La paz esté con ustedes. Si han estado siguiendo estos sermones míos por el último par de meses, sabrán me he estado enfocando muchísimo en las primeras lecturas extraídas del Antiguo Testamento, porque creo que nosotros los Católicos no somos tan excelentes comprendiendo el Antiguo Testamento. Así que hoy voy a estar revisando este pasaje maravilloso del libro del profeta Ezequiel. Ahora, Ezequiel, uno de los cuatro profetas mayores junto con Isaías, Jeremías y Daniel. También uno de los más profundos teológicamente, y uno de los más misteriosos de los profetas. De hecho, el antiguo Israel tenía un refrán que uno no debería siquiera aproximarse a Ezequiel hasta tener alrededor de cincuenta años. Pensaban que, antes de esas, no tendrían lo que se necesita para leer un texto tan complejo como este. Así que estaremos leyendo hoy de Ezequiel, y el pasaje es del capítulo dieciocho. Ahora, pienso que el capítulo dieciocho de Ezequiel representa un auténtico avance en la conciencia de Occidente. Soy un estudioso de la filosofía, y si miran a personas como Sócrates y Platón y los demás, quienes ciertamente representan grandes avances o personajes cruciales. Pero les advierto, ellos intervienen alrededor del año 400 a.C. ¿Ezequiel? Estamos hablando alrededor de 590, 580 a.C. Casi doscientos años antes que Sócrates y Platón, este personaje está interviniendo y escribiendo. Y pienso que este capítulo dieciocho —Recomiendo ya que estamos, saquen sus Biblias y lean el capítulo dieciocho. —realmente representa un avance muy importante. Ahora, déjenme explicar lo que quiero decir. El pasaje de hoy, o más bien el capítulo, comienza ensayando un proverbio que evidentemente era popular entre los antiguos israelitas. Este es el proverbio: «Los padres fueron los que comieron uvas verdes y son los hijos a quienes se les destemplan los dientes». ¿Ven lo que significa? Los padres comen las uvas verdes pero los hijos sufren por eso. La implicancia parece ser que los hijos y los nietos y los descendientes de aquellos que han hecho cosas malvadas son castigados por la maldad de sus antepasados. Pero vean, aquí está el punto de Ezequiel: Dios no está de acuerdo con eso. Escuchen: «Les juro por mi vida, dice el Señor Dios, que nadie volverá a repetir ese refrán en Israel». Es muy interesante esto. Es muy interesante. Vean, el antiguo Israel, como la mayoría de los pueblos antiguos, pensaban no tanto en términos de lo individual. Y nosotros estamos del otro lado de esa división. Estamos tan caracterizados por el individualismo que probablemente necesitamos un poco de equilibrio. Pero vean, estos pueblos tendían a pensar que la identidad de su familia, la identidad de su tribu, su identidad nacional era más importante que ti. Y entonces no tenían problemas de pensar, «Sí. Alguien pecó desde hace tiempo entonces. Por supuesto sus descendientes están implicados, porque es tu tribu, es tu familia, lo que importa más que tú».
Pero Ezequiel está diciendo —y pienso esto es un avance— Dios dice, «No, no. Eso no funcionará». Escuchen ahora lo que dice mientras comunica la palabra del Señor. «Sépanlo: todas las vidas son mías, lo mismo la vida del padre que la del hijo. Así pues, el hombre que peque, ése morirá». Y lo explica con lujo de detalles. Escuchen. Si hay una persona que ha hecho todas las cosas bien, ha sido justa —Estoy citando ahora— pero «Si el hijo del justo es ladrón u homicida… deshonra a la mujer de su prójimo, explota a sus semejantes… ofrece sacrificios a los ídolos… ¿Deberá vivir? Ciertamente morirá”. Ven su punto allí, es el hijo cuyas maldades no se pueden envolver en el manto de la virtud de su padre. Si estuvieran pensando exclusivamente en términos tribales —si, de acuerdo, tal vez «Sí, me estoy beneficiando de lo que mi abuelo hizo»: «No», dice el Señor. «Conozco al padre y al hijo. Y la maldad de uno pertenece a él mismo. La virtud del otro pertenece a él». Así es como explica el otro lado: ningún hijo virtuoso sufrirá por la maldad de su padre. Aquí está el Señor hablando ahora: «No cargará el hijo con la iniquidad de su padre, ni el padre con la iniquidad del hijo. Sobre el justo recaerá su justicia y sobre el impío su impiedad». Aquí está, pienso, lo que el profeta Ezequiel, bajo la guía del Espíritu Santo, nos está ayudando a ver. Aunque la identidad familiar es real —nadie está negando eso. La identidad tribal, nuestro sentido de pertenencia a algo más grande que nosotros mismos. Sí, todo eso es verdad. Más aún: y aunque nuestros actos morales siempre tienen implicancias; eso también es verdad. Pueden tener impacto negativo en la gente que viene luego de nosotros. Eso es totalmente cierto. Sin embargo, el acto moral, el individuo se comprende a sí mismo, define su carácter, lo pone de pie en un sentido muy real e importante sólo ante la presencia de Dios.
