Antonio María Zaccaría, Santo
Memoria Litúrgica, 5 de julio
Presbítero y Fundador
Martirologio Romano: San Antonio María Zaccaria, presbítero, fundador de la Congregación de los Clérigos Regulares de San Pablo o Barnabitas, para la reforma de las costumbres de los fieles cristianos, y que voló al encuentro del Salvador en Cremona, ciudad de la Lombardía (1539).
Etimológicamente: Antonio = Aquel que es digno de estima, es de origen latino.
Breve Biografía
Nació en Cremona (Italia) el año 1502 y murió en la misma ciudad el 5 de julio de 1539. Basta la escueta indicación de estas fechas para comprender la trascendencia que, para la vida de la Iglesia, tuvieron los días que vivió Antonio María Zacarías.
Inquietud y aspiración de reforma, ansias de renovación por caminos no siempre gratos a la jerarquía eclesiástica, miedo pusilánime en unos y excesos imprudentes en no pocos, definen el clima en el que debía germinar la semilla de un nuevo reformador santo, entre otros que, como San Cayetano de Thiene y San Ignacio de Loyola, produjo la Iglesia católica en el siglo XVI. Reformador, santo y, además añadimos, precursor del gran San Carlos Borromeo en la elevación espiritual de la diócesis de Milán.
Antonio María fue obra de la gracia, que comenzó por materializarse en el regalo de una piadosísima madre; de su seno salió a contemplar la luz de este mundo y de sus brazos tuvo la dicha indecible de volar a contemplar la claridad de Dios. La buena Antonieta Pescaroli recibió con conciencia de responsabilidad el encargo y la confianza que la Providencia en ella depositó al darle un hijo para hacer de él un buen cristiano; por fidelidad a él, y para mejor dedicarse a su formación, rehusó la joven viuda un nuevo matrimonio. Antonio María Zacarías pudo así aprender de su madre a ser pobre para poder ser caritativo, hasta tanto que, con el fin de facilitar a ésta el ejercicio de la caridad en favor de los necesitados, renunció notarialmente a los bienes que le correspondían por herencia paterna; se nos hará, pues, natural que, como un necesitado más, solicite humilde de su madre lo indispensable para su sustento, sin permitirse jamás nada que pueda parecer superfluo o lujoso; para Antonio María supondría ello privar a otros de lo necesario para vivir.
Quiso prepararse por el estudio de la medicina para ser un ciudadano útil a sus hermanos los hombres. Pero el Señor le quería escoger para curar dolencias de otra índole. En los años de estudiante la piedad y amor a la Santísima Virgen, a quien había consagrado su virginidad, sostuvo firme su propósito de virtud y su espíritu de caritativo servicio a los hermanos, que fue poco a poco transformándose en el deseo de ser sacerdote. Pero, a pesar de que la decadencia de las costumbres, aun en el clero, hiciera a sus contemporáneos poco respetable la dignidad sacerdotal, supo él descubrir la grandeza de la misión del sacerdote, a la vez que la profundidad de su indignidad, de manera que sólo por el prudente consejo de su director espiritual se decidiera a entrar por el camino del sacerdocio.
En una época en que la Reforma de la Iglesia aspiraba no solamente a la purificación de las costumbres, sino a la consolidación de la doctrina, no bastaba ser virtuoso para responder a las exigencias que su tiempo tenía, consciente o inconscientemente, respecto de los sacerdotes. Hacía falta doctrina sólida inspirada precisamente en las fuentes puras de la revelación, en la Sagrada Escritura.
Visto desde la perspectiva del siglo XX, nos parece sumamente moderno y actual el esfuerzo puesto por Antonio María Zacarías, estudiante para el sacerdocio, de llegar a la comprensión de la doctrina católica, en la teoría y en el espíritu de San Pablo, a través de sus preciosas epístolas. Libertad y gracia, virginidad y cuerpo místico, locura por Cristo crucificado y desprecio de las realidades terrestres, son unos de los muchos temas en los cuales se fue empapando el futuro apóstol y reformador, cuya íntima preocupación no fue otra que la de reproducir la imagen del apóstol Pablo, gran enamorado de Cristo.
