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Jesús ha formado una nueva familia, que ya no se basa en vínculos naturales, sino en la fe en Él, en su amor que nos acoge y nos une entre nosotros, en el Espíritu Santo. Todos los que acogen la palabra de Jesús son hijos de Dios y hermanos entre ellos. Acoger la palabra de Jesús nos hace hermanos entre nosotros, nos hace ser la familia de Jesús. Hablar mal de los demás, destruir la fama de los demás nos convierte en la familia del diablo. La respuesta de Jesús no es una falta de respeto por su madre y sus familiares. Por el contrario, supone el mayor reconocimiento para María, porque precisamente ella es la perfecta discípula que obedeció en todo a la voluntad de Dios. Que la Virgen Madre nos ayude a vivir siempre en comunión con Jesús, reconociendo la obra del Espíritu Santo que actúa en Él y en la Iglesia, regenerando el mundo a una vida nueva. (Ángelus del 10 de junio de 2018)

 

 

Francisco de Sales, Santo

Memoria Litúrgica. 24 de enero
Obispo de Ginebra
Doctor de la Iglesia
Cofundador de la Congregación de la Visitación

 

 

Martirologio Romano: Memoria de san Francisco de Sales, obispo de Ginebra y doctor de la Iglesia. Verdadero pastor de almas, hizo volver a la comunión católica a muchos hermanos que se habían separado y con sus escritos enseñó a los cristianos la devoción y el amor a Dios. Fundó, junto con santa Juana de Chantal, la Orden de la Visitación, y en Lyon entregó humildemente su alma a Dios el 28 de diciembre de 1622. Fue sepultado en Annecy, en Francia, en este día (1622).

Etimológicamente: Francisco = Aquel que porta la bandera, es de origen germánico.

Fecha de canonización: 19 de abril de 1665 por el Papa Alejandro VII.

Breve Biografía

El patrono de los periodistas fue un escritor que se distinguió por decir la verdad con elegancia y sin herir a nadie, por escribir y hablar con tanta delicadeza que nadie se sentía molesto; un escritor y orador que no buscaba el morbo sino la transmisión de la simple y llana verdad evangélica. Y supo comunicar la idea de que todo lo auténticamente humano es cristiano.

Fue un humanista de pies a cabeza.

VIDA DE SAN FRANCISCO DE SALES

Nace el gran Santo:

 

San Francisco nació en el castillo de Sales, en Saboya, el 21 de agosto de 1567. Fue bautizado al día siguiente en la Iglesia parroquial de Thorens, con el nombre de Francisco Buenaventura. Durante toda su vida sería su patrono San Francisco de Asís. El cuarto donde él nació se llamaba «el cuarto de San Francisco», porque había en él una imagen del «Poverello» predicando a los pájaros y a los peces.

De niño Francisco fue muy delicado de salud ya que nació prematuro; pero gracias al cuidado que recibió, se pudo recuperar y fortalecerse con los años. Si bien no era robusto, su salud le permitió desplegar una enérgica actividad durante su vida.

La Madre de Francisco:

La Señora Francisca de Boisy era una mujer sumamente amable y trabajadora y profundamente piadosa. Santa Juana de Chantal dice que la gente la admiraba como a una de las damas más respetables de esa época.

Tenía que mandar y dirigirlo todo en un amplísimo castillo donde laboran cuarenta trabajadores, sirvientas, mensajeros, labradores, y encargados del ganado.

Es muy importante tener en cuenta las cualidades de la mamá de Francisco, porque éste, por el valle nublado frío y oscuro donde estaba su casa, podría haber sido un hombre retraído y más bien inclinado a la tristeza y el pesimismo. Y en cambio, por la maravillosa formación que Doña Francisca le va proporcionando y por la educación que le hace dar su padre, obtiene las bases para llegar a ser más tarde con la gracia de Dios y por sus grandes esfuerzos, un portento de amabilidad y del más exquisito trato social.

 

Doña Francisca era una mujer que vivía muy ocupada, pero sin afanes ni apresuramientos. Quizás de ella habrá aprendido el niño Francisco aquella virtud suya que le dará resultado toda su vida: trabajar mucho, trabajar siempre, pero sin perder la calma, sin inquietud, no dejando para mañana lo que se puede hacer hoy.

La religión dominaba la vida de doña Francisca, y la compartía con todos, de ahí que Francisco aprendiese todo esto y luego lo usase más tarde para el beneficio de muchas almas.

Infancia:

Era un niño lindo, rubio, rosado que se divertía jugando en el Castillo. Le gustaba ir al Templo y rezar mirando hacia el altar y también era muy dado a ayudar a los pobres. Sin duda había recibido del Espíritu Santo el don de la Magnificencia, que consiste en un gusto especial por dar, y dar con gran generosidad. Como niño vivo e inquieto, que le gustaba curiosear por aquel inmenso Castillo donde vivía; parecía que tenía cien pulgas debajo de la ropa que no le dejaban estar quieto, por lo que su madre y la nodriza tenían que estar constantemente viendo que estaba haciendo.

Su madre le enseñaba el catecismo y le narraba bellos ejemplos religiosos. Y cuando el pequeño Francisco se encontraba con otros niños por el camino o en el prado, les repetía las enseñanzas y narraciones que había escuchado de labios de su mamá. Se estaba entrenando para lo que sería su mas preciado trabajo: enseñar catecismo, pero enseñarlo bellamente a base de amenos ejemplos.

  Juan Calvino

Hay un hecho en su infancia que denota mucho su celo por Dios pero también su inclinación a la ira, con la que luchará por 19 años de su vida hasta dominarla. Se cuenta que un día un Calvinista fue a visitar el Castillo, Francisco se enteró y como no podía meterse en la sala a protestar, tomó un palo en las manos, y lleno de indignación se fue al corral de las gallinas, arremetiendo contra ellas y gritando: «Fuera los herejes: No queremos herejes». Las pobres gallinas salieron corriendo y gritando ante su atacante, y a tiempo llegaron los sirvientes para salvarlas. Este que ahora atacaba a las gallinas, después llegará a tener un genio tan bondadoso y amable que no procederá con ira ni siquiera contra los más tremendos adversarios; ahora bien , esta bondad no nació con él sino que fue una conquista, poco a poco, con la ayuda de Dios.

Su padre, Don Francisco, tenía temor de que su hijo fuera a crecer flojo de voluntad porque la mamá lo quería muchísimo y podía hacerlo crecer algo consentido y mimado. Entonces le consiguió de profesor a un sacerdote muy rígido y muy exigente, el Padre Deage. Este será su preceptor durante toda su vida de estudiante. Era un hombre super exacto en todo, pero muy frecuentemente demasiado perfeccionista en sus exigencias. Este preceptor lo ayudará mucho en su formación pero le hará pasar muchos ratos amargos, por exigirle demasiado. Francisco no protestará nunca y en cambio le sabrá agradecer siempre, pero para su comportamiento futuro tomará la resolución de exigir menos detalles importunos y hacer más amables a quienes él tenga que dirigir.

A los 8 años entró en el Colegio de Annecy, y a los 10 años hizo su Primera Comunión junto con la Confirmación. Desde ese día se propuso no dejar pasar un día sin visitar a Jesús Sacramentado en el Templo o en la Capilla del colegio. El que más tarde será el gran promotor del culto solemne a la Eucaristía, fue preparado muy cuidadosamente por la madre y por su Sacerdote preceptor para recibir por primera vez a Jesús Sacramentado. Guiado por su madre se trazó unos buenos propósitos como recuerdo de su Primera Comunión:

1) Cada mañana y cada noche rezaré algunas oraciones.

2) Cuando pase por frente de una Iglesia entraré a visitar a Jesús Sacramentado, si no hay una razón grave que me lo impida.

3) Siempre y en toda ocasión que me sea posible ayudaré a las gentes más pobres y necesitadas.

