La esperanza que nos ofrece la resurrección de Jesucristo nos garantiza –tal y como decía san Pablo que no seremos defraudados. Porque Cristo murió por nosotros y con su muerte nos dio prueba del amor que nos tiene. Con su sangre, a pesar de nuestro pecado, nos reconcilió con Dios y nos ganó la salvación eterna. Estas palabras del Apóstol nos confortan cuando pensamos en la muerte de nuestras personas queridas, sobre todo de aquellas que murieron perseverando en la fe. Y nos confortan también cuando pensamos en nuestra condición mortal. El fundamento de nuestra certeza es la gracia que Dios nos otorga en Cristo y el don del Espíritu que él gratuitamente ha derramado en nuestros corazones, como lo había hecho también con nuestros cofrades difuntos.
Y, por si esto no bastara, Jesús ha reafirmado aún más nuestra esperanza ante el misterio de la muerte. Nos ha dicho: quien come ese pan bajado del cielo vivirá para siempre. Y ha insistido diciendo: quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día. Recibir la eucaristía es recibir una fuente de vida en el Espíritu ya ahora y de vida para siempre después de la muerte corporal. La Palabra de Dios que hemos escuchado, pues, hace que nuestra oración por los difuntos sea confiada y llena de esperanza viendo lo que Dios nos revela sobre la muerte de quienes creen en él. Con razón podemos repetir con el salmista lo que cantábamos: No se llevarán un desengaño a quienes esperan en ti, Señor. Porque él, en su amor misericordioso, se compadece, ve la aflicción, las penas, las debilidades y los pecados de quienes han muerto confiando en él y los libra.
Lo hacemos pensando de forma particular en los que hemos conocido. Dios la conoce uno a uno y sabe cuál fue su fe y su devoción a la Virgen María. Ahora, confiando en la Palabra de Dios que hemos escuchado, invocamos la misericordia divina para que los tenga en la casa celestial.
El Señor además de decirnos que quien come su carne y bebe su sangre tendrá vida eterna, vivirá para siempre, nos ha dicho también algo fundamental para nuestra vida espiritual. Ha dicho: quien come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Con esto nos enseña que la comida eucarística es el momento privilegiado de entrar en comunión con él y, por tanto, de vivir con él un intercambio de conocimiento y de amor.
En el período posconciliar, la frase “discernir los signos de los tiempos” ha surgido y resurgido con cierta regularidad en los documentos oficiales de la Iglesia y en el discurso católico en general. Por ejemplo, fue utilizado al menos cuatro veces por el Concilio Vaticano Segundo;1 se hace referencia a él en el Catecismo de la Iglesia Católica;2 y el Papa Francisco lo ha empleado en múltiples ocasiones, incluso en su reciente motu proprio, Ad Theologiam Promovendam, que aprobó nuevos estatutos para la Academia Pontificia de Teología.3
Sin embargo, una frase hecha puede tener diferentes connotaciones dependiendo de las intenciones de los usuarios. Este hecho crea ambigüedad y confusión sobre qué significan exactamente las palabras en un caso determinado. Para algunos, “discernir los signos de los tiempos” equivale prácticamente a un llamado a “adaptarse a los tiempos”, a actualizarse y cambiar adoptando sensibilidades y opiniones populares modernas. En este sentido, las palabras se utilizan para animar a la Iglesia a ver hacia dónde va el mundo y unirse.
Pero ¿es éste el auténtico significado de la frase “discernir los signos de los tiempos”? Yo creo que no. En este artículo, me gustaría explorar el origen de la frase y proponer un significado teológico apropiado.
Libros de reflexión del evangelio de Adviento 2023
La frase “discernir los signos de los tiempos” proviene del Evangelio según San Mateo:
Vinieron los fariseos y los saduceos y, para poner a prueba a Jesús, le pidieron que les mostrara una señal del cielo. Él les respondió: «Cuando llega la tarde, decís: ‘Hará buen tiempo porque el cielo está rojo’. Y por la mañana: ‘Hoy habrá tormenta, porque el cielo está rojo y amenazador’. Ya sabéis cómo interpretar la apariencia del cielo, pero no podéis interpretar los signos de los tiempos. Una generación mala y adúltera pide una señal, pero ninguna señal le será dada, excepto la señal de Jonás”. Luego los dejó y se fue.