Once años escasamente fue Antonio María sacerdote; pero los santos saben vivir con intensidad su tiempo, y así debió vivirlo quien en tan poco tiempo mereció ser llamado por su bondad y caridad, por su prudencia y celo, el «Ángel de Cremona» y el «Padre de la Patria». Su madre le enseñó a compadecer y a aliviar el sufrimiento ajeno, y, ordenado sacerdote, no tuvo que hacer otra cosa que seguir la misma trayectoria, poniendo al servicio de sus hermanos el gran don del sacerdocio, que fue en él luz, mortificación, amor.
En un siglo de exaltación de la razón y de la cultura, y de optimismo desbordado por los valores humanos, Antonio María Zacarías luchó por llevar a los creyentes la ceguera de la fe y la locura de la cruz; la Eucaristía y la pasión fueron las devociones que con mayor ardor trató de inculcar en el pueblo cristiano, y aún perduran todavía ciertas prácticas que él introdujo, como son el recuerdo piadoso de la pasión y de la muerte del Señor al toque de las tres de la tarde de todos los viernes, y la práctica de las cuarenta horas de adoración al Santísimo Sacramento, solemnemente expuesto sucesivamente en diversas iglesias para salvar la continuidad del culto.
Los santos no suelen ser guardianes egoístas de los tesoros que en ellos deposita la gracia; buscan la comunicación abundante y fecunda, en vistas a una mayor eficacia apostólica; por esto es frecuente que en torno a ellos surjan familias religiosas vivificadas por su espíritu y penetradas de su misma inquietud apostólica. Antonio María descubrió en el mundo en que la Providencia le situó, una gran indigencia; vio en su cristianismo una radiante luz que la colmara; y su vida personal, lo mismo que la de los clérigos de la Congregación de San Pablo, no será otra cosa que la dedicación a la obra de la salvación de los hermanos, en el sacrificio total de las apetencias puramente personales. Así nació en Milán esta asociación para la reforma del clero y del pueblo, que más tarde sería conocida con el nombre de los «barnabitas», por la sede en que se instalaron definitivamente a partir del año 1545. Clemente VII la aprobó en 1533. Un sacerdote y un seglar, Bartolomé Ferrari y Jacobo Morigia, fueron sus primeros colaboradores. Y no solamente en el espíritu y la doctrina quisieron estos hombres de Dios imitar a San Pablo; como éste en el foro, se lanzaron ellos a las calles de Milán, predicando, mucho más que por la preparación de su elocuencia, por la austeridad y la mortificación de la vida. No faltaron quienes se escandalizaron ante estas santas «excentricidades», acusándoles de hipócritas y aun heréticos. Se les promovió una causa ante el senado y la curia episcopal de Cremona, de la que la nueva asociación salió fortalecida, pues le valió la bula de Paulo III, quien el año 1539 puso a la nueva Congregación religiosa bajo la inmediata jurisdicción de la Santa Sede.
Con el fin de llevar el espíritu de la Reforma a las jóvenes y a las mujeres, Antonio María transformó un instituto erigido, con esta finalidad por la condesa Luisa Torrelli de Guastalla en monasterio de religiosas que tomará por nombre el de Angélicus, que fue también aprobado por Paulo III. Siguiendo fiel a su espíritu, la base de la transformación religiosa y moral la puso el fundador en la instrucción religiosa, sin la cual no puede existir una verdadera reforma. San Carlos Borromeo se sirvió de ella aun para la reforma de los monasterios, elogiándola tanto que la llamó «la joya más preciosa de su mitra».
No sería completa la reseña sobre la obra de San Antonio María Zacarías si pasáramos por alto una de sus preocupaciones que plasmó en una realización que a nosotros, hombres del siglo XX, nos parece especialmente interesante y actual. Consciente por experiencia propia de lo que la vida familiar, honradamente vivida, puede colaborar en la elevación de las costumbres privadas y públicas, creó una Congregación para los unidos en matrimonio, ordenada a la reforma de las familias.
