¿Por qué la Misa tiene tanta importancia?
Los últimos quince meses han sido una época de crisis y de profundos desafíos para nuestro país, y han sido una prueba particular para los católicos. Durante este terrible periodo de COVID, muchos de nosotros nos hemos visto obligados a ayunar de la asistencia a la Misa y de la recepción de la Eucaristía. Ciertamente, se han puesto a disposición numerosas misas y para-liturgias eucarísticas en línea, y gracias a Dios por ellas. Pero los católicos saben íntimamente que esas presentaciones virtuales no sustituyen en absoluto a la realidad. Ahora que las puertas de nuestras iglesias comienzan a abrirse de par en par, me gustaría instar a todos los católicos que lean estas palabras: ¡Vuelvan a la Misa!
¿Por qué la Misa tiene tanta importancia? El Concilio Vaticano II enseña elocuentemente que la Eucaristía es la “fuente y cumbre de la vida cristiana”, es decir, aquello de lo que procede el auténtico cristianismo y hacia lo que tiende. Es el alfa y el omega de la vida espiritual, tanto el camino como la meta del discipulado cristiano. Los Padres de la Iglesia enseñaron sistemáticamente que la Eucaristía es el sustento de la vida eterna. Querían decir que en la medida en que interiorizamos el Cuerpo y la Sangre de Jesús, estamos preparados para la vida con él en el otro mundo. Tomás de Aquino decía que todos los demás sacramentos contienen la virtus Christi (el poder de Cristo), pero que la Eucaristía contiene ipse Christus (Cristo mismo), lo que ayudaría a explicar por qué santo Tomás nunca pudo terminar la Misa sin derramar copiosas lágrimas. Es precisamente en la Misa donde tenemos el privilegio de recibir este don incomparable. Es precisamente en la Misa donde tomamos este sustento indispensable. Sin ella, nos morimos de hambre espiritualmente.
Si pudiera ir un poco más lejos, me gustaría sugerir que la Misa es, en su totalidad, el punto privilegiado de encuentro con Jesucristo. Durante la Liturgia de la Palabra, no escuchamos simples palabras humanas elaboradas por genios de la poesía, sino las palabras de la Palabra. En las lecturas, y especialmente en el Evangelio, es Cristo quien nos habla. En nuestras respuestas, le devolvemos la palabra, entrando en conversación con la segunda persona de la Trinidad. Luego, en la Liturgia de la Eucaristía, el mismo Jesús que nos ha hablado con su corazón nos ofrece su Cuerpo y su Sangre para que los consumamos. Sencillamente, a este lado del cielo, no hay comunión más íntima posible con el Señor resucitado.
Me doy cuenta de que muchos católicos, durante este periodo de COVID, se han acostumbrado a la facilidad de asistir a la Misa virtualmente desde la comodidad de sus casas y sin los inconvenientes de aparcamientos concurridos, niños llorando y bancos abarrotados. Pero un rasgo clave de la Misa es precisamente nuestro acercamiento como comunidad. Al hablar, rezar, cantar y responder juntos, nos damos cuenta de nuestra identidad como Cuerpo Místico de Jesús. Durante la liturgia, el sacerdote actúa in persona Christi (en la persona misma de Cristo), y los bautizados que asisten se unen simbólicamente a Cristo cabeza y ofrecen juntos el culto al Padre. Hay un intercambio entre el sacerdote y el pueblo en la Misa que es de crucial importancia, aunque a menudo se pasa por alto. Justo antes de la oración sobre las ofrendas, el sacerdote dice: “Oren, hermanos, para que este sacrificio, mío y de ustedes, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso”. y el pueblo responde, “El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia”. En ese momento, cabeza y miembros se unen conscientemente para hacer el sacrificio perfecto al Padre. La cuestión es que esto no puede ocurrir cuando estamos dispersos en nuestras casas y sentados frente a las pantallas de las computadoras.
Si se me permite señalar la importancia de la Misa de forma más negativa, la Iglesia ha enseñado sistemáticamente que los católicos bautizados están moralmente obligados a asistir a la Misa del domingo y que faltar conscientemente a la Misa, en ausencia de una excusa válida, es pecado mortal. Comprendo que este lenguaje incomode a muchas personas hoy en día, pero no debería, pues es perfectamente congruente con todo lo que hemos dicho sobre la Misa hasta este punto. Si la liturgia eucarística es, de hecho, la fuente y la cumbre de la vida cristiana, el encuentro privilegiado con Jesucristo, el momento en que el Cuerpo Místico se expresa más plenamente, el escenario para la recepción del pan del cielo, entonces nos ponemos, espiritualmente hablando, en peligro mortal cuando nos alejamos activamente de ella. Al igual que un médico puede observar que pones en peligro tu vida comiendo alimentos grasos, fumando y absteniéndote de hacer ejercicio, un médico del alma te dirá que absteniéndote de la Misa estás comprometiendo tu salud espiritual. Por supuesto, como he sugerido anteriormente, siempre ha sido ley de la Iglesia que un individuo pueda decidir faltar a la Misa por razones legítimas de prudencia, y esto ciertamente se da durante estos últimos días de la pandemia.
