MATEO 11:25-27

Amigos, en el Evangelio de hoy vemos a Jesús rezando al Padre. Se nos da en ello una participación en la vida interior de Dios por medio de la conversación entre las dos primeras personas Trinitarias.

¿Y cuáles son entonces las “cosas” que han sido ocultadas a los sabios y reveladas a los pequeños? Nada menos que el misterio de la vida interior de Dios.

Ahora, ¿por qué precisamente este conocimiento ha sido ocultado a los sabios y revelado a los niños? La clave está en el párrafo siguiente: “Todo me ha sido dado por mi Padre”. ¿Cuál es la esencia de la vida divina? Es un intercambio de dar y recibir.

El Padre, olvidándose de Sí mismo, da lugar al Hijo, y el Hijo, rehusando aferrarse a Sí, recibe del Padre. El Espíritu Santo es un compartir mutuo del Padre y el Hijo. La vida más propia de Dios es mirar hacia el otro en el amor.Desde Adán y Eva hasta hoy el problema humano más fundamental es la búsqueda de otras cosas que no son Dios. 

Buscamos llenar el ego con cosas como honor, poder, placer, sexo. Pero todo esto nunca funciona porque estamos diseñados por Dios, y Dios esamor.

Una fiebre debajo del hígado, como incendio de fuego

Nos encontramos en el Antiguo Testamento, donde las causas segundas no existen. Es Dios quien dirige la historia de la humanidad y se le atribuye a él todo lo que ocurre, incluidas las acciones de los hombres y de los pueblos. Detrás siempre está Dios, aunque, a veces, con procedimientos que sus seguidores no acabamos de entender.

El pueblo judío, el pueblo de Dios ha sido deportado fuera de su patria a Asiria. El Rey Asur ha tenido mucho que ver en este desenlace. Pero no puede gloriarse de haber sido el protagonista de esta acción. Detrás siempre está Dios. Así nos lo explica Él mismo, a través del profeta Isaías, sirviéndose de una comparación bien sencilla: No puede ni el hacha, ni la sierra, ni el bastón… gloriarse de lo que han hecho, sino la mano que los maneja. Para recordárselo, “El Señor de los ejércitos meterá enfermedad en su gordura y debajo del hígado le encenderá una fiebre, como incendio de fuego”.

Estas cosas se las has revelado a la gente sencilla

Dios siempre es Dios y tiene su manera de actuar respecto a nosotros. Gracias a Jesús, sabemos, por ejemplo, que revela “estas cosas”, sus cosas y nuestras cosas, a la gente sencilla y no a los sabios y entendidos.

Pero el mismo Jesús, de alguna manera, amplía este horizonte de revelación divina. La mejor manera es acudir a Él que está dispuesto a revelarnos quién es su Padre y todos sus secretos y los secretos de nuestra vida. Estas palabras de Jesús entroncan con aquellas en las que afirma que Él es la luz del mundo y que quien acuda a Él no andará en tinieblas. Bien sabemos que Jesús, nuestro mejor revelador, nos pone en bandeja no las verdades de las matemáticas, de la física, de la biología, de las ciencias naturales… sino las verdades que nos ayudan a vivir con sentido y esperanza en nuestra etapa terrena, antes de desembocar en la felicidad total después de nuestra muerte. Nadie mejor que Él conoce los secretos de la vida humana.

Jesús alaba al Padre, porque ha ocultado los secretos de su Reino, de su verdad, «a sabios e inteligentes» (v. 25). Los llama así con un velo de ironía, porque presumen que son sabios, inteligentes, y por tanto tienen el corazón cerrado, muchas veces. La verdadera sabiduría también viene del corazón, no es solamente entender ideas: la verdadera sabiduría entra también en el corazón. Y si tú sabes muchas cosas, pero tienes el corazón cerrado, tú no eres sabio. Jesús dice que los misterios de su Padre han sido revelados a los «pequeños», a los que se abren con confianza a su Palabra de salvación, abren el corazón a la Palabra de salvación, sienten la necesidad de Él y esperan todo de Él. El corazón abierto y confiado hacia el Señor. (Ángelus, 5 julio 2020)

