Matthew 25:31-46
El Evangelio de hoy nos habla de Cristo Rey y el juicio final. A los que tenga a la derecha les dirá: “Les aseguro que . . . lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. Luego dijo a los de su izquierda: “Les aseguro que . . . lo que no hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo”.
La Madre Teresa dedicaba una gran parte del día a la oración, la meditación, la Misa, la Adoración Eucarística y el rosario; pero el resto del tiempo, como bien sabemos, lo pasó trabajando duro entre los más pobres de los pobres, realizando obras de misericordia espirituales y corporales.
El padre Paul Murray, escritor espiritual dominicano irlandés y alguna vez asesor de la Madre Teresa, relata la siguiente historia. Un día estaba en profunda conversación con la Madre, buscando el origen de su espiritualidad y misión. Al final de su larga charla, ella le pidió que extendiera la mano sobre la mesa y, tocándole los dedos uno por uno mientras hablaba, dijo: “Tú lo hiciste por mí”.
«En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (v. 40). Esta palabra no termina nunca de conmocionarnos, porque nos revela hasta qué punto llega el amor de Dios: hasta el punto de identificarse con nosotros, pero no cuando estamos bien, cuando estamos sanos y felices, no, sino cuando estamos necesitados. Y de este modo escondido Él se deja encontrar, nos tiende la mano como mendigo. Así Jesús revela el criterio decisivo de su juicio, es decir, el amor concreto por el prójimo en dificultad. Y así se revela el poder del amor, la majestad de Dios: solidario con quien sufre para suscitar por todas partes comportamientos y obras de misericordia. (Ángelus, 26 noviembre 2017)
Cristo Rey del Universo
Solemnidad, último domingo del año litúrgico
Martirologio Romano: Solemnidad de nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo: a El todo el poder, la gloria y la majestad por los siglos de los siglos.
Fue el Papa Pio XI, el 11 de diciembre de 1925, quien instituyó esta solemnidad que cierra el tiempo ordinario. Su propósito es recordar la soberanía universal de Jesucristo. Es una verdad que siempre la Iglesia a profesado y por la que todo fiel está dispuesto a morir.
Cristo es rey del universo porque es Dios. El Padre lo puso todo en sus manos y debemos obedecerle en todo. No se justo apelar al amor como pretexto para ser laxo en la obediencia a Dios. En nuestra relación con Dios, la obediencia y el amor son inseparables.
El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.» -Juan 14,21
Nadie y ninguna ley esta por encima de Dios. El Pontífice León XIII enseñaba en la «Inmortale Dei» la obligación de los Estados en rendir culto público a Dios, homenajeando su soberanía universal.
Diferente a los hombres, Dios ejerce siempre su autoridad para el bien. Quien confía en Dios, quien conoce su amor no dejará de obedecerle en todo, aunque no comprenda las razones de Dios.
Reza esta oración a Jesucristo Rey del Universo
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El Adviento llega y es justo rendir homenaje al Señor, Dueño de todo, nuestro poderoso Rey del Universo, que está por encima de cualquier deidad moderna.
San Juan XXIII, también conocido como «el Papa bueno» es una de las figuras más importantes de la historia del catolicismo. Su ejemplo de santidad y trabajo por el bien de la Iglesia continúan dando frutos en la actualidad.
Esta es una oración de su autoría, contenida en Diario del alma
¡Salve, oh Cristo Rey!
Tú me invitas a luchar en tus batallas,
y no pierdo un minuto de tiempo.
Con el entusiasmo que me dan mis 20 años y tu gracia,
me inscribo animoso en las filas.
Me consagro a tu servicio, para la vida y para la muerte.
Tú me ofreces, como emblema, y como arma de guerra, tu cruz.
Con la diestra extendida sobre esta arma invencible
te doy palabra solemne y te juro con todo el ímpetu de mi amor juvenil
fidelidad absoluta hasta la muerte.
Así, de siervo que tú me creaste, tomo tu divisa,
me hago soldado, ciño tu espada, me llamo con orgullo Caballero de Cristo.
Dame corazón de soldado, ánimo de caballero, ¡oh Jesús!,
y estaré siempre contigo en las asperezas de la vida,
en los sacrificios, en las pruebas, en las luchas, contigo estaré en la victoria.
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Y puesto que todavía no ha sonado para mí la señal de la lucha,
mientras estoy en las tiendas esperando mi hora,
adiéstrame con tus ejemplos luminosos a adquirir soltura,
a hacer las primeras pruebas con mis enemigos internos.
¡Son tantos, oh, Jesús, y tan implacables!
Hay uno especialmente que vale por todos:
feroz, astuto, lo tengo siempre encima,
afecta querer la paz y se ríe de mí en ella,
llega a pactar conmigo, me persigue incluso en mis buenas acciones.
Señor Jesús, Tú lo sabes, es el Amor Propio,
el espíritu de soberbia, de presunción, de vanidad;
que me pueda deshacer de él, de una vez para siempre,
o si esto es imposible, que al menos lo tenga sujeto,
de modo que yo, más libre en mis movimientos,
pueda incorporarme a los valientes que defienden en la brecha tu santa causa,
y cantar contigo el himno de la salvación.
Por san Juan XXIII. Diario del Alma.