(Mateo 16:1–4) (énfasis añadido)
El contexto inmediato es la falta de capacidad de los fariseos y saduceos para discernir los signos de los tiempos. El comentario ofrecido en La Biblia de Navarra entiende el pasaje de la siguiente manera: “Jesús usa la capacidad del hombre para predecir el tiempo para hablar de las señales del advenimiento del Mesías. Reprocha a los fariseos no reconocer que los tiempos mesiánicos efectivamente han llegado”4. Los signos de los tiempos, en este caso, se refiere a reconocer el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento sobre la venida del Mesías, que se cumple en Jesús. No tiene nada que ver con discernir las opiniones populares o las actitudes de la cultura contemporánea. Se trata de ver lo que Dios está obrando en su providencia en la historia de la salvación.
La frase se ha utilizado en un sentido diferente, aunque quizás no del todo sin relación. Los comentarios del obispo Barron sobre uno de esos usos que se encuentran en el Concilio Vaticano Segundo son particularmente esclarecedores. El escribe:
En Gaudium et Spes 4 leemos: “La Iglesia ha tenido siempre el deber de escudriñar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio”. Cuando llegué a la mayoría de edad, “los signos de los tiempos” casi siempre se consideraban positivos y las enseñanzas del concilio se presentaban como un llamado a la Iglesia a adaptarse a la situación actual. Pero los miles de muertos por la violencia armada en las calles de nuestra ciudad, los millones de niños no nacidos asesinados desde la aprobación de Roe v. Wade, la deriva moral en nuestra cultura, el surgimiento de los «ningunos» y las formas agresivas de ateísmo, estos, también son signos de nuestros tiempos. Nuestra tarea no es adaptarnos a los tiempos, sino más bien escudriñar los signos de los tiempos, tanto buenos como malos, e interpretarlos “a la luz del Evangelio”. Son datos para leer; el lector es el cristiano y el lente interpretativo es la revelación.5
Las palabras del obispo Barron aquí resumen el corazón mismo del uso de la frase por parte del magisterio. Discernir los signos de los tiempos no se trata de ver las costumbres de la sociedad contemporánea como una nueva revelación que supera las Escrituras, la Tradición y la doctrina magisterial. Más bien, revela la necesidad de examinar las tendencias de nuestros días para percibir dónde la sociedad está progresando en una dirección loable y dónde está disminuyendo de manera peligrosa e inmoral. La revelación divina es la vara de medir con la que se determina si los movimientos son buenos o malos, y no al revés.
En mi opinión, la tarea de la teología es ser defensora de la Iglesia ante el mundo para cambiar el mundo y adaptarlo al reino de Dios.
El uso inverso, que al menos parece ser popular entre algunos teólogos progresistas, forma lo que yo llamo antiteología. En mi opinión, la tarea de la teología es ser defensora de la Iglesia (y su doctrina arraigada en la revelación) ante el mundo para cambiarlo y adaptarlo al reino de Dios. La antiteología intenta ser un defensor de los caminos del mundo ante la Iglesia para cambiar la Iglesia y adaptarla al Zeitgeist.
Debido al uso generalizado pero erróneo de tales frases, podemos sentirnos tentados a abandonarlos por completo. Propongo una estrategia diferente: reclamarlos explícitamente abogando por una comprensión correcta. Después de todo, “discernir los signos de los tiempos” se encuentra en las Escrituras y en los documentos magisteriales. Por lo tanto, no deberíamos entregarlos a quienes quisieran tergiversar su significado auténtico. Más bien, deberíamos defender el significado legítimo contra tal usurpación. Entonces, cuando encontramos usos inapropiados de esta frase o definiciones erróneas de otras palabras que frecuentemente son apropiadas indebidamente, podemos responder con las famosas palabras de Íñigo Montoya en La princesa prometida: “¿Por qué sigues usando esa palabra? No creo que signifique lo que tú crees que significa”.
Luke 19:1-10
Amigos, la historia de Zaqueo, narrada en el Evangelio de hoy, es un claro ejemplo de uno de los principios más básicos de la vida espiritual – y es que la reforma moral sigue y no precede la llegada de la gracia.