Jesús alaba al Padre, porque ha ocultado los secretos de su Reino, de su verdad, «a sabios e inteligentes» (v. 25). Los llama así con un velo de ironía, porque presumen que son sabios, inteligentes, y por tanto tienen el corazón cerrado, muchas veces. La verdadera sabiduría también viene del corazón, no es solamente entender ideas: la verdadera sabiduría entra también en el corazón. Y si tú sabes muchas cosas, pero tienes el corazón cerrado, tú no eres sabio. Jesús dice que los misterios de su Padre han sido revelados a los «pequeños», a los que se abren con confianza a su Palabra de salvación, abren el corazón a la Palabra de salvación, sienten la necesidad de Él y esperan todo de Él. El corazón abierto y confiado hacia el Señor. (Ángelus, 5 julio 2020)

Enrique, Santo

Memoria Litúrgica, 13 de julio

Emperador

Martirologio Romano: San Enrique, emperador de los romanos, que, según la tradición, de acuerdo con su esposa Cunegunda puso gran empeño en reformar la vida de la Iglesia y en propagar la fe en Cristo por toda Europa, donde, movido por un celo misionero, instituyó numerosas sedes episcopales y fundó monasterios. Murió en este día en Grona, cerca de Göttingen, en Franconia (1024).

Etimológicamente: Enrique = Aquel que es jefe de hogar, es de origen germánico.

Fecha de canonización: 4 de marzo de 1146 por el Papa Beato Eugenio III.

Nacido en el año 972 y fallecido en 1024. Nieto de Carlomagno y sucesor de los tres Otones, fue el más grande apóstol de la paz en el segundo decenio del siglo XI y uno de los más destacados promotores de la civilización occidental, colaborando a la labor del Papado y de los monjes de Cluny, de cuyo abad San Odilón fue gran amigo. –

Seguramente, a la primera impresión nadie habría creído que bajo la pesada armadura de aquel caballero que cabalgaba con sus numerosas tropas por las grandes llanuras del imperio alemán, se escondía un santo.

Pasada ya la gloriosa restauración de Carlomagno, Europa, en el siglo x, vive una época de dejadez y brutalidad. Empiezan a aparecer los desastrosos efectos del feudalismo, la jerarquía eclesiástica está corroída por las investiduras y por doquier impera la ley del más fuerte.

Parece imposible que aún vivan personas santas, y menos aún que lo sea uno de los numerosos príncipes feudales.

Nos hallamos en la corte del duque de Baviera Enrique el Batallador y de su esposa Gisela de Borgoña. En el castillo ducal se celebran grandes festejos porque ha nacido el príncipe heredero. Se le impone, como a su padre, el nombre de Enrique.
Los primeros años pasan plácidamente, pero pronto es víctima de la persecución; su padre ha sido vencido en una de las interminables guerras familiares y se ha visto obligado a huir. Sin embargo, las cosas volverán a su lugar; el padre recobrará el ducado con todas sus posesiones y Enrique podrá dedicarse al cultivo de las Letras, bajo la dirección de Wolfgang, el santo obispo de Ratisbona.

Wolfgang no sólo forma su inteligencia, sino también su voluntad, dándole una esmerada educación cristiana y una sólida piedad.

A la muerte de su padre, hereda el ducado y se convierte en uno de los príncipes de más porvenir de Alemania. Con su carácter recto y justiciero atiende a las necesidades de su pueblo, gobierna con mano al mismo tiempo fuerte y suave.
Sabe comprender y no es vengativo. Prefiere perdonar que castigar y busca antes el provecho de sus súbditos que sus propios intereses.

En el año 1002, los electores del Sacro Imperio Romano-Germánico le nombran para el cargo imperial. Acaba de morir Otón III, sin sucesión directa.

La fama de Enrique, su sinceridad y nobleza, son reconocidas por todos, y saben que será el emperador ideal.

La ascensión al trono imperial es para el duque de Baviera una empresa difícil. Surgen contrincantes que ha de vencer, sublevaciones para dominar, querellas entre los señores feudales, que ha de sofocar, pero Enrique con su fiel ejército atiende a todo.

Vence al rey de Polonia, rechaza a los bizantinos, interviene en los Estados Pontificios defendiendo los derechos de Benedicto VIII, el legítimo sucesor de Pedro.

Con su prodigioso genio militar sabe triunfar, pero, diferente de muchos otros de su tiempo, no abusa de la victoria. La justicia rige todos sus actos.

Su actividad se extiende también a la reforma espiritual del clero.

