Referencias Bíblicas
• Matthew 8:23-27
• Obispo Robert Barron
Amigos, en esta maravillosa historia donde Jesús calma la tormenta del mar, somos testigos de ciertas dinámicas espirituales acerca del miedo y la confianza. Los discípulos representan simbólicamente a todos nosotros que viajamos por la vida dentro de los estrechos límites de un ego temeroso.
Cuando se enfrentan con tormentas y olas poderosas inmediatamente se llenan de terror. De manera similar, cuando las pruebas y ansiedades de la vida afectan al ego, la primera reacción es miedo, cuando no hay poder más allá del cual se pueda confiar. En medio de esta terrible tormenta, esta tensión interna y externa, Jesús simboliza la energía divina que no se ve afectada por las tormentas de miedo que genera el ego afectado.
Continuando la lectura de esta historia, a un nivel espiritual, vemos que no hay otro poder que el divino para calmar con éxito las olas: “Increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma”. Esta hermosa narrativa parece sugerir que si nos despertamos a la presencia de Dios dentro de nosotros, si aprendemos a vivir y ver en un nivel más profundo, si vivimos con una confianza básica en lugar del miedo, entonces podemos resistir incluso las más aterradoras tormentas.
León XIV: El Óbolo de san Pedro es signo de comunión con el Papa
El Papa, al final del Ángelus, agradece a quienes lo sostienen en su ministerio con sus donaciones.
Vatican News
“En esta fiesta se celebra también la jornada del Óbolo de San Pedro, que es un signo de comunión con el Papa y de participación en su ministerio apostólico. Agradezco de corazón a todos aquellos que con su donación sostienen mis primeros pasos como Sucesor de Pedro”.
Son las palabras del Papa al final de la oración mariana en la que recuerda cómo el 29 de junio, solemnidad de San Pedro y San Pablo, es el día tradicionalmente dedicado a recoger donativos para sostenerlo en su misión al servicio de la Iglesia universal. El sentido, en efecto, del Óbolo de San Pedro, práctica secular de solidaridad en apoyo de los Papas, es el de ser una ayuda para acompañar al Pontífice en el anuncio del mensaje cristiano, en la promoción de la paz y en la ayuda a los necesitados.
Para apoyar esta iniciativa, la Secretaría para la Economía y el Dicasterio para la Comunicación de la Santa Sede han preparado materiales informativos y multimediales que relatan su significado. En el sitio oficial es posible contribuir con una donación a través de canales digitales seguros.
En 2024 aumentaron los ingresos del Óbolo de San Pedro
Se ha publicado el informe anual del fondo que recoge las donaciones entregadas al Pontífice para apoyar su misión como Obispo de Roma y cabeza de la Iglesia universal, además de …
Hace unos días se publicó el informe anual del fondo que recoge las donaciones para el Papa. Muestra que en 2024 los ingresos del Óbolo de San Pedro ascendieron a 58 millones de euros, lo que supone un aumento respecto a 2023 (52 millones de euros). Se desembolsaron a continuación 13,3 millones de euros para apoyar 239 proyectos de asistencia social y financiera en 66 países de todos los continentes (seis millones más que en 2023).
Oliverio Plunkett, Santo
Obispo y Mártir, 1 de julio
Por: Jesús María Barranquero Orrego
Fuente: www.mercaba.org
Martirologio Romano: En Londres, san Oliverio Plunkett, obispo de Armagh y mártir, que en tiempo del rey Carlos II, falsamente acusado de traición, fue condenado a la pena capital, y ante el patíbulo, que rodeaba una multitud, después de perdonar a sus enemigos, confesó con gran firmeza la fe católica († 1681).
Etimológicamente: Oliverio = Aquel que trae la paz, es de origen latino.
Breve Biografía
Hubo una época en la historia de Irlanda que se caracterizó por una sañuda persecución religiosa. Como toda persecución organizada, ésta de la historia irlandesa tiene un nombre, un tirano y un mártir. El nombre es «época penal»; el tirano, O. Cromwell, y el mártir, Oliverio Plunket. Esto no quiere decir que no hubo otros perseguidores ni otros mártires. Estos se cuentan a millares.
La historia religiosa de Irlanda, que ya en el siglo XI contenía en sus tres martirológios mil ochocientos santos, presenta, a partir de entonces, una pléyade de defensores de la fe que dan su vida generosamente por la religión católica.