La mayoría de nosotros estamos atrapados en lo que Thomas Merton llamó “actitud Prometéica». Esto significa que así como Prometeo tuvo que robar el fuego de los dioses, nosotros tenemos que ganarnos el amor divino viviendo una vida heroica de demandas morales. Pero esto es poner las cosas precisamente al revés. La gracia de Dios es siempre lo que surge primero, y a menudo en forma espontánea e inesperada. Luego produce —con la cooperación del destinatario— una renovación completa.
La descripción de Zaqueo dice que era jefe recaudador de impuestos, lo que significa que, en realidad, era un hombre malo. No merecía la irrupción de la gracia. Pero el Señor aceptó a Zaqueo, aunque era inaceptable.
Y de esta invasión de la gracia vino una reforma moral. El recaudador de impuestos no mereció el amor de Jesús por su demostración de excelencia moral; más bien, su demostración de excelencia moral fue consecuencia del inmerecido amor de Jesús. Entender bien este principio es entender bien prácticamente toda la vida espiritual.
Jesús se mostró tan disponible para la gente. Estaba para la gente. No tenía tiempo ni siquiera para comer. Sus familiares, (…) Llegan al lugar donde Jesús está predicando y lo mandan llamar. Le dicen: «He aquí, tu madre, tus hermanos y hermanas están afuera y te buscan» Él responde: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» y mirando a las personas que le rodeaban para escucharlo, añade: «¡He aquí mi madre y mis hermanos! Porque quien cumpla la voluntad de Dios, es mi hermano, mi hermana y mi madre» Jesús ha formado una nueva familia, que ya no se basa en vínculos naturales, sino en la fe en Él, en su amor que nos acoge y nos une entre nosotros, en el Espíritu Santo. Todos aquellos que acogen la palabra de Jesús son hijos de Dios y hermanos entre ellos. Acoger la palabra de Jesús nos hace hermanos entre nosotros y nos hace ser la familia de Jesús. (…) Aquella respuesta de Jesús no es una falta de respeto por su madre y sus familiares. Más bien, para María es el mayor reconocimiento, porque precisamente ella es la perfecta discípula que ha obedecido en todo a la voluntad de Dios. Que nos ayude la Virgen Madre a vivir siempre en comunión con Jesús, reconociendo la obra del Espíritu Santo que actúa en Él y en la Iglesia, regenerando el mundo a una vida nueva. (Ángelus, 10 junio 2018).
Presentación de Nuestra Señora al Templo
Fiesta litúrgica, 21 de noviembre
Memoria de la Presentación de santa María Virgen. Al día siguiente de la dedicación de la basílica de Santa María la Nueva, construida junto al muro del antiguo templo de Jerusalén, se celebra la dedicación que de sí misma hizo a Dios la futura Madre del Señor, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde su Concepción Inmaculada.
La memoria de la Presentación de la Santísima Virgen María, tiene una gran importancia, porque en ella se conmemora uno de los “misterios” de la vida de quien fue elegida por Dios como Madre de su Hijo y como Madre de la Iglesia. En esta “Presentación” de María se alude también a la “presentación” de Cristo y de todos nosotros al Padre.
Por otra parte, constituye un gesto concreto de ecumenismo con nuestros hermanos de Oriente. Esto se puede apreciar en el comentario de la Liturgia de las Horas que dice: “En este día, en que se recuerda la dedicación de la iglesia de Santa María la Nueva, construida cerca del templo de Jerusalén en el año 543, celebramos junto con los cristianos de la Iglesia oriental, la “dedicación” que María hizo de sí misma a Dios desde la infancia, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde su concepción inmaculada”.
El hecho de la presentación de María en el templo no lo narra ningún texto de la Sagrada Escritura; de él, sin embargo, hablan abundantemente y con muchos detalles algunos escritos apócrifos. María, según la promesa hecha por sus padres, fue llevada al templo a los tres años, en compañía de un gran número de niñas hebreas que llevaban antorchas encendidas, con la participación de las autoridades de Jerusalén y entre el canto de los ángeles. Para subir al templo había quince gradas, que María caminó sola a pesar de ser tan pequeña. Los apócrifos dicen también que en el templo María se nutría con un alimento especial que le llevaban los ángeles, y que ella no vivía con las otras niñas sino en el “Sancta Sanctorum”, al cual tenía acceso el Sumo Sacerdote sólo una vez al año.