Al echar ahora una mirada retrospectiva sobre la vida de Antonio María, canonizado el 27 de mayo de 1890 por Su Santidad el Papa León XIII, llama poderosamente la atención no sólo la abundancia de su obra, realizada en tan breve espacio de tiempo, sino también, y en mayor grado aún, la perspicacia y claridad de la visión que tuvo de los problemas, que le hizo buscar los remedios verdaderos y permanentes de todas las situaciones difíciles de la vida de la Iglesia: el estudio de la verdad, el amor de la caridad, el sacrificio por el hermano. Por esto San Antonio María Zacarías nos parece aun hoy un santo moderno, actual, capaz de iluminarnos con el resplandor de su vida y de su espíritu.
Tocar nuestra salvación
Santo Evangelio según san Mateo 9, 18-26. Lunes XIV del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Vengo ante ti, Señor, pues Tú eres mi Dios y mi Salvador. Te adoro y te alabo por todas las cosas buenas que has hecho conmigo, y pongo en tus manos todo aquello que me preocupa. Tú conoces ya mi pequeñez, mi debilidad, mis dificultades y las de mis seres queridos. ¡Jesús, confío en ti! Concédeme en este rato de oración experimentar de nuevo tu amor y tu misericordia. Amén.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 9, 18-26
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se le acercó un jefe de la sinagoga, se postró ante él y le dijo: «Señor, mi hija acaba de morir; pero ven tú a imponerle las manos y volverá a vivir».
Jesús se levantó y lo siguió, acompañado de sus discípulos. Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orilla del manto, pues pensaba: «Con sólo tocar su manto, me curaré». Jesús, volviéndose, la miró y le dijo: «Hija, ten confianza; tu fe te ha curado». Y en aquel mismo instante quedó curada la mujer.
Cuando llegó a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús a los flautistas, y el tumulto de la gente y les dijo: «Retírense de aquí. La niña no está muerta; está dormida». Y todos se burlaron de él. En cuanto hicieron salir a la gente, entró Jesús, tomó a la niña de la mano y ésta se levantó. La noticia se difundió por toda aquella región.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Pongámonos por un momento en la situación de esta mujer del Evangelio. Una enfermedad aparentemente incurable, doce años de sufrimiento, mil remedios fallidos… O bien, imaginémonos estar pasando por la misma agonía del jefe de la sinagoga: tenía dinero y buena fama, pero un vacío inmenso en lo más importante. Su hija pequeña no había sobrevivido la enfermedad y murió en la flor de su vida, dejando una oscuridad tremenda para sus padres. Ambas son realidades que desgarran el corazón. Hunde el alma con sólo pensarlo…
Hay realidades que desalientan incluso a los más optimistas. Con todo realismo, hay poco o nada que hacer; y por eso nos impacta aún más ver personas que incluso en estas pruebas mantienen viva la esperanza, que siguen luchando, que no pierden la fe. La hemorroísa y el jefe de la sinagoga son dos ejemplos claros de esta actitud. No dieron todo por perdido, nunca se dejaron caer en el vacío de la desesperación. Sabían que tenía que haber una salvación. Y la buscaron en Jesús de Nazaret.
Cristo trajo la salud a una persona y la vida a otra gracias a un contacto.
La mujer tocó el manto de Jesús, el jefe de la sinagoga lo dejó entrar en su casa. Y es que Cristo no sólo trae la salvación: Él es la Salvación. Lo que Él toca, sana; donde Él entra, hay vida. Cristo es mucho más que un buen hombre: Él es también verdadero Dios, la fuente de todo bien, el consuelo profundo y verdadero del corazón humano.
La enfermedad, el sufrimiento y la muerte son realidades que nos tocan a todos nosotros. ¿Tenemos una confianza invencible como la de esta mujer? ¿Nuestra fe se mantiene viva como la de este hombre? En esos momentos o situaciones en que parece que no hay esperanza, recordemos las palabras del Señor: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre.» (Jn 11, 25-26).