Un hecho evidente y un fenómeno extraordinario en la vida de un pueblo poco numeroso. Mientras los perseguidores triunfan en el orden político, militar y económico, fracasan en su intento de arrebatar la fe católica al pueblo sojuzgado.
La población de la «isla de los santos» pierde casi cuatro millones de habitantes a causa de la persecución, pero ésta ha contribuido a que una nación insignificante, que en la actualidad no alcanza los cuatro millones dentro de su territorio, haya lanzado a otros países, como Norteamérica, más de doce millones de católicos que están sembrando su espíritu y su psicología en otros pueblos jóvenes de grandes perspectivas en el porvenir.
Era preciso presentar este cuadro general en unas rápidas pinceladas para situar en su justo punto la figura del arzobispo de Armagh decapitado.
Un personaje histórico no puede considerarse independiente de su marco y de su época. Pierde talla. Un mártir es siempre un héroe de la fe, pero, cuando ese mártir representa una situación histórica, es, además, un símbolo.
Esta es la más saliente característica de Santo Oliverio Plunket. Es un símbolo.
Un símbolo de la unidad religiosa del pueblo irlandés, que no tolera la ruptura del cristianismo, iniciada en Alemania por Lutero y consumada en Inglaterra por Enrique VIII. Un símbolo de lealtad a la Iglesia de Roma. Un símbolo de constancia hasta la muerte.
Durante la «época penal» las leyes son ominosas. Se necesitaría mucho más espacio del que disponemos solamente para dar una idea de lo que fueron las «leyes penales». Los católicos no tenían derecho a la cultura ni a los cargos públicos. No había acceso a la universidad o a los centros educativos. No se podía hablar el idioma propio. No se podía tener posesiones. Solamente cuando la persecución amaina se tolera el que un católico posea un caballo, a condición de que su valor no exceda las cinco libras. Se persigue a los clérigos, se calumnia a los obispos, se destruyen pueblos enteros… Se trata de hacer de la población católica un grupo de ignorantes empobrecidos.
El lema de Cromwell es éste: «Los católicos, a Connor o… al infierno». Connor era la parte más pobre del país, donde la gente moría de miseria y de hambre.
Aún en el mismo siglo XVII pueden encontrarse hechos como la matanza del padre John Murphy (que, por cierto, estudió su carrera sacerdotal en la actual Casa de la Santa Caridad, de Sevilla, entonces seminario), a quien dividieron en pedazos, ofreciendo los trozos de su carne a un vecino católico «para que los comiera». Un monumento conmemorativo se halla actualmente cerca de Westford, lugar de su martirio.
Es sorprendente que un pueblo sobreviva indemne después de una persecución de siglos. Si se viaja por los lugares en donde, un día, estuvieron las cristiandades paulinas no se encuentra ni un superviviente ni un templo. Todo desapareció bajo la invasión de los turcos y después de la primera guerra europea. Solamente en las cavernas de los montes se hallan, a veces, restos de antiguos mosaicos.
En cambio, aquí, en la «Isla Esmeralda», el viajero contempla un pueblo rejuvenecido después de siglos de sufrimiento. Sus iglesias son espléndidas, mientras que las de sus viejos perseguidores están vacías, obscuras y polvorientas. No importa que éstos alardeen de tener las iglesias «tradicionales» del país. La «Iglesia» no es un edificio arrebatado por la fuerza, sino una fe y una sociedad perfecta instituida por Cristo. Y eso es lo que se descubre sobre los jaspes de los templos recientes de la católica Irlanda.
Cuando, en 1828, Daniel O´Connel consigue la emancipación, una nueva vida comienza para el catolicismo irlandés. La libertad de los 26 condados, lograda en 1921, ha hecho posible que la nueva generación sea la primera que experimente la conciencia de vivir.
Pero, como un fundamento de esta realidad, en la catedral de San Pedro de la ciudad de Drogheda se conserva, en una urna de cristal, la cabeza incorrupta del último Santo irlandés: Oliverio Plunket.

Westminster Hall, donde fue juzgado Plunkett
El día 8 de junio de 1681 llega a Londres el arzobispo de Armagh, removido de su silla, depuesto y confinado durante diez meses sin ninguna clase de juicio o investigación jurídica y sin posibilidad de obtener permiso para comunicarse con sus amigos o de buscar testigos.