Déjenme decirlo de nuevo: En el acto moral, me comprendo yo mismo. Defino mi carácter. Me paro sobre mis dos pies ante la presencia de Dios. Nuevamente, estos actos tienen lugar en el mundo real. Sí. Influenciados por la familia, la cultura, la sociedad —si, si, si. Todo eso es verdad. Sin embargo, le muestro a Dios y al mundo quién soy en la calidad e integridad de mis actos morales. ¿Puedo ponerme mi sombrero de filósofo sólo por un segundo? De nuevo, Santo Tomás de Aquino viene siempre a sacarnos del apuro con una distinción concisa. Tomás distingue entre lo que llama un “actus hominis” y un “actus humanus”. ¿Qué es un actus hominis? Significa el acto de un hombre. Digamos que estornudo. Eso es un acto de un hombre; pero no es un acto humano. ¿Qué quiero decir? Bueno, no es un acto por el cual me estoy comprendiendo y definiendo conscientemente. Es una reacción instintiva. O si se me acerca alguien y me asusta, y doy un salto —bueno, eso es un actus hominis, un acto de un hombre, pero no un acto humano. Un actus humanus, un acto humano, involucra el compromiso entero de la mente (Sé lo que estoy buscando, sé la naturaleza de esto) y el compromiso entero de la voluntad (Elijo, decido). Ahora, ambas cosas, mente y voluntad, ¿están influenciadas por fuerzas externas? Seguro que sí Por supuesto que sí. Pero sin embargo, en el momento decisivo, cuando me comprendo a mí mismo, sé lo que estoy haciendo, eligiendo conscientemente —en ese gran actus humanus, en ese gran acto humano, me paro ante Dios. Me paro sobre mis propios pies. Y defino mi carácter. Lo que se me viene a la cabeza aquí —y aludo seguido a mi película favorita, “Un Hombre de Dos Reinos”. El gran Santo Tomás Moro, cuando está enfrentando la presión del Rey Enrique VIII para rendirse, como todos, todos los líderes de la sociedad se han rendido. Y Moro está hablando con su mejor amigo, Norfolk. Y Norfolk está tratando de convencerlo, «Vamos Tomás, todos nos hemos rendido». Y Moro dice, respecto a sus propias convicciones, «Pero es que yo lo creo». Y luego dice, «Bien, pero mejor, no». No es que lo crea, es que yo lo creo». Y vean, en cierto modo ese es el eje sobre el que gira toda la película. «No es que lo crea, es que yo lo creo».