«El Nuevo Testamento nos habla de la divina misericordia (eleos) como síntesis de la obra que Jesús vino a cumplir en el mundo en el nombre del Padre (cfr. Mt 9,13). La misericordia de nuestro Señor se manifiesta sobre todo cuando Él se inclina sobre la miseria humana y demuestra su compasión hacia quien necesita comprensión, curación y perdón. Todo en Jesús habla de misericordia, es más, Él mismo es la misericordia».
(S.S. Francisco, Mensaje del Santo Padre para la XXXI Jornada Mundial de la Juventud, 28 de septiembre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Buscaré dar ánimo y consuelo a alguien que se encuentre en un momento difícil.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La muerte
Amar más y mejor
La muerte es algo habitual dentro de un hospital. Podríamos decir que es una empleada más del centro que ejerce su profesión con rigurosidad calculada.
Los que junto a ella trabajamos llegamos a habituarnos a sus entradas y salidas, a sus exigencias y reclamaciones, a su compañía…a su rostro frío. Sólo cuando se dirige a nosotros, cuando se fija en nosotros empieza a preocuparnos su presencia y a provocar en nosotros algo nunca hasta entonces sentido.
A pesar de todo, a pesar de su presencia y cercanía, en mi sigue suscitando una serie de interrogantes que sólo encuentran su respuesta en Dios: ¿qué es la vida que hoy tengo y mañana no? ¿qué es el hombre, capaz de tanto, sin el aliento de esa vida? ¿para qué tanto esfuerzo, sacrificio, superación, dolor…? ¿para nada?…Repito, sólo en Dios encuentro paz, certeza y esperanza.
Pero la muerte además de traernos interrogantes también nos trae certezas. Seguro que todos hemos escuchado alguna frase: “llega cuando menos lo esperamos” “alcanza a todos” “no pide permiso para entrar” “desde ella la vida adquiere su verdadera dimensión”…
A mi personalmente tener a la muerte por compañera de trabajo me ha ayudado a valorar más a los que tengo a mi lado: padres, hermanos, amigos…a los que hoy puedo amar en directo, a los que puedo decirles gracias por lo mucho que me dan, a los que puedo pedir perdón sin tener cuentas pendientes con ellos, a los que puedo sencillamente dar un beso, tender mi mano o sonreír, porque hoy están a mi lado y habrá un día que aunque quiera no podré, porque ya no estarán a mi lado aquí en la tierra. Por eso a veces, desde mi hospital, me gusta mirar en silencio a esos seres queridos que Dios a puesto a mi lado y saborear su presencia, sus cualidades, sus años con su juventud o su ancianidad, y hasta sus defectos y “manías” que también me recuerdan que están vivos.
Cuántos, al perder un ser querido, siente un remordimiento de conciencia por lo que hicieron o dejaron de hacer con esa persona que acaba de partir de este mundo; cuántos, si pudieran “rebobinar” la vida compartida con los que ya no están, los amarían más intensamente.
Por eso al llegar el mes de noviembre, mes en que recordamos especialmente a nuestros difuntos, con la gracia de Dios, pensemos también en los vivos que tenemos a nuestro lado y entreguemos todo nuestro corazón mientras estén junto a nosotros.
Que no tenga la muerte que arrebatarnos a los que queremos, para que caigamos en la cuenta de que siempre podemos amar más y mejor, para darnos cuenta de lo insustituible que es un padre, una madre, un esposo, una esposa, un hijo, una hija, una amigo, una amiga…
Sin apertura a las sorpresas de Dios, la fe se apaga
Ángelus del Papa Francisco, 4 de julio de 2021
“En la oración, pidamos a la Virgen, que ha acogido el misterio de Dios en la cotidianidad de Nazaret, tener ojos y corazón libres de los prejuicios y abiertos al asombro, a las sorpresas de Dios, a Su presencia humilde y escondida en la vida de cada día”, lo dijo el Papa Francisco en su alocución antes de rezar la oración mariana del Ángelus, de este XIV Domingo del Tiempo Ordinario, desde la ventana del Palacio Apostólico ante los fieles y peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro.