El juicio en Londres es dirigido por Maynard y Jefries contra toda consideración de justicia y en violación flagrante de toda forma legal. Un «agente de la Corona», cuyo nombre se da como Gorman, es introducido «por un desconocido» en la sala ante el tribunal y «voluntariamente» hace de testigo en favor del reo. El conde de Essex intercede ante el rey en su favor, pero Carlos responde casi con las mismas palabras de Pilatos: «No le puedo perdonar porque… no me atrevo. Su sangre caiga sobre vuestra conciencia. Vosotros le podíais salvar si quisierais».
Solamente un cuarto de hora de deliberación fue preciso para que el jurado diera el veredicto: Se le condena a ser ahorcado y descuartizado el día 1 de julio de 1681. El mártir solamente pronunció dos palabras ante esta sentencia: «Deo gratias».
Hay un hecho extraño, como todos los acontecimientos providenciales de la historia. Ocho años más tarde, en el mismo día exacto en que San Oliverio Plunket había sido decapitado, el último de los reyes Estuardos era lanzado de su trono y su dinastía eliminada para siempre.
La acusación urdida contra el Santo era ésta: Mantener correspondencia «traidora» con Roma y con Francia, y también con los irlandeses del Continente; preparar una insurrección en Armagh, Monagham, Cavan, Louth y otros condados, organizar en Carlingford el recibimiento de fuerzas francesas y haber dirigido varias reuniones para levantar hombres con estos propósitos.
Podría fácilmente hacerse una defensa histórica frente a estos cargos, pero no es de la incumbencia de esta obra. La semejanza con la persecución y condenación de jerarcas de la Iglesia en nuestros mismos tiempos puede ser una ilustración de la identidad de métodos empleados por los perseguidores de la fe cuando tratan de acusarlos bajo pretextos económicos o políticos.
He aquí algunos párrafos tomados del juicio celebrado contra él:
El juez: «Considerad, señor Plunket que habéis sido acusado del más grave crimen: la traición». Y continúa: «Estáis manteniendo vuestra falsa religión, que es diez veces peor que todas las supersticiones». El Santo responde: «Mis principios religiosos son tales que el mismo Dios todopoderoso no puede dispensar de ellos». El juez concluye: «Veo con disgusto que persistís en profesar los principios de esa religión».
El delito de traición no era más que un pretexto, como se ve, para condenar al primado de Irlanda por la defensa de la fe católica.
El juez insiste: «Se os aconseja que tengáis algún ministro para atenderos, algún ministro protestante». Por fin ante la insistencia del Santo, se le autoriza a recibir los auxilios de algún sacerdote católico de los que están encerrados en la prisión y él hace esta última declaración: «Puesto que soy un hombre muerto a este mundo y puesto que espero misericordia en el otro, quiero declarar que Jamás he sido culpable de traición ni de ninguno de los cargos que se me han hecho, como su señoría sabrá algún día».
A pesar de su confesión fue sentenciado a muerte. El efecto de esta sentencia fue tal que un torrente de personas, católicos y protestantes, se agolpó ante su celda pidiendo su bendición o admirando su heroísmo. Hasta altas personalidades del protestantismo declararon que «Inglaterra iba a volver pronto a ser «papista» si el Gobierno persistía en condenar a muerte a personas de tanta constancia».
De una carta escrita por el mártir en su celda de muerte tomamos estas edificantes líneas: «Se ha dictado contra mí sentencia de muerte. Los que me perseguían han conseguido su intento. Como San Esteban quiero clamar: «Señor, no les imputes este pecado».
Y de otra carta escrita en aquellos mismos momentos: «Siento la responsabilidad de ser el primer irlandés y tener que dar ejemplo de morir sin temor. Pero veo que Nuestro Redentor sintió temor y tristeza ante la muerte y me pregunto por qué yo no la siento. Es que Cristo, con su pasión, mereció para mí el no tenerla ante mi muerte».
Las últimas líneas que escribió a vuelapluma en una breve nota fueron éstas: «Se me ha comunicado que mañana seré ejecutado. Estoy contento de que sea en viernes y en la octava de San Juan, y de que se me haya concedido el tener un sacerdote en esa última hora».