Moro, a esa altura, estaba resumiendo toda su vida, definiendo quién era —no envolviéndose en el manto de sus virtuosos predecesores, no sufriendo por la maldad de sus amigos alrededor de él. Sino que en ese momento, comprometiendo plenamente mente y voluntad, comprometiéndose en un actus humanus, es que lo creo. Ahora sabemos quién es él. Ahora sabemos dónde se para. Esto es algo del filósofo Dietrich von Hildebrand, que adoraba los tres trascendentales: el bien, la verdad y la belleza ¿cierto? Von Hildebrand dijo, miren, la verdad —maravillosa. Todo filósofo la busca. Qué cosa maravillosa, si eres educado, y aprendes a leer libros, y a pensar en profundidad, y contemplar ideas elevadas. Pero diríamos, si algunos fueran incapaces de eso —digamos que no fueran tan inteligentes, no fueran bien educados, no se les hubiera dado acceso a los libros, etcétera —diríamos, bueno, eso es una pena. Es desafortunado. O digamos, la belleza —algunos con una gran sensibilidad estética. Aprecian el fino arte. Pueden inclusive crear fino arte. Qué maravilloso —un Miguel Ángel, y los deY si algunos estuvieran privados de eso —nunca tuvieron una educación estética, tenían un talento que nunca fue cultivado —ciertamente diríamos que eso es una pena. Pero en referencia al bien, a lo moralmente recto, si alguien es incapaz de eso, fallan en esa consideración. No decimos solamente, «Qué pena». Decimos que es una calamidad, que eso es una tragedia. No vamos a culpar moralmente a alguien que no se convierte en un gran filósofo o un gran artista, pero vamos a culpar moralmente a alguien que no cultiva la dimensión moral de su vida. Lo que muestra allí von Hildebrand, es la primacía del bien, la primacía de la moral —y a la luz de Ezequiel, cómo es que el acto moral define quién soy. Sólo una referencia más de otro de mis héroes —me refiero a San Juan Pablo II. Karol Wojtyła fue un gran filósofo moral. Esa fue el área que dominaba. más. Y dijo esto en sus escritos sobre moral: Cada vez que ejecutamos un acto moral, realizamos una decisión moral, hacemos dos cosas. Una es que afectamos al mundo de un modo particular. Hacemos esto, nos movemos en esa dirección, tomamos esta acción. Pero luego, dijo Wojtyla, de un modo más profundo, estamos también creando la persona en que nos estamos convirtiendo. Piensen en eso. Existe una línea directa, me parece a mí, desde Ezequiel hasta Juan Pablo II. Cuando tomo una decisión moral… Ahora, les advierto, no estoy hablando sobre mi decisión de mirar un partido de béisbol o una película. Esa es una decisión, pero no una decisión moral importante. Decimo comer un sándwich de jamón, o un sándwich de carne de pavo. Esa no es una decisión moralmente relevante. Pero, ante la presencia de una elección moral, sabiendo perfectamente bien lo que está en juego, comprometiendo plenamente mi mente —cuando ejecuto esa clase de acto, realizo ese tipo de acto, estoy definiendo el modo de ser en que me estoy convirtiendo. Piensen en cada acto moral —esta es la idea de Wojtyla— es como un pequeño ladrillo en la pared. Y con cada uno de esos actos estoy construyendo el edificio de mi propio modo de ser. Y tengan estos en mente todos. Esa es una idea muy importante. De nuevo, no estoy hablando de una película contra un partido de béisbol. Digo, cada vez en el transcurso del día, que toman una decisión moral —no se están envolviendo en el manto de sus abuelos, no están sufriendo por lo que sus hijos puedan estar haciendo —sino que en ese momento, están parados de una manera que los auto-caracteriza en la presencia de Dios. Pienso que el capítulo 18 de Ezequiel representa un gran avance en la conciencia. Ahora sigan toda la trayectoria hasta Tomás Moro, toda la trayectoria hasta Juan Pablo II. Y tengan eso en mente mientras transitan su día, y van tomando elecciones morales una tras otra. Están afectando sus mundos. También están definiendo La persona que se están convirtiendo. !Y Dios los bendiga!