En el año 1007 convoca, de acuerdo con las costumbres de su tiempo, un Concilio general en Francfort. Acuden los numerosos obispos del Imperio, que dictan severas normas disciplinarias. Después, Enrique procurará que se cumplan.

Restablecido el orden en el Imperio y protegidas las fronteras, Enrique empezó a reinar con todo su poder. En el año 1014, junto con su esposa, fue ungido y coronado rey por el propio pontífice, en Roma.

Seguramente pocos reyes tuvieron, ya en vida, tan buena fama y muchos menos fueron venerados y gozaron del amor de sus súbditos como este nieto de Carlomagno.

Muestra de su gran virtud es este ejemplo: Al sentirse morir llamó junto a sí a los grandes del reino y, tomando la mano de su esposa Cunegunda, también santa, dijo a los padres de ésta: «He aquí a la que vosotros me habéis dado por esposa ante Cristo; como me la disteis virgen, virgen la pongo otra vez en las manos de Dios y vuestras». Sus restos reposan en la catedral de Bamberg.

San Enrique realizó lo que a muchos puede parecer imposible: ser emperador, vivir continuamente ocupado en los problemas públicos y entre guerras, y llegar a santo.
Si Enrique de Baviera lo llevó a término fue porque en el ejercicio de su cargo vio un servicio al prójimo y a Jesucristo. La historia de Europa nos ofrece pocas vidas tan bellas y útiles como la de Enrique II, el Santo.

Conversión desde el corazón

Santo Evangelio según san Mateo 11, 25-27. Miércoles XV del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, inflama mi corazón de amor por ti, y enséñame a vivir con alegría, agradecimiento y amor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 11, 25-27

En aquel tiempo, Jesús exclamó: “¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien.

El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar”.
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Es hermoso encontrar, en la vida, personas con un corazón alegre, agradecido y que ama; actitudes, que todos estamos llamados a vivir en cada momento de nuestra existencia.
En primer lugar, tener un corazón alegre, para reconocer todos los regalos y dones que hemos recibido y vamos recibiendo constantemente en nuestra vida. En segundo lugar, un corazón agradecido, el cual, si no lo tenemos, hay que pedírselo a Jesucristo para que realmente podamos reconocer los dones que hemos recibido, y ser agradecidos, ya que al agradecer se da el valor que posee dicho don o regalo en nuestra vida.

Finalmente, debemos de vivir con un corazón que ama. Somos hombres y estamos hechos para amar y ser amados; si no amamos, no podremos ver los dones o regalos recibidos; tampoco podremos ser agradecidos y mucho menos podremos continuar amando aquello que Dios hace en nuestras vidas.

Pidámosle esta gracia al Señor y dejemos que Él actúe, que podamos tener un corazón alegre, un corazón agradecido y un corazón que ame en todo momento.
La conversión es auténtica «cuando nos damos cuenta de la necesidad de los hermanos y estamos listos para encontrarnos con ellos».

(Papa Francisco).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
El día de hoy, agradeceré a Dios los dones que me ha dado y a aquellos que me rodean, les daré las gracias por cada gesto de amor que me han brindado.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

La libertad de los sabios

El amor verdadero solo se da entre personas que libremente quieren entregarse a otro. Por ello la libertad se presenta con un valor incalculable pues abre la puerta al ejercicio del amor.

El único valor que todavía suscita unanimidad en el tercer milenio es el de la libertad. Todo el mundo está más o menos de acuerdo en que el respeto a la libertad de los demás constituye un principio ético fundamental: algo más teórico que real. Quizá no se trate más que de una manifestación de ese egocentrismo endémico al que ha llegado el hombre moderno, para quien el respeto a la libertad de cada uno constituye más bien una reivindicación de individualismo: ¡que nadie se permita impedirme que haga lo que quier. La libertad presenta dos rostros. Hay quienes la definen por su cara exterior dependiente de las circunstancias. Eliminar las trabas que me impiden actuar es sinónimo de libertad. Las normas que impone la sociedad, los límites del propio cuerpo,…obstáculos, impedimentos…leyes físicas, la naturaleza humana…Siempre queremos ir más lejos, ir más deprisa, tener más poder…Creemos que seremos mas libres cuando “los progresos” de la biología nos permitan elegir el sexo de nuestros hijos…nos creemos más libres por intentar ir más allá de nuestras posibilidades…ya no es alpinismo normal sino alpinismo de riesgo, lo que se práctica con este concepto de libertad.