4) Leeré libros buenos, especialmente Vidas de Santos.

Durante toda su vida procuró ser enteramente fiel a estos propósitos.

Un año más tarde en la misma Iglesia de Santo Domingo (actualmente San Mauricio), recibió la tonsura.

Francisco, estudiante:

Un gran deseo de consagrarse a Dios consumía al joven, que había cifrado en ello la realización de su ideal; pero su padre (que al casarse había tomado el nombre de Boisy) tenía destinado a su primogénito a una carrera secular, sin preocuparse de sus inclinaciones. A los 14 años, Francisco fue a estudiar a la Universidad de París que, con sus 54 colegios, era uno de los más grandes centros de enseñanza de la época.

Su padre le había enviado al colegio de Navarra, a donde iban los hijos de las familias de Saboya; pero Francisco, que temía por su vocación, consiguió que consintiera en dejarle ir al Colegio de Clermont, dirigido por los jesuitas y conocido por la piedad y el amor a la ciencia que reinaban en él. Acompañado por el Padre Déage, Francisco se instaló en el hotel de la Rosa Blanca de la calle St. Jacques, a unos pasos del Colegio de Clermont. Francisco se propuso un Plan de Vida durante su estadía en el colegio. Se propuso dedicarse a hacer lo que tenía que hacer: prepararse bien para el futuro.

Desde el principio, guiado, por su director, el Padre Déage, se trazó un programa de acción: Cada semana confesarse y comulgar. Cada día atender muy bien a las clases y preparar las tareas y lecciones para el día siguiente. Dos horas diarias de ejercicios de equitación, de esgrima, de baile .

La debida mezcla entre los ejercicios de piedad y las artes gimnásticas le fueron consiguiendo un aire de elegancia y respetabilidad. Era alto, gallardo y bien presentado. Enemigo de los lujos, pero siempre decorosamente presentado. En las reuniones de gente de refinada elegancia era el invitado preferido, porque a la vez de ser muy sencillo y sin rebuscamientos inútiles, era «la cultura personificada».

Más tarde, cuando sea Obispo, la gente exclamará: «en las reuniones sociales se porta con la santidad de un digno ministro de Dios, y en las ceremonias religiosas se porta con la elegancia del más exquisito de los caballeros». Y al preguntarle alguien el por que, respondió: «Cuando estoy en la alegría de una fiesta social me imagino estar revestido de ornamentos de Obispo, y me comporto con la dignidad que esto exige. Y cuando estoy celebrando una ceremonia religiosa me imagino estar en la más exquisita y refinada reunión, y trato de comportarme con la educación y urbanidad que en estos casos se exige».

Pronto se distinguió en retórica y en filosofía; después se entregó apasionadamente al estudio de la teología. Cada día estaba más decidido a consagrarse a Dios y acabó por hacer voto de castidad perpetua, poniéndose bajo la protección de la Santísima Virgen. Pero no por ello faltaron las pruebas.

 

 

La más terrible tentación de su juventud:

Vivir en gracia de Dios en aquellos ambientes no era nada fácil. Sin embargo, Francisco supo alejarse de toda ocasión peligrosa y de toda amistad que pudiera llevarle a ofender a Dios y logró conservar así el alma incontaminada y admirablemente pura. Francisco tenía 18 años.

Su carácter era muy inclinado a la ira, y muchas veces la sangre se le subía a la cara ante ciertas burlas y humillaciones, pero lograba contenerse de tal manera que muchos llegaban hasta imaginarse que a Francisco nunca le daba mal genio por nada. Pero entonces el enemigo del alma, al ver que con las pasiones más comunes no lograba derrotarlo, dispuso atacarlo por un nuevo medio más peligroso y desconocido.

Empezó a sentir en su cerebro el pensamiento constante y fastidioso de que se iba a condenar, que se tenía que ir al infierno para siempre. La herejía de la Predestinación, que predicaba Calvino y que él había leído, se le clavaba cada vez más en su mente y no lograba apartarla de allí. Perdió el apetito y ya no dormía. Estaba tan impresionantemente flaco y temía hasta enloquecer. Lo que más le atemorizaba no eran los demás sufrimientos del infierno, sino que allá no podría amar a Dios.

El Señor permitiéndole la tentación le da la salida. El primer remedio que encontró fue decirle al Señor: «Oh mi Dios, por tu infinita Justicia tengo que irme al infierno para siempre, concédeme que allá yo pueda seguirte amando. No me interesa que me mandes todos los suplicios que quieras, con tal de que me permitas seguirte amando siempre»; esta oración le devolvió gran parte de paz a su alma.

Pero el remedio definitivo, que le consiguió que esta tentación jamás volviese a molestarle fue al entrar a la Iglesia de San Esteban en París, y arrodillarse ante una imagen de la Santísima Virgen y rezarle la famosa oración de San Bernardo:

«Acuérdate Oh piadosísima Virgen María, que jamás oyó decir que hayas abandonado a ninguno de cuantos han acudido a tu amparo, implorando tu protección y reclamando tu auxilio. Animado con esta confianza, también yo acudo a ti, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados , me atrevo a comparecer ante tu soberana presencia. No desprecies mis súplicas, Madre del Verbo Divino, antes bien, óyelas y acógelas benignamente. Amén»

Al terminar de rezar esta oración, se le fueron como por milagro todos sus pensamientos de tristeza y de desesperación y en vez de los amargos convencimientos de que se iba a condenar, le vino la seguridad de que «Dios envió al mundo a su Hijo no para condenarlo, sino para que los pecadores se salven por medio de Él. Y el que cree no será condenado» (Juan 3:17).

Esta prueba le sirvió mucho para curarse de su orgullo y también para saber comprender a las personas en crisis y tratarlas con bondad.

Estudiante de universidad:

En el 1588, partió para la ciudad italiana de Padua; su padre le había dado la orden de estudiar abogacía, doctorarse en derecho. Francisco fue obedeciendo a su padre. Estudiaba derecho durante cuatro horas diarias para poder llegar a ser abogado. Otras cuatro horas estudiaba Teología, la ciencia de Dios, porque tenía un gran deseo: llegar a ser sacerdote.

 

Padre Lorenzo Scupoli

Durante su estadía en Padua, dice el mismo Francisco, que lo que más le ayudó fue la amistad y dirección espiritual de ciertos sacerdotes jesuitas muy sabios y muy santos. Le ayudó mucho la lectura de un libro, que le acompañará durante su vida por 17 años, escrito por el Padre Scupoli llamado: «El Combate Espiritual». Lo leía todos los días y sacaba gran provecho de su lectura.

San Francisco hizo un detallado plan de vida para preservarse durante su estadía en Padua, y se propuso hacer lo siguiente:

1) Cada mañana hacer el Examen de previsión : que consistía en ver que trabajos, que personas o actividades iba a realizar en ese día, y planear como iba a comportarse ante ellos.

2) A mediodía visitar el Santísimo Sacramento y hacer el Examen Particular: examinando su defecto dominante y viendo si había actuado con la virtud contraria a él, (durante 19 años su examen particular será acerca del mal genio, de aquel defecto tan fuerte que era su inclinación a encolerizarse).

3) Ningún día sin Meditación: Aunque fuese por media hora, dedicarse a pensar en los favores recibidos por el Señor, en las grandezas de Dios , en las verdades de la Biblia o en los ejemplos de los santos.

4) Cada día rezar el Santo Rosario: no dejarlo de rezar ningún día de su vida, promesa que siempre cumplió.

5) En su trato con los demás ser amable pero moderado.

6) Durante el día pensar en la Presencia de Dios.

