Luke 18:35-43

Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús sana a un ciego. El Señor preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?” Y él respondió: “Señor, que yo vea otra vez”. Jesús le dijo: “Recupera la vista, tu fe te ha salvado”.

Tomando esta historia como inspiración, muchos Padres de la Iglesia dijeron que es a través del poder y presencia de Cristo que podemos ver el mundo correctamente. El problema es que fingimos no ser pecadores, y nos volvemos ciegos a nuestra propia ceguera. A menudo, el paso más importante en el desarrollo espiritual es tomar conciencia que uno está perdido.

La Divina Comedia de Dante comienza diciendo que “A mitad del camino de la vida, en una selva oscura me encontraba porque mi ruta había extraviado”. La aventura del espíritu en Dante, que lo llevará del infierno al purgatorio y al cielo, sólo puede comenzar cuando despierte del sueño de complacencia y soberbia, sólo cuando llegue a la dolorosa comprensión de que necesita de la gracia.

La irrupción de la gracia de Dios es a veces algo duro y terrible, especialmente cuando abre la caparazón defensiva de nuestra propia arrogancia.

Dedicación de las Basílicas de San Pedro y San Pablo

Fiesta, 18 de noviembre

Por: Redacción | Fuente: EWTN

Fiesta

Dedicación de las basílicas de los santos Pedro y Pablo, apóstoles. La primera de ellas fue edificada por el emperador Constantino sobre el sepulcro de san Pedro en la colina del Vaticano, y al deteriorarse por el paso de los años fue reconstruida con mayor amplitud y de nuevo consagrada en este mismo día de su aniversario. La otra, edificada por los emperadores Teodosio y Valentiniano en la vía Ostiense, después de quedar aniquilada por un lamentable incendio fue reedificada en su totalidad y dedicada el diez de diciembre. Con su común conmemoración se quiere significar, de algún modo, la fraternidad de los apóstoles y la unidad en Iglesia (1626; 1854).

La actual Basílica de San Pedro en Roma fue consagrada por el Papa Urbano Octavo el 18 de noviembre de 1626, aniversario de la consagración de la Basílica antigua.

La construcción de este grandioso templo duró 170 años, bajo la dirección de 20 Sumos Pontífices. Está construida en la colina llamada Vaticano, sobre la tumba de San Pedro.

Allí en el Vaticano fue martirizado San Pedro (crucificándolo cabeza abajo) y ahí mismo fue sepultado. Sobre su sepulcro hizo construir el emperador Constantino una Basílica, en el año 323, y esa magnífica iglesia permaneció sin cambios durante dos siglos. Junto a ella en la colina llamada Vaticano fueron construyéndose varios edificios que pertenecían a los Sumos Pontífices. Durante siglos fueron hermoseando cada vez más la Basílica.

Cuando los Sumos Pontífices volvieron del destierro de Avignon el Papa empezó a vivir en el Vaticano, junto a la Basílica de San Pedro (hasta entonces los Pontífices habían vivido en el Palacio, junto a la Basílica de Letrán) y desde entonces la Basílica de San Pedro ha sido siempre el templo más famoso del mundo.

La Basílica de San Pedro mide 212 metros de largo, 140 de ancho, y 133 metros de altura en su cúpula. Ocupa 15,000 metros cuadrados. No hay otro templo en el mundo que le iguale en extensión.

Su construcción la empezó el Papa Nicolás V en 1454, y la terminó y consagró el Papa Urbano VIII en 1626 (170 años construyéndola). Trabajaron en ella los más famosos artistas como Bramante, Rafael, Miguel Angel y Bernini. Su hermosura es impresionante.

Hoy recordamos también la consagración de la Basílica de San Pablo, que está al otro lado de Roma, a 11 kilómetros de San Pedro, en un sitio llamado «Las tres fontanas», porque la tradición cuenta que allí le fue cortada la cabeza a San Pablo y que al cortársela cayó al suelo y dio tres golpes y en cada golpe salió una fuente de agua (y allí están las tales tres fontantas).