Esta afirmación no debe inducir a pensar que hacen bien los que no siguen los mandamientos de Dios, los que no siguen la moral, y dicen: “Al fin y al cabo, ¡los que van a la Iglesia son peor que nosotros!”. No, esta no es la enseñanza de Jesús. Jesús no señala a los publicanos y las prostitutas como modelos de vida, sino como “privilegiados de la Gracia”. Una gracia que Dios ofrece a todo aquel que se abre y se convierte a Él. De hecho, estas personas, escuchando su predicación, se arrepintieron y cambiaron de vida. En el Evangelio de hoy, quien queda mejor es el primer hermano, no porque ha dicho «no» a su padre, sino porque después el “no” se ha convertido en un “sí”, se ha arrepentido. Dios es paciente con cada uno de nosotros: no se cansa, no desiste después de nuestro «no»; nos deja libres también de alejarnos de Él y de equivocarnos. ¡Pensar en la paciencia de Dios es maravilloso! Cómo el Señor nos espera siempre; siempre junto a nosotros para ayudarnos; pero respeta nuestra libertad. Y espera ansiosamente nuestro «sí», para acogernos nuevamente entre sus brazos paternos y colmarnos de su misericordia sin límites. (Ángelus, 27 septiembre 2020)
Matthew 21:28-32
El Evangelio de hoy nos brinda la parábola de los dos hijos, una historia sobre la obediencia a Dios. Vivir la buena vida no es finalmente una cuestión de autonomía, sino de obedecer los mandamientos.
La obediencia que Jesús desea es una entrega a Aquel que quiere lo mejor para quien se entrega. Todo el Ser del Hijo es escuchar el mandato del Padre, y, en consecuencia, el ser de la criatura es escuchar el mandato del Hijo.
Por eso, en el Evangelio de Juan, Jesús dice: “Ustedes son mis amigos si hacen lo que Yo les mando. Ya no los llamo servidores. . . . Yo los llamo amigos”. En el Jardín del Edén se perdió esa amistad con Dios que era simbolizada por la fácil comunión que disfrutaban Adán y Yahvé.
Toda la revelación bíblica que culmina con Jesús podría interpretarse como la historia de un intento por Dios de restaurar la amistad con la raza humana. En el discurso de la Última Cena escuchamos las condiciones para esa restauración: la coinherencia con Dios, que equivale a insertarse en esa coinherencia que es Dios.
Teresa del Niño Jesús, Santa
Memoria Litúrgica, 1 de octubre
Virgen y Doctora de la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, que entró aún muy joven en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de Lisieux, llegando a ser maestra de santidad en Cristo por su inocencia y simplicidad. Enseñó el camino de la perfección cristiana por medio de la infancia espiritual, demostrando una mística solicitud en bien de las almas y del incremento de la Iglesia, y terminó su vida a los veinticinco años de edad, el día treinta de septiembre († 1897)
Fecha de canonización: 17 de mayo de 1925, por el Papa Pío XI
Breve Biografía
Santa Teresita del Niño Jesús o de Lisieux. Sencillez y perfección en las cosas pequeñas, la Iglesia le dedica este día para que la conozcamos y tratemos de imitar sus virtudes de delicadeza y pefección en las cosas pequeñas.
Hay dos santas con el mismo nombre: Santa Teresita del Niño Jesús o de Lisieux y Santa Teresa de Ávila (15 de Octubre). Ambas fueron monjas carmelitas, nos dejaron una autobiografía y son santas doctoras de la Iglesia.
María Francisca Teresa (Santa Teresita del Niño Jesús o de Lisieux) nació el 2 de Enero de 1873 en Francia. Hija de un relojero y una costurera de Alençon. Tuvo una infancia feliz y ordinaria, llena de buenos ejemplos. Teresita era viva e impresionable, pero no particularmente devota.
En 1877, cuando Teresita tenía cuatro años, murió su madre. Su padre vendió su relojería y se fue a vivir a Lisieux donde sus hijas estarían bajo el ciudado de su tía, la Sra. Guerin, que era una mujer excelente. Santa Teresita era la preferida de su padre. Sus hermanas eran María, Paulina y Celina. La que dirigía la casa era María y Paulina que era la mayor se encargaba de la educación religiosa de sus hermanas. Les leía mucho en el invierno.
Cuando Teresita tenía 9 años, Paulina ingresó al convento de las carmelitas. Desde entonces, Teresita se sintió inclinada a seguirla por ese camino. Era una niña afable y sensible y la religión ocupaba una parte muy importante de su vida.