Desde que en 1533 Enrique VIII separó la iglesia de Inglaterra de la unidad de Roma hasta este momento de 1681, habían pasado muchos años de odios y persecuciones a los defensores de la fe católica. Después de la ejecución de Carlos I en 1649, y durante los años de Cromwell, de 1653 a 1659, la persecución de los católicos irlandeses fue intensa hasta el exterminio. El reinado de Carlos II —a partir de 1675— se caracterizó por la debilidad y la indecisión. Las diferencias de fechas históricas sobre la vida de San Plunket deben explicarse por la oposición de Inglaterra a adoptar las reformas del calendario gregoriano. Mientras que casi toda Europa las había aceptado desde 1582, todavía en 1681 Inglaterra vivía diez días retrasada, y al mismo sol que en Roma señalaba el amanecer del 11 de julio marcaba, media hora después, en Londres, el día primero. Hasta en estos pormenores aparecía el exceso de nacionalismo religioso y anglicano del siglo XVII.
Ya, desde el cadalso, Oliverio Plunket leyó su último sermón, que le había costado muchas horas de meditación, y el texto fue entregado al embajador de España en Londres, quien lo hizo imprimir y traducir a varios idiomas confirmando su fidelidad. Después de una fervorosa oración, en la que de nuevo perdonó a sus acusadores, murió con la paciencia y constancia de los mártires.
La persecución se hizo tan violenta que no fue posible protestar públicamente por la injusticia de su degollación. Pero sus restos fueron recogidos y venerados inmediatamente, y Roma envió al superior de los franciscanos irlandeses una orden de la Sagrada Congregación de Propaganda en que se excomulgaba a dos religiosos apóstatas, McMoyer y Duffy, que habían tenido parte en la acusación del arzobispo de Armagh.
El 23 de mayo de 1920 fue beatificado y en el mismo corazón de Londres una fervorosa procesión de católicos honró su memoria.
Comenzar la vida de un mártir por el relato de su martirio no es ninguna infidelidad histórica, porque teológicamente el martirio es suficiente prueba de la heroicidad de las virtudes.
Oliverio Plunket era hijo de una noble familia avecindada en el condado irlandés de Meath. Allí nació, en 1629, en la localidad de Loughcrew. Su madre pertenecía a la nobleza de Roscommon y su padre a la de Fingall.
Su infancia se desarrolló en un ambiente de luchas y persecuciones y entre escenas de matanzas y feroces batallas. De Irlanda pasó a Roma, en donde vivió durante ocho años estudiando filosofía, teología y derecho civil y eclesiástico, siendo uno de los primeros alumnos del Colegio Irlandés en Roma «Ludovisi» y uno de los primeros irlandeses en la universidad romana «La Sapienza». Una vez ordenado de sacerdote continuó en Roma, y el 20 de noviembre de 1669 se anunció en Irlanda que Oliverio Plunket había sido nombrado obispo de Armagh. A pesar de la amnistía que siguió a los años de Cromwell, aún perduraban muchas de las leyes isabelinas. La vida de un sacerdote católico estaba valorada en el mismo precio que la de un lobo, y las cinco libras estipuladas se pagaban, en uno y otro caso, en el momento de la presentación de sus cabezas.
En 1649 había veintiséis obispos irlandeses residentes en sus sillas y en 1669 sólo quedaban cinco vivos y otros tres en el destierro. En cuanto se conoció la elección de Oliverio Plunket para obispo de Armagh el virrey, lord Roberts, recibió una comunicación en que se le decía que, si podía hallarlo y apresarlo, habría realizado un «aceptable servicio». Durante algún tiempo pudo acogerse a la hospitalidad de Bélgica, hasta que le fue posible navegar a Londres y de allí a Irlanda, en donde tomó posesión de su silla de Armagh. A la muerte del virrey presbiteriano lord Roberts, su sucesor, lord Berkeley, cambió la política en pacifista y trató incluso con cortesía a algunos miembros del clero. Esto facilitó la labor pastoral del arzobispo de Armagh, que pronto llegó a ser primado al declararse Armagh sede primada de toda Irlanda.
Su caridad para con sus sacerdotes y su humildad y modestia se hicieron proverbiales y caracterizaron todo su apostolado y gobierno. Su celo y actividad por la organización de su diócesis fue incansable. Aunque eran muchas las diócesis sufragáneas —en total once—, él consiguió reunir en sínodos a los obispos dependientes de la metrópoli tratándolos como hermanos y no como forasteros. Recorrió su diócesis en visitas pastorales, congregó a sus sacerdotes con afecto de pastor y sencillez de amigo, hablándoles con verdadera veneración y agradeciéndoles sus servicios, y soportó con entereza las injusticias que, en algunos lugares de su diócesis, fueron impuestas contra los católicos aun bajo el moderado virreinato de lord Berkeley.