La antigua Basílica de San Pablo la habían construido el Papa San León Magno y el emperador Teodosio, pero en 1823 fue destruida por un incendio, y entonces, con limosnas que los católicos enviaron desde todos los países del mundo se construyó la nueva, sobre el modelo de la antigua, pero más grande y más hermosa, la cual fue consagrada por el Papa Pío Nono en 1854. En los trabajos de reconstrucción se encontró un sepulcro sumamente antiguo (de antes del siglo IV) con esta inscripción: «A San Pablo, Apóstol y Mártir».

Estas Basílicas nos recuerdan lo generosos que han sido los católicos de todos los tiempos para que nuestros templos sean lo más hermoso posible, y cómo nosotros debemos contribuir generosamente para mantener bello y elegante el templo de nuestro barrio o de nuestra parroquia.

Los gritos de mi corazón

Santo Evangelio según san Lucas 18, 35-43. Lunes XXXIII del Tiempo Ordinario.

Por: Javier Castellanos, LC | Fuente: somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Te ofrezco, Señor, mis pensamientos, ayúdame a pensar en ti; te ofrezco mis palabras, ayúdame a hablar de ti; te ofrezco mis obras, ayúdame a cumplir tu voluntad; te ofrezco mis penas, ayúdame a sufrir por ti. Todo aquello que quieres Tú, Señor, lo quiero yo, precisamente porque Tú lo quieres, como Tú lo quieras y durante todo el tiempo que lo quieras. Así sea (Oración del Papa Clemente XI, fragmento).

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 18, 35-43

En aquel tiempo, cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado a un lado del camino, pidiendo limosna.

Al oír que pasaba gente, preguntó que era aquello, y le explicaron que era Jesús el nazareno, que iba de camino. Entonces él comenzó a gritar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!».  Los que iban adelante lo regañaban para que se callara, pero él se puso a gritar más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Entonces Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». Él le contestó: ‘Señor, que vea’. Jesús le dijo: «Recobra la vista; tu fe te ha curado». Enseguida el ciego recobró la vista y lo siguió, bendiciendo a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.

Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Sólo hay que ponerle nombre a la persona. Pero, en el fondo, cada uno de nosotros es este ciego a las afueras de Jericó. Acerquémonos así a Cristo que viene, pidámosle que nos cure de nuestra enfermedad…

Bartimeo se llamaba este hombre. Conquistó el corazón de Cristo por su insistencia en gritar. Pero no era el volumen de los gritos o el número de ellos lo que movió al Señor para curarlo. La fe salvó a este hombre, esa fe profunda que brota del corazón. En este rato de oración atrevámonos a gritarle al Señor, no con la boca, sino con el corazón: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!».

Gritar con el corazón significa poner toda la confianza en Jesucristo. Significa hacerse vulnerable ante Él, mostrarnos tal cual somos, con aquello que nos duele, con lo que nos preocupa, con nuestros anhelos y esperanzas. Ponernos totalmente en sus manos y dejar que Él haga lo que quiera con nosotros.

Entonces, Él pregunta: «¿Qué quieres que haga por ti?» Él quiere actuar en nuestra vida. Sólo necesita un corazón abierto, un corazón que confíe en el Amigo que nunca falla. Bartimeo fue directo al grano: «Señor, que vea». Digámosle nosotros también esa situación concreta, esa necesidad específica que tiene cada uno. Él para eso ha venido, para sanar nuestra alma, para saciar nuestra hambre, para sacarnos de la miseria del espíritu…

Cristo, además, tiene un Corazón generoso. No sólo llega y cura los ojos, sino que entra en la vida y la salva de todo pecado, de toda angustia. Él quiere darlo todo. El corazón que le grita con confianza acaba recibiendo más de lo que ha pedido. Pidamos al Señor con gritos de fe. O bien, pidámosle que nos enseñe a gritar con el corazón. «Señor, aumenta mi fe, ¡ten compasión de mí!».

«[Jesús] se detiene para responder al grito de Bartimeo. Se deja interpelar por su petición, se deja implicar en su situación. No se contenta con darle limosna, sino que quiere encontrarlo personalmente. No le da indicaciones ni respuestas, pero hace una pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti”? Podría parecer una petición inútil: ¿Qué puede desear un ciego si no es la vista? Sin embargo, con esta pregunta, hecha “de tú a tú”, directa pero respetuosa, Jesús muestra que desea escuchar nuestras necesidades. Quiere un coloquio con cada uno de nosotros sobre la vida, las situaciones reales, que no excluya nada ante Dios».