¡Pero vuelve a la Misa! ¿Y puedo sugerirte que traigas a alguien contigo, alguien que haya estado fuera demasiado tiempo o que tal vez se haya adormecido durante el COVID? Deja que tu propia hambre eucarística despierte en ti un impulso evangélico. Trae a la gente de las carreteras y caminos; invita a tus compañeros de trabajo y a tus familiares; despierta a los niños el domingo por la mañana; apaga tus computadoras. ¡Vuelve a la Misa!
• Matthew 11:20-24
En el Evangelio de hoy, Jesús reprocha a los pueblos no arrepentidos donde ha realizado la mayoría de sus poderosas obras. La idea de Jesús como juez es algo con lo que claramente podemos estar incómodos; sin embargo, incluso la lectura más superficial del Nuevo Testamento revela su inevitabilidad. De hecho, se ha dicho que frente a cada iglesia debe haber una estatua del Jesús compasivo y otra de Cristo en plena furia ya que indiscutiblemente ambas escenas están presentes en las historias del Evangelio.
El punto aquí es que cuando el propio ordo de Dios aparece en el mundo, Él necesariamente juzga el desorden que lo rodea. Juzgar, en el sentido bíblico del término, significa sacar a la luz, poner en relieve.
Cuando el bien y el mal se confunden o se mezclan, el juicio divino los separa, aclarando el tema.
Por Su propia naturaleza, en cada una de Sus palabras y gestos, por el mismo modo donde se encuentra, Jesús, la Palabra de Dios, es juez.
Él es la luz del mundo, exponiendo duramente aquello que preferiría permanecer en la oscuridad. Él es el criterio no adulterado, la Verdad en presencia de la cual toda falsedad necesariamente aparece como es.
Hoy puede ser para nosotros «Un día de examen de conciencia», recomendándoles como un «estribillo»:
«“Ay de ti, ay de ti”, porque te di tanto, me di a mí mismo, te elegí para ser cristiano, para ser cristiana, y prefieres una vida a medias, una vida superficial: sí, un poco de cristianismo y de agua bendita, pero nada más».
De hecho, explicó, «cuando vivimos esta hipocresía cristiana, lo que hacemos es alejar a Jesús de nuestros corazones. Fingimos que lo tenemos con nosotros, pero lo hemos echado.
Somos cristianos, orgullosos de ser cristianos, pero vivimos como paganos». (Homilía Santa Marta, 5 octubre 2018)
Arnulfo de Metz, Santo
Obispo, 18 de julio
Martirologio Romano: En Metz, ciudad de Austrasia, en lo que hoy es Francia, san Arnulfo, obispo, consejero de Dagoberto, rey de Austrasia, cargo al que renunció para abrazar la vida eremítica en los Vosgos. (†640)
Etimología: Arnulfo = Aquel que es fuerte y astuto, es de origen alemán.
Breve Biografía
Hombre de Estado y obispo bajo la dinastía Merovingia, nacido por el año 580, muere alrededor del 640.
Sus padres pertenecían a una distinguida familia franca y vivía en la sección este del reino fundado por Clodoveo I. En la escuela donde fue puesto durante su infancia sobresalió por su talento y su buen comportamiento. De acuerdo a las costumbres de la época fue enviado a su debido tiempo a la corte de Teodeberto II; rey de Austrasia (595-612) para ser iniciado en las diversas ramas del gobierno. Bajo la guía de Gondulfo, el Alcalde del Palacio, pronto se volvió tan hábil que fue colocado en la lista regular de oficiales reales y entre los primeros ministros del rey. El se distinguió como comandante militar y en la administración civil; al mismo tiempo el tuvo bajo su cuidado seis provincias diferentes.