Cuando Teresita tenía catorce años, su hermana María se fue al convento de las carmelitas igual que Paulina. La Navidad de ese año, tuvo la expeirencia que ella llamó su “conversión”. Dice ella que apenas a una hora de nacido el Niño Jesús, inundó la oscuridad de su alma con ríos de luz. Decía que Dios se había hecho débil y pequeño por amor a ella para hacerla fuerte y valiente.
Al año siguiente, Teresita le pidió permiso a su padre para entrar al convento de las carmelitas y él dijo que sí. Las monjas del convento y el obispo de Bayeux opinaron que era muy joven y que debía esperar.
Algunos meses más tarde fueron a Roma en una peregrinación por el jubileo sacerdotal del Papa León XIII. Al arrodillarse frenta al Papa para recibir su bendición, rompió el silencio y le pidió si podía entrar en el convento a los quince años. El Papa quedó impresionado por su aspecto y modales y le dijo que si era la voluntad de Dios así sería
Teresita rezó mucho en todos los santuarios de la peregrinación y con el apoyo del Papa, logró entrar en el Carmelo en Abril de 1888. Al entrar al convento, la maestra de novicias dijo; “ Desde su entrada en la orden, su porte tenía una dignidad poco común de su edad, que sorprendió a todas las religiosas.” Profesó como religiosa el 8 de Septiembre de 1890. Su deseo era llegar a la cumbre del monte del amor.
Teresita cumplió con las reglas y deberes de los carmelitas. Oraba con un inmenso fervor por los sacerdotes y los misioneros. Debido a esto, fue nombrada después de su muerte, con el título de patrona de las misiones, aunque nunca habia salido de su convento.
Se sometió a todas las austeridades de la orden, menos al ayuno, ya que era delicada de salud y sus superiores se lo impidieron. Entre las penitencias corporales, la más dura para ella era el frío del invierno en el convento. Pero ella decía “Quería Jesús concederme el martirio del corazón o el martirio de la carne; preferiría que me concediera ambos.” Y un día pudo exclamar “He llegado a un punto en el que me es imposible sufrir, porque todo sufrimiento es dulce.”
En 1893, a los veinte años, la hermana Teresa fue nombrada asistente de la maestra de novicias. Prácticamente ella era la maestra de novicias, aunque no tuviera el título. Con respecto a esta labor, decía ella que hacer el bien sin la ayuda de Dios era tan imposible como hacer que el sol brille a media noche.
Su padre enfermó perdiendo el uso de la razón a causa de dos ataques de parálisis. Celina, su hermana, se encargó de cuidarlo. Fueron unos año difíciles para las hijas. Al morir el padre, Celina ingresó al convento con sus hermanas.
En este mismo año, Teresita se enfermó de tuberculosis. Quería ir a una misión en Indochina pero su salud no se lo permitió. Sufrió mucho los últimos 18 meses de su vida. Fue un período de sufrimiento corporal y de pruebas espirituales. En junio de 1897 fue trasladada a la enfermería del convento de la que no volvió a salir. A partir de agosto ya no podía recibir la Comunión debido a su enfermedad y murió el 30 de Septiembre de ese año. Fue beatificada en 1923 y canonizada en 1925. Se le presenta como una monja carmelita con un crucifijo y rosas en los brazos. Ella decía que después de su muerte derramaría una lluvia de rosas.
El culto a esta santa comenzó a crecer con rapidez. Los milagros hechos gracias a su intercesión atrajeron a atención de los cristianos del mundo entero.
Escribió el libro “Historia de un alma” que es una autobiografía. Escribe frases preciosas como éstas en ese libro: “Para mí, orar consiste en elevar el corazón, en levantar los ojos al cielo, en manifestar mi graitud y mi amor lo mismo en el gozo que en la prueba.”; “Te ruego que poses tus divinos ojos sobre un gran número de almas pequeñas.” Teresita se contaba a sí misma entre las almas pequeñas, decía “Yo soy un alma minúscula, que sólo puede ofrecer pequeñeces a nuestro Señor.”
¿Qué nos enseña Santa Teresita?
