dios y no de las cosas materiales. Saber encontrar en la pobreza la alegría, ya que para amar a Dios no se necesita nada material.

Nos enseña lo importante que es sentirnos parte de la Iglesia y ayudarla siempre pero especialmente en momentos de dificultad.

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Su obra Cántico de las Criaturas
San Francisco: Carta a los fieles

San Francisco de Asís

Cántico de las criaturas de San Francisco de Asís

Omnipotente, altísimo, bondadoso Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor; tan sólo tú eres digno de toda bendición, y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.

Loado seas por toda criatura, mi Señor, y en especial loado por el hermano sol, que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor, y lleva por los cielos noticia de su autor.

Y por la hermana luna, de blanca luz menor, y las estrellas claras, que tu poder creé, tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son, y brillan en los cielos: ¡loado, mi Señor!

Y por la hermana agua, preciosa en su candor, que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor! Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol, y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado, mi Señor!

Y por la hermana tierra, que es toda bendición, la hermana madre tierra, que da en toda ocasión las hierbas y los frutos y flores de color, y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor!

Y por los que perdonan y aguantan por tu amor los males corporales y la tribulación: ¡felices los que sufren en paz con el dolor, porque les llega el tiempo de la consolación!

Y por la hermana muerte: ¡loado, mi Señor! Ningún viviente escapa de su persecución; ¡ay si en pecado grave sorprende al pecador! ¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!

¡No probarán la muerte de la condenación! Servidle con ternura y humilde corazón. Agradeced sus dones, cantad su creación. Las criaturas todas, load a mi Señor. Amén.