A su debido tiempo, Arnulfo se casó con una mujer franca de linaje noble, de quien tuvo dos hijos, Ansegis y Clodulfo. Mientras Arnulfo estaba disfrutando emolumentos y honores mundanos no se olvidó de cosas más elevadas y espirituales. Sus pensamientos daban vueltas frecuentemente en monasterios y con su amigo Romarico, oficial de la corte al igual que él, planeó hacer un retiro a la abadía de Lérins, evidentemente con el propósito de dedicar su vida a Dios. Pero, mientras tanto, la sede Episcopal de Metz quedó vacante. Arnulfo fue designado universalmente como un candidato valioso para el oficio y fue consagrado obispo de esa sede cerca del 611. En su nueva posición el estableció el ejemplo de una vida virtuosa para sus súbditos y atendía asuntos del gobierno eclesiástico. En el 625 tomó parte en un concilio llevado a cabo por los obispos francos en Reims. Con todo esto, Arnulfo retuvo su puesto en la corte del rey y tomó una destacada parte en la vida nacional de su gente. En el 613, después de la muerte de Teodoberto, él, con Pipino de Landen y otros nobles llamaron a Austrasia a Clotario II, Rey de Neustria. Cuando en el 625 el reino de Austrasia le fue confiado a Dagoberto el hijo del rey, Arnulfo se convirtió no sólo en el tutor, sino también en Ministro en Jefe del joven rey.
En el momento del alejamiento entre los dos reyes en el 625, Arnulfo junto a otros obispos y nobles trató de efectuar una reconciliación. Pero Arnulfo temía las responsabilidades de la oficina episcopal y se cansó de la vida de la corte. Cerca del año 626 obtuvo la designación de un sucesor a la oficina Episcopal de Metz.
Él y su amigo Romarico se retiraron a un lugar solitario en las montañas de los Vosgos. Allí vivió en comunión con Dios hasta su muerte. Sus restos, enterrados por Romarico, fueron transferidos cerca de un año más tarde por el obispo Goerico, a la basílica de los Santos Apóstoles en Metz.
De los dos hijos de Arnulfo, Clodulfo se convirtió en su tercer sucesor en la sede de Metz. Ansegis permaneció al servicio del estado; de su unión con Begga, hija de Pipino de Landen, nació Pipino de Heristal, el fundador de la dinastía Carolingia. De esta forma Arnulfo fue el ancestro de los poderosos soberanos de esa casa. La vida de Arnulfo muestra hasta cierto punto la oficina episcopal y la carrera en el Estado Merovingio. Los obispos eran muy considerados en la corte; sus consejos eran escuchados, ellos tomaban parte en el reparto de justicia por los tribunales, tenían una voz en la designación de oficiales reales; fueron usados frecuentemente como embajadores del rey y sostenían altas posiciones administrativas. Para la gente bajo su cuidado, eran protectores de sus derechos, sus portavoces frente al rey y el vínculo uniendo a la realeza con sus súbditos. Las oportunidades para el bien eran por lo tanto ilimitadas; y Arnulfo las usó para buen provecho.
Conversión y elección
Santo Evangelio según san Mateo 11, 20-24.
Martes XV del Tiempo Ordinario
Por: Javier Castellanos, LC | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Alma mía, recobra tu calma Que el Señor fue bueno contigo. Pues libró mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída. ¿Cómo pagaré al Señor por todo el bien que me ha hecho? ¡Oh Señor! Yo soy tu siervo, siervo tuyo e hijo de tu esclava. Tú rompiste mis cadenas. (Salmo 115) Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 11, 20-24
En aquel tiempo, Jesús se puso a reprender a las ciudades que habían visto sus numerosos milagros, por no haberse arrepentido. Les decía: “¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que se han hecho en ustedes, hace tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza. Pero yo les aseguro que el día del juicio será menos riguroso para Tiro y Sidón, que para ustedes. Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que serás encumbrada hasta el cielo? No. Serás precipitada en el abismo, porque si en Sodoma se hubieran realizado los milagros que en ti se han hecho, quizás estaría en pie hasta el día de hoy. Pero yo te digo que será menos riguroso el día del juicio para Sodoma que para ti”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Por qué me has dado tanto, Señor? Has realizado tantos milagros conmigo que no puedo quedarme de brazos cruzados. Tu exigencia y tus reprensiones tienen sentido, pues el mayor dolor para el que ama es que no reciba una respuesta de amor. La indiferencia de tus amigos es más trágica que las heridas producidas por tus enemigos. Por eso, Jesús, hoy quiero corresponder a tu amor con mi amor. Quiero cambiar de vida, arreglar el mal que he hecho, arrepentirme y caminar según tu voluntad.
Tú bien sabes, Señor, que te necesito. Sólo tu gracia me sostiene y me hace capaz de mejorar. Hasta ahora me lo has dado todo para mantenerme en pie. Confío en que tu amor nunca me fallará alimentando mi amor. Tu corazón traspasado es la prueba de tu fidelidad. No me dejes solo, Señor mío, no me abandone tu gracia para convertirme cada día más.