Nos enseña un camino para llegar a Dios: la sencillez de alma. Hacer por amor a Dios nuestras labores de todos los días. Tener detalles de amor con los que nos rodean. Esta es la “grandeza” de Santa Teresita. Decía: “Quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra.”El secreto es reconocer nuestra pequeñez ante Dios, nuestro Padre. Tener una actitud de niño al amar a Dios, es decir, amarlo con simplicidad, con confianza absoltua, con humildad sirvendo a los demás. Esto es a lo que ella llama su “caminito”. Es el camino de la infancia espiritual, un camino de confianza y entrega absoluta a Dios.
Nos enseña a servir a los demás con amor y perfección viendo en ellos a Jesús. Toda su vida fue de servicio a los demás. Ser mejores cada día con los demás en los detalles de todos los días.
Nos enseña a tener paciencia ante las dificultades de la vida. Su enfermedad requi-rió de mucha paciencia y aceptación. Sólo estando cerca de Dios el sufrimiento se hace dulce.
Nos enseña a tener sentido del humor ante lo inevitable. Dicen que durante la meditación en el convento, una de las hermanas agitaba su rosario y esto irritaba a Santa Teresita. Decidió entonces en lugar de tratar de no oir nada, escuchar este ruido como si fuera una música preciosa. En nuestras vidas hay situaciones o acciones de los demás que nos molestan y que no podemos evitar. Debemos aprender a reirnos de éstas, a disfrutarlas por que nos dan la oportunidad de ofrecer algo a Dios.
Nos enseña que podemos vivir nuestro cielo en la tierra haciendo el bien a los que nos rodean. Actuar con bondad siempre, buscando lo mejor para los demás. Esta es una manera de alcanzar el cielo.
Nos enseña a ser sencillos como niños para llegar a Dios. Orar con confianza, con simplicidad. Sentirnos pequeños ante Dios nuestro Padre.
Oración
Virgen María y Santa Teresita, ayúdenme a tener más amor a Dios para servir mejor a los que me rodean.
Si quieres saber más de la vida de Santa Teresa del Niño Jesús en corazones.org encontrarás un sitio hermoso para seguir consultando
Consulta también
Llamados a ser hermanos
Santo Evangelio según San Mateo 21, 28-32. Domingo XXVI del Tiempo Ordinario
Por: Balam Loza, LC | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Padre bueno, vengo a tu presencia para escuchar tu voluntad. ¿Qué quieres de mí?¿Cuál es tu voluntad para mi vida? Dame, Padre mío, fuerzas para cumplir lo que me pides. Es muy fácil decir «sí, quiero lo que Tú quieres» pero la verdad es que cuando viene la prueba o me pides un poco más de sacrificio me olvido rápidamente de mis buenos deseos y comienzo a quejarme. Hoy vengo ante ti para pedirte perdón por lo poco comprometido que soy y para pedirte tu fuerza pues ¿qué es el hombre sin ti? Padre, en ti confío.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 21, 28-32
En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué opinan de esto? Un hombre que tenía dos hijos fue a ver al primero y le ordenó: ‘Hijo, ve a trabajar hoy en la viña’. Él le contestó: ‘Ya voy, Señor, pero no fue. El padre se dirigió al segundo y le dijo lo mismo. Este le respondió: ‘No quiero ir’, pero se arrepintió y fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?». Ellos le respondieron: «El segundo». Entonces Jesús les dijo: «Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan, predicó el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas sí le creyeron. Ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
«No quiero» ¡Cuántas veces nos topamos con la pereza o la desgana en nuestra vida! Sin duda que más de una vez hemos dicho a familiares, amigos, compañeros de trabajo estas dos sencillas palabras. Sí, es muy triste y más de alguno podrá pensar muy mal de nosotros cuando actuamos así. No importa. Si nunca tuviésemos momentos de cansancio o enfado dejaríamos de ser personas de carne y hueso. Y no importa, sobre todo, porque nuestro Padre Dios nos ama independientemente de lo que podamos hacer mal.
Siempre hay errores. Al mismo tiempo está siempre la posibilidad de decir una palabra aún más sencilla y es: «perdón», «lo siento». He aquí la belleza. La posibilidad de, como diría Dickens en boca del señor Carton, «volver a la lucha, de comenzar de nuevo, de dejar el vicio y la sensualidad y llevar a un final victorioso el abandonado combate» (Historia de dos ciudades).