Ataúd de St Oliver Plunkett en la abadía de Downside.
La pobreza y la austeridad presidían la vida del arzobispo. En realidad, los católicos habían quedado empobrecidos. Una de las tácticas de la persecución fue las llamadas «plantaciones» o traídas de protestantes escoceses, que se hacían dueños de las propiedades que antes tuvieron los católicos. Aún en 1672 el arzobispo primado denunciaba el abuso de que los católicos fueran obligados a pagar a los ministros protestantes dos chelines por cada hijo que se bautizaba en una iglesia católica. Su bondad para con sus fieles y sacerdotes se convertía en valentía y tenacidad cuando tenía que defender, frente a las injusticias, los derechos de la verdad y la fe.
Conociendo ahora estas virtudes características del primado irlandés y el marco histórico de su vida, es fácil comprender que la persecución haría presa en él sin demasiada dilación. La atmósfera tormentosa y la audacia de su espíritu explican suficientemente por qué fue detenido y apartado de sus fieles. La acusación de felonía y traición, y la sumisión a un tribunal inglés, eran igualmente elementos de la trama urdida contra su fe. Nunca Irlanda consideró legal el traslado del arzobispo a Londres y su juicio por los jurados ingleses. Desde 1495 las leyes inglesas carecían de vigor en Irlanda, a no ser que fueran aprobadas por las decisiones del Parlamento de Dublín, y la disposición de Enrique VIII de someter a los tribunales ingleses a cualquier acusado de traición que viviera en uno de los dominios de la Corona había prescrito ante el uso de los juristas desde que el Parlamento había sustituido a las Cortes.
No obstante todo este cúmulo de factores ilegales, Oliverio Plunket fue sacado un día de su diócesis y llevado a Inglaterra para, después de las formalidades acostumbradas por todos los tribunales injustos de la historia, escuchar, de boca del juez inglés, la palabra definitiva: Guilty (¡Culpable!). La misma estratagema e idéntico procedimiento, con especie de legalidad, que un día llevara al sanedrín a proclamar ante el más Justo de los acusados su «Reus est mortis» (Reo es de muerte).
Sus dos únicas palabras de respuesta: «Deo gratias» (gracias a Dios) resuenan todavía bajo los arcos de la catedral de Drogheda y su cabeza incorrupta, en parte ennegrecida por las llamas a que fue entregado su cuerpo después de degollado, es el mejor clamor que los siglos han podido conservar para la posteridad.
Terminemos con estas palabras tomadas de la declaración de la Sagrada Congregación de Propaganda en el mismo año de 1681: «Las conjuras en Inglaterra pretendieron ser dirigidas contra la vida del rey o como intentos de las conspiraciones irlandesas, pero, en realidad, no había más que una finalidad: atacar el establecimiento de la fe».
Oliverio Plunket pasará a la posteridad como un símbolo de constancia en defensa de la fe católica y como una prueba de la voluntad indestructible de un pueblo, tradicionalmente fiel a Roma, por conservar a toda costa su unidad religiosa.
Fue canonizado el 12 de octubre de 1975 por el Papa Pablo VI.
Incluso en la tormenta
Santo Evangelio según san Mateo 8, 23-27.
Martes 13ª semana de tiempo ordinario
Por: Javier Castellanos, LC
Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
«El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no temerá; Aunque estalle una guerra contra mí, no perderé la confianza. ¡Escucha, Señor, yo te invoco en alta voz, apiádate de mí y respóndeme!». (Salmo 27)
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 8, 23-27
En aquel tiempo, Jesús subió a una barca junto con sus discípulos. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan fuerte, que las olas cubrían la barca; pero él estaba dormido. Los discípulos lo despertaron, diciéndole: “Señor, ¡sálvanos, que perecemos!”. Él les respondió: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?”. Entonces se levantó, dio una orden terminante a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma. Y aquellos hombres, maravillados, decían: “¿Quién es éste, a quien hasta los vientos y el mar obedecen?”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Parece que el Señor duerme cuando más lo necesitamos. Buscamos hacer el bien que podemos cada día, dar testimonio de nuestra fe, realizar alguna actividad de apostolado o servicio a los necesitados. Pero muchas veces nos encontramos en el camino sólo con vientos contrarios. Y en más de alguna ocasión la tormenta se ha levantado en torno a nuestra barca…
Pero Él está ahí. Aunque todo esté oscuro, Cristo nunca abandona. Aunque todo se agite y parezca que no hay ningún punto seguro, Él permanece para siempre. Incluso en la tormenta. Él no ha dejado al paralítico por el suelo. Él no abandonó a los leprosos fuera de la ciudad. Él mismo no permitirá que nos ahoguemos en este mar. Cristo es nuestro apoyo y nuestra seguridad.