La realidad de la presentación de María debió ser mucho más modesta y al mismo tiempo más gloriosa. Por medio de este servicio a Dios en el templo, María preparó su cuerpo, y sobre todo su alma, para recibir al Hijo de Dios, viviendo en sí misma la palabra de Cristo: “Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la practican”.
Mirar a Cristo
Santo Evangelio según San Lucas 19,1-10.
Martes XXXIII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, dame la gracia de poder verte hoy.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 19, 1-10
En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó, y al ir atravesando la ciudad, sucedió que un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y ricos, trataba de conocer a Jesús; pero la gente se lo impedía, porque Zaqueo era de baja estatura. Entonces corrió y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí. Al llegar a ese lugar, Jesús levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa». Él bajó enseguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, comenzaron todos a murmurar diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Zaqueo, poniéndose de pie, dijo a Jesús: «Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más». Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham, y el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Recuerdo algunos momentos cuando era pequeño, estando en algunos eventos, por mi estatura no podía ver lo que quería. Algunas veces mis padres me cargaban y la alegría llegaba, por fin podía ver lo que tanto deseaba. Ésa era la situación de Zaqueo, no podía ver lo que deseaba, no podía ver a Dios.
¿Cuántas veces no estoy como Zaqueo? ¿Cuántas veces no puedo ver a Dios en medio de los problemas? Soy muy pequeño y, en algunas ocasiones, los problemas me taparán la cara de Dios. Hay que buscar, como Zaqueo, el árbol de mi vida, ése que está cerca de mí.
Este árbol tiene nombre, el nombre de esposo o esposa, el de hijos, al árbol de mi amigo o amiga de tantos años, el árbol de una oración o una iglesia, el árbol del confesor o director espiritual. Hay tantos árboles que Dios ha plantado en mi vida, yo sólo debo buscarlos.
Pero el árbol no es Dios, sino lo que me ayuda a ver a Dios. El árbol no es mi deseo, mi deseo es ver el rostro de Dios. No hay nada más hermoso que ver el rostro de Dios diciéndome por mi nombre que hoy se quedará en mi casa, que estará en mi vida.
Dios mío, dame la fuerza, el entendimiento y, sobre todo, el amor para buscar ese árbol que me permite contemplarte, para oírte decir que te quedarás en mi casa, que estarás en mi vida descansando en mi corazón.
«Dejémonos también nosotros llamar por el nombre por Jesús. En lo profundo del corazón, escuchemos su voz que nos dice: «Es necesario que hoy me quede en tu casa», es decir, en tu corazón, en tu vida. Y acojámosle con alegría: Él puede cambiarnos, puede convertir nuestro corazón de piedra en corazón de carne, puede liberarnos del egoísmo y hacer de nuestra vida un don de amor. Jesús puede hacerlo; ¡déjate mirar por Jesús!». (Homilía de S.S. Francisco, 3 de noviembre de 2013).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Buscaré el rostro de Cristo en mi día y rezaré al menos un misterio del rosario para pedir a María su intercesión.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
«Ninguna guerra vale las lágrimas de los niños»
Con ocasión del Día Mundial del Niño.
Las imágenes difundidas por los medios de comunicación en estas horas en Gaza muestran fotogramas al límite de la resistencia. Niños, incluso muy pequeños, cuyas lágrimas corren por sus rostros ennegrecidos por el humo o sucios por el polvo de los edificios derrumbados por las bombas, en brazos de padres y familiares con la boca abierta gritando por el dolor de una pérdida de un familiar o de un miembro. A ellas, se suman las fotografías de menores llorando ante los ataúdes de sus padres en Ucrania o las de niños en África de menos de 10 años empuñando un Kalashnikov, sentados sobre un tanque, ya entrenados para los conflictos. Niños muertos (como los siete bebés prematuros que murieron en las incubadoras de los hospitales de Gaza), niños heridos, niños inmigrantes, niños soldados, niños explotados: ¿es todo esto tolerable? ¿Cuánto más debe durar el sufrimiento de los más pequeños? Aquel ante el cual el Papa ha dicho más de una vez que no hay respuesta, sólo lágrimas.