Todos podemos caer, y todos dejaremos el fusil en algún momento. Pero nadie está hecho para quedarse tirado en el suelo, nadie está hecho para vivir en el pecado. Todos somos débiles y cada uno sabe bien el pie del cual cojea. De igual modo cada quien tiene sus fortalezas y las conoce muy bien. Si somos débiles es para que alguien nos ayude cuando nos faltan las fuerzas, y si somos fuertes es para ofrecer el brazo a otro.
Pienso un sinfín de veces en la imagen del rompecabezas. Se puede querer un mundo en el que todos piensen igual que uno, que todos vayan en nuestra misma dirección. El rompecabezas, en cambio, tiene muchas fichas y cada una es única. ¿Qué es lo que pasa cuando se pierde una y es la qué falta para terminar? Todos comienzan a inquietarse y a buscar por todas partes. Así es la vida, el Padre ama a todos por lo que son, con sus más y con sus menos. Ha pensado desde toda la eternidad en cada uno. Estamos llamados a ser hermanos, hijos del mismo Padre.
«Jesús se dirige a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo y eso quiere decir a los que tenían la autoridad, la autoridad jurídica, la autoridad moral, la autoridad religiosa. Pero no tenían memoria porque habían olvidado incluso los diez mandamientos de Moisés por esa construcción de la ley intelectualista, sofisticada, casuística, esta ley que se volvió como un becerro de oro -otro becerro de oro- en lugar de la ley de Moisés. En el caso del primero de los dos hijos enviados por el padre a trabajar a la viña: inicialmente dice que no, pero después se arrepintió y fue. Mientras que estos jefes no sabían qué era arrepentirse, porque se sentían perfectos. También hoy Jesús nos dice a todos nosotros y a los que son seducidos por el clericalismo: «los pecadores y las prostitutas os precederán en el reino de los cielos»».
(Homilía de S.S. Francisco, 13 de diciembre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a ir a misa con la ilusión de acercarme al Padre, preferentemente con mi familia, para agradecer todos los bienes recibidos.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Santa Teresita de Lisieux tuvo una herida mística
Immaculate | Shutterstock
Agnieszka Bugała – publicado el 26/04/23
«Ella relató detalladamente el hecho, que suele llamarse el ataque del Serafín», testificó durante el proceso de beatificación de la hermana de Teresa, Paulina, es decir, la Madre Inés de Jesús, superiora religiosa de la futura santa
Santa Teresa del Niño Jesús. En las biografías de esta famosa monja carmelita francesa no ha aparecido hasta ahora información sobre la transverberación. Pero en los testimonios publicados de su proceso de beatificación se describe con gran detalle este extraordinario acontecimiento.
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Proceso de beatificación de Teresa Martín
Según la legislación preconciliar, el proceso de beatificación de Teresa Martín constaba de varias partes.
Entre ellas están: el examen de los escritos de la candidata, el proceso ordinario de información sobre su fama de santidad, el proceso por la ausencia de culto público no autorizado a esta persona, y el proceso para probar sus virtudes heroicas.
El conjunto completo de documentos del proceso nunca se publicó.
Pero en 1973, con motivo del centenario del nacimiento de santa Teresa de Lisieux, el Teresianum de Roma decidió publicar, en francés, dos volúmenes de las Actas del proceso de beatificación y canonización de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz.
Testimonios de personas que la conocieron personalmente
En el primero de ellos -único y de valor incalculable- se encuentran certificados elaborados en base a los llamados cuestionarios de testigos.
Son testimonios del proceso informativo que tuvo lugar en Lisieux en 1910-1911, apenas 13 años después de la muerte de Teresa.
En ese momento fueron interrogados 48 testigos, entre ellos 26 personas que conocían personalmente a Teresa.
Hablaron de su fama de santidad, y de los milagros que comenzaron a ocurrir inmediatamente después de su muerte.
Entre las veintiséis personas que declararon como testigos de la vida de Teresa, estaban, por supuesto, sus propias hermanas.