Es normal tener miedo en la tormenta. Cristo no nos pide ser insensibles, pero sí pide que nuestra fe sea más grande que el temor. Nos pide confiar en Él, pues su presencia nos basta en la dificultad. Confiar en Él significa luchar incluso en las tormentas… Confiar en Él significa mantener viva la esperanza: seguir remando, sujetar bien fuerte el timón hacia la otra orilla. Porque Él, tarde o temprano, despertará; y entonces llegará una gran calma.
«Sabemos quién es Jesús, pero quizá no lo hemos encontrado personalmente, hablando con Él, y no lo hemos reconocido todavía como nuestro Salvador. Este tiempo es una buena ocasión para acercarse a Él, encontrarlo en la oración en un diálogo de corazón a corazón, hablar con Él, escucharle; es una buena ocasión para ver su rostro también en el rostro de un hermano y de una hermana que sufre». (Cfr S.S. Francisco, 19 de marzo de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy mantendré una actitud de optimismo y esperanza, sobre todo ante las situaciones difíciles que se me presenten.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
4 devociones a la preciosa sangre de Jesús que no conocías
La Iglesia Católica ha aprobado las siguientes devociones a la Preciosa Sangre de Jesús que no son muy conocidas en todo el mundo
Los relatos evangélicos de la Pasión de Jesús destacan el derramamiento de su preciosa sangre en la cruz. Esto se encuentra en particular en el Evangelio de Juan:
«Cuando llegaron a Jesús y vieron que ya estaba muerto, no le rompieron las piernas, sino que un soldado le clavó la lanza en el costado, y al instante brotó sangre y agua». (Jn 19, 33-34)
Desde ese momento, la Iglesia católica ha sido devota de la preciosa sangre de Jesús, y los católicos han desarrollado diversas tradiciones que han perdurado en el tiempo.
Aunque no es la devoción más popular en la historia moderna de la Iglesia, históricamente ha recibido una práctica generalizada.
El Directorio sobre la piedad popular enumera cuatro devociones específicas aprobadas por la Iglesia y practicadas por cristianos de todo el mundo:
1 CORONILLA DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE
La Coronilla de la Preciosísima Sangre, en la que las siete «efusiones de la Sangre de Cristo», implícita o explícitamente mencionadas en los Evangelios, son recordadas en una serie de meditaciones bíblicas y oraciones devocionales: la Sangre de la Circuncisión, la Sangre del Huerto de Getsemaní, la Sangre de la Flagelación, la Sangre de la Coronación de Espinas, la Sangre de la Subida al Calvario, la Sangre que mana del costado de Cristo atravesado por la lanza;
2 LETANÍA DE LA SANGRE DE CRISTO
La Letanía de la Sangre de Cristo, que traza claramente la línea de la historia de la salvación a través de una serie de referencias y pasajes bíblicos. En su forma actual fue aprobada por san Juan XXIII el 24 de febrero de 1960 (195);
3 ADORACIÓN DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE CRISTO
La adoración de la Preciosísima Sangre de Cristo reviste formas muy diversas, todas ellas con un fin común: adoración y alabanza de la Preciosísima Sangre de Cristo en la Eucaristía, acción de gracias por el don de la Redención, intercesión por la misericordia y el perdón, y ofrecimiento de la Preciosísima Sangre de Cristo por el bien de la Iglesia;
4 VIA SANGUINIS
La Via Sanguinis: devoción piadosa recientemente instituida, practicada en muchas comunidades cristianas cuyas raíces antropológicas y culturales son africanas. En esta devoción, los fieles se desplazan de un lugar a otro, como en el Vía Crucis, reviviendo los distintos momentos en los que Cristo derramó su sangre por nuestra salvación.
Lea aquí la historia de Santa María de Mattias, fundadora de las Hermanas Adoratrices de la Sangre de Cristo, una orden docente activa en Estados Unidos, Corea del Sur y otros lugares.
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