Un profeta sólo en su patria carece de prestigio
El Santo Padre comentando el Evangelio de este domingo (Mc 6,1-6) que nos habla de la incredulidad de los paisanos de Jesús, señaló que Jesús después de haber predicado en otros pueblos de Galilea, vuelve a Nazaret, donde había crecido con María y José; y, un sábado, se puso a enseñar en la sinagoga. Muchos, escuchándolo, se preguntan: “¿De dónde le viene esta sabiduría? y ¿qué sabiduría es esta que le ha sido dada? ¿No es este el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?” (cfr vv. 1-3).
- el diluvio
- Esto es la Biblia: Episodio 8 – Génesis 8 y 9 . Termina el diluvio
“Delante de esta reacción, Jesús afirma una verdad que ha entrado a formar parte también de la sabiduría popular: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio»”.
Hay diferencia entre conocer y reconocer
En este sentido, el Papa Francisco invitó a detenernos en la actitud de los paisanos de Jesús, que conocen a Jesús, pero no lo reconocen. “En efecto – afirmó el Pontífice – hay diferencia entre conocer y reconocer: podemos conocer varias cosas de una persona, hacernos una idea, fiarnos de lo que dicen los demás, quizá de vez en cuando verla por el barrio, pero todo esto no basta. Se trata de un conocer superficial, que no reconoce la unicidad de una persona. Es un riesgo que todos corremos: pensamos que sabemos mucho de una persona, la etiquetamos y la encerramos en nuestros prejuicios”.
“Los paisanos de Jesús lo conocen desde hace treinta años y piensan que lo saben todo; en realidad, no se han dado nunca cuenta de quién es realmente. Se detienen en la exterioridad y rechazan la novedad de Jesús”.
Es necesario abrirse a la novedad y dejarse sorprender
Esto sucede, señaló el Santo Padre, cuando hacemos que prevalezca la comodidad de la costumbre y la dictadura de los prejuicios, así es difícil abrirse a la novedad y dejarse sorprender. “Al final sucede que muchas veces, de la vida, de las experiencias e incluso de las personas – subrayó el Pontífice – buscamos solo confirmación a nuestras ideas y a nuestros esquemas, para nunca tener que hacer el esfuerzo de cambiar”. Puede suceder también con Dios, precisamente a nosotros creyentes, a nosotros que pensamos que conocemos a Jesús, que sabemos ya mucho sobre Él y que nos basta con repetir las cosas de siempre.
“Sin apertura a la novedad y a las sorpresas de Dios, sin asombro, la fe se convierte en una letanía cansada que lentamente se apaga”.
¿Por qué los paisanos de Jesús no lo reconocen y no creen en Él?
Finalmente, el Papa Francisco se pregunta: ¿Cuál es el motivo por el que no reconocen y no creen en Jesús? Podemos decir, en pocas palabras, afirmó el Papa, que no aceptan el escándalo de la Encarnación. “Es escandaloso que la inmensidad de Dios se revele en la pequeñez de nuestra carne, que el Hijo de Dios sea el hijo del carpintero, que la divinidad se esconda en la humanidad, que Dios habite en el rostro, en las palabras, en los gestos de un simple hombre”. He aquí el escándalo: la encarnación de Dios, su concreción, su “cotidianidad”. En realidad, es más cómodo un dios abstracto y distante, que no se entromete en las situaciones y que acepta una fe lejana de la vida, de los problemas, de la sociedad. O nos gusta creer en un dios “de efectos especiales”, que hace solo cosas excepcionales y da siempre grandes emociones.
“Dios se ha encarnado: humilde, tierno, escondido, se hace cercano a nosotros habitando la normalidad de nuestra vida cotidiana. Y entonces, como los paisanos de Jesús, corremos el riesgo de que, cuando pase, no lo reconozcamos, es más, nos escandalizamos de Él”.
Vuelvo a aquella hermosa frase de San Agustín: «Tengo miedo de Dios, del Señor, cuando pasa. Pero, Agustín, ¿por qué tienes miedo? Tengo miedo de no reconocerlo. Tengo miedo del Señor cuando pasa. Timeo Dominum transeuntem«. No lo reconocemos de hecho, nos escandalizamos de Él, pensamos como nuestro corazón con esta realidad.