De particular interés es el testimonio de la madre de Inés de Jesús, Paulina Martin, la segunda de los nueve hijos de los santos esposos Celia y Luis.
«Historia de un alma» y el testimonio de Paulina Martin
La Madre Inés era carmelita y varias veces sirvió como priora en el convento de Lisieux. A partir de 1923, tras el nombramiento papal, ejerció como priora vitalicia, hasta 1951.
En diciembre de 1894, ordenó a Teresa que escribiera los recuerdos de su infancia, y es a ella a a la que debemos la escritura de Historia de un alma.
Después de la muerte de Teresa, fue la Madre Inés quien decidió publicar las notas de inmediato.
Y fue gracias a ella que apareció la primera edición de Historia de un alma en el primer aniversario de la muerte de Teresa.
Durante el proceso de información testificó en dos ocasiones, en agosto y septiembre de 1910.
En ellas subrayó que Teresa la quería no sólo como a su propia hermana -aunque esto era, por supuesto, motivo de alegría y de orgullo- sino sobre todo como persona que amaba a Dios. «Le rezo mucho, no porque sea mi hermana, sino por su santidad», dijo.
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Herida de amor: su hermana no la creyó
En uno de los testimonios, la Madre Inés relata una situación que tuvo lugar dos años antes de la muerte de santa Teresita:
«En 1895, cuando yo era priora, me habló de una gracia mística a la que llamó «la herida del amor».
En aquel tiempo el buen Dios permitió, sin duda, probarla, ya que yo no le di importancia. Incluso di la impresión de que no lo creía, y confieso que sí.
Reflexionando sobre lo que ella me había dicho después, me pregunté cómo pude haber dudado de su declaración incluso por un momento. Sin embargo, no le dije ni una palabra al respecto hasta mi última enfermedad».
«El ataque del serafín»
Dos años más tarde, poco antes de la muerte de su hermana, el caso la perseguía. Preguntó con valentía, y Teresa, con su típica ingenuidad, respondió a la Madre, que lo recuerda así:
«Entonces, en 1897, quise que me repitiera en la enfermería lo que me había dicho en 1895 sobre esta herida de amor.
Entonces me miró con una sonrisa tierna y me dijo: Madre mía, le dije esto a mi Madre ese mismo día y mi Madre apenas me escuchó.
Cuando le expresé mi pesar por esto, ella repitió: «Mi madre no me hizo daño, solo pensé que el buen Dios lo permitía para mi bien mayor«, admitió Teresa, tan simple como siempre.
Después de un tiempo, relató en detalle el evento que a menudo se llama ataque de los Serafines, en honor a san Juan de la Cruz, quien enseñó que un alma inflamada de amor a Dios es atacada internamente por los serafines.
La golpean con una punta de flecha o una lanza encendida por el fuego del amor.
Tal situación ocurre cuando el alma humana está completamente inmersa en el amor y por este amor es atraída a una unión íntima con Dios.
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Teresita del Niño Jesús herida por una flecha de fuego
«Fue unos días después de haberme ofrecido al Amor Misericordioso«, le dijo la hermana Teresa a su madre superiora, Inés. Y antes de morir, santa Teresita confesó:
«Estaba empezando a hacer el vía crucis en el coro cuando de repente me sentí herida por una flecha de fuego tan llena de calor que pensé que iba a morir.
No sé cómo expresar este ardor. No hay comparación para comprender la intensidad de esta llama del Cielo. Un segundo más y seguro que estaría muerta.
Además, madre mía, los santos lo han sentido muchas veces. Lo leemos en sus biografías, mamá lo sabe bien. Lo sentí solo una vez en mi vida , y la sequedad volvió a mi corazón muy rápidamente.
Se podría decir que pasé toda mi vida religiosa en esta aridez . Raramente tuve algún consuelo, ni nunca lo anhelé. Al contrario, estaba muy orgulloso de que el buen Dios no se preocupara por mí.
Las gracias sobrenaturales nunca me han atraído, preferí repetirle al buen Dios: no es mi deseo verte aquí en la tierra«.