El llamamiento del Papa
Y es el propio Papa Francisco quien vuelve a llamar la atención sobre los niños en el aniversario que recuerda sus derechos indispensables, la Jornada Mundial de los Derechos del Niño, instituida el día en que recordamos el aniversario de la aprobación en 1989 por la Asamblea de las Naciones Unidas de la Convención de la ONU sobre los Derechos de los Niños y los Adolescentes. Quizás el tratado de derechos humanos más ratificado del mundo. Mientras se desarrollan las iniciativas de la campaña de Unicef “Niños entre guerras y emergencias olvidadas”, que pretende recordar a los numerosos niños del mundo que viven en contextos de emergencia, con especial atención a seis países afectados por la violencia, el Papa Francisco se hace presente en X (antes Twitter), y a través de la cuenta en nueve idiomas y con millones de seguidores, @Pontifex, difunde su mensaje que tiene como finalidad una advertencia y la forma de una pregunta -o mejor dicho, dos- como alimento para la reflexión.
“¿Cuántos niños son privados del derecho fundamental a la vida y a la integridad física y mental, a causa de los conflictos? ¿Cuántos niños son obligados a participar o asistir a los combates, y a llevar las cicatrices que dejan? Ninguna guerra vale las lágrimas de los niños”
El dolor del Papa por las madres
Una frase que, idealmente, continúa el llamamiento lanzado hace exactamente diez días, el 10 de noviembre, por el propio Pontífice en el mensaje enviado a los participantes en la VI edición del Foro de París sobre la paz. «Ninguna guerra vale las lágrimas de una madre que ve a su hijo mutilado o muerto», denunció Francisco. Y agregó: “Ninguna guerra vale la pérdida de la vida de una sola persona humana, que es un ser sagrado, creado a imagen y semejanza del Creador; ninguna guerra merece el envenenamiento de nuestra casa común; «Ninguna guerra vale la desesperación de quienes se ven obligados a abandonar su patria y se ven privados, de un momento a otro, de sus hogares y de todos los lazos familiares, amigos, sociales y culturales que han construido, a veces durante generaciones».
Ninguna guerra – «Siempre, siempre, siempre una derrota para la humanidad», como el Papa tuvo oportunidad de reiterar en el Ángelus de ayer – merece la pena ver esas imágenes. Un puñetazo en el estómago; un pecado por el que, ya dijo el Papa durante las celebraciones en Santa Marta en los primeros años de su pontificado, «Dios nos pedirá cuentas.
Con María, el día de su presentación en el Templo
Este día, la Santa Iglesia festeja el día en que, pequeñita, María fue presentada en el Templo.
Al meditar sobre tu vida, Madre querida, nos queda siempre en el alma alguna enseñanza, un prudente consejo, un camino…
Este 21 de noviembre la Santa Iglesia festeja el día en que, pequeñita, fuiste presentada en el Templo.
Por más que intento, Madrecita, no puede descubrir mi corazón una enseñanza en esta parte de tu vida. Me quedo en oración. Acabo de recibir a tu Hijo bajo la apariencia de pan. Así, mi corazón hecho pregunta se postra ante ti.
Enséñame, Madre…
Me abrazas el alma y siento que te acompaño en tan hermoso día.
Vas llegando al Templo de la mano de tus padres. La mano de Joaquín te llena de fuerza y confianza. La de Ana te sostiene un equipaje de amor, besos y abrazos para que te acompañe en el viaje trascendental que emprendes.
Con tu inocencia, jamás perdida, y tu ternura, exquisitamente multiplicada en años venideros, vas acercándote al lugar del que tanto te han hablado y vas aprendiendo a abrazarte al Dios eterno que conociste de la boca de tus amados padres.
Por estas cosas de la imaginación una María mamá, tal como me la recuerda la imagen de la Parroquia, me acompaña a descubrir a una María niña.
Vamos subiendo las escalinatas… Al llegar al último escalón distingo, a una prudente distancia un personaje conocido…
¡Madre! ¿Acaso esa mujer que está allí, observando de lejos es… ?
-Si, hija, es Ana, la profetisa.
Claro, según dice la Escritura: «… casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones» (Lc 2, 36-37)
Ana… quien años más tarde hablaría «… acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén»…(Lc 2,38)
Ana… mira a esta niña de ojos dulces, belleza serena y sonrisa de cielo.
Ana… guarda ese rostro en su corazón, pues el rostro de María es inolvidable.
Me descubro nuevamente arrodillada en la Parroquia. Te miro con el alma, María, y descubro de tu mano la enseñanza. Simple y profunda. Simple como una mujer viuda mirando de lejos. Profunda, como el amor que nos tienes.