Un hijo, es siempre un niño para su madre
Pedir mucho a Dios por las mamás de todo el mundo, para que siga habiendo madres buenas, fieles, heroicas en su labor de educar al hombre
Se celebran muchas cosas y acontecimientos en el mundo, pero el día de la madre es el que más se merece una celebración, porque se celebra el amor más tierno, más desinteresado y más hermoso que pueda existir sobre la tierra. Habría que celebrarlo con versos y canciones. Hasta Dios quiso tener una madre, la Santísima Virgen. Quiso sentir las caricias y el amor de una madre humana como tú.
A la hora de dirigirles una felicitación se me ocurre ponerme en el caso de un niño que habla a su mamá. Hacerme también niño, porque resulta que un hijo, es siempre un niño para su madre. Lo primero que un niño dice a su madre es un ¡gracias! muy grande y muy tierno.
¡Gracias! mamá, por haberme traído a este mundo: tu primer regalo para mi fue el regalo de la vida, te debo la vida. Pude no haber nacido y ahora no correría a tu brazos a decirte que te quiero y no podrías mirarte en mis ojos de angelito travieso. Pero dijiste sí.
¡Gracias! ¡mamá!, me quisiste mucho antes de nacer; cuántas veces soñaste conmigo. ¡Gracias! por haberme cuidado de pequeñito con tantos sacrificios, desvelos, cansancios. No puedo saber cuánto has hecho por mi, porque en esos años no me daba cuenta; te he costado mucho, mamá, eso lo sé. Nunca te sabré agradecer lo suficiente, no podré hacerlo porque es demasiado lo que te debo. Cuántas noches en vela junto a mi, cuando estaba enfermo.
¡Gracias! porque me has enseñado a conocer y a querer a Dios. Cuando sea mayor quizá me vuelva un poco frío, quizá salga de hijo pródigo, pero volveré, sí, volveré a ese Dios que tú me enseñaste amar.
Perdóname todas mis travesuras de niño y mis travesuras ya no tan inocentes de mayor. En el fondo no iban con mala intención, no pretendía molestarte. Aunque si te han hecho sufrir, yo sé que tú tienes siempre corazón para perdonarme y para comprender mis debilidades.
Pero no tengo derecho a entristecerte. Perdóname si alguna vez has tenido que llorar por mi y te he hecho enojar; no tenia derecho a hacerlo, perdóname. Te prometo desde hoy portarme mejor, no puedo seguir haciéndote sufrir con mi mal comportamiento. Ayúdame a cumplir este propósito.
Voy a pedir por ti tantas cosas. Hay que pedir mucho a Dios por las mamás de todo el mundo, para que siga habiendo madres buenas, fieles, heroicas en su labor de educar al hombre, porque los grandes hombres se forman en las rodillas de su madre.
Pedir para que no tomen como dogma de fe, aquello de que la familia pequeña vive mejor. En algunos ambientes algunas familias han reducido su fecundidad, su amor y su generosidad a una criatura, a un hijo. No tienen amor más que para un ser. La familia que vive mejor, no es la pequeña o la grande, sino la que vive unida en el amor.
Pidamos por todas nuestras familias para que reine de verdad el amor y así vivan mejor cada día. Ojalá que todas las madres se sientan orgullosas, felices de su maternidad pues eso es lo más grande que han recibido. Que se sientan felices con sus hijos, orgullosas de sus hijos, realizadas en su misión de madres por encima de cualquier otra cosa en su vida. Otras tareas y oficios pueden añadir algo a su persona, pero ninguna como la gloria y la alegría de ser madre.
Tus hijos te perdonarán fácilmente no ser una extraordinaria profesionista, si eres una estupenda mamá. El mundo está más necesitado de mamás verdaderas que de profesionistas excelentes.
Respuestas rápidas para defender la fe.
Ten siempre a la mano respuestas rápidas verdaderas y solidas sobre los temas más cuestionados de nuestra fe.
Estimados amigos:
En los siguientes artículos se han compilado algunas “respuestas rápidas”, sobre los temas más cuestionados de nuestra fe por católicos poco practicantes, algunas confesiones protestantes y sectas.