La libertad vivida como una lucha para eliminar toda oposición a una voluntad caprichosa es la que pregonan los teóricos, los que escriben libros, hablan y hablan de la libertad, presentan todo fácil y accesible. Pero cuando callan, en la soledad del silencio se advierte que el corazón sigue gimiendo por algo que no alcanza a poseer.

Hay otros que hablan de la libertad, con menos palabras y mayor sabiduría. Son los que saben que la libertad es oportunidad, capacidad pero para elegir lo bueno, lo valioso, lo que me realiza. Antes de tomar una decisión, se han preocupado de conocer qué quieren, por qué lo quieren y lo que es más interesante ¿A dónde me conduce esta elección? Porque las consecuencias no son nunca opcionales a la decisión. Los sabios de la libertad invitan a mirar a la meta ¿Quién soy yo como ser humano? ¿Qué me realiza realmente? ¿Dónde está la verdad? ¿y el bien? ¿y los otros? ¿Soy un ser para estos valores? Entonces su libertad se convierte en el viento que mueve la vela de sus vidas, pero con un timón bien orientado; es decir hacia los fines que le son naturales. ¡El gran misterio humano es que somos el único ser que puede elegirse o negarse a sí mismo! Los teóricos de la libertad cortarán las amarras, dinamitarán los arrecifes, pero ¿a dónde van? Presentan la vida como si fuera un enorme supermercado en el que en cada estante se despliega un amplio surtido de posibilidades del que poder tomar, a placer y sin coacción, lo que se quiera, pero ¿para qué? Bastaría que hubiera un cártel de “No tomar”, para que se sintieran amenazados en el uso de su libertad, aunque el cartel estuviera colocado encima de botellas de veneno.

Si la libertad fuera sólo el ejercicio de elegir, y se midiera por la cantidad de opciones que se tienen, ridículamente a medida que la vida pasa, seríamos menos libres, pues cada vez tendríamos menos opciones posibles. Sin embargo hay quienes rondan la ancianidad y demuestran una libertad de espíritu infinitamente mayor que jóvenes de 20 años, porque han invertido el tiempo de su existencia en elegir de acuerdo a lo que querían ser, regidos por unos valores que ahora son la corona de su andadura. Y siguen siendo libres porque siguen eligiendo amar antes que romper en busca de su placer.

Los sabios de la libertad son los que han descubierto que a quien hay que liberar es a nuestro corazón, prisionero de sus miedos o egoísmos; es él quien debe cambiar y aprender a amar dejándose transformar. Sólo el amor rompe el sentimiento de angustia de no alcanzar nunca la serenidad. Quien no sabe amar, todo le agobiará, lo sentirá en desventaja, se sentirá prisionero. La experiencia de la libertad interior es la más imperiosa necesidad del hombre y la mujer actual porque nunca como ahora se han roto tantas trabas y se vive con tanto desasosiego emocional.

El ser humano manifiesta una gran ansia de libertad porque su aspiración fundamental es la aspiración a la felicidad, y porque comprende que no existe felicidad sin amor, ni amor sin libertad. El amor es un producto que, aunque se tasa con avaricia, no se cobra, no se vende, sin que deje de serlo. El amor verdadero solo se da entre personas que libremente quieren entregarse a otro. Por ello la libertad se presenta con un valor incalculable pues abre la puerta al ejercicio del amor.

Merece la pena escuchar la vida de los sabios de la libertad, que hablan menos y son más libres, porque son más seres humanos. Han elegido la verdad, el bien y el amor como las metas de su vida y con ello han encontrado lo que no se encuentra con sólo eliminar trabas: la paz del corazón.

Teresa de los Andes: una niña obstinada y orgullosa que se convirtió en una dulce santa

Dios transformó su naturaleza peleona y abrió su corazón para una relación más profunda con Él

Los santos no siempre empiezan sus vidas con el halo puesto. Ese fue el caso de santa Teresa de Los Andes, que de niña era conocida por su carácter orgulloso, egocéntrico, vanidoso y obstinado. Aunque sí poseía una inclinación piadosa, a menudo mostraba arrebatos de ira.