7) Cada noche antes de acostarse hacer el Examen del día : decía, «recordaré si empecé mi jornada encomendándome a Dios. Si durante mis ocupaciones me acordé muchas veces de Dios para ofrecerle mis acciones, pensamientos, palabras y sufrimientos. Si todo lo que hoy hice fue por amor al buen Dios. Si traté bien a las personas. Si no busqué en mis labores y palabras darle gusto a mi amor propio y a mi orgullo, sino agradar a Dios y hacer bien a mi prójimo. ¿Si supe hacer algún pequeño sacrificio?, ¿Si me esforcé por estar fervoroso en la oración? y pediré perdón al Señor por las ofensas de este día, haré propósito de portarme mejor en adelante; y suplicaré al cielo que me conceda fortaleza para ser siempre fiel a Dios; y rezando mis tres Avemarías me entregaré pacíficamente al sueño. Firmado: Francisco de Sales, Padua 1589.

 

Así Francisco, mantuvo protegido su corazón todo el tiempo en el que estuvo estudiando en Padua y a los 24 años obtuvo el doctorado en leyes, y fue a reunirse con su familia en el castillo de Thuille, a orillas del lago de Annecy. Ahí llevó durante 18 meses, por lo menos en apariencia, la vida ordinaria de un joven de la nobleza. El padre de Francisco tenía gran deseo de que su hijo se casara cuanto antes y había escogido para él a una encantadora muchacha, heredera de una de las familias del lugar. Sin embargo, el trato cortés, pero distante, de Francisco hicieron pronto comprender a la joven que este no estaba dispuesto a secundar los deseos de su padre.

El santo declinó, por la misma razón, la dignidad de miembro del senado que le había sido propuesta, a pesar de su juventud.

Hasta entonces Francisco sólo había confiado a su madre y a su primo Luis de Sales y a algunos amigos íntimos, su deseo de consagrarse al servicio de Dios. Pero había llegado el momento de hablar de ello con su padre. El Señor de Boisy lamentaba que su hijo se negara a aceptar el puesto en el senado y que no hubiese querido casarse, pero ello no le había hecho sospechar, ni por un momento, que Francisco pensara en hacerse sacerdote.

La muerte del deán del capítulo de Ginebra hizo pensar al canónigo Luis de Sales en la posibilidad de nombrar a Francisco para sustituirle, lo cual haría menos duro el golpe para el padre del santo. Con la ayuda de Claudio de Granier, obispo de Ginebra, pero sin consultar a ningún miembro de la familia, el canónigo explicó el asunto al Papa, quien debía hacer el nombramiento y, a vuelta de correo, llegó la respuesta del Sumo Pontífice que daba a Francisco el puesto. Este quedó muy sorprendido ante la dignidad con que le distinguía el Papa, pero se resignó a aceptar ese honor que no había buscado, con la esperanza de que su padre accedería así más fácilmente a su ordenación.

Pero el Señor de Boisy era un hombre muy decidido y pensaba que sus hijos le debían una obediencia absoluta. Francisco tuvo que recurrir a toda su respetuosa paciencia y su poder de persuasión para convencerle de que debía ceder.

Por fin vistió la sotana el día mismo en que obtuvo el consentimiento de su padre, y fue ordenado sacerdote 6 meses después, el 18 de diciembre de 1593. A partir de ese momento, se entregó al cumplimiento de sus nuevos deberes con un celo que nunca decayó. Ejercitaba los ministerios sacerdotales entre los pobres, con especial cariño; sus penitentes predilectos eran los de cuna humilde.

 

 

Su predicación no se limitó a Annecy únicamente, sino a otras muchas ciudades. Hablaba con palabras sencillas, que los oyentes le escuchaban encantados, pues no había en sus sermones todo ese ornato de citas griegas y latinas tan común en aquellos tiempos, a pesar de que Francisco era doctor. Pero Dios tenía destinado al santo emprender, en breve, un trabajo mucho más difícil.

A la conquista de los Calvinistas; La Misión de Chablais.

Las condiciones religiosas de los habitantes del Chablais, en la costa sur del lago de Ginebra, eran deplorables debido a los constantes ataques de los ejércitos protestantes, y el duque de Saboya rogó al Obispo Claudio de Granier que mandase algunos misioneros a evangelizar de nuevo la región. El Obispo envió a un sacerdote de Thonon, capital del Chablais; pero sus intentos fracasaron. El enviado tuvo que retirarse muy pronto. Entonces el Obispo presentó el asunto a la consideración de su capítulo, sin ocultar sus dificultades y peligros. De todos los presentes, Francisco fue quien mejor comprendió la gravedad del problema, y se ofreció a desempeñar ese duro trabajo, diciendo sencillamente: «Señor, si creéis que yo pueda ser útil en esa misión, dadme la orden de ir, que yo estoy pronto a obedecer y me consideraré dichoso de haber sido elegido para ella». El Obispo aceptó al punto, con gran alegría para Francisco.

 

Pero el Señor de Boisy veía las cosas de distinta manera y se dirigió a Annecy para impedir lo que él llamaba «una especie de locura». Según él, la misión equivalía a enviar a su hijo a la muerte. Arrodillándose, a los pies del Obispo le dijo: «Señor, yo permití que mi primogénito, la esperanza de mi casa, de mi avanzada edad y de mi vida, se consagrara al servicio de la Iglesia; pero yo quiero que sea un confesor y no un mártir». Cuando el Obispo, impresionado por el dolor y las súplicas de su amigo, se disponía a ceder, el mismo Francisco le rogó que se mantuviese firme: «¿Vais a hacerme indigno del Reino de los Cielos? -preguntó- Yo he puesto la mano en el arado, no me hagáis volver atrás».

El Obispo empleó todos los argumentos posibles para disuadir al Sr. de Boisy, pero éste se despidió con las siguientes palabras: «No quiero oponerme a la voluntad de Dios, pero tampoco quiero ser el asesino de mi hijo permitiendo su participación en esta empresa descabellada. …yo jamás autorizaré esta misión».

Francisco tuvo que emprender el viaje, sin la bendición de su padre, el 14 de Septiembre de 1594, día de La Santa Cruz. Partió a pie, acompañado solamente por su primo, el canónigo Luis de Sales, a la reconquista del Chablais.

El gobernador de la provincia se había hecho fuerte con un piquete de soldados en el castillo de Allinges, donde los dos misioneros se las ingeniaron para pasar las noches a fin de evitar sorpresas desagradables. En Thonon quedaban apenas unos 20 católicos, a quienes el miedo impedía profesar abiertamente sus creencias. Francisco entró en contacto con ellos y los exhortó a perseverar valientemente. Los misioneros predicaban todos los días en Thonon, y poco a poco, fueron extendiendo sus fuerzas a las regiones circundantes.

El camino al castillo de Allinges, que estaban obligados a recorrer, ofrecía muchas dificultades y, particularmente en invierno, resultaba peligroso. Una noche, Francisco fue atacado por los lobos y tuvo que trepar a un árbol y permanecer ahí en vela para escapar con vida. A la mañana siguiente, unos campesinos le encontraron en tan lastimoso estado que, de no haberle transportado a su casa para darle de comer y hacerle entrar en calor, el santo habría muerto seguramente. Los buenos campesinos eran calvinistas. Francisco les dio las gracias en términos tan llenos de caridad, que se hizo amigo de ellos y muy pronto los convirtió al catolicismo.

 

 

En el 1595, un grupo de asesinos se puso al asecho de Francisco en dos ocasiones, pero el cielo preservó la vida del santo en forma milagrosa.

El tiempo pasaba y el fruto del trabajo de los misioneros era muy escaso. Por otra parte, el Sr. de Boisy enviaba constantemente cartas a su hijo, rogándole y ordenándole que abandonase aquella misión desesperada. Francisco respondía siempre que si su Obispo no le daba una orden formal de volver, no abandonaría su puesto. El santo escribía a un amigo de Envían en estos términos: «Estamos apenas en los comienzos. Estoy decidido a seguir adelante con valor, y mi esperanza contra toda esperanza está puesta en Dios».