El objetivo de estos artículos es tener siempre a la mano respuestas verdaderas y solidas. Esto nos servirá para defender, sí, pero sobre todo para asimilar y como consecuencia vivir con mayor coherencia el cristianismo.
Temario:
- ¿Cómo reconocer la verdadera religión?
- ¿La historia de la religión católica se encuentra en la Biblia?
- La inspiración divina de la Biblia avalada por las tradiciones judeo cristianas.
- ¿Cómo conocer a Dios?
- ¿El texto actual de los evangelios coincide con el original?
- ¿Es razonable creer?
- En la Biblia se prohíben las imágenes. Y entonces ¿por qué los católicos y los ortodoxos aceptan y recomiendan su uso?
- Vida oculta y pública de Cristo.
- Los primeros cristianos y el cristiano.
- ¿Unidad entre católicos, protestantes y ortodoxos? Lo qué nos une y lo que nos separa.
- El pecado y los pecados
- ¿Qué hacer para obtener el perdón divino?
- El mal, soluciones y aclaraciones.
- ¿Se puede prevenir la muerte?
- Las indulgencias.
- ¿Consejos y atajos para ir al cielo?
- ¿Podemos adivinar el futuro? ¿Qué sucedería si conociéramos el futuro por completo?
- ¿Se puede hablar con los espíritus?
- ¿Cuándo será el fin del mundo? ¿De qué se nos juzgará? ¿Si hay purgatorio, no sobra el infierno?
- ¿Hay reencarnación?
- Ecologismo coherente
Conoce, ama, defiende la fe y a la Iglesia como verdadero discípulos de Cristo.
San Antonio María Zaccaría, creador de una potente devoción eucarística
Arnaldolivel-(CC BY-SA 3.0)
Este joven cura italiano puso en marcha con otros dos sacerdotes la adoración de las 40 horas en plena Reforma protestante
San Antonio María Zaccaría nació en Cremona (Italia) en el año 1502. Era de familia noble y pronto se vio llamado a ser médico para cuidar a las demás personas. Leyendo la Biblia y particularmente las Cartas de san Pablo decidió formar parte de grupos de estudio bíblico, en tiempos en que arreciaba la Reforma protestante. Pensó que un modo de ser mejor instrumento en manos de Dios sería estudiar Teología, y así lo hizo. Poco a poco entendió que el Señor quería que fuera sacerdote para cuidar a las almas. Creó pequeñas comunidades entre los fieles. En el caso de los sacerdotes, él y otros dos sacerdotes formaron en 1530 una asociación de clérigos regulares, con una regla común de vida y apostolado, sin ser frailes. El Papa la aprobó como “Clérigos Regulares de san Pablo” o barnabitas, en honor a su primera iglesia, dedicada a san Bernabé, quien acompañó a san Pablo.
Predicaban especialmente a los matrimonios y promovieron la atención de las mujeres en desamparo, al tiempo que vivían la pobreza.
El toque de campanas los viernes a las 3
Para fomentar la unión con Cristo, impulsaron la devoción eucarística. Concretamente, impulsaron la adoración de las 40 horas. También promovieron el toque de campanas los viernes a las 3 de la tarde, en recuerdo de la hora en que murió Jesús en la Cruz.
San Antonio María Zaccaría murió joven de agotamiento, en brazos de su madre, cuando contaba solo 37 años.
Oración
Concédenos Señor, aquel profundo conocimiento de Cristo que otorgaste a San Antonio María Zaccaría para que, amándolo como él, sintamos también la urgente necesidad de darlo a conocer a todos los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
«La adoración a Cristo en este sacramento de amor debe encontrar expresión en diversas formas de devoción eucarística. Plegarias personales ante el Santísimo, horas de adoración, exposiciones breves, prolongadas, anuales (las cuarenta horas, bendiciones eucarísticas, pro-cesiones eucarísticas, Congresos eucarísticos).»
Juan Pablo II, “El Misterio y el culto de la Eucaristía” (carta a los obispos), n.3.