(Homilía de S.S. Francisco, 25 de octubre de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Buscaré ayudar a alguien en una necesidad concreta, haciéndolo con alegría y generosidad.

Despedida

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Conoce a la santa que abrió la primera escuela gratuita al oeste de Mississippi

Public Domain | Wikipedia

Philip Kosloski – publicado el 20/10/17

Los nativos americanos llamaban a santa Rosa Filipina Duchesne la “mujer que siempre reza”.Nacida en una familia rica e influyente de Francia, Rosa Filipina Duchesne sintió la vocación por la vida religiosa desde temprana edad. Tras oír hablar a un jesuita sobre la obra misionera en el Nuevo Mundo cuando tenía 8 años, Filipina ya sintió deseos de ir a evangelizar a las Américas. Esto no sentó muy bien en su familia, que se negaba tajantemente a tal idea.

Filipina no se dio por vencida y, tenaz como era, convenció a una de sus tías de que la acompañara a un monasterio de la Visitación cuando tenía 18 años. Su tía pensó que era una visita ordinaria, pero cuando Filipina llegó, pidió de inmediato ser aceptada en la comunidad. La tía de Filipina se quedó fuera y fue a contarlo a su familia.

Sin embargo, Filipina no pudo quedarse mucho tiempo en el convento, ya que la Revolución francesa prohibió rápidamente todas las comunidades religiosas. Durante 10 años se vio obligada a permanecer como laica hasta que se levantó la prohibición. Al principio intentó reabrir el convento de la Visitación, pero fracasó. Entonces, santa Magdalena Sofía Barat oyó hablar de Filipina y le pidió unirse a su recién establecida Sociedad del Sagrado Corazón.

Varios años después de unirse a la orden, Filipina fundó un convento nuevo en París y allí la descubrió el obispo DuBourg de Luisiana, quien le preguntó si ella y algunas hermanas estarían dispuestas a ir a América. Barat dio permiso y, el 21 de marzo de 1818, Filipina zarpó con otras cuatro hermanas hacia el Nuevo Mundo. El 29 de mayo de 1818, día de la fiesta del Sagrado Corazón, tomaron tierra cerca de Nueva Orleans.

La madre Duchesne fue asignada a una nueva misión en St. Charles, Misuri, donde estableció la primera escuela gratuita al oeste del Misisipi. Duchesne fue una misionera pionera y su experiencia en la frontera fue como la de la mayoría de las personas de entonces: casi la mata. Según Louise Callan, la madre Duchesne pasó por casi todas las dificultades imaginables.

En su primera década en América, la madre Duchesne sufrió prácticamente todas las dificultades que la frontera podía ofrecerle, excepto la amenaza de una masacre india: alojamiento pobre, escasez de alimentos, de agua potable, de combustible y de dinero, incendios forestales (…), los caprichos del clima de Misuri, viviendas abarrotadas y la privación de toda privacidad, y los groseros modales de los niños criados en entornos duros y con solo la mínima formación en cortesía.

Más adelante, a la edad de 72 años, pidieron a la madre Duchesne que ayudara en una misión jesuita con la tribu Potawatomi en Sugar Creek, Kansas. Tuvo dificultades para aprender el idioma, así que en vez de enseñar, la madre Duchesne pasaba el tiempo rezando por el éxito de sus compañeras hermanas. Esto le valió la reputación entre el pueblo nativo de “mujer que siempre reza”.

Debido a su frágil salud, la madre Duchesne no pudo permanecer mucho tiempo y regresó a su fundación original en St. Charles. Falleció 10 años más tarde en soledad, aunque retenía el sentido de las misiones y deseaba aventurarse en las Montañas Rocosas.

La santidad de la madre Duchesne era bien reconocida y al fin fue beatificada en 1940 y canonizada en 1988. Su vida es una inspiración y su fervor misionero, superando todo obstáculo posible, es algo digno de admiración.

En una ocasión dijo: “Cultivamos un pequeño campo para Cristo, pero lo amamos, sabiendo que Dios no requiere grandes logros, sino un corazón que no retiene nada para sí mismo. (…) Las cruces más auténticas son las que no escogemos nosotros mismos. (…) Quien tiene a Jesús lo tiene todo”.

Santa Rosa Filipina Duchesne, ¡reza por nosotros!