San Francisco hacía todos los intentos para tocar los corazones y las mentes del pueblo. Con ese objeto, empezó a escribir una serie de panfletos en los que exponía la doctrina de la Iglesia y refutaba la de los calvinistas. Aquellos escritos, redactados en plena batalla, que el santo hacía copiar a mano por los fieles, para distribuirlos, formarían más tarde el volumen de las «controversias». Los originales se conservan todavía en el convento de la Visitación de Annecy. Aquí empezó la carrera de escritor de San Francisco de Sales, que a este trabajo añadía el cuidado espiritual de los soldados de la guarnición del castillo de Allinges, que eran católicos de nombre y formaban una tropa ignorante y disoluta.

 

En el verano de 1595, cuando San Francisco se dirigía al monte Voiron a restaurar un oratorio a Nuestra Señora, destruido por los habitantes de Berna, una multitud se echó sobre él, después de insultarle, y le maltrató.

Poco a poco el auditorio de sus sermones en Thonon fue más numeroso, al tiempo que los panfletos hacían efecto en el pueblo. Por otra parte, aquellas gentes sencillas admiraban la paciencia del santo en las dificultades y persecuciones, y le otorgaban sus simpatías. El número de conversiones empezó a aumentar y llegó a formarse una corriente continua de apostatas que volvían a reconciliarse con la Iglesia.

Cuando el Obispo Granier fue a visitar la misión, 3 o 4 años más tarde, los frutos de la abnegación y celo de San Francisco de Sales eran visibles. Muchos católicos salieron a recibir al Obispo, quien pudo administrar una buena cantidad de confirmaciones, y aún presidir la adoración de las 40 horas, lo que había sido inconcebible unos años antes, en Thonon. San Francisco había restablecido la fe Católica en la provincia y merecía, en justicia, el título de «Apóstol del Chablais».

Mario Besson, un posterior obispo de Ginebra ha resumido la obra apostólica de su predecesor en una frase del mismo San Francisco de Sales a Santa Juana de Chantal: «Yo he repetido con frecuencia que la mejor manera de predicar contra los herejes es el amor, aun sin decir una sola palabra de refutación contra sus doctrinas». El mismo Obispo Mons. Besson, cita al Cardenal Du Perron: «Estoy convencido de que, con la ayuda divina, la ciencia que Dios me ha dado es suficiente para demostrar que los herejes están en el error; pero si lo que queréis es convertirles, llevadles al Obispo de Ginebra, porque Dios le ha dado la gracia de convertir a cuantos se le acercan».

San Francisco de Sales, Obispo:

 

Monseñor de Granier, quien siempre había visto en Francisco un posible coadjutor y sucesor, pensó que había llegado el momento de poner en obra sus proyectos. El santo se negó a aceptar, al principio, pero finalmente se rindió a las súplicas de su Obispo, sometiéndose a lo que consideraba como una manifestación de la voluntad de Dios. Al poco tiempo, le atacó una grave enfermedad que lo puso entre la vida y la muerte. Al restablecerse fue a Roma, donde el Papa Clemente VIII, que había oído muchas alabanzas sobre la virtud y las cualidades del joven sacerdote decano, pidió que se sometiese a un examen en su presencia. El día señalado se reunieron muchos teólogos y sabios.

El mismo Sumo Pontífice, así como Baronio, Bernardino, el cardenal Federico Borromeo (primo del santo) y otros, interrogaron al santo sobre 35 puntos difíciles de teología. San Francisco respondió con sencillez y modestia, pero sin ocultar su ciencia. El Papa confirmó su nombramiento de coadjutor de Ginebra, y Francisco volvió a su diócesis, a trabajar con mayor ahínco y energía que nunca.

En 1602 fue a París donde le invitaron a predicar en la capilla real, que pronto resultó pequeña para la tal multitud que acudía a oír la palabra del santo, tan sencilla, tan conmovedora y tan valiente. Enrique IV concibió una gran estima por el coadjutor de Ginebra y trató en vano de retenerle en Francia.

Años más tarde, cuando San Francisco de Sales fue de nuevo a París, el rey redobló sus instancias; pero el joven obispo se rehusó a cambiar su diócesis de la montaña, su «pobre esposa», como él la llamaba, por la importante diócesis -«la esposa rica»- que el rey le ofrecía. Enrique IV exclamó: «El Obispo de Ginebra tiene todas las virtudes, sin un solo defecto».

 

A la muerte de Claudio de Granier, acaecida en el otoño de 1602, Francisco le sucedió en el gobierno de la diócesis. Fijó su residencia en Annecy, donde organizó su casa con la más estricta economía, y se consagró a sus deberes pastorales con enorme generosidad y devoción. Además del trabajo administrativo, que llevaba hasta en los menores detalles del gobierno de su diócesis, el santo encontraba todavía tiempo para predicar y confesar con infatigable celo. Organizó la enseñanza del catecismo; él mismo se encargaba de la instrucción de Annecy, y lo hacía en forma tan interesante y fervorosa, que las gentes del lugar recordaban todavía, muchos años después de su muerte, «el catecismo del obispo».

La generosidad y caridad, la humildad y clemencia del santo eran inagotable. En su trato con las almas fue siempre bondadoso, sin caer en la debilidad; pero sabía emplear la firmeza cuando no bastaba la bondad.

En su maravilloso «Tratado del Amor de Dios» escribió: «La medida del amor es amar sin medida». Supo vivir lo que predicaba.

Con su abundante correspondencia alentó y guió a innumerables personas que necesitaban de su ayuda. Entre los que dirigía espiritualmente, Santa Juana de Chantal ocupa un lugar especial. San Francisco la conoció en 1604, cuando predicaba un sermón de cuaresma en Dijón. La fundación de la Congregación de la Visitación, en 1610, fue el resultado del encuentro de los dos santos.

El libro «Introducción a la Vida Devota» nació de las notas que el santo conservaba de las instrucciones y consejos enviados a su prima política, la Sra. de Chamoisy, que se había confiado a su dirección. San Francisco se decidió, en 1608, a publicar dichas notas, con algunas adiciones. El libro fue recibido como una de las obras maestras de la ascética, y pronto se tradujo en muchos idiomas.

En 1610, Francisco de Sales tuvo la pena de perder a su madre (su padre había muerto años antes). El santo escribió más tarde a Santa Juana de Chantal: «Mi corazón estaba desgarrado y lloré por mi buena madre como nunca había llorado desde que soy sacerdote». San Francisco habría de sobrevivir por nueve años a su madre, nueve años de inagotable trabajo.

Últimos meses y muerte del Santo:

En 1622, el duque de Saboya, que iba a ver a Luis XIII en Aviñón, invitó al santo a reunirse con el en aquella ciudad. Movido por el deseo de abogar por la parte francesa de su diócesis, el obispo aceptó al punto la invitación, aunque arriesgaba su débil salud un viaje tan largo, en pleno invierno.

Parece que el santo presentía que su fin se acercaba. Antes de partir de Annecy puso en orden todos sus asuntos y emprendió el viaje como si no tuviera esperanza de volver a ver a su grey. En Aviñón hizo todo lo posible por llevar su acostumbrada vida de austeridad; pero las multitudes se apiñaban para verle y todas las comunidades religiosas querían que el santo obispo les predicara.

En el viaje de regreso, San Francisco se detuvo en Lyon, hospedándose en la casita del jardinero del convento de la Visitación. Aunque estaba muy fatigado, pasó un mes entero atendiendo a las religiosas. Una de ellas le rogó que le dijese qué virtud debía practicar especialmente; el santo escribió en una hoja de papel, con grandes letras: «Humildad».

 

 

Durante el Adviento y la Navidad, bajo los rigores de un crudo invierno, prosiguió su viaje, predicando y administrando los sacramentos a todo el que se lo pidiera. El día de San Juan le sobrevino una parálisis; pero recuperó la palabra y el pleno conocimiento. Con admirable paciencia, soportó las penosas curaciones que se le administraron con la intención de prolongarle la vida, pero que no hicieron más que acortársela.