Nacida en 1900 en una familia adinerada de Santiago de Chile, durante su juventud, Juanita (como la llamaban afectuosamente) disfrutaba cantando, bailando y montando a caballo.

Era una adolescente corriente, pero le influyeron enormemente las religiosas francesas que daban clase en su escuela.

A los 14 años, Juanita hizo un voto privado de castidad y decidió convertirse en monja carmelita descalza.

Esta decisión tal vez se viera influida por su lectura de Historia de un alma, de santa Teresa de Lisieux. La monja carmelita la marcó profundamente y quiso imitar su “caminito”.

Una inspiración para los demás

Durante los veranos, Juanita creaba su propio apostolado en su patio donde daba catequesis a niños y dirigía un coro. Se sentía especialmente cerca de los pobres e intentaba ayudarles como podía.

La biografía que el Vaticano ofrece de ella presenta un breve resumen de este tiempo de su vida.

La santidad de su vida resplandeció en los actos de cada día en los ambientes donde se desarrolló su vida: la familia, el colegio, las amigas, los inquilinos con quienes compartía sus vacaciones y a quienes, con celo apostólico, catequizó y ayudó.

Siendo una joven igual a sus amigas, estas la sabían distinta. La tomaron por modelo, apoyo y consejera.

Juanita sufrió y gozó intensamente, en Dios, todas las penas y alegrías con que se encuentra el hombre. 

Por fin carmelita. En 1917, contactó con el Carmelo de Los Andes y ya estaba segura de que Dios la llamaba a hacerse monja allí.

Finalmente pudo entrar en el convento en 1919 y recibió el nombre de Teresa de Jesús. Así cumplió su anhelo de estar más unida a Jesús y asumió en su corazón la misión carmelita de interceder por el mundo.

Teresa experimentó una gran dicha en el convento y escribió sobre ello en una carta:

“Es imposible imaginar lo feliz que soy. Siento paz, una alegría tan íntima que me digo que si las personas del mundo vieran esta felicidad, todos correrían a encerrarse en conventos”.

Del convento rápido al cielo

Poco después de su entrada, supo claramente que moriría en poco tiempo. Teresa tenía muchos problemas de salud, que no hicieron sino incrementar estando en el convento.

Sin embargo, no fue solamente su frágil salud la que le dio una pista sobre su futuro; Dios también le reveló que su tiempo en este mundo estaba llegando a su fin.

Ella consideraba que todo lo que le sucedía venía de la mano de Dios y buscaba llena de alegría oportunidades para ofrecerle sacrificios:

“Puedo decir que mi vida es una oración constante, porque todo lo que hago lo hago por amor a mi Jesús”.

Para ella, la vida unida a Dios era exactamente lo que deseaba y explicó esta dicha en una carta: “Soy la criatura más feliz. No deseo nada más porque todo mi ser está saciado por Dios, que es Amor”.

Un Viernes Santo, el 2 de abril de 1920, la condición de Teresa empeoró y después de que los médicos la examinaran, no pudieron hacer más por ella.

Como resultado, recibió permiso para hacer la profesión religiosa antes de morir. Falleció el 12 de abril de 1920 con tan solo 19 años.

La vida de Teresa fue una inspiración para muchos y fue proclamada santa de la Iglesia católica en 1993.

10 consejos de san Benito para mejorar la vida diaria

Quizás hayan pasado casi 1.500 años de su muerte, pero sus ideas tienen una validez eterna

Tal vez san Benito de Nursia viviera hace 1500 años (480-547), pero muchas de sus ideas tienen tanta relevancia hoy como cuando él las puso por escrito en la normativa regla de vida para su comunidad de monjes, conocidos hoy como benedictinos. En la actualidad continúan siguiendo su Regla en su búsqueda de la santidad. El librito con la Regla, que se puede encontrar de forma gratuita en formato digital en varios sitios de Internet, contiene los consejos de san Benito, las directrices que él mismo seguía. Son unas normas que derivan de su experiencia con la vida diaria y de sus reflexiones sobre la naturaleza humana y representan un auténtico camino de conversión del corazón, una forma de renacer en el Espíritu que Jesús reveló a Nicodemo. Sin embargo, nosotros no necesitamos ser monjes para servirnos de su sabiduría perenne. Aquí siguen 10 consejos que nos pueden hacer bien a todos:

ESCUCHA, HIJO Así empieza la Regla. Para escuchar, primero debemos mantener silencio. Lo cierto es que, para un monje benedictino, hablar sin necesidad, sin decir nada de valor, era algo que se castigaba. La mayoría de nosotros no estamos ceñidos a semejante nivel de rigor, pero, en efecto, el silencio nos permite reflexionar sobre nosotros mismos y ser más atentos a los demás, nos ayuda a ser más pacíficos y nos pone en presencia de Dios.