Una vez convertido, me pides que transmita tu nombre a los hombres y mujeres que encuentro en mi camino. Así eres Tú, Señor: escoges a unos para que te ayuden con el resto.
Me has llamado para que sea instrumento de tu amor. Ayúdame, Señor Jesús, a ser hoy un vivo reflejo de tu rostro en el mundo.
«¡Ay de ti! para ese católico que piensa: Voy a misa, hago esto y luego nada más. En cambio, si tú dices que eres católico, que has recibido el bautismo, que estás confirmado o confirmada, debes ir más allá y llevar el nombre de Jesús: ¡es un deber! Las indicaciones concretas llevan a preguntarnos cuál debe ser nuestro estilo de evangelización. O sea, ¿cómo puedo estar seguro de que no doy sólo un paseo, que no hago proselitismo y no reduzco la evangelización a un funcionalismo? ¿Cómo puedo comprender cuál es el estilo justo? La respuesta la indica siempre Pablo: El estilo es hacerse todo a todos: “Me he hecho todo a todos”. Significa, en esencia, ir y compartir la vida de los demás, acompañar en el camino de la fe, ayudar a crecer en el camino de la fe». (Homilía de S.S. Francisco, 9 de septiembre de 2016, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy mejoraré la manera en que trato a los demás, buscando modos concretos de ser más respetuoso, atento y abierto.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Qué es el Juicio Final? ¿Cuándo será?
El Juicio Final dará a conocer la Sabiduría y la Justicia de Dios.
Según la doctrina católica, inmediatamente después de la resurrección de los muertos tendrá lugar el Juicio Final, Juicio Universal o Juicio General. El Juicio Final es una verdad de fe expresamente contenida en la Sagrada Escritura y definida por la Iglesia de una manera explícita.
Por ello cada vez que rezamos el Credo recordamos este artículo de fe cristiana: “(Jesucristo) vendrá de nuevo con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin”.
El anuncio de un Juicio Final, el cual será para todos los seres humanos, está presente en muchas citas del Antiguo Testamento. Allí vemos anunciado cómo Dios juzgará al mundo por el fuego (Is. 66, 16).Reunirá a las naciones y se sentará a juzgar realizando la siega y la cosecha (Joel 4, 12-14).El Profeta Daniel describe con imágenes impresionantes este juicio con el que concluye el tiempo y comienza el Reino eterno del Hijo del Hombre (Dn. 7, 9-12 y 26).
El Libro de la Sabiduría muestra a buenos y malos juntos para rendir cuentas; sólo los pecadores deberán tener temor, pues los justos serán protegidos por Dios mismo (Sb. 4 y 5). (cfr. X. León-Dufour, Vocabulario de Teología Bíblica)
Cristo mismo varias veces nos habló de este momento, así:
“Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre. Mientras todas las razas de la tierra se golpeen el pecho verán al Hijo del Hombre viniendo en las nubes del cielo, con el Poder divino y la plenitud de la Gloria. Mandará a sus Angeles, los cuales tocarán la trompeta y reunirán a los elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo a otro del mundo.” (Mt. 24, 30- 31).
“Cuando el Hijo del Hombre venga en su Gloria rodeado de todos sus Angeles, se sentará en su Trono como Rey glorioso. Todas las naciones serán llevadas a su presencia, y como el pastor separa las ovejas de los machos cabríos, así también lo hará El. Separará unos de otros, poniendo las ovejas a su derecha y los machos cabríos a su izquierda” (Mt. 25, 32).
San Pedro y San Pablo también se ocuparon del tema del Juicio en varias oportunidades. Nos aseguran que Dios juzgará a cada uno según sus obras sin hacer diferenciación de personas, de raza, de origen o de religión. (1 Pe. 1, 17 y Rom. 2, 6).También nos dice San Pablo que todo se conocerá, hasta las acciones más secretas de cada uno (Rom. 2, 16).
San Juan nos narra en el Apocalipsis la visión que tuvo del Juicio Final: “Vi un trono espléndido muy grande y al que se sentaba en él. Su aspecto hizo desaparecer el cielo y la tierra sin dejar huellas. Los muertos, grandes y chicos, estaban al pie del trono. Se abrieron unos libros, y después otro más, el Libro de la Vida. Entonces los muertos fueron juzgados de acuerdo a lo que estaba escrito en los libros, es decir, cada uno según sus obras” (Ap. 20, 11-14).