En su lecho repetía: «Puse toda mi esperanza en el Señor, y me oyó y escuchó mis súplicas y me sacó del foso de la miseria y del pantano de la iniquidad».

En el último momento, apretando la mano de uno de los que le asistían solícitamente murmuró: «Empieza a anochecer y el día se va alejando».

Su última palabra fue el nombre de «Jesús». Y mientras los circundantes recitaban de rodillas las Letanías de los agonizantes, San Francisco de Sales expiró dulcemente, a los 56 años de edad, el 28 de Diciembre de 1622, fiesta de los Santos Inocentes. Había sido obispo por 21 años.

Después de su muerte:

 

A la misma hora en que falleció San Francisco de Sales, en la ciudad de Grenoble estaba Santa Juana de Chantal orando por él, cuando oyó una voz que decía: » Ya no vive sobre la tierra», pero era poca inclinada a creer en favores extraordinarios, no creyó que fuese un aviso de la muerte del santo. Cuando le llegaron con la noticia, comprendió que aquella voz era cierta y durante todo el día y la noche no podía parar de llorar la muerte del Santo.

El día 29 de Diciembre la ciudad entera de Lyon fue desfilando por la humilde casita donde había muerto el querido santo. Y era tanto el deseo de la gente de besarle las manos y los pies, que los médicos no lograban llevarse el cadáver para hacerle la autopsia.

-La hiel: Dice monseñor Camus que al sacarle la hiel la encontraron convertida en 33 piedrecitas, señal de los esfuerzos tan heroicos que había tenido que hacer para vencer su temperamento tan inclinado a la cólera y al mal genio y llegar a ser el santo de la amabilidad.

-Reliquias: Todos en Lyon querían un recuerdo del santo: sus ropas fueron partidas en miles de pedacitos para darle a cada cual alguna reliquia.

-El corazón: dentro de un estuche de plata fue llevado el corazón del gran Obispo al convento de las Hermanas de la Visitación en Lyon, y guardado allí como un tesoro.

-Expuesto al público: Una vez embalsamado, el cuerpo de Monseñor Francisco de Sales fue vestido con sus ornamentos episcopales y trasladado en un ataúd para sus funerales en la iglesia de la Visitación. Estuvo expuesto para veneración de los fieles por dos días.

Cuando la noticia llegó a Annecy, tomó a todos por sorpresa y después de un silencio general, todos lloraban a su querido obispo.

Inmediatamente que llegó su cadáver a Annecy y fue sepultado, empezaron a ocurrir milagros por la intercesión del santo, lo que llevó a La Santa Sede a abrir su causa de Beatificación en 1626.

¿Que sucedió el día que abrieron su tumba?:

En 1632 se hizo la exhumación del cadáver de Francisco de Sales para saber cómo estaba. Abrieron su tumba los comisionados de la Santa Sede acompañados de las monjas de la Visitación. Cuando levantaron la lápida, apareció el santo igual que cuando vivía. Su hermoso rostro conservaba la expresión de un apacible sueño. Le tomaron la mano y el brazo estaba elástico (llevaba 10 años de enterrado). Del ataúd salía una extraordinaria y agradable fragancia.

 

 

Toda la ciudad desfiló ante su santo Obispo que apenas parecía dormido. Por la noche cuando todos los demás se hubieron ido, la Madre de Chantal volvió con sus religiosas a contemplar más de cerca y con más tranquilidad y detenimiento el cadáver de su venerado fundador. Más a causa de la prohibición de las autoridades no se atrevió a tocarle ni a besar sus hermosas manos pálidas.

Pero al día siguiente los enviados de la Santa Sede le dijeron que la prohibición para tocarlo no era para ella, y entonces se arrodilló junto al ataúd, se inclinó hacia el santo, le tomó la mano y se la puso sobre la cabeza como para pedirle una bendición. Todas las hermanas vieron como aquella mano parecía recobrar vida y moviendo los dedos, suavemente oprimió y acarició la humilde cabeza inclinada de su discípula preferida y santa.

 

Todavía hoy, en Annecy, las hermanas de la Visitación conservan el velo que aquel día llevaba en la cabeza la Madre Juana Francisca.

San Francisco fue beatificado por el Papa Alejandro VII en el 1661, y el mismo Papa lo canonizó en el 1665, a los 43 años de su muerte.

En el 1878 el Papa Pío IX, considerando que los tres libros famosos del santo: «Las controversias»(contra los protestantes); La Introducción a la Vida Devota» (o Filotea) y El Tratado del Amor de Dios (o Teótimo), tanto como la colección de sus sermones, son verdaderos tesoros de sabiduría, declaró a San Francisco de Sales «Doctor de la Iglesia» , siendo llamado «El Doctor de la amabilidad».

Oración

Glorioso San Francisco de Sales,
vuestro nombre porta la dulzura del corazón mas afligido;
vuestras obras destilan la selecta miel de la piedad;
vuestra vida fue un continuo holocausto de amor perfecto
lleno del verdadero gusto por las cosas espirituales,
y del generoso abandono en la amorosa divina voluntad.
Enséñame la humildad interior,
la dulzura de nuestro exterior,
y la imitación de todas las virtudes que has sabido copiar
de los Corazones de Jesús y de María.
Amén.

 

 

Ideal que nos hace hermanos

Santo Evangelio según san Marcos 3, 31-35.

Martes III del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.

¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

 

María, Madre mía, me pongo a pensar en que me miras todo el tiempo para protegerme con tu abrazo maternal; dejo a esta experiencia conmover mi corazón y me viene un destello de gratitud. ¡Qué bueno es Dios con nosotros, que nos regaló una Madre así! Si temo, aunque tema lo que tema, te tengo a ti. Gracias, Dios mío. Gracias, Madre.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Marcos 3, 31-35

En aquel tiempo, llegaron a donde estaba Jesús, su madre y sus parientes; se quedaron fuera y lo mandaron llamar. En torno a él estaba sentada una multitud, cuando le dijeron: “Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan”. Él les respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hace un mes exactamente estábamos por celebrar la Navidad. Ahora parece que Jesús ha «madurado» demasiado rápido: tan metido en su «misión» que vive lejos de su familia. Ni siquiera María, su mamá, puede pasar un rato a solas con Él…

Cristo, en realidad, ha crecido en el amor a sus parientes. Más aún, está reconociendo la verdadera grandeza de María, aquello que une con más fuerza a los dos: el «Hágase en mí según tu palabra». ¿Cómo fue posible el nacimiento de Jesús? ¿Acaso no fue por la apertura de María a la voluntad de Dios? Por eso Cristo hoy quiere enseñar este doble nivel: existe un parentesco del cuerpo y de la sangre, pero hay algo más, una relación aún más profunda, que une los corazones. Esta conexión de espíritu sólo se da cuando dos almas tienen el mismo ideal: cumplir la voluntad de Dios.

Podemos pensar que cuando cumplimos la voluntad de Dios nos apartamos de los seres queridos. Por ejemplo, cuando un hijo o una hija se van de casa para adoptar la vida consagrada o sacerdotal. O bien, cuando hay compromisos de oración, de misa dominical, y debemos ausentarnos de actividades con los amigos. No hay nada más equivocado. Seguir la propia vocación, vivir compromisos de piedad nos fortalece como hijos de Dios, y sólo un hijo puede ser auténtico hermano.

Hay, además, una última lección en este Evangelio, la más importante de todas. Si buscamos realizar lo que Dios nos pide, estamos viviendo realmente como hermanos de Cristo que somos por el bautismo. El mundo dirá al vernos: «ese es hermano de Cristo, ¡se parece tanto a Él!». O, mejor todavía, ¡cuánta alegría le daremos a nuestra madre, María! ¡Ver que todos sus hijos nos parecemos a ella, al Hijo Mayor! Vivamos cada día con esta ilusión y este propósito: ser mejores hermanos de Cristo.