EL TRABAJO NOS AYUDA A CONSERVAR LA MENTE SANA

“La ociosidad es la enemiga del alma”, escribe san Benito, que mandaba a sus monjes dividir su tiempo entre el trabajo, la lectura y la oración, de forma tal que desarrollaran un equilibrio entre cuerpo, mente y alma.

TRANSFORMAR TODA TAREA EN ORACIÓN

Para san Benito, toda tarea participa de la obra creadora de Dios y del sufrimiento de Cristo. El trabajo debería considerarse como un servicio al prójimo y una forma de oración.

NUESTROS DÍAS DEBERÍAN SEGUIR UN RITMO

En un monasterio, la Regla impone un tiempo para todo: para rezar, trabajar, leer, meditar… Estos antiguos principios se siguen enseñando, en esencia, como parte de las habilidades de gestión del tiempo en escuelas de negocios y en libros de autoayuda, animándonos a establecer ciertos tiempos de inicio y de finalización para cada tarea.

SER ATENTOS CON LOS DEMÁS

Para san Benito, el respeto debe caracterizar todas nuestras relaciones con las personas. “Recíbanse a todos los huéspedes que llegan como a Cristo”, dice san Benito en la Regla, en especial “al recibir a pobres y peregrinos”. Si todos somos atentos y considerados con el prójimo —incluso con nuestros enemigos—, contribuiremos a construir un mundo que refleje el amor de Dios.

PRACTICAR LA DISCIPLINA

El santo abad decía a sus monjes que pusieran fin de forma puntual a cualquier cosa que estuvieran haciendo cuando llegara el momento de pasar a otra tarea, por difícil que fuera hacer el cambio, en obediencia a la voluntad de Dios. Quizás no tengamos a un abad que nos dicte cuál es nuestro horario, pero forzarnos a nosotros mismos a seguir un programa bien diseñado nos libera realmente de la esclavitud de nuestros impulsos.

LEER A MENUDO PARA NUTRIR MENTE Y ALMA

San Benito hacía que sus monjes dedicaran una parte importante del día a leer la Escritura u otros libros edificantes, entre periodos de trabajo, oración y la cena. Leer buenos libros puede darnos ideas frescas, hacernos más empáticos, ensanchar nuestra mente y enseñarnos sabiduría del pasado y del presente.

ENTENDER Y RESPETAR NUESTRAS PROPIAS PRIORIDADES

Para los monjes, la mayor prioridad es buscar a Dios, en especial en la oración. La Regla entera se organiza en torno a este principio. San Benito repite una y otra vez, con fórmulas que varían ligeramente: “No antepongan absolutamente nada a Cristo”. Tenemos que saber cuáles son nuestras prioridades y respetarlas en la manera en que empleamos nuestro tiempo.

HACER LAS PACES CON LOS DEMÁS

En diversos modos y circunstancias, san Benito insta a sus monjes a disculparse siempre que pudieran haber ofendido a otro. Les recuerda el requerimiento de la Sagrada Escritura: “Busca la paz y síguela” y el bien de “reconciliarse antes de la puesta del sol con quien se haya tenido alguna discordia”. Esto nos ayuda a crecer en bondad, además de a contribuir a la estabilidad de la comunidad.

VIVIR CADA DÍA COMO SI FUERA EL ÚLTIMO

El santo abad decía a sus monjes que debían “tener la muerte presente ante los ojos cada día”. Esto nos ayuda a recordar nuestras prioridades y centrarnos en lo esencial.

Quizás no seamos monjes, pero los monjes sí son personas como el resto de nosotros y la naturaleza humana no cambia. El entendimiento que tenía san Benito de la humanidad continúa siendo valioso hoy día. Confiamos en que estos consejos nos iluminen o nos recuerden algunas formas que tenemos para ser más felices y mejores personas, con la ayuda de Dios.