Nadie puede olvidarte, Madre!. Una vez que se te ha conocido, no es posible el olvido.
Aunque pasen muchos años entre el encuentro y el abrazo… entre la mirada y la sonrisa.
Nadie, que te haya visto, aunque sea una vez, puede olvidarte. Verte… no con los ojos del cuerpo, sino con los del alma. El encuentro es interior. El abrazo, único.
Mi corazón está feliz pues me has enseñado, una vez más, que meditar en tus ejemplos no es en vano, ni «pérdida de tiempo». Meditar en ti calma las angustias del alma, encamina los pasos del corazón y nos acerca a tu Hijo.
Este 21 de noviembre quiero pedirte que subas conmigo las escalinatas de mi vida. Que me lleves de la mano y me proveas de un imprescindible equipaje interior. Que sepa mantener ese equipaje meditando siempre en tus virtudes y ejemplos.
Feliz recuerdo de tu Presentación, Madre.
Hermano que lees estas sencillas líneas. Acompaña a Maria recordando con ella este día. Acompáñala con una oración, con un pensamiento, con una obra de caridad… Suma tu sencilla ofrenda a la que hizo de su vida la más pura ofrenda de amor.
NOTA de la autora:
Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de «Cerrar los ojos y verla» o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.
¿Qué significa la Presentación de la Virgen María en el Templo?
Cuando era pequeña, la madre de Jesús participó en la celebración en que las niñas hebreas con antorchas encendidas iban al templo ante las autoridades de Jerusalén
Los orígenes de esta fiesta hay que buscarlos en una tradición que surge en el escrito apócrifo llamado el Protoevangelio de Santiago.
Según este documento, la Virgen María fue llevada al templo a la edad de tres años por sus padres, san Joaquín y Santa Ana.
Allí, junto a otras doncellas y piadosas mujeres, fue instruida cuidadosamente respecto a la fe de sus padres y sus con Dios.
La memoria de la Presentación de la Virgen María conmemora uno de los “misterios” de la vida de quien fue elegida por Dios como Madre de su Hijo y como Madre de la Iglesia.
En esta Presentación de María se alude también a la presentación de Cristo y de todos los cristianos al Padre Dios.
Históricamente, el origen de esta fiesta fue la dedicación de la Iglesia de Santa María la Nueva en Jerusalén, en el año 543.
Todo eso se viene conmemorando en Oriente desde el siglo VI, y hasta habla de ello el emperador Miguel Comeno en una Constitución de 1166.
Propagación de la fiesta
Un gentil hombre francés, canciller en la corte del Rey de Chipre, habiendo sido enviado a Aviñón en 1372, en calidad de embajador ante el papa Gregorio XI, le contó la magnificencia con que en Grecia celebraban esta fiesta el 21 de noviembre. El Papa entonces la introdujo en Aviñón, y Sixto V la ofreció a toda la Iglesia.
María, según la promesa hecha por sus padres, fue llevada al templo a los tres años, en compañía de un gran número de niñas hebreas que llevaban antorchas encendidas, con la participación de las autoridades de Jerusalén y entre el canto de los ángeles.
Para subir al templo había quince gradas, que María habría caminado sola a pesar de ser tan pequeña.
María, sin saberlo, se preparaba para recibir a Dios. Los apócrifos dicen también que en el templo María se nutría con un alimento especial que le llevaban los ángeles, y que ella no vivía con las otras niñas sino en el “Sancta Sanctorum”, al cual tenía acceso el Sumo Sacerdote sólo una vez al año.
La realidad de la presentación de María debió ser mucho más modesta y al mismo tiempo más gloriosa.
Por medio de este servicio a Dios en el templo, María preparó su cuerpo, y sobre todo su alma, para recibir al Hijo de Dios, viviendo en sí misma la palabra de Cristo: “Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la practican». María, la eterna enamorada de Dios. María era una mujer enamorada de Dios. Era una mujer de oración, que tenía una conversación permanente y una comunión íntima con Dios. Entender y vivir la vida de oración de María ayuda a vivir una vida de amor rendido al Plan supremo de Dios en cada vida. La fiesta de la Presentación de María es una oportunidad para elegir rendirse a Dios y así participar en su plan para toda la humanidad.