«María nos acompaña en este camino, indicando al Hijo que irradia la misericordia misma del Padre. Ella es en verdad la Odigitria, la Madre que muestra el camino que estamos llamados a recorrer para ser verdaderos discípulos de Jesús. En cada misterio del Rosario la sentimos cercana a nosotros y la contemplamos como la primera discípula de su Hijo, la que cumple la voluntad del Padre. La oración del Rosario no nos aleja de las preocupaciones de la vida; por el contrario, nos pide encarnarnos en la historia de todos los días para saber reconocer en medio de nosotros los signos de la presencia de Cristo. Cada vez que contemplamos un momento, un misterio de la vida de Cristo, estamos invitados a comprender de qué modo Dios entra en nuestra vida, para luego acogerlo y seguirlo. Descubrimos así el camino que nos lleva a seguir a Cristo en el servicio a los hermanos». (Homilía de S.S. Francisco, 8 de octubre de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

 

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Rezaré, al menos, un misterio del rosario en algún momento del día, pidiendo que se cumpla la voluntad de Dios en mí y en cada uno de mis familiares.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

Hermanos por tener a Dios como Padre

El Nuevo Testamento usa continuamente las palabras

 

Es hermoso constatar, como enseña la Carta a los Hebreos, que Cristo nos llama y nos trata como hermanos, nos une a Sí por lazos de amor tan profundos como los propios de una familia (cf. Hb 2,9-18).

Todo ello fue debido al Amor. Un Amor dispuesto al sacrificio y la entrega total. Un Amor que da la vida. Un Amor que rescata al esclavo, que perdona al pecador, que vence a la muerte.

Por eso, el Nuevo Testamento usa continuamente las palabras «hermano» y «hermanos» cuando habla de quienes compartimos la misma fe, hemos recibido el mismo bautismo, y comemos del mismo Pan de vida.

Si somos hermanos, es que tenemos un mismo Padre. Por eso, también Jesús nos enseñó a llamarle así: «Padre nuestro». La idea ya estaba presente en el Antiguo Testamento: «¿No tenemos todos nosotros un mismo Padre? ¿No nos ha creado el mismo Dios?» (Ml 2,10).

Tras la venida de Cristo al mundo, la paternidad de Dios brilla de un modo especial, sea en las enseñanzas de Jesús, sea en la conciencia de los Apóstoles y primeros discípulos.

De ahí que sea necesario cantar y alabar al Padre con himnos y acciones de gracias. «Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo. Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo» (Ef 1,2 3).

Somos hermanos, por lo tanto, por tener a Dios como Padre. Es el Padre del Hijo y es el Padre de nosotros, que somos Cuerpo de Cristo, Pueblo de Dios, Iglesia santificada por la Sangre del Cordero.

Por eso estamos llamados al amor mutuo, a la entrega generosa hacia los que participamos del mismo Cuerpo y Sangre de Cristo. «En conclusión, tened todos unos mismos sentimientos, sed compasivos, amaos como hermanos, sed misericordiosos y humildes» (1P 3,8).

Lo único que nos debemos es el amor, un amor sin límites, un amor que perdona, que soporta, que excusa, que da la vida (cf. 1Cor 13). Porque así nos amó el Hermano de todos, el Hijo del Padre e Hijo de María, el que nos ha permitido llegar a ser hermanos gracias al bautismo recibido en su Iglesia.

 

 

Personas de «usar y tirar»

A pesar de estar teóricamente abolida, todavía existe la esclavitud y se encuentra mucho más cerca de nosotros de lo que pensamo

 

 

A pesar de estar teóricamente abolida, todavía existe la esclavitud y se encuentra mucho más cerca de nosotros de lo que pensamos. Millones de personas son instrumentalizadas a diario a través de redes de prostitución y tráfico de personas, u otras formas de explotación, para satisfacer intereses particulares.

A Fabiola, una joven ecuatoriana que atravesaba dificultades en su país, le propusieron trabajar en España al cuidado de un bebé. Pero cuando llegó aquí comprobó que todo era mentira: “Me encontré con que además de cuidar de un bebé, me obligaban a vender en las calles y a realizar las labores de la casa. Trabajaba más o menos 16 horas diarias sin descanso y sin remuneración alguna. En algunas ocasiones incluso tuve que dormir en una furgoneta”. Como ella, Bianca también buscaba una vida mejor y por eso llegó a España creyendo que iba a trabajar en un bar de copas en Madrid. Pero la realidad resultó ser muy distinta: “Un club de carretera en mitad del campo, a las afueras de un pueblo de donde no me podía mover, y me obligaron a prostituirme”.

 

 

“¿Dónde está tu hermano esclavo?”

Estas dos mujeres –ambas con nombres ficticios para proteger sus identidades– ponen voz y rostro a algunas de las formas de esclavitud actuales. Una triste realidad que precisamente el Papa Francisco denunciaba en su exhortación Evangelii gaudium (n. 211): “Quisiera que se escuchara el grito de Dios preguntándonos a todos: ‘¿Dónde está tu hermano?’ (Gn 4, 9). ¿Dónde está tu hermano esclavo? ¿Dónde está ese que estás matando cada día en el taller clandestino, en la red de prostitución, en los niños que utilizas para mendicidad, en aquel que tiene que trabajar a escondidas porque no ha sido formalizado? No nos hagamos los distraídos. Hay mucho de complicidad. ¡La pregunta es para todos! En nuestras ciudades está instalado este crimen mafioso y aberrante, y muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda”.

 

 

A esta pregunta responde, por ejemplo Proyecto Esperanza, una iniciativa de la congregación de Religiosas Adoratrices que atiende, con un programa de apoyo integral, a mujeres víctimas de la trata y explotación. En concreto, desde su inicio en 1999, han asistido a 783 mujeres inmigrantes de 22 nacionalidades como Fabiola y Bianca, que generosamente han prestado su testimonio a Misión. Ellas han sido esclavas en pleno siglo XXI y, como ellas, millones de seres humanos sufren esclavitud, explotación y degradación.

Y así lo hace saber Liberata, una asociación española que ha puesto a trabajar a hombres y mujeres en la lucha contra la trata de personas porque, como ellos mismos cuentan, “los esclavos hoy son más baratos que nunca. Se venden bebés por 45 euros en Ghana, se alquilan niños para mendigar en Tailandia y en España se esclavizan personas que realizan tareas agrícolas 10 horas al día, 6 días a la semana, por 30 euros”.

 

 

Esclavos en el siglo XXI

Pero además de esas, hoy en día existen otras formas de esclavitud, no menos peligrosas aunque sí más sutiles, que esconden una mirada deshumanizada hacia la persona, una mirada que ha considerado al ser humano un medio para lograr determinados beneficios e intereses. Por ejemplo, la industria surgida en torno a la reproducción hu¬ma¬na que incluye prácticas como las técnicas de reproducción artificial (TRA) o la gestación subrogada, y no tiene tapujos para promover el aborto con tal de alcanzar sus objetivos. A este respecto, el catedrático y profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla, Francisco José Contreras, explica en un artículo sobre la industria de los vientres de alquiler que la mercantilización de la reproducción conlleva una lógica comercial que incluye la soberanía del consumidor y el “control de calidad” que convierte al niño en mera mercancía.