De acuerdo a estas citas sabemos que:
1. Cristo vendrá con gran poder y gloria, en todo el esplendor de su divinidad.
2. Cristo glorioso será precedido posiblemente de una cruz en el Cielo (la señal del Hijo del Hombre).
3. Vendrá acompañado de los Angeles.
4. Con su omnipresencia, todos los resucitados, de todas las naciones estarán ante Cristo Juez. Comparecerán delante del Tribunal de Dios todos los seres humanos, sin excepción, para recibir la recompensa o el castigo que cada uno merezca. En el Juicio Final vendrá a conocerse la obra de cada uno, tanto lo bueno, como lo malo, y aun lo oculto.
5. Ya resucitados todos, Cristo separará a los salvados de los condenados.
¿Quién se salvará? Aquél que tiene fe en Jesucristo, nos dice el Evangelio. Pero tener fe en Jesucristo no significa solamente creer en El, sino que es indispensable vivir de acuerdo a esa fe; es decir, siguiendo a Cristo en hacer la Voluntad del Padre. Para los que así hayan obrado, no habrá condenación. “Sólo quien haya rechazado la salvación ofrecida por Dios con su misericordia ilimitada, se encontrará condenado, porque se habrá condenado a sí mismo”. (JP II, 7-7-99)
En el Juicio Final se sabrá por qué permitió Dios el mal y cómo sacó mayores bienes. Quedarán definitivamente respondidas las frecuentes preguntas: ¿Por qué Dios permite tanta injusticia? ¿Por qué los malos triunfan y los buenos fracasan? Mucho de lo que ahora en este mundo se considera tonto, negativo, incomprensible, se verá a la luz de la Sabiduría Divina.
El Juicio Final dará a conocer la Sabiduría y la Justicia de Dios. Se conocerá cómo los diferentes males y sufrimientos de las personas y de la humanidad los ha tornado Dios para Su gloria y para nuestro bien eterno. Ese día conocerá toda la humanidad cómo Dios dispuso la historia de la salvación de la humanidad y la historia de cada uno de nosotros para nuestro mayor bien, que es la felicidad definitiva, perfecta y eterna en la presencia de Dios en el Cielo.
Mandela: El fundamento moral de la política
Madiba, en la conciencia colectiva, se sitúa en un nivel que llamaríamos pre-político o moral
Nelson Mandela es un personaje histórico conocido por su labor política y que ha ocupado en su país cargos políticos tan importantes con el de Jefe de Estado. Sin embargo, si nos preguntamos a qué ideología o a qué partido pertenecía, comprobaremos, algo desconcertados, que sus perfiles ideológicos no están nada claros. ¿Era Mandela de derechas o de izquierdas, en el sentido que los europeos damos a estas expresiones? Ante la dificultad que tenemos para contestar a esta pregunta, comprobamos que el personaje, en la conciencia colectiva, se sitúa más bien en un nivel que llamaríamos “pre-político” o moral.
Mandela es un hombre que se enfrenta un gigantesco y complejo problema social e histórico: el racismo colonial cristalizado, institucionalizado en un sistema político, el “apartheid”. Evidentemente, se trata de un conflicto político que hay que abordar y resolver de forma política, con reformas y cambios legislativos. Sin embargo, él tiene la intuición genial, la evidencia de que en el fondo se trata de una cuestión moral, en la que están en juego los conceptos de igualdad y dignidad humanas, y que sólo desde un punto de vista moral puede resolverse.
Este descubrimiento, esta actitud supone, por lo pronto, la aceptación del “otro”; el otro que puede ser mi enemigo y en el que tengo que considerar aspectos positivos y negativos; y sobre todo, con el que tengo que convivir en un espacio común. El reconocimiento del otro no es una conducta neutra, pasiva (la simple tolerancia), sino que supone una actitud de generosidad, de desprendimiento, incluso de inevitable y dolorosa renuncia a los propios intereses, a las propios impulsos naturales. Esta renuncia es propia de aquellos que, como Mandela, han tenido la ascesis de una larga experiencia de sufrimiento y se han labrado esa sabiduría que sólo proporciona el dolor.
He dicho antes que esta actitud de Mandela es “pre-política”, en el sentido en que se sitúa en el fundamento, en la raíz de lo político y le da sentido. También, desde otro punto de vista, puede decirse que es un actitud “trascendente”, que va más allá de la relación de dominio del juego de poder que supone la política y se coloca en el un punto fundamental: el concepto de dignidad humana, del que deriva el concepto de igualdad, largamente configurado por el humanismo clásico y definido, de forma definitiva, por el Cristianismo.
Laico o religioso, con un sentido sobrenatural o mundano, la vida de Mandela ha sido un continuado y permanente acto de fe.