 

 

La propuesta de la Asamblea de Madrid que sugiere al Gobierno la regulación de la maternidad subrogada, siempre que no haya transacción económica ni comercial entre los padres biológicos y la madre gestante, ha abierto el debate en nuestro país y, para una parte de la población, la argumentación ha quedado reducida a la frase con la que el magnate francés cofundador de la firma Yves Saint Laurent, Pierre Bergé, defendía la causa en la red social Twitter: “¿Qué diferencia hay entre alquilar tus brazos para trabajar en una fábrica o alquilar tu vientre para gestar un niño para otra persona?”. La respuesta del profesor Contreras es clara: “Hay una gran diferencia entre alquilar servicios en una fábrica y alquilar el propio cuerpo (órganos o funciones reproductivas). No tenemos cuerpo, sino que somos un cuerpo, con una dignidad incompatible con la mercantilización”. Por tanto, lo que hace el argumento de la mujer libre que alquila su vientre es reducirla a un mero recipiente y convertir en objeto de mercado algo tan valioso como la maternidad. Así lo reconoce el informe sobre maternidad subrogada Vientres de alquiler elaborado, entre otras entidades, por Women of the World, y presentado ante la ONU que, además, evidencia que esta práctica “en muchos casos, va unida a las redes de prostitución y el tráfico de personas en todo el mundo, y supone la explotación de mujeres pobres para satisfacer el capricho o el deseo de los ricos”, señala la representante de WoW Platform, M.ª Alejandra Gómez.

 

 

Nuestro mundo ha cosificado al ser humano y mercadea con él a cualquier escala, porque ¿no es también una forma de cosificación la situación que viven miles de ancianos, obligados a pasar sus últimos días en residencias porque, según criterios de productividad, son personas que ya no tienen nada que aportar a la sociedad? O el llamado “estado de bienestar”, que cuantifica la calidad de la vida humana no por su dignidad innata, sino por su bienestar medido solo en parámetros de economía, de salud o educación, pero no de humanidad. O la mujer cuyo cuerpo es utilizado como reclamo publicitario para la venta de un producto o servicio.

Mercantilización y cosificación de la persona

En ese sentido, el profesor de antropología en la Universidad Francisco de Vitoria, Ángel Sánchez-Palencia, explica a Misión cómo es posible haber llegado hasta este punto. Afirma que se debe a un proceso que comenzó con la “gestación de un nuevo paradigma de las relaciones humanas” en el siglo XIV, en el que, con el desarrollo de la técnica, la naturaleza pasó a ser un objeto que el hombre debía dominar para utilizar en provecho propio. Y ahí se incluyó también al propio ser humano. “Esto explica, por ejemplo, el auge de prácticas como la eutanasia, porque, ¿qué produce y cuál es la eficacia de una persona de 80 años?”. En definitiva, es la cosificación y mercantilización en términos de producción de la persona.

 

 

Sin embargo, el trabajo, según afirma Sánchez-Palencia, “no es solo una fuerza productiva, sino que tiene una dimensión de desarrollo de la creatividad personal y de contribución al bien común que debería ser el principal fin de toda empresa, no únicamente el logro de beneficios”. Desafortunadamente, un ideal de dominio y de producción de la persona se encuentra, lamentablemente, de manera mucho más frecuente de lo que debiera en nuestra sociedad.

Asimismo, el profesor añade que el hombre, al perder la mirada trascendente, se agarra a “las seguridades inmanentes que dan el dominio de las cosas y de las personas”. Y, al olvidar la fe y reducir el intelecto a una razón cientista, la autoridad sobre la verdad y el bien quedan en manos de la ciencia y de las leyes. “Olvidarse de Dios es el olvido del ser, en definitiva y, como decía Max Scheler,‘nunca antes como ahora ha llegado a ser el hombre un problema para sí mismo”. Sin embargo, aún hay esperanza, siempre que haya un cambio. “Occidente no se va a transformar con argumentos, sino ofreciendo esperanza vivida, amor incondicional, comprensión universal… que es lo que, de hecho, ha sostenido a España durante la crisis”, recuerda Sánchez-Palencia. “Habría que volver a las raíces nutricias de nuestra cultura occidental, que son las que la han hecho grande: la fe bíblica, el intelecto griego y el genio jurídico organizativo romano; y el encuentro de todo esto es Europa”.

 

 

Se trata de un gran cambio de dirección que pasaría por educar y formar a las nuevas generaciones en la dignidad profunda del hombre. Por eso, conviene recordar testimonios como el de santa Josefina Bakhita, una mujer que fue víctima de la trata, vendida como esclava y explotada, pero, en su encuentro con Cristo, bendijo a Dios por sus heridas, que la habían llevado hasta Él y a cuyos maltratadores pudo amar y perdonar. Porque entendió que la dignidad no se la dio o quitó el trabajo que le forzaron a desarrollar, sino que se encontraba inscrita en ella por el mero hecho de ser persona.

“No esclavos sino hermanos”

El Papa Francisco dedicó su mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, del 1 de enero de 2015, a recordarnos que somos hermanos y no esclavos. Aseguraba entonces que, a pesar de que la comunidad internacional ha adoptado acuerdos para terminar con la esclavitud, “todavía hay millones de personas –niños, hombres y mujeres de todas las edades– privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud”. A la vez, apuntaba a las causas de este gran mal de nuestro tiempo: “Hoy como ayer, en la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de la persona que admite el que pueda ser tratada como un objeto. Cuando el pecado corrompe el corazón humano, y lo aleja de su Creador y de sus semejantes, estos ya no se ven como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos. La persona, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin”.

 

 

El amargo sabor de la esclavitud

Brasil es la octava potencia económica mundial y el mayor productor de café del mundo. Sin embargo, su economía se sustenta, en parte, en mano de obra esclava e infantil en sus plantaciones. Grandes multinacionales, que controlan en 40 por ciento de las ventas mundiales de café, sabían de estas prácticas y no hicieron nada por remediarlas. Estas dramáticas conclusiones se desprenden del estudio Café Amargo realizado por la ONG Danwatch que, junto con otros muchos estudios realizados por diversas asociaciones y ONG, apuntan a que, al menos en quince plantaciones de café en este país, existe actualmente el trabajo forzado, extenuante y en condiciones degradantes que, además, se acentúan por las deudas contraídas por los trabajadores que los llevan a situaciones de servidumbre. O, lo que es lo mismo, a condiciones de esclavitud moderna. Sin embargo, en 1995, Brasil fue el primer país del mundo en reconocer la existencia de trabajo esclavo dentro de sus fronteras y comenzó a ponerle remedio. Entre 1996 y 2014, cerca de 49.000 personas fueron liberadas de las condiciones de trabajo esclavo. Por eso, aunque aún queda mucho camino por delante, Brasil es un ejemplo que otros países tendrán que seguir para modificar las prácticas de quienes se aprovechan de las situaciones de necesidad de otras personas.

 

 

Los consejos de San Francisco de Sales para defender tu reputación

La humildad no significa que no debamos proteger nuestro buen nombre

 

 

La percepción no es la realidad, pero eso no significa que la percepción no sea importante. Con esto quiero decir que la reputación importa.

Voy de un lado a otro sobre esta pregunta: como sacerdote, ¿qué tan preocupado debería estar por mi reputación personal?

Te sorprenderá saber que todos los sacerdotes tienen detractores. No hay forma de evitarlo. Por ejemplo, si buscara reseñas en línea de mi parroquia, encontraría que la mayoría de ellas son precisas, educadas y positivas. Algunos, sin embargo, atacan personalmente al sacerdote, mencionando lo terrible que soy. Literalmente, todas las demás parroquias tienen críticas similares, en su mayoría reflexivas pero siempre en algún lugar, algunos ataques precipitados a la reputación del párroco. Estas opiniones pueden o no estar basadas en hechos.

Esto, por supuesto, me molesta. Por un lado, no es gran cosa, no se puede evitar, y al final, los que realmente me conocen no le hacen caso a esas cosas. Entonces, en ese sentido, estos ataques no son particularmente importantes. La mayoría de las personas son generosas y perdonadoras, entienden que nadie es perfecto y que nuestra parroquia no se ha visto obstaculizada de ninguna manera: nuestra asistencia aumenta constantemente, tenemos toneladas de familias felices y la gente viene todos los días a la iglesia a orar.

Por otro lado, me preocupa el hecho de que, si incluso una sola persona se desanima por la negatividad de asistir a una iglesia, eso es un problema. O si una sola persona tiene una idea general equivocada acerca de los hombres que han entregado su vida al sacerdocio y eso agría su fe, o hace que los jóvenes duden en explorar una vocación, eso también es un problema.

¿Cómo es posible defender una reputación y al mismo tiempo ser humilde? ¿Una persona verdaderamente humilde simplemente se despreocupa de todo lo que digan? ¿Es arrogante hablar por uno mismo?

Los sacerdotes ciertamente no son los únicos que se ocupan de este problema. Aparece en todo tipo de contextos diferentes, como las relaciones interpersonales y con los compañeros de trabajo. Todos tenemos una reputación que proteger y, a veces, como en el trabajo, es de vital importancia hacerlo.

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De hecho, esta es una preocupación tan universal que en su libro Introducción a la vida devota, San Francisco de Sales le dedica un capítulo completo, titulado «Cómo combinar el debido cuidado por una buena reputación con la humildad”. Él hace algunas observaciones que he encontrado útiles…

Primero, señala que, si bien la humildad dicta que no busquemos intencionalmente la alabanza y el honor, no nos prohíbe mantener un buen nombre

Una buena reputación, si lo piensas bien, no es un elogio por un talento en particular, pero sí significa que eres reconocido por poseer integridad de carácter. Este es el tipo de personas que admiramos, el tipo de personas que todos queremos ser: honestos, firmes, reflexivos y con buen carácter.

Francisco de Sales dice que en realidad es un vicio no preocuparse por la reputación:

La humildad puede hacernos indiferentes incluso a la buena reputación… pero siendo ella una base de la sociedad, y sin ella no somos solamente inútiles sino positivamente perjudiciales para el mundo, por el escándalo que produce tal deficiencia, por eso la caridad exige, y la humildad nos permite desear y mantener con esmero una buena reputación.

En otras palabras, está dispuesto a mantener una buena reputación porque hacerlo beneficia la reputación de la Iglesia, tu empleador, tu familia o tu grupo de amigos. Si la gente calumnia la reputación de un sacerdote, por ejemplo, también está dañando a la Iglesia.

En segundo lugar, Francisco de Sales señala el beneficio personal de una buena reputación: estar a la altura

Poseer un buen nombre crea el deseo de realmente merecerlo. Cuanto mejor sea su reputación, más consciente será de vivir con integridad.

Francisco de Sales también señala amablemente que defender una reputación no significa discutir con la gente o ser demasiado sensible

Él escribe:

Los que son tan exigentes con su buen nombre tienden a perderlo por completo, porque se vuelven fantasiosos, irritables y desagradables, provocando comentarios maliciosos.

No tienes que desafiar a todos los chismosos a un duelo con pistolas al amanecer. La mejor defensa de una buena reputación, dice san Francisco de Sales, es ignorar los chismes y dejar que tu buen carácter hable. Entonces, si es necesario, habla.

Finalmente, Francisco señala una situación específica en la que no debemos preocuparnos en absoluto…

Si se os culpa o calumnia por prácticas piadosas, fervor en la devoción o cualquier cosa que tienda a ganar la vida eterna, ¡entonces dejad que vuestros calumniadores se salgan con la suya, como perros que ladran a la luna!

Cuando somos menospreciados por comportarnos de manera virtuosa, no hay preocupación en permitir que las personas que hablarían negativamente al respecto continúen haciéndolo. Lo hacen para su propia vergüenza. Dios puede defender Su propia reputación y la tuya.

De lo que me he dado cuenta a lo largo de los años es que no le gusto a todo el mundo, y eso está bien. Mi responsabilidad es convertirme en el tipo de persona que es más fácil de querer. Después de eso, está en manos de Dios. Si mi reputación sufre de una manera que daña mi ministerio sacerdotal, entonces puedo ser más activo para defenderlo, pero más allá de eso, como indica San Francisco de Sales, nuestro tiempo se emplea mejor en vivir vidas felices y virtuosas. Un buen nombre da confianza.

 

 

Francisco de Sales, un rostro muy amable del cristianismo

Sufrió creyendo que podría estar predestinado, pero encontró la paz en reconocer que sencillamente amaba a Dios y se abandonaba a su bondad

 

 

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San Francisco de Sales ha mostrado al mundo un rostro amable y alegre del cristianismo realmente atrayente. Patrón de periodistas y escritores, es considerado uno de los santosmás influyentes de los últimos 500 años.

Escribió uno de los clásicos espirituales más populares de todos los tiempos, la Introducción a la vida devota. Con esta obra cambió el panorama de la escritura espiritual y ofreció inspiración a incontables almas desde su publicación.

Sus consejos resultan muy prácticos todavía hoy:

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Nació en el castillo de Sales, en Saboya, una región francesa fronteriza, el 21 de agosto de 1567. Al día siguiente a su nacimiento, prematuro, fue bautizado con el nombre de Francisco Buenaventura. Siempre se inspiró en san Francisco de Asís.

Exigente consigo mismo

De pequeño estuvo muy delicado de salud, pero con muchos cuidados se fortaleció. La esmerada educación de sus padres y también sus propios esfuerzos (por ejemplo contra su tendencia a la ira) ayudaron a su carácter alegre y comprensivo.

A los 8 años entró en el Colegio de Annecy, y a los 10 años hizo la Primera Comunión y la Confirmación. Entonces se hizo estos buenos propósitos, que trató de cumplir toda su vida:

1) Cada mañana y cada noche rezaré algunas oraciones.
2) Cuando pase por frente de una Iglesia entraré a visitar a Jesús Sacramentado, si no hay una razón grave que me lo impida.
3) Siempre y en toda ocasión que me sea posible ayudaré a las gentes más pobres y necesitadas.
4) Leeré libros buenos, especialmente vidas de santos.

Su padre había previsto para su hijo un gran futuro profesional, por lo que le envió a la Universidad de París y más tarde a Padua. Estudió Humanidades, Derecho y Teología.

Pero Francisco deseaba consagrarse a Dios. Rechazó tanto casarse con una encantadora joven de buena familia como formar parte del Senado. Él quería ser cura.

Tras lograr convencer a su padre, fue ordenado sacerdote el 18 de diciembre de 1593. Predicaba con palabras sencillas y ayudaba especialmente a los pobres.

Sufrió creyendo que podría estar predestinado, pero encontró la paz en reconocer que sencillamente amaba a Dios y se abandonaba a su bondad.

Con sus escritos moderados y caritativos, y su paciencia ante las dificultades, ayudó a que muchos calvinistas entraran en la Iglesia católica.

Despertaba gran simpatía y guió a muchos a un encuentro más profundo con Cristo, entre ellos a santa Juana de Chantal, con quien fundó la Congregación de la Visitación.

A lo largo de los siglos ha seguido inspirando a muchos, entre los que destacan san Juan Bosco, fundador de los salesianos.

Tenía una gran capacidad comunicativa. Trataba de convencer a los protestantes a través de hojas sueltas que pasaban de mano. Hoy es el patrón de los periodistas.

Sabiduría para todos

Francisco fue obispo de Ginebra (Suiza) a principios del siglo XVII, y como obispo nunca se casó, pero a lo largo de los años, al participar en las vidas de sus feligreses, pudo conocer los desafíos y las necesidades de las personas casadas.

Entonces, aunque habla del matrimonio desde fuera, su sabiduría sobre cómo mantener un matrimonio fuerte es profundamente perspicaz.

En su libro Introducción a la vida devota, Francisco dedica un capítulo completo a dar consejos a las personas casadas, y usa tres interesantes metáforas cuando aconseja a las parejas sobre el amor conyugal y sus efectos…

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«La medida del amor es amar sin medida», escribió. Y lo supo vivir también. Murió dulcemente a los 56 años en el año 1622. Su última